Epílogo
—Tío, esto es flipante.
Miro de reojo a Chris, que está mirando el cuadro por encima del hombro, cambiando la postura y observándolo desde varios puntos de vista, como si intentase buscarle una explicación a algo.
Él no se molesta en fingir nada, pasa de las pinturas que le aburren, y se flipa con las que le gustan, aunque no sepa explicar por qué le gustan con un vocabulario demasiado extenso o culto. Son flipantes, eso basta para conocer su apreciación. Si le miras en el instante en que lo dice, verás en el brillo de sus ojos lo que las cosas le provocan. Y es que él, al contrario que la mayoría de gente que mira en estos momentos Las Meninas y hacen comentarios pretendiendo ser entendidos, vive el arte como lo vive todo, con una honestidad e intensidad únicas y limpias, sin ambigüedades.
—Parece que estemos ahí, ¿verdad?
—La hostia, si me empeño podría tocar al perro. ¿Cómo coño es capaz alguien de hacer esto?
Algunos de los espectadores que nos acompañan nos miran de reojo, y yo me aguanto la risa.
—Velázquez perseguía insuflar vida a sus obras, y con esta lo consiguió. No parece real porque parezca una fotografía, es que es… como si la pintura se expresase en muchos niveles. La realidad vibra en cada objeto por separado, pero cuando los observas en su conjunto es de una perfección increíble, y los detalles… ¿no se te llena la cabeza de preguntas? Es como si estuviéramos ahí y pudiéramos leer en sus ojos. ¿Sabes que ese es Velázquez?
—No tenía ni zorra. ¿Y esos tipos del espejo?
—Esos tipos son Felipe IV y Mariana de Austria, los padres de la infanta.
—¿Hay algo que no sepas? —me dice mirándome con la misma expresión con la que mira el cuadro y lo que dice a continuación suena a palabras de amor—. Eres un listillo.
Sé que Chris se olvidará de lo que le he contado más temprano que tarde, pero también sé que le gusta escucharme y que me presta atención. Aunque lo que le esté diciendo no le interese durante mucho tiempo, su curiosidad es sincera, pura y sin complicaciones. Sin forzarse a ello, como disfruta de todo en la vida. Desde que me he relajado entiendo mejor su manera de sentir, y también su manera de expresarse. Y ahora más que nunca sé que todo lo que sale de sus labios es honesto, al igual que su atención… y su amor.
Estamos en el museo del Prado, en Madrid. Resulta que a Chris le gusta más el arte de lo que yo imaginaba. No le gusta todo, y le gusta a su manera, pero a mí me basta con verle disfrutar con algo que a mí me apasiona, y sobre todo, me tranquiliza ver que no necesita obligarse a nada. Me he dado cuenta de que no es tan difícil adaptarse, y de que la mayoría de veces son nuestras propias inseguridades las que ponen trabas en el camino del entendimiento. Así que aquí estoy, ante una de las obras de arte más famosas, increíbles e influyentes del mundo... y no puedo dejar de pensar en las agujetas que tengo por todo el cuerpo.
Son por su culpa, claro. Chris me llevó a bucear y a hacer esquí acuático —aunque las noches de sexo también han tenido que ver, pero de eso no sería justo culparle a él solo—, y comprobé que nada de lo que Chris quería compartir conmigo era tan terrible como yo imaginaba. Ambos pudimos constatar que soy un negado para el deporte, pero Chris no se burló una sola vez de mi torpeza. Estuvo ayudándome y guiándome para que aprendiera y él también se dio sus buenas hostias desde el esquí, aunque no sé si lo hizo a propósito para que yo no me sintiera tan inútil. Al final fue una experiencia divertida y pude relajarme lo suficiente como para disfrutar incluso cuando acababa revolcado debajo del agua. En realidad es parecido a lo que nos sucede con el sexo, Chris siempre me anima a ir más allá, a dejar atrás mis miedos y mis barreras, y consigue liberarme sin que apenas me dé cuenta, solo confiando en mí. Quise hacer todo eso por él, pero también por mí, para demostrarme que era capaz y que el miedo solo era un obstáculo que yo mismo me imponía y que podía destruir.
Después de aquellos días, Chris me dijo que había alargado las vacaciones una semana más. Había comprado billetes a Toledo, Salamanca, Segovia y Madrid, y me lo había ocultado. A esas alturas no me importaba si hacíamos las visitas culturales que había planeado o no, pero que naciera de él me hizo sentir en una nube.
Sí... estas están siendo las mejores vacaciones de mi vida.
Chris me pasa el brazo sobre los hombros y despierto de mi ensoñación. Me he perdido en ese espacio ilusorio pintado sobre el lienzo, pero también en mis propios pensamientos. Estar aquí delante no solo es especial porque sean Las Meninas, lo es porque estoy compartiendo este momento con él. No sé si él lo entiende de la misma manera o no, pero no habría sido lo mismo si me hubiera plantado aquí solo, con mis propios pensamientos. Él observa el cuadro conmigo, los dos estamos aquí, y forma parte de mi mundo, de cada detalle que lo conforma. Eso me hace sentir pleno y satisfecho.
Le miro y sonrío, pensando que ya ha llegado el momento de salir. Ahora tengo más ganas de estar con él que de seguir visitando el museo, y llevamos aquí toda la mañana. Es más de lo que podría haberle pedido.
Mientras salimos hacia el exterior pienso en todo lo que hemos pasado, y en cómo nos ha cambiado. Sabía que este viaje marcaría una diferencia, pero jamás habría imaginado en qué sentido, ni lo que iba a ocurrirnos. No es algo que recuerde con agrado, y de hecho cambiaría lo que sucedió si estuviera en mi mano. Pero sucedió. Y lo bueno que hemos podido sacar de esto es que hemos sabido sobrellevarlo. Hemos sobrevivido a ello juntos, y nos ha hecho más fuertes. Esta clase de cosas son las que revelan la fuerza que realmente guardamos en nuestro interior. Cuando pienso en el golpe que le di a Matt cuando iba a reventarle la cabeza a Chris con el bate no soy capaz de creer aún que pudiera hacerlo… pero lo hice. En ese momento decisivo, crucial, era él o nosotros. Y yo tenía muy claro que iba a luchar, y por qué iba a hacerlo.
Lo hemos hablado algunas veces. Sé que a Chris le cuesta hacerlo, por eso de vez en cuando, cuando estamos tranquilos y sé que es buen momento, saco el tema. Lo hago por mí, porque necesito sacarme de dentro el miedo que sentí, la culpa que me estuvo mordisqueando la conciencia después de aquello, pero también lo hago por él, porque los dos nos sentimos vulnerables, porque a los dos nos manipularon y nos hicieron hacer cosas que no queríamos.
Chris aún no es capaz de hablar con claridad de lo que ocurrió con Noelia. No considera que lo que hizo con él fuera un abuso, me dijo que así lo sobrelleva mejor, y yo no le presiono, le dejo ir a su ritmo. Espero que tarde o temprano también pueda curarse de ello. Es difícil aceptar lo que nos ocurrió, y es difícil aceptar lo vulnerables que podemos llegar a ser, pero sé que él también se siente fuerte cuando comparte esto conmigo, cuando es capaz de hablar de ello. Los dos tenemos presente que lo superamos, y que eso nos ha hecho más fuertes, más conscientes de lo que somos capaces de hacer por lo que queremos… por aquellos a los que amamos.
Y es que ya no dudo de que Chris me quiera. Esta experiencia horrible me ha ayudado a quitarme algunas mierdas de encima… y creo que partirle la cabeza a Matt con el taburete fue, en parte, como exorcizar mis propias inseguridades. No es algo que se cure de la noche a la mañana, pero ahora me siento más íntegro y más seguro conmigo mismo y con las cosas que me están sucediendo. Tras lo que hemos enfrentado me siento capaz de superar cualquier cosa, solo hace falta voluntad. Y los dos la tenemos. Y tenemos algo más. Tenemos respeto, tenemos confianza, y también amor. Ahora sí, con todas las palabras.
A Chris se le ha escapado más veces desde la noche del incidente. A veces estamos hablando y lo suelta sin más, integrado en una frase. «¿Que pruebe eso? Son cojones de cordero, Evan. En serio, te quiero con locura, pero no tanto como para comer esa porquería». Cosas así. No sé si no se da cuenta o finge no darse cuenta, pero es igualmente valioso. Es su manera de ser, y me resulta entrañable.
En el exterior del museo luce un sol radiante. Pensaba que en Madrid el calor nos iba a dar una tregua, pero resulta sofocante y parece elevarse desde el asfalto. No obstante, en las cercanías del museo los árboles refrescan el ambiente, y no tardamos en buscar el alivio de la sombra que ofrecen. Chris camina tranquilo a mi lado, y yo sigo pensando en todos esos momentos de los que no sé si ha sido consciente, y de pronto la audacia se apodera de mí.
—Vamos a tener que plantearnos salir más de noche si queremos que nos reconozcan cuando volvamos. Joder, aquí no deja de brillar nunca el sol, vayamos donde…
—Chris, ¿me quieres? —le interrumpo, y nos detenemos debajo de uno de los árboles.
Chris me mira algo extrañado, como si no entendiera la pregunta.
—Claro que te quiero.
—Entonces dímelo.
—¿No te lo estoy diciendo? Te lo acabo de decir, joder.
—Así no. Sé un hombre y declárate en condiciones.
—Oye, ¿no quedamos en que no ibas a ser tan exigente conmigo?
—No seas cobarde, Chris. —Va a responderme, pero no le dejo hacerlo. Le miro imperturbable ante su indignación—. Además, tengo derecho a pedirte esto.
Cierra la boca y chasquea la lengua, apartando la mirada. No sé por qué le cuesta tanto, no sé si le da vergüenza, o se siente como un moñas con estas cosas… o que no está acostumbrado. Supongo que debe ser una mezcla de todo.
—Eres un manipulador.
—Sabes que no.
Niega con la cabeza, y de pronto le tengo ante mí, y sus manos me agarran el rostro. Sus ojos azules y limpios como el cielo que nos cubre me miran con una repentina intensidad.
—Te quiero, Evan Dwight. Y estoy enamorado de ti como un auténtico idiota. Cosa que, por cierto, solo tú has conseguido.
El que parece idiota ahora soy yo, mirándole como le estoy mirando y sonriendo como tal.
—¿Tienes suficiente?
—Sí.
—Bien. —Ahora sonríe él, como si estuviera pensando en una travesura—. Entonces, ¿qué te parece si nos vamos a vivir juntos?
¿QUÉ?
Dios. ¿Ha dicho lo que ha dicho? ¿Realmente me ha preguntado eso?
Dios mío. Mis ojos se abren como platos y por un instante siento el suelo inestable.
Oh, Dios... ¿vivir juntos?
—Sí, joder. Sí. —Le respondo, casi sin pensarlo—. O sea, me parece bien.
—Por un momento pensaba que me ibas a decir que no, con esa cara que has puest...
Le hago callar, rodeándole el cuello con los brazos y besándole. Pasa gente por nuestro lado, pero nadie nos da importancia, y aunque nos mirasen, aunque nadie lo entendiese, me daría igual. Cuando le suelto, Chris me agarra de la mano y caminamos bajo la sombra de los árboles.
Tengo el corazón a mil y me tiemblan las piernas. Nunca había pensado que… Es...es maravilloso. Chris quiere vivir conmigo, y es… es jodidamente maravilloso, y de pronto, solapándose a ese pensamiento comienzo a recordar la ropa interior tirada en la habitación, la tapa del váter levantada, la ropa dejada de cualquier manera sobre las sillas, los discos desordenados y las colillas en los vasos y latas...
Dios… es maravilloso, pero va a ser complicado.
Me muerdo los labios y le estrecho los dedos con más fuerza antes de atreverme a hablar.
—Pero… Chris, vamos a tener que organizarnos. —Pretendo ser suave, pero Chris me mira de reojo y de pronto me parece una tontería no hablarle claro—. O sea, creo que vas a tener que organizarte.
Chris levanta la ceja y sonríe con suficiencia.
—¿Sabes? Lo que yo creo es que no te viene mal un poco de desorden en tu vida.
Y esa sencilla verdad lo vuelve todo, de nuevo, perfecto.
***
FIN
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