Quince

La lluvia continuaba cayendo en la oscuridad de la noche, obligando al capitán del Pegasus a orientarse únicamente por el compás. Pero a pesar de la lluvia, las aguas del canal permanecían tranquilas, lo que permitió al cocinero del barco obsequiar a Valentine y a Fanny con un sencillo pero delicioso asado de carne con patatas, nabos y zanahorias.

Fanny comió como si llevara toda una semana muriéndose de hambre y a Valentine le encantó ver que había recuperado el apetito. Se había cambiado de ropa y se había puesto el vestido que llevaba en el baile de lady Richmond. La piel aterciopelada de su escote y sus brazos resplandecía a la luz de las velas y esa misma luz transformaba su cabello en una madeja de hilos de plata.

¿Tendría idea de lo exótico de su belleza? ¿De lo deseable que resultaba su boca y de lo devastadores que eran sus ojos? Era alta, delgada, pero con el cuerpo redondeado en los lugares precisos. ¿De verdad pensaba que alguien podría llegar a confundirla con un soldado? Él había sabido que era una mujer en cuanto la había visto y, casi inmediatamente después, había sido víctima de sus encantos.

Cuando ella había comenzado a desafiarlo, había admirado su coraje. Fanny no se dejaba acobardar, se atrevía a enfrentarse a él, a desobedecerlo. A reírse de él y hacerlo reír.

Bebió un sorbo de vino. Sí, era joven. Siglos y siglos más joven que él. Valentine, que había tenido que cargar durante toda su vida con las absurdas expectativas de su padre y con las constantes críticas de éste, había terminado escapándose a la Península, sólo para darse cuenta cuando ya era demasiado tarde de que las heridas que podía infligirle su padre no eran nada comparadas con la brutalidad de la guerra.

Cuando Bonaparte había escapado de Elba, Valentine había dudado a la hora de incorporarse de nuevo a las filas de Wellington. Después de tantos años, estaba cansado de luchar. Cansado de correr riesgos, cansado de los campos de batalla, hastiado de la muerte y de aquella carnicería que parecía no tener fin.

Y allí estaba Fanny, irrumpiendo de pronto en su mundo y volviendo del revés todas sus ideas preconcebidas sobre su capacidad para sentir como cualquier otro ser humano. Completamente inesperada, maravillosamente única, extraordinariamente desafiante. Inmediatamente se había sentido más joven, más vivo y, definitivamente, más interesado en la vida.

Y quería que regresara aquella joven incisiva, impulsiva e incluso burlona. Quería ver de nuevo su fuego, necesitaba sentir su calor.

Su hermano había muerto y ella estaba llorando la pérdida. Eso era comprensible. Pero sabía que había también algo más que la muerte de su hermano. Esperaba encontrar en sus ojos la tristeza, pero no el miedo. Sabía que no era a él a quien temía. Y que tenía miedo de volver a casa, miedo de reencontrarse con su familia.

¿Pero por qué?

Fanny dejó por fin el tenedor en el plato y sonrió a Valentine.

Lo siento. No sabía que estaba tan hambrienta —miró un par de platos con sendas tapaderas de plata, que estaban todavía sobre la bandeja en la que les habían llevado la cena—. ¿Qué se supone que hay debajo?

No lo sé. Llamaré para pedir que retiren estos platos y nos serviremos, ¿de acuerdo?

Fanny elevó los ojos al cielo. Poco a poco, volvía a aparecer la antigua Fanny.

Qué tontería, Brede. No estamos a más de tres pasos de la bandeja —se levantó, recogió el plato vacío de Valentine y el suyo y los llevó a la bandeja. Regresó con los otros platos descubiertos, en los que había unos trozos de melocotón cubiertos de azúcar caramelizada—. ¿Sabes que Lucie llama a Frances cuando quiere que le coloquen bien los cojines en los que está apoyada? Lo encuentro ridículo.

Valentine la miró divertido.

Y estoy seguro de que se lo has dicho.

Fanny se sentó y levantó la cuchara después de ayudarse con el dedo para colocar un trozo de melocotón. Se metió el pedazo de fruta a la boca y se lamió después el dedo.

Cree que soy una bárbara. Además, piensa que realiza una gran labor al ofrecerle trabajo a personas que, de otra forma, estarían muertas de hambre. Pero yo creo que lo que le pasa es que es una perezosa.

Y supongo que eso también se lo has dicho.

Fanny sonrió. Aquélla era su primera sonrisa auténtica en mucho tiempo.

Sí, creo que sí. Ahora que es mi cuñada, no creo que tenga muchas ganas de pasar mucho tiempo conmigo. Pero la verdad es que a mí me gusta.

A la mayoría de la gente le gusta. El ogro soy yo, ¿recuerdas?

Fanny lo miró por encima de la mesa, observando su atuendo formal y su pelo peinado hacia atrás. Se dio cuenta entonces de que echaba de menos su abrigo gris, la camisa abierta, el puro en la comisura de los labios y aquel pelo largo que caía a ambos lados de su rostro; aquel aspecto de niño malo encantado de su propio desaliño.

No eres ningún ogro. Por lo menos habitualmente —se corrigió—. Sólo eres… un hombre impresionante, eso es todo. Mírate ahora, todo almidonado y arrogante. Vaya, pero si debería estar temblando por el mero hecho de estar a solas contigo. Pero te he visto de otras maneras, ¿recuerdas?

Valentine se removió incómodo en la silla. Era una sensación extraña aquélla de sentirse incómodo en su propia piel. Pero era así como se sentía. Fanny tenía ese poder sobre él.

¿Alguna vez has visto que no fuera arrogante? ¿Y puede saberse cuándo?

Fanny alzó un dedo mientras masticaba el melocotón.

El día que me llevaste a casa de Lucie. Como yo no tenía sombrero, tú tampoco te cubriste la cabeza. Fue un gesto muy amable.

La amabilidad, querida, no tuvo nada que ver con eso —respondió Valentine, más relajado—. Estaba intentando dejarle claro a todo el mundo que reírse de ti sería insultarme también a mí y te aseguro que no hay muchos que se atrevan a hacerlo. De hecho, aunque no pude quedarme en la ciudad el tiempo suficiente como para satisfacer mi curiosidad, supongo que hubo por lo menos media docena de jóvenes que después de nuestra aparición también se atrevieron a prescindir de los sombreros, así que ¿no te parece un gesto bastante arrogante?

Fanny se echó a reír.

Morgan ya me había dicho que la alta sociedad londinense es bastante estúpida, y si el tiempo que pasé en casa de Lucie no hubiera sido suficiente para convencerme, acabas de demostrarme que mi hermana tenía toda la razón. ¿Te vas a comer el melocotón? Porque si no lo quieres…

Valentine le pasó el plato por encima de la mesa.

Toma. Te dejaré que lo disfrutes mientras salgo a fumarme un puro bajo la lluvia.

No tienes por qué hacer eso, Brede. Me gusta el olor del tabaco. Incluso en una ocasión le di a uno una calada, pero tengo que reconocer que una cosa es el olor y otra muy distinta los efectos del tabaco. Tuve que estar tumbada en la cama durante horas, hasta que la habitación dejó de dar vueltas. Y Rian no dejaba de amenazarme con ponerse a dar saltos en el colchón hasta hacerme vomitar y… Oh.

El fantasma de Rian, ausente durante la velada, acababa de regresar.

Fanny, ¿estás bien?

Ella dejó la cuchara en la mesa y tomó aire.

Yo… Supongo que a partir de ahora esto será así, ¿verdad? Soy capaz de olvidar durante una hora más o menos, pero después vuelvo a recordarlo todo otra vez. Y no sé qué es peor, si el hecho de ser capaz de olvidar o volver a recordar —alzó la mirada hacia Valentine, que acababa de levantarse—. ¿Cómo puede vivir la gente con esto?

El dolor va desvaneciéndose poco a poco. De otro modo, nadie podría seguir viviendo. Déjame llamar a los sirvientes para que despejen la mesa y después te dejaré un rato a solas mientras yo voy a ver a los caballos y a fumarme un cigarro. No quiero fumar aquí dentro, por el peligro de que pueda haber un incendio. Supongo que lo comprendes.

No —replicó Fanny, levantándose rápidamente. No era capaz de quedarse a solas ni siquiera un momento—. Espera, por favor. Saldré contigo. Me gustaría tomar aire.

Fanny, todavía está lloviendo.

Lo sé —contestó, dirigiéndose a la habitación anexa para recoger su capa—. Pero no te preocupes, no me voy a deshacer con el agua.

Volvió al salón principal con la capa sobre los hombros y Valentine se acercó a ella para ponerle la capucha.

No podemos dejar que el vendaje se humedezca.

Supongo que no, aunque, si quieres saber la verdad, preferiría quitármelo. Odette siempre dice que las mejores medicinas son el jabón, el agua y el aire fresco.

¿Odette? ¿Y quién es Odette?

Fanny se ató la capa antes de contestar. Había pensado en diferentes formas de abordar el tema de Becket Hall, pero no había considerado la posibilidad de hacerlo a partir de la figura de Odette. Sin embargo, una vez abierta aquella puerta, no podía dejar de aprovechar la oportunidad.

Odette es una sacerdotisa vudú que mi padre se trajo a vivir con nosotros cuando nos trasladamos a Becket Hall. Una verdadera sacerdotisa vudú. Si te enfadas con ella, te arriesgas a pasarte el resto de tus días croando como un sapo.

Entonces estoy advertido —respondió Valentine divertido mientras se ponía su viejo capote gris y sacaba de uno de los bolsillos un gorro de lana que se plantó en la cabeza—. Has dicho que tu padre se la llevó a vivir con vosotros. Entonces ¿no siempre habéis vivido en Inglaterra?

Fanny todavía estaba pensando en Odette y preguntándose qué diría aquella mujer si supiera de sus temores. A lo mejor habría dicho que Fanny tenía el don de ver el futuro y que sus miedos sólo eran una premonición del desastre. O que las pesadillas eran una señal de que estaba recibiendo el influjo de los malos espíritus. O a lo mejor sólo le decía que era una niña tonta y egoísta…

¿Cómo? Oh, no, no siempre hemos vivido en Becket Hall. Y tengo que decir, Brede, que no creo que vayas a inaugurar ninguna moda en Londres de esa guisa —añadió alegremente mientras él abría la puerta que conducía a las escaleras para subir a cubierta.

Pasó por delante de su marido y sintió el olor de la brisa marina. La lluvia ya no era más que una ligera llovizna; Fanny alzó el rostro hacia ella un instante, como le gustaba hacer mientras paseaba por la playa bajo la lluvia. Rian y ella volvían a la casa empapados, su padre les decía siempre que parecían ratas mojadas y Rian… No. No podía permitirse pensar en eso en aquel momento. Había comenzado a darle una explicación a Valentine y tenía que terminarla. Y el hecho de que tanto su rostro como el de Brede estuvieran en aquel momento envueltos en las sombras era una bendición.

Se acercó en primer lugar al pequeño recinto cercado en el que habían encerrado a los caballos y Valentine permaneció tras ella.

El pequeño balanceo de las olas los tranquiliza —dijo mientras acercaba una cerilla a su puro—. Aunque en cuanto desembarquemos en Hastings estarán encantados.

¿Iremos a caballo hasta Brede Manor? —preguntó Fanny mientras se acercaban a la barandilla de cubierta.

Si tú quieres, desde luego.

Fanny frunció el ceño. Su impredecible humor, volvió a cambiar repentinamente.

No puedo hacer eso. Tendría que ponerme el uniforme otra vez y… no puedo hacerlo, no. Nunca jamás.

Valentine intentó tranquilizarla.

Buscaremos una silla de amazona en Hastings. He tenido un carruaje esperándome allí durante todos estos meses, pero para Shadow es preferible ir galopando hasta casa que ir atado detrás del carruaje.

Gracias, Brede, yo también tengo ganas de montar —dio media vuelta y apoyó la cadera contra la barandilla—. Brede, hay algo que necesito decirte.

Sí, la verdad es que me lo imaginaba —respondió Brede, colocándose a su lado—. Es sobre tu familia, ¿verdad?

Fanny asintió y comenzó a hablar de nuevo de Odette.

Papá trajo a Odette con nosotros desde las islas. Desde nuestra propia isla, en realidad, muy cerca de Haití.

Valentine permaneció en silencio durante el cuarto de hora siguiente, mientras Fanny le contaba su vida en la isla tal como Geoffrey Baskin, su familia y su tripulación la habían conocido. Hablaba a toda velocidad, pero no dejó un solo detalle sin explicar. Le contó que Geoffrey la había adoptado a ella y a cinco niños más y se los había llevado a vivir a la isla.

Geoffrey se había casado después con Isabella, que había concebido a su único hijo biológico, una niña.

Le explicó cómo Geoffrey Baskin y su socio, Edmund Beales, habían llegado a tener un gran éxito como navegantes. Geoffrey capitaneaba el Fantasma Negro y, con el tiempo, su hijo Chance y su amigo Jacko habían capitaneado también un barco, el Fantasma Plateado. Edmund, por su parte, tenía sus propios barcos.

Y le habló también de la crueldad con la que Edmund había traicionado a Geoffrey cuando este último había anunciado que quería abandonar la vida en las islas.

Había sido entonces cuando se había sumado a la familia a la última Baskin, el mismo día que Edmund había atracado en la isla y había matado a Isabella y a cuanto hombre, mujer o niño no había sido suficientemente rápido como para escapar del terror que aquel monstruo había decidido sembrar.

Geoffrey había conseguido sobrevivir a la terrible traición porque estaba en aquel momento navegando; cuando sus barcos habían llegado a la isla se había encontrado con la escalofriante devastación que había dejado Beales tras él.

Fanny le explicó cómo había reunido su padre a los supervivientes, había cruzado con ellos el Atlántico y los había llevado a la mansión que tiempo atrás había mandado construir para su esposa. Una vez allí, habían dado la espalda al mar y a la vida que hasta entonces llevaban para poder protegerse, ponerse a salvo; para curar las heridas del alma y del cuerpo.

Le contó que había sido entonces cuando todos habían adoptado el apellido Becket y habían empezado a soñar con una vida tranquila. Pero unos años mas tarde, se habían visto obligados a ayudar a los habitantes locales, cuando el pequeño contrabando empezó a peligrar por la parición de un grupo de hombres violentos que se hacían llamar la Banda de Los hombres de Rojo.

Su hermano Courtland y los demás se dedicaban desde entonces a proteger a los contrabandistas locales, y, terminó explicándole, su amigo Jack había jugado un papel muy importante a la hora de desenmascara a los jefes de la banda. De hecho, habían terminado descubriendo que en realidad aquellos hombres trabajaban nada más y nada menos que para Edmund Beales, al que durante mucho tiempo habían dado por muerto.

Justo hacía un año, se habían enterado de que Edmund Beales era en realidad mucho más que un contrabandista. A lo que espiraba era a controlar el futuro de países enteros y eso le había llevado a abrazar la causa de Napoleón Bonaparte.

Ya ves. Beales utilizaba a sus hombres para enviar oro a Francia y, de esa forma congraciarse con Bonaparte —explicó Fanny a Valentine mientras éste permanecía en silencio, reconociendo para sí que Fanny Becket era mucho más que una mujer hermosa—. Por supuesto, todo terminó cuando fue descubierto el juego que estaban llevando a cabo sus hombres, pero, después de aquello, también nosotros hemos quedado expuestos. Beales podría regresar y encontrarnos. Y ahora mismo ya no tenemos a donde ir, aunque mi padre haya ordenado construir otro barco por si acaso fuera necesario marcharnos.

Valentine tiró al mar el resto del puro. Su mente corría a toda velocidad, aunque, como soldado, estaba acostumbrado no sólo a analizar cada palabra, sino a diseccionar cada hecho y a organizar sus dudas. Empezó con la pregunta que más le afectaba personalmente.

¿Es posible que volváis a las islas? Porque en ese caso, a lo mejor no vuelvo a verte nunca más.

No, nunca volveremos, de eso estoy segura. ¿Sabes?, en realidad apenas recuerdo lo que ocurrió aquel último día. La mayor parte de lo que creo recordar son cosas que me han contado. Siempre he sabido que fue Rian el que me salvó, el que me mantuvo a salvo. Y cuando se alistó en el ejército, comencé a soñar con ese día, a tener pesadillas…

Valentine le tomó las manos.

Chist, tranquila, cariño. Estás temblando. Si te sientes incómoda, no hace falta que sigas hablando. Con lo que me has contado ya tengo más que suficiente.

Pero Fanny sacudió violentamente la cabeza.

No, tengo que contarte todo esto, Brede. Tengo que contarte lo que recuerdo y lo que veía en mi pesadilla. En ella aparecía Rian corriendo conmigo en brazos. Yo sentía cómo me tapaba la boca con la mano mientras me escondía en una cueva, para evitar que gritara y descubriera mi escondite. Recuerdo que le mordía y él sangraba… Y Rian todavía tiene una cicatriz en la mano. Y después… después le veía correr conmigo hacia el barco en el que nos sacó mi padre. Recuerdo incluso el vestido que llevaba aquel día…

Se volvió y alzó la mirada hacia el rostro de Valentine.

Hasta puedo saborear aquellos recuerdos, Brede. Puedo saborear la sangre de Rian. El día que estaba al lado del duque de Wellington, lo único que oía y veía era lo que había pasado tantos años atrás en la isla. Era horroroso y yo estaba terriblemente asustada. Me escondí detrás de un árbol y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar.

¿Cuántos años tenías cuando atacaron la isla, Fanny? —preguntó Valentine, intentando asimilar todo lo que le estaba contando.

Tres, creo. Ésa fue la edad que mi padre y Odette decidieron que tenía cuando llegamos a la isla. Rian parecía tener unos nueve. Desde entonces, compartimos el mismo día de cumpleaños, que en realidad no es sino la conmemoración del día que nos encontraron. Y ahora que tendré que celebrarlo sola, no sé cómo voy a poder enfrentarme a ello.

Tomó aire y continúo con su explicación.

Rian se quedó conmigo en el barco. Me dijo que no me separara de él ni por un instante, ni de día ni de noche. Yo le he seguido siempre con un cachorro fiel, y cuando estoy a su lado… cuando estaba a su lado, siempre me sentía segura.

Así que te salvó y cuidó de ti —dijo Valentine, asintiendo.

Estaba comenzando a comprenderla. Fanny y Rian habían compartido un vínculo muy especial desde que eran niños. Cualquier otra pregunta tendría que esperar hasta que viera a Jack y éste pudiera darle más detalles sobre Edmund Beales y sus planes.

Sí, cuidó de mí. Yo era suya y él era mío. Y ahora no está —cerró los ojos con fuerza—. Supongo que es una tontería. No, no lo supongo, sé que es una tontería. Ahora soy una mujer adulta, no una niña, y las pesadillas sólo son pesadillas. Pero Edmund Beales está ahí fuera, en alguna parte, y a pesar de que sé que mi padre y los demás me protegerán, ya no me siento a salvo.

Valentine dio un paso hacia ella y la envolvió delicadamente en sus brazos.

Conmigo estarás a salvo, Fanny, te lo prometo. Conmigo siempre estarás a salvo.

Fanny contuvo un sollozo, se abrazó con fuerza a él y cerró los ojos, sintiendo su fuerza y ansiando su protección.