The eyes of love are blind
Obtaining wisdom leads to grief
Still pictures spinning on repeat
I need a leash I can't unwind
The eyes of love are blind
Qué pasa, tíos. A ver. Soy Draven, ¿ok? Bueno, en realidad me llamo Chris Hallman, pero mi nombre de guerra es Draven, y soy el bajista de Masters of Darkness. Entré a la banda en 2010, cuando se fue Ghost. Yo admiraba mucho a ese tío, ¿sabéis? Era fan de los Masters por él y por Crowley. ¡Joder, si tenía hasta pósters suyos en mi cuarto! Pues imaginaos lo que es ir a una audición para tocar con ellos.
El caso es que Ghost se largaba porque iba a casarse y a formar una familia, y eso era incompatible con las giras y el compromiso que Masters requería, de modo que empezaron a hacer pruebas para buscarle un sustituto. Yo por entonces estaba petándolo —más o menos— con Hellfire Club, un grupo de thrash metal muy cañero por el que había fichado en 2008. Hellfire Club me gustaba, pero yo buscaba otra cosa, algo más: un grupo en el que pudiera gritar delante de mucha gente. Parece una idiotez, ¿verdad? Es difícil de explicar. O más bien, yo no sé hacerlo. Pero esa es la verdadera cuestión: Me cuesta mucho expresarme y comunicarme con palabras, así que necesito acción, un escenario, gente y gritar, gritar y tocar para sacar todo lo que llevo dentro de mí. Entonces ya me quedo tranquilo.
Masters of Darkness era el grupo perfecto para mí, me ofrecía todo lo que estaba buscando.
Así que fui a la audición y me marqué el solo de Black Heart Rebellion en la prueba. Cuando uno del grupo me dijo que parase, yo le ignoré y me lo clavé de pe a pa. Black Heart Rebellion no es uno de los singles más famosos de los Masters, pero sí el que tiene la línea de bajo más flipante. Imaginé que mucha gente lo tocaría también, así que lo enganché con Nightblood Eclipse, una composición muy guapa de Elathan que era todo lo contrario, super contenida. Cuando acabé de tocar, Ghost me preguntó por qué había elegido esas dos.
—Black Heart la he tocado para que os hagáis una idea de qué nivel manejo y veáis si está a la altura. Y Nightblood para que comprobéis que también sé callarme cuando toca.
Eso les encantó. También les gustó mi energía, o eso dijo Crowley: «Me gusta tu energía, chaval».
Creo que luego se ha arrepentido unas cuantas veces de eso. Ahora mismo, por ejemplo, no le mola nada mi energía.
—Tío, afloja un poco, ¿vale? —Hemos parado el ensayo porque él y Ash están comentando una movida sobre el riff de guitarra. Crowley es muy exigente y quiere que Ash meta un efecto concreto en la pedalera, así que andan buscando canales y sonidos. Entretanto, yo me he puesto a tocar movidas y a charlar con Demona, pero por lo visto estoy molestando a Crowley—. Para un rato —me insiste, haciéndome un gesto de calma con las manos—. Te relajas, te tomas un café…
—No, un café no, que se pondrá peor —se ríe Ash.
—Una tila. Lo que sea. Pero déjalo un rato. O mejor, vete. Sal a fumar y luego te llamamos.
Me quedo mirando a Crowley con cara de pocos amigos. Crowley y yo nos llevamos bien, pero chocamos a veces. Muchas veces. A ver, es por el carácter, ¿ok? No soporto que me mande. Es decir, yo acepto que es el líder del grupo y todo eso, qué hostias, joder, es SU grupo, pero a veces me trata como si fuera un puto crío, y eso no me hace gracia.
—Mira, si quieres que deje de tocar dejo de tocar, pero tampoco es para que me largues, ¿no?
—Oye, no tengo tiempo para estas chorradas. Estamos con algo serio. Haz lo que quieras, quédate o vete, pero cállate y deja de desconcentrarme.
Me lo suelta así, con exasperación, y luego sigue con Ash, ahí haciendo el idiota con la pedalera. Y digo haciendo el idiota porque hablan más de lo que prueban. Crowley le dice que quiere un sonido etéreo, brillante, y el otro que si tal y que si cual… Joder. A veces son unos putos capullos, en serio. ¡Más probar y menos palique innecesario!
Pues sí, me voy a largar. Dejo el bajo en el soporte y pillo el paquete de Chesterfield antes de encerrarme en el fumadero. El fumadero es la sala de mezclas que hay al lado de la sala de ensayo. Se accede a través de una puerta insonorizada y tiene la típica ventanita de vidrio de los estudios de grabación, alargada, para que los técnicos se comuniquen con los músicos. Hay un sofá, dos ordenadores, varios ceniceros repartidos por la mesa grande y las mesitas y algunos carteles de las giras en las paredes. Me siento en la silla de oficina que hay frente a la mesa de mezclas y subo las botas a esta, con cuidado de no accionar nada, que tampoco soy tan palurdo. Me enciendo un cigar mientras observo a Mozart y a Beethoven ahí descubriendo las américas con la pedalera.
Vaya coñazo. Y ahora, a esperar a que estos estén para seguir.
Sin darme cuenta, acabo mirando a Grimm. Me siento incómodo al hacerlo, pero lo hago aun así. Contradicciones que tiene uno, a ver. Está sentado delante de los teclados, calibrando sus movidas. De vez en cuando, Crowley le pide opinión y él se la da con ese tono de voz tan discreto que tiene.
—Macho, no sé cómo te las apañas para hacerte oír en los bares —le digo, aunque no puede oírme, pero estoy hablando solo en realidad—. Seguro que te sirven siempre el último.
Me quedo mirándole mientras habla con el jefe —que a menudo le pide opinión y casi siempre le escucha, no como a los demás— y luego nuestros ojos se encuentran. Yo le mantengo la mirada, pero él la desvía. Parece un poco nervioso.
Me pregunto por qué.
Ah, claro. Por el beso. Por los besos.
Grimm y yo nos estuvimos enrollando la semana pasada, comiéndonos la boca en el sofá de Crowley como… en fin, no sé con qué compararlo. Como dos monos salidos, a lo mejor. Pero no fue eso exactamente. Yo estaba cachondo, es verdad, había estado viendo bailar a Alexandra y de pronto no sé qué me ocurrió, pero morrearme a Grimm me pareció una idea cojonuda. Y él estaba putamente encantado de la vida. Sí, lo estaba. Me agarró del pelo y me devolvió los besos con un ardor que cualquiera diría que lo estaba deseando. Me tiró de la camiseta y metió las manos por debajo para tocarme. Y a mí me gustó. Me gustó de la hostia. Me gustó tanto que recuerdo echarme encima de él en el sofá y meterle la lengua hasta la garganta durante más de cuarenta minutos.
Muy fuerte. Por un lado me siento un poco confuso, como siempre me pasa después de hacer alguna locura muy loca. Por otra parte, no me resulta tan extraño como debería. Además, por lo que recuerdo, la experiencia estuvo guay.
Sigo mirándole. Ahora me cuesta apartar los ojos de él, al pensar en lo que ocurrió. Tengo que reconocer que es guapo, aunque a mí no me guste. No me gustan los tíos, soy hetero. Pero él es guapete. Tiene los labios gruesos y bien dibujados y un rostro agradable y juvenil. Hasta parece más joven que yo, que soy algunos años menor que él. Y una nariz muy bonita.
Espera. ¿Estoy pensando que tiene la nariz bonita?
—Joder.
Me río de mí mismo y de las gilipolleces que pienso. Pero es que es verdad. Sí, tiene una nariz guay, en el sentido de que si tuviera que operarme la mía, me pondría la suya. Y unos ojos verdes, así, cambiantes… no como los de la piba de Crowley sino más oscuros, tirando a grisáceo, que unas veces parecen verdes y otras grises. Raros, vaya. Como todo él. Pero que sí, que es guapete, el hijoputa.
Pego otra calada al Chester. Bueno, para haberme jalado a un tío, por lo menos es guapo. Ahí está, esquivándome la mirada otra vez. Qué tonto, macho. Ya que no está haciendo nada, podría venirse a hacerme compañía al rincón de los castigados.
Pero no, se sienta de nuevo frente al teclado y se concentra en algo. Toca los botones y luego hace un acorde. A él no le regaña Crowley, claro. Solo a mí. A Grimm nunca le dice nada.
Ahora se aparta el pelo de la cara y suspira, está nervioso, o impaciente. ¿O agobiado? No sé, este chaval me lía.
Qué pelazo tiene, ¿eh?
Que no es envidia, a ver. Yo también tengo pelazo. Pero él es moreno y se le pone así, ondulado, como a las sirenas. Qué me dices.
Me vuelvo a reír.
Sí, no está mal para ser un tío.
Pero ya está bien de pensar en eso, Chris. Tú a fumar y a no existir hasta que el Master te llame, que no es plan de liarla.
***
A veces nuestros ensayos parecen una clase de secundaria. Y suele ser culpa de Draven. Dice que sabe estar callado cuando es necesario pero yo a veces lo dudo, o es que él tiene una idea particular de cuándo es necesario, y esa idea no encaja con la idea de Crowley. Estas cosas son normales, y hoy al menos le ha enviado a tomar café, y no a tomar por el culo. El principal problema es que a Crowley le gusta demasiado mandar, y Draven es un rebelde sin causa. Basta que le intenten imponer algo para que se revuelva. Pueden llegar a saltar chispas. Formamos un grupo extraño, somos muy diferentes entre nosotros pero son nuestras propias diferencias las que hacen que al final encajemos. Lo que a uno le falta, lo suple otro.
Draven es la energía y el descaro personificados. Es el más joven de todos nosotros, y se nota, y creo que Crowley le escogió precisamente por esas características, que demuestra no solo en el escenario sino también a la hora de tocar. Le da una frescura y una garra diferente a la música, y al grupo como tal. Y a pesar de esos pequeños roces, o de los roces más grandes, encaja con nosotros. Sus mosqueos no duran demasiado y su facilidad para olvidarse de ellos nos lo pone a todos más fácil. En especial al jefe, que tiene la mecha demasiado corta como para andar prendiéndosela siempre con las mismas cosas.
Ash y Crowley están hablando sobre la distorsión, y yo hace un rato que me he desconectado de la conversación. Demona se ha largado al jardín, hastiada de esperar a que el ensayo se reanude, pero he dejado de pensar en todos ellos. Cuando miro hacia el cristal de la sala de mezclas, Draven está ahí, al otro lado, fumando y mirándome. Algo se vuelve a remover en mi interior.
Me he pasado la semana esquivándole y concienciándome de una situación que creía haber asumido tiempo atrás. Hay cosas que dejan de joderte cuando las das por imposibles, simplemente te rindes y las dejas ir. No hay mucho más que hacer, en especial si se trata de la orientación sexual de una persona. No vale la pena sufrir por eso. No es algo que se pueda cambiar accionando un interruptor. Suena triste, pero la verdad es que cuando me mentalicé todo fue más fácil, incluso interactuar con él. Me liberé de la ansiedad, de la incertidumbre, de no saber si habría una oportunidad o no. Yo sabía que no. Pero claro, por entonces él nunca me había besado, ni me había mirado como lo está haciendo ahora. Como si de pronto acabara de descubrir que estoy aquí, que existo y que estoy vivo, que soy algo más que Grimm, el del grupo.
Aparto la mirada y la vuelvo al teclado. Me he puesto a tocar sin darme cuenta. Solo algunos acordes. Crowley ni se entera, las notas pasan desapercibidas mientras ellos siguen inmersos en su búsqueda, haciendo sonar la guitarra de vez en cuando y calibrando la pedalera cuando el jefe termina con sus descripciones.
No sé si me sigue mirando. Fantaseo con que sí. La tensión no ha desaparecido de mi estómago en toda la semana, y aunque me marché queriendo olvidarme de lo que había pasado, seguía acordándome de sus labios, de sus gestos y del sabor de su saliva. De su lengua dentro de mi boca. ¿Cómo puedo olvidarme de eso? Me estoy poniendo nervioso, y no sé cómo solucionarlo. No puedo dejar de pensar en él. Draven. Draven. Maldito Draven… Noto su atención fija en mí. Sé que me está observando, no es una fantasía. Cuando miro de reojo hacia el cristal me vuelvo a topar con sus ojos y algo se me abre en el pecho.
—¡Eh, Grimm!
Doy un respingo sobre la banqueta y vuelvo el rostro hacia Crowley. Él me mira exasperado. No sé qué le ha puesto nervioso ahora.
—¿Qué?
Arquea una ceja y se levanta, resoplando.
—Que qué te parece el sonido que hemos conseguido. Joder ¿qué os pasa hoy?
No he escuchado nada, así que no puedo decirle nada, y cuando me quedo mirándole sin responder se vuelve a sentar, haciendo un gesto como de rendición.
—Vamos a hacer una pausa de media hora a ver si volvéis a la tierra y podemos avanzar de una jodida vez.
Ash me mira y alza las cejas, sonríe como si le hubieran dado vacaciones y se levanta para ir a buscar a Demona. Crowley se queda ahí, mirándome como si esperase algo.
Supongo que tiene razón, y necesitamos un momento para volver a centrarnos. Bueno, no lo supongo, sé que no estoy centrado, así que me levanto y pienso que ir al fumadero es una gran idea. Me he pasado la semana esquivando a Draven, y tengo que conseguir que las cosas vuelvan a la normalidad, y sean como antes. Crowley me sigue con la mirada hasta que desaparezco por la puerta de la sala de mezclas.
Y ahí está Draven con los pies sobre la mesa.
—Crowley te va a echar la bronca si te ve.
Él sonríe con descaro. Es tan insolente…
—Qué pena que no me esté viendo, ¿no?
Me acerco y le agarro el paquete de Chesterfield. No suelo fumar, pero a veces lo hago. No al nivel de Draven ni de Crowley, que se pasan el día fumando como carreteros, pero de vez en cuando me relaja llenarme los pulmones de alquitrán. Manías raras. Y ahora estoy lo suficientemente nervioso como para necesitar uno, así que se lo robo a Draven y me apoyo en la mesa de mezclas para encenderlo. Me lleno los pulmones con una calada y exhalo el humo despacio. Miro el cigarro por no mirarle a él.
—¿Por qué fumas esta mierda?
No sé qué decirle ¿vale? Y esto es tan aceptable como cualquier otra chorrada.
Nunca se me ha dado bien la interacción social.
***
Durante los últimos tres minutos he estado haciéndole gestos a Grimm desde detrás del cristal, pero no se había fijado. Mejor, porque estaba imitando a un técnico de sonido. Le habría dado la risa tonta y Crowley me habría vuelto a decir algo, o peor, ni siquiera se hubiera reído. Y cuando le he visto venir hacia aquí, un cosquilleo de satisfacción me ha dado por dentro.
No sabía que Grimm me prestaba atención, y eso es algo que mola.
Me gusta que me hagan caso.
Cuando me roba tabaco, yo le doy fuego. Y cuando critica la marca de cigarrillos pues me ofendo, claro.
—¿Cómo que «mierda»? Es Chesterfield, tío. ¿Sabes quién fuma Chester? Fabio Lione. Flipante, ¿verdad? Un tío como Fabio, que canta que te cagas, y resulta que fuma. —No sé si a Grimm le gustan Rhapsody, así que le pregunto—. ¿Te gustan Rhapsody?
Él apoya el trasero al borde de la mesa y yo dejo mis botas ahí. No las pienso quitar por mucho que se acerque. ¿Por qué nunca he hablado de música con Grimm? Creo que es el tío con quien menos he hablado en estos años… y no es que a mí me cueste entablar conversación, pero supongo que no hemos congeniado.
O eso, o ya hemos hablado de todas estas cosas antes pero yo no me acuerdo. Que también es posible.
***
Acercarse no es tan difícil. Ni hablar con él. Siempre ha sido cosa mía, he puesto muchas barreras para esconderme detrás de ellas. Para que él no me afectase y para que nadie notara que lo hacía. Pero aunque yo no hable demasiado con él, siempre le he escuchado. Una simple pregunta como la que yo acabo de hacer puede desembocar en una conversación sobre música, o sobre cualquier cosa que se le pase por la cabeza en ese momento. Es increíble como encadena las ideas, por eso sé que no tiene un pelo de tonto, porque es rapidísimo aprendiendo y enlazando conceptos. Y tiene mucho ingenio. Además, Draven es capaz de estar hablando durante horas sin callarse. Creo que debe hablar hasta cuando está solo.
De alguna manera me relaja ver que sigue comportándose como siempre, o al menos, que mi presencia no le hace comportarse de otra manera.
—Sí. Me gustan, pero siempre he sido más fan de Stratovarius. —Vuelvo a dar una calada. El humo me pica en la garganta, pero me lo trago. Me gusta esa sensación, y la falta de costumbre siempre hace que me maree un poco al fumar—. ¿Crees que Kotipelto también fuma Chester? Podríamos estudiar si tú suenas parecido a Lione… y ver si hay alguna relación[1].
Es una conversación sin sentido, pero es una conversación. Le miro los pies sobre la mesa, y me vuelvo hacia el cristal. Crowley ya no está en la sala, así que ya no hay nada que temer. Tomo otra calada, y al exhalar el humo le miro a través de él.
Me cuesta mirarle directamente, tengo la sensación de que va a darse cuenta de todo.
***
No sé de qué habla, con esas cosas que dice sobre el tabaco y ver si canto como Fabio… pero su cháchara me resulta absurdamente dulce. ¿Por qué me gusta que venga aquí a hablarme de cosas banales? ¿Por qué me agrada tanto que me preste atención? ¿Y por qué me gusta más aun que me esquive la mirada y deje el humo entre nosotros? En un arrebato le quito el cigarro de las manos y me pongo de pie, tragando una profunda calada de su piti y exhalando el humo luego hacia un lado para que no se interponga entre los dos. Me meto una mano en el bolsillo de los vaqueros y le echo una larga mirada, que aunque no pretende ser desafiante, me sale un poco así.
—Vale, podemos probar.
Parece que le estoy hablando de vete a saber qué.
Le devuelvo el cigarro, poniéndoselo directamente en la boca y atento a sus reacciones. Se le han dilatado las pupilas. Me pregunto si le he asustado.
¿Le doy miedo?
—No sabía que te gustaba el heavy. Siempre te había hecho más gótico, ya sabes.
Me coloco el paquete, no el de tabaco, el otro, tirándome un poco de los pantalones. Me está molestando algo por ahí, supongo que tiene que ver eso de tenerle cerca y pensar en los besos de la otra vez.
Debería buscarme una chica pronto.
***
No me he movido del sitio, pero me ha sobresaltado. He aguantado la respiración cuando me ha quitado el cigarro de los dedos, y mis ojos no pueden apartarse ahora de los suyos. Creo que los he abierto demasiado, creo que se me ha olvidado cerrar la boca, y sus dedos se acercan y me cuelan el filtro entre los labios. Y siento que se me eriza la piel y los bichos de mi estómago reviven. Mariposas, los llaman. Yo no sé qué son, pero deben ser inmortales.
Aspiro del filtro y cojo el cigarro con los dedos. Me da por pensar que lo ha tenido en su boca, y su boca sabe un poco como ese cigarrillo. ¿Cómo voy a olvidarme así de nada? Esta no es la mejor estrategia, pero es que sus gestos no dejan de recordarme que fue él. Él me besó. Él me ha metido el cigarro en la boca. Él está recolocándose el paquete delante de mis narices.
—Me gustan muchas cosas que no sabes —suelto. Y parpadeo al darme cuenta. No iba con ninguna intención, pero esa frase parece un disparo a bocajarro. Carraspeo y desvío la mirada—. ¿Qué… qué es lo que quieres probar?
Ya ni sé de qué estábamos hablando. Y me estoy poniendo nervioso otra vez. Intento disimular, fumando, con una calada profunda.
Y me hace toser.
***
—Probar a ver si canto como Lione, ¿no era eso lo que decías?
Sonrío a medias. Grimm siempre ha sido un tipo frío y distante, pero ahora creo estar entendiendo todos esos gestos: las miraditas desdeñosas con las que aprovecha para desviar la vista, el tono desinteresado de su voz, como si hablara conmigo por hacerme un favor… el recuerdo de habernos enrollado y la forma en que me besaba y me tocaba hace que todo encaje. A Grimm le pongo palote, por lo visto. Y no me desagrada la idea. En absoluto. Es estimulante.
Estoy como si fuera a subirme a una montaña rusa nueva por primera vez. Una montaña rusa que no han probado, cuando el parque de atracciones está cerrado y sin saber cómo funciona nada. Debería estar asustado, o sentir rechazo, pero no. Lo que estoy es emocionado, y excitado. No sexualmente. Ya sabéis, de lo otro. Del ánimo.
Nunca he flirteado con un tío y no estoy seguro de que esto sea flirtear, pero lo que me está diciendo me suena a eso. A pasillos de instituto, carpetas que se caen y frases tontas para ligar con el quarterback. Yo nunca he sido quarterback, pero me gusta esto.
Grimm empieza a toser, sus ojos luminosos se empañan, así que le ofrezco un trago de la botella de agua que tengo ahí. La he sacado de la nevera común que hay junto al sofá. Crowley dice que pongamos siempre un dólar cuando cojamos algo, para el fondo, pero nunca lo hago.
—Seguro que te gustan muchas cosas que no sé, pero apuesto a que puedo decirte al menos tres cosas que te gustan y que sí sé.
Sé que le gusta besarme. Sé que le gusta que le bese. Y sé que le gusta que le muerda el labio inferior, porque lo hice aquella bendita noche y él hizo un ruidito que acabo de recordar y me ha puesto la piel de gallina. Joder.
Igual no debería jugar con fuego.
Bah, por qué no.
***
Abro el tapón de la botella que me ha dado y me doy un buen trago. Se me ha subido el calor a las mejillas, y el agua fría no lo disipa. No, no ha subido a mis mejillas, se ha extendido por todo mi cuerpo. Me seco los labios con el dorso de la mano, esquivándole la mirada. Y tengo que esquivar otros puntos de tensión, lo tengo que hacer a conciencia, porque mis ojos quieren bajar y comprobar por qué ha tenido que recolocarse el paquete.
Apago el cigarro aplastándolo contra el cenicero. No quiero hacer más tonterías, y no está ayudando a que me relaje. Pero no es cosa del tabaco, es Draven, que me sigue mirando de esa forma, como si de pronto algo le resultase interesante en mí. Me pregunto si antes de aquel beso habría reparado en mí alguna vez. Me lamo los labios y le miro. Intento parecer íntegro, aunque por dentro me siento inconsistente, como si fuera un puto flan. También algo inseguro. ¿Esto está pasando de verdad? ¿Es en serio o es una de sus bromas? Espero que no esté haciendo esto para burlarse de mí.
No lo pienses, Evan. Mejor no pienses nada.
—¿Eso crees? —Respondo a su provocación—. Dime, a ver si aciertas. Aunque antes deberías apostarte algo, ¿no?
No sé bien qué estoy haciendo, pero estoy haciéndolo. Siguiéndole el juego, y creo que me voy a quemar.
Pero no puedo evitarlo.
***
—Me apuesto lo que quieras.
Intento dejar de mirarle tan fijamente, va a creer que quiero partirle la cara o algo. Me saco la cartera del bolsillo trasero y la abro. Tengo unos cuantos dólares, un ticket del sorteo de un bar y una entrada vieja de un concierto, una foto de mi hermana pequeña y…
Mira, una tarjeta. Miro el nombre que pone detrás y sonrío a medias. La planto sobre la mesa de mezclas por la cara impresa. «REBEL HEART TATTOO», pone.
—¿Qué te parece un tatuaje? Si pierdo, me tatúo lo que quieras donde quieras. Y si gano, lo haces tú.
A ver. Sé que a veces hay gente que no puede seguir mi ritmo. Y sé que a los del grupo, en ocasiones, les traigo por la calle de la amargura. Pero hay una razón por la que jamás se arrepentirán de tenerme con ellos, y es que se lo pasan putamente bien conmigo, ¿ok? Y es que seamos sinceros: soy un tío muy divertido. ¿A qué estrella del rock no le gustan estas putas locuras?
Aunque claro, puede que a Grimm no. Es demasiado poco estrella para el rock, la verdad. Ahora que somos algo así como colegas, debería ayudarle a cambiar eso.
Y de nuevo estoy mirándole la boca, joder.
Sonrío como un canalla para disimular.
***
Tres cosas son demasiadas para haber comenzado a existir anteayer. Pero no las tengo todas conmigo. No me gusta sentirme así de descubierto, ni dejarme llevar por los impulsos. Un tatuaje no es algo que hacerse por impulso, tengo muchos colegas que se han tatuado aberraciones por culpa de apuestas como esta, o por estar borrachos. Pero es que esta apuesta es rara. Draven parece seguro. Me mira retador… está retándome desde que se ha levantado de la silla, y no sé a qué exactamente. Tengo los nervios disparados. Sé que va a ganar, lo intuyo, y creo que quiero que gane. Quiero que acierte, y ver hasta qué punto me conoce.
Cojo la tarjeta y le doy un par de vueltas, mirándole de reojo. Estoy nervioso, pero apenas se me nota por fuera, no tiemblo, ni me sonrojo como las colegialas, pero sé que soy esquivo y que apenas le mantengo la mirada.
Finjo pensármelo un poco y vuelvo a lamerme los labios.
—Vale. Acepto la apuesta —digo al fin. Y le tiendo la mano para cerrar el trato.
Estoy jodido. Jodido y excitado al mismo tiempo.
Quiero saber qué responde.
***
Y dale con lamerse los labios. Joder, es imposible mantenerse hetero así, no puede ir por la vida provocando de esa forma. Una voz malvada ha empezado a decirme cosas sucias al oído acerca de todo esto, acerca de la apuesta y de lo que estamos haciendo los dos ahí adentro, y también, joder, sobre lo que le está pasando al aire. Porque el aire está raro. Como pesado. Y es como si la presencia de Grimm ahí fuera un foco de gravedad.
Le estrecho la mano con un fuerte apretón y luego, con dos cojones, agarro la tarjeta y se la meto en el bolsillo de atrás de los vaqueros.
—Toma, déjatela a mano, que te va a hacer falta.
Al inclinarme hacia él para guardarle el cartón en los pantalones, me he acercado mucho. Demasiado. Un recuerdo salvaje me machaca con furia las sienes, y me doy cuenta de que es su maldito olor. No sabía que lo recordaba. Vaya putada. Debería irme alejando, o algo, pero sigo ahí, mientras la tensión aumenta y el recuerdo de los besos tórridos y de los jadeos apagados de Grimm me nubla la mente. Me aparto de golpe, tenso.
—Te gusta que te muerdan el labio inferior —le suelto—, te gustan los helados de vainilla, esos que tienen un envase que es un pingüino de juguete. Lo sé porque te comiste uno a escondidas en la gira por sudamérica del verano pasado. Y te gustan los piercings, porque miras mucho el mío, y además llevas uno en el pezón… y quieres hacerte otro en la polla.
Eso era trampa. Lo del piercing en la polla se lo había oído hablar con Crowley una vez. Recuerdo que me quedé pensando en ello muy intensamente, porque Grimm decía que tenía curiosidad por hacerse uno así, y Crow le decía que había intentado llevar uno pero que al final resultaba un coñazo y que personalmente no se lo recomendaba.
Era trampa pero qué más da. Yo hago trampas siempre. A mí me gusta ganar, es lo que tiene.
***
Me estoy quemando.
Cuando se acerca noto el calor aumentar, como si irradiase de él, y me tenso. El recuerdo vuelve, muy nítido. Recuerdo su calor bajo mis dedos, le toqué el pelo, y metí las manos debajo de su camiseta para tocarle. Recuerdo el tacto suave y el calor, y la forma de cada músculo dibujándose bajo la piel.
Me imagino agarrándole por la camiseta. Me imagino besándole yo esta vez, pero no lo hago. Le miro como si fuera a soltarle una hostia en cualquier momento. Sé que le estoy mirando así, porque aunque desee que no se aparte, también estoy a la defensiva. No sé qué quiere, y si no me he acercado hasta ahora, ha sido para no quemarme.
Draven no es gay, ¿no? Está divirtiéndose conmigo, como hace con todo. Y eso no es malo, no es malo si nadie se quema. Y cuando habla de las cosas que me gustan sé que ya me estoy quemando. Bien, intento pensar fríamente, son muchos años trabajando juntos, y él no está ciego, por eso es más ridículo aún que eso me haga sentir así. Como si esos detalles pudieran significar lo mismo para él que para mí.
¿Pero cómo va a saber lo del...?
—Joder, ¿cómo sabes lo del piercing? —Mejor se lo pregunto. Le miro con cierta indignación y niego con la cabeza. Podría negarlo y mandarle a la mierda, pero no lo hago. Quiero seguir con el juego, y le miro, directo a los ojos—. Es igual… Has ganado. Espero que tu tatuador sea bueno… y que no me pidas ninguna ridiculez.
Mejor cállate. No le retes. Es capaz de pedirte que te tatúes a Bob Esponja en el culo.
***
—Es bueno, mira. —Le enseño los tatuajes de mi brazo para demostrárselo, sonriente y lleno de triunfo. Me encanta ganar—. No te voy a pedir nada ridículo, para que veas que soy buena gente. ¿Qué te molaría? Puedes tatuarte un rabo con un piercing.
—No, mejor no.
—Pensaremos en algo guapo para tu tatuaje, ¿eh? Algo que mole pero que también sea simbólico de mi gran victoria. —Le sonrío otra vez y le vuelvo a mirar la boca inevitablemente. Caigo en la cuenta de que no ha negado nada y se ha tomado con mucha naturalidad que le diga lo del labio. De pronto me sube una oleada de calor y noto cómo me late la sangre en la entrepierna. ¿Y esto a qué viene? Hora de irse, vaquero. Sal por patas—. Bueno, no es por cortar el rollo, pero me tienes que arreglar la clavija, ¿eh? Acuérdate.
Le doy una palmada en el hombro y salgo del fumadero, cachondo perdido. Al poco de salir, me doy la vuelta a medias y le guiño el ojo a través del cristal, luego me coloco el paquete otra vez.
¿Por qué he hecho eso?
Estoy empezando a caerme mal a mí mismo.
Deja ya en paz al tipo, coño, Chris. No está bien flirtear con la gente que no te gusta solo por jugar. Bueno, con las desconocidas sí, pero ¿con Grimm? Mal, muy mal.
Me prometo a mí mismo no volverlo a hacer y portarme bien con él en lo sucesivo. Vuelvo a coger mi instrumento, es decir, el bajo, es decir, el bajo eléctrico, y me preparo para reanudar el ensayo.
Durante las dos horas que siguen, estoy concentrado y no molesto a nadie. Bastante tengo con mi cacao mental. Y es que las imágenes de la noche en la que me enrollé con Grimm no dejan de venir a mí, y poco a poco se convierten en algo más. Cuando terminamos el ensayo, ya no es un recuerdo.
Es un anhelo.