CAPITULO V
Joker Stanley, de cuarenta años de edad, cabello castaño, ojos azules y rostro de facciones anchas, se echó a reír golpeando las espaldas contra la silla. Acababa de regresar a Lester City de un viaje a El Paso y habían acudido a su casa a darle la bienvenida el juez Strother y el sheriff Grahame.
El representante de la Ley se había encargado de ponerle al corriente de todo lo que había ocurrido en Lester City durante su ausencia y justo acababa de contar ahora todo lo que se refería a John Kisley.
De pronto, Joker Stanley se tornó serio.
—¿Qué os pasa? Nunca os he visto tan impresionados.
—Ese Kisley es duro — repuso Grahame—. Se cargó a Rogers y a Homes. ¿No quiere decir algo?
—Que pilló desprevenidos a ese par de imbéciles.
—No, Joker, hubo muchos testigos. Rogers y Homes pretendieron realizar su trabajo como siempre. Se habían separado uno de otro y ellos tenían todas las ventajas.
—De acuerdo, Grahame. Admito que ese Kisley sea grande con el revólver, pero nadie puede contra una organización como la nuestra. Lo retiraremos de la circulación en cuanto me dé a mí la gana. ¿Dónde se aloja Kisley?
—En el hotel «Orfeo», habitación nueve. Fue allí donde le enviamos a Rogers y Homes.
—¿Qué lugar de esparcimiento frecuenta?
—Hasta ahora sólo ha sido visto en el saloon Elena. Fue allí donde apareció por primera vez.
—¿Están todos los hombres en la ciudad?
—Me encargué de llamar a los que estaban fuera.
—¿Ha llegado Montgomery Kingston?
—Sí, lo he traído conmigo. Está esperando que lo recibas.
—Dile que pase.
Grahame abrió la puerta e hizo una señal con la cabeza. Se oyeron unos pasos y entró en la estancia un tipo de unos veintisiete años de edad. Tenía las piernas muy largas. Andaba indolentemente, como si estuviese cansado. Sostenía entre los labios la colilla apagada de un cigarrillo. Cubríase con una vestimenta fúnebre, camisa y pantalón negros, lazo también oscuro. Tan sólo el sombrero desentonaba del conjunto porque era de un color azul claro.
—Buenos días, Joker— saludó.
—¿Te han puesto al corriente, Montgomery? — preguntó Stanley.
—Sí, jefe.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer —Joker se interrumpió para observar el reloj—. Son las once. Dentro de una hora quiero ver el cadáver de John. Kisley.
—Descuide, jefe, ya le puede encargar una corona.
—No quiero que te precipites. ¿Sabes que ha liquidado a des de los nuestros?
—Tomaré todas las precauciones.
—Hazlo a la vista de la gente. Estoy seguro de que los ciudadanos están pendientes ahora de John Kisley. Hemos de demostrarles que se equivocaron al depositar sus esperanzas en ese forastero.
Montgomery hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Provocaré a Kisley delante de un grupo.
—De acuerdo, muchacho.
El pistolero profesional abandonó la estancia, cerrando a sus espaldas. Luego, Joker Stanley miró al sheriff Grahame.
—¿Qué hay de Buddy y de Flynn?
—Los tengo en la cárcel cumpliendo el arresto de tres días que les impuso el juez,
—¿Están contentos?
—Desde luego. Saben que sin nuestra intervención, Kisley hubiese acabado con ellos.
—Bien, amigos — dijo Joker—. Mi viaje a El Paso ha constituido un gran éxito. Las mejores bandas de allí están dispuestas a cambiar su refugio por el condado de Jackson. Naturalmente, nuestra situación geográfica les conviene mucho más, ya que El Paso queda demasiado lejos de sus campos de operaciones. Lester City les permitirá obtener un margen de seguridad, y al propio tiempo estarán cerca de sus víctimas.
—Eso encierra un grave peligro para nosotros—repuso Strother.
—¿Por qué, juez?
—Supón que esos pistoleros se dedican a robar a los granjeros.
Joker sonrió.
—He previsto esa posibilidad. Todos los pistoleros se han comprometido a dejar en paz a los vecinos del condado. Hemos llegado a un acuerdo sobre esa base.
—Eso está bien — asintió Grahame.
Joker Stanley tamborileó con les dedos sobre la mesa.
—Os aseguro que obtendremos buenos beneficios.
—¿Cuánto nos van a pagar por la protección?
—Un veinticinco por ciento de cada botín que entre en nuestro territorio.
Grahame y Strother miraron a Stanley asombrados.
—¡Infiernos! — exclamó el sheriff—. Eso va a representar una fortuna.
—Sí, Grahame — convino Joker—, Ya os advertí que mi viaje a El Paso podría ser bueno.
El juez Strother meneó la cabeza.
—Yo estoy un poco asustado.
—¿Por qué, Strother? ¿Cuál es la razón? ¿Ese Kisley?
—No. Ya sé que Montgomery acabará con él.
—¿Qué diablos es, entonces?
El juez se mojó los labios con la lengua.
—No creí que esto fuese a adquirir tanta envergadura. Pensé otra cosa.
—¿Qué es lo que pensaste, juez?
—Que nos conformaríamos con lo que les pudiésemos sacar a los granjeros.
Joker Stanley hizo una mueca.
—Siempre te ha ocurrido igual, Strother. Perteneces a esa clase de gente que piensa en centavos.
—Estamos ganando buenos dólares con los hombres que viven en el condado de Jackson—retrucó el juez.
—Pero ganaremos mucho más llevando adelante mi plan. ¿Quieres que te refresque la memoria, juez? Hoy no existe en todo el territorio desde San Luis acá una sola ciudad que sirva de refugio a los delincuentes. Cuando alguien realiza algo fuera de la Ley y la Justicia se echa en su busca, todos han de dirigirse a Méjico a través de El Paso. ¿Es que no os acordáis de Dodge City? ¿De Silver City? ¿De Centerville? En esas ciudades un grupo de hombres hicieron lo que yo pretendo llevar a cabo en nuestra ciudad. Protegieron a forajidos que fuesen huyendo de cualquier parte y obtuvieron por ello un verdadero río de oro. No solamente señalaron una cuota de cotización, sino que los propios forajidos gastaban el dinero a manos llenas en los establecimientos, en los salones, en los hoteles… Y esto es lo que pienso hacer yo en Lester City. Controlaremos todos los negocios que puedan dar un beneficio.
Mientras hablaba, los ojos de Joker Stanley brillaban como ascuas.
—Sois unos tipos de suerte — prosiguió—. Cualquier hombre daría años de su vida por encontrarse en vuestro lugar.
El juez Strother tosió suavemente.
—Eso está muy bien, pero tú mismo acabas de citar ciudades como Dodge City y Silver City en que se hizo lo mismo que tú pretendes hacer aquí.
—Sí, juez.
—¿Y qué pasó en esos pueblos? Terminó por imponerse la Ley.
—Nosotros no seremos tan estúpidos como los hombres que regentaron aquello. Cuando hayamos llenado nuestras bolsas abandonaremos el campo.
—¿Y cuál será el límite?
—¡Maldita sea! No te voy a dar razones ahora acerca de lo que yo considere bastante. Si tienes miedo, te largas. Hay muchos muchachos que desearán ocupar tu puesto, juez.
—No lo tomes así, Joker—se disculpó Strother.
—¿Cómo quieres que lo tome? Estoy harto de tus observaciones.
—De acuerdo, Joker. No volveré a hacerlas.
Joker Stanley sonrió.
—Eso me gusta mucho más. ¿Por qué hemos de discutir una cosa que está clara? No podemos temer a nadie.
El sheriff Grahame se rascó junto a una oreja.
—¿Y los políticos de la capital?
—Pago a uno de ellos lo suficiente para que haga la vista gorda. Sin eso, no habríamos podido lograr nada. De todos los ingresos me reservaré un quince por ciento.
Grahame dio un respingo.
—¿No te parece demasiado? Somos muchos y sólo quedará para nosotros un diez.
—¿Pero es que no te das cuenta, Grahame? — Joker hizo una pausa mirando fijamente al sheriff—. El diez por ciento de cinco millones siempre serán quinientos mil dólares. Tú y el juez os podéis llevar la mitad.
—¿Cinco millones? — inquirió Grahame.
—He hecho un cálculo de lo que podríamos conseguir. Un millón cada doce meses. Con cinco años tendremos para cubrirnos bien el riñón y entonces volaremos de Lester City.
Grahame emitió una risita.
—¿Qué es lo que te hace gracia? — preguntó Joker.
—Me estaba acordando de lo que dijo Payton. Según él, tarde o temprano nosotros nos iremos de aquí y los dejaremos en paz.
Joker sacudió la cabeza.
—Me gusta que Payton piense así, pero lo que él no sabe es que cuando nos marchemos de esta comarca, aquí, no va a crecer ni hierba.
Grahame lanzó una carcajada. El juez Strother también rió, pero no lo hizo con tanta fuerza. Luego Joker Stanley dijo:
—Será mejor que te des una vuelta por ahí, sheriff. Avísame cuando Montgomery se disponga a ultimar a John Kisley.
—No quieres perdértelo, ¿eh?
—Quiero ver la cara que pone Kisley cuando Montgomery le envíe la bala que le ha de matar. Siempre me han gustado los platos fuertes. Otra cosa.
—¿Qué es jefe?'
—Esa chica, Sylvia Payton, ¿ha fijado ya la fecha de su boda con Harry Powell?
—No, todavía no. Pero no tardarán en señalarla.
—Entonces será mejor que encargues a uno de los muchachos que liquide a Harry.
—Pero Powell es uno de los nuestros.
—Ya lo hemos utilizado bastante. Nos hizo falta al principio, para ganarnos a esos granjeros, y Harry cobró bien su trabajo. No voy a consentir que se case con Sylvia Payton. Sabes que esa chica me gusta. No hay una mujer como ella en todo el condado de Jackson, ¿y no es lógico que sea para mí?
Grahame sacudió la cabeza.
—Sí, jefe — hizo una pausa—, Pero lo peor es que esa chica no te ha demostrado hasta ahora mucha simpatía.
—¡Al infierno con lo que haya podido pensar de mí! Va a ser mía y como primera medida tenemos que desembarazarnos de Harry Powell.
—Ordenaré a uno de los chicos que haga el trabajo.
—Será fácil, Harry Powell es un maldito cobarde.
Luego Joker Stanley se echó atrás, sobre el respaldo del sillón, mientras a sus labios afloraba una sonrisa.