Capítulo XVIII
DESDE la primera luz del amanecer estuvimos acechando a nuestra presa. No era difícil. Las hadas no tenían ningún problema con las ostentosas manifestaciones de riqueza. Los pobres llevaban los uniformes de otra gente: el azul de los recaudadores, negro de los polis, el rojo de los comerciantes que trabajaban directamente para ‘la realeza’.
A las hadas ricas les gustaba disfrazarse de su papel. Fantásticos trajes rojo y violeta, verde y naranja, plumas por todas partes, adornos de piel, cadenas de oro macizo, anillos de enormes diamantes.
Nosotros queríamos a alguien con dinero. Alguien lo suficientemente joven para arriesgarse económicamente.
Le encontramos trabajando en el centro, usando silenciosas señales gestuales para controlar a sus chicos, tres tipos que gritaban órdenes a las ovejas, los corderos y el cobre.
En cuanto vimos su interés en el cobre supimos que teníamos a nuestro hombre.
Nos acercamos. Él me ignoró. Me planté ante su vista, bloqueando la línea de visión de sus chicos.
“¿Serías tan amable de apartarte?”
“Dame cinco segundos de tu tiempo.”
Arqueó una ceja. “¿Con qué propósito?”
“Con el propósito de hacerte más rico que el rey.”
Empezó a reírse. Recuperó el control. Me miró con dureza. “¿Estás loco o eres idiota?”
“Dame cinco segundos de tu tiempo y podrás decidirlo por ti mismo.”
“¿Qué quieres?”
“Quiero que te pongas este pequeño aparato en la oreja.” Le acerqué el pequeño auricular de unos cascos.
“¿Estás intentando hacerme algún tipo de magia?” preguntó.
“No es magia. Es mejor que la magia: tecnología.”
Hizo un gesto con la cabeza y un tipo al que no había visto antes se acercó corriendo. Dirigiéndose a mí, dijo, “Este miembro de mi personal pondrá la hoja de su espada en tu cuello. Si esto es alguna clase de truco, te separará la cabeza del cuerpo.”
“Es justo,” dije.
Sacó la espada. La cuchilla estaba a milímetros de mi yugular.
“Sólo tienes que ponerte esto en la oreja, como estoy haciendo yo. ¿Ves?”
El hada cogió el auricular. Se lo puso en la oreja. Y oyó un sonido que nunca antes había sido escuchado en la Tierra de las Hadas: Johann Sebastian Bach.
Dio un salto de la sorpresa, y luego se dio cuenta de lo que había hecho y agarró la espada de su empleado por la empuñadura un segundo antes de que mi cabeza fuera cercenada y saliera rodando.
Agarrando la mano de su hombre, escuchó. Le ofrecí el otro auricular y lo oyó en estéreo. Y sus ojos se abrieron como platos. Su boca abierta de par en par. Y su cara brillaba como si hubiera bajado una luz del cielo para ser su foco personal.
Al fin se quitó los auriculares de las orejas y miró ávidamente al reproductor de CD que yo sostenía.
“¿Qué quieres a cambio de eso?”
Negué con la cabeza. “No está en venta. Mira, quizá funcione unas cuatro horas antes de apagarse. Esto era sólo para llamar tu atención. Sólo para convencerte de que escucharas nuestra propuesta.”
“Estoy escuchando.”
Jalil dio un paso al frente, con Christopher y Senna no muy lejos de él.
“Tenemos una cierta tecnología,” dijo Jalil. “Puede comunicaros más rápidamente de lo que puede correr la más rápida de las hadas. Puede mandar información a cientos de kilómetros de distancia instantáneamente.”
El hada permanecía inexpresiva.
Christopher intervino. “Sr. Hada, lo que estamos diciendo es que, mira, tú compras o vendes ovejas, ¿cierto? Compras un rebaño de ovejas por un dólar y lo vendes por un dólar con diez. Porque crees que van a venir más ovejas, ¿cierto? En el mercado las venden por el mismo precio, dando o recibiendo. Sin embargo, ¿qué ocurriría si supieras que no va a haber más ovejas durante una semana, o un mes? Si supieras algo así, podrías cobrar más por tus ovejas, ¿no? La ley de la oferta y la demanda. Más ovejas significa ovejas más baratas. Menos ovejas, ovejas más caras.”
El hada lo consideró durante un momento. “Sí, es cierto.”
“Entonces si supieras, si supieras bien cierto que tienes el único rebaño de ovejas en setenta y cinco kilómetros, joder, podrías conseguir mucho más dinero por las ovejas. ¿tengo razón?”
“¿Cómo iba a saber que va a ocurrir algo así?”
“Se llama telégrafo. Y eso es sólo el principio, hermano, porque mira, la misma tecnología puede avisarte si viene mal tiempo o decirte si hay un ejército enemigo en tu camino. Puede usarse para mandar mensajes a tu gente cuando está lejos.”
Nos llevó otra media hora mostrárselo todo. Convencer al hada, cuyo nombre era Ambrigar, de que el reproductor de CD no era lo que hacía todo eso. Incluso entonces, no entendió toda la magnitud del trato que teníamos con él.
“Sí, esto me otorgaría una gran ventaja en mis intercambios comerciales. Si yo supiera cosas que otros no saben—”
Christopher le interrumpió. “Tío. Ambrigar. Los demás también lo sabrán. Todo el mundo lo sabrá. Quiero decir que todo el mundo querrá saber cómo es el cultivo del maíz en Ciudad Vaca, o si hay una sequía en Ciudad Muu, o cuántos vagones de remolachas vienen por el camino. Y todo el mundo va a querer comunicarse con sus hermanos o primos o empleados en Villa Trol, ¿no? Todos van a querer el mismo poder que tú tienes.”
“Sí, pero… ¿entonces, cómo…?”
“Les cobras.”
“Yo…”
“¿El rey quiere mandar un mensaje a algún otro rey? Le cobras un dólar al rey. Algún panadero quiere encargar una harina especial de Ciudad Pateadoresdeidiotas, le cobras un dólar. Alguna chica quiere enviarle una nota a su amor que está vagueando en algún lugar más allá de la frontera, o dónde sea, le cobras un dólar.” Christopher sonrió. “Ahí está el dinero, tío. Puedes ser el AT&T y Dow Jones y AOL, todo en uno.”
“Todo el que quiera usar mi cable mágico…”
“Les cobras un dólar mágico.”
“Por todos los dioses,” susurró el hada.
“Cierto, amigo, podrás comprar a los dioses.”
Entonces, y sólo entonces, le dijimos nuestro precio.
Él se salió de sus casillas. Durante una hora, pensamos que lo habíamos perdido.
Entonces Ambrigar volvió a recuperar el control. “Enseñadme este cable mágico. Hacedlo funcionar. Probadme que esta magia funciona.”
Jalil asintió. “Necesitamos carpinteros, necesitamos una pequeña cantidad de hierro o acero, un herrero, un joyero, y un montón de fibra de cobre.”
“¿Fibra de cobre? ¿Lo que usan para los adornos de las orejas de las mujeres?”
“Capitalismo,” dijo Christopher con una carcajada feliz. “Es algo hermoso.”