Capítulo 7
NO IBAN a partir hasta la mañana siguiente. Morgan pasó gran parte de la noche sentado en su sillón de piel, en la sala de estar de su casa, contemplando las luces brillantes de los rascacielos de Manhattan.
Ella lo amaba.
Maldición. Se suponía que eso no debía suceder. No quería que Winnie se implicara emocionalmente. Sabía muy bien cómo podía sentirse alguien cuando amaba sin ser correspondido. Dolía. E incapaz de desear ese dolor ni a su peor enemigo y definitivamente Winnie no lo era.
Demonios, le gustaba la joven. Y mucho. Esa mañana estaba hermosa, casi sofisticada, aunque parte de él la prefería sin peinados artificiosos y sin maquillaje. Winnie no necesitaba cosméticos para mejorar su aspecto. Era maravillosa al natural.
Todo había ido bien hasta ese día.
¿Qué había sucedido en la iglesia? ¿Qué la había asustado?
Con un suspiro, Morgan se frotó el mentón y la barba ya crecida le raspó la palma de la mano. Ella lo amaba y a él le gustaba la joven. Muy bien.
De hecho, realmente le había gustado besarla. Su boca era amplia y generosa y sus labios increíblemente tentadores. La relación sexual entre ellos iba a ser un placer una vez superadas las dificultades de los preámbulos.
Sí, los preámbulos. Eso era. Ahí estaba el error.
La había presionado mucho. Ella necesitaba tiempo para sentirse cómoda con él.
Sabía, sin necesidad de preguntar, que no tenía experiencia sexual. Era ingenua. Incluso en su forma de mirarlo se traslucía una candidez y una ilusión carente de pretensiones. No ignoraba que raramente salía con chicos. La verdad es que no sabía cuándo había salido con uno.
No le extrañaba que se hubiera asustado. De pronto se había encontrado al fondo de la iglesia, en medio de la música, de la profusión de flores, probablemente imaginando todo lo que nunca había hecho, preguntándose si disfrutaría sexualmente con él o si tendría que soportar la experiencia como una resignada esposa victoriana.
El pensamiento le arrancó una débil sonrisa. Pobre Winnie.
Ignoraba que él nunca la obligaría a compartir la cama contra su voluntad. Winnie no tenía idea de que él amaba el juego amoroso, el contacto de la mujer, adoraba las curvas femeninas y tenía especial debilidad por una suave boca, sin maquillaje.
Como la boca de Winnie.
De pronto sintió que su cuerpo se excitaba al recordar el beso de esa tarde. Ella había temblado en sus brazos. Había sentido su entregada respuesta y supo entonces que si respondía así, lo haría con la misma sensibilidad en la cama.
Lo que necesitaba era que él la cortejara. Que la invitara a cenar, a beber un buen vino, que la amara con mucha lentitud. Eventualmente descubriría que no solo el amor consolidaba una buena relación de pareja. Era posible que no la amara de un modo romántico, poético, pero podría ofrecerle confianza, respeto, compañía, y lo mejor de todo, una buena compatibilidad sexual.
Morgan se levantó del asiento, y tras estirarse, se dirigió a su dormitorio. Una vez identificado el problema, encontraría una buena solución. Incluso, con un poco de suerte, hasta lograría dormir esa noche.
El interior del inmenso bungaló era sorprendente, con ventanales del suelo al techo por los que entraba la brisa fresca, con brillantes suelos de madera.
Con las manos en las caderas, Winnie examinó la colección de arte popular caribeño. Las brillantes telas rústicas y las esculturas contrastaban con el frío tono neutro de las paredes y de los muebles.
—Esta no es una simple casa de playa —comentó Winnie, ensimismada en las pinturas de frondosos árboles y mares, volcanes en erupción y bailarines.
—Claro que sí. Solo que tiene estilo propio, eso es todo —rebatió Morgan, mientras el señor Foley pasaba junto a ellos camino a la cocina.
Durante las tres horas de vuelo desde Nueva York, parte de la conversación giró en torno al señor Foley. El mayordomo acompañaba a Morgan en la mayoría de sus viajes, se encargaba de proporcionarle todo tipo de comodidades y le evitaba atender los molestos detalles domésticos.
Su trabajo era parecido al de Winnie.
Sin embargo, hasta ese día, ella nunca había subido a su avión particular y nunca había hecho un viaje con él, salvo los cortos trayectos en la limusina por motivos de trabajo, dentro de la ciudad.
Cuando una hora atrás el Learjet aterrizó en el pequeño aeropuerto de St. Jermaine’s, Winnie se sintió muy emocionada. Durante la siguiente semana estaría totalmente sola en una isla tropical con Morgan Grady.
Camino a la casa, habían cruzado una densa arboleda de cocoteros y Winnie se había quitado la chaqueta de lino para sentir la brisa de la isla. Se sentía muy cómoda con la falda a juego y el ligero top. A la sombra de los árboles, dejó escapar un profundo suspiro. Por primera vez podía disfrutar de un momento de paz. Se sentía casi en el paraíso, rodeada de colinas esmeralda, ensenadas turquesa y playas de fina arena blanca.
Morgan la invitó a hacer un breve recorrido por la casa, le mostró las zonas principales y luego, a través de un amplio corredor, la condujo a la zona de las habitaciones de invitados.
—Tu habitación es esta —dijo, al abrir la puerta de una amplia suite en tonos crema y albaricoque—. Yo estoy al otro extremo. En la casa hay un teléfono interno por si me necesitas.
Intencionadamente, Winnie dio la espalda a la inmensa cama de columnas.
—Creo que no te voy a necesitar.
Morgan arqueó una ceja.
—Lo dices con mucha seguridad.
Winnie se encogió de hombros. Se sentía un poco arrogante. Fuera del contexto de la oficina, se percibía en términos de igualdad con él, menos dependiente. Ya no necesitaba su aprobación.
—No te voy a necesitar —repitió dulcemente, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Si revisamos la historia de nuestra relación, eres tú quien me necesita.
La ceja se arqueó más aún.
—¿Cómo es eso?
En ese instante, Winnie se sintió pendenciera y un poco más que perversa. Morgan siempre había controlado la situación y ella lo había seguido a todas partes como un perrito.
—Tú eres el que se desespera por encontrarme. En la oficina, me llamas al móvil, me acorralas a través del intercomunicador, me bombardeas con correos electrónicos. De hecho, la última vez que olvidé el mensáfono casi sufriste un colapso nervioso.
—¡Esa es una gran exageración!
Winnie retrocedió al ver que él daba unos pasos hacia ella.
—Puede ser, pero es cierto. ¿Cuándo te he necesitado yo para algo?
Un absoluto silencio siguió a la pregunta maliciosa. Los oscuros ojos azules encontraron los de ella, sostuvieron su mirada y Winnie percibió un destello, como una ardiente llama azul que nunca había visto antes.
La joven sintió en su cuerpo una súbita descarga de adrenalina. Morgan la miraba y le gustaba lo que veía. No era algo externo, había algo más hondo, más primitivo. Había ardor en su mirada y en el modo en que se inclinaba hacia ella, cada vez más cerca de su cuerpo.
Con una lentitud deliberada, Morgan apoyó la mano derecha en la pared, cerca del hombro de Winnie y luego la izquierda, hasta que la joven quedó atrapada entre su cuerpo y la pared.
El se inclinó un poco más hasta que sus cuerpos casi se tocaron.
—Yo creo que tienes necesidades, Winnie —murmuró, con la voz enronquecida. Su calor era tangible.
A ella se le contrajeron los músculos del vientre.
—Desde luego que sí. Necesito dormir ocho horas, tres comidas diarias, veinte minutos de ejercicio...
—Desnuda, en mi cama —murmuró Morgan. Ella lo miró con la boca abierta, luego se sonrojó hasta la raíz de los cabellos. Intentó decir algo inteligente, pero no se le ocurrió nada—. Veinte minutos no son nada. Yo recomendaría cuarenta minutos por lo menos —dijo, con una mirada brillante—. Sesenta, si es posible.
Todavía sonrojada, ella alzó la barbilla. Los acelerados latidos del corazón le hicieron sentirse muy viva y alerta.
—Gracias por el ofrecimiento, señor Grady, pero creo que habrá muchas oportunidades de hacer ejercicio aquí en la isla sin su colaboración.
—¿De veras?
Ella combatió la urgente necesidad de sonreír. La imaginación se le había desbocado.
—Las actividades deportivas que tengo en mente no requieren ninguna clase de desnudez.
—Pero es muy agradable.
—Prefiero la ropa.
La boca de Morgan rozó el sensible lóbulo de l oreja de Winnie.
—Entonces no has encontrado todavía... el ejercicio... que quieres practicar.
A ella le encantó el contacto de los labios en la curva de la oreja. Un delicioso escalofrío la invadió cuando los dientes de Morgan mordieron suave mente el lóbulo.
La estaba atormentando y a ella le encantaba, la excitaba.
—Vamos, Winnie. Admite que te gustaría practicar nudismo conmigo.
Ella sonrió. El hacía que el sexo pareciera algo ligero, incluso divertido. Y a ella la divertía y le intrigaba.
—No lo sé. Tal vez... cuando me canse de lo que se puede hacer en la isla.
Los labios de Morgan rozaron la piel del cuello.
—¿Cómo qué cosas?
—Todo —murmuró, en un tono muy cálido.
—Dime algunas.
La besó sobre la clavícula. Winnie jadeó suavemente al sentir que la lengua recorría la piel sobre el hueso.
De pronto aferró la camisa y se acercó más a él. Necesitaba sentirlo muy cerca.
—Nadar —susurró, con la boca seca.
Necesitaba que la tocara, deseaba sus manos sobre las costillas bajo los pechos.
—Esa es una.
—Correr. ¿No es suficiente?
—No —dijo, tomándole la cara entre las manos. Sus dedos le acariciaron la nuca—. Hablaste de un sin fin de cosas —le recordó mientras le inclinaba la cabeza hacia atrás y sus labios recorrían el cuello hasta el mentón.
—Correr.
—Ya lo has dicho.
Winnie sintió su sonrisa contra la piel y también el calor que lo envolvía. Era una sensación salvaje, tan intensa que se estremeció indefensa, mientras se ceñía al cuerpo masculino buscando su contacto.
Winnie sintió que el torso de Morgan apretaba sus pechos y sus caderas se pegaban a las de ella con tal intensidad que pudo sentir su excitación entre lo muslos.
Sin embargo, aún no la besaba. De pronto, ella no fue capaz de soportar más.
—Bésame, Morgan, por favor —gimió, al tiempo que se alzaba en puntillas, se aferraba al cuello masculino y atraía la cabeza hasta su boca.
Winnie ansiaba el duro contacto masculino contra su cuerpo, en tanto separaba los labios y sentía la lengua de Morgan recorrer la cavidad de su boca. Era un despertar de los sentidos maravillosamente sensual y voluptuoso y su cuerpo se plegaba cada vez más al de él.
De pronto, la puerta se abrió de golpe y entró un joven de camisa amarilla con la maleta de Winnie.
—¡Lo siento! —exclamó, al tiempo que retrocedía rápidamente.
Pero ya la joven se había separado bruscamente de Morgan. Con una sonrisa él la observó alisarse el top y la falda de lino.
Más tarde, la condujo al espacioso salón con ventiladores de aspas estratégicamente colocados en la zona del comedor y de la sala de estar.
El señor Foley apareció con una bandeja en el momento en que bajaban los peldaños que separaban ambos ambientes.
—¿Una bebida fresca?
—Gracias —dijo Winnie, aceptando una larga copa adornada con piña, plátano y rodajas de naranja.
—Les he preparado un surtido de aperitivos fríos y calientes —dijo señalando una mesa en la sala de estar, antes de retirarse.
Morgan la observó bajar la escalinata con la copa en la mano. Tenía una belleza natural, un tipo de belleza que fluía desde el interior, que nada tenía que ver con peinados, maquillaje y ropa elegante.
Eran sus ojos verdosos, la boca suave y sensible, el cabello castaño recogido en una sencilla coleta. Le encantaba la línea del cuello, el dibujo de los labios, sus curvas.
En ese instante, Winnie sonreía ante un pensamiento secreto y a él le encantó la forma en que se mordía el labio inferior, como si intentara guardar la sonrisa solo para ella.
—¿Te gusta la bebida?
—No la he probado todavía —dijo, dando un sorbo—. ¿Es un batido de plátano?
—Sí, pero para adultos. El señor Foley prepara un peligroso daiquiri de banana.
Ella volvió a probarlo.
—No parece que tenga alcohol.
—Annika decía lo mismo.... —Morgan se calló de inmediato, dándose de patadas mentalmente. Un comentario estúpido, ciertamente.
Winnie lo había oído. Fue sorprendente el impacto de esas palabras en ella. Hacía un instante estaba tan feliz que literalmente resplandecía y súbitamente se había desmoronado.
—¿Annika ha estado aquí?
Desde luego que sí. Había salido con ella unos cuantos meses, pero nada de eso importaba en ese momento. Annika era el pasado y Winnie el presente. Las mujeres deberían saber esas cosas, pero nunca se centraban en los hechos verdaderamente importantes.
Morgan dejó escapar un suspiro.
—Vino conmigo la primavera pasada, cuando salíamos juntos.
—¿Y le gustó esto?
—Winnie, déjalo ya.
Pero la joven alzó la barbilla, con expresión obstinada.
—¿Venia a menudo?
—Eso no tiene importancia. Lo que importa es que ahora estás aquí, conmigo.
Los ojos de Winnie se empañaron.
—Sí, pero solo esta semana. La próxima habrá otra persona.
Morgan dejó su copa en una mesita baja.
—Eso no merece una respuesta.
Ella se adelantó hacia él, bloqueándole el paso.
—¿Por qué no?
—Porque es ridículo. Te comportas como si estuvieras... celosa, y no tienes derecho a estarlo.
—¿Por qué no?
—Porque te propuse matrimonio. Ayer estuve en la iglesia. Esperándote. De pie ante el altar con el sacerdote, ante una multitud de gente. ¿Y adivinas qué pasó? Me dejaste plantado.
Winnie quedó sin habla y él aspiró una gran bocanada de aire, sorprendido ante la profundidad de sus emociones. Estaba enfadado, sí; pero no era solo rabia. Era... era...
Preocupación. —Aflicción. Dolor.
De pronto sintió que todo había cambiado. Algo había sucedido en las últimas semanas. Algo había sucedido el día anterior. Y algo había sucedido hacía pocos minutos cuando la retuvo contra la pared del dormitorio y sintió que se estremecía y luego arqueaba el cuerpo hacia él. No, ella no le era indiferente. No, en lo más mínimo.
—¿Por qué escapaste ayer? —preguntó de improviso, al tiempo que reconocía que esa pregunta había pesado sin cesar en su ánimo durante las últimas veinticuatro horas.
—¿Por qué me pediste que me casara contigo?
—Ya sabes la respuesta.
Ella alzó bruscamente la cabeza, y la coleta castaña se movió de un lado a otro mientras lo miraba fijamente.
—No preguntaría si la supiera.
Sí, era una nueva Winnie. Más fuerte, más segura de sí misma. Y con toda certeza, más directa.
—Porque eras la mejor candidata para el puesto —replicó con ligereza, con fingido buen humor; pero ella no sonrió.
Su expresión inflexible no cambió un ápice.
—¿Y Annika?
—¿Qué pasa con Annika?
—Bueno, ella es hermosa, rubia y famosa. Es tu supermodelo sueca y habría estado perfecta en las páginas de sociedad de los periódicos.
—Pero yo no quiero ser el centro de las páginas de vida social de la prensa. No quiero pasar el resto de mi vida ante las cámaras. Quiero vivir una vida normal. Una vida tranquila, lejos de las candilejas.
A Winnie le bastó un instante para asimilar el contenido de sus palabras y apretó lo dientes. No quería una hermosa supermodelo por esposa porque la prensa no lo dejaría en paz, así que se casaría con ella, una gruesa y modesta secretaria. Una chica que sería del montón hasta el día de su muerte.
Winnie sintió una punzada de dolor en el estómago.
—¿Y que hay del amor?
—No amo a Annika.
—Tampoco a mí.
El no respondió. La tensión que sentía en el pecho era casi intolerable.
—Yo...
—Tú no me amas —repitió en tono fiero—. ¿Verdad?
Morgan la miró a los ojos.
—No.
—Entonces, ¿por qué yo? ¿Por qué me elegiste a mí?
—Porque tú eres diferente. Me conoces. Nunca te harías falsas ilusiones románticas sobre la vida matrimonial.
Cierto, una mujer como Winnie no podía permitirse ilusiones románticas. Una mujer como Winnie era práctica, confiable, sensata. Una mujer como Winnie no recibía ofertas de matrimonio y debería saber que un hombre como Morgan Grady solo podía ser un sueño para ella.
Sin embargo, y pese a todo, tenía que sentirse halagada. El esperaba que se sintiera complacida.
Por primera vez desde que había empezado a trabajar para Morgan sintió que podía llegar a odiarlo. Verdaderamente, él no sabía realmente quién era ella.
Había esperado toda su vida el amor mágico, la oportunidad de ser profundamente amada. Y no había creído merecerlo hasta el día anterior, cuando se miró al espejo en el exquisito salón de belleza de Park Avenue, y comprobó lo que habían hecho los estilistas con ella. Habían transformado a la rechoncha Winnie Graham en una mujer verdaderamente mágica y hermosa.
Winnie se había mirado atentamente. Con lentes de contacto, el pelo recogido y perfectamente maquillada había visto una mujer que merecía ser verdaderamente dichosa, una mujer que todavía podía anhelar el final feliz del cuento de hadas. Y un matrimonio de conveniencia no casaba con la idea del sueño de la eterna felicidad. Sí, tendría mucho dinero, como le había asegurado Morgan pero, ¿para qué servía el dinero sin amor? ¿Es que algo tenía significado sin amor?
Winnie se volvió a contemplar el mar a través de los ventanales. El sol cálido y brillante del atardecer se reflejaba en la arena de la playa.
—Esos columnistas chismosos me han tildado de cazadotes, y tú sabes que no es cierto. Nunca me ha interesado el dinero, y menos el tuyo —declaró, al tiempo que movía la cabeza de un lado a otro. Luego se volvió a mirarlo por encima del hombro. Sus labios se contrajeron en una breve y triste sonrisa—. Lo único que deseo de ti es tu amor.