Capítulo 8

 

Al día siguiente, Sara llamó a Karen para que fuese a su consulta. Quería contarle lo que había pasado y pedirle consejo. Si alguna vez lo había necesitado...

Karen apareció unos minutos antes de que empezase el programa de Nick y Sara le contó lo que había pasado la noche anterior. Los ojos de su amiga se iban abriendo hasta ponerse como platos cuando mencionó el strip-ajedrez.

—¿Qué? ¿Estás diciéndome que has jugado a eso con Nick Chandler?

—Por favor, no lo digas tan alto.

—Sara, ¿en qué estabas pensando?

—Yyo qué sé. No sé cómo pasó... habíamos tomado unas copas de vino y creí que no sabía jugar. Creí que sería él quien tendría que quitarse la ropa y...

—¿Quieres decir que Nick Chandler te ganó al ajedrez? ¿A ti?

—Bueno, no me ganó del todo. No llegamos tan lejos.

—¿Hasta dónde llegasteis exactamente?

Sara describió lo que había pasado y Karen la miró, horrorizada.

—Por favor, dime que estás de broma. Dime que no estabas medio desnuda en tu salón, dejándote besar por Nick Chandler.

—Pero si fuiste tú la que me dijo que debería aprovechar...

—Era una broma, Sara. No pensé que lo harías. Pensé que eras más lista... Perdona, no quería decir eso. Ah, espera. Creo que empieza el programa.

Sara apretó los labios. Estaba segura de que iba a contarlo, de que iba a humillarla delante de todos sus oyentes. El programa empezó como siempre, con sus bromas machistas y su supuesta conversación con una mujer que había mantenido relaciones con un extraterrestre. Y luego llegaron las llamadas. Como era de esperar, el primer oyente preguntó qué tal su cena con Sara Davenport.

Sara y Karen se miraron.

—Estuve en la puerta de Luigi's, pero no os vi aparecer —dijo David, de Broomfield.

—Pues claro. Todo el mundo sabe que es mi restaurante favorito, así que Sara y yo decidimos ir a otro sitio. Después de todo, cuando quieres seducir a una mujer, dos son compañía y veinte son multitud.

—¿Y adonde fuisteis?

—Venga, hombre. No puedo contarte todos mis secretos.

—¿Qué tal fue la entrevista? Cuéntanos algo.

—Regular. Muchas preguntas psicológicas.

—O sea, que te aburriste con ella.

—No, no del todo. Porque la vista era espectacular.

Sara abrió los ojos como platos.

—Entonces, ¿de verdad es un diez?

—Tuve que usar la imaginación porque seguía con la blusa abrochada hasta el cuello pero sí, yo diría que es un diez.

—¿Y qué pasó después de la entrevista? —insistió David, de Broomfield.

Nick se quedó callado un momento. Un momento durante el cual Sara creyó ver toda su vida pasando delante de sus ojos.

—Entre tú y yo, David, no me dejó que me acercase a ella.

Sara dejó escapar un gemido.

—¿Estás diciéndome que no te comiste una rosca?

—Eso es. Pero no porque no lo intentase. Hice todo lo que pude, pero me temo que esa señorita practica lo que enseña. Espero tener suerte algún día, no creas. Pienso seguir intentándolo —Nick dejó escapar un dramático suspiro—. Sara, si estás ahí, ya sabes dónde encontrarme.

Sara miró a Raren, las dos con idéntica expresión de incredulidad.

—No ha dicho nada.

—A lo mejor quiere acostarse contigo antes de contárselo a todo el mundo. Yo que tú no me fiaría de ese hombre.

—No sé, Karen... quizá lo he subestimado. Quizá me equivoco con Nick.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé. La verdad es que resulta muy divertido...

—No, Sara, ni lo pienses siquiera.

—¿Qué?

—Quieres volver a verlo, ¿verdad?

—No, claro que no —contestó ella, apartando la mirada.

—Mírame a los ojos.

Sara se volvió entonces y Karen hizo una mueca.

—No, por favor. Nick Chandler es precisamente el tipo de seductor del que tú hablas en tus libros. No debes volver a verlo. Si te acuestas con él y el tipo empieza a hacer bromas en su programa. .. olvídate de vender un libro más.

—Sí, tienes razón.

—Esta vez se ha portado de forma caballerosa, pero no creas que volverá a hacerlo. No es ese tipo de hombre. ¿Has oído el programa? Sólo habla de tíos que se acuestan con tías... Es lo único que le interesa.

—Venga, Karen, que no soy tonta. No voy a volver a verlo. Por muy guapo que sea.

—Menos mal —suspiró su amiga—. Bueno, dime, ¿qué tal besaba?

—No tienes ni idea —musitó Sara.

«Ya sabes dónde encontrarme».

No podía dejar de pensar en esa frase. Pero no, le había dicho la verdad a Karen. No pensaba volver a verlo. Nick Chandler era un peligro para ella, por mucho que le costase reconocerlo.

Y aunque no hubiese contado en su programa lo que había pasado entre ellos... ¿por qué no lo habría contado?

 

 

Varios días después, Nick iba conduciendo bajo una tormenta de nieve hacia la casa de su productor. Había llegado el día para la madre de todas las fiestas: el sarao de Nochebuena de Butch, que no tenía nada que ver con la Navidad y sí con el alcohol y las malas mujeres.

Nick miró a Ted.

—Sabes que con esa cornamenta tienes una pinta absurda, ¿no?

—¿Absurda? ¿Por qué? Yo pensé que era un disfraz festivo.

—Me sorprende que no hayas comprado las que tenían lucecitas.

—¿Las había con lucecitas? Venga, llévame de vuelta a la tienda.

Nick puso los ojos en blanco.

—¿Por qué voy a esta fiesta todos los años? ¿Por qué no me voy a Colorado Springs en Nochebuena en lugar de esperar al día de Navidad?

—Porque las mujeres son mas divertidas que la familia.

—¿Ah, sí? ¿Qué clase de mujer va a una fiesta en casa de Butch?

—La que no tiene familia en la ciudad y quiere emborracharse y darse un revolcón... y no es nada exigente.

Nick dejó escapar un suspiro.

—Sí, esa clase de mujer.

—Venga, hombre. ¿Qué te pasa?

Nick no estaba seguro. Sólo sabía que no le apetecía ir a esa fiesta.

—Llevas unos días de un humor de perros. ¿Te importaría decirme por qué?

—No hay nada que decir.

—Sí, seguro —murmuró Ted.

Poco después llegaban a casa de Butch. Pero en la puerta había una rubia a la que Nick conocía bien.

—¿Qué hace Raycine aquí? ¿Por qué la habrá invitado Butch?

—A Raycine nadie tiene que invitarla. Es una profesional colándose en las fiestas.

—Hola, Nick —lo saludó ella, asomando la cabeza por la ventanilla.

—Hola.

—Bueno, ¿vas a contarme qué pasa con esa psi—cóloga?

—No hay nada que contar. Me ha entrevistado para un libro que está escribiendo. Nada más.

—Venga, ya. Puede que tus oyentes lo hayan creído, pero yo no.

—Pues no hay nada más que contar, lo siento.

—Si tú no me cuentas nada, tendré que inventármelo —rió la rubia.

Nick sabía que hablaba en serio. En lo que se refería a él, Raycine se había inventado varias aventuras con modelos, actrices pomo... y hasta trillizas.

—Tengo la impresión de que hay algo entre Sara Davenport y tú.

—Si hubiera algo, lo habría contado en el programa.

—Quizá sí. Y quizá no. Pero te estoy vigilando, Chandler. Os vigilo a los dos —rió Raycine, antes de entrar en la casa.

Ted hizo una mueca de asco.

—Pensé que los reptiles dormían en invierno.

—No quiero que moleste a Sara. Te juro que si...

—¿Qué ibas a decir?

—Nada.

Ted lo miró, incrédulo.

—¿No me digas que Raycine tiene razón? ¿Te gusta esa chica?

—Sí, me gusta esa chica —suspiró Nick.

—Pero ella no quiere saber nada de ti.

—Mira, si te cuento lo que ha pasado no puede salir de aquí, ¿de acuerdo?

—Seré una tumba —le prometió su amigo.

Nick le contó una versión censurada de lo que había pasado en casa de Sara y Ted asintió con la cabeza.

—Lo dirás de broma. ¿Te pusiste a jugar al strip—ajedrez con ella? ¿Por qué?

—Yo qué sé. Lo único que sé es que ella escribe libros sobre cómo librarse de hombres como yo... y yo acabé intentando desnudarla en el salón. Y ahora me odia.

—Oye, que no la obligaste a nada.

—Sí la obligué, en cierto modo. Sara no está acostumbrada a tratar con tíos como yo... y la hice sentir como una idiota. Pero me da igual lo que pasara. Sara no hizo nada malo... sólo lo hizo con un chico malo.

Ted sacudió la cabeza.

—Pensé que no llegaría el día...

—¿Qué?

—El día que te enamorases de verdad. Especialmente de una mujer como Sara Davenport.

—No estoy enamorado.

—¿No?

—No, lo que pasa es que me siento fatal por lo que pasó. Eso es todo.

—Pues pídele disculpas.

Nick dejó escapar un suspiro.

—Seguramente me daría con la puerta en las narices.

—Pues entonces no puedes hacer nada. Venga, hombre, vamos a pasarlo bien.

Nick asintió con la cabeza. Pero no le apetecía ir a la fiesta, no le apetecía hablar con nadie... más que con Sara.

Pero ¿qué excusa podía usar para ir a verla? Daba igual, iría a su casa sin ninguna excusa y haría lo que tenía que hacer: pedirle perdón por ser un cabestro.

—Ted, me voy.

—¿Qué?

—Me marcho. Tengo que hacer una cosa.

—¿Y vas a dejarme aquí, solo?

—Volveré enseguida, no te preocupes.

—¿Esto tiene algo que ver con Sara?

—Sí, me temo que sí.

—Bueno, de acuerdo. Pero será mejor que vuelvas enseguida o habrá disturbios entre las chicas —suspiró Ted, bajando del coche.

Nick empezó a darle vueltas a la cabeza, intentando encontrar algo que decirle, alguna justificación...

Por fin, decidió que lo mejor sería llamar por teléfono. Consiguió su número en información y llamó a su casa, escuchando la señal de llamada con la boca seca y el corazón latiendo a toda velocidad.

—¿Sí?

—Sara, soy Nick Chandler.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

—¿Qué quieres?

No parecía nada feliz de oír su voz. Pero, claro, tampoco él lo había esperado.

—Pues verás... había pensado que podríamos vernos. Me gustaría pedirte disculpas por lo que pasó...

—No hace falta que te disculpes —lo interrumpió ella.

Nick se dio cuenta entonces de que su voz sonaba estrangulada.

—¿Te ocurre algo?

—No.

—Es muy tarde... ¿ha llegado tu madre?

Otro silencio.

—No —contestó Sara por fin.

—¿Por qué?

—Eso no es asunto tuyo.

—¿Pero va todo bien? ¿Tienes algún problema?

—Sí, va todo bien —contestó Sara. Pero Nick se dio cuenta de que había estado llorando.

—¿Estás sola?

—Sí.

—Sara, dime qué te pasa.

—Tengo que colgar, lo siento...

Y lo hizo. Nick miró el teléfono, sin saber qué hacer. No, sabía qué debía hacer. Era Nochebuena y Sara estaba sola. Y llorando.

De modo que tiró el móvil sobre el asiento y se dirigió hacia su casa.