Capítulo 14

 

El corazón de Sara dio un vuelco al oír un gol—pecito en la puerta. Nerviosa, se levantó de la manta y se acercó para poner el ojo en la mirilla.

—Es Heather —dijo en voz baja.

—¿Tu secretaria? —preguntó Nick—. ¿Y qué hace aquí?

—No lo sé. Pero tengo que abrir... venga, escóndete en la habitación.

Mientras Sara iba a buscar su albornoz, Nick tomó la manta y la ropa que había tirada por el suelo y se metió en el dormitorio, refunfuñando.

Unos segundos después, Sara abría la puerta.

—Heather... ¿qué haces aquí?

—Lo siento mucho. No debería molestarte en tu casa, pero después de lo que ha pasado...

—¿Qué ha pasado?

—Bueno, ya sabes que rompí con Richard, ¿verdad?

—Sí. Afortunadamente.

—Pues me ha llamado esta tarde.

—¿Y qué te ha dicho?

—Que me echaba de menos, que sentía mucho haberse portado tan mal conmigo y que quería que volviéramos.

—Heather...

—Luego me preguntó si podía ir a mi casa esta tarde y yo... le dije que sí. Pero no ha aparecido. Esperé una hora, dos horas y nada. Lo llamé al móvil, pero no daba señal, así que empecé a preocuparme. Ya sabes, pensé que podría haber tenido un accidente o algo así. Como hay tanta nieve...

—Heather, ¿qué ha pasado?

—Que fui a su apartamento, pero cuando llamé a la puerta me abrió una mujer.

—Oh, no.

—Y Richard estaba allí, con ella, mirándome como si no me hubiera llamado, como si yo no significase nada para él. Me di cuenta enseguida de que esa chica y él habían estado...

—Ya me lo imagino.

—Así que salí corriendo... y vine aquí. Lo siento, es que no sabía adonde ir —dijo su secretaria, con los ojos llenos de lágrimas—. Me sentía tan mal, tan sola...

—Me alegro de que hayas venido —la interrumpió Sara, tomando su mano para llevarla al sofá—. Pero tú sabías que Richard era un sinvergüenza, Heather...

—Pensé que había cambiado...

No había soluciones mágicas para problemas como aquél. Estuvieron hablando durante una hora, pero sabía que, tarde o temprano, Heather volvería a caer en la trampa. Aunque Richard desapareciese de su vida, aparecería otro igual que Richard y el ciclo volvería a empezar otra vez.

A veces todo era tan inútil... A pesar de sus consejos, mujeres como Heather seguían cometiendo los mismos errores una y otra vez.

Y quizá no sólo Heather.

 

 

Nick, tumbado en la cama, escuchó parte de la conversación, pensativo. Y sólo salió del dormitorio cuando oyó que Heather y Sara se despedían.

—No he podido evitar escucharos... Desde el dormitorio se oye todo.

—No pasa nada.

—¿Cómo está?

—Un poco mejor. Pero... no sé cómo estoy yo.

—¿Por qué?

—Porque da igual lo que le digas a la gente. Hay personas que son incapaces de ver la realidad. Y eso es lo que le pasa a Heather.

—Además, ves a tu madre en chicas como ella, ¿no?

—Sí, claro. No puedo dejar de pensar que muchas chicas como ella acaban embarazadas de un indeseable y que ese niño tendrá que pagar las consecuencias. Como las pagué yo.

—No entiendo por qué las mujeres no mandan al infierno a tipos como ése.

—Porque son unos seductores, Nick. Y eligen muy bien a sus víctimas. Cuando son agradables, son muy agradables. Pero cuando algo no va como ellos quieren...

—¿Pero no es evidente desde el principio? ¿No deberían ver las mujeres que les están tomando el pelo?

—Tú lo dijiste el día que me entrevistaste en la emisora. A algunas mujeres les gustan los hombres peligrosos.

—Pero yo no quería decir peligrosos... en ese sentido. Me refería a hombres divertidos, que supieran pasarlo bien y...

Nick no terminó la frase. Por primera vez, entendía el punto de vista de Sara.

—Heather me contó una vez que Richard escucha tu programa.

—¿Crees que yo le digo a los hombres que traten así a las mujeres?

—No lo dices claramente, pero está implícito en tus palabras, en tus bromas, en tus entrevistas a hombres y mujeres de dudosa moralidad. Cuando entrevistas a un hombre que se jacta de haberse acostado con mil tías...

—Pero lo hago como broma —se defendió Nick—. No intento justificar lo que hacen.

—Pero el mensaje es el mismo. Le dices a tus oyentes que el sexo no es más que una diversión.

Que lo que cuenta es la cantidad, no la calidad. Las personas inteligentes entenderán que es todo una broma, pero no todo el mundo es inteligente. Y no todo el mundo tiene escrúpulos.

—Mi programa es puro entretenimiento, nada más. Si un tío trata mal a su novia es su problema, no el mío.

—No te estoy acusando de nada, Nick. Sólo digo que tienes más influencia de la que crees. Hay muchos chicos jóvenes que escuchan tu programa y, sin duda, querrían ser como tú.

Nick recordó entonces lo que Ted le había dicho: «A los tíos les gustas porque eres todo lo que ellos querrían ser, el tipo que se acuesta con una mujer diferente cada noche».

Llevaba años bromeando sobre el sexo y si llegaba a un acuerdo con Mercury Media lo haría a escala nacional. Claro que no todos sus oyentes eran como ese tal Richard. Pero ¿cuántos de ellos tomarían sus palabras al pie de la letra? ¿Y cuántos de ellos pensarían que así es como debe portarse un hombre?

¿Y por qué nunca antes se había parado a pensarlo?

Pero él vivía de eso y estaba a punto de alcanzar el éxito, se dijo a sí mismo.

—Sólo es un programa de radio. No voy a sentirme culpable porque algunos hombres maltraten a su pareja, yo no tengo nada que ver con eso. Además, no podría cambiar lo que hago aunque quisiera. Estoy a punto de firmar un contrato con Mercury Media y eso es precisamente lo que quieren que haga. ¿Tú sabes el dinero que estaría rechazando si dejase de ser Nick Chandler?

—Mucho, me imagino.

—Pero eso no significa que sea la clase de hombre que algunos de mis oyentes imaginan.

—¿No lo eres?

—¿Es así como me ves, Sara?

—Estamos teniendo una aventura de una semana, Nick. Eso no es precisamente inconsistente con tu reputación.

—Pero esto significa para mí más que...

—¿Más que qué? —lo interrumpió Sara.

Nick no estaba seguro. De repente, miraba su vida desde otro ángulo. Sara era diferente a las chicas con las que solía salir y, por primera vez, la idea de volver a casa cada día con la misma mujer le parecía. .. maravillosa. Tanto que odiaba tener que decirle adiós.

Pero ¿cómo iba a decirle eso?

—Me llevaré un disgusto cuando tengamos que despedirnos.

—Yo también —suspiró ella—. Mira, Nick, sé que no eres el seductor que tus oyentes creen que eres. Sé que eres un bromista y que no te tomas casi nada en serio, pero también sé que eres un hombre compasivo, amable, generoso. Y me gustaría que todo el mundo viera al hombre que veo yo.

Sara tenía razón. Se portaba como si tuviera doble personalidad. Hubo un tiempo en el que se parecía más a lo que esperaban sus oyentes de lo que le gustaría admitir, pero eso había cambiado. Lentamente, sin que se diera cuenta, el hombre que era en antena se había convertido en un personaje. Cuando iba a una fiesta como la de aquella noche tomaba copas, bromeaba y reía como el Nick Chandler que todos esperaban que fuera, pero no se sentía conectado con nadie. Con Sara, en cambio, sí.

Pero en dos días tendrían que decirse adiós.

—Ojalá no hubiéramos empezado esta conversación. No tenemos mucho tiempo y no quiero que pasemos el poco que nos queda discutiendo.

Sara dejó escapar un suspiro.

—Lo sé. Yo tampoco. Pero no te preocupes, Nick. Éste es el hombre al que yo voy a recordar siempre —musitó, abrazándolo.

 

 

Pasaron juntos el día siguiente, pero Sara sentía como si hubiera un reloj en su interior. Un reloj que iba marcando cada minuto. Y cuando se sentaron a cenar, el ruido era ensordecedor. Y, aunque Nick intentaba disimular, lo vio mirando su reloj un par de veces durante la cena.

—Son más de las ocho. Creo que ya has esperado todo lo que podías —le dijo, intentando sonreír.

Él dejó escapar un suspiro.

—No sabes cómo siento tener que ir a esa fiesta. Pero si no lo hago, a mi agente le dará un infarto.

—Lo sé, no te preocupes. Venga, ve a ducharte mientras yo recojo todo esto.

—Yo tengo una idea mejor. Tengo que ducharme... pero no me gusta nada ducharme solo.

Sin pensarlo dos veces, Sara aceptó la invitación. Pero después, mientras se secaba el pelo con una toalla, Nick salió de la habitación...

—¡Pero bueno...!

—¿Qué tal estoy?

Ella lo miró, boquiabierta.

—Estás increíble. El esmoquin te queda de cine.

—Sí, es verdad —bromeó él—. Sírveme un marti—ni, querida. Muy seco, por favor.

—Te aseguro que ningún James Bond ha estado nunca tan guapo como tú.

—Cuidado, Sara. Tantos cumplidos se me van a subir a la cabeza. Y cuando me hincho como un pavo me pongo insoportable.

—En realidad, eres sorprendentemente poco engreído para ser tan guapo. Una de las muchas cosas que me gustan de ti.

Nick la abrazó, sonriendo.

—Dime más cosas como ésa.

—Ahora no tenemos tiempo. Luego.

—No sabes cómo siento tener que irme. Lo último que me apetece es dejarte esta noche.

—Lo sé.

Nick apartó el pelo de su cara.

—No me lo puedo creer. Por primera vez, hay una mujer a la que estoy deseando besar a medianoche y ella va a estar al otro lado de la ciudad.

—A mí nunca me han dado un beso en Año Nuevo.

—¿Nunca?

—No.

—Entonces vamos a hacer una cosa. No veas la retransmisión de Nochevieja en televisión. Cuando vuelva a casa, fingiremos que es medianoche...

—¿Usando la imaginación?

—¿No lo hicimos con el muérdago? —rió él—. Volveré en cuanto pueda, te lo prometo.

—Te estaré esperando.

Nick se puso el abrigo, pero antes de salir Sara se inclinó para decirle al oído algo tan sexy, tan atrevido... algo que, con un poco de suerte, lo haría volver a casa lo antes posible.

 

 

Nick entró en el vestíbulo de mármol del hotel Brownleigh y, después de dejar su abrigo en el guardarropa, miró hacia el salón de baile, lleno de invitados. Había gente de la radio, famosos locales, anunciantes de la KZAP y gente de Mercury Media. YRaycine Clark, que lo saludó con una de sus irritantes sonrisitas.

—¿Dónde has estado? —lo regañó Mitzi—. ¡Son casi las diez!

—Es una fiesta de fin de año, Mitzi. No acabará hasta la madrugada.

—Ya, bueno, pero no vuelvas a apagar el móvil en un momento tan crítico. ¿Cómo voy a ponerme en contacto contigo en caso de que haya algo urgente?

—Relájate, ¿quieres? Estoy aquí. Dime qué trasero tengo que besar y lo haré.

—Ah, por lo menos sabes lo que tienes que hacer —bromeó su representante—. Mira, el tipo que está a punto de hacer estallar su fajín es Rayburn, el jefazo de Mercury. A su derecha está su mujer. Morris, el número dos, está a su izquierda. Voy a presentártelos y quiero que les muestres el Nick Chandler que van a comprar.

—Muy bien.

—Asómbralos con esa deslumbrante personalidad tuya.

—De acuerdo.

—Quiero que brilles en la oscuridad, Nick. ¿Me entiendes?

—Te he entendido la primera vez.

—Y, por favor, sé un encanto con sus esposas. Seguro que tienen mucha influencia.

—Eso tampoco es un problema —Nick respiró profundamente—. Venga, vamos.

 

 

Sara se dejó caer en el sofá, mirando el reloj cada cinco minutos y sintiéndose más triste por momentos. Nick no volvería hasta la madrugada seguramente. Llegaría la medianoche y ella seguiría allí, en el sofá, sola.

Nunca habría podido imaginar que Nick Chandler tocaría su corazón de esa manera. Pero iba a empezar el nuevo año sin él. Nunca la habían besado a medianoche y esa imagen daba vueltas y vueltas en su cabeza hasta convertirse en una obsesión. Sería maravilloso empezar el nuevo año con Nick. Que Nick la besara hasta dejarla sin aliento y brindar luego...

Sería una noche perfecta. Absolutamente perfecta.

De repente se le ocurrió algo. Pero no, no podía hacerlo. ¿O sí? ¿Qué había de malo en hacer una llamada para comprobar si había alguna posibilidad?

Sara corrió a la cocina y sacó la guía telefónica de un cajón, pensando que quizá podría tener su beso de medianoche después de todo.