Capítulo 5

La mañana amaneció gris, pero cálida, y Emily decidió considerarlo como una buena señal, pero aun así, no dejó de encender la radio para ponerse al día del pronóstico del tiempo. Anunciaban una tormenta que iba formándose por el Pacífico, pero el meteorólogo suponía que se desplazaría hacia el sur y probablemente no llegaría a la zona de Prosperino.

Para Emily, era un tiempo suficientemente bueno para una acampada.

Cuando entró en la cocina con el saco de dormir y la mochila, encontró a Inés moviéndose entre las cazuelas.

—Te he preparado comida suficiente para dos días, a no ser que quieras ponerte hasta arriba el primero —dijo Inés, tendiéndole una bolsa de tela que Emily pensaba colgar de la silla—. ¿Dónde está tu cazadora?

—En uno de los percheros del establo —le recordó Emily—, que es exactamente donde me dijiste que tenía que dejarla porque olía como un caballo.

Inés hizo una mueca.

—¿Y tu navaja? —preguntó, buscando evidentemente algo que Emily hubiera olvidado para así poder decir «¿lo ves? ¿Qué haríais los Colton sin mí?»

—En la cazadora.

—Aja. ¿Y llevas un plástico para ponerlo debajo del saco de dormir?

—Sí, y también una linterna con pilas nuevas, un botiquín de primeros auxilios, tres pares de calcetines de más, mis mejores botas e incluso un libro para leer, ¿de acuerdo?

—¿Y el teléfono móvil? —preguntó Inés, señalándola con un dedo—.Tu padre me ha dicho que te recuerde que te lleves el teléfono.

—Maldita sea —dijo Emily, fingiendo disgusto—. Has vuelto a hacerlo, Inés. Se me había olvidado por completo el teléfono —no era cierto, pero si de esa forma Inés se sentía mejor, ¿qué le costaba mentir un poco?

—¿Y tienes la batería cargada?

Emily sonrió entonces de verdad. Se quitó la mochila, abrió uno de los bolsillos laterales y sacó el teléfono. Cuando lo encendió, advirtió que tenía la batería a medias.

—Lo cargaré.

—¿Y dónde piensas hacerlo, señorita? ¿Vas a enchufarle a Molly el teléfono? Porque no creo que le guste. Toma —dijo Inés, sacando un teléfono móvil plateado del bolsillo—.Tu padre me ha dicho que te dé esto. Y ahora, si piensas marcharte, será mejor que lo hagas cuanto antes. Ya sabes que tu madre se levanta temprano y a ninguno de nosotros le apetece verla bloqueando la puerta para impedir que te marches.

—No daría muy buena imagen, ¿verdad?

—No, y ésa es la única razón por la que me estoy conteniendo para no hacerlo yo. Ya sabes que han anunciado una tormenta, ¿verdad?

—Pero han dicho que seguramente se desviará hacia el sur —Emily le dio a Inés un beso en la mejilla y volvió a colgarse la mochila al hombro—. Necesito salir, Inés. De verdad, lo necesito.

—Lo sé —contestó Inés, y volvió rápidamente la cara para que Emily no pudiera ver las lágrimas que asomaban a sus ojos—.Así que lo mejor será que tengas esa larga conversación con el viento y con las montañas y te deshagas de una vez de todo lo que te está rondando por la cabeza. ¿Sabes? Tenemos ganas de ver sonreír de nuevo a nuestra Emily.

Emily pestañeó para apartar sus propias lágrimas, asintió, se colocó el sombrero sobre la cascada de rizos y se dirigió hacia los establos.

Josh miró hacia el cielo cubierto de nubes y se preguntó si a Emily Colton se le habría ocurrido mirar hacia los nubarrones que rodaban sobre el mar.

Probablemente no. Emily llevaba ya dos horas cabalgando lentamente, dirigiéndose al principio hacia el este y después ligeramente hacia el norte, hacia las montañas que se veían en la distancia. No había parado una sola vez, no había mirado hacia atrás, no había hecho nada salvo montar. Era como si estuviera en trance.

No era una actitud inteligente. Un jinete solitario debía de estar constantemente alerta, pendiente del peligro que podía aparecer entre los cascos de su montura, tras ella, en el cielo o en cualquier otro jinete que la siguiera sigiloso en la distancia.

Una cosa sí podía decir a su favor: aquella mujer sabía montar. Iba recta sobre su montura y cabalgaba con elegancia, como si hubiera nacido sobre la grupa de un caballo. Al igual que los buenos vaqueros, era capaz de mantener el ritmo sosegado en su montura y seguramente sería capaz de cabalgar durante horas y horas.

Así que no era ninguna principiante, y tampoco una idiota. Algo de lo que Josh se alegraba, porque no estaba de humor para dedicarse a rescatar a damiselas en peligro.

Aunque por otra parte, su plan continuaba estando bastante nebuloso. Ya había decidido que, cuando Emily se detuviera a comer, continuaría ocultándose de su vista porque todavía estaban suficientemente cerca del rancho como para que volviera a montar y se alejara de él.

Esperaría a que llegara la noche y se detuviera para dormir. En cuanto estuviera instalada y a suficiente distancia del rancho como para poner en peligro a su caballo haciéndolo caminar en una noche sin luna, se acercaría a ella.

A no ser que Emily se dirigiera a una cabaña. Porque era posible que hubiera decidido ir a ver a cualquier amigo que viviera por allí, en medio de ninguna parte.

Pero no, lo dudaba. Al fin y al cabo, se había llevado un saco de dormir.

Sí, definitivamente, Emily estaba sola y oportunidades como aquélla no solían repetirse. De modo que la seguiría, esperaría y después se acercaría a ella para hacerle admitir su culpa en la muerte de Toby.

Lo único que deseaba ya, era no sentirse como un diablo.

Joe Colton colgó el teléfono y hundió la cabeza entre las manos. ¿Acaso no iban a poder descansar nunca?

—¿Joe?

Alzó la mirada y vio a Meredith entrando en el estudio. Se levantó rápidamente y rodeó el escritorio para abrazarla. Desde que había vuelto, tenía la sensación de que nunca podría dejar de tocarla.

—Hola, pequeña —le dijo, y le dio un beso en el pelo—. ¿Estás lista para el almuerzo? Creo que huele a la sopa de pollo de Inés. Un buen día para tomar sopa, con un tiempo tan malo.

Meredith se apartó delicadamente del abrazo de su marido.

—Emily se ha ido, Joe. Ha salido a cabalgar esta mañana en una de sus excursiones solitarias. He encontrado una nota en su habitación. Cree que va a estar fuera tres días —inclinó ligeramente la cabeza y miró a su marido—.Y tú lo sabías.

Joe tomó a Meredith de la mano y la condujo hacia el sofá.

—Sí, lo sabía —admitió con un suspiro—. He intentado convencerla de que no lo hiciera, pero estaba muy decidida. Ahora mismo está un poco agobiada. Son demasiados ojos observándola, aunque estemos intentando ayudarla. Para Emily las montañas siempre han sido una vía de escape. De modo que sí, Meredith, la he dejado escapar.

—En la nota comenta que se ha llevado el teléfono móvil —dijo Meredith, cruzando las manos en el regazo—. Por eso he sabido que tú estabas al tanto del plan. Ese tipo de precauciones llevan tu sello.

Joe sonrió.

—A veces tu memoria es demasiado buena, cariño.

Meredith le dirigió una sonrisa.

—Bueno, tienes que admitirlo. Nadie se lleva un cepillo de dientes de más y un botiquín de primeros auxilios a su luna de miel.

—Jamás lo olvidarás, ¿verdad? Pero ya te dije que lo que pasó fue que me había dejado el botiquín en la maleta y se me había olvidado sacarlo.

—Sí, claro. Igual que los tres pijamas con la etiqueta que había dentro.

Joe le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él.

—Etiquetas que ni siquiera quité, ¿verdad? Porque los pijamas no salieron nunca de la maleta. ¿Ves? Hay cosas que me encanta que no hayas olvidado. O quizá no. Quizá debería refrescarte la memoria.

Joe la besó entonces y Meredith le devolvió el beso y alzó la mano para acariciarle la mejilla. Pero casi inmediatamente se apartó y lo miró profundamente a los ojos.

—Buen intento, querido, y me aseguraré de que me refresques la memoria más tarde. Sin embargo, tengo la sensación de que cuando he entrado en esta habitación acababa de ocurrir algo que te había afectado y hace unos minutos he oído sonar el teléfono. ¿Malas noticias?

Joe le tomó las manos.

—Sí —contestó, estrechándoselas con fuerza—. Meredith, Patsy ha intentado suicidarse. Meredith cerró los ojos con fuerza.

—Oh, Dios mío —se aferró a las manos de Joe y lo miró—. ¿Está bien? ¿El médico te ha dicho que está bien?

Joe asintió.

—La han encontrado a tiempo. Nadie sabe cómo consiguió un cuchillo, pero el médico dice que los enfermos como ella son capaces de recurrir a los métodos más extraordinarios. Se hizo un corte en la muñeca, aunque no muy profundo. Perdió mucha sangre e intentó atacar a los vigilantes con el cuchillo cuando fueron a ayudarla. El médico cree que más que un intento de suicidio fue una petición de ayuda.

—¿Una petición de ayuda? Quiero ir a verla —dijo Meredith, con los labios tensos—. Conciértame una visita. Y no me digas que es imposible, llama a quien tengas que llamar. Quiero ver a mi hermana, Joe. Y quiero verla hoy.

Hasta las dos de la tarde Emily no se dio cuenta de que estaba hambrienta. Había tomado una barrita de cereales horas antes, cuando había parado para dar de beber a Molly, pero en lo último que había estado pensando había sido en su estómago.

Había estado demasiado ocupada recordando. Recordando las muchas ocasiones en las que había cabalgado por esos mismos campos para estar sola, para alimentar sus sueños. ¡Qué inocente era entonces, a pesar de que vivía siempre pensando que algo muy horrible le había pasado a su madre! Había vivido durante años con el miedo de saber que la mujer que decía ser su madre no lo era.

Emily detuvo a Molly en uno de los habituales lugares de descanso, al lado de un arroyo, y desmontó. Ató la yegua a la rama de un árbol cercano y la dejó pastando mientras ella descolgaba la bolsa de la comida de la silla y se sentaba en su roca favorita, justo al lado del arroyo.

Pollo frito. Rebuscó en el interior de la bolsa y sacó un recipiente que contenía un muslo y un ala de pollo, lo que más le gustaba, que acompañó con barritas de zanahoria y apio. Comería, después llenaría la cantimplora y seguiría su camino, sabiendo que tenía tiempo más que suficiente para alcanzar la cueva antes de que anocheciera.

Miró hacia el cielo como si quisiera cerciorarse de la hora que marcaba el reloj y frunció el ceño al ver las nubes oscuras que se acercaban por la costa. Maldita fuera. No había prestado suficiente atención al tiempo y al parecer el meteorólogo no había tenido suerte en su pronóstico. Se estaba formando una tormenta, y no parecía que fuera a desviarse hacia el sur.

¿Por qué no habría estado más atenta? A menos que, inconscientemente, no hubiera querido mirar atrás, porque eso habría significado enterarse de que se acercaba una tormenta y hubiera tenido que posponer la acampada.

Miró el pollo con añoranza, se comió una patata frita y llenó la cantimplora. Metió de nuevo la comida en la bolsa, desató a Molly y la montó, utilizando una piedra para alzarse.

Miró de nuevo hacia las nubes y se dirigió hacia las montañas. ¿Llegaría a tiempo? Alzó la cabeza, olfateó el aire y fue consciente de que el viento era cada vez más fuerte y procedía del mar.

Si volvía hacia el rancho, tendría que enfrentarse directamente a la tormenta. Y si cabalgaba hacia la cueva, en su refugio siempre tenía madera seca para encender un fuego, además de algunos otros objetos que guardaba en un contenedor de plástico que había llevado hasta allí dos veranos atrás.

Definitivamente, la cueva era la menos mala de las dos alternativas. Además, lo último que le apetecía aquella noche era regresar al rancho. No, todavía no podía volver. Así que tiró suavemente de las riendas y dirigió a Molly hacia las montañas.

No miró hacia atrás porque no iba a servirle de nada. La tormenta se acercaba. Eso era lo único que tenía que saber.

Pero si hubiera mirado hacia atrás, quizá habría visto a Josh Atkins volviendo a montar su propio caballo y preparándose para seguirla.

Porque Emily tenía razón. La tormenta acechaba tras ella.

Martha observó a Meredith deslizar el brazo en el abrigo que Joe le estaba ayudando a ponerse. —¿Estáis seguros de lo que vais a hacer? Patsy está terriblemente perturbada y os odia a los dos. Puede ser una escena muy desagradable. Deberíais esperar unos días y volver a hablar con los médicos.

—No podemos hacer eso, Martha —respondió Meredith—.Joe me ha dicho que, según el médico de Patsy, su intento de suicidio ha sido una petición dé ayuda. Tanto si me odia como si no, soy todo lo que tiene, así que esa petición va directamente dirigida a mí.

—Entonces dejadme ir con vosotros —sugirió Martha, alargando la mano hacia su abrigo—. Es posible que necesite verte, pero no necesita ver a Joe. Lo siento, Joe, pero seguramente le bastará verte para sufrir un nuevo ataque. Estoy segura de que podré convencer a los médicos de que me dejen acompañar a Meredith a la habitación de Patsy.

Joe miró a Meredith, que asintió mostrando su acuerdo y, en cuestión de minutos, estaban en camino. Cuarenta minutos después, con los limpiaparabrisas batallando contra la lluvia, llegaron a las puertas de la clínica St. James, en la que se encontraba el hospital psiquiátrico penitenciario.

Martha observaba atentamente a Meredith desde el asiento de atrás mientras Joe cruzaba las puertas. Meredith había pasado una temporada en aquel lugar, tras el accidente de coche en el que había perdido la memoria. La propia Patsy la había llevado hasta allí y la había dejado inconsciente, sabiendo que los empleados la reconocerían, pensarían que era ella y la encerrarían en aquella institución psiquiátrica.

La amnesia había sido un beneficio extra para Patsy, que había planificado todo pensando que la mera insistencia de Meredith en decir que ella no era Patsy serviría para mantener a su hermana encerrada durante años.

—¿Estás bien? —preguntó Martha cuando Meredith salió del coche.

—Sí, estoy bien —contestó. Pero cuando Joe se acercó a ella, le dio la mano con fuerza.

—Quizá estés bien —dijo Joe, intentando poner un toque de humor a la situación, añadió—: Pero me entran ganas de ponerte una etiqueta para que esos tipos no se olviden de quién eres.

—Fueron muy amables durante el poco tiempo que estuve aquí, antes de trasladarme a Mississippi —contestó Meredith con voz queda—. Lo único que espero es que también sean amables con Patsy.

Meredith no tenía por qué preocuparse. En cuanto entraron en el espacioso vestíbulo de la clínica, fueron recibidos por un joven médico que inmediatamente las condujo hacia la zona de enfermería.

—Estamos rompiendo algunas normas, señora Colton, pero éste es un caso extraordinario. ¿Doctora Wilkes? Me alegro de conocerla. Por lo que he leído en los periódicos, y admito que he seguido esta historia con gran interés, usted ha sido un factor muy importante en la vuelta de la señora Colton a su familia.

—Gracias —dijo Martha.

Con sus agudos ojos, estaba viendo aquella institución como lo que realmente era: una prisión con muy pocos entretenimientos para los pacientes. La pintura de las paredes era de un color apagado, todas las ventanas tenían barrotes y el ambiente general era tan frío y gris como aquel día de noviembre.

—Al parecer, tienen los mismos problemas presupuestarios que en Mississippi, doctor —le dijo mientras un vigilante abría una de las tres puertas de seguridad que conducían a la zona de los enfermos.

—Los recortes presupuestarios son la pesadilla de mi vida —se mostró de acuerdo el médico con una irónica sonrisa—.Aun así, hacemos lo que podemos. Tengo que quedarme con ustedes, y también Dave, nuestro vigilante. Espero que no le moleste.

Meredith cruzó la puerta sin contestar y el médico, Dave y Martha la siguieron. Entraron en una habitación larga y estrecha, con camas igualmente estrechas alineadas a lo largo de las paredes. Sorprendentemente, las camas estaban vacías. Pero en la última cama, permanecía Patsy Portman con el rostro vuelto hacia la puerta y las muñecas y los tobillos atados a la cama.

—Ve despacio —le advirtió Martha a Meredith, agarrándola un momento del brazo—. Salúdala y a partir de ahí, espera a ver lo que quiere.

Martha la siguió de cerca y se detuvo a un metro de la cama. En ese momento, Patsy volvió la cabeza hacia ella. El fuego que lanzaban sus ojos parecía un efecto especial de una película de Hollywood.

—Vaya, vaya, vaya. Mira quién está aquí —dijo Patsy con una grotesca sonrisa.

—Patsy —dijo Meredith, alargando la mano hacia ella—. ¿Estás... estás bien? Patsy ensanchó su sonrisa.

—Oh, estoy genial. Esta tarde hemos celebrado una fiesta en la piscina. Ayer por la noche vimos una película en la sala de reuniones y mañana vendrá la reina Isabel a tomar el té. ¿Que si estoy bien? ¡0h, Meredith, siempre has sido tan idiota!

El médico dio un paso adelante, pero Martha lo agarró del brazo, indicándole en silencio que no dijera nada, que permaneciera donde estaba.

—Sí, tú siempre has sido la más inteligente, ¿verdad, Patsy? —comentó Meredith.

Hablaba en un tono que a Martha la sorprendió, porque se parecía mucho al que utilizaba ella para tratar a sus pacientes. Imaginó que no habían pasado en balde los cinco largos años que Meredith había estado sometida a terapia.

—Y también has sido siempre la más guapa. Todo el mundo lo decía.

Patsy sonrió como si estuviera a punto de ponerse a ronronear.

—Y todo el mundo tenía razón —se pavoneó, e incluso llegó a guiñarle el ojo a Dave, el vigilante. Entonces, repentinamente, se produjo un nuevo cambio; el buen humor de Patsy fue sustituido por un labio tembloroso e incluso se deslizó una lágrima por su mejilla—. Merry, tienes que ayudarme. Tú eres la única que puede ayudarme.

—Por eso estoy aquí, Patsy. Me han dicho que necesitabas mi ayuda —Meredith miró a Martha, que asintió, y se acercó un poco más a la cama—. Estamos cuidando a Joe y a Teddy, Patsy. Y lo haremos siempre.

—Lo sé. Y te odiaría más si no fueras tan condenadamente buena. Pero eso no es bastante. Nunca voy a salir de aquí, Merry. Esta vez no. Así que tienes que ayudarme. Antes de que pierda completamente la cabeza, antes de que esas condenadas drogas que me obligan a tomar me hagan olvidar. Tienes que encontrar a mi joya, tienes que encontrar a Jewel.

—¿A qué te refieres exactamente, Patsy?

—iJewel! A qué no, a quién. A mi hija, Merry. A la hija qué ese bastardo de Ellis Mayfair me robó. Ese fue mi único error, ¿sabes? —continuó diciendo. La mirada de astucia volvió a sus ojos—. No debería haberlo matado hasta que me hubiera dicho dónde la había llevado. He estado buscándola, Merry. Me he gastado una fortuna buscándola. Está en alguna parte. Lo sé.

—¿Y se llamaba Jewel? —preguntó Meredith, acercándose un poco más y posando la mano en la de su hermana—. Pero eso fue hace mucho tiempo. Si las personas a las que has contratado no han podido encontrarla hasta ahora...

Los nudillos de Patsy palidecieron mientras se agarraba a la mano de su hermana con tanta fuerza que Dave dio un paso adelante, dispuesto a intervenir.

—¡Idiotas! ¡He contratado a unos idiotas! Tú y Joe tenéis muchísimo dinero, Merry. Tú puedes encontrarla. Tienes que encontrarla. Te daré un mes, Merry. Un mes. Si no, la próxima vez los cortes serán más profundos. Y estoy hablando en serio, Merry. Me clavaré el cuchillo hasta el hueso —sonrió—. E iré directamente a la arteria. Sé cómo hacerlo. Ahora lo sé y lo haré. Estos idiotas no podrán detenerme.

Dave aflojó los dedos de Patsy mientras Martha posaba la mano en el hombro de Meredith y la guiaba fuera de la habitación.

—¿Está hablando en serio, Martha? —preguntó mientras bajaban por el ascensor hasta el vestíbulo—. ¿Crees que la próxima vez se suicidara de verdad?

—No importa lo que yo crea o deje de creer, Meredith —le dijo Martha con voz queda—. Lo que importa es lo que tú creas.

Meredith sacudió la cabeza con energía.

—Vamos a encontrarla, Martha. Vamos a encontrar a la hija de Patsy. No sé cómo, pero vamos a encontrarla. ¡Tenemos que hacerlo!