INTRODUCCIÓN

Soy Chris Hallman y soy marica. No es tan difícil, ¿eh? Hay gente que dramatiza mucho con esto de que te gusten los tíos, salir del armario y todo ese rollo. Ya que a mí me ha tocado el puto lado bueno de la vida, intento tomármelo bien.

A ver, no me entendáis mal. Lo que quiero decir es que yo soy un privilegiado con esto. A mí no me han echado de mi casa, ni del trabajo, ni me van a ahorcar, ni ninguna mierda así. Hay países en los que por ser marica te cortan el cuello, ¿no? A eso me refiero. Me ha tocado una vida fácil, así que lo digo claramente: soy marica. Y punto.

Cuando se lo conté a mis padres reaccionaron bien, pero eso no me sorprendió. Mis padres son guays, en el mejor y peor de los sentidos, ¿ok? Son unos progres a los que les gusta parecer modernos, pero también son unos cabezas locas y están un poco obsesionados con el sueño americano. Solo un poco. Siempre están emprendiendo negocios, negocios que les salen de puta pena. Mi madre tiene un restaurante vegano que hasta hace poco, tragaba más dinero del que producía, y mi padre es especulador en bolsa. Eso es un trabajo, sí. Qué te parece. Así que, parte de lo que gano como bajista en Masters of Darkness lo dedico a llenar sus agujeros y a impedir que se arruinen. Mi hermano John trabaja en una oficina, al menos él no se pasa la vida chupando del bote. Y

de hecho, está un poco enfadado conmigo porque doy dinero a nuestros padres. «Así nunca van a madurar», suele decirme. Pero a mí me da igual si maduran o no, yo solo quiero que sean felices. En cuanto a Lily, mi hermana pequeña, ella es como yo y va a su bola. Ahora se ha cambiado de carrera, estudia periodismo en la universidad. Dice que el futuro está en ser blogger. Ni puta idea, la verdad.

En fin, que me voy del tema. Mis padres son guays, así que cuando fui a casa a cenar para Acción de Gracias, aproveché para llevarme conmigo a Grimm —que en realidad se llama Evan y es mi novio—, y presentárselo. Ya les había avisado de que estaba saliendo con un tío, de modo que el recibimiento fue de lo más natural. Le trataron como si fuera uno más, aunque nadie preguntó cómo nos habíamos conocido y toda esa clase de mierdas que se supone que se preguntan en estas ocasiones. Creo que les daba miedo la respuesta. Como si les fuera a decir algo incómodo. «Pues mira, mamá, nos conocimos en un cuarto oscuro. Alguien me estaba comiendo la polla y al mirar hacia abajo vi sus preciosos ojos y me enamoré». Estaría bien, ¿eh? Buena anécdota para la cena familiar.

Mis padres son unos snobs, así que les fue muy bien con Grimm. Él no es snob, pero es un tío con clase. Puede parecer raro. Es decir, cuando le ves en las portadas de Masters o en las sesiones de fotos, no piensas eso, ¿ok? Piensas: es un gótico. Pero debajo de su fachada de gótico sexy, hay un tío finolis que encaja a la perfección en cualquier familia pija de California… como la mía. O más bien, como la mía pretende ser.

Mi madre y Grimm se cayeron de maravilla. Hablaron de arte, de música, de cine y de un montón de cosas mientras yo me mantenía al margen.

—¿Y has estudiado música en el Conservatorio? Eso es fantástico —decía mi madre, con la cara apoyada en la mano, toda fascinada—. Chris nunca ha querido estudiar, ¿sabes? Una lástima.

Grimm me miró de reojo y yo hice una mueca, pasando del tema. Pero mi madre siguió.

—Me da igual la cara que pongas, Chris, es la verdad. Tú no eres ningún estúpido, no eres menos inteligente que tus hermanos. Si al menos tuvieras un poco de disciplina…

—Deja en paz al chico, Susan —intervino mi padre—. No es que le vaya mal en la vida, precisamente.

—Y tengo disciplina —puntualicé yo—. ¿O crees que estar en un grupo como Masters of Darkness no exige disciplina?

—Y cuando eso del grupo se acabe, ¿qué, eh? ¿Acaso tienen subsidio los músicos? No puedes estar toda la vida así, tendrás que…

—Si alguna vez tengo que dejar la música, volveré al taller.

—¡No me hables de ese horrible taller! —Mi madre se cubrió la cara con las manos.

Mis hermanos me miraron con cara de circunstancias y yo me encogí de hombros.

El «horrible taller» era un taller de motos de alta gama, pero vale. Para ella, eso era el infierno del proletariado.

—Esa lámina de Klimt es preciosa, señora Hallman —intervino Grimm cambiando de tema—.

¿Dónde la ha comprado?

—¡Oh! ¿Te gusta? La compré en el D’Orsay, James y yo estuvimos en París hace un par de años…

Y así toda la noche. Ya os digo, con mis padres fue bien. Mis hermanos se lo tomaron con naturalidad: John pasó del tema y Lily no paraba de mirarnos con ojos brillantes, soltar risitas tontas y preguntarme cosas al oído. En cuanto a mi novio… pensaba que lo iba a pasar peor, pero estuvo muy tranquilo y casi diría que cómodo.

Sin embargo, cuando regresamos a casa, Grimm no estaba contento. Estábamos en el avión y él fingía leer mientras hablábamos. Yo no fingía nada. A mí no se me da bien.

No es nada fácil adivinar qué piensa Grimm, así que casi tengo que contratar a un puto detective para averiguar qué mosca le había picado. Al fin, tras varias tentativas y muchos fracasos, se dignó a revelarme el gran secreto.

—Pensaba que ibas a presentarme a tus amigos.

—Y te los presenté.

—No me refiero a eso.

Volví a repasar todo lo ocurrido en Los Ángeles y al fin comprendí cuál era el problema. La noche después de Acción de Gracias, habíamos salido por ahí con mis colegas del barrio. Yo les había dicho que Grimm era mi amigo, y había evitado el contacto físico.

Pero es que mis colegas no son como mis padres… y además, ahora apenas nos vemos, no es algo que pueda... en fin. No sabía cómo hacerlo. Me preocupaba que se lo tomaran de forma extraña.

Vale, no soy tan valiente, ¿ok? Es verdad que no he nacido en un país donde por ser marica te vayan a ahorcar, y que no voy a perder mi trabajo, pero algunas cosas… bueno, algunas cosas cuestan un poco.

Así que se lo expliqué a Grimm y me disculpé, como hago siempre que la cago. Y aunque aceptó mis disculpas, estuvo triste unos días. No me hizo reproches, pero yo sabía que se sentía mal. Y es algo que no puedo soportar. De modo que quedé con mis colegas para una conversación por Skype, les reuní a todos, les dije que era marica, que el tío que había llevado a casa en Acción de Gracias era mi novio y… ya está. Hubo risas y se metieron conmigo porque son así de idiotas. Pero nada más.

Luego se lo dije a Grimm y le pareció bien, aunque me preguntó por qué no lo había hecho con él delante.

—Son un poco capullos. Hacen bromas, y de las que a ti no te hacen gracia.

Lo entendió, y dejó de estar triste.

Grimm es un tipo complicado. No es una persona fácil de descifrar, es muy sensible, y un poco inseguro. Pero eso no me parecen defectos, todo lo contrario. Precisamente por ser como es, me tiene loco. Jodidamente loco. Yo era hetero antes de conocerle, ¿ok? Jamás me había gustado un tío.

Nunca. Pero él… dios, no sé qué tiene, que me deja fuera de combate. Nunca sé qué está pensando.

Eso es una mierda cuando discutimos, pero el resto del tiempo es fascinante. Su coco va a 64 bits y el mío a 32. Sus emociones están en 256 colores, las mías en 16. Me alucina. Y su forma de hablar… Es como un príncipe disfrazado de gótico. Apenas utiliza tacos, y eso, después de años en Masters of Darkness, es para darle un premio. También usa palabras como «procastinar», «astenia» o

«deslustrado», que me dejan flipando. Y la música… le gusta toda la música, y es capaz de tocar cualquier cosa en el piano. Y, claro, está el asunto del sexo.

El sexo con Grimm es simplemente épico.

He tenido buenos polvos en mi vida, las cosas como son. Siempre me ha gustado follar, y lo he hecho todo lo que he podido. Incluso puede que estuviera un poco obsesionado con el tema, pero no de forma especial, sino igual que lo estoy con todo. Una noche fuera significaba beber mucho y follar mucho, esos eran los objetivos, y trabajaba con ahínco para conseguirlo. No me costaba demasiado. Ni lo de beber, ni lo de follar. A las tías les gusto, por eso de que estoy un poco perturbado y a ellas les va mi rollo, así que no me resulta un reto llevármelas a la cama. Pero ninguna mujer me ha puesto nunca tan animal como me pone Grimm.

Me pone en celo. No es broma.

Es que no le hace falta nada.

A veces, me mira de forma sexy, o pasa por mi lado y me toca así, como por casualidad, o pone la voz más suave… y me empalmo. Sin más.

Al principio la cosa era bastante bestia, por eso empecé a darme cuenta de que Grimm me gustaba. Me la ponía tonta con cualquier cosa. Pero ahora ha ido a peor. A veces me pone tan malo que se me va la cabeza, y acabo arrastrándole a cualquier parte para hacerlo. Luego me siento mal, como si fuera un cerdo salido. Puede que lo sea. Pero Grimm nunca se pone triste ni parece molesto por esas cosas, así que supongo que a él debe gustarle también que sea como soy.

O eso espero.

Meses después, todavía no termino de entender a mi novio, por muy novios que seamos. Pero últimamente no he tenido mucho tiempo para preocuparme por eso.

Grimm y yo trabajamos juntos en Masters of Darkness. Él es el teclista y yo toco el bajo. Hace poco, nuestro amado líder, Crowley, se ha tomado unos meses de baja por paternidad. Él y Alexandra han tenido un bebé y quiere ocuparse de su familia. Es normal. Así que me ha dejado a mí a cargo del tinglado. A mí. Cuando me lo propuso, debí poner cara de susto o algo, porque dijo:

—¿Qué pasa, no quieres?

—Sí, sí. No es eso. Es que no me lo esperaba.

Crowley se encogió de hombros.

—Si no te va el rollo se lo puedo proponer a Demona, pero sé que a ti se te va a dar bien.

—¿Tú crees? Joder… la verdad es que no sé por dónde empezar. Una cosa es encargarme de los ensayos un día o dos, pero…

—Solo hace falta que tengas iniciativa, y eso ya lo tienes. Para todo lo demás, ellos te ayudarán.

En serio, no te rayes. Verás como no es para tanto.

Tenía razón… en parte. El tema de los ensayos no es para tanto y es cierto que es trabajo de equipo más que nada. De hecho, ahora que Crowley no está, trabajamos más en equipo que antes, y las cosas salen muy naturales. Pero la parte administrativa de llevar un grupo de música como Masters of Darkness no solo es un puto coñazo sino que lleva más tiempo del que esperaba. Hay una gestoría y un despacho de abogados que se encargan de lo gordo, pero sigue habiendo papeles para firmar, cheques que entregar, sellos que poner… un puto coñazo. Y no quería cagarla, así que me concentré a tope en el trabajo.

—Tómatelo con calma —me dijo Grimm un día con cara de preocupación—. Me parece que esto te está sobrepasando un poco.

No lo entendí bien. Él lo decía porque me lo estaba tomando demasiado en serio, tensándome mucho y todo eso. Pero yo lo interpreté como un desafío.

—No me está sobrepasando. Puedo hacerlo.

Dos días después, la cagué al pagar un contrato de publicidad y tuve un problema importante con las cuentas. Tuve que reponer dinero de mi bolsillo. No es que me fuera a arruinar, por suerte tengo ahorros, pero me sentí bastante agobiado. Nos reunimos los cuatro y decidimos tomarnos todos unas vacaciones.

—Los ensayos van muy bien, estamos avanzando mucho y tenemos el programa controlado.

Podemos irnos un mes —dijo Demona—. Sí, podemos irnos perfectamente. No habrá problemas.

—¿Estáis seguros? —les pregunté yo.

Ya había tenido líos con la agencia de publicidad, no quería tenerlos también con Crowley.

—La verdad es que todos lo necesitamos.

—Sí, me parece guay, pero ¿quién se lo va a decir al jefe?

Ash me dio unas palmadas en el hombro.

—No te preocupes, tío. De eso nos encargamos nosotros.

Así que lo dejé en sus manos, y así estamos ahora.

Es nuestro primer día de vacaciones y lo he celebrado de la manera en que lo celebro todo últimamente: quedándome a pasar la noche con Grimm.

Él se ha levantado hace un rato y oigo el agua correr en la ducha. Yo todavía estoy en la cama. No me gusta levantarme temprano. Y las doce de la mañana, para mí es temprano. A ver, yo madrugo cuando tengo obligaciones, claro, joder. Como todo el mundo, ¿ok? Pero si no hay curro, me quedo en la cama hasta que ya no puedo más.

Sobre la mesita está la caja de condones, el bote de lubricante y el cenicero con dos colillas. Me he encendido un cigarro, así que pronto serán tres. Grimm no deja fumar a nadie en su casa, menos aún en su cuarto. Pero yo soy especial, je. Yo sí puedo. Es un privilegio.

Estoy fumando en silencio y pensando en las guarradas que hicimos anoche, sopesando la idea de entrar en la ducha y repetirlo. La verdad es que estaría bien. Me imagino su voz. Sus gemidos haciendo eco en el estrecho espacio, entre las paredes de cristal. Su cuerpo mojado.

Y ya estoy empalmado otra vez.

—Oye, Chris… —Oigo sus pasos, la puerta abriéndose, y de pronto me siento avergonzado.

Joder. Va a pensar que soy un salido. Bueno, es que soy un salido. Bah. Me pongo un cojín encima del vientre para disimular la erección y cuando aparece, con una toalla atada a la cintura, le miro con fingida tranquilidad. ¿Quién está cachondo aquí? Nadie—. Chris, he estado pensando… ¿qué te parecería hacer un viaje? Ahora que estamos de vacaciones, podríamos… ya sabes, ir a alguna parte.

Levanto las cejas.

—Claro. Me parece una idea cojonuda.

Me mira con desconfianza. Está raro, un poco introvertido. Más de lo normal. Y se tapa demasiado. No hacía falta que saliera con la toalla. Se apoya en el marco de la puerta, se muerde el labio inferior.

—Me… me refiero a viajar tú y yo, solos.

—Ya, lo había entendido.

—¿Y de verdad tienes ganas?

Se me escapa una risa.

—¿Pero qué te pasa? Claro que sí. ¿Por qué no iba a tener ganas? —Dejo el cigarro en el cenicero y le tiendo la mano. Cuando se acerca, reticente, le agarro de la muñeca y tiro hacia mí. Está

mojado, huele a jabón. Me vuelve loco. Nunca me había sentido así por nadie, y que parezca no tener fin es más flipante todavía. Le sujeto la cara entre mis manos y le miro fijamente—. No hay nada que me guste más que estar contigo.

***

Las cosas están yendo bien. Me lo repito mucho, y no es que sea una mentira, pero es como si necesitara convencerme constantemente de ello. Las cosas están yendo bien, sí. Muchas cosas han cambiado, incluso yo mismo. No soy el mismo Evan Dwight de hace unos meses, y eso es evidente, al menos para mí.

No es que mi vida haya cambiado sustancialmente. Sigo siendo el teclista de Masters of Darkness, sigo perfeccionándome y trabajando duro y también sigo dando clases a algunos viejos amigos en mi casa, pero las cosas han cambiado. Es como si un peso del que no era consciente se hubiera retirado de mi pecho. Antes no me daba cuenta, pero vivía con la continua presión de creer que me juzgarían si averiguaban cómo soy realmente. Todo eso sucedía en mi cabeza: ahí mis amigos comenzaban a tratarme diferente cuando se enteraban, mi madre se preocupaba por la clase de vida que llevaría, los medios se olvidarían de mi profesión y pasaría a ser más conocido por el hecho de ser gay. Pero cuando al fin di el paso, empujado en parte por la naturalidad con la que Draven lo había hecho, nada de eso ocurrió. No dimos ninguna rueda de prensa ni hicimos ningún comunicado a los medios, pero yo ya no rehuía del contacto con él en público, no hacía nada por disimular miradas ni escondía la naturaleza de nuestra relación. De hecho, descubrí que muchos de nuestros fans ya daban por sentado que yo era gay, y si no lo daban por sentado, lo imaginaban. Había tantos fanfics sobre los componentes de Masters of Darkness montándoselo entre sí que si hubiéramos publicado la noticia en exclusiva en alguna revista a nadie le habría sorprendido. Lo raro, debían pensar, era que en un grupo así alguien fuera meramente heterosexual.

En cuanto a mi madre, se lo dije por teléfono, antes de ir a visitarla en navidades. Ella suspiró con alivio y la imaginé sonriendo con su gesto comprensivo.

—Imaginaba que era algo así por lo que nunca me has hablado de tus parejas —dijo—. No fingiré que me sorprende.

—¿Ya lo sabías?

—Una madre sabe esas cosas, Evan. Pero quería que fueras tú el que me lo dijera.

Me sentí muy estúpido en ese momento. ¿Por qué había ocultado una parte de mí a mi familia? Mi madre jamás me habría rechazado, no quería preocuparla, pero en ese instante entendí que la había preocupado mucho más al no hacerla partícipe de ello. En cualquier caso, nadie había sido tan importante en mi vida como para que yo deseara cruzar esa barrera, y lo hice con Chris. No diré que no tuve miedo, tuve muchísimo miedo a que Chris no le cayera bien a mi madre, o a mi hermana mayor. Ellas son muy educadas, nunca dicen tacos y mi madre siempre pone una mueca cuando se me escapa alguno delante de ella, pero Chris se esforzó mucho en la cena de Navidad. Cuando le vi aparecer con el pelo recogido, perfectamente peinado, sentí como algo se derretía dentro de mí.

Hasta se había puesto una camisa. Me sentí blando y estúpido como un oso de peluche, y me enamoré

más del maldito Draven, que era capaz de hacer algo así por mí.

La cena fue mejor de lo que había imaginado, y todos mis miedos e inseguridades se fueron al garete. Chris estuvo relajado y se convirtió en el alma de la fiesta… la verdad es que hizo reír mucho a mi madre con sus ocurrencias e incluso mi hermana, que es algo más dura, acabó riéndose y contribuyendo al ambiente. Bebimos y comimos tanto como pudimos, mi madre me avergonzó contándole anécdotas de cuando yo era pequeño, y mi hermana le hizo un interrogatorio muy elegante, que casi ni se notó.

Con los amigos, las cosas habían seguido igual. Chris había sido reticente en presentarme a su grupo más cercano allí en California, pero acabé entendiendo que no quería que me ofendieran con sus bromas. Sé que lo habrían hecho, y en el fondo agradezco que me evite esas situaciones, porque acabaría siendo un rancio con sus colegas porque me parecerían gilipollas, y no quiero tener esa visión de su gente. En cuanto a los demás, resulta que nadie se sorprendió. El único que vivía en un engaño era yo, el resto del mundo imaginaba la situación y la aceptaba de sobra. A nadie le importaba. Al fin y al cabo ¿por qué iba a hacerlo? Que saliera del armario no cambiaba nada, no me cambiaba a mí, y por eso todos mis miedos siempre habían sido infundados: tenía la fortuna de vivir en un entorno tolerante que me ponía las cosas fáciles, y lo había estado desaprovechando toda la vida, como un idiota, por mis comidas de tarro.

Así que… las cosas, bien. Supongo. Sí, van bien. Chris tiene esos gestos que me desmontan por completo, como lo de ponerse una camisa para ir a ver a mi madre, o meterle cortes a los imbéciles que sueltan cualquier chorrada sobre maricas delante de mí —y no son nuestros amigos—, o sorprenderme con regalos inesperados que ni siquiera le había comentado que quería. Me pone las cosas fáciles en muchos sentidos y a veces siento que no necesito hablar para que me comprenda…

Trabajamos bien juntos, y apenas hemos discutido desde que las cosas se encauzaron, y eso teniendo en cuenta el tiempo que Chris pasa en mi casa, es todo un logro. Soy muy celoso de mi espacio. Me gusta tener intimidad, pero no me siento incómodo cuando él está en mi casa. No me importa que pasemos días sin salir, me gusta su presencia, y me gusta que respete cuando necesito estar solo. Él tampoco es agobiante, así que no hay problemas. Y aunque le haya permitido romper algunas normas, tiene más miramientos conmigo de lo que le he visto tener con nadie. Así que las cosas bien… pero no puedo evitar pensar que no es del todo cierto, que con esto no es suficiente. Que nos falta algo. Y esa sensación lleva semanas acribillándome las sienes.

Me he pasado un buen rato debajo del chorro del agua caliente dándole vueltas al tema. Necesito pensar con claridad, y a veces se me hace muy difícil cuando Chris está cerca. No he dejado de repetirme los pasos a seguir en mi cabeza, cómo debía encauzar el diálogo, cómo plantearle lo que quería y tantear las posibilidades, pero no es nada fácil. Cuando salgo del baño y empezamos a hablar, solo con verle en la cama, despeinado y mirándome…

«No hay nada que me guste más que estar contigo», dice, y tira de mí y me mira con esos ojos de lobo hasta que el calor me trepa desde el vientre y me nubla el pensamiento.

 

—No digas cosas que no sientes —le reprocho aún así.

—Y tú no digas tonterías.

Acerca su rostro al mío, poniendo a prueba mi voluntad.

Siempre es así con él. Nunca antes me había pasado esto, y no es el primer tío con el que estoy, pero no soy una persona a la que le guste perder el control de la situación, y Chris siempre consigue que lo pierda. Por eso no quería acercarme a él, pero lo he hecho, y todo él huele a sexo, a tabaco… a cosas primarias y salvajes que me erizan la piel. Mi mente se llena con las imágenes de lo que hicimos anoche, y mi cuerpo comienza a reaccionar, aunque yo no quiera. Tengo que poner todo mi empeño en no cerrar los ojos y besarle, y dejarme llevar por lo que tengo ganas de hacer. No entiendo cómo puedo sentirme tan hambriento.

Y es que el sexo con Chris es algo para lo que aún no he conseguido palabras que puedan definirlo. Intenso es quedarse corto, excitante apenas lo describe, animal, frenético, ardiente o carnal podrían acercarse. Nunca me ha gustado abusar de nada, nunca he sido adicto a nada, pero empieza a preocuparme que lo sea a esto, a él, a esa caída vertiginosa cuando me arrastra en el momento más insospechado y todo mi cuerpo entra en revolución… y a mi mente le da igual todo. Somos la pareja perfecta en la cama, es como si Dios nos hubiera hecho para eso, como si a él le hubiera dado el poder de entrar en mi mente y cumplir uno por uno los deseos más inconfesables, como si a mí me hubiera dado la magia de hipnotizarle, de domar a la bestia que habita en su corazón. Y joder… es maravilloso, supongo. Algo tan intenso, algo para lo que ni siquiera tengo palabras, debe ser maravilloso, debería bastarme y convencerme de que las cosas marchan bien.

Pero no es así. La química es perfecta, pero la química no basta en una relación, ¿no? La química en algún momento se agota, la reacción deja de producirse y ya no hay fuego, no hay nada si el combustible solo ha sido ese impulso animal. Y cada vez es más evidente que entre Chris y yo solo hay eso. Química, sexo… carne y sudor, cuerpos desnudos y pasión desatada.

«Céntrate, Evan», me recrimino. Se me está yendo la cabeza. A pesar de lo amargos que me saben estos pensamientos, ni siquiera con esta sospecha revoloteando por mi mente soy capaz de controlar los impulsos de mi cuerpo.

«No hay nada que me guste más que estar contigo», y es evidente. Como no he caído en sus redes, es él quien se incorpora y me besa con descaro. Su lengua sabe amarga, aún hay restos de humo en su boca, y aunque os parezca extraño, su sabor acucia la excitación que ya tengo a flor de piel. Le empujo con suavidad sobre la cama, con una sola mano, y respondo al beso lentamente, intentando que el fuego no se extienda.

Quiero hablar. No es que no hablemos, nos pasamos el día hablando, cuando no trabajamos o no estamos liándonos como desesperados, pero solemos hablar de música casi constantemente. No me desagrada, me apasiona la música, y Chris sabe mucho de música aunque no tenga conocimientos académicos, pero es una enciclopedia, no hay grupo o estilo que no conozca y hay pocas cosas que le disgusten de verdad… y bien, compartir nuestra pasión está bien, pero en nuestras vidas hay algo más que eso.

Y esto es lo que me asusta, no tener más cosas en común, no encontrar más puentes que el sexo, que esta adicción que nos transforma en brazos del otro y hace que todo lo demás deje de importar.

¿Pero realmente quiere estar conmigo? ¿O es esto lo que quiere? El éxtasis, el lenguaje de la carne y los jadeos, del deseo que no necesita nada más que nuestro olor, una mirada o un gesto para hacerse insoportable.

Eso es a lo que le he estado dando vueltas en la ducha… y lo que hace una temporada no me deja estar del todo tranquilo. ¿Y si no hay nada más?

A Chris le aburren las cosas que a mí me gustan, los museos, el cine, las escapadas para conocer ciudades sin necesidad de acabar borrachos en ningún garito… los conciertos de música clásica y las exposiciones, las charlas y los recitales de poesía. Los viajes… Tal vez esa es la clave. Desde que Chris decidió que nos iríamos de vacaciones he estado pensando en ello y tal vez es nuestra oportunidad para hacer algo juntos que no tenga que ver con follar, o con la música, y mucho menos con el resto de nuestros amigos. Crear recuerdos juntos haciendo algo que nos guste hacer a los dos.

Me aparto de sus labios con la respiración algo agitada. No quiero que esto se limite al sexo, aunque me vuelva loco y me deshaga entre sus manos. Quiero que desee algo más de mí, que vea algo más en mí, y necesito asegurarme de que lo hace, de que hay algo más.

—Pensé que tal vez preferías que saliéramos con los demás… —le digo.

—Que les jodan. Quiero acapararte. Si vamos con los demás tendrás que prestar atención a más gente, y no me da la gana.

—Ya… —Sonrío a medias y aparto la mirada. Chris me retira un mechón mojado de la cara y me mira con extrañeza. ¿Habré hecho alguna mueca de disgusto? Espero que no, no quiero que piense que estoy mal ni nada así, porque no lo estoy. Solo son dudas, y no me gusta tenerlas, me hacen sentir incómodo—. Había pensado que podríamos aprovechar este mes para viajar a Europa… a algún lugar que aún no hayamos visitado, o… no de esta manera.

—¿De esta manera?

—Sin que tenga que ver con giras ni con las locuras de Crowley y los demás.

—Ah, de novios. ¿Me estás proponiendo un viaje romántico?

Asiento. Él afila la sonrisa y sé que está pensando en guarradas. Da una calada al cigarro y suelta la bocanada de humo. Su mirada se enturbia y yo vuelvo a sentir cómo mi piel se eriza y se me encoge el estómago. Es una sensación tan parecida al hambre que a veces me pregunto si no tendré algún tipo de problema.

—Algo así. Así podremos hacer cosas, visitar lugares que nos gusten… ya sabes. Y seguro que te viene bien para acabar de desconectar con las cosas del grupo.

—Me encanta la idea.

—¿Sí?

—Sí, joder, claro que sí. Tú y yo por Europa. Seguro que lo petamos. Será épico.

Chris es transparente, y cuando sonríe sé que le entusiasma la idea, los ojos le brillan de esa manera especial, como cuando se le ocurre alguna de sus locuras y no puede evitar llevarla a cabo.

Cuando aplasta el cigarro en el cenicero y se abalanza hacia mí dejo caer las barreras y le beso, con el corazón agitado y una sensación de ligereza nueva.

El cojín que le cubría la cintura se desliza hacia el suelo y veo el bulto bajo la sábana. Sé que lleva cachondo desde que he salido de la ducha, por eso me he puesto la toalla, porque quería hablar antes de que las cosas se salieran de madre, pero ahora me da igual. Mientras le beso siento una ilusión

renovada. Chris quiere viajar conmigo, quiere hacer algo más que follar, trabajar o hablar de música y eso me hace sentir esperanzado, nuestra relación no es hueca… y paradójicamente, eso me hace tener más ganas de arrancarle la sábana y no darle un respiro hasta que pueda pensar de nuevo con claridad y pueda ir a buscar los cientos de folletos que he ido acumulando de todos los lugares que me gustaría visitar con él.

Meto la mano bajo las sábanas y le agarro con un poco de ansiedad. Empiezo a acariciarle. Le oigo gruñir, su lengua se enreda en la mía ansiosamente. Poco a poco, todo lo que hay en mi cabeza empieza a arder: las ideas y las preocupaciones se prenden en llamas, asediadas por su sabor, el calor de sus manos que me arrancan la toalla y se apoderan de mi cuerpo con insolencia. Las inseguridades desaparecen cuando me agarra y me aprieta contra sí. Sus dientes arañan mis labios. Las gotas de agua que corren todavía por mi cuerpo caen sobre su pecho.

De pronto, la radio despertador empieza a sonar con un estruendoso guitarreo y levanto la cara, sobresaltado. Él frunce el ceño. Aún tengo su pene en la mano cuando miro sobre la mesilla, perplejo.

—Draven, ¿habías puesto el despertador a la una de la tarde?

—Por si acaso —gruñe, agarrándome del pelo con suavidad para atraerme de nuevo hacia él—.

No quería dormirme y no darte lo tuyo… —Me he quedado tan sorprendido que he dejado de masturbarle, pero sus siguientes palabras me devuelven a la ardiente realidad—: Vamos, no te pares ahora, nene.

Que me llame así me pone absurdamente cachondo. No sé qué demonios es lo que están poniendo en la radio, parece thrash metal de los noventa. No es de mis estilos favoritos pero a Draven le estimula; me doy cuenta al ver la expresión sucia y pervertida de su mirada. Sigo moviendo la mano, obedeciendo por inercia. Él se arquea y exhala un suspiro. No entiendo cómo puede ser tan sexy en todo maldito momento. Repto sobre él y abro las piernas, colocándome sobre él y frotándome contra su cuerpo mientras nos besamos. Sus manos se cierran en mi trasero con fuerza, arrancándome un jadeo.

—¿Y qué es lo que me vas a dar? —le pregunto a media voz, sobre su boca.

Con el roce, mi sexo también ha despertado y empuja contra el suyo. Los dos estamos duros y calientes y siento cómo nuestra respiración se acelera a la vez. Draven se escupe en la mano, mirándome como si quisiera comerme ahí mismo, y empieza a tocarme por detrás con cierta rudeza.

Me arqueo y suelto una exclamación, luego le doy un golpe con el puño en el pecho.

—No seas tan brusco…

—Pues no me provoques.

En realidad, no me molesta lo que hace. Al revés. Es… difícil de explicar, y más aún de entender.

A mí no me gusta que me traten con superioridad, nunca me he sentido cómodo con amantes engreídos o desconsiderados, pero lo de Draven es algo que no puedo explicarme ni siquiera a mí mismo. Es como si él supiera exactamente qué es lo que quiero de verdad y qué es lo que no, hasta dónde puede llegar y hasta dónde no, cómo hacer que desee más y que le desee más… Y ese puntito arrogante me pone más de lo que puedo admitir. Porque además, sé que lo hace por mí y para ponerme cachondo. En cuanto a la rudeza, no es que sea violento o me haga daño, nada de eso. Nunca

me hace sentir así. Su vehemencia es fruto del deseo, y eso también me pone muchísimo: me recuerda que le hago perder el control. Además, nunca me ha gustado que me traten como si pudiera romperme en cualquier momento.

Cuando desliza un dedo en mi interior, yo ya estoy más que listo. Le muerdo el cuello y le agarro entre las piernas para acariciarle más deprisa.

—Te gusta esto, ¿eh?

—Cállate…

Se ríe, mientras cojo los preservativos y el lubricante. Me agarra del pelo, con la otra mano ocupada en mi trasero, y empieza a lamerme la boca provocativamente. Yo respondo, sofocado y lleno de necesidad. Le quiero dentro de mí, pero su lengua me hace pensar en una idea aún mejor.

Dejo el tubo de lubricante y los condones sobre el colchón y me muevo para darme la vuelta sobre él, abriendo las piernas a ambos lados de sus hombros y acogiendo su miembro en mi boca. Draven gime y me agarra de las caderas, empujándome hacia la suya y engulléndome a su vez. La sensación me golpea con un fuerte latigazo y pronto, todo rastro de raciocinio desaparece de mi mente. Su boca está ardiendo, caliente y salvaje; me reclama. Su lengua se enreda en mi sexo y sus labios presionan; succiona, absorbe y me roza con los dientes, devorándome como si fuera un lobo alimentándose. Yo apenas puedo hacer un buen trabajo entre los gemidos y jadeos que me cortan el aliento, pero lo hago lo mejor que puedo, aplicándome con entrega.

Le siento crecer en mi boca, yo crezco en la suya. La música me atruena en los oídos, como si las sensaciones desbocadas del sexo la amplificaran. De pronto, me levanta las caderas y su lengua me recorre hacia atrás hasta entrar en mí. Suelto un grito y levanto la cabeza, agarrándome a las sábanas.

Lo que está haciendo me aturde y me deja a su merced durante unos segundos, hasta que tengo que suplicarle que lo deje.

—Para ya… tenemos que… tienes que…

El muy descarado se ríe y me da un azote suave en el culo.

Antes de que pueda protestar, sus manos y su cuerpo se abalanzan sobre mí y pronto me encuentro boca abajo en el colchón. Él solo se las arregla para ponerse el preservativo y luego se entretiene provocándome con el lubricante mientras yo me apoyo sobre los codos y levanto las caderas, empujando contra él, exigente.

Cuando al fin entra en mí, es más alivio que placer. Lo necesitaba tanto…

Me agarro al cabecero, mordiéndome los labios y abriendo bien las piernas. Le siento a mi espalda, como un incendio, como un maldito tigre: caliente, salvaje, abrasador, deslizándose lentamente en mis entrañas. Sus dedos se clavan en mis caderas y su pelvis se aprieta contra mi trasero cuando se entierra por completo, exhalando un suspiro de satisfacción. Palpita dentro de mí, enorme, como una barra de acero al rojo. Su boca se pega a mi oído.

—¿Cómo quieres que te folle hoy, nene? —me dice.

Me contraigo por dentro al oírle hablar.

—Deprisa y fuerte —le respondo en un susurro.

—No te oigo.

—Me has oído perfectamente.

Está tan hambriento que no me hará repetirlo y eso me gusta. Me aferro con fuerza a los travesaños de la cama, elevando la grupa mientras él me monta con furia, resollando a mi espalda, haciéndome arder y temblar, golpeándome por dentro y acariciándome por fuera hasta que pierdo el sentido y solo soy una llamarada ardiendo entre sus manos, danzando en su hechizo, rendido a su ímpetu. Arqueo la espalda, empujo hacia atrás para ir a su encuentro, y me suelto para girarme a medias y pasarle el brazo por el cuello, respondiendo a sus embestidas, danzando en su sortilegio, transformado, al igual que él, en un animal.

Draven suda y las gotas cálidas caen sobre mí. Me besa con vehemencia y un hilo de saliva se queda entre los dos. Sacamos la lengua para lamer la del otro en el aire mientras nuestros gemidos se funden, y cuando siento que ya no puedo más, me dejo sostener por él hasta que al fin, me rompo en pedazos entre sus brazos.

Grito y suelto una maldición.

—Así… eso es… córrete para mí…

Su voz grave, embaucadora, lo hace todo aún más intenso. Sus dedos me pellizcan un pezón mientras yo tiemblo y mi sexo derrama la semilla en su mano. Mis contracciones le arrastran y su orgasmo amplifica el mío.

Los dos nos sacudimos el uno contra el otro, agarrándonos torpe y desesperadamente, gimiendo cada vez más alto, empujándonos, arañándonos, cerrando los ojos con fuerza mientras nos desintegramos piel contra piel.

Al cabo de un rato, cuando caemos juntos y enredados sobre las sábanas, de nuevo húmedas, me pregunto por qué no podemos estar siempre así: igual de unidos, igual de sincronizados. En armonía.

Siendo uno.

***

Al cabo de un par de horas, cuando estamos sentados en el salón mirando viajes en su portátil pijo, yo ya creo saberlo todo. Grimm estaba un poco raro porque he estado muy liado con lo del grupo. Tal vez no le he prestado toda la atención necesaria. Así que intento compensárselo. Nos pasamos un rato haciendo click en distintos buscadores mientras él me mira con ojos brillantes.

—No hace falta que mires los más baratos, podemos permitírnoslo —me recuerda.

—Pues tienes razón. Es la costumbre.

Subo la barra de precios hasta arriba del todo, con una risilla maliciosa.

—Bueno, eso creo… en realidad… —Tiene un codo apoyado en mi hombro y los folletos en la otra mano. Apenas los hemos mirado. Grimm a veces parece que vive todavía en el siglo veinte, tiene

un MacBook de última generación y no se acuerda de usarlo. No se acuerda. ¿Cómo puedes no acordarte?—. No, no debería preguntártelo.

—Pregúntamelo.

—No es asunto mío.

—Da igual, pregunta lo que sea. No tengo secretos para ti. Dispara.

Aparto el dedo del ratón táctil y me giro hacia él para mirarle. A Grimm le gusta que, cuando me va a hablar, yo le preste toda mi atención. A veces no me doy cuenta, pero ahora sí lo estoy haciendo, y de pronto parece un poco abochornado.

—No, en serio, es igual…

—Es sobre pasta, ¿verdad? Vamos. ¿Qué quieres saber? ¿En qué me la gasto? —tanteo. Hace un gesto de escandalizarse con los ojos, así, como abriéndolos mucho, y sé que he dado en el clavo. Me echo a reír—. Bueno, tengo un fondo de pensiones para mí, otro para cada uno de mis hermanos y otro para mis padres. Ahí voy metiendo el dinero que me sobra todos los meses, que suele ser…

bastante.

—¿Nunca has querido comprarte una casa mejor, o un coche o…?

—No. Estoy acostumbrado a vivir con poco. Y no me quejo, la verdad. Me gusta tener una vida normal. Pero tú eres igual, ¿no?

—Bueno…

No, es cierto. Igual, igual... no es. Grimm tiene gustos más caros que yo. Le gusta ir a buenos restaurantes, y aunque conserva el coche más lamentable que he visto jamás, tiene un casoplón. Y sé que se gasta fortunas en coleccionismo, sobre todo en cosas de música.

—No importa. —Hago un gesto con la mano, ni que fuera esto una auditoría, coño—. El caso es que, como has dicho, nos podemos permitir hacer un viaje de la hostia, a todo tren. Con todo incluido, y lo que sea —insisto, volviendo a mirar la pantalla—. ¿Qué te apetece? Podemos ir a Niza, hay playas cojonudas en Niza. O a Córcega. Podremos bucear, hacer surf…

—Ah… um… ¿y qué tal París?

—¿París? Ya hemos estado.

París no me interesa, no tiene playas ni se puede escalar ni bucear. Me doy cuenta, de pronto, de lo mucho que echo de menos ese tipo de cosas. ¿Cuánto hace que no hago submarinismo? Y la tabla de surf, debo tenerla hecha un asco. Tendré que comprar una nueva.

—¿Y las Seychelles? —propongo yo.

—Pensaba que íbamos a ir a Europa.

Le miro de nuevo, captando un cierto… ¿cómo diría Grimm? Apatía. Eso. Una cierta apatía en su voz. Él está mirando la pantalla, pero hay algo en su expresión que no termina de gustarme. «No está contento. La estoy cagando otra vez». Sí, es la historia de mi vida.

—Claro. Perdona, es que me he dejado llevar.

—No, no. Si quieres ir a Hawaii o algo así pues… puedo adaptarme. No pasa nada.

—No, iremos a Europa. Ya sabes que me disperso mucho, se me ha ido la pinza. Toma. —Le pongo el ordenador sobre las piernas, le paso el brazo sobre los hombros. Lo estoy acaparando todo, y eso no mola. Este viaje es para los dos—. ¿Qué te gustaría?

Grimm hace subir y bajar la página con el dedo, mordisqueándose el labio inferior. De nuevo parece inseguro. Pensativo.

—Tiene que gustarnos a los dos, Chris. Esto no es algo que tengas que hacer para contentarme.

—No lo hago para contentarte. Elige el lugar que quieras. Me da igual, lo importante es que estemos juntos…

—Pero no quiero que te dé igual.

—Me refiero… —Suspiro profundamente. Menudo jardín—. Me refiero a que el sitio es lo de menos, lo importante es pasar tiempo juntos, haciendo cosas juntos, ¿no te parece?

Ahí está. He dado en el clavo otra vez. Me mira y los ojos vuelven a brillarle con ilusión renovada. Sonríe. Dios, ¿por qué es tan guapo? El corazón empieza a latirme deprisa.

—Sí. Eso es justo lo que quiero.

—También es lo que quiero yo.

Parece que va a decir algo más, pero en vez de eso, me pone una mano en la mejilla y me besa. Es un beso suave, sin lengua, muy cálido. Esos gestos de Grimm me dejan hecho polvo. Es como si me quebraran por dentro y empezara a llenarme de algo empalagoso, dulzón y caliente, y hasta la piel se me eriza de emoción.

Qué pasa. Estoy enamorado, ¿ok? Y además soy marica. Puedo decir estas cosas sin avergonzarme. Bueno, los que no son maricas también, pero ya me entendéis.

Bah, da igual.

Cuando se aparta, Grimm vuelve a mirar la pantalla con interés.

—A ver… podemos ir a Venecia… Dios, me encanta Venecia. ¿A ti te gusta?

—Sí, claro. Creo que sí. Es la de los canales, ¿verdad?

—Sí, la que no es Ámsterdam —replica él, riéndose—. En esta no puedes fumar porros en los cafés.

—Una pena. Sí, Venecia está bien.

Grimm me mira, creo que me está estudiando. ¿Qué querrá? Luego vuelve a prestar atención al MacBook y niega con la cabeza.

—No, tal vez… ¿Praga? ¿Qué te parece Praga?

—Praga está bien. Recuerdo que estuvimos un par de veces con Masters. La cerveza era barata y buenísima.

—Sí, yo también me acuerdo. ¿Te gusta la idea?

—Claro. Perfecto.

Vuelve a escrutarme y luego, dubitativo, regresa a la pantalla.

—Um… y… ¿qué tal España?

Parpadeo y me echo un poco hacia adelante.

—¿España? Nunca hemos estado en España, ahora que lo pienso.

—No. Es bastante grande y tiene zonas muy diferentes…

—Joder, y muy buena fama. Dicen que es un puto paraíso. Sí, España sería genial.

Otra vez me analiza y ahora parece encontrar algo que le convence, porque sonríe y empieza a reservar los billetes.

—Entonces España. Decidido. Una ciudad costera, donde puedas hacer las cosas que te gustan… y que esté bien comunicada para que podamos visitar los castillos, los museos, las ciudades medievales… ¡Será una pasada!

Sí, sí que lo será. Ya nos puedo imaginar tomando el sol y nadando, y comiendo comida de puta madre, bebiendo unos vinos increíbles, de esos pijos que le gustan a Grimm, y saliendo de fiesta por las noches bajo faroles de papel, con las hogueras, y montando a caballo, y todo eso que se ve en los vídeos de música latina y en la publicidad.

Me quedo a su lado, rodeándole con los brazos y enseñándole todo lo que sé de español mientras él se ríe y hace los trámites, y busca el alojamiento, y me habla de cosas que no me importan como El Greco, la Inquisición o el Alcázar de Toledo. Está entusiasmado y juraría que nunca le he visto tan feliz.

Me pregunto qué es lo que tengo que hacer para que esté así siempre. Vendería mi alma. Sin dudarlo.