Capítulo IV

DOS horas después, el sheriff Ryan se echó atrás en la silla y miró a Rex Larson.

—Los dos tipos eran Bev Forsyte y Nick Moibert. Dos puntos acabados de llegar de Smouk Creek. Lamento lo sucedido, Larson.

Rex se reclinó en su asiento.

Se llevó una mano a la boca para apartarse el cigarrillo y dejó escapar una bocanada de humo.

—Por lo menos se han aclarado muchas cosas sheriff.

—¿Usted cree? Larson asintió.

—Está claro que hay algunos que no ven con buenos ojos el trabajo en la calle Mayor.

Prefieren el polvo.

El sheriff arrugó el entrecejo.

—No hace falta que se haga el irónico, Larson —dijo—. La verdad es que en el buzón del Ayuntamiento se han recogido tres cartas anónimas rogando que se suspendan los trabajos por considerarlos peligrosos. Ya ve lo que pudo ocurrir con esa locomotora loca.

—Tres cartas anónimas —repitió Rex.

—Es un sistema muy democrático que tenemos de hacer las cosas en Smouk Creek. Un vecino no encuentra bien una cosa y la dice por carta sin que nadie sepa quién es. Así puede exponer sus ideas sin que se le tome ojeriza.

—Incluso si paga a pistoleros antes de presentar la queja. El sheriff dio una chupada a su cigarrillo.

—Esa es una buena observación, Larson.

—Dígame, sheriff. ¿Qué tuvo que ver el loco Percy? El representante de la ley se movió, inquieto.

—Acudió a la apisonadora cuando esa pareja ya estaba trasteando con las palancas.

¿Vio aquella extraña mancha en la calle? Era algo así como aceite y Leo creyó que allí había resbalado «Irene».

—Lo vi, sheriff.

Ryan respiró con fuerza.

—El manchón del suelo era Percy. Hubo un silencio en la oficina.

Rex sirvióse otro vaso de la botella del sheriff y lo apuró de un trago. El sheriff miró un momento al techo y después a Larson.

—La apisonadora no tiene la culpa de nada, Larson. Pero vaya doblando los dedos a medida que cuenta. En un día cinco muertos. Tres forajidos, Percy y Dennison.

—¿Qué tenía que ver Dennison con la apisonadora? Ryan se rascó la barbilla.

—Verá, Larson. En las indagaciones acerca de la muerte de Dennison encontré a un ranchero amigo suyo que habló con él acerca de las quejas que tenía quedarme. Se referían a la trepidación del aparato aplastador. Decía que le parecía surgir del suelo y que no lo dejaba descansar.

Larson asintió en silencio.

Ryan continuó:

—Como ve, nadie tiene la culpa de nada. Pero en torno a la apisonadora ha habido cinco muertos. Gracias a su habilidad no han ocurrido más desgracias. No obstante, los sucesos afectan a ciertas personas sensibles. Tal vez a las que al principio pidieron la apisonadora llevadas de un deseo de mejora en Smouk Creek. No sé por qué pero ahora que se ha perdido la apisonadora, será difícil que se reanuden los trabajos. Apuesto a que el próximo acuerdo del Ayuntamiento pide a la Compañía de Caminos que cese las obras.

—Lo veo venir yo también.

El sheriff lo apuntó con la brasa del cigarrillo.

—Usted se ha comportado como los buenos, Larson. No tiene por qué apurarse. Lo enviaré a otro sitio y en paz.

—Sí. Aunque es posible que el ingeniero dé un informe poco favorable de nosotros y nos veamos en la calle. Gracias a que se ha retrasado.

La puerta de la comisaría se abrió y en el hueco apareció el viejo Leo.

—Oye, Rex. El ingeniero acaba de llegar. Está en el hotel. Larson entornó los párpados.

—¿Lo has puesto al corriente, Leo?

El anciano tenía un brillo especial en los ojos.

—Se lo he explicado con todo lujo de detalles. Ahora está tocando palmas y bailando de contento.

—Comprendo. Nos va a dar la factura.

—Sería mejor que hablaras con él… antes de que venga aquí con un revólver.

Habitación número doce.

Larson resolló poniéndose en pie:

—Hasta luego, sheriff.

—Mucha suerte, Larson.

En la calle, el viejo silbó distraídamente. Rex lo atrapó por la manga.

El viejo se desprendió sonriendo traviesamente.

Larson se le quedó mirando con el entrecejo fruncido, convencido de que se cocía alguna novedad, pero el viejo comenzó a retroceder a saltos para ponerse lejos de sus manos.

Rex atravesó la calle y se introdujo en el hotel Continent.

Fue directamente a la habitación número doce y golpeó con los nudillos. Una voz de mujer le autorizó la entrada.

Larson frunció el entrecejo.

—Perdone, me he equivocado.

La puerta se abrió en aquel momento y una mujer de extraordinaria belleza se enmarcó en el hueco.

—No se ha equivocado —dijo la hembra Larson ladeó la cabeza y se hizo cargo de ella.

La mujer tendría veintitrés años y había alcanzado la plenitud física. Era morena de cabello brillante que enmarcaba un rostro de óvalo perfecto. Sus ojos eran muy grandes, almendrados, y tenía la boca de labios semigruesos.

Ella apoyó las manos en la cintura y se sometió a la observación con el entrecejo ligeramente fruncido,

Larson echó una ojeada al interior y se convenció de que estaba sola. Ella pareció adivinarle el pensamiento.

—No hay ningún hombre, señor Larson.

—¿Y el señor Martin? No le va a gustar si me encuentra aquí con usted. Debe ser celoso.

La mujer apretó con fuerza los labios,

—¿Qué es lo que se ha figurado? Yo soy la señorita Martin.

—Su hija.

Ella abrió la puerta de par en par y recalcó las palabras:

—Soy Eva Martin. El ingeniero de la Compañía de Caminos.

—Déjeme que medite sobre eso.

—¿Quiere pasar de una vez, señor Larson? Debí pensar que Leo Mitchell también pondría en práctica la estúpida broma del equívoco. No es la primera vez que me ocurre.

Larson entró siguiendo a Eva Martin.

La mujer tenía una cintura muy estrecha, caderas amplias, de la misma medida que su espalda, y unas piernas muy largas y bien formadas.

—Siéntese, señor Larson —dijo ella, tomando asiento detrás de una mesa llena de papeles acabados de desparramar.

Rex se dejó caer en un desvencijado sillón que debía formar parte de la venganza de Leo contra el ingeniero. El hotel era el peor de Smouk Creek.

La señorita Martin fijó sus hermosos ojos en Larson.

—¿Qué ha ocurrido, señor Larson?

—Leo no me dijo que era una mujer. En cambio me habló de que le puso al corriente de todo.

—Usted sabe demasiado lo que quiero decir, Larson.

—Palabra que no.

Eva entornó sus largas pestañas negras.

—Esa apisonadora no debió quedar sin vigilancia, Larson. Ahora tendremos que abandonar los trabajos por la pérdida que supone traer otro aparato a Smouk Creek.

—Creo que nos van a echar del pueblo, señorita Martin. La gente se ha alborotado mucho con los incidentes. Nadie va a llorar,

El ingeniero de la Compañía de Caminos observó a Rex Larson con fijeza.

—Bien, Larson. Creo que tendré que decirle que este fracaso representa el mío propio. Ustedes estaban realizando un trabajo del que soy responsable. El Ayuntamiento de Smouk Creek no pagará las reparaciones del camino y por añadidura hemos perdido una apisonadora.

Larson se frotó el mentón sin quitarle el ojo a la bella. Por fin respiró lentamente y dijo:

—Bien, tengo que darle una buena noticia respecto a la apisonadora. Vamos a sacarla del agujero lleno de agua.

—¿Qué pretende con esa fantasía, señora Larson?

El joven sacudió la cabeza.

—No es ninguna quimera, señorita Martin. Quise llevarlo en silencio para darle una sorpresa al viejo Leo. Pero después de que ocurrió lo del hundimiento del aparato, ordené a un par de hombres que perforaran la alberca por un costado del terraplén. Por fortuna la operación se ha llevado a cabo en menos de dos horas y el lugar está seco. Sólo tenemos que desmontar la apisonadora y dejar caer las piezas aprovechando el declive. Allí mismo la armaremos de la misma manera que hicimos cuando se recibió por el ferrocarril.

La señorita Martin lo miró con sus profundos ojos negros.

—Me gustaría saber si me está diciendo la verdad o trata de suavizar la situación.

—Le aseguro que es cierto. He estudiado todos los detalles y he llegado a la conclusión de que puedo poner en pie esa vieja apisonadora. La dejaremos montada fuera del agua en un plazo de pocas horas.

—Espero que no trate de engañarme. Larson ladeó la cabeza.

—A usted no la engañaría yo por nada del mundo.

Eva Martin entreabrió la boca, pero la volvió a cerrar cambiando de pensamiento.

—De todos modos, debió informarme del proyecto de extracción de la apisonadora.

No puedo desentenderme de los trabajos que se realicen desde ahora.

Larson mantuvo la cabeza inclinada hacia un lado.

—Usted no podría pasar desapercibida en ningún lado —dijo significativamente—. Por mucho que se esforzara.

Eva curvó la comisura de la boca.

—No pretenda requebrarme, señor Larson —se puso de pie y el joven la imitó—. Y será mejor que trate de olvidar una cosa.

—Adivino lo que va a decirme. Ella lo miró con fijeza.

—Exactamente eso, señor Larson. Olvídese de que soy una mujer.

Rex le dirigió una rápida mirada general suficiente para sacarle un daguerrotipo.

—Eso es pedir la luna.

—Usted parece un hombre de voluntad. Póngala en práctica. Y ahora, señor Larson, sólo me resta decirle que nos veremos dentro de una hora para poner a flote esa apisonadora.

Llegaron a la puerta y Eva se la abrió.

—Hasta luego, señor Larson.

Rex la volvió a mirar muy a su gusto.

—Seré puntual —dijo, y salió.

Atravesó el largo corredor, y cuando se volvió en el rellano, Eva había desaparecido de la puerta.

Cuando llegó a mitad de la calle levantó bruscamente la cabeza hacia las ventanas del hotel Continent, y sus pupilas se fijaron en la ventana de la habitación correspondiente a la joven.

Ella retrocedió vivamente tras los cristales y quedó fuera de la vista. Rex soltó un pequeño silbido y reanudó el camino.