8
Nick estaba en el porche trasero con la vista clavada en las barcas que se mecían en el agua. Una sucesión de olas furiosas rompían contra la orilla, anunciando el invierno. El anaranjado atardecer combatía la amenazante oscuridad y enmarcaba el arco de luces del puente de Newburgh-Beacon. Nick metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de su traje de Armani y tomó una honda bocanada de aire fresco. La tranquilidad se apoderó de él mientras observaba sus queridas montañas y una vez más supo que ese era su lugar.
Diez años antes, toda la zona cercana al río estaba infestada de camellos y de adictos al crack. Las preciosas orillas se encontraban llenas de basura y los elegantes edificios de ladrillo estaban vacíos, mientras que sus ventanas rotas gritaban pidiendo auxilio. A la postre, los inversores reconocieron el potencial de la zona y comenzaron a invertir dinero en el proyecto soñado de renovación.
Nick y su tío estuvieron muy pendientes del desarrollo de dicho proyecto y esperaron su oportunidad. De alguna manera, ambos sospechaban que esta llegaría tarde o temprano y que Dreamscape podría conseguir beneficios en la zona. El primer valiente en abrir un bar consiguió atraer a un grupo nuevo de personas que querían tomarse una cerveza con unas alitas de pollo mientras contemplaban las gaviotas. A medida que la policía se iba desplegando por el lugar, se incrementaron los proyectos de limpieza por parte de varias organizaciones sin ánimo de lucro. Los últimos cinco años, el proyecto habían captado el interés de los inversores. Los restaurantes y el spa que Nick quería construir cambiarían para siempre el valle del río Hudson. Y sabía que él estaba destinado a construirlos.
Recordó el encuentro con Hyoshi Komo. Por fin había cerrado el trato. Solo un hombre se interponía entre su sueño y él.
Michael Conte.
Soltó un taco mientras observaba el atardecer. Hyoshi había accedido a concederle el contrato solo si Michael Conte le daba el visto bueno. Si no podía convencer a Conte de que él era el hombre indicado para el trabajo, Hyoshi escogería a otro arquitecto y Dreamscape no tendría la menor oportunidad.
No podía permitir que eso sucediera.
Había viajado muchísimo por el mundo para imbuirse de inspiración arquitectónica. Había contemplado las cúpulas doradas de Florencia y las elegantes torres de París. Había contemplado islas exóticas impolutas, la majestuosidad de los Alpes suizos y las áridas rocas talladas del Gran Cañón.
A sus ojos, nada se equiparaba a esas montañas, nada se le acercaba ni en su cabeza ni en su corazón.
Esbozó una sonrisa desdeñosa al reconocer la emotividad de semejante pensamiento. La sonrisa no desapareció de sus labios.
Observó las vistas un buen rato, mientras repasaba mentalmente los problemas con su mujer, con el contrato y con Conte, pero seguía sin ocurrírsele nada. Su móvil sonó, interrumpiendo sus pensamientos.
Aceptó la llamada sin mirar quién era.
—Diga.
—¿Nick?
Se mordió la lengua para no soltar una barbaridad.
—Gabriella, ¿qué quieres?
Ella hizo una pausa antes de contestar:
—Tengo que verte. Necesito discutir algo muy importante contigo y no puedo hacerlo por teléfono.
—Estoy en el río. ¿Por qué no vas mañana a mi despacho?
—¿Junto al embarcadero?
—Sí, pero…
—Voy para allá. Llegaré en diez minutos.
Y colgó.
—Joder, lo que me faltaba… —masculló.
Repasó con rapidez sus alternativas y se recordó que tenía derecho a marcharse. Pero después lo asaltó el sentimiento de culpa. Gabriella podría seguir molesta por el hecho de que hubiera cortado con ella de forma tan abrupta. Tal vez necesitaba gritarle y desahogarse un poco más. Sabía que las mujeres preferían cerrar las etapas y que tenían cierta vena competitiva. Seguramente Gabriella se estuviera tirando de los pelos porque consideraba que Alexa se lo había arrebatado.
De modo que decidió esperar y escuchar su sermón, dispuesto a disculparse y seguir con su vida. Un cuarto de hora después, Gabriella apareció.
La vio bajarse de su Mercedes biplaza color plata. Se acercó a él con una confianza y una elegancia que deslumbraba a los hombres. Nick admiró de forma desapasionada la camiseta negra que dejaba al descubierto su vientre plano y que mostraba el piercing que llevaba en el ombligo. Unos ajustados vaqueros de cintura baja se ceñían a sus caderas, adornados por un estrecho cinturón de cuero negro. La gravilla crujió bato sus botas negras de tacón bajo hasta que se detuvo delante de él. En esos rojísimos labios apareció un puchero la mar de ensayado.
—Nick —echaba chispas por los ojos, pero su voz era gélida—, me alegro de verte.
Él la saludó con un gesto de cabeza.
—¿Qué pasa?
—Necesito un consejo. Me han ofrecido un contrato para Lace Cosmetics.
—Es una gran empresa, Gabby. Enhorabuena. ¿Qué problema hay?
Ella se inclinó hacia delante. El carísimo perfume de Chanel flotó en el aire.
—Es un contrato de dos años, pero tendría que mudarme a California. —Sus ojos color esmeralda adoptaron la mezcla justa de inocencia y de deseo—. Mi casa está aquí. Detesto esa mentalidad al estilo de los Vigilantes de la playa. Siempre he sido una neoyorquina de pro, como tú.
En alguna parte del cerebro de Nick comenzó a sonar una alarma.
—Debes tomar la decisión sola. Lo nuestro ha acabado. Estoy casado.
—Lo nuestro era real. Creo que te asustaste y te abalanzaste sobre la primera mujer a la que podías controlar.
Nick meneó la cabeza con cierta tristeza.
—Lo siento, pero no es verdad. Tengo que irme.
—¡Espera!
En un abrir y cerrar de ojos, Gabriella se pegó a su pecho, salvando los escasos centímetros que los separaban, y le echó los brazos al cuello mientras se frotaba contra él.
«¡Dios!»
—Echo de menos esto —murmuró ella—. Sabes que somos geniales en la cama. Casado o no, te deseo. Y tú me deseas.
—Gabriella…
—Te lo demostraré.
Lo instó a bajar la cabeza para besarlo en los labios y Nick contó con un segundo para decidir qué narices hacer. ¿La apartaba y seguía el contrato a pies juntillas? ¿O aprovechaba la oportunidad para averiguar hasta qué punto lo controlaba su mujer?
De repente, pensó en Alexa. Tensó los hombros e intentó apartarse, pero el demonio burlón de su interior comenzó a susurrarle una advertencia. Su mujer no era real, solo una imagen fugaz que acabaría rompiéndose y que le provocaría un enorme dolor, recordándole que nada duraba para siempre. Gabriella lo haría olvidar. Gabriella lo haría recordar. Gabriella lo obligaría a enfrentarse a la realidad de su matrimonio.
La realidad de que no se trataba de un matrimonio real.
De modo que aprovechó la oportunidad y se apoderó de sus labios, bebiendo de ellos tal como hacía en el pasado. El sabor de Gabriella le invadió la boca mientras ella le acariciaba la espalda en clara invitación para que la llevara al coche y la tomara allí mismo, y durante un breve lapso de tiempo se libraría de la frustración y el anhelo que sentía por otra persona.
Estuvo a punto de sucumbir a sus deseos, pero en ese momento se dio cuenta de otra cosa.
Actuaba de forma automática cuando antes lo hacía por el deseo. En ese momento solo sentía una leve excitación, que parecía ridícula en comparación con la abrumadora reacción que provocaba una sola de las caricias de Alexa. El sabor de Gabby no lo complacía, sus pechos no le llenaban las manos y sus caderas eran demasiado huesudas.
En ese momento comprendió que no era Alexa, que nunca sería Alexa, y que no quería conformarse con eso.
Se apartó de ella.
Gabriella tardó un poco en aceptar su rechazo. La rabia se apoderó de sus facciones antes de que pudiera tranquilizarse.
Nick intentó disculparse, pero ella lo interrumpió.
—Aquí pasa algo, Nick. No me encajan las piezas.
Gabriella irguió la espalda con expresión digna y ofendida.
Nick sabía que era un gesto para provocar el efecto más dramático posible. Era otra cosa que la distinguía de Alexa.
—Te voy a contar mi teoría: tenías que casarte rápido por algún acuerdo comercial y ella te venía bien. —Gabriella se echó a reír al ver su expresión sorprendida—. Está jugando contigo, Nick. No podrás librarte de este matrimonio sin un hijo o sin desprenderte de un buen pellizco de tu fortuna, da igual lo que te haya dicho. Tu peor pesadilla se hará realidad. —Puso cara de asco—. Acuérdate de lo que te estoy diciendo cuando ella te salte con un «Vaya, un fallo lo tiene cualquiera». —Se alejó hacia el coche y se detuvo con una mano en la puerta—. Buena suerte. Voy a aceptar el trabajo de California. Pero si me necesitas, llámame.
Se metió en el coche y se marchó.
Nick sintió un escalofrío en la espalda que no anunciaba nada bueno. Pondría la mano en el fuego por Alexa, confiaba en ella y sabía que jamás intentaría engañarlo para conseguir más dinero, porque ¿quién se casaba con un multimillonario y solo pedía ciento cincuenta mil dólares? Gabriella estaba cabreada porque no había podido retenerlo, eso era todo.
Dio un respingo al pensar en su beso. Su primera idea fue olvidar todo el asunto. Pero tenía que ser sincero con su mujer. Le explicaría que Gabriella y él se habían reunido en un lugar público junto al río, que ella había iniciado el beso y que se iba a mudar a California. Fin de la historia. Mantendría la calma y sería racional. Alexa no tenía motivos para ponerse celosa. Tal vez se molestara un poco, pero un beso se podía pasar por alto sin problemas.
Al menos, ese beso.
Otros eran mucho más difíciles de olvidar.
Con ese pensamiento en mente, echó a andar hacia el coche y volvió a casa.
Alexa cerró los ojos y luchó contra una desesperación agotadora.
Estaba sentada en su destartalado Escarabajo amarillo, con las ventanillas subidas y Prince sonando a toda pastilla en la radio. El aparcamiento del banco se vació a medida que los cinco minutos se convertían en una hora y seguían avanzando. Clavó la mirada al otro lado del parabrisas e intentó reprimir el amargo regusto que le dejaba en la boca el fracaso y la decepción que le carcomía el estómago.
Nada de préstamo.
Otra vez.
Sí, Locos por los Libros tenía muy buenas perspectivas y por fin estaba consiguiendo beneficios. Pero al banco no le hacía mucha ilusión invertir más dinero en su negocio cuando acababa de pagar sus deudas y no contaba con un aval ni con ahorros que la respaldaran. Pensó en su episodio preferido de Sexo en Nueva York y se preguntó cuántos pares de zapatos tenía. Pero después se dio cuenta de que ni siquiera tenía tantos.
Por su puesto, su mister Big en realidad era su marido y le concederían el préstamo con un pequeño cambio en la solicitud. Se preguntó si estaría siendo tonta y demasiado orgullosa al no utilizar el contacto, y estuvo a punto de salir del coche.
A puntísimo.
Soltó un suspiro triste. Un trato era un trato, y ella ya había recibido el dinero. Acababa de regresar a la casilla de salida. Estaba atada durante un año a un hombre al que ni siquiera le caía bien… pero que de vez en cuando quería acostarse con ella hasta que se le aclaraban las ideas.
Y ella estaba tiesa.
Sí, claro, le había tocado la lotería.
Soltó un taco, arrancó el motor y metió la carta de denegación en la guantera. La idea inicial no había cambiado. No usaría el dinero de Nick para medrar en su vida profesional cuando su relación era temporal. Debía conseguir ese préstamo por sí sola. Si utilizaba a Nick, la cafetería no le pertenecería en realidad. No. Esperaría otro año, acumularía más beneficios y lo volvería a intentar. Tampoco tenía que suicidarse o deprimirse por un pequeño contratiempo.
El sentimiento de culpa le comía las entrañas. Las mentiras ya sumaban una verdadera montaña. Primero les había mentido a sus padres. Y después a Nick. ¿Cómo le iba a explicar que no iba a expandir el negocio cuando ya había firmado el cheque? Y sus padres creían que nadaba en la abundancia. Le preguntarían a Nick cuándo iba a empezar con el proyecto para Locos por los Libros. Al fin y al cabo, ¿por qué no iba a ayudar a su mujer con el negocio?
El complicado castillo de naipes se tambaleaba y amenazaba con desplomarse.
Volvió a casa envuelta en una nube de pesar y aparcó junto al coche de Nick. Ojalá hubiera preparado la cena, pensó. Sin embargo, después se dio cuenta de que solo podría comerse una ensalada, porque se había saltado la dieta en el almuerzo con una deliciosa y grasienta hamburguesa doble y un paquete grande de patatas fritas.
Su mal humor empeoró aún más.
Cuando entró, la casa era un oasis que olía a ajo, a hierbas aromáticas y a tomates. Soltó el bolso en el sofá, se quitó los zapatos y se levantó la falda para quitarse las medias antes de entrar en la cocina.
—¿Qué haces?
Nick se volvió hacia ella.
—Preparando la cena.
Lo miró con el ceño fruncido.
—Solo quiero una ensalada.
—Ya está lista. Está en el frigorífico, enfriándose. ¿Cómo te ha ido hoy?
Le irritó que usara un tono de voz tan agradable.
—Genial.
—Vaya, vaya, ¿tan bien te ha ido?
Alexa pasó de él y se sirvió un enorme vaso de agua. El agua y la lechuga seca combinaban a la perfección.
—¿Le has dado de comer al pez?
Nick removió la salsa que burbujeaba en la olla y el olor hizo que Alexa salivara. No acababa de entender cómo era posible que hubiera aprendido a cocinar como una abuela italiana, pero las circunstancias comenzaban a irritarla de verdad. Por el amor de Dios, ¿qué clase de marido volvía a casa del trabajo y preparaba una cena digna de un chef? ¡No era normal!
Nick añadió los espaguetis a la olla.
—Pues ha sido algo muy curioso, la verdad. Porque imagínate la sorpresa que me he llevado al entrar en el despacho y encontrarme no con un pez en una pecera pequeña, sino con un acuario enorme lleno de peces.
La sangre de Alexa hervía por la necesidad de una buena discusión.
—Otto se sentía solo y tú estabas cometiendo crueldad animal. Estaba aislado. Ahora tiene amigos y un lugar donde nadar.
—Sí, con unos túneles muy monos y piedras y algas para jugar al escondite con sus amigos.
—Estás siendo sarcástico.
—Y tú estás muy gruñona.
Alexa golpeó la mesa con el vaso. El agua resbaló por el borde. Con un giro beligerante, soltó el vaso y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky. El líquido le quemó la garganta y le calmó los nervios. De reojo vio que a Nick le temblaban un poco los hombros, pero al mirarlo con suspicacia no detectó el menor indicio de que estuviera riéndose de ella.
—He tenido un mal día.
—¿Quieres hablar del tema?
—No. Y tampoco voy a comer espaguetis.
—Vale.
Nick la dejó tranquila mientras se tomaba otro vaso de whisky y comenzaba a relajarse. Se sentó en la acogedora estancia, rodeada por los sonidos de la cocina tradicional. Entre ellos se hizo el silencio. Nick llevaba un delantal sobre los vaqueros desgastados y la camiseta. La elegancia con la que se movía en un ambiente tan doméstico la dejó sin aliento.
Lo observó mientras ponía la mesa y se servía un plato de comida, tras lo cual sacó su ensalada. Después, empezó a comer. Al final, la curiosidad pudo con Alexa.
—¿Cómo va el contrato del río?
Nick enrolló con pericia los espaguetis en el tenedor y se los llevó a la boca.
—Me he tomado una copa con Hyoshi y ha accedido a darme su voto.
Una enorme sensación de placer atravesó la bruma que la envolvía.
—Nick, es genial. Ya solo te queda Michael.
Lo vio fruncir el ceño.
—Sí. Conte puede suponer un problema.
—Puedes hablar con él el sábado por la noche.
El ceño de Nick se hizo más pronunciado.
—Preferiría no ir a la fiesta.
—Ah, vale, pues iré sola.
—Ni hablar, yo también voy.
—Nos lo pasaremos bien. Así tendrás otra oportunidad para hablar con él en un ambiente distendido.
Dejó la ensalada que tenía delante y observó con expresión hambrienta el cuenco de los espaguetis. Podría comerse un poco sin que se notara mucho. Al menos tenía que probar la salsa.
—Si Conte veta el trato, nos quedamos fuera.
—No lo hará.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque eres el mejor.
Se concentró en la pasta. Cuando por fin levantó la mirada, vio una extraña expresión en la cara de Nick. Parecía inquieto.
—¿Cómo lo puedes saber?
Alexa sonrió.
—He visto tu trabajo. Cuando éramos pequeños, te observaba mientras construías cosas en el garaje. Siempre creí que serías carpintero, pero cuando vi el restaurante Monte Vesubio, supe que habías encontrado tu vocación. Ese sitio me emocionó, Nick. Todo entero. La cascada, las flores y el bambú, incluso el parecido que guarda con una antigua casita japonesa en las montañas. Eres un arquitecto brillante.
Nick parecía haberse quedado anonadado por su comentario. ¿No sabía que siempre había admirado su talento, aunque estuvieran continuamente metiéndose el uno con el otro? ¿Incluso después de todos los años que habían pasado separados?
—¿Por qué te sorprendes tanto?
La pregunta pareció sacarlo de su ensimismamiento.
—No lo sé. Ninguna otra mujer se había interesado por mi profesión. Nadie la comprende de verdad.
—Porque son tontas. ¿Puedo terminarme esta ración o quieres más?
Nick contuvo una sonrisa mientras le acercaba el cuenco.
—Sírvete.
Alexa se esforzó por no gemir cuando la suculenta salsa de tomate le tocó la lengua.
—Alexa, ¿qué pasa con la ampliación de la librería?
Un espagueti se le quedó atascado en la garganta y casi se ahogó. Él se levantó de un salto y comenzó a darle palmadas en la espalda, pero ella se apartó y bebió un enorme sorbo de agua. El poema de Walter Scott sobre la mentira le pasó por la cabeza, burlándose de ella. Porque, efectivamente, la mentira tenía las patas muy cortas…
—¿Estás bien?
—Sí. Se me ha ido por el otro lado. —Cambió de tema—. Tenemos que ir a casa de mis padres el día de Acción de Gracias.
—No, detesto las fiestas familiares. Y no has contestado mi pregunta. Ya tienes el dinero y creía que tenías que comenzar con la cafetería enseguida. Se me han ocurrido unas cuantas ideas que me gustaría comentarte.
El corazón le latía tan deprisa que casi no podía pensar. La cosa iba mal. Fatal.
—Esto… Nick, no esperaba que me ayudases con la cafetería. Ya tienes demasiadas cosas entre manos con lo del proyecto del río y con el consejo de administración controlando todos tus pasos. Además, ya he contratado a alguien más o menos.
—¿A quién?
«Joder.»
Gesticuló para restarle importancia.
—Ahora no me acuerdo del nombre. Un cliente me lo ha recomendado. Él… esto… está con los planos y empezaremos pronto. Aunque es posible que espere hasta la primavera.
Nick frunció el ceño.
—No tienes por qué esperar. Ese tío me da mala espina. Dame su número para llamarlo y hablar con él.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero que te metas.
Sus palabras lo golpearon como un gancho de derecha que lo pillara desprevenido. Dio un respingo, pero se recuperó enseguida. La tristeza que le provocaban las mentiras se enconó, pero Alexa se recordó que todo era un asunto de negocios, aunque de alguna manera supiera que le había hecho daño.
La cara de Nick mostró desinterés.
—Vale, si lo prefieres así…
—Es que me gustaría que nos atuviéramos al trato en nuestra relación. Que te involucres con el proyecto de mi cafetería no es una buena idea. ¿No crees?
—Claro. Lo que tú digas.
El silencio los rodeó, empezando a ser incómodo. Carraspeó.
—De vuelta a lo de Acción de Gracias, tienes que ir. No te queda otra.
—Diles que tengo que trabajar.
—Vas a ir. Es importante para mi familia. Si no vamos, sospecharán que pasa algo malo.
—Detesto el día de Acción de Gracias.
—Ya te he oído, pero me da igual.
—Las reuniones familiares no estaban en el contrato.
—Hay ocasiones en las que no podremos ceñirnos al contrato al pie de la letra.
Al escucharla, Nick levantó la cabeza de repente, como si le estuviera prestando toda su atención.
—Creo que tienes razón. Debemos permitirnos cierta flexibilidad y admitir que tal vez cometamos algunos errores por el camino.
Alexa asintió con la cabeza y se llevó los últimos espaguetis a la boca.
—Exacto. ¿Vas a ir?
—Claro.
Ese cambio de opinión tan drástico hizo que sospechara, pero se desentendió del asunto. El plato vacío se burlaba de ella. Joder, ¿qué había hecho?
—Y es curioso que hayas mencionado lo del contrato —continuó él—. Porque ha surgido un problemilla, pero ya está resuelto.
A lo mejor podría hacer algo más de ejercicio en la cinta de correr. Y un poco de pesas. Incluso volver a la clase de yoga.
—No iba a comentártelo, pero quería ser sincero. Seguramente ni te importará.
Llamaría a Maggie por la mañana para ir a clase de kickboxing. La clase quemaba un montón de calorías y la defensa personal se le daba muy bien.
—Gabriella me ha besado.
Levantó la cabeza al instante.
—¿Qué has dicho?
Nick se encogió de hombros.
—Me llamó y me dijo que quería verme. Dijo que se iba a mudar a California. Fue ella quien me besó, así que supongo que era su idea de despedida. Fin de la historia.
Entrecerró los ojos al escucharlo. Esa aparente despreocupación ocultaba algo más. Además, sabía que la manera de sonsacárselo consistía en fingir que el asunto no era nada del otro mundo.
—¿Un beso de despedida? Eso no suena muy grave.
Nick se sentó de nuevo, muy aliviado, mientras ella hacía como que comía las hojas de ensalada que le quedaban para eliminar parte de la tensión.
—¿En la cara o en la boca?
—En la boca. Pero fue visto y no visto.
—Vale. Así que nada de lengua, ¿no?
La silla crujió cuando Nick se removió. Acababa de pillar a ese hijo de puta.
—Pues no…
—¿Seguro?
—Tal vez un poco. Pasó tan deprisa que no me acuerdo.
Incluso de niño se le daba fatal mentir. Siempre acababa metido en líos, mientras que Maggie se libraba del castigo porque era muy buena mintiendo. Era como si le creciera la nariz y le gritara la verdad al mundo.
—Vale. Lo importante es que me has contado la verdad. ¿Dónde ha sido?
—En el río.
—¿Después de la reunión?
—Sí.
—Te llamó al móvil.
—Le dije que no fuera, pero según ella era importante, así que la esperé. Le dije que no quería verla más.
—Y después ella te besó y tú la apartaste.
—Eso es.
—¿Dónde tenía las manos?
Nick parecía confuso. Parecía estar pensando la respuesta, como si se tratara de una pregunta trampa.
—¿A qué te refieres?
—Sus manos. ¿Dónde las puso? ¿Te las colocó en el cuello o en la cintura? ¿Dónde?
—En el cuello.
—Y tú ¿dónde pusiste las tuyas?
—¿Antes o después de apartarla?
«Bingo», pensó.
—Antes.
—En la cintura.
—Vale. Así que parece que tardaste un poco en apartarla, que hubo lengua y que su cuerpo estuvo pegado al tuyo… ¿durante cuánto tiempo?
Nick miró con cierta desesperación el vaso vacío de whisky, pero respondió la pregunta.
—No mucho.
—¿Un minuto? ¿Un segundo?
—Un par de minutos. Después la aparté.
—Sí, eso ya lo has dicho.
Alexa se levantó y comenzó a recoger los platos. Nick titubeó como si no supiera muy bien qué hacer, pero al final se quedó sentado. Se hizo un silencio incómodo. Alexa terminó de recoger sin pronunciar palabra, dejando que la tensión aumentara. El momento de su rendición fue como un chasquido.
—No tienes motivos para enfadarte —le dijo Nick.
Ella metió los platos en el lavavajillas y después se volvió hacia el frigorífico. Con movimientos precisos, sacó el helado, el jarabe de chocolate, la nata montada y las cerezas.
—¿Por qué iba a enfadarme? Ese beso no ha significado nada, aunque tú violaras el contrato.
—Acabamos de decir que a veces no se puede seguir el contrato al pie de la letra. ¿Qué haces?
—Preparándome el postre. Bueno, ¿qué hizo Gabriella cuando la apartaste?
Siguió montando el helado y dejando que él sintiera la presión.
—Se enfadó porque la había rechazado.
—¿Por qué la apartaste, Nick?
Parecía incomodísimo.
—Porque nos hicimos una promesa. Aunque no nos acostemos, prometimos que no seríamos infieles.
—Muy lógico. Me sorprende que pudieras pensar con tanta claridad después de un beso así. Conmigo lo entiendo. Pero Gabriella parece inspirarte una respuesta más apasionada.
Nick se quedó boquiabierto. Alexa puso la nata montada sobre el helado y esparció unas cuantas cerezas por encima, tras lo cual se alejó un poco para admirar su obra.
—¿Crees que reacciono de forma más apasionada con Gabriella?
Ella se encogió de hombros antes de contestar:
—Cuando la conocí, me resultó evidente que saltan chispas cuando estáis juntos. Nosotros no tenemos ese problema. A mí solo me has besado porque estabas cabreado o aburrido.
—¿Aburrido? —Nick se frotó la cara con las manos antes de enterrar los dedos en el pelo. Se le escapó una carcajada seca—. No me lo puedo creer. No tienes ni idea de lo que he sentido cuando Gabriella me ha besado.
Alexa notó que le clavaban un puñal en el corazón, con tanta precisión como el bisturí de un cirujano. En esa ocasión no le sangró la herida; se limitó a aceptar con resignación que el hombre con el que se había casado siempre desearía a una supermodelo, no a ella. Que siempre sucumbiría a la tentación de dar un último sorbo antes de que se impusiera la dichosa ética. Era legalmente fiel, pero en su cabeza era infiel.
Ella era algo secundario, y Nick nunca la desearía como deseaba a su ex. Al menos, no en el plano físico.
La furia se apoderó de ella, una furia candente y satisfactoria, mientras contemplaba su postre perfecto. Nicholas Ryan adoraba la lógica y la razón, y había analizado en profundidad su respuesta. Empleaba la sinceridad porque era un hombre justo. Sin embargo, a ella le enfurecía su aparente incapacidad para reconocer que tenía todo el derecho del mundo a cabrearse tras enterarse de que su marido había besado a una ex amante. Nick esperaba que se comportase con tranquilidad, con mesura, y que perdonase su indiscreción para dejarla en el olvido.
«¡Que le den!»
Con un movimiento muy elegante, cogió el pesado cuenco y se lo volcó en la cabeza.
Nick chilló y se levantó de un salto, luciendo una expresión de auténtica incredulidad, mientras el helado de chocolate, el jarabe y la nata montada le resbalaban por la cabeza y las mejillas y se le metían en las orejas.
—¡Joder!
Su rugido fue un grito de indignación y de confusión, y una demostración de emoción tan sincera que Alexa se sintió mejor de inmediato.
Satisfecha, se limpió las manos en el paño de cocina y retrocedió. Incluso consiguió esbozar una sonrisa educada.
—Si fueras el hombre tan inteligente y razonable que pareces ser, deberías haber apartado a Gabriella de inmediato y haberte ceñido al trato. En cambio, te has dado el lote con ella en público, junto al río; le has metido la lengua en la boca y la has acariciado. Pues esta es mi respuesta inteligente y razonable a tu traición, hijo de puta. Que disfrutes del postre.
Se dio media vuelta y subió la escalera.
Una semana más tarde, Nick observaba a su mujer circular por la estancia y admitió que había cometido un error.
Uno muy gordo.
Si fuera menos hombre, desearía retroceder en el tiempo para cambiar la escena del beso con Gabriella. La habría apartado al instante, le habría contado a su mujer lo sucedido con orgullo y habría disfrutado de un resultado muy distinto. Sin embargo, dado que detestaba semejantes tonterías, solo le quedaba una alternativa. Sufrir.
Alexa circulaba entre los invitados como un majestuoso pavo real, vestida de un atrevido escarlata en vez del negro que prefería la sofisticada flor y nata de la alta sociedad. Llevaba el cabello recogido, aunque le caían unos cuantos mechones por el cuello y los hombros.
Casi lo había desafiado para que le dijera algo cuando llegó al pie de la escalera, pero en esa ocasión mantuvo la boca cerrada, le comentó que estaba muy guapa y caminó a su lado hasta el coche. Todo acompañado por el frío silencio que llevaba instaurado entre ellos toda una semana.
La irritación lo carcomía. Fue ella quien le tiró encima un cuenco de helado. ¿Se había disculpado acaso? No. Se limitaba a tratarlo con una cordialidad neutra que lo desquiciaba. Se mantenía lejos de él, encerrada en su dormitorio, y callada durante la cena.
Nick no quería averiguar por qué su distanciamiento despertaba en él el deseo de agarrarla y obligarla a demostrar alguna emoción. No quería analizar la soledad que lo consumía ni por qué echaba de menos sus partidas de ajedrez, sus discusiones o el tiempo que pasaba con ella por las noches. Echaba de menos las irritantes llamadas de teléfono a la oficina para hablarle de Otto o para suplicarle que adoptara a un perro del refugio.
De hecho, había logrado lo que quería desde el principio.
Una esposa de conveniencia. Una socia empresarial que vivía a su aire y que no se inmiscuía en sus asuntos.
Lo detestaba.
De repente, recordó el último beso. Sin embargo, las palabras de Alexa lo desconcertaban. ¿No se daba cuenta de lo mucho que la deseaba?
La noche que apareció la policía creía haberle demostrado claramente su interés. En cambio, ella había enarbolado el episodio de Gabriella como prueba de que nunca la desearía de la misma manera. Jamás había soñado con Gabriella, ni se moría por tocarla ni por reír con ella. Jamás había querido discutir, jugar a cosas tontas o tener una vida con Gabriella.
¿Por qué le estaba pasando eso? Nick apuró el vaso y se dispuso a cruzar la estancia.
Tal vez había llegado la hora de averiguarlo.
—Marido a la vista.
Alex levantó la cabeza y vio que Nick se abría paso entre la multitud. Pasó de él y se concentró en Michael y en el brillo travieso de sus ojos. Agitó un dedo delante de su nuevo amigo.
—Compórtate.
—¿No es lo que hago siempre, cara?
—Es la segunda vez esta noche que me mantienes alejada de mi marido.
Sus zapatos resonaban sobre el parquet mientras la conducía hacia el despacho ubicado en la parte posterior de la casa, decorada en tonos tierra y rojizos, y con elegantes espejos dorados, tapices y esculturas de mármol que rompían la sofisticada monotonía de las habitaciones. La ópera que sonaba en el equipo de música se filtraba por toda la planta. Michael la había decorado con una sensualidad inherente que Alexa apreciaba.
—En ese caso, estoy haciendo bien mi trabajo, signora. Me he dado cuenta de que esta noche te pone triste.
Alexa se detuvo y lo miró. Por primera vez, se permitió que aflorara la desgarradora emoción que le había provocado la confesión de Nick. Le había costado mucho fingir que no le importaba durante toda esa semana.
—Hemos discutido.
—¿Quieres contármelo?
—Los hombres sois de lo peor.
Él asintió con la cabeza e hizo una floritura con la mano.
—A veces, sí. A veces, cuando llevamos el corazón por delante, somos maravillosos. Pero, sobre todo, nos da miedo abrirnos sin reservas a otra persona.
—Algunos hombres nunca lo hacen.
—Sí. Algunos nunca lo hacen. Debes seguir intentándolo.
Lo miró con una sonrisa.
—Voy a darte el número de mi amiga Maggie. Prométeme que la llamarás.
Michael soltó un largo suspiro.
—Si eso te hace feliz, la llamaré y la invitaré a cenar.
—Grazie. Es que tengo un raro presentimiento con vosotros dos.
—Ah, en el fondo eres una casamentera, cara.
A medida que avanzaba la velada, bebió más champán, habló con más libertad y bailó con más parejas, siempre con mucho cuidado de no traspasar la fina línea entre el comportamiento apropiado en una fiesta y pasárselo bien. Nick no tardó en abandonar la idea de intentar hablar con ella. Se quedó de pie junto al bar, bebiendo whisky y mirándola. Su mirada la traspasaba desde el otro extremo de la estancia, aun cuando estaba oculta por la multitud. Como si la estuviera marcando como suya, sin una sola palabra o una caricia. La emocionante idea le provocó un estremecimiento. Después, se dio cuenta de que estaba fantaseando con la posibilidad de que Nick montara una escena y se la llevara a rastras para seducirla. Como en una de las novelas románticas que leía.
Claro. Como si don Lógico fuera capaz de algo así. Ya podía pasarse a la ciencia ficción y esperar que los extraterrestres invadieran el planeta. Eso era mucho más probable.
Se le había agotado la paciencia.
Nick estaba harto de verla pavonearse con diferentes hombres. Sí, cierto, solo bailaba una vez con ellos. Pero casi no se despegaba de Conte, con quien había entablado una especie de relación muy cómoda. Reían y charlaban de tal forma que lo estaban cabreando.
Se suponía que su matrimonio tenía que parecer sólido para los desconocidos. ¿Y si empezaban a correr rumores sobre el conde italiano y Alexa? El contrato del río pendería de un hilo, porque negociaría con don Cara Bonita mientras fantaseaba con retorcerle el cuello.
Ah, sí, estaba siendo muy lógico.
Tras apurar la última copa y dejarla en el bar, se dio cuenta de que el alcohol le había calentado aún más la sangre, derribando las barreras que ocultaban la verdad.
Quería hacer el amor con su mujer.
La quería de verdad, aunque fuera por un tiempo.
Y a la mierda con las consecuencias.
Desterró al hombre racional que le gritaba que diera un paso atrás, que esperase al día siguiente y que acabara los próximos meses con una educación muy cívica.
Atravesó la estancia y le dio un toquecito en el hombro.
Alexa se dio media vuelta. Nick la cogió de la mano con toda la intención. Vio que se sorprendía, pero que lo ocultaba al instante.
—¿Estás listo? —le preguntó ella con educación.
—Sí. Creo que estoy listo para varias cosas.
Alexa se mordió el labio inferior, seguramente mientras se preguntaba si estaba borracho. Nick decidió concentrarse en separar a Michael de ella lo antes posible.
—Michael, me preguntaba si podrías pedirnos un taxi. No quiero conducir en estas circunstancias. Mañana mandaré a alguien para que venga a buscar el coche.
El conde asintió con la cabeza.
—Por supuesto. Vuelvo enseguida.
Sin soltar a Alexa de la mano, la condujo hasta el guardarropa, decidido a no perderla de vista. Al cabo de unas horas estaría en el único sitio donde no se metería en líos. Y para llegar allí no había que cruzar ningún arcoíris.
Ese lugar estaba en su cama.
Alexa no parecía haberse dado cuenta de que había cambiado algo entre ellos. Tras ponerse el abrigo, se despidió como si tal cosa de sus nuevos amigos. Le sorprendía que no sospechara que esa iba a ser su noche de bodas. Ese secreto hizo que tuviera todavía más ganas de salir de la casa de Conte y de llevarla a un lugar donde por fin podría seducirla. Qué tontería no haberlo hecho antes. Debería haberse imaginado que el sexo era la forma más rápida de asegurar una relación estable.
El taxi llegó y se marcharon a casa enseguida. Alexa guardaba silencio a su lado, con la vista clavada en el exterior, pasando de él.
Al llegar a casa, Nick pagó al taxista y entró en la casa detrás de ella. La vio colgar el abrigo en el armario y subir la escalera.
—Buenas noches.
Sabía que la rabia era la mejor manera de conseguir toda su atención.
—¿Alexa?
—¿Sí?
—¿Te has acostado con él?
Ella giró el cuello de una manera que le recordó a la niña de El exorcista. Tenía la boca abierta y respiraba con fuerza. Una inmensa satisfacción lo recorrió al ver su reacción, y la conexión que existía entre ellos cobró vida.
—¿Qué has dicho?
Nick se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo del sofá. Se plantó delante de ella, con los brazos en jarras, e hizo acopio de todas sus fuerzas para cabrearla al máximo. Porque sabía que en su cabreo encontraría sinceridad: encontraría a la mujer apasionada que mantenía escondida por la ridícula creencia de que no la deseaba.
—Ya me has oído. Me preguntaba si os había dado tiempo de llegar al dormitorio o si Conte se limitó a echarte un polvo contra la pared antes del postre.
Alexa siseó y apretó los puños.
—No me acuesto con otros hombres ni los beso en público porque respeto nuestro matrimonio mucho más que tú. Y Michael también.
La inmediata defensa de Conte hizo que un nido de serpientes le carcomiera las entrañas con furia.
—Has dejado que te toquetee delante de mis socios.
—¡Estás loco! Se ha comportado como un perfecto caballero. Además, ¡tú le metiste mano a Gabriella en un aparcamiento público!
—Eso fue distinto. La aparté.
—Claro, después de meterle la lengua en la boca. Se acabó.
Entrecerró los ojos.
—Todavía no.
Alexa parpadeó y retrocedió un paso. Después, lo miró a los ojos y le clavó un último dardo.
—Me voy a la cama. Puede que controles con quién me acuesto y con quién no, pero no puedes controlar mis fantasías.
Su gélido tono contradijo las palabras burlonas que quedaron flotando en el aire.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Nick se acercó a ella con paso seguro y lento, unos ademanes que hicieron que ella retrocediera a su vez. Alexa quedó atrapada contra la pared cuando llegó a su altura. Despacio, apoyó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza. La tenía atrapada contra su cuerpo. Cuando separó las piernas, Alexa quedó entre ellas.
Se inclinó y murmuró contra sus labios:
—Si estás tan desesperada por echar un polvo, solo tenías que pedirlo.
Alexa se puso completamente tensa.
—Tú no me interesas.
El pulso que latía frenético en la base de su garganta contradecía esas palabras.
—No cuela.
—Vete con tus jueguecitos en busca de Gabriella.
—Me deseas. ¿Por qué no lo admites de una vez?
La rabia emanaba de ella en oleadas.
—No se trata de ti, se trata de tu dinero.
Nick sabía que esa treta le había funcionado antes, pero esa noche le dio igual.
Acortó la distancia que los separaba otro centímetro. Sus pechos se pegaron a su torso. Tenía los pezones duros bajo la tela escarlata y le rogaban que los liberase. Alexa jadeaba con fuerza, y su perfume se le subió a la cabeza. Se le puso dura al instante. Alexa abrió los ojos al sentir su erección.
—Sé que vas de farol, nena.
La cara de Alexa reflejó su absoluta sorpresa cuando él apartó una mano de la pared para desabrocharse la camisa, quitarse la corbata y después agarrarla de la barbilla con firmeza.
—Demuéstralo.
Se apoderó de su boca sin darle la oportunidad de pensar, de retroceder o de apartarse de él. Invadió su boca, introduciendo la lengua en esa sedosa cavidad antes de succionar con fuerza la carne húmeda que encontró.
Ella lo agarró de los hombros con un gemido ronco.
Acto seguido, explotó.
Alexa levantó las manos y le enterró los dedos en el pelo, sujetándole la cabeza mientras le devolvía el beso y exigía a su vez. Comenzó a mover las caderas mientras el sabor y el olor de Nick se apoderaban de ella como una droga.
El deseo contenido tanto tiempo se extendió por su cuerpo, abrasándole la piel.
Se moría por saborearlo, por sentir sus manos mientras la desnudaba y la tomaba allí mismo, contra la pared, y se deleitó con esa apasionada respuesta, tan distinta a su habitual y rígido control.
«Control», pensó.
En su cabeza sonó una alarma que atravesó la neblina sexual que le abotargaba el pensamiento. Nick había estado bebiendo. Si los interrumpían, podría alejarse de ella con una explicación plausible de por qué no sería una buena idea echar un polvo.
Se sintió consumida por la certeza de que ya lo había hecho en dos ocasiones distintas, de modo que apartó los labios de su boca y le dio un tirón del pelo de la nuca.
Nick levantó la cabeza. Parpadeó como si acabara de salir de un profundo sueño y ella captó la expresión interrogante de sus ojos.
Alexa se obligó a decir lo único que no quería decir.
—No creo que sea una buena idea.
Contuvo el aliento mientras esperaba que él retrocediera, mientras esperaba que su cabeza se despejara, mientras esperaba que le diera la razón. Al verlo sonreír se llevó la segunda sorpresa de esa noche. Fue una sonrisa masculina y peligrosa que prometía un placer indescriptible y un polvo salvaje.
—Me da igual.
Nick se la echó al hombro como si fuera una muñequita en vez de una mujer alta. Con una elegancia innata, subió la escalera y se dirigió al dormitorio de Alexa sin titubear. Sus pechos golpeaban la espalda de Nick y tenía su duro hombro clavado en el abdomen, pero fue incapaz de pronunciar palabra alguna acerca del tratamiento cavernícola que estaba demostrando, un comportamiento que ya no era aceptable.
Porque estaba disfrutando de cada instante.
Nick la tiró sobre la cama y terminó de desnudarse. Se desabrochó la camisa y la dejó caer al suelo. Se quitó el cinturón y se bajó la cremallera. Se quitó los pantalones con un rápido movimiento. Lo hizo todo mientras ella seguía tumbada en mitad de la cama, mirándolo como si fuera su stripper privado.
No, era incluso mejor.
Era todo músculos perfectos y pelo dorado. Unas caderas estrechas con unos muslos duros, y en el centro una erección que se alzaba orgullosa entre sus piernas, oculta a la vista por unos calzoncillos negros. Se clavó las uñas en las palmas cuando su fantasía se reunió con ella en la cama y se pegó a su cuerpo.
—Te toca.
Su voz le pareció muy ronca, aunque también tenía un deje aterciopelado. Nick le colocó una mano en la espalda y le bajó la cremallera del vestido. A Alexa le temblaba todo el cuerpo cuando él colocó las manos en los tirantes y se detuvo. Y jadeó cuando un segundo después dichas manos quedaron sobre la parte superior de sus pechos. Le latía tan fuerte el corazón que seguro que Nick lo oía. La expectación crepitaba entre ellos y se alargó hasta que tuvo ganas de gritar, pero después Nick introdujo un dedo debajo del tirante y se lo bajó.
«¡Ay, Dios!», pensó.
El aire frío le acarició la piel, pero la mirada de Nick la abrasó a medida que bebía de la carne que quedaba al descubierto. La seda se quedó enganchada un momento en sus endurecidos pezones, pero después prosiguió su camino. Nick la ayudó a sacar los brazos de los tirantes antes de seguir bajando la tela para dejar al descubierto su abdomen y sus caderas. Después, se detuvo y observó cada centímetro de su piel desnuda con una intensidad que la incomodó hasta tal punto que deseó decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
Nick le colocó las manos en las caderas. Tiró de la delicada tela y retomó el lento descenso por sus muslos y sus pantorrillas, tras lo cual le quitó los zapatos de tacón y arrojó el vestido al suelo.
Los dos jadeaban a un ritmo frenético y entrecortado. Sentía la húmeda calidez de su sexo, oculto por las braguitas rojas que se había puesto sin pensar que alguien pudiera vérselas. En ese momento Nick estaba concentrado en ellas, sin pronunciar palabra, observándolas mientras le acariciaba el elástico con el pulgar. Alexa se quedó sin aliento, muy quieta, a la espera. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, Nick comenzó a comprobar la elasticidad de la prenda. Toda la atención de Alexa se concentró en esos cinco dedos y en la lenta tortura que le prodigaban. Le acarició las ingles y después trazó una línea invisible en el centro de su cuerpo, observando todas sus reacciones en silencio, como si fuera su esclava sexual y él un rey acostumbrado a la obediencia ciega.
La frustración la hizo explorar.
—¡Joder! ¿Te vas a quedar toda la noche mirándome o vas a hacer algo de verdad?
Él soltó una risilla. Y ese carnoso labio inferior tembló. Le colocó una pierna sobre las suyas y se pegó a ella con gran agilidad. Sus cuerpos estaban unidos desde las caderas hasta los muslos. Sentía cada músculo de Nick. Cada delicioso centímetro de su erección, acunada entre sus muslos. Nick le quitó las horquillas del pelo y le desenredó los mechones con los dedos, haciendo que cayeran sobre sus hombros. A continuación, se inclinó sobre ella y le dio un mordisco en el lóbulo de una oreja antes de recorrerlo con la lengua y soplar con delicadeza.
Alexa dio un respingo.
Nick se echó a reír y le susurró contra la sien:
—Voy a hacer algo. Pero llevo tanto tiempo soñando con verte desnuda, que supuse que podría darme el gusto. Aunque veo que también eres una polvorilla en la cama, así que es mejor seguir con el plan.
—Nick…
—Ahora no, Alexa. Estoy ocupado.
La besó en los labios y le introdujo la lengua en la boca. Alexa se arqueó con fuerza cuando sintió que el deseo la atravesaba como un rayo. Le clavó los dedos mientras se aferraba a él y le devolvía el beso, ahogándose con el sabor a whisky y a hombre. Nick le separó las piernas y la torturó con la promesa de sus manos y de su miembro, hasta que ella se volvió loca de deseo, hasta que ya no hubo cabida para el orgullo o para la lógica, sino solo para la necesidad de tenerlo en su interior.
Nick comenzó a lamerle los pechos, a succionarle los pezones y a mordisqueárselos. Le acarició el abdomen y las caderas con los dedos antes de introducir el índice bajo las braguitas y comprobar su excitación. Estaba mojadísima y gritó pidiéndole más, siempre más.
Nick le quitó las bragas y la penetró con un dedo, tras lo cual añadió un segundo. Acto seguido, comenzó a frotar con delicadeza ese lugar escondido entre sus rizos para darle un sorbito de placer hasta…
Alexa gritó y movió las caderas al llegar al clímax. El placer hizo que se estremeciera por entero mientras él se quitaba los calzoncillos y se ponía un condón. Nick se colocó de nuevo sobre ella, entrelazó sus manos y las situó, unidas, sobre la almohada.
Alexa parpadeó, aturdida por la profundidad de sus ojos, de un castaño oscuro e insondable que ocultaba un sinfín de secretos, y con un brillo tierno que no había visto hasta entonces.
Nick se pegó a ella, intentando penetrarla. Alexa sintió que su cuerpo se preparaba todavía más para recibirlo y levantó las caderas. Él la penetró un centímetro, luego otro. Se tensó a su alrededor y casi le entró el pánico al pensar que por fin le pertenecía, al pensar que nunca la desearía como ella necesitaba que la deseara.
Como si se percatara de sus emociones, Nick se detuvo.
—¿Demasiado rápido? Dime algo.
Se estremeció de deseo cuando sintió que se apartaba un centímetro.
—No, es que necesito…
—Dímelo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y en su cara se reflejaron todas sus emociones descarnadas para que él pudiera verlas.
—Necesito que me desees. Solo a mí. No a…
—Dios.
Nick cerró los ojos.
Alexa vio la agonía que se reflejó en su semblante antes de que dejara de moverse y se inclinara para besarla.
Nick entrelazó sus lenguas con delicadeza, acariciándola y lamiendo sus labios hinchados con una ternura imposible de confundir. Cuando abrió los ojos para mirarla, la dejó sin aliento, porque por fin le permitió la entrada, por fin le permitió verlo todo y por fin le dio todo lo que ella necesitaba.
La verdad.
—Siempre has sido tú. No deseo a nadie más. No sueño con nadie más. Solo contigo.
Alexa gritó cuando él la penetró hasta el fondo. Su cuerpo se relajó para recibirlo en su interior, para rodearlo con fuerza y exigirle más. Nick le apretó las manos y se las pegó con más fuerza a la almohada mientras comenzaba a moverse sobre Alexa; despacio al principio, dejando que ella se adaptara al ritmo. El tortuoso camino hasta un nuevo orgasmo hizo que se le tensara el cuerpo, la dejó sin aliento y la atormentó a medida que se acercaba al clímax.
Fue una sobrecogedora combinación de anhelos, salvajes y primitivos, y se deleitó con la sinceridad de su unión mientras el sudor caía por la frente de Nick y ella le clavaba las uñas en la espalda al llegar al orgasmo. El placer se apoderó de ella en oleadas, al tiempo que Nick gritaba. En ese momento eran uno solo.
Nick rodó sobre el colchón de modo que ella quedó encima, con la mejilla sobre su musculoso torso y el pelo cubriéndole la cara, abrazándolo por la cintura. Su cabeza estaba vacía por completo de pensamientos, de modo que atesoró la inmensa paz mientras se dejaba llevar, a salvo entre sus brazos. Se durmió mientras él la abrazaba con fuerza.
Nick salió de la cama con mucho cuidado para no despertar a su mujer y fue desnudo en busca de algo de ropa. Se puso una camiseta de los Yankees, pero, al recordar su trato, se la cambió por una negra y unos pantalones de chándal. Sonrió al recordar lo contenta que se puso cuando los Yankees perdieron en la liguilla. Bajó la escalera y se dispuso a preparar café, pero se detuvo un instante para ver la salida del sol por encima de las montañas.
Consideraba que su matrimonio estaba oficialmente consumado.
Se frotó la nuca con una mano e intentó pensar con calma. Porque, desde luego, no había pensado durante la noche. Aunque no se arrepentía. Se sorprendió al darse cuenta de ese hecho. Llevaba mucho tiempo deseando a Alexa, y la noche anterior le había demostrado el motivo. Todo era distinto con ella. La forma en la que su cuerpo se amoldaba al suyo, la satisfacción que le provocaba su placer. Le encantaba cómo lo miraba a los ojos y cómo le arañaba la espalda mientras experimentaba múltiples orgasmos. Le encantaba cómo gritaba su nombre. Lo habían hecho en incontables ocasiones durante la noche, presas de un deseo insaciable. Sin embargo, no había sido una noche alucinante solo por cuestiones físicas. Lo había sido porque habían conectado en cuerpo y alma. Porque Alexa le había permitido ver su vulnerabilidad, lo había acogido en su interior a pesar de no haber hecho promesa alguna.
Alexa lo acojonaba.
Se sirvió una buena taza de café y se demoró un momento en la cocina para ordenar sus pensamientos. Tenían que hablar. Su relación había llegado a una encrucijada y después de las últimas horas pasadas en su compañía no sabía si podía volver atrás. Su intención de evitar el sexo estuvo motivada por el deseo de evitar las emociones.
Eso ya no era posible. Sentía algo por Alexa: en parte deseo y en parte amistad. Además de otras cosas que no terminaba de identificar.
Aún tenía la intención de alejarse de ella cuando acabara el año. No le quedaba otra alternativa. Un matrimonio de verdad con niños no formaba parte de su futuro. Pero, de momento, podían disfrutar de lo que tenían en vez de luchar contra la atracción. Estaba seguro de que Alexa podría soportarlo. Lo conocía, y sabía que él no era capaz de comprometerse a largo plazo; sin embargo, era consciente de que sus emociones iban más allá de un revolcón ocasional.
Asintió con la cabeza, complacido por su lógica. Sí, explorarían esa intensa atracción durante los meses siguientes. Sería una locura que no aprovecharan la oportunidad.
Satisfecho con esa decisión, le sirvió una taza de café a su mujer y subió la escalera.
Alexa enterró la cara en la almohada cuando la realidad de su situación se le echó encima.
Se había acostado con su marido.
No una vez. Ni dos. Sino al menos tres veces. Demasiadas para poder calificarlo de locura o de error. Y había sido demasiado intenso como para poder considerarlo algo de una noche.
Por Dios, ya no podría quitarle las manos de encima.
Gimió y se obligó a analizar la situación con cierta ecuanimidad. Sin embargo, le costaba hacerlo cuando le dolían los muslos y las sábanas olían a sexo. Aún podía saborearlo en la boca, aún sentía las huellas de sus manos en el cuerpo. ¿Cómo iba a seguir adelante y fingir que esa noche no importaba?
No podía. Por lo tanto, necesitaba otro plan.
¿Por qué no dejar las cosas como estaban?
Suspiró e intentó analizar sus emociones con la frialdad con la que un cirujano realiza la primera incisión. Sí, el contrato establecía con claridad que entre ellos no habría sexo, pero eso era para evitar que cualquiera de ellos se buscara a otra pareja. ¿Y si continuaban haciéndolo? ¿Podría soportarlo?
Se deseaban. Por fin creía que Nick la deseaba de verdad. Su cuerpo le había dejado bien claro lo que ella había creído imposible. Lo que había pasado entre ellos trascendía el sexo, había sido una extraña comunión de amistad, respeto y deseo. Y de…
Levantó la barrera para no dejar pasar ese aterrador pensamiento y siguió con sus elucubraciones.
De acuerdo, ¿qué pasaría si continuaban acostándose hasta que el año llegara a su fin? Mantendrían la amistad y pondrían fin a esa espantosa tensión sexual al tiempo que disfrutaban el uno del otro durante esos meses. Sí, los sentimientos cada vez más fuertes que albergaba hacia él la aterraban. Sí, podría romperle el corazón cuando la dejara. Pero lo conocía, sabía que estaba demasiado obsesionado con su asquerosa infancia, hasta el punto de que ninguna mujer podría ganarse su confianza.
No tenía falsas expectativas.
Se moría por correr ese riesgo. Lo quería en su cama, quería disfrutar al máximo durante ese breve periodo de tiempo y al menos contar con los recuerdos. Estaba a salvo porque no se hacía ilusiones.
El estómago le dio un vuelco con ese último pensamiento, pero se desentendió de la reacción.
En ese instante la puerta se abrió.
Nick titubeó, con una taza de café en la mano.
Alexa sintió un leve rubor en las mejillas cuando él la miró fijamente, de modo que metió la pierna desnuda bajo las sábanas y se puso de costado.
—Hola.
—Hola —repitió ella. Se hizo un incómodo silencio, típico de las experiencias del día después. Señaló la taza con una mano—. ¿Para mí?
—Ah, sí.
Nick se acercó a la cama y se sentó en el borde. El colchón se hundió mientras le daba la taza y la observaba oler la fuerte mezcla colombiana.
Alexa suspiró de placer tras el primer sorbo.
—¿Está bien?
—Está perfecto. Detesto el café aguado.
Lo vio contener una sonrisa.
—Ya lo suponía.
Nick mantuvo silencio mientras bebía. Parecía estar esperando que le diera pie, pero ella supuso que no podía preguntarle si había dormido bien, pues apenas habían pegado ojo.
Su olor masculino se le subió a la cabeza, como un animal que quisiera marcar a su pareja. No se había duchado. La fina camiseta negra le dejaba los brazos y la parte superior del torso al descubierto, y los pantalones se le ceñían a las caderas, ofreciéndole un atisbo de su piel bronceada y de su vientre plano. Sintió una punzada entre los muslos y se agitó en la cama. Joder, se estaba convirtiendo en una ninfómana con ese hombre. Si lo hacían una vez más, iba a necesitar un bastón para ir a la librería, pero a su cuerpo no parecía importarle.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él.
Parpadeó y echó la cabeza hacia atrás. Se percató de que Nick tenía un mechón de pelo sobre la frente y de que una incipiente barba le ensombrecía el mentón. También se percató de que él la miraba a la cara en vez reparar en la fina sábana que no dejaba de escurrirse por su piel para dejar al descubierto sus pechos. Aunque era bastante tímida, sintió el travieso impulso de poner a prueba su control. Se estiró delante de él a fin de dejar la taza en la mesita de noche. La sábana cedió cuando ella dejó de sujetarla. El aire le acarició los pechos desnudos y le endureció los pezones. Fingió no darse cuenta mientras respondía su pregunta.
—Bien. Pero tengo los músculos un poco doloridos. Necesito una ducha caliente.
—Sí, una ducha.
—¿Quieres desayunar?
—¿Desayunar?
—Prepararé algo en cuanto me vista. Hoy no tienes que ir al trabajo, ¿verdad?
—Creo que no.
—Vale. ¿Qué quieres?
—¿Que qué quiero?
—Sí. Para desayunar.
Apoyó la cabeza en una mano y lo observó. Lo vio tragar saliva con fuerza y apretar los dientes, como si estuviera desesperado por prestarle atención a sus palabras y no a su cuerpo medio desnudo.
Alexa contuvo una carcajada y subió las apuestas. Sacó una pierna de debajo de la sábana y la estiró. Agitó los dedos en el aire. Después, colocó la pierna sobre la sábana y dobló la rodilla.
Nick carraspeó.
—No tengo hambre. Tengo que trabajar.
—Acabas de decir que hoy no vas a trabajar.
—Claro.
A Alexa casi le ardía la piel bajo su intensa mirada. El deseo le corría por las venas al pensar en que se metiera en la cama para volver a hacerle el amor, pero no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
Hizo acopio de todas sus fuerzas y se lanzó a la yugular.
—Bueno, ¿vamos a hablar de lo de anoche?
Nick dio un respingo antes de asentir con la cabeza. Al ver que ella guardaba silencio, se vio forzado a responder de alguna manera.
—Lo de anoche estuvo bien.
Alexa se incorporó en la cama. La sábana bajó del todo y se quedó arrugada en torno a su cintura. Con los pechos desnudos, se apoyó en un codo y se pasó el pelo por encima del hombro libre para apartárselo de la cara. Hizo oídos sordos al gemido estrangulado que soltó Nick y siguió hablando:
—¿Solo bien?
—No, no, estuvo genial. —Hizo una pausa—. Más que genial.
Sí, estaba perdiendo los papeles. Insistió.
—Me alegro. He estado pensando en nosotros y en cómo continuar a partir de ahora. Podemos olvidarnos de lo de anoche y no volver a acostarnos. Así las cosas serán menos complicadas, ¿vale?
Él asintió con la cabeza sin apartar la mirada de sus pechos.
—Vale.
—O podemos continuar.
—¿Continuar?
—Acostándonos.
—Mmm.
—¿Qué te parece?
—¿El qué?
Alexa se preguntó si se le habría frito el cerebro o si era verdad que la sangre abandonaba la cabeza de los hombres para concentrarse en otra parte. Una miradita de reojo confirmó sus sospechas. Su plan estaba funcionando a la perfección. Solo necesitaba que admitiera que quería seguir acostándose con ella para que todo lo demás se arreglara por sí solo.
—¿Nick?
—¿Sí?
—¿Me vas a contestar o no?
—¿Qué me has preguntado?
—Que si seguimos acostándonos hasta que se disuelva el matrimonio o volvemos a ser solo amigos.
—¿Alexa?
—¿Sí?
—Yo voto por lo primero.
Alexa pasó de estar disfrutando de esa lenta tortura a encontrarse bajo su cuerpo, aplastada contra el colchón, mientras la instaba a besarlo.
El beso fue un cálido saludo. Sus labios la devoraban mientras su lengua la atormentaba y bebía de su boca con ansia. Cuando Nick le frotó la cara, la áspera barba le irritó la piel. Transcurridos unos segundos, Nick acabó de apartar la sábana para acariciarla y excitarla, para aumentar la pasión con movimientos rápidos y eficaces que le arrancaron un gemido y la hicieron separar los muslos.
Nick extendió la mano hacia la mesilla de noche, pero ella lo detuvo.
—Tomo la píldora —le dijo—. Para regular mis ciclos.
Eso era lo que necesitaba saber. Nick se quitó los pantalones, le colocó las manos en los muslos y la penetró.
Alexa jadeó, le clavó las uñas en los hombros y se aferró a él con fuerza.
Nick la castigó por haberlo atormentado, llevándola al borde del orgasmo para después apartarla cuando estaba a punto de alcanzarlo. Inclinó la cabeza para saborear sus pechos, le lamió los pezones y volvió a excitarla una vez más, solo para dejarla otra vez a las puertas. Alexa movió la cabeza de un lado a otro, pero al final lo agarró de la cara y lo obligó a mirarla. Sintió la aspereza de su barba en las palmas de las manos.
—Ahora.
Nick se negó, con un férreo control que Alexa detestaba y admiraba a la vez. Tenía una sonrisa muy sexy en la cara.
—Pídemelo por favor.
Ella soltó un taco cuando volvió a llevarla hasta la cima. La consumía un ansia enloquecedora y se juró no volver a utilizar truquitos de poder con su marido, porque su venganza era letal. Levantó las caderas con exigencia.
—Por favor.
Nick la penetró de golpe y la catapultó al orgasmo. Su cuerpo comenzó a estremecerse y se aferró a él con fuerza mientras Nick alcanzaba su propio orgasmo. Sin salir de ella, cayó sobre su cuerpo y apoyó la cabeza en la almohada, junto a la suya. En la habitación solo se escuchaban sus jadeos.
Alexa cerró los ojos un momento. Los olores del sexo y del café se mezclaban, inundando sus sentidos. De repente, sintió una punzada de miedo. Había pasado una sola noche y su cuerpo lo acogía como si fuera su media naranja. Ella no era de las que mantenían encuentros sexuales sin ataduras. Era de las que se enamoraban hasta las cejas y soñaban con finales felices.
Sin embargo, no habría final de cuento de hadas con Nick Ryan. Se lo había dejado muy claro desde el principio. Necesitaba recordarse las limitaciones de Nick todos los días, sobre todo después del sexo. Necesitaba separar lo físico de lo emocional. Necesitaba proteger su corazón en una torre tan alta y tan fuerte de la que ni siquiera Rapunzel pudiera escapar. Necesitaba disfrutar de los orgasmos y de la amistad, y después marcharse.
Claro. Sin problemas.
Su corazón le gritó que era una mentirosa, pero no le hizo caso.
—Supongo que esto sella el trato —dijo.
Nick soltó una carcajada y le pasó un brazo por encima, un gesto que ella aprovechó para acurrucarse contra él.
—Creo que hemos tomado la decisión más lógica. Ahora tenemos algo más interesante que hacer que jugar al ajedrez o al póquer.
Le dio un tortazo juguetón en el brazo.
—No te vas a librar de nuestros torneos, guapo. Solo vamos a darle más vidilla a esta relación.
—¿Cómo?
—¿Has jugado alguna vez al strip póquer?
—Alexa, eres una mujer increíble.
—Lo sé.