CAPÍTULO X

El rubio Jensen se limpió el sudor de la cara con un pañuelo mientras observaba atentamente el cuerpo inmóvil de Lou Merrill.

Mahoney fumaba un cigarrillo apoyado en la pared. También parecía cansado y su respiración era agitada.

Jensen dijo:

—No he conocido en mi vida un tipo tan cabezota como éste.

—Se dejará matar antes de decir una palabra.

—Peor para él.

—Ya no podrá aguantar mucho. Está en las últimas.

Merrill se empezó a mover sacudiendo la cabeza de un lado a otro. La sangre le resbalaba por un corte que tenía en la ceja. Sentía los labios hinchados. Era como si en su cabeza se hubiese metido un enano loco que con un martillo le estuviese golpeando la bóveda craneana. A través de una nube blanca observó la cara sonriente de Jensen, dirigiéndose a él:

—Está bien, teniente. Ya descansaste un par de minutos. Ahora volveremos a empezar.

Lou decidió que no lo soportaría otra vez. Si aquellos tipos le ponían las manos encima, allá acabaría su historia.

—Hablaré —se oyó decir.

Ninguno de los dos matones esperaba aquella respuesta.

Mahoney se apartó de la pared quitándose el cigarrillo de los labios.

—¿Has oído lo mismo que yo, Jensen?

—Sí, muchacho. Lo he oído. Ha dicho que hablará.

—Bueno, bueno, bueno —repitió Mahoney sonriendo—. Después de todo, el flamante teniente está hecho del mismo barro que los demás.

Lou se irguió unas pulgadas y logró apoyar la cabeza en la pared.

—Quiero beber un poco de agua.

Jensen hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, muchacho. No habrá agua hasta que tengamos lo que queremos. Tú a mí no me la pegas. ¿Dónde está lo que te dio Andro?

Merrill no vaciló en decirlo porque ya lo tenía pensado.

—Muelle veintisiete.

El muelle veintisiete había sido abandonado un año atrás. Por allí sólo pululaban ahora las raías y algunos vagabundos. El Ayuntamiento había votado la destrucción de los tinglados pero no se daban mucha prisa en llevar a cabo la tarea y, si se demoraban un poco más de tiempo, el muelle veintisiete se derrumbaría solo.

Mahoney sacudió la cabeza.

—¿En qué lugar del muelle veintisiete?

—He de ir con vosotros.

—¿Por qué? No tienes que molestarte. Dinos dónde está la mercancía y uno de nosotros irá a recogerla.

—No la encontraréis nunca. Es un microfilm y lo metí en una grieta.

—Está bien —decidió Mahoney—. Te llevaremos con nosotros. —Y dirigiéndose a Jensen—: Llégate arriba y díselo a Kelly.

Jensen titubeó unos instantes pero por último echó a andar y subió por la escalera.

Merrill se dijo que era una lástima que tuviese las manos y los pies trabados. De haber estado libre, a pesar de su inferioridad física, habría dado cuenta de Mahoney. Pero los alambres seguían cortando su carne al menor movimiento.

Mahoney continuó fumando el cigarrillo.

Kelly bajó por la escalera seguido de Jensen y Damont. Se detuvo frente a Lou.

—Me han dicho que has confesado.

—Sí.

—Es una trampa, ¿verdad, teniente? Quieres demorar tu final.

—¿Qué iba a ganar con ello? Me he dado cuenta de que de todas formas vosotros acabaréis conmigo. Supongo que después de tener lo que buscáis me haréis el favor de pegarme un tiro.

Kelly soltó una risita.

—Sí, es posible que lo hagamos —se volvió hacia sus hombres—: De acuerdo, muchachos. Iréis los tres con él.

Merrill dijo:

—Quitadme los alambres.

—No, muchacho —contestó Kelly—. Vas a seguir así.

—No tengo armas y estoy agotado. ¿Qué peligro puedo ser para ellos tres? Mis muñecas son una llaga y continuamente están rozando con el alambre.

—Lo podrás resistir, teniente. Vamos, muchachos, ponerlo en pie de una vez. Jensen y Damont incorporaron a Merrill, pero, cuando lo dejaron libre el ex policía estuvo a punto de caer.

Kelly lo miró y dijo:

—Sólo le quitaréis los alambres de los tobillos, porque de lo contrario no podrá andar, pero vigiladlo bien.

Fue Damont quien se agachó a los pies de Lou para quitarle los alambres pero antes de ello cogió los dos extremos del metal y apretó con todas sus fuerzas. Merrill hizo rechinar los dientes bajo la impresión de que sus huesos iban a restallar de un momento a otro. Luego la presión lacerante se suavizó y por último Damont le quitó el alambre y se alzó mirándolo a los ojos.

—¿Te ocurre algo, teniente? Perdona si te he hecho daño, siempre he sido muy torpe.

Merrill sintió la tentación de con la cabeza golpearle en la cara, pero en última instancia decidió que ahora debía estarse quieto. Se le presentaba la oportunidad de recuperar energías hasta que llegasen al muelle veintisiete. Naturalmente, no serviría para nada pero siempre sería mejor que llegar allá inconsciente.

Kelly advirtió:

—No quitarle ojo de encima. Este tipo se las sabe todas.

Jensen hizo una mueca.

—Me gustaría que intentase algo. Palabra que me gustaría.

Mahoney abrió una puerta que había al fondo.

—Vamos, muchachos. Se está haciendo demasiado tarde y no me gusta trasnochar.

Damont cogió a Merrill por el brazo y lo empujó hacia la salida.

Lou dio un traspiés y se derrumbó de bruces en el suelo.

Oyó la risa de los gangsters mientras se incorporaba trabajosamente.

Lamentóse Damont:

—Le pegasteis demasiado fuerte. ¿Qué es lo que habéis dejado para mí?

Los otros dos rieron mientras Lou caminaba hacia donde estaba Mahoney.

Cruzaron un corredor que una bombilla iluminaba en su parte central. Luego subieron por una escalera. Finalmente Mahoney abrió una puerta.

Salieron a un callejón muy obscuro. Merrill vio brillar la carrocería de un coche. Le hicieron ocupar el asiento trasero y Jensen y Damont se colocaron a su lado, encargándose Mahoney del volante.

Seguidamente, iniciaron el viaje.

Merrill apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos haciendo esfuerzos por recordar todo lo que quedaba en el muelle veintisiete.

Llegaron allá en media hora y Mahoney frenó el coche.

—¿Dónde es, Merrill?

—En la choza que hay unos doscientos metros más adelante.

Mahoney hizo avanzar de nuevo el «sedán». De vez en cuando el vehículo pegaba un salto porque en el suelo había pequeños cráteres.

Por último los faros iluminaron la cabaña a que Merrill se había referido. Estaba delante de un gran, cobertizo en cuyo techo se veían muchos claros.

Mahoney frenó y saltó fuera. Merrill se preparó para embestir a Jensen cuando éste descendiese, pero Damont le apoyó el cañón de la pistola en la espalda.

—¿Te encuentras mejor, teniente?

Lou soltó una maldición para sus adentros y saltó fuera tras de Jensen.

Mahoney tenía una linterna sorda en la mano e hizo una señal con ella para que todos avanzasen en su seguimiento.

La choza conservaba la puerta en su lugar y estaba cerrada.

Mahoney le descargó un patadón y la hoja crujió saltando la cerradura.

Al instante algo corrió por el centro, una rata que escapó por un agujero.

Mahoney esparció el haz de luz de su linterna por la estancia y luego volvió la cara hacia Merrill.

—¿Dónde está, teniente?

—En la tercera grieta que hay en el suelo a contar desde el rincón de la izquierda.

Mahoney fue allá y alumbró el lugar que el policía le había indicado.

Lou inspiró profundamente. De un momento a otro descubrirían la superchería y entonces habría llegado su última hora. Estaba seguro que no le darían otra ocasión para engañarlos. Pensó que al menos podría partir el cuello de alguien y eligió a Jensen porque él era uno de los hombres que había asesinado a Andro Norse.

Preparábase para saltar sobre éste cuando oyó la voz de Mahoney:

—El agujero es muy grande. Lo dejaste caer abajo, ¿eh, teniente?

—Naturalmente, eso es lo que hice.

—Ven acá, Jensen, y alúmbrame con la linterna.

—¿Es que no puedes hacerlo solo?

—He de agrandar el agujero y meter el brazo. Creo que será suficiente para llegar al fondo.

—Pero ¿ves algo?

—Sí, ahí veo una lata de conservas.

Merrill dijo rápidamente:

—Dentro de ella está el microfilm.

Jensen emitió un gruñido.

—Eres un tipo muy guardador, teniente.

Mahoney rezongó:

—¿Vas a venir de una vez, Jensen?

Jensen, el rubio, jugueteó con la pistola mientras observaba fijamente el rostro de Lou. Finalmente echó a andar hacia donde se encontraba Mahoney. Éste le entregó la linterna y luego se puso de rodillas en el suelo.

Damont se apartó de Merrill yendo a detenerse junto a la pared.

Mahoney tiró de un listón haciéndolo crujir.

—¡Maldita sea! —exclamó—. Me he arañado.

Jensen soltó una risita.

—No te desangrarás. Anda, continúa. Tengo ganas de marcharme de aquí.

Mahoney se envolvió la diestra con el pañuelo mientras soltaba una retahíla de imprecaciones. Cogió otro listón y empezó a tirar de él haciendo un gran esfuerzo.

—No puedo. Está demasiado duro.

—Lo que te pasa a ti es que gastaste todas tus energías con el teniente —dijo Jensen.

—Entre los dos lo haremos mejor.

Jensen volvió la cabeza mirando a Damont y a Lou, quien había hundido la cabeza en el pecho, como si estuviese deshecho.

Luego apoyó la linterna sobre el alféizar de una ventana que estaba detrás, colocándola en forma que alumbrase el agujero donde Mahoney estaba trabajando. Dejó la pistola al lado.

Se puso en cuclillas y atrapó la madera que su compañero sostenía.

Lou se dijo que éste era el momento.

Saltó sobre Damont golpeándolo con las dos manos trabadas en la zurda.

Damont soltó un grito mientras dejaba caer el arma.

Merrill ejecutó el segundo movimiento. Proyectó su pie derecho contra el vientre de Damont. El matón lanzó otro aullido y se desplomó.

Jensen y Mahoney habían vuelto la cabeza al primer grito de Damont. El rubio lanzó una maldición dejando libre la madera que sujetaba. Ésta salió lanzada como una ballesta aprisionando la mano de Mahoney, quien chilló dejándose caer en el suelo para que su brazo no se partiese.

Jensen levantóse de un salto y corrió hacia donde había dejado la pistola junto a la linterna. Merrill no se entretuvo en buscar el arma que había abandonado Damont porque aquella zona estaba sumida en la oscuridad y Jensen se estaba dando mucha prisa.

Echó a correr cuando el rubio se volvía con la pistola en la mano y lanzóse sobre él.

Pensó que no llegaría a tiempo de evitar el disparo.

Pero se equivocó. Su cuerpo golpeó contra el de Jensen y ambos se vinieron abajo.

Lou se había agotado. Aquella pelea no podía durar o Jensen acabaría con él.

La suerte estuvo de su lado porque logró quedar encima. Jensen empezó a volver la pistola, pero entonces Lou le descargó en el rostro las dos manos.

Mahoney seguía aullando mientras tironeaba del brazo para sacarlo del cepo y al fin lo consiguió.

Lou cogió la pistola de Jensen y apuntó con ella a Mahoney.

—No intentes nada, Mahoney, o te baleo sin compasión.

Mahoney se asió el brazo aprisionado.

—Maldito sea, teniente. Nos la ha jugado bien.

—Acércate, Mahoney. Has de quitarme los alambres. El cañón de la pistola te estará apuntando al estómago y al menor movimiento te juro que apretaré el gatillo… Vamos, date prisa.

Mahoney se arrastró sobre las rodillas deteniéndose junto a Merrill.

—No puedo librarle del alambre, teniente. Tengo el brazo partido.

—No, Mahoney. No tienes el brazo partido, yo lo sé. Empieza a hacer tu trabajo antes de que me ponga nervioso… Si veo que Jensen y Damont recobran el conocimiento, habrá llegado tu último segundo. Dispararé sobre ti si no estoy libre.

Mahoney parpadeó observando a sus compañeros. De pronto sintió miedo y sus dedos se movieron con mucha rapidez.

Lou separó al fin las muñecas cuando el alambre quedó en el suelo pero entonces Mahoney se arrojó sobre él.

La pistola se disparó, no porque Merrill hubiese tenido la intención de hacerlo, sino porque el peso del gángster hizo presión sobre su mano.

Mahoney se derrumbó y miróse el agujero que había aparecido en su pecho. Fue a decir algo pero le sobrevino un golpe de tos y su boca se manchó de sangre. Emitió un extraño ronquido y rodó por el suelo hasta que finalmente quedó inmóvil.

Lou no se entretuvo mucho tiempo. Cogió el alambre que le había estado aprisionando y trabó las muñecas de Jensen. Mientras, el rubio volvió en sí y sus ojos llamearon cargados de furia al ver lo que estaba ocurriendo.

—¿Y Mahoney?

—Ha pasado a mejor vida, pero no te preocupes. Tú también llevarás lo tuyo.

Damont empezó a incorporarse y Lou le apuntó con la pistola.

—Será mejor que te portes como un buen chico, Damont.

Éste se masajeo, el vientre.

—Me ha roto las tripas, teniente. Debo ir a un hospital o me moriré.

—Si las tuvieses rotas, ya te habrías muerto; pero estoy de acuerdo en llevarte al hospital… Después que haya zanjado cuentas con ciertas personas.