Do you wanna die without a scar
Every pleasure leaves a scar
Every fire leaves a burn
Every touch can leave a mark
Mi casa está en el centro de Berkeley. Es la zona más antigua de la ciudad, y está llena de garitos y tiendas de ropa alternativa. Los fines de semana las calles se abarrotan de gente, locales y turistas, que llenan las tiendas y las terrazas de los bares y ocupan las calzadas por la noche con una marabunta de borrachos y juerguistas. No es lo que se dice una zona tranquila, pero me gusta. Escogí un local en una calle apartada de las principales y lo compré con los primeros beneficios sustanciales que gané tocando con los Masters. Fue un almacén de tejidos en su época y me he gastado un buen pastón en habilitarlo como una casa. En la planta de abajo tiene el garaje, donde guardo la moto y un utilitario del paleolítico que conservo por sentimentalismo. Fue un regalo de mi madre cuando comencé los estudios en el conservatorio, y el cabrón sigue vivo tantos años y kilómetros después. Pensar en venderlo o mandarlo al desguace me hace sentir como un traidor, así que sigo utilizándolo, para chanza de todos mis compañeros de grupo.
En la planta de arriba es donde hago mi vida. Es un espacio diáfano, un loft, con las únicas paredes del cuarto de baño que se cierra al fondo. Mi habitación está en un altillo al que se accede a través de una escalerilla de metal forjado. Las paredes son de ladrillo y están forradas de pósters de grupos, carteles de películas y de nuestras propias giras, y láminas de astrología. Además de estantes llenos de libros y discos. Tengo un gramófono, una jukebox de los años 60 y un enorme piano de cola en mitad de la sala, que uso tanto para ensayar como para dar clases.
Antes de meterme en esta locura con los Masters, yo era profesor de piano. Realmente no aspiraba a algo así y fui a las audiciones de Crowley, al que no conocía nadie por entonces, con la idea de meterme en un grupo para perfeccionarme y experimentar. Por aquel entonces aún vivía en San Francisco, con mi madre y con mi hermana mayor. Recuerdo que me impresionó la certeza de Crowley en cuanto al éxito del grupo. Tras realizar las audiciones volví a casa pensando en que habría mejores teclistas que yo, pero al cabo de unos días me llamó con una propuesta que casi sonaba a venderle el alma al diablo.
—¿Estás dispuesto a dedicarte a esto en cuerpo y alma? —recuerdo que me preguntó. Me quedé callado, aquello sonaba a decisión de esas que te cambian la vida para siempre—. ¿Sí o no? No quiero dudas en esto —me apremió.
—Sí. Sí, estoy dispuesto. —Me asusté a mí mismo al decirlo.
En la audición, Crowley me había parecido un tío con mucho empuje y con las ideas tan claras que no era difícil imaginar que aquello pudiera funcionar, pero no había tenido tiempo de darle demasiadas vueltas. No me había planteado la seriedad del asunto hasta ese momento.
—Bien, pásate por el local y firmaremos el contrato. Eres miembro fundador de Masters of Darkness. Grábatelo, y ven seguro de tu compromiso, porque vamos a petarlo.
Y fui. Firmé y lo petamos. Ahora vivo en Berkeley. Eso forma parte de nuestro acuerdo: vivir cerca de la base de operaciones. Y la base de operaciones ya no es un local cochambroso, ni los estudios de grabación de ningún productor chupasangres, es la casa de Crowley, y ahí pasamos la mitad del tiempo, ensayando o de fiesta. Fue él el que eligió la ciudad, pero no me he arrepentido nunca de haberme mudado y de haberme tomado esto tan en serio.
Con todo, aún doy clases. Es una cuestión de mera lealtad. Podría dejar del todo mi faceta de profesor de música, pero me gusta enseñar. He aprendido mucho haciéndolo, y he podido aportar mucho al grupo a través de eso.
Hoy es sábado. Sábado por la mañana, y suelo dedicar este momento para las clases. He estado un rato esperando a un alumno, pero hace unos minutos me ha llamado para cancelar las clases, así que me quedo tocando. Vivo solo y no tengo animales. Me gustan, pero tendría que dejarlos solos demasiado tiempo y no me gusta pedirle favores a nadie. Aun así, me gusta esta vida, no tener que ocuparme de nadie y hacer las cosas a mi manera. Mi casa es un templo del orden y me gusta que sea así, me ayuda a concentrarme.
Pero estoy teniendo problemas con la concentración últimamente.
Y sé bien por qué. Ni siquiera estando solo en mi casa puedo quitármelo de la cabeza. No dejo de hacerme preguntas desde la conversación en el fumadero… y los bichos de mi estómago han engordado desde el maldito beso. O bendito. Se me dibuja una sonrisa en los labios al recordarlo. Ya no me amarga tanto, y no sé si eso es bueno. Estoy eufórico y asustado al mismo tiempo, pero es que algo ha cambiado entre Draven y yo. En parte es cosa mía, que he relajado mis defensas al acercarme a él y hablarle, intentando normalizar las cosas. Pero él, en especial, ha cambiado.
Estos días hemos hablado más que en los cinco años que Draven lleva en la banda. Siempre le he tratado con cautela y he evitado conversar con él, lo que no significa que le haya ignorado. Y por lo visto, él tampoco me ha ignorado. No del todo. Sabía más cosas de mí de las que dijo, me he dado cuenta en las últimas conversaciones. Viene a sentarse a mi lado durante los ensayos y me habla de música, sobre todo. Sabe que idolatro a The Cure y que sé tocar más canciones de Evanescence de las que puede soportar mi vergüenza. Sabe que guardo secretos, pero no me los tira a la cara ni los usa para burlarse de mí. Ese había sido uno de mis peores miedos, y poco a poco lo estoy perdiendo. No parece que esa sea su intención. De hecho, me trata bien, y eso es algo realmente especial. Draven no es una persona que tenga filtro social. Nunca tiene cuidado a la hora de dirigirse a los demás. Da igual que seas hombre o mujer, niño o anciano, si tiene que mandarte a la mierda, lo hace sin medias tintas. En cambio, conmigo es… considerado.
Me he dado cuenta de que me siento cómodo en su presencia, desde que he logrado relajarme, y me gusta que venga a buscarme. No ha vuelto a ponerme nervioso con sus flirteos, y eso lejos de despejarme las dudas me está haciendo pensar que tal vez su interés es más serio y honesto de lo que me pareció en un principio. Le he cazado miradas extrañas… sé que no se ha olvidado del beso, porque a veces cuando le hablo se queda mirándome la boca, y luego sonríe y me mira a los ojos como si no hubiera pasado nada, pero con ese brillo depredador en las pupilas.
—Me debes un tatuaje —me dijo justo ayer, después del ensayo.
Me agarró del brazo y me sacó al salón, y comenzó a buscar entre los libros de arte de Crowley. Su contacto siempre me hace estremecer, y últimamente me toca mucho, de manera fortuita, sin intenciones raras: me palmea el hombro y hace cosas como esa, arrastrarme de un lado a otro para ir a fumar, o para enseñarme un grupo que yo no conocía.
—¿Has pensado ya en algo? Seguro que aquí hay ideas cojonudas para ti, que te gustan estas cosas.
—Aún no lo tengo claro. Y ese libro ya lo vimos ayer. —Me estaba haciendo el loco, y esperaba que mi sonrisa no me delatase. Aquella era una muy buena excusa para pasar un rato juntos, y a solas.
Pero no es suficiente. No para mí. No dejo de pensar en él. En sus miradas y en la manera en la que me habla, cercano y atento, en si será real o imaginaciones mías. Sé que no debería comerme tanto la cabeza, las cosas son o no son, y es mejor dejarse fluir, pero yo no soy como Draven, no sé actuar sin pensar, y no sé manejarme en terrenos inestables como este.
Por eso no me puedo concentrar.
He dejado de tocar y miro el móvil sobre la tapa del piano. Tengo su número. Él lo apuntó en mi agenda, cogió el teléfono sin pedirme permiso y lo registró. Lo hizo delante de mí, eso sí, y aunque me irritó su descaro también me gustó que lo hiciera a pesar de que se riese de que no era un Smartphone, y no tenía el jodido Whatsapp. Normalmente es Crowley quien se encarga de llamarnos a todos cuando hay que quedar para algo, y si no, Demona, que hace las veces de su secretaria y de madre de todos. También tenía por ahí el número de Ash, pero el de Draven no. Él nunca llama a nadie y creo que no le da su número a la gente, salvo a las tías, a menos que se le pida expresamente.
Yo no me atrevía a pedírselo, claro. Ahora que lo tengo, aún no le he llamado para nada, y siento cierto vértigo al agarrar el móvil y buscarle en mi agenda. Pero lo estoy haciendo. Quiero verle fuera del estudio, fuera del contexto de nuestro trabajo, y alejados del resto. Creo que eso es lo que necesito, y es lo que debo hacer. Tomar las riendas.
El tono suena, y mi estómago se encoge a cada segundo. Siento el impulso de colgar, pero espero.
—Joder, ¿qué?
Le he vuelto a despertar. Pero me da por sonreír.
—¿Draven? Soy Grimm…
—Ah… ¿qué pasa? —Tiene el sueño pegado a la voz, pero la ha suavizado.
Aprieto los labios y trago saliva.
—¿Quieres venir esta noche al Nightforest? Toca un grupo que tal vez te guste…
Ya está. Ya lo he hecho.
***
Aún estoy medio dormido, pero no tanto como para no enterarme de lo que me dice Grimm al otro lado de la línea. Me froto la cara con la otra mano y salgo de la cama, dejando a la tía que duerme boca abajo allí, quejándose y gruñendo. Cojo los boxers y me largo al cuarto de baño dando tumbos, encerrándome por dentro.
—A ver. Al Nightforest. Ok. —Son las putas nueve de la mañana. ¿Quién llama un sábado a las nueve de la mañana? Joder, pues Grimm. Vaya ideas—. ¿Dónde está eso? Oye, ¿y por qué estás levantado tan pronto? ¿Eres un viejo o qué?
—Está en el cruce de Oaktree con St. Patrick —responde con paciencia—. Tenía clases, pero me ha dejado tirado el alumno, así que…
—Ah. —¿Quién puede tener clases los sábados por la mañana? Grimm. Es que es la hostia, en serio—. Tú no eres judío, ¿no? Porque el sabbat te lo pasas por los huevos.
—No —responde riéndose. De pronto se interrumpe, y pregunta, preocupado—: ¿Tú eres judío?
Me da la risa. No por la pregunta, sino porque de pronto él se ha rayado pensando que me está molestando en mi día santo, y a ver, es para descojonarse. Porque aun en el hipotético caso de que fuera judío, que no lo soy, aunque no tengo nada en contra de los judíos ni movidas del estilo… bueno, que aun en el caso de que fuera judío, he hecho más satanadas en sábado que el propio Crowley. Aleister, no el cantante de nuestro grupo. Ya sabéis, Aleister Crowley, el tío ese que era satánico.
Da igual.
—No, tío. Parece mentira que después de cinco años no sepas ya que yo soy Hare Khrisna. —Tocan a la puerta y una voz femenina me llama por mi nombre. De pronto me irrita esa tía. La verdad es que no me acuerdo ni de quién es—. Espera, no cuelgues.
Tapo el micro del teléfono.
—¿Qué pasa? —grito a la tía.
—Draven, ¿estás ahí?
—No —respondo.
La muy lerda se queda dudando un momento.
—Draven, sé que estás ahí.
Mira, se ve que anoche me tiré a Sherlock Holmes. ¡Qué puta astucia tiene la chavala!
—¡¿Me dejas cagar tranquilo?!
—Ay, perdona, perdona.
Al fin se larga. Vuelvo a coger el teléfono.
—¿Sigues ahí?
—Sí… eh… ¿estás…? ¿Estás en el baño? Si estás ocupado hablamos en otro momento…
—Que no, tío. Es mentira, es que… —De pronto no quiero contarle que he estado con una tía. No sé por qué, con lo que me gusta fardar de conquistas. Aunque la verdad es que fue bastante decepcionante, por lo poco que recuerdo—. Da igual, olvídalo. Vale, ya sé cual es el Nightforest. Es un garito un poco gotiquillo, ¿no? Oye y, ¿quién toca?
—Se llaman Behold, son una banda de rock progresivo psicodélico.
—Hostia, pues sí. Sí, claro que voy. —Iba a ir de todas formas, aunque fuera un grupo de folk samoano. No tengo plan y no me apetece hacerme a otra piba esta noche, últimamente ya no es tan divertido como antes—. ¿Nos vemos allí o paso a recogerte? Igual me pillas de camino. —De pronto se hace el silencio al otro lado de la línea—. Greimito, no te me bloquees ahora. Si no quieres no pasa nada. Tranqui, ¿eh?
—No, no. No es eso, perdona. Te digo.
Me da sus señas y resulta que sí, me pilla de paso. Así que quedamos en que voy a buscarle a las ocho y ya vamos juntos. Grimm me insiste en que si voy a conducir no puedo beber y yo le digo que sí a todo, aunque no soy dueño del futuro, ¿ok? A ver, puede pasar cualquier cosa. Uno nunca sabe.
Cuando cuelgo el teléfono aprovecho para darme una ducha tranquilamente y dar tiempo a la tía esa, sea quien sea, de comprender que ya es hora de que se pire a su puta casa. La mía no tiene nada de interés. No es más que un piso de soltero en la parte oeste, espacioso y luminoso, eso sí, porque estoy acostumbrado a vivir en espacios abiertos y me ahogo en las casas pequeñas. Pero vamos, nada del otro mundo: una habitación, la habitación de ensayar / oficina / cuarto de la XBox, salón con cocina americana, cuarto de baño y la terraza, que me corresponde porque vivo en el último piso. En la terraza tengo una piscina hinchable de esas para niños. Aquí los veranos son calurosos, aunque no tanto como en casa, y es lo mejor que he podido conseguir.
Total, que suelto el teléfono en el suelo, encima de la ropa interior, y me meto en la ducha, dejando que el agua fría me limpie los restos del sueño y la resaca. Felicidades, Grimm. Si alguien podía conseguir que me levantara a las nueve de la puta mañana, ese eres tú.
Mientras me enjabono el pelo y me pongo la mascarilla y la crema suavizante —a ver si os creéis que la gente como yo tiene este pelazo así de gratis, sin hacer nada por cuidarlo—, pienso en él.
Últimamente pienso bastante en Grimm. No sé si he superado la mariconería esa que me entró después de lo de aquella noche, que no me dejaba pensar más que en su boca y en sus besos, y en sus manos debajo de mi camiseta. Sigo creyendo que es la hostia de guapo, pero eso no me hace marica, ¿no? ¿O sí? La verdad es que no me siento más marica que antes, quiero decir, dentro de los límites del mariconeo que nos traemos todos en este mundillo… En fin, a lo que voy, sigo creyendo que es guapo y todo eso, pero ya no me asaltan pensamientos pornos con él cada dos por tres. Supongo que eso es porque ahora nos conocemos más y ya no le veo solo como… como lo que fuera que vi esa noche en que me tiré a su cuello. Aunque todavía me dan cosas raras con él de vez en cuando. De hecho, en alguna ocasión tengo que interrumpir la conversación porque se me vuelve a ir la olla y me suben unos calentones inexplicables. Eso sí, disimulo de puta madre. A veces tengo que salir huyendo con cualquier excusa, pero a pesar de todo, siempre vuelvo, como una polilla a la luz.
Siempre vuelvo a esta jodida montaña rusa, esa que aún nadie ha probado, que no sé usar y que me provoca una excitación que me vuelve loco.
Sin darme cuenta estoy pensando de nuevo en esa noche, cuando nos comíamos a besos en la oscuridad, y se me pone un poco dura. Hago una mueca. Voy a necesitar más tías para contrarrestar esto. O más agua fría. O lo que sea.
Me apunto ahí con el grifo helado y aguanto una mueca de incomodidad mientras me doy la terapia.
En fin. Erecciones aparte, Grimm siempre ha sido raro y siempre me ha costado entenderle, pero como últimamente hablamos, ya le voy pillando un poco el hilo.
Para empezar, no es tímido ni apocado, es reservado y misterioso, que no es lo mismo, ¿ok? Él se guarda sus cosas para sí porque le da la gana. Por otra parte, cada vez tengo más claro que no le van las tías. No le van nada. Lo he estado observando y a la única a la que mira más es a Alexandra, pero no la mira como nosotros. Nosotros la miramos como si quisiéramos tirárnosla, porque queremos, joder. Está buenísima, es una maciza increíble. Grimm en cambio la mira impresionado y admirado, pero sin golosina. No mira a las tías de las revistas, no se fija en los culos, nunca se ha revolcado con una groupie. No tiene novias conocidas. Le he visto besar a algunas chicas para hacerse fotos y demás, pero no es más que pose. Y por último, he descubierto que Grimm es una cebolla. No porque me haga llorar, qué lástima, si el tipo es un buenazo, no podría hacer llorar a nadie. Me refiero a que tiene mucha profundidad. Te pones a rascar y descubres un montón de cosas interesantes. Controla cantidad de música, de libros, de cine… Bueno, en Masters son todos bastante cultos, las cosas como son. Hasta Ash tiene carrera. Yo soy la oveja negra, pero también es cierto que me metí en el grupo con veinte años y llevaba desde que terminé el instituto viviendo de la música, así que, aun si hubiera querido estudiar algo, tendría que haberlo dejado. Crowley exigía compromiso total. Odio los compromisos, pero tampoco soy gilipollas y sé que Masters of Darkness es la mejor oportunidad que he tenido en mi vida, así que acepté, y eso significó dejar de lado muchas cosas. A mi familia, para empezar. Pero en fin, que tampoco es ningún drama.
Y me estoy yendo del tema. Lo que decía es que Grimm es un tío interesante y que me gusta estar con él, ¿ok? Pues ya está.
Así que ahora somos colegas. Y esta noche nos vamos de concierto como dos colegas cualquiera, a ver si nos tomamos unas copas y me dice algo guay, alguna de esas movidas interesantes que él cuenta. Eso sí que me causa admiración, lo bien que se expresa. Qué puta envidia.
Cuando salgo de la ducha ya se me ha pasado la calentura y me tomo otro buen rato encerrado para afeitarme, mientras la zorra de anoche aporrea la puerta porque se está meando. Yo paso de ella, me enjabono los pelos de la cara y hago muecas en el espejo, levantando las cejas. Enseño los dientes. Finjo hacerme el harakiri con la cuchilla de afeitar.
No pasa mucho rato hasta que la chica empieza a insultarme.
—¡Que te vayas a tu puta casa ya! —le grito al fin.
Escuchar el portazo cuando ella se larga es el sonido más dulce del día. Ahora ya puedo pasar el tiempo tranquilo y a mi aire hasta que llegue la hora de salir.
***
Tengo el corazón a mil. Llevo con taquicardia desde que he colgado el teléfono.
Está hecho. Tengo una cita con Draven.
Pero no estoy seguro de que él sepa que es una cita. No estoy seguro de nada y eso me provoca más euforia y más miedo. No sé cómo lo haré, pero esta noche tengo que comprobar hasta qué punto Draven se está fijando en mí, y si todo esto solo es el juego de un heterocurioso o hay algo más serio detrás de sus gestos y su actitud hacia mí. Tal vez solo estoy viendo fantasmas, dejándome engañar por mis propias ilusiones, que al fin y al cabo, nunca me han abandonado. Draven siempre ha sido intocable para mí, y siempre le he observado desde la barrera, sin atreverme a extender una mano siquiera hacia él. Estaba convencido de que al hacerlo me rechazaría, de que si supiera cómo me hace sentir se reiría… o se sentiría incómodo. O peor, se acojonaría, como suele pasarles a los heteros cuando se enteran de que le molan a un tío.
Me he equivocado de lleno. O eso creo. Hablar con él me ha servido para darme cuenta de que sabe muchas cosas, y una de las cosas que sabe es que me gustan los tíos, aunque no diga nada acerca de ello. Y otra, seguramente, que él es uno de los tíos que me gustan. Bueno, no es que yo vaya por ahí colgándome de todos, realmente en estos últimos años no he tenido nada serio, y las pocas cosas serias que he intentado han sido un completo fracaso. Mi dedicación a la música y al grupo es exclusiva, y hay pocos que puedan conciliar eso en una relación de pareja. Y contradictoriamente a lo que la gente suele pensar de los músicos, el coleccionista de cuernos en esta historia soy yo. Una vez, al volver de una gira, me enteré de que había roto con mi pareja al verle colgado del cuello de otro en uno de los garitos que solíamos frecuentar. Desde eso me ha costado mucho plantearme nada estable. Limitarme al sexo casual y a pasar buenos ratos y nada más es lo más sensato que puedo hacer, por mí, pero también por los demás. Aunque no es eso lo que me gustaría, siempre he deseado otra cosa. Pero si no es posible, no es posible.
En cualquier caso, últimamente nadie me llama la atención. No de la manera en la que lo hace Draven. Y eso es una putada, lo sé desde el principio. Y no sé qué coño hago pensando en esto. Draven no es nadie con el que plantearse otra cosa que no sea diversión. Draven no es nadie que se plantee la vida con seriedad, y eso lo tengo asumido, así que no tengo que darle más vueltas. Solo quiero saber si es tan hetero como dice. Solo quiero jugar un poco, por una vez… pero estar pensando en esto me recuerda que estoy jugando con fuego. Y que voy a quemarme. A quemarme en serio.
Y eso es lo que me hace sentir eufórico y asustado. Como si fuera a saltar en paracaídas. Pero sin paracaídas, porque sé que con esto no importa cuánto intentes protegerte.
Ya no tengo que darle más vueltas. He tomado una decisión, así que paso el resto del día ideando el plan de ataque. Sé que el grupo que vamos a ir a ver le gustará, no lo he elegido al azar, y me doy cuenta de que llevo tiempo planeando esto al recordar que pensé en él al ver el evento del Nightforest en mi Facebook.
Hemos quedado a las ocho, pero a las seis ya estoy metido en el baño. A las siete he comenzado a vestirme, mandando al garete todo el orden y la pulcritud de mi armario y de mi cuarto. He llenado la cama de camisetas y pantalones, de cinturones y abalorios, y por primera vez en mucho tiempo, no sé qué ponerme. No estoy pensando en mí, estoy pensando en él, en qué le gustará, en qué le hará fijarse más en mí. Y me siento idiota al cuadrado, pero sigo con ello.
Al final me he puesto una camiseta de tirantes ajustada, rota por el pecho y la espalda, y una rejilla que se me pega a la piel por debajo. Me cubre los brazos, dejando al aire los dedos y se cierra en el pulgar. La camiseta deja ver el pezón en el que llevo el piercing. Me miro en el espejo. Los pantalones ajustados me aprietan el culo y se abren por encima de las botas, llenos de pequeñas correas y argollas. Me he calzado unas New Rock y voy completamente de negro. No es la ropa con la que suelo salir… se parece más a la ropa con la que toco en el escenario, aunque esa sea más llamativa y provocadora. La verdad es que no suelo ir por la vida enseñando los pezones ni con la sombra de ojos puesta.
Pero hoy me la he puesto. Mis ojos parecen brillar más rodeados por el maquillaje negro. Me hace sentir seguro esa expresión decidida que me devuelve el espejo, pero al mismo tiempo me pregunto si no estaré pasándome. Si no será demasiado evidente. ¿Pero no es precisamente eso lo que quieres, Evan? Que sea evidente… y seducirle. Porque ese es el plan desde el principio. Ponerle a prueba. Salir de dudas.
A las ocho y diez suena el timbre, y siento que va a darme un ataque al corazón.
Me he echado medio frasco de Aqua di Gio, y cuando me doy cuenta me froto el cuello con una toalla. Pero ya es tarde. Cojo la chaqueta vaquera negra del perchero antes de salir. Me detengo ante la puerta y tomo tres aspiraciones profundas antes de abrir.
Como si fuera a saltar, convenciéndome de que llevo el paracaídas.
***
He conducido hasta la dirección que me dio pensando que sería una casa vieja o algo así y al llegar me encuentro un loft reformado. Hay que ver. El puto Grimm vive en pleno centro. En realidad yo también podría permitírmelo si no estuviera pagándoles los caprichos a mis padres, pero lo cierto es que no me da envidia. Siempre me ha dado un poco igual vivir en un piso cutre de periferia o en una mansión. No soy precisamente ordenado, así que ¿para qué molestarse en vivir con lujo?
Bajo de la moto y me acerco a la puerta, mirando alrededor con curiosidad, y luego llamo al timbre. He llegado un poco tarde, creo, pero no me importa demasiado. La puntualidad nunca ha sido mi mayor virtud.
Mientras espero a que Greimito me abra, miro el móvil y me río con las chorradas que me mandan los colegas por whassap.
En cinco años que llevo viviendo en Berkeley me ha dado tiempo de sobra a hacer nuevos amigos, pero mis amigos de verdad son los de Westlake, mi barrio natal en Los Ángeles. Mantengo el contacto con ellos y me escapo a verles siempre que puedo, o les hago venir aquí, correrse la juerga de sus vidas y luego largarse de vuelta. Ahora uno de ellos me está mandando un vídeo absurdo que han grabado una noche de borrachera, y mientras se descarga ya me está dando la risa. En serio, vaya putos locos.
Entonces se abre la puerta, y cuando Grimm aparece ahí debajo del umbral, se me borra de la mente todo. El vídeo, mis colegas, que tengo la Indian mal aparcada en la acera y hasta lo que iba a decir.
Creo que ya no voy a poder llamarle Greimito nunca más.
Ahí está, delante de mí, vestido como Eduardo Manostijeras y con… en fin. Es… no sé. Estoy tan shockeado que no sé ni pensar bien.
Cuando reacciono, me tomo mucho esfuerzo en dejar correr cualquier comentario que pudiera resultarle ofensivo, porque lo último que quiero ahora es ofenderle. Jamás le había visto tan…
No encuentro las palabras. Me he quedado gilipollas, por lo visto.
—Oye, qué pedazo de casa tienes, ¿no? —suelto al fin, arrancando la mirada de él a la fuerza y echando un ojo por encima de su hombro—. No sé por qué, te hacía más bien viviendo en un ático o algo así.
Le sonrío con simpatía mientras intento poner un poco de orden en mi interior. Cosa que es imposible al verle el piercing del pezón, que le asoma entre la camiseta rota y la red de pescador esa que lleva debajo. Siempre me han hecho gracia esos atuendos, esas redecillas chungas que parecen las mallas donde vienen las cebollas cuando las compras en el súper. Mis compañeros usan ropa de esa para tocar, a veces. Yo no, yo voy siempre sin camiseta. Aunque sea diciembre en Kiev, siempre salgo descamisado y en vaqueros. A Crowley no le importa, y hasta le gusta. Su única exigencia es que los vaqueros sean negros y ajustados, y las botas, grandes. Y que lleve muchas muñequeras. A mí todo eso me parece guay. Lo último que me he inventado y que llevo haciendo durante los bolos del último año es ponerme un collar de perro con pinchos y una cadena alrededor del cuerpo. Es cojonudo, parezco una bestia o algo así.
Bueno, que me voy del tema. El caso es que yo no estoy acostumbrado a llevar ropa de ese estilo, aunque sé que es lo que suelen llevar los góticos. Pero tampoco estoy acostumbrado a ver a Grimm así. Solo se maquea tanto para salir a tocar… que yo sepa. Claro, que qué coño sé yo. Tampoco es que salgamos juntos muy a menudo, pero cuando hemos coincidido en salidas del grupo o con amigos comunes, no iba así vestido. Joder. Me acordaría.
Y es que no es solo la ropa. Es todo. Su pelo, su cara, sus ojos. Se ha pintado los ojos y de pronto es como cien veces más guapo que nunca.
—La hostia, tío —suelto al fin, incapaz de quedarme callado ante semejante potencia—. Estás que lo rompes. Esta noche ligas, seguro.
Le suelto un manotazo en el hombro, que es lo primero que se me ocurre hacer.
—Vamos, tengo la moto ahí mismo.
Me doy la vuelta y voy el primero hacia la Indian. Mejor, así me despejo. Ahora tendré que conducir hasta el garito y no puedo estar con la cabeza en… yo qué sé. En él. Es que ni siquiera estoy pensando guarrerías, como esta mañana en la ducha, no. Estoy, simple y llanamente, impresionado.
***
Algo ha pasado, aunque no sé muy bien qué.
Se me ha quedado mirando. Pero tal vez se ha estado aguantando la risa, o los comentarios estúpidos. Estoy acostumbrado a esas cosas, no lo digo en plan victimista, quiero decir que en nuestro ambiente es normal que todos se pasen la vida burlándose unos de otros, y haciéndose los machotes por comparación. A mí no me va, tampoco me molesta, es solo que paso de ello. Pero en este momento no me habría gustado. Y no estoy seguro de que no haya pensado algo así.
Pero no se ríe, ni dice nada. Nada hiriente, quiero decir. Y ese piropo y el comentario sobre ligar me hacen reír. Me ha hecho sentir más seguro.
—No me he maqueado para nada —le digo mientras le acompaño a la moto.
Pobre de él. ¿Sabrá la que se le viene encima?
Yo también me he fijado en él, aunque eso no es ninguna novedad. Está guapo, y eso tampoco es ninguna novedad. Draven tiene un atractivo animal, muy primario. No suele poner mucho cuidado en la imagen, pero hoy se ha afeitado. Lleva la melena suelta y desenredada, como tiene el pelo muy fino no necesita peinarse mucho para que le quede bien. Los vaqueros negros le marcan el trasero, y no puedo evitar mirárselo mientras me guía hacia su Indian. Lleva un cinturón de balas, botas y una chupa de cuero, y debajo de la chaqueta se ve esa estúpida camiseta en la que puede leerse I hate Masters of Darkness. Una vez salimos a firmar discos con ella, cuando a algún true se le ocurrió la idea de comercializarla. A Crowley le encantó, y a Draven más.
Aparto la mirada cuando se monta en la moto y me hace un gesto para que suba.
—No tengo casco, así que a vivir al límite —me suelta—. No creo que nos matemos.
—Me parece bien.
Me siento detrás y me agarro a él, rodeándole la cintura con los brazos. No rehúyo el contacto, ni siquiera me lo he pensado. La noche comienza exactamente aquí. Su pelo me roza la cara y puedo oler el jabón al aspirar. Huele a limpio, y a Axe. También huele a tabaco, y al cuero de la chupa. Huele igual que aquella noche y siento una sacudida en el estómago al acordarme. Putos bichos.
Estáis locos, y me vais a volver loco a mí. Pero esto me gusta.
***
El garito está a unas cuantas manzanas de la casa de Grimm y me pierdo un par de veces. Yo creo que el centro de Berkeley lo diseñó un borracho. Nada de calles rectas y de planta cuadriculada, no. Es un caos, como esas ciudades de Europa en las que las casas se apiñan sin ton ni son. Al menos Grimm se lo toma con filosofía. Yo me enciendo un cigar e insulto al fulano del Audi que casi se me mete por delante antes de que se nos cierre un semáforo.
—¡Gilipollas!
Le enseño el dedo corazón y cuando el tío va a responderme, arranco y me salto el semáforo, esquivando a un peatón.
—Tío…
Grimm va agarrado a mi cintura, no se ha cortado, y menos se corta ahora, cuando se me aferra con inseguridad. Sonrío a medias y escupo el cigarro a la acera, saltándome un stop.
—¿Qué? ¿Que me lo tome con calma? ¿Eso me vas a decir? —Suelto una carcajada. A la mierda. No me sale de los huevos tomarme nada con calma, la gente parece que no se entera.
—No —me responde él con rebeldía—, te iba a decir que si me das tabaco.
—Cógelo, está en mi bolsillo. —Una de sus manos se suelta de mi cintura y me palpa en la chaqueta, buscando el paquete de Chester. Cuando lo encuentra vuelve a agarrarme con dedos tensos.
Atravesamos con rapidez las calles y al fin llegamos al Nightforest, que está en una callejuela en la que comparte espacio con otros tantos garitos de rock, cada uno de su estilo. Ahí están el Easy Rider, el Winchester, el Cherry Pie, el Hammër —uno de mis preferidos— y el Nightforest, claro. Calzo la moto en un hueco imposible entre dos coches y echo el freno. Luego le pongo la cadena, atándola a una farola. Grimm ya se ha bajado y está fumando mientras me mira. Cuando me vuelvo hacia él, finge estar muy interesado en la Indian.
—Está guapa.
—Pues claro. —Sonrío con orgullo. Luego consulto el teléfono—. Mira, son las nueve menos veinte. Todavía tenemos tiempo de tomarnos unas birras antes de que empiece.
Grimm sonríe y me mira como si estuviera gastándome alguna broma que no termino de entender. Qué puta sonrisa tiene. Es inevitable pensar que es guapo, ¿cómo no voy a pensarlo? Se me acerca y me entrega el paquete de tabaco que cogió durante el trayecto.
—Toma, esto es tuyo.
No parece que me esté dando una cajetilla de cigarros. Es más como si me estuviera devolviendo los boxers que me dejé en su casa ayer, por la forma en que me mira y el tono de voz que pone. La hostia.
Me coloco el paquete, el que llevo entre las piernas, no el de tabaco, y cojo el otro paquete, en este caso sí, el de tabaco, para guardármelo. Se me ha tensado la mandíbula y le estoy mirando la boca otra vez. Los labios y los ojos, y luego los labios. Él también me mira, con esa expresión rara, casi descarada.
De pronto, me da un vuelco el corazón. Otra vez siento el aire pesado entre nosotros dos, como aquella vez en el fumadero.
La montaña rusa. Ya está ahí, delante de mí, tentándome.
Y por segunda vez esta noche, me he quedado sin nada que decir.
—¿Entramos? —pregunta él, salvando la situación—. No creo que nos vayan a poner copas aquí fuera.
—Sí, entramos.
Recupero el dominio de mí mismo y camino hacia la puerta del garito, con la sangre revolucionándose en mis venas y mis ojos fijándose donde no deberían. Joder con Grimm. La hostia.
***
Camino por delante de él, para que tenga una buena vista de mi trasero.
Ya le he dicho que no me he vestido así para nada. Me he tomado muchas molestias y esto es artillería pesada. Mi artillería pesada, que siempre sorprende cuando la uso con alguien. Todos me toman por tímido, pero hay una diferencia entre eso y ser reservado. A mí no me gusta airear mi vida, ni tengo ninguna necesidad de llamar la atención. Salvo cuando quiero, como es el caso.
Cuando empujo la puerta del garito para entrar, sé que me está mirando el culo. Le miro de reojo y cuando se da cuenta de que le he pillado in fraganti disimula, saludando a los seguratas.
Nos dejan pasar sin problemas. A mí ya me conocen, hace años que vengo a este sitio.
El Nightforest es un antro gótico, como lo llaman muchos, que tiene poco de antro. Salvo los baños algunas noches de concierto. Es mi local favorito de Berkeley. La sala es grande y las luces son tenues, y la decoración imita, precisamente, a un bosque. La barra está entre dos enormes árboles grises y retorcidos de cartón piedra, similares a los que parecen sujetar el techo del local diseminados en la pista de baile y en la zona de las mesas. Las hojas plateadas devuelven los destellos de las luces verdes y azules instaladas en el techo, y de las ramas cuelgan farolillos y luminarias entre telas de araña e insectos fantásticos que miran a la gente en la pista con cientos de ojos brillantes. Los techos, que deben ser más altos de lo que se ve con las luces apagadas, están cuajados de leds que imitan un firmamento estrellado.
No es del estilo de Draven, y lo sé, pero es mi territorio y me hace sentir más seguro. Nightforest es un lugar oscuro, y a la gente que viene le suele importar una mierda lo que haga el resto. Lo que ocurre aquí, se queda aquí, como en Las Vegas. Y además ponen una música que está de puta madre. Cuando me acodo en la barra para pedir dos cervezas empieza a sonar Shadowplay de Joy Division. En el escenario, al fondo de la pista de baile, ya están dispuestos los instrumentos y las lonas, pero las luces aún permanecen apagadas. La gente está comenzando a congregarse aquí dentro.
—¿Habías estado aquí alguna vez? —le pregunto mientras le tiendo su pinta. Le hago un gesto con la cabeza para que vayamos a las mesas. Me tengo que acercar a él para hablarle, por el volumen de la música. Y eso también me gusta—. Supongo que te van más los garajes y los antros con olor a alcohol rancio y vómito. Pero sé que te gusta probar cosas nuevas.
Le sonrío. Le he traído a una de las mesas entre los árboles. Son negras, con pies de forja, parecidas a mesas de jardín. De un jardín diseñado por Tim Burton. Hay cancelas y algunas parcelas que imitan pequeños cementerios. Es un cliché tremendo. Pero me encanta.
Me siento y doy un trago a mi cerveza, mirándole cuando aparto el vaso de mi boca y me lamo los labios. Está más amarga de lo que esperaba y me doy cuenta de que he pedido Guinness, pero no hago que eso me haga perder el ánimo.
No voy a irme de aquí sin ligar. Lo tengo muy decidido. Y espero que él no tarde demasiado en enterarse.
***
Pues nada, aquí estoy, en Halloween Town, con el primo de Jack, la Novia Cadáver y Eduardo Manostijeras. Y aunque tuviera delante al puto conde Drácula yo creo que ni me enteraría, porque solo puedo mirar a este tío, que es imposible que sea el mismo Grimm que yo conozco.
¿De dónde ha sacado este descaro? ¿Y esas miraditas? Hasta ahora nunca me ha tirado miraditas. Yo a él sí, puede, jugando. Pero, ¿él a mí? Jamás. Y esto es raro. Normalmente se comporta con mucha frialdad. Me pone distancias y límites que yo respeto, como en un juego que hubiéramos acordado antes o algo así. Pero ahora… en fin, se está soltando la melena, creo yo.
Mientras me habla me he quedado mirándole la boca otra vez y rápidamente trato de apartar la vista, subiéndome a uno de esos taburetes y dando un sorbo a mi birra. Es buena, punto a favor para Gotilandia.
—Aciertas en todo —digo antes de procesar lo que acaba de decir. Aunque no es verdad, no necesito que nada huela a vómito para estar a gusto en cualquier antro. Tampoco soy un cerdo. ¿Piensa que soy un cerdo? Me quedo mirándole, suspicaz. Joder, vaya concepto tiene de mí—. Oye, tú crees que soy una especie de heavy cabeza hueca que disfruta peleándose, dándose cabezazos contra las paredes y bebiendo hasta potar, a ser posible encima de sus colegas, ¿no? Como los protas de Airheads o algo así. —Sonrío al ver cierta perplejidad en su mirada, igual es porque no conoce a Airheads o porque es exactamente lo que piensa. O porque no se esperaba que le soltara algo así—. Pues estás muy equivocado. Eso es un puto cliché. Aunque bueno, algunos lo cumplen, pero tío, bajo toda esa actitud hay mucho más, ¿sabes? Pero tú nunca vas a saber entenderlo, igual que yo no voy a entender nunca esto. —Miro alrededor, así no tengo que mirarle a él—. Mira este garito. Seguro que estos tíos se han gastado más pasta en poner arbolitos de lo que ganan sirviendo copas. Los góticos sois muy raros. Pero yo no vomito encima de nadie. Eso que te quede claro.
No sé ni qué coño digo, y desde luego, no he ordenado bien las frases. Pero eso no es ninguna novedad. Me froto la nariz con el dedo y se me mueve el piercing, mientras meneo la pierna nerviosamente esperando a que salga el jodido grupo a tocar y pueda dejar de pensar en Grimm de una vez.
Me está empezando a poner nervioso.
***
—Eso no es del todo cierto. Una vez vomitaste en las botas de Ash.
Y otra le potaste una chaqueta a Crowley. Lo recuerdo perfectamente. Y también recuerdo que la hice desaparecer, y Crow pensó que algún gilipollas se la había robado durante la fiesta. Por poco no nos deja salir a nadie de la casa. Pero esto prefiero no recordártelo, porque no lo sabes. Y te has puesto a la defensiva.
—¿Ah, sí? —dice—. Joder, no me acuerdo de eso.
—Ya me imagino. Tienes una memoria muy intermitente —le suelto, afilando el doble sentido.
Me sonríe a medias, con fiereza, pero noto algo nuevo y extraño; como si un muro se hubiera alzado entre los dos.
—Será por el alcohol, o por los cabezazos que me doy contra las paredes, ya sabes.
Se ha puesto a la defensiva. O nervioso, más bien. Hoy no ha tomado él la iniciativa, no es él el que está tirándome la caña a mí, jugando conmigo. Hoy tengo yo la sartén por el mango, y sé que le estoy acorralando. Solo tiene dos opciones, y lo que quiero con todo esto es comprobar por cuál se decanta: si sale huyendo despavorido o deja de hacer el gilipollas y toma lo que está deseando.
Le doy muchas vueltas a las cosas, y tomo las decisiones con cuidado, pero una vez las tomo ya no hay quien me pare.
—Este sitio es bastante popular en Berkeley —le digo, tanteándole—. Al menos entre los góticos. Pueden beber vino tinto sin que nadie les mire mal o les llame maricas… y pueden hacer otras cosas también sin que nadie les llame maricas.
Esta vez le miro yo la boca, y vuelvo a sonreír. Me las estoy cobrando todas. Draven debería entender que hacer lo que le sale del nabo en cada momento tiene sus consecuencias.
Y haberme besado tiene esta consecuencia.
***
Estoy flipando, ¿ok? Pero flipando. Yo no sabía que Grimm podía ser así de descarado, y todavía no sé si me gusta. Me hace sentir raro, incómodo y fascinado al mismo tiempo.
—¿Y tú por qué no bebes vino tinto?
Prefiero preguntarle eso que hablar de maricas, porque vamos. No estoy yo para hablar de maricas ahora mismo. No. Ahora mismo no.
—Hoy no me apetece —responde—. Quería algo un poco más fuerte esta noche.
Ya. Más fuerte.
Joooder.
—Me parece que a ti también te gusta probar cosas nuevas —le digo—. Como beber cerveza negra, hacerte el duro, o ligar conmigo. Porque estás ligándome, ¿no?
Masters of Darkness es un grupo de metal gótico, metal oscuro o como coño lo quieran llamar en las revistas, y sí, nos hacemos los duros, pero no todos lo somos. Grimm no es el duro. El duro del grupo es Crowley, y yo soy el puto loco, el perro callejero. Demona es la tía explosiva —y también dura— y Ash el chiflado tocapelotas. Grimm es otra cosa. No sé. Es el intelectual, el guapo, el melancólico. Ese es su papel.
Por eso verle así me raya tanto. Grimm el sexy, el seductor, el descarado.
Resulta que Grimm también es todas esas cosas, solo que yo no lo sabía.
La verdad es que no nos conocemos. No nos conocemos una mierda, pienso, mientras bebo un trago de cerveza. Al dejar el vaso, le miro de reojo. Él me está mirando de forma desafiante y pícara a la vez, como si tuviera una idea fija en mente, una en la que yo no quiero ni pensar. Y cuando abre la boca para responderme algo que no sé si quiero oír, la gente empieza a gritar y a aplaudir, y en la barra bajan la música hasta apagarla. El grupo está saliendo al escenario.
Y las luces desaparecen.
Ahora puedo mantener la atención en algo, gracias a Dios. O eso espero. Porque no puedo dejar de ser consciente de él, de su presencia ahí al lado, y de recordar otro momento, otra oscuridad, en casa de Crowley. Vuelvo a pensar en los besos, en su boca, en sus manos.
Supongo que ya estoy subido en la puta montaña rusa, otra vez.
Le miro de reojo y le sonrío a medias.
Pues si me va a ligar, que se lo curre.
***
Habría que ser idiota para no darse cuenta. Y Draven no es idiota. Lo sabe desde el principio, desde que he aparecido así delante de sus narices, aunque pregunte para asegurarse.
Me vuelve a asaltar el miedo un instante. Estoy lanzándome sin paracaídas. Si caigo sobre el suelo me voy a joder vivo, pero es una posibilidad que he contemplado. Podría levantarse y pirarse, ofendido, como hacen algunos. Asustado por alguna estúpida razón. De hecho siempre he creído que eso sería lo que pasaría si algún día me atrevía a acercarme a él. Pero no está ocurriendo.
—¿Y te estoy ligando? —pregunto, sin dejar que la duda asome a mi mirada, que no se aparta de sus ojos. Pero la gente se ha puesto a gritar y no me ha oído.
Sus ojos se vuelven hacia el escenario. Me mira de reojo y sonríe. No se ofende. No se va. No huye. Puede que no sepa lo que está pasando conmigo, sé que esto no lo ha visto jamás. Esto lo han visto muy pocas personas. Y le pone nervioso… pero si no le gustase se habría largado. Draven no es una persona que se calle lo que tenga que decirte, me habría hecho un desplante, me habría llamado marica y me habría mandado a la mierda. Pero no lo hace, y me relajo al mirar hacia el escenario, donde Behold ha comenzado a tocar a oscuras. Las primeras notas de la guitarra parecen un lamento distorsionado, y las luces, tenues, comienzan a encenderse para mostrar a los músicos sobre el escenario.
La gente se ha ido callando y el ambiente parece volverse denso.
Estoy cerca de él, y cuando acerco la rodilla a su pierna parece un roce fortuito, pero la dejo ahí. No puedo evitarlo. Él la estaba moviendo con rapidez, como si estuviera impaciente, pero al contacto parece calmarse. Estoy notando la tensión dentro de mí. La siento también fuera, como una fuerza entre los dos, una especie de magnetismo, revelándose en nuestro silencio.
Le miro mientras bebo. Las luces dibujan su perfil. El piercing de su nariz destella cuando mueve la cabeza y vuelvo a mirarle los labios, y a pensar en el beso.
Quiero besarle. Me está doliendo la tensión de lo mucho que quiero hacerlo.
Pero deseo aun más que lo haga él. Otra vez.
***
Puede que no nos conozcamos mucho, pero este tío tiene buen ojo para acertar con mis gustos musicales. Claro que no es difícil, porque me gusta todo. Todo el rock, quiero decir. Me puedes dar skate, punk o heavy metal, shoegaze y lo que quieras, en serio, lo que quieras, que todo me gusta. Pero el progresivo me parece la hostia. Supongo que porque tienen eso que yo no consigo, esa expresión plena, joder, es que se expresan tan bien…
Bueno, que me voy del tema.
Han encendido un par de focos azules y han puesto en marcha la máquina de humo, así que los músicos aparecen envueltos en bruma. Sus siluetas se recortan, negras, contra el resplandor neblinoso, y una guitarra empieza a sonar, como un eco, mística…
Y entonces me doy cuenta, joder. ¡Ese es el sonido que estaba buscando Crowley el otro día! Saco el móvil a toda prisa y pongo a grabar un mensaje de voz en el whassap para enviárselo. «¿No es esto lo que querías en el ensayo?», le escribo.
Cuando comienzan a tocar en serio me dedico a beber birra y dejarme llevar. Esto es lo que me gusta de verdad de la música, la música en vivo. Por algo se llama «en vivo», porque la música lo está cuando suena al momento, cuando es como nosotros, efímera y eterna. Y joder, vaya cursiladas pienso, ¿no? Pero yo me entiendo.
El concierto de los Behold cumple su función durante unos minutos: atraparme y distraerme. Pero luego vuelvo a ser bruscamente consciente de él, de su pierna contra la mía, de su cercanía. Le miro de reojo. Ahora él tiene la atención puesta en el escenario y vuelve a tener un brillo nostálgico en los ojos, y eso me engancha más que sus putos vaqueros estrechos y el piercing del pezón. Es esa mirada. Esos ojos. Esa expresión que me hace preguntarme quién es, qué hay dentro de él, debajo de la camiseta hortera que le ha dado por ponerse y de sus intentos de flirteo.
Y cuando se da cuenta de que le observo, él vuelve sus ojos hacia mí y yo los aparto, volviéndolos al escenario. Me ha dado otro vuelco el corazón y le pego un trago bien largo a la cerveza, intentando apagar el fuego que me está ardiendo dentro.
De nuevo hay un cruce de miradas. Muevo un poco la pierna. Nos rozamos.
El aire entre los dos se vuelve denso, eléctrico. Siento un cosquilleo en la sangre.
No sé qué me pasa. Pero es cojonudo. Mejor que la droga.
***
Siento una especie de tirón en esa tensión cuando le miro. Él estaba observándome ahora, y ese magnetismo que está enredándose entre los dos parece más evidente. Al menos para mí. Tira de mí hacia él, y si no hiciera un esfuerzo de voluntad me haría agarrarle de la camiseta y besarle. No lo hago, y me aguanto las ganas. Deslizo la bota contra la suya al acomodarme en la silla y rodeo el vaso de cerveza con los dedos. Su mano está cerca, podría tocarle si quisiera, rozarle con los dedos si los despegara del vaso.
No lo hago, y me aguanto las ganas.
Yo tengo la certeza de que quiero besarle. Tengo la certeza de que quiero tocarle, y quiero tener la certeza de que él quiere hacerlo también. De que aquello no fue una de sus tonterías, un experimento, ni fruto del alcohol en la sangre.
Vuelvo la atención al escenario. La música me ayuda a controlarme, aunque también me empuja a un estado de abandono extraño. No sé cómo explicarlo, pero puedo disfrutar de esta sensación, como lo hago de la música. Aunque duela la tensión. Las luces se han vuelto rojas, y cierro los ojos, sintiendo la pulsación de los bajos y la batería, centrándome en el sonido que me templa los nervios y vuelve a hacerme sentir seguro. Solo es cuestión de dejarse fluir… de dejarle fluir.
Y Draven no es como yo. Él no puede resistirse a saltar. Y lo hará, tarde o temprano, lo presiento desde hace un rato.
***
Behold son buenos. Son buenos, joder. Han creado una atmósfera plena con los riffs intensos, y el bajo tiene una línea fluida, sube y baja, marca ritmos que van más allá de lo previsible, el humo lo envuelve todo y sus siluetas entran y salen de la niebla para mostrarse y ocultarse. Son tíos de mi edad, más o menos, con el pelo largo y camisetas negras, sin logos. Tocan mirando hacia abajo o hacia arriba, sin interactuar mucho con el público.
Me gustan, pero no son más que el telón de fondo de la extraña situación que se ha creado entre Grimm y yo. Es como una conversación sin palabras, en la que apenas nos miramos. Es un silencio extraño, lleno de… cosas. No sé explicarlo. Es como estar en otra parte, igual que esa noche en casa de Crowley. En otro mundo, ¿sabes? Con toda esa oscuridad arropándonos, con esa música evocadora y mística, pero cañera al mismo tiempo, con el corazón latiéndome deprisa sin saber por qué… y Grimm a mi lado. Su pierna me quema, sus manos, que están cerca, también me queman sin tocarme.
En un momento dado, un par de chicas en corsé pasan a nuestro lado y miran a Grimm. Se sientan cerca. Una de ellas, rubia con el pelo muy corto, no le quita los ojos de encima. Por alguna razón, no me gusta que lo haga. Me jode que la rubia le mire, porque es como si interrumpiera este momento tan guay, como si se entrometiera en ese mundo oscuro que hemos creado.
Cuando pasan al siguiente tema, el quinto de la noche, a mí apenas me queda birra. Entre el ruido de los aplausos, decido girarme un poco para decirle algo, algo que resuelva al fin esta tensión…
Entonces veo a la rubia, que se ha levantado y viene hacia aquí. Grimm está de perfil, su nariz es putamente bonita, y sus ojos parecen joyas, pero apagadas, y tiene la punta de la lengua entre los labios, que están húmedos y brillantes, y su pelo oscuro cae sobre sus hombros como una cortina que seguro que es suave al tacto...
Y esa zorra se acoda en nuestra mesa, mirándole con una sonrisa. Y sé que le va a entrar.
Entonces, de pronto, me vuelvo loco. Eso no va a pasar. No lo pienso permitir, joder.
Él apenas se ha girado hacia ella cuando yo pego el manotazo en la mesa, delante de las narices de la rubia.
La tía se sobresalta, Grimm también.
—Esfúmate.
—No te pongas borde —me suelta la chica, mirándome con desprecio—. ¿Qué pasa, es que está contigo?
—Sí, está conmigo.
La tía levanta las manos en son de paz y se da la vuelta, yendo de nuevo a su mesa. Behold están tocando otra vez, pero yo solo puedo asesinar con la mirada a la zorra… hasta que siento los ojos de Grimm sobre mí.
—¿Estoy contigo? —me dice burlón, pero con un anhelo en los ojos, uno que no es capaz de esconder lo bastante bien, no para mí.
Soy hiperactivo, ¿ok? Estoy loco, sí. Tengo demasiada dinamita dentro y no me sé expresar, todo eso, vale. Pero no soy ningún gilipollas. No soy gilipollas, no tengo un pelo de tonto y sé que me desea. Y como estoy hasta los huevos ya de jugar, le agarro de la nuca y me tiro encima de él, abriéndole los labios con los míos y besándole otra vez, igual que esa noche en casa de Crowley.
No. Igual no. Ahora escucho mi propio corazón martilleando en mis oídos por encima de los coros limpios y místicos y la voz gutural de Behold, esa mezcla tan absurda pero que funciona tan bien, igual que él y yo.
Igual no, porque ahora sé lo que estoy haciendo y me doy cuenta de que lo estaba deseando desde hace semanas. Así que presiono con mis labios contra los de él, hundo la lengua en su boca y le saboreo con lenta pericia, buscando todo lo que me evocan los recuerdos de aquella noche, buscando revivirlo y mejorarlo. Quiero descubrir de qué va todo esto.
Su boca es blanda y dúctil, está húmeda, sus labios parecen abrazar los míos y recibirlos con complacencia, y cuando toco su lengua con la mía, él responde con un hambre extraña, que no es brusca pero trae consigo el fuego.
Dios. Qué bien sabe.
Me he arrojado sobre él con tanto ímpetu que al ir a inclinarme más hacia su cuerpo, siento que la banqueta se mueve debajo de mi culo, así que me pongo de pie para sujetarle la cara con las dos manos y besarle a mis anchas, bebiéndome su aliento y dejando que se me colapsen las neuronas con descargas eléctricas que no sé de dónde coño vienen. ¡¡Ni me importa!!
***
Por fin.
El alivio es como un estallido. Lo único que hace es desatar una revolución dentro de mí. Hasta el roce de sus dedos entre mis cabellos hace que me tense, es como fuego. Me ha arrollado. Me está besando. Está conmigo. Eso le ha dicho a la tía, y desde ese momento mi corazón se ha desbocado como un jodido tren a punto de descarrilar. Su lengua contra la mía es la respuesta que estaba ansiando, y la saboreo, abriéndole paso, enredando la mía mientras el hambre se esparce por mis venas.
Está besándome a conciencia. Y sé que está lúcido. Esta vez no hay dudas de lo que desea, su boca me reclama y me degusta, y yo le dejo explorar la mía a sus anchas, llenándome los pulmones de su olor cercano cuando respiro por la nariz. Guardándome cada matiz en la memoria como si fuera un tesoro. Los labios le saben a cerveza. Tiene la saliva tibia impregnada del matiz del tabaco. Es amarga pero también dulce… y un poco picante. No entiendo por qué. Estoy cayendo, y no pienso en si llevo o no paracaídas. El impacto no me importa, solo esa sensación enloquecedora: el corazón cabalgando en mi pecho, la piel ardiéndome, erizándose. Los bichos en mi estómago corriendo enloquecidos como si se hubieran dado un chute de éxtasis.
La música suena. Hay gente sentada en las mesas, hay gente en la pista, pero no soy consciente de ellos. Solo de sus labios, y de la música, que se ha vuelto líquida y se filtra hacia mi boca, me hormiguea dentro y me convierte en algo maleable entre sus manos, que me sujetan el rostro y enredan los dedos en mi pelo; son calientes y algo ásperas, grandes y sensibles.
Estamos en otro mundo, en el que solo estamos nosotros. Nosotros y la música. Y el calor que me pica en la piel y se acumula entre mis piernas.
Le he recorrido el cuello con los dedos. Le tiro del pelo al deslizarlos por él: es sedoso y fino, mis dedos recuerdan ese tacto, lo recuerdan todo. Y bajan hacia su pecho, presionan con las yemas sobre la camiseta, sin apartarle de mí, y se cuelan por debajo de la tela para volver a tocarle. Siento la dureza de sus músculos, que se contraen al paso de mis dedos, y su piel caliente, suave. Me provoca una sed punzante en la garganta y me hace besarle con más ímpetu, hasta el punto de empujarle cuando me levanto para responderle como es debido. Al ponerme en pie, él resuella y se aprieta contra mí, y yo hago lo mismo.
Entonces los aplausos estallan y rompen la burbuja. Oigo a la gente silbar y vitorear, y recuerdo que existe un mundo aquí afuera, y que seguimos ahí. Que estamos de pie y que la rubia y sus amigas deben estar mirándonos. Y no es que me importe lo que puedan pensar, es que no me gusta el exhibicionismo. Este momento es mío, y no quiero que sea de nadie más.
Me aparto de su boca, respirando desbocadamente, y me agarro de su camiseta, presa de un repentino mareo, parecido al que siento cuando fumo maría. Volver a la realidad me cuesta, y no quiero hacerlo. Me hormiguean los labios y quiero seguir besándole. Quiero tocarle.
—¿Por qué no vamos a un sitio más tranquilo…? —No le he soltado, y se lo digo con la boca casi pegada a la suya. No tengo miedo de que escape, sé que no va a escapar, pero es que no quiero dejar de tocarle.
***
—Sí. —Apenas le dejo terminar de decirlo cuando ya estoy asintiendo con la cabeza—. Sí, vamos ya, donde sea.
¿Qué ha sido eso? ¿Eso ha sido un beso? He tenido muchos besos en mi vida y no recuerdo nada igual. De hecho es como si aún no hubiera terminado, todavía siento la electricidad en los labios, todavía le estoy mirando como si fuera… no sé. No lo sé. De pronto tomo aire con fuerza, creo que se me ha olvidado respirar. Quiero besarle otra vez. Quiero que me toque. Y tocarle. Y me da igual que sea un tío, o no saber por qué deseo esto, no necesito saberlo, solo aplacarlo.
Me mira un momento y no se entretiene más, me coge de la mano y tira de mí hasta detrás de un árbol. Allí hay una cortina negra y una escalera de peldaños iluminados que desciende. Le sigo, ansioso, fascinado por el tacto de sus dedos entre los míos.
Creo que es la primera vez que voy de la mano con un tío.
Grimm tiene los dedos finos, largos y fuertes. Me siento rudo y torpe a su lado, rudo, torpe y un completo desastre, pero eso no me deprime ni hiere mi autoestima; soy como soy y no me arrepiento de mi forma de ser. Solo me asombra que esto esté pasando con alguien como yo y alguien como él.
Me está llevando a los baños. Bien. Me parece guay. Pero antes me paro en seco en el recodo del pasillo que hay tras las escaleras y le empujo contra la pared para besarle otra vez. No puedo esperar para probarle de nuevo. ¿Y por qué iba a tener que esperar?
***
Le agarro de la melena cuando me empuja contra la pared. Está volviéndolo a hacer, reafirmándolo todo. Y yo le recibo como un muerto de sed. Hacía mucho que no reaccionaba así ante nadie… tal vez es por tanto tiempo imaginándolo, por tanto tiempo esperándolo, pero mi cuerpo está ardiendo bajo sus labios. Ya no tengo dudas, ni miedo, solo esa euforia que ya no tiene cadenas, como si esos bichos de mi estómago se hubieran dado a la fuga a través de mis venas y estuvieran agitándose ahora en mi propia sangre.
Me hundo en su boca y enredo la lengua en la suya. No solo le estoy respondiendo, le estoy reclamando, y él me aprieta contra la pared al besarme más profundamente. Flexiono una rodilla y me arqueo, buscando el contacto con su cuerpo. Él se pega a mí y hace un ruido con la garganta, una especie de gruñido. Creo que me va a faltar el aire. Cuando su cuerpo me roza me sacude una oleada de calor. Me doy cuenta de que tengo una erección terrible porque la he aplastado contra su pelvis al arquearme… y me da igual que se dé cuenta.
De eso iba todo esto, de que se diera cuenta y de que reaccionase, y ambas cosas están pasando.
Escucho las risitas de unas chicas cuando pasan por nuestro lado, hasta que la puerta del baño de mujeres las amortigua. Hago un esfuerzo por apartarme, aplastando la cabeza contra la pared, y le miro, jadeando, con las manos aún en su pelo y el cuerpo pegado al suyo. Sus ojos azules brillan, muy claros en la oscuridad, con las pupilas dilatadas fijas en mí, como si fuera su objetivo, su presa o algo así. Se le marcan los huesos de la mandíbula cuando aprieta los dientes.
—Vamos… o acabaremos dando el espectáculo... —Como si no estuviéramos dándolo ya. Le digo esto y le vuelvo a besar con ímpetu antes de separarme y agarrarle otra vez de la mano para tirar de él, apremiándole—. Vamos.
Le oigo reír a mi espalda, una risilla lasciva y grave que me pone los pelos de punta.
Empujo la puerta de los baños y nos metemos en ellos. Al otro lado la luz sigue siendo tenue, hay pilotos debajo de los lavabos y un par de lámparas en el techo. Los azulejos son negros, hasta las puertas son negras, pero no estoy como para fijarme en los detalles. Cuando nos metemos ahí, Draven me vuelve a agarrar y me empuja contra el banco de los lavabos, de espaldas al enorme espejo. Me vuelve a besar y yo le empujo al responderle, apartándonos de ahí a los dos para meternos en uno de los baños, a salvo de miradas indiscretas.
Esto es una locura. Yo no soy de los que van a los baños a liarse con nadie. Ni de los que se lía en público con otro tío, pero Draven me está arrebatando el control, y si creía que tenía las riendas de la situación hace un rato que se me han escapado.
Desde que me ha besado ahí arriba y el resto del mundo ha dejado de existir.
***
Para cuando nos encerramos en la pequeña cabina, ya he superado todas las barreras. Echo el cerrojo y apoyo el pie en la tapa del váter para cerrarla antes de volver a su boca, como si me faltara el aire.
Ya me da igual todo. Me da igual que sea un tío, me da igual que sea mi compañero en Masters, me da igual que apenas nos conozcamos. Su olor me enloquece, su boca es una puta droga, y la forma en que reacciona dice más que las palabras. Y esto precisamente, estas son la clase de cosas que yo busco. En esto no hay equívocos. Nos deseamos, tenemos hambre del otro. Y punto, no hay más. Ni malentendidos, ni medias tintas.
Le tengo acorralado contra la pared que separa el cubículo del contiguo y le estoy besando a conciencia, ladeando el rostro para encajar en sus labios, deslizando la lengua alrededor de la suya y degustando su saliva mentolada y algo amarga por la cerveza. El contacto de su boca contra la mía es lo más excitante que he sentido nunca. Es distinto a todo. Es suave, blando, pero fuerte al mismo tiempo. Mis dedos tocan su pelo, su cuello, siento sus manos bajo mi camiseta otra vez y se me tensan los músculos.
He sentido su erección, pero la mía no se hace esperar. Y menos cuando me araña con suavidad el pecho y el vientre y vuelve a levantar la pierna para apretarse contra mí.
—Joder, Grimm… —me quejo, con la voz ronca de deseo. Le agarro del culo. Luego le muerdo el labio inferior, tiro de él y le miro, amenazador. Lo suelto y me relamo, colocando el pulgar bajo su barbilla para levantarle el rostro. Lo estudio durante unos segundos—. Estás… eres… —No me salen las palabras y me cuesta respirar, pero quiero decírselo, quiero decirle algo que ni siquiera llega a tomar forma en mi mente—. Eres puta gasolina.
Le beso otra vez, devorando su boca con urgencia, metiendo la otra mano bajo su ropa para acariciar su cuerpo, los costados, el vientre y el pecho plano y liso, donde el piercing también está caliente, contagiado por su piel. Le tiro un poco y pellizco el pezón.
No sé qué estoy haciendo, pero me da igual. Estoy cachondísimo y siento cosas que…
No sé. Esto no se parece a nada de lo que he vivido antes, nunca.
***
No sé si es por esta luz difusa que hay en los baños, que también es azul, que me parece que sus ojos arden en la oscuridad cuando me mira. Parecen brillar con un fuego propio, y me encienden… si es que puede encenderme más.
—Eres puta gasolina —me dice.
Si yo soy gasolina, él es fuego y me está prendiendo por completo. Esas palabras me excitan aun más. Su voz ronca, las pupilas dilatadas, esa mirada de cazador y el hambre con la que me besa y me muerde los labios me están robando el aliento. Me cuesta respirar, la sed se intensifica cuando me toca y presiono con la rodilla contra su muslo, apretándome más contra su cuerpo.
Respondo a sus caricias sin darme cuenta, como si hiciera siglos que nadie me hubiera puesto las manos encima. No hace tanto tiempo, pero nadie me ha llevado al descontrol como lo está haciendo Draven. No me gusta perder el control, nunca me ha gustado, pero entre sus manos estoy soltando las riendas. Llevo mucho tiempo esperando esto. Tengo una sed atrasada, furiosa por tanta contención a la que la he sometido, y me cambia por completo. Me pone fuera de control. No puedo detenerme.
Estoy arqueándome bajo sus manos, y noto su sexo duro contra el mío cuando me estrecho contra él. Me aparto para tomar aire, agarrándole del pelo, y le miro mientras jadeo contra su boca, respirando su aliento, que brota acelerado. Su expresión salvaje me vuelve loco. Entreabro los labios, anhelante.
—Draven…
No me basta con los besos, y presa de un arrebato tiro de las solapas de su chupa de cuerpo y se la arranco a tirones. Espero que el suelo esté limpio, porque la tiro sin fijarme en ello y le quito la camiseta. Él hace lo mismo, aunque es bastante más rudo, me rompe la rejilla y la mira con confusión antes de arrojarla al suelo con desprecio. Urgentes, apresurados, mirándonos a los ojos como hipnotizados. Cuando vuelve a besarme, aplastándome contra la pared, el pladur vibra. Su fuerza se me contagia y me hace cosquillear la piel. Recorro su torso con los dedos, le araño con suavidad y le agarro por los hombros, besándole enloquecidamente. Le empujo con todo mi cuerpo para darle la vuelta y acorralarle a él contra la pared. Él es más corpulento que yo, pero le pillo con la guardia baja… o bien se está dejando.
Antes de empezar, ya sé lo que voy a hacer y la idea me excita tanto que se me baja la sangre a la entrepierna bruscamente.
Le pongo las manos sobre el pecho, con los dedos abiertos, y presiono para mantenerle ahí al apartarme. Él intenta besarme de nuevo, me lanza un mordisco que yo esquivo. Una sonrisa lobuna y lasciva se abre paso en su rostro.
—Ven aquí —gruñe. Intenta agarrarme del brazo pero yo lo aparto y él no insiste.
Vuelvo a respirar su aliento al apretar la pelvis contra su cuerpo. Deslizo las manos por su pecho, y le abro el cinturón de balas, con la mirada fija en sus ojos acerados. Lo hago despacio, disfrutando de mi propia sed… y también de la suya.
—Nunca has estado con un tío… ¿verdad? —Lo susurro sobre sus labios. Sé que nunca lo ha hecho, y me gusta saberlo, me gusta saber que ningún otro le ha tocado, y me gusta saber que puedo ofrecerle algo que nadie le ha dado jamás.
Pero sobre todo, me gusta saber que él quiere que se lo dé.
***
Cada vez que se estrecha contra mí, la sangre se me acumula ahí abajo como un torrente. No sé qué tienen sus manos, que despiertan el fuego bajo mi piel. Y de su boca no tiene sentido seguir hablando, porque es un jodido pecado. Adictiva. Él me habla, me besa y me toca, y es como estar borracho y puesto de opio, todo a la vez. Le pongo la mano en la cara para levantarle la barbilla de nuevo, recreando mi mirada en sus facciones y rozándole rudamente con el pulgar para delinear sus labios.
—Nunca. Igual porque no he conocido a ninguno tan guapo como tú…
Bien, Draven. Has conseguido decirle algo guay. Ya era hora, joder. Por un momento me siento hasta orgulloso, porque desde que Grimm ha empezado con todo esto, he sido incapaz de hilvanar pensamientos coherentes, y mucho menos de expresarlos. Pero ahora que estamos aquí encerrados, con la música sonando amortiguada y el murmullo de sus jadeos y la luz de sus ojos envolviéndome, parece que se me ha quitado la gilipollez. Al menos un poco.
Intento besarle y de nuevo me rehúye. Soy totalmente consciente de que estamos tocándonos, de que estamos cachondos y de que esto que está pasando no es el mariconeo sobre el escenario sino algo muy distinto. Algo fuerte e intenso como un incendio.
Está soltándome el cinturón. Un estremecimiento de anticipación me tensa la espalda. Es la forma en que me mira, la manera en la que abre despacio la hebilla y me toca la cintura desnuda al quitármelo. El tío está al mando de la situación, sabe muy bien lo que quiere. Y yo no tengo ni idea, pero no soy idiota y sé por dónde van los tiros. Me rodea el cuello con el cinto y tira para atraerme hacia él, esperándome con los labios entreabiertos.
—Esto te va a gustar —me dice en un susurro que me rompe los nervios.
Este beso es distinto, lento, provocativo. Me está tentando.
Y luego empieza a besarme el cuello mientras sus dedos manipulan el botón de mis vaqueros, que me están torturando con lo que tengo montado ahí debajo.
—No juegues más conmigo…
Enredo los dedos en su pelo y me aprieto contra su cuerpo, buscando ese roce que me desespera, ese calor que me está enloqueciendo. Estoy impaciente y ansioso, esto está siendo genial, pero no quiero estropearlo poniéndome exigente o dejándome llevar de mala manera.
***
—No estoy jugando… —le digo en un susurro ahogado. Me tiembla la voz, y le rozo el lóbulo de la oreja con los labios al hablarle.
Tengo el sabor de su piel en los labios, y quiero más. Su voz ha vuelto a provocar una sacudida dentro de mí. No sé qué tiene. No sé cómo ha dicho eso, que me ha erizado la piel y ha quemado el oxígeno de mis pulmones. Le empujo hacia mí y abro los labios sobre su cuello de nuevo, pasando la lengua sobre la piel para saborearla otra vez.
No quiero jugar contigo. Es lo último que quiero, aunque no sepa qué quieres tú…
No. No es verdad. Esos pensamientos se evaporan en el fuego en el que estoy ardiendo. Sí sé lo que quiere, sé lo que quiere ahora, y eso me basta. Tengo hambre y calor, y esa euforia que sigue latiéndome justo bajo el esternón. La música suena amortiguada aquí, pero parece pulsar aún dentro de mí, como energía eléctrica, como un flujo al que me abandono y que me arrastra.
Mis dedos recorren sus músculos, se deslizan sobre su pecho después de soltar el cinturón y dejarlo colgando de su cuello. La larga melena me roza la cara cuando desciendo, besando los músculos tensos de su cuerpo, lamiendo su piel para succionar con suavidad al bajar entre los pectorales. Está ardiendo, está caliente y huele a deseo. Cierro los dedos en su cintura. Está tenso, y sus músculos se dibujan bajo mis manos como si estas les dieran forma.
Le he abierto el pantalón y he bajado la cremallera. Hinco la rodilla en el suelo cuando llego a la altura de su ombligo y me recreo en él. Le miro, hundiendo la lengua en el hueco y haciéndola resbalar hacia abajo. Sus ojos me abrasan como ascuas desde arriba. Su rostro está crispado en una mueca exigente.
Claro que sé lo que quieres. Tu mirada de lobo, el fuego en tus ojos, me empujan a la locura. Me haces perder el control, pero al mismo tiempo me haces sentir poderoso, porque sé más que nunca lo que quiero, y lo voy a obtener.
Sus dedos se crispan en mi pelo cuando cuelo los míos dentro de su ropa interior. Su sexo está caliente al tacto, la piel tersa se tensa y la carne late cuando la toco, cuando cierro la mano a su alrededor y tiro suavemente para liberarla. Solo ese contacto me provoca estremecimientos, y quiero más. Aún le estoy mirando, y él lo sabe. Tiene la mandíbula apretada y un gesto salvaje en el rostro, como si estuviera conteniéndose. Bajo la mirada y observo su pene, grande y palpitante, totalmente duro y erecto. Un estremecimiento de anticipación me sacude las entrañas.
Nos hemos visto desnudos muchas veces, en los vestuarios, durante las giras... su cuerpo no me es del todo desconocido. Ya sabía que estaba bien armado, pero lo que tengo ahora entre las manos explica muchas cosas. Explica las colas de groupies delante de su puerta, por ejemplo. Y ahora es mío. Todo mío.
Ya no quiero ponerle a prueba, así que le dedico una caricia lenta, recorriendo el tallo de su sexo, que crece por momentos entre mis dedos, y lo estrecho con cuidado antes de abrir los labios y lamerlo. Al principio es un roce tímido. Noto su sabor hormonado en la punta de mi lengua, y dejo un rastro de saliva en su piel antes de metérmelo en la boca. Sus manos se cierran en mi pelo. Le noto tensarse otra vez, temblar y arquearse, hundirse más hacia mi garganta, y le acojo despacio hasta casi mi límite, antes de liberarlo con una succión y el intenso roce de mi lengua. Le escucho jadear con fuerza.
—Joder, Grimm…
Su reacción me anima. Cierro los ojos, sujetando su sexo por la base, presionando con la fuerza justa para que crezca más entre mis labios cuando acompaño el movimiento con la mano. Me llena la boca, y cada vez tengo más hambre, cada vez estoy más excitado. Empiezo a devorarle con hambre. Su sabor, su consistencia en mi boca, hacen crecer mi deseo en vez de saciarlo.
No estoy jugando. Estoy dándole algo que nadie le ha dado en su vida, y estoy seguro de ello.
***
Lo está haciendo. Sí, lo está haciendo. Y es lo puto mejor que me han hecho nunca. Hay una vocecita por ahí escandalizándose, dentro de mi cabeza, pero es tan débil y tiene tan poco que decir ante la intensidad de lo que estoy experimentando ahora que me resulta muy fácil ignorarla.
No puedo evitar agarrarle del pelo, pero intento no ser brusco. Tampoco puedo evitar mover las caderas para entrar y salir de su boca. Joder, hostia puta. Qué vicio tiene. No puedo evitar tampoco mirarle, mis ojos están fijos en él mientras sus labios me apresan, su saliva me envuelve y su lengua me tortura. Estoy jadeando entre los dientes apretados, rígido de contención. Los calambres de placer estallan por todo mi cuerpo, me hormiguean en el vientre, me tensan los riñones. La sangre se precipita hacia mi entrepierna, mi polla late y crece dentro de su boca a un ritmo demencial, y creo que voy a perder la puta cabeza.
Esto está pasando. Es real. Y es mejor que cualquier cosa que pudiera imaginarme. Nunca había fantaseado con nada parecido, aunque me viene a la mente algo que les he oído decir a los del grupo alguna vez en plan de coña: que los tíos la chupan mejor que las tías.
Mierda. Pues en lo que a mí respecta, es verdad.
Tiene una mano cerrada en mis pantalones abiertos, que me ha bajado hasta las caderas, y con la otra acompaña los movimientos, presionando y deslizando los dedos sobre mi verga húmeda de su saliva. Intento con todas mis fuerzas no ser brusco, de verdad que lo intento. No quiero estropear esto, pero mi instinto está despierto y un puto demonio bailotea en mi interior pidiéndome que le agarre con firmeza y le folle esa boca viciosa hasta vaciarme en su garganta.
Tengo que cerrar los párpados y apretar los dientes para contener otro brusco estremecimiento cuando mi imaginación me tienta con esa idea. Cuando los vuelvo a abrir, sus ojos brillan de anhelo y deseo. Me mira como si yo fuera algo putamente maravilloso. Creo que nunca me han mirado así, de una forma tan entregada. Se le han enrojecido los labios y me doy cuenta de lo blanca que se ve su piel bajo esta luz rara. Tiene el pelo un poco revuelto por mi culpa, pero un mechón ondulado sigue acariciándole la mejilla. Se lo aparto con delicadeza, como si pudiera romperle si le tocara sin cuidado. Entonces él saca la lengua y empieza a lamerme mientras me mira fijamente.
Yo es que ya no puedo más. Joder. Aguanto un quejido y me aplasto contra la pared, levantando la cabeza y cerrando los ojos con fuerza cuando los latigazos de placer vuelven a sacudirme y me impiden pensar nada coherente, dejándome solo la conciencia justa para no violarle ahí mismo y estar atento para avisarle cuando llegue el momento. Que no va a tardar, como siga haciendo esas cosas.
***
Nunca he hecho nada parecido. No me refiero a chupársela a alguien… me refiero a hacerlo en los putos baños de un garito. Me refiero a esta precipitación, a esta ansiedad, a estas ganas con las que le estoy devorando. Mi sexo pulsa atrapado en mis pantalones, cada latido de su miembro en mi boca me excita más, y su mirada, el fuego contenido, la tensión en su cuerpo. Él me hace perder el control, y yo le estoy obligando a mantenerlo con esto, lo veo en cada gesto.
Entrecierro los ojos cuando me toca la mejilla. No entiendo cómo puedo conmoverme en esta situación, estoy excitado como nunca pero el calor se abre en mi pecho, un calor distinto al que me arde en la sangre y se acumula entre mis piernas. Entrecierro los ojos y tomo aire por la nariz, y le miro, atento a sus reacciones, devorándole también con la mirada.
Tengo los dedos mojados de saliva, le tengo agarrado por completo, y resbalan sobre la piel caliente y almizclada. Le sujeto por la base, presionando con los dedos, y recorro la extensión de su sexo con la lengua, saboreándolo, rozándolo con más intensidad en la punta y cerrando los labios para succionar. Se está volviendo loco, noto cómo su pulso se acelera, lo siento contra la lengua, como una corriente que se desata, y no quiero esperar más. Cuanto más le miro más me quema el fuego, y quiero que se deshaga entre mis manos, como si eso pudiera liberarme de mi propia excitación.
Le vuelvo a hundir en mi boca, cerrando los ojos, y ladeo la cabeza para llevarle más lejos, hacia mi garganta. Le suelto los pantalones y me agarro de sus caderas con la otra mano. Aún me tiene agarrado del pelo, pero el ritmo lo estoy imponiendo yo, y ahora le estoy devorando, succionando y lamiendo con glotonería.
***
Los segundos transcurren como fuera del tiempo. Todo se está volviendo líquido y ardiente. Es como tener los oídos rellenos de algodón, igual que cuando fumo opio. Solo que más allá de esta sensación embriagadora, entre las sacudidas y los estremecimientos, y el calor y el fuego y la tensión en mis riñones, más allá de eso puedo oír los malditos ruidos que hace al sorber, al succionar, al jadear. Su aliento cálido sobre mi polla mojada, sus labios exprimiéndome…
No puedo más. Lo siento venir desde lejos, con una fuerza que sé que no voy a poder controlar. Le suelto bruscamente el pelo para pegar las manos a la pared, apretándome contra ella.
—Para…
Se lo he dicho con un jadeo, pero él me mira y sigue. Cierro los ojos con fuerza.
—Grimm, para, joder…
Los latidos se precipitan, el corazón se me dispara. Le llevo la mano al pelo de nuevo, desesperado, para apartarle de mí.
—Me voy a…
Le agarro la melena y tiro pero él se aferra, tozudo, a mis caderas y me hunde en su boca con más ansia, como si quisiera engullirme por completo. Le miro, embriagado, rendido a su maestría, a la luz de sus ojos turbios de deseo. No se va a apartar. Pues que haga lo que quiera, joder. A mí ya me da igual todo.
Y ese es mi último pensamiento lúcido, cuando vuelvo a echar la cabeza hacia atrás con un gemido y el orgasmo me golpea con la misma intensidad que una patada en el estómago.
El clímax me deja la mente en blanco. Arqueo las caderas. Se me nubla la vista. La sangre parece reventar en mis venas, como si fuera Coca-Cola con Mentos. Es un estallido. Una explosión salvaje. Me rompo en éxtasis y euforia, inclinándome hacia adelante bruscamente y agarrándole con fuerza de los cabellos. Y me corro dentro de su boca.
Las contracciones me hacen temblar. Se me ha empañado la vista. Durante unos segundos solo puedo resollar, soltar gruñidos animales y empujar descontroladamente entre sus labios. Él me tiene agarrado. No me quiere soltar. No se ha apartado porque no le ha dado la gana.
Joder. Esto es un puto sueño.
Cuando el último latido furioso termina de vaciarme sobre su lengua, siento que me fallan las rodillas. Me apoyo contra la pared, con la respiración acelerada. Todo da vueltas y me pitan los oídos, veo putas luces de colores detrás de los párpados cerrados mientras él me regala una última caricia de su lengua. Finalmente, se aparta de mí.
Le suelto y me paso una mano por el pelo y la cara, disfrutando de los últimos estremecimientos y después de ese momento de paz que siempre arrastra el orgasmo tras de sí. Apenas me doy cuenta de que él se pone en pie. Se ha dado la vuelta. Entreabro los ojos y le veo haciendo algo de espaldas a mí. Escupe, y luego tira una bola de papel a la papelera del baño. Cuando se gira otra vez, tiene los labios todavía húmedos. Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, le agarro de los pantalones y le atraigo de un tirón. Y otra vez le estoy besando, mordiéndole los labios, probando los retazos de mi propio sabor en su lengua.
Él me rodea con los brazos. Siento su pecho contra el mío, los latidos de mi propio corazón retumbando contra su piel, su pulso acelerado golpeando contra mi esternón, su erección apretada tras la tela de los vaqueros empujando en mi ingle.
Esto no puede quedar así. Este jodido tío me acaba de llevar al infierno con lo que me ha hecho. Ha sido la mejor mamada de mi vida, y todo lo que está pasando está siendo de otra dimensión, ¿ok? Y ahora yo necesito darle algo a él, aunque no sé exactamente qué, ni cómo. Estoy jugando en un campo desconocido, este terreno es nuevo para mí, pero eso nunca me ha echado atrás porque estoy loco. Y pienso en todo eso mientras devoro su boca, agarrándole del pelo y demostrándole quién manda ahora.
Ha llegado el momento de tomar el control, aunque no tenga ni puta idea de lo que estoy haciendo.
Así que me dejo llevar. Le suelto y le doy la vuelta con un gesto rudo. Cruzo un brazo a lo largo de su pecho y le pego la espalda al mío, respiro en su cuello y le muerdo. Mientras, con la otra mano, le estoy abriendo los pantalones.
—Draven… —De nuevo dice mi nombre y jadea—. Draven, espera…
—No. No voy a esperar. ¿Crees que puedes hacer lo que acabas de hacer e irte de rositas? —le digo al oído. Mi voz suena áspera y brusca. Es como si estuviera amenazándole, aunque no era esa mi intención. Pero no sé qué me pasa, todo está descontrolado—. De eso nada. Ahora me las vas a pagar.
Meto la mano en sus pantalones y le agarro la polla. Grimm se tensa y se traga un gemido grave. Ese es mi chico. Le magreo por encima de la ropa interior, luego la saco y empiezo a acariciarle pausadamente, provocador, igual que si estuviera haciéndome una paja… pero con su verga en la mano en lugar de la mía. Le mantengo sujeto contra mi cuerpo mientras lo hago. Quiero ponerle tan cachondo como él me ha puesto a mí. Quiero sentir cómo pierde la cabeza por mí.
—Ahora estás conmigo. Y voy a hacer que te corras. Ahora estás conmigo, ¿te enteras? Y hasta que salgamos de aquí, eres mío. Pero no te preocupes. Te voy a tratar muy bien.
Deslizo la lengua por su cuello, luego le empujo con las caderas. Se le ha acelerado la respiración, tiene una mano alzada y agarrada a mi pelo, su piel está ardiendo. Le escucho jadear. Se contonea para acompañar los movimientos de mis dedos al masturbarle.
—Te ha gustado mi polla, ¿verdad? Te la has comido como si fuera un manjar. —Le muerdo el cuello con suavidad, acelerando el ritmo de las caricias. Le estoy hablando a media voz, no sé si le pone que le diga estas cosas, pero a mí me está poniendo, desde luego—. A mí también me gusta la tuya. Y yo le gusto a ella. Se te está poniendo muy dura. —La aprieto un poco más y le entrego una caricia lenta y enloquecedora—. Creo que te la voy a chupar. ¿Eso te gustaría?
Yo nunca he hecho estas cosas, ¿ok? No me refiero solo a estar con un tío. También a decirle guarradas al oído a nadie, estas porquerías explícitas que le estoy diciendo a Grimm. No es que me dé vergüenza, es que nunca me había dado por ahí. Y resulta que me encanta. Por lo visto, a él también. Siento cómo se eriza su piel y la forma en que se le acelera la respiración, y cómo arquea la espalda y se pega más a mi cuerpo… Sé que le estoy poniendo cachondo, y eso me hace sentir el puto amo.
—Sí…
***
Esto no lo esperaba.
Todo esto ha comenzado porque quería que me volviera a besar. No esperaba que la caída fuera tan larga, y no esperaba que al caer me volviera a encontrar entre sus brazos. No esperaba tener su sabor en la boca. Y mucho menos que me fuera a hablar así. Siempre me ha parecido sórdido, esto de los baños y las palabras guarras. Siempre me ha dado risa, incluso si alguien lo ha intentado conmigo, pero ahora mismo no es eso lo que me da. Estoy jadeando, moviéndome contra su mano, atrapado entre sus brazos.
«¿Eso te gustaría?».
Dios mío.
—Sí… hazlo…
Me tiene sujeto, pegado a su cuerpo, y le tiro del pelo sin querer. Cierro la mano en su muñeca porque necesito agarrarme a algo, ni siquiera quiero imponerle mi ritmo, ni apartarle. Y tengo que aguantarme los gemidos, que a veces se me escapan, para que nadie me oiga ahí afuera. Apenas soy consciente de que existe un «ahí afuera», de que haya algo más que su voz, que se ha vuelto ronca e impositiva. No veo el puto váter que tengo delante, que en otra situación me recordaría lo… lo cutre que es esto para una primera vez. Todo está nebuloso, y lo único real es su tacto y su aliento, su saliva en mi cuello, su cuerpo contra el mío. Eso es lo único que importa.
Por un instante, cuando me ha agarrado, algo en su voz me ha hecho tensarme. Su amenaza me ha erizado los poros y se ha llevado mi consciencia. Hacía unos segundos yo tenía el control, yo le tenía bajo mi poder, y cuando me lo arrebata solo puedo abandonarme entre sus manos. Quiero soltar todas las amarras. Estar con él, ser suyo.
Joder.
Hace mucho tiempo que no quiero estar con nadie más, que no me lo puedo borrar de la cabeza. Y ahora me está marcando la piel. Cada vez que me acaricia le siento hundirse más en mí, cada palabra filtrándose en mi mente y enredándome.
Yo no esperaba esto. Y es maravilloso. Ya no caigo, estoy volando.
Tiro de sus cabellos y ladeo la cabeza, entregándome, mostrándole mi cuello, jadeando cada vez que me roza con la lengua y sus caricias extienden el fuego en mi cuerpo. Estoy palpitando entre sus dedos, su fuerza me eleva y me desintegra. No puedo parar de gemir, y me da igual si me escuchan, no existe nadie más. Estoy con él. Soy suyo, y eso significa que él también es mío.
Sus palabras me han llenado la cabeza de imágenes que nunca me había atrevido a imaginar. Me liberan de la contención, de mi propia censura constante, me permiten desear su boca, sus labios sobre mi sexo, su deseo salvaje destrozándome. Me permiten aceptar lo mucho que me ha gustado meterme su polla en la boca, hacerle enloquecer, recrearme en su sabor y que se retorciera entre mis manos. Es un manjar, lo es para mí, y aún tengo hambre de él. Le necesito tanto, desde hace tanto tiempo, que me está doliendo.
Me arqueo contra su cuerpo y suelto un gemido desvaído, lúbrico y abandonado. Le araño el brazo al soltarme para ponerle los dedos en la mejilla, y vuelvo el rostro para buscar sus labios, tirándole del pelo para reclamarle un beso desmadejado, entre jadeos.
—Hazlo… —susurro. Apenas soy capaz de hilvanar las palabras. Le miro con los párpados entrecerrados. Mi necesidad es tan intensa que sé que arde en mis ojos. Me da igual, quiero que la vea, que se recree en ella. Que sepa cuán suyo soy aquí. Cuánto lo he sido todo este tiempo—. Hazlo… no puedo esperar más… hazlo ya. Haz lo que quieras…
***
Haz lo que quieras, me dice. Haz lo que quieras. Dios, si hago lo que de verdad quiero, entonces igual acabas en el hospital, o me odias para siempre, o quién sabe… porque de pronto estoy pensando en follarte, Grimm… y si tú supieras esto, no sé qué pensarías.
Pero tampoco es que estar aquí chupándonos las pollas sea mucho más inocente, la verdad.
—Me estás volviendo loco. Te follaría ahora mismo, pero no tengo condones… así que tendrás que conformarte. Y yo también.
Le doy la vuelta y cambio de lugar con él, colocándole de espaldas a la pared. Le bajo los pantalones hasta los muslos, ahora le tengo aprisionado, acorralado con mi cuerpo. Le beso de nuevo, degustando sus labios y su lengua mientras le toco y rozo su polla contra la mía, que se ha puesto un poco dura otra vez.
—¿Ves cómo me pones?
Le cojo una mano y se la aprieto contra mi sexo y el suyo, sin dejar de acariciarle. Las junto y las agarro a las dos a un tiempo, manteniendo también su mano ahí, la rodeo con las mías y nos masturbo a la vez. Esto es una locura. La sensación es genial. Puedo sentir su verga hinchada, palpitando rabiosamente contra la mía, que despierta de nuevo poco a poco.
Lo que pasa después es aún más locura. La música de Behold se ha vuelto más intensa, no llega a ser agresiva pero la potencia de las guitarras hace vibrar el suelo y las paredes. Lo percibo cuando me arrodillo, sin tanta sensualidad como él. Él me ha lamido entero antes de llegar ahí abajo pero yo tengo prisa y soy menos guay que Grimm, las cosas como son.
Así que hinco la rodilla, le agarro la polla y me la acerco a la boca. La acaricio con los labios y con la punta de la lengua. No encuentro nada raro o repugnante ahí, todo lo contrario. Me gusta. Así que no me lo pienso, me la meto entera y la degusto a conciencia, mamándole con cierta brusquedad mientras le agarro del culo. Que vaya culo, por cierto. Terso, duro, contrayéndose con cada embestida.
Grimm gime y me aferra del pelo, se arquea y jadea. Le miro desde abajo. Es jodidamente sexy, y más aun desde esta altura. Me suelta con una mano y la levanta por encima de su cabeza, como si necesitara agarrarse a algo por encima de sí mismo. Tiene el rostro crispado en una mueca doliente, pero sé que no le está doliendo. Puede que yo no tenga experiencia chupando pollas, pero el hambre me sobra, así que me aplico con la mejor intención, pendiente de sus reacciones.
Es increíble que tenga buen sabor hasta ahí abajo. ¿Este tío de dónde ha salido? Es la cosa más limpia y deliciosa que he tenido nunca, y ese descubrimiento me excita mucho más. Estrujo sus nalgas mientras tiro de él para enterrarle profundamente en mi boca, no puedo llegar tan lejos como Grimm porque no sé cómo coño lo hace para tragársela entera, pero intento estar a la altura dentro de mis limitaciones. No tengo mucha cabeza ahora mismo para analizar mi propia técnica. Succiono, lamo y mordisqueo, y al ver que cuando le rozo con los dientes parece volverse loco, le muerdo suavemente. Cuando lo hago, tiene que taparse la boca para reprimir un gemido más alto. Su polla crece dentro de mi boca, y palpita, dura como una piedra. Entonces sonrío y me aparto. Relamo mi propia saliva y me pongo en pie.
—¿Qué pasa? —jadea él, confuso. Me mira con desesperación y anhelo, pero también con exigencia—. No… no pares.
—Ven aquí. Tranquilo, guapito, que no hemos terminado.
Le agarro por los hombros y le doy la vuelta. Le pongo las manos contra la pared y me pego a su trasero. La tengo dura otra vez, aunque ya no tan pujante como antes, pero sí lo suficiente para ponerle cachondo. La restriego entre sus nalgas y luego por debajo, frotándola contra el escroto y las ingles de Grimm. Él gime otra vez, arquea la espalda y tiembla. Dios, ¿por qué es tan sexy? Le rodeo la cintura con un brazo y con la otra mano le vuelvo a masturbar, ahora de forma rápida e intensa, y mientras lo hago, empujo con las caderas contra su trasero, dejando que mi polla roce su entrada y se deslice hasta acariciar sus testículos.
—Eso es… vas a correrte por mí…
Le suelto la cintura y me apoyo en la pared con una mano, echándome un poco sobre él para hablarle al oído de nuevo.
—Córrete por mí. Hazlo, demuéstrame lo mucho que te gusta esto… porque te gusta, ¿verdad? Te encanta. Córrete por mí. Vamos. Vamos.
***
¿Qué demonios…? No, ¿qué demonio he despertado?
Draven se me está llevando por delante y apenas puedo reaccionar en esta vorágine. Le he dicho que haga lo que quiera, y es lo que está haciendo. Tal vez debería haberlo pensado antes. Sabía que es impulsivo, pero ni remotamente, ni en mi fantasía más salvaje, habría podido imaginar que se entregase a esto con tantas ganas. Nunca he estado con nadie así, y al principio, cuando me maneja como si llevase toda la vida haciendo estas cosas, vuelvo a sentir el vértigo aferrándose a mi estómago.
Quiere follarme. Lo acaba de decir, y el aire se me ha atragantado en la garganta. Lo que me asusta no es él, no es su ímpetu, sino el deseo desgarrador que me sacude a mí. Me asusto de mí mismo, porque quiero que me folle, y siento que estoy perdiendo la cordura con cada una de sus acciones.
No tiene ninguna experiencia, no con los tíos, pero tiene más que claro lo que quiere, y él no tiene ningún miedo que le impida nada. Cuando desea algo lo toma, algo que yo jamás he sido capaz de hacer. Él me desea a mí, y ahí está, me está tomando, me reclama con cada roce. Se ha metido mi polla en la boca y aún estoy intentando recuperarme de esa impresión, de sus labios exigentes y su boca hambrienta, de los mordiscos que me han erizado la piel, cuando me veo con la cara pegada a la pared y las manos abiertas sobre el pladur. Me tiene sujeto otra vez, con el brazo rodeándome la cintura, y su mano cerrada en mi sexo, que está duro como nunca. Soy lo que quiere, y no necesita ninguna experiencia, sus caricias son rudas y parecen querer arrancarme el placer a la fuerza; el mínimo roce hace que me tense y arquee la espalda. Pego el trasero a sus caderas y me contoneo como una serpiente hipnotizada. No sé lo que estoy haciendo, nunca me he comportado así, nunca he querido llevar tan lejos la provocación, hasta el punto de estar enloqueciéndome a mí mismo.
Dios. Joder.
Le siento entre mis nalgas, deslizarse entre mis piernas, y quiero que vaya más lejos. Quiero que me folle, y me tengo que morder los labios para no pedírselo. No estoy tan enajenado, no estoy tan loco. Pero me muero por ello.
Dejo escapar otro gemido al intentar tomar aire, y araño la pared al tensar los dedos. Apoyo la frente en ella y muevo las caderas, como si estuviéramos haciéndolo, como si con cada movimiento se enterrase en mí. Me muevo contra su mano, exigente, más deprisa, respondiendo a sus palabras, que vuelven a dar forma a mis deseos. Me pide exactamente lo que quiero darle. Quiere exactamente lo que quiero darle.
Me agarro de la mano que ha apoyado junto a mi cara, y me echo hacia atrás cuando el látigo me alcanza. Se me escapa un grito sofocado. Es una sacudida intensa, un relámpago blanco que me cruza por todo el cuerpo y me tensa los músculos. Sube, sube y sube más, haciéndome latir con rabia. Me pego a sus caderas, a su pecho, me arqueo y echo la cabeza hacia atrás, clavándole las uñas en la mano cuando me corro entre sus dedos.
—Eso es… así… así.
Su voz vibra en mi espalda. Siento la descarga brotar. Una liberación líquida y caliente que me arranca un gemido aliviado de los labios cuando apoyo la nuca en su hombro, aún agitándome entre sus brazos a causa de las corrientes de placer.
He debido mancharle los dedos, y la pared. Y todo lo que normalmente me habría avergonzado me importa un carajo en estos instantes. El pelo se me pega al rostro a causa del sudor, y un par de gotas me resbalan entre las clavículas. Cierro los ojos y trago saliva. El aliento me tiembla entre los labios y aún tengo las uñas clavadas en su mano.
—Bésame —murmuro, con la voz temblorosa de un yonki que acaba de meterse un chute de heroína.
El suelo ha dejado de temblar, pero el mundo me está dando vueltas. Por eso me sujeto a él. Por eso no quiero que me suelte ahora.
***
Le aparto el pelo del rostro con la mano limpia, la otra aún la tengo cerrada alrededor de su pene, que tiembla y se sacude tras el orgasmo. Le volteo a medias para besarle como me ha pedido, deslizando la lengua entre sus labios, mordisqueándole la boca y lamiendo su lengua con abandono. El beso tórrido se aplaca poco a poco hasta convertirse en un intercambio más suave, casi adormecido. Sin darme cuenta, aún estaba acariciándole, pero detengo poco a poco el movimiento.
Me limpio la mano en la pared y luego en los pantalones, que tengo medio bajados. Aún tengo el brazo a su alrededor, aún se me sofoca la respiración, y los aplausos que resuenan arriba me hacen comprender que se ha terminado el concierto. Le giro con toda la delicadeza que puedo y le arreglo el pelo, que tiene desordenado por mi culpa. Mientras nos besamos, tanteo con una mano y arranco un buen trozo de papel higiénico para adecentarle antes de subirle la ropa interior y abrocharle los pantalones. Se ha corrido con tanta fuerza que se ha manchado por todas partes. Me arreglo también mi artillería y me la guardo, pero no me inclino a recoger las camisetas. Ahora hay otras cosas que quiero hacer.
Ha terminado el concierto, pero nosotros no. Todavía quiero besarle más. Le rodeo la cintura con un brazo y el cuello con el otro mientras saboreo su boca, prolongando el momento todo lo que me es posible.
Cuando todo acabe, volveremos a ser los que hemos sido siempre. Supongo. Por eso no quiero joder el final.
***
Nadie me ha dicho lo que Draven me ha dicho esta noche jamás. Nadie me ha tratado con esa fuerza, y con esa hambre. Y tampoco nadie ha sido tan atento conmigo en una situación como esta.
No sé si actúa por instinto, o si es que me lee la mente. Ahora no puedo ponerme ninguna máscara, me siento expuesto y vulnerable, y he temido que después del fuego viniera el frío. Lo he temido durante un segundo, porque él no ha dejado que acuda. Sus caricias cuando me aparta el pelo de la cara y me peina con los dedos vuelven a extender ese calor intenso por mi interior, tan diferente al de la excitación que se ha aplacado dejándome con esta sensación narcótica.
Me dejo hacer. Observándole como si le viera por primera vez, conmovido. No sabía qué esperar, solo quería un beso… y me he encontrado con un lobo. Un lobo que ahora lame las heridas de nuestra guerra.
Cuando vuelve a besarme recuerdo sus palabras.
Estoy con él, mientras estemos aquí. Está conmigo. Y no quiero salir de este puto baño. No quiero que se termine esta noche jamás. Así que le beso. Por todos los besos que he querido darle y no le he dado.