10

Estaba embarazada.

Alexa clavó la vista en la puerta tras la cual había desaparecido el ginecólogo. Sí, había tenido náuseas. Sí, no le había bajado el periodo, pero eso podría achacarse al estrés. A la locura de pasar las fiestas con su familia, al trabajo y a Nick. Además, ¿por qué iba a contemplar esa posibilidad cuando estaba tomando píldoras anticonceptivas?

Las palabras del médico resonaron en sus oídos:

—¿Ha tomado algún medicamento en el último mes? —le preguntó.

—No. Solo tomo paracetamol cuando me duele la cabeza… No, un momento, sí. Tuve principio de neumonía y me recetaron…

Dejó la frase en el aire al entenderlo.

El médico asintió con la cabeza.

—Antibióticos. Su médico de familia debería haberle advertido de que reducen los efectos de la píldora. Ya he visto este error antes. Espero que sean buenas noticias.

Un anhelo enorme se abrió paso en su pecho, provocándole un nudo de emoción.

«Sí, son buenas noticias… Al menos para mí», pensó.

Se subió a su Escarabajo. Después, colocó las dos manos sobre su estómago plano.

Un bebé.

Iba a tener el bebé de Nick.

Recordó las últimas semanas, que habían sido perfectas. Su relación se había estrechado hasta tal punto que el ritmo habitual entre marido y mujer se había convertido en algo cotidiano. La Navidad con su familia había sido más tranquila, ya que Nick se esforzó de verdad por disfrutar de la ocasión. Le hacía el amor con una pasión que le llegaba al alma. Creía que las barreras que había entre ellos estaban cayendo poco a poco. A veces lo pillaba mirándola con una emoción tan descarnada que la dejaba sin aliento. Sin embargo, cada vez que ella abría la boca para decirle que lo quería, él cambiaba de actitud por completo y se cerraba en banda. Como si sospechara que en cuanto ella pronunciara las palabras, ya no habría vuelta atrás.

Había estado esperando la oportunidad perfecta, pero se le había acabado el tiempo. Lo quería. Ansiaba tener un matrimonio de verdad, sin contrato. Y necesitaba confesarle lo que había hecho con el dinero.

Sintió los nervios en el estómago. Nick se había negado a casarse con Gabriella porque ella quería un hijo. Como era lógico, temía cometer los mismos errores que su padre. Pero ella esperaba que cuando comprendiera que el niño era real, que formaba parte de él, se abriría del todo y se permitiría amar.

Volvió a casa presa de la emoción y la expectación. No se le había pasado por la cabeza ocultarle la verdad. Esperaba que reaccionase con sorpresa y con un poco de miedo. Pero en el fondo sabía que Nick acabaría por hacerse a la idea. Al fin y al cabo, y puesto que no lo habían planeado, el destino debía de haberles enviado a ese niño por un buen motivo.

Se empeñó en creer que haría feliz a su marido. Las noticias lo obligarían a abrirse por completo y a aceptar el riesgo. Sabía que la quería.

Aparcó en el camino y entró en casa. Viejo Gruñón se acercó a la puerta para saludarla y pasó mucho tiempo acariciándole las orejas y besándolo en la cara, hasta que vio que movía el rabo con alegría. Contuvo una sonrisa. Ojalá su marido fuera tan fácil. Su perro había progresado mucho con un poco de amor y paciencia.

Entró en la cocina, donde Nick se afanaba preparando la cena. El delantal que tenía atado a la cintura lo proclamaba como el «mejor chef del año», y era un regalo de su madre. Se colocó detrás de él, se puso de puntillas y lo abrazó con fuerza antes de acariciarle la nuca con la nariz.

Nick se volvió y le dio un beso en condiciones.

—Hola.

—Hola.

Se sonrieron.

—¿Qué estás preparando? —le preguntó.

—Salmón a la plancha, espinacas y patatas asadas. Y ensalada, por supuesto.

—Por supuesto.

—Tengo una noticia —dijo él.

Alexa lo observó con atención. Sus ojos tenían un brillo triunfal y esos labios tan perfectos esbozaban una sonrisilla.

—¡Ay, Dios! ¡Has conseguido el contrato!

—He conseguido el contrato.

Soltó un chillido y se lanzó a sus brazos. Nick se echó a reír y comenzó a darle vueltas antes de inclinar la cabeza y besarla. Como de costumbre, se sintió abrumada por la pasión y la ternura, de modo que le clavó las uñas en los hombros y se aferró a él. Después de que Nick la besara largo y tendido, la apartó un poco y la miró con una sonrisa deslumbrante. Le latía el corazón tan rápido y se sentía tan feliz que creía estar a punto de estallar.

—Estamos de celebración, nena. En el frigorífico hay una botella de champán que sobró de Nochevieja. Vamos a emborracharnos para celebrarlo.

Alexa guardó silencio un momento, mientras se preguntaba cuándo soltar su bomba. Una mujer normal esperaría a que la cena estuviera servida y hubieran celebrado lo del trato del río. Una mujer normal esperaría al momento oportuno para que su marido se fuera acostumbrando a la idea poco a poco.

Claro que ella nunca había sido normal. Las noticias del éxito de Nick le parecían un buen presagio para lo que ella tenía que decirle.

—Ya no puedo beber alcohol.

Nick la miró con una sonrisa mientras seguía preparando el salmón.

—Te has propuesto no empinar el codo, ¿no? No será por esta ridícula dieta, ¿verdad? El vino es bueno para la sangre.

—No, no es por la dieta. He estado en la consulta del médico hoy y me ha dicho que no puedo beber alcohol.

Nick la miró con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? ¿Has vuelto a enfermar? Te dije que fueras a mi médico. Al tuyo le encantan las tonterías holísticas y lo único que te receta son hierbas y esas cosas. Cuando pillaste la neumonía estuve a punto de tirarlo al suelo y hacerle una llave para que te recetara medicamentos de verdad.

—No, no estoy enferma. Me ha dicho otra cosa.

—¡Ah! —Nick soltó la cuchara y se volvió hacia ella con expresión aterrada—. Nena, empiezas a acojonarme. ¿Qué pasa?

Su preocupación la conmovió. Le cogió las manos y le dio un apretón. Después, le soltó la noticia a bocajarro.

—Nick, estoy embarazada.

La sorpresa más absoluta se reflejó en los ojos de Nick, pero ella estaba preparada para esa reacción. Esperó con tranquilidad a que asumiera la noticia para poder hablar. Sabía que Nick no cedería a sus emociones, sino que pensaría con lógica y sería racional.

Nick se zafó de sus manos con delicadeza y retrocedió un paso, hasta chocar con la encimera de la cocina.

—¿Qué has dicho?

Alexa inspiró hondo antes de contestar.

—Estoy embarazada. Vamos a tener un niño.

Nick parecía no encontrar las palabras adecuadas.

—Pero… es imposible. Tomas la píldora. —Hizo una pausa—. ¿Verdad?

—Pues claro. Pero a veces pasan estas cosas. De hecho, el médico me ha dicho que…

—Qué conveniente.

Parpadeó al escucharlo. Nick la miraba como si le hubiera salido otra cabeza. De repente, se sintió muy intranquila. Retrocedió y se sentó en una de las sillas de la cocina.

—Sé que es una sorpresa. También lo ha sido para mí. Pero hay un bebé en camino y tenemos que hablar del tema. —Al ver que Nick guardaba silencio, continuó en voz más baja—. No lo había planeado. No había planeado que el nuestro fuera un matrimonio real. Pero te quiero, Nick. Estaba esperando el momento adecuado para decírtelo. Y siento mucho soltártelo así sin más, pero no quería esperar. Por favor, di algo. Lo que sea.

Su marido sufrió una transformación instantánea. El hombre a quien quería y con quien se reía comenzó a desaparecer. La distancia entre ellos creció, acompañada por un frío ártico que le provocó un escalofrío en la espalda. Su cara parecía tallada en piedra. Y mientras esperaba a que dijera algo, Alexa tuvo el repentino presentimiento de que habían llegado a otra encrucijada en el camino.

Nick miró fijamente a su mujer.

—No quiero el niño.

El muro de hielo que se había estado deshaciendo se erigió de nuevo al instante. Las únicas emociones que se filtraban eran el resentimiento y la amargura. Sí, Alexa era buena. Se había dejado engañar por su actuación y tendría que pagar el precio.

La vio parpadear y menear la cabeza.

—Vale. No quieres el niño. Entiendo que estés asustado, pero tal vez con un poco de tiempo cambies de idea.

Recordó con amargura las palabras que Gabriella le había dicho meses antes. La promesa que le había hecho a su padre. Le habían advertido de que Alexa utilizaría cualquier truco para atraparlo, pero no quiso creerlo. Se había enamorado de su inocencia y había acabado enamorándose de ella.

Se lo había dejado muy claro desde el principio, y como el tonto que era creyó que ella lo respetaría lo suficiente como para no intentar atraparlo.

Y en ese momento le había dicho que lo quería.

Estuvo a punto de ahogarse con una carcajada amarga. Desde que descubrió los documentos del préstamo y se reunió con su padre, las dudas y la necesidad de creer en ella habían librado una batalla en su interior. Sin embargo, dejó pasar el asunto y decidió confiar en ella. Confiar en que le diría la verdad sobre el uso que le había dado al dinero sin tener que presionarla.

Pero por fin había enseñado sus cartas, con esa expresión radiante y una mirada triunfal.

Un bebé.

Iba a tener a su hijo.

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

—¿Qué pasa, Alexa? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

Alexa tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

—¿Qué dices?

—Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

Alexa se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

—¿Eso es lo que crees? —Tomó una trémula bocanada de aire y se estremeció—. ¿Crees que lo he hecho a propósito para atraparte?

—¿Por qué me dijiste si no que estabas tomando la píldora para que yo dejara de usar condones? Has admitido desde el principio que querías dinero y luego me engañaste diciendo que querías ser independiente. Así me descolocabas. —Soltó una carcajada carente de humor—. Negarte a que te comprara un coche nuevo fue muy inteligente por tu parte. Me tragué la interpretación. Pero te estabas reservando para la traca final.

—¡Dios mío!

Se dobló por la mitad otra vez, como si le doliera de verdad, pero él se quedó donde estaba, sin sentir nada.

Alexa se levantó despacio de la silla. Ya no le brillaba la cara. Su rostro reflejaba un dolor tan atroz que Nick titubeó un segundo. Pero después endureció su corazón y se obligó a enfrentarse a la verdadera personalidad de su mujer.

Era una mentirosa. Sería capaz de utilizar a un niño inocente para conseguir sus propósitos, y ese niño pagaría las consecuencias. Se estremeció por el asco al ver que seguía interpretando su papel, que fingía ser la víctima.

La vio apoyarse en la pared y mirarlo con espanto desde el otro extremo de la cocina.

—No lo sabía —dijo Alexa con voz ronca—. No sabía que pensabas eso de mí. Creía que… —Inspiró hondo y levantó la barbilla—. Supongo que da igual lo que creyera, ¿verdad?

Al ver que se daba media vuelta para marcharse, Nick le dijo:

—Has cometido un grave error, Alexa.

—Tienes razón —susurró ella—. Lo he hecho.

Acto seguido, se marchó.

La puerta se cerró. Nick se quedó en la cocina un buen rato, hasta que escuchó unos pasos. Viejo Gruñón se sentó a su lado, con una expresión elocuente en sus ojos amarillos, consciente de que Alexa se había ido para siempre. El perro gimoteó. En la casa reinaba un extraño silencio. Volvían a estar solos, pero Nick no sentía emoción alguna para llorar.

Se alegró de que el perro pudiera hacerlo por los dos.