Capítulo XIII: El Jarl de los normandos.
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Junto con Arnoul de Flandes, Herbert II de Vermandois y Hugo el Grande, el Jarl de los Normandos Guillermo formaba parte de un pequeño grupo de príncipes que tenían un cometido preponderante en el norte del reino de Francia. Unas veces aliados, otras enfrentados, apoyaban o se oponían al rey indistintamente.
Jarl es, en las lenguas nórdicas, el equivalente al título de conde o de duque. Y en la mitología nórdica, Jarl era el hijo de Ríg (Heimdal) y de Modir (la sangre más pura). Ríg habla a Jarl acerca de las runas y otras magias, así como del lenguaje de los pájaros. Jarl reunió entonces a algunos hombres y conquistó varias tierras. Después se casó con Erna, con la que tuvo once hijos, los antepasados de los guerreros de la sociedad nórdica.
La posición de un jarl se especifica en la Tígthula, una leyenda escandinava que describe al dios Ríg yaciendo con tres parejas para procrear y traer al mundo a las tres clases sociales: thralls, karls y jarls.
Thrall era el calificativo para un esclavo en la cultura escandinava durante la Era vikinga. Los thralls pertenecían a la casta más baja de la sociedad nórdica y normalmente sin aptitudes ni capacidades laborales concretas.
La esclavitud era una de las principales fuentes de ingresos de los pueblos nórdicos. Al contrario que la mayoría de tipos de esclavitud en la historia de la Humanidad, convertirse en thrall podía ser posible como un acto voluntario, así como involuntario.
Como muchos pueblos medievales, los vikingos tenían un sistema estratificado de castas rígido. En el último eslabón del orden social estaban aquellos denominados thralls desprovistos de libertad que literalmente significa «sirviente no libre». Una persona podía convertirse en thrall para evitar la hambruna, siendo capturado, vendido o nacido en una familia thrall.
Los primeros se consideraban la forma más vergonzosa de convertirse en esclavos y fue el primer método de esclavitud prohibido en la sociedad vikinga. La forma más común de conseguir esclavos era la captura de prisioneros en las incursiones y campañas en el extranjero o la compra de extranjeros. Como la esclavitud en la antigua Roma, los thralls escandinavos podían pertenecer a cualquier origen étnico. Además, un esclavo poseía cierta posición social, pero en un menor grado que otras clases en la sociedad, parecido a un trabajador doméstico.
El amo de un thrall tenía el poder sobre su vida y muerte. Un thrall podía usarse como sacrificio humano en el funeral de un caudillo vikingo o como ofrenda a los dioses. Un niño nacido del vientre de una mujer thrall se consideraba thrall de nacimiento, pero un niño nacido del vientre de una mujer libre, aunque el padre fuese thrall, se consideraba individuo libre.
Al margen de la existencia de este sistema de castas, los thralls eran capaces de experimentar un nivel de flexibilidad en su condición que no se veía en otras formas de esclavitud. Los thralls podían ser liberados en cualquier momento por sus amos, ser liberados en una herencia, o incluso comprar su libertad. Una vez liberado, se convertía en un tipo de liberto, un estado intermedio entre esclavo y hombre libre. Todavía tenía lazos con su antiguo amo y tendría que votar en el Thing como hombre libre según los deseos del mismo. Se necesitaban por lo menos dos generaciones de libertos para perder los lazos con sus antiguos amos y convertirse en hombres libres. Si un liberto no tenía descendientes, su antiguo amo podía reclamar como propios tierras y propiedades.
Aunque los thralls y libertos no poseían mucho poder económico o político en Escandinavia, estaban sujetos al wergeld (pago como reparación exigido a una persona culpable de un crimen). Había consecuencias materiales por matar ilegalmente a un esclavo.
Mientras que algunos amos acumulaban hasta treinta esclavos, generalmente la mayoría de familias poseían uno o dos thralls.
Se necesitaban muchos trabajadores para mantener una granja escandinava, y los thralls efectuaban los trabajos más sucios y pesados. Las mujeres se destinaban a trabajos en el hogar cocinando, tejiendo o dando ilimitada satisfacción sexual a sus amos. Los hombres desempeñaban las tareas de abono, leña y trato con los animales. Ambos sexos también trabajaban duro en la siembra y las cosechas. En la era vikinga, los hombres libres participaban en las expediciones al extranjero y los thralls se ocupaban de mantener sus posesiones en su ausencia.
El rey Raúl había tenido un difícil reinado por diversas causas, y era lógico que a su vejez las piezas de ajedrez del reino comenzaran a realizar sus jugadas. Guillermo, Jarl de los Normandos, había dado la orden para que el territorio que administraba, La Normandía, fuera despacio pero constantemente incrementando efectivos, para constituir un ejército capaz de influir en la posible lucha que se avecinaba si por fin el rey de Francia, Raúl, moría.
Para tal fin, no sólo era necesario hacer levas entre la población, sino que se había dado la orden de que no se suministrara víveres a ningún drakar vikingo que arribara a sus costas, con el fin de obligarle a participar de una y otra manera a enrolarse en ese ejército.
Ya habían comenzado a llegar por tierra y por vía fluvial las primeras fuerzas a la entonces capital de aquel territorio normando enclavado en el norte del antiguo reino de Neustria, en Francia, la ciudad de Ruan.
Guillermo, Jarl de los Normandos, era consciente de que no tenía un gran ejército en cuanto a número de efectivos, pero sí sabía que era aguerrido y muy efectivo en el cuerpo a cuerpo, donde eran sobradamente temidos por todos sus vecinos.
A principios del año 936, enfermo desde el otoño anterior, muere el rey Raúl y una embajada francesa enviada por Hugo solicitó el regreso del joven, que ahora tenía quince años. Éste aceptó y se convirtió en Luis IV de Ultramar. Sin embargo, Luis IV no estaba dispuesto a hacer de títere y se inició así el que sería un largo pulso entre el rey y el conde de París.
Hugo el Grande renuncia, por tanto, a pretender el trono para sí mismo, probablemente para evitar la oposición de otros grandes señores del reino, en particular de Hugo el Negro y Herbert II de Vermandois.
En toda esta partida de ajedrez jugada entre el otoño de año 935 y la primavera del año 936, el Jarl de los Normandos había apoyado primero al rey Raúl y después a Luis IV de Ultramar, esto último lo convertía en el aliado de Hugo el Grande, Duque de los francos.
No sería necesaria la intervención de ningún ejército al final, no habría grandes batallas, como se había esperado, pero todo este entramado en el norte de Francia, sí daría lugar a acontecimientos en los que se verían envueltos Gunnar y Faridah.
Consecuencia de ello, Faridah había sido dejada por Gunnar en una granja muchos kilómetros atrás del río, casi en su desembocadura.
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Le Havre, año 935
Los dos drakkars habían emprendido la navegación a la llegada de Gunnar. El capitán de la expedición había dado la orden, esta vez, no para navegar mar abierto, no, esta vez se dirigían a la ciudad de Ruan, por medio del río Sena, así que a su desembocadura se dirigían, a remo, lenta, pausada pero inexorablemente las naves se dirigían al río. Sería un viaje de un día y sería a remo, por lo que habría que medir bien las fuerzas.
El bajo calado de los drakkars permitía la navegación fluvial, y así lo hacían los vikingos en muchas ocasiones cuando atacaban ciudades del interior navegando por los ríos. Esta vez no sería así, sólo utilizaban la vía acuática como medio de transporte cómodo hasta la ciudad de Ruan, a unos cuantos kilómetros donde el Jarl de los Normandos los requería.
El viaje por el río Sena fue tranquilo, y cuando los drakkars pasaron junto a la granja en la que trabajaba Faridah, ni Gunnar se apercibió de ello, por no conocer aquel paisaje y ubicación desde el punto donde se encontraba, ni Faridah supo que en aquellos drakkars que vio navegar río arriba iba Gunnar.
Cuando llegaron a Ruan, fueron acomodados en un campamento a las afueras de la ciudad. Los barcos por orden expresa del capitán de la expedición quedaron bajo la custodia de cuatro hombres por nave, que salvaguardaran los drakkars y los tesoros de sus bodegas, hasta su regreso.
No fue hasta bien entrado el otoño, cuando ya era conocida la enfermedad del rey Raúl, que se precipitaron los acontecimientos, y los nobles de los territorios del norte del antiguo reino de Neustria, entre los que se encontraba el Jarl de los Normandos del Sena, que configuraron sus alianzas. Habían oído en el campamento a las afueras de Ruan que el Jarl estaba llamando para entrevistarse con ellos a los caudillos de las distintas fuerzas allí congregadas, a razón de una entrevista por semana. Gunnar pensó cuando se enteró de esto que el Jarl se tomaba las cosas con demasiada calma.
Los guerreros congregados en el campamento se adiestraban a diario, y la manutención corría a cargo de las arcas del Jarl, aunque hasta últimos del año 935 aún no habían recibido paga alguna. La fama de Gunnar con el hacha se había visto acrecentada por un lado cuando lo veían luchar con ella, y por otro cuando los compañeros contaban combates que había mantenido «el hacha de Gunnar» por los confines del mar Mediterráneo.
Pocos días después de la muerte del rey Raúl, acaecida el 15 de enero del año 935, el Jarl de los Normandos, Guillermo de Normandía, había mandado llamar al siguiente caudillo de entre los que se hallaban en el campamento, y esta vez el guerrero enviado a tal efecto, se había dirigido al grupo de vikingos donde se encontraba Gunnar, y ante el capitán de la expedición de aquellos dos drakkars que aún quedaban les hizo saber las órdenes oportunas del Jarl de los Normandos. El capitán acompañó al guerrero, y junto con ellos iba Gunnar, designado previamente por el capitán para acompañarle, cuando el mensajero les había dicho que sólo podían acudir a la entrevista dos personas.
Ni el capitán ni Gunnar intercambiaron palabra alguna durante el trayecto a pie hasta la fortaleza donde se encontraba el Jarl. Ambos iban sólo armados con espadas, la de Gunnar, era «la espada negra», puesto que el hacha, de la que no solía despegarse, la consideraba arma de guerra, exclusiva para el combate y si acaso para algún alarde entre la población para ser admirados ambos, guerrero y hacha, lo que entre sus compañeros se conocía como «el hacha de Gunnar».
Al atravesar las distintas partes del campamento y después la fortaleza junto a la ciudad, Gunnar observó que las huestes allí congregadas, sin ser numerosas, eran un conglomerado de distintas partes, los había de Normandía, por supuesto, pero también había normandos de Bretaña, y vikingos de la península de Jutlandia, y de más al norte, como ellos mismos. Los drakkars de todos aquellos guerreros descansaban en buen número, plácidamente en las aguas del rio Sena, junto a los muelles de la ciudad.
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En presencia del Jarl, Ruan, enero de 936
Fueron conducidos a una estancia amplia donde se encontraban Guillermo Jarl de los Normandos del Sena, su esposa y su hijo. La esposa del Jarl era Espriota de Bretaña, la cual había sido capturada en la guerra contra los normandos de Bretaña y obligada a casarse «more dánico» con el Jarl. Con ellos estaba su hijo Ricardo, de unos dos años de edad, al cual su madre tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que estuviera quieto y callado.
El matrimonio more danico (del latín a la manera danesa; danesche manere en normando) hace referencia al matrimonio poligínico que practicaban los vikingos establecidos en Normandía tras el Tratado de Saint-Clair-sur-Epte (911). Su conversión oficial al cristianismo, desigual según las regiones, no les impidió el seguir manteniendo varias esposas, como antes en Escandinavia; de hecho, el misionero Ansgar (siglo IX) ya hablaba de esa costumbre.
A diferencia de los cristianos y de la Iglesia católica que consideraba a las frilla (las segundas esposas), como concubinas y a sus hijos como bastardos, los normandos los asumían como perfectamente legítimos. Por tanto era normal, por ejemplo, que el joven Guillermo el Bastardo hijo del matrimonio «more dánico» del duque de Normandía Roberto el Magnífico, fuera designado en 1035 como sucesor de su padre. Según parece el duque Guillermo rompió con esta tradición escandinava dado que no se le conoció ninguna frilla ni ningún hijo bastardo.
Una vez en la sala el guerrero que los acompañó, tras una reverencia a su Jarl, abandono la estancia, y tan sólo quedaron allí dos guardias armados. El capitán de la expedición y Gunnar, al unísono, hicieron una pequeña reverencia al Jarl y guardaron silencio hasta que él se dignase hablarles.
En un momento dado el Jarl se dirigió a ellos preguntándoles de dónde eran, de dónde venían, y un sin fin de preguntas a las que el capitán de la expedición dio cumplida respuesta.
Hubo una última observación del Jarl.
—Ha llegado a mis oídos que entre tu gente hay un guerrero al que llaman «el hacha de Gunnar» por como usa el hacha de combate vikinga—, y añadió —y dicen que es invencible—.
—Mi Señor—, contestó el capitán, —ese guerrero del que habláis, no es otro que Gunnar—, y señaló hacia él, —es el mismo que me acompaña, y sí, es cierto, lucha como un demonio con el hacha, es invencible con ella—. Y añadió: —sus compañeros lo llaman «el hacha de Gunnar», porque dicen que él y el hacha son una misma cosa.
Cuando Gunnar vio que el Jarl lo miraba, hizo de nuevo una reverencia hacia su persona.
—Y el hacha donde está—, preguntó el Jarl.
—En el campamento mi señor—, contestó el capitán, y añadió —es un hacha de combate y sólo se usa para eso o para algún alarde o parada. Si me permite mi señor, no era un lugar idóneo para traerla—.
—Está bien, pero me hubiera gustado verla…—, y cortó la respuesta ante los ruidos que venían fuera de la estancia donde se encontraban.
De pronto todos miraron a la puerta que se abrió de par en par y por la que aparecieron cuatro guerreros normandos, o al menos lo parecían, con las espadas en la mano, ensangrentadas por las luchas que hubieran mantenido hasta llegar al lugar. Los cuatro se dirigían hacia donde estaba el Jarl de los Normandos y su familia, y uno de ellos gritó —Matar también al heredero, matar al heredero también—.
Los dos guardias que armados que se encontraban en la estancia, apenas pudieron disponer de sus armas para defender al Jarl, pues fueron abatidos por los dos primeros guerreros que llegaron hasta ellos. Parecía que nada les impediría matar al Jarl y a su heredero, ese era su cometido, para eso habían sido pagados con mucho oro.
Pero frente a ellos había dos guerreros que estaban en audiencia con el Jarl y que se habían dado la vuelta para hacerles frente. Uno de ellos de más edad, y el otro un joven robusto. Ellos no sabían que uno de ellos, el joven, era «el hacha de Gunnar», y si bien no tenía su arma favorita en aquellos momentos, tenía la misma muerte en su mano derecha, una muerte de color negro, una muerte sin brillo alguno, era «la espada negra», a la que sólo miraron dos de los guerreros que entraron en la estancia, los dos más expertos en la lucha con espada.
El Jarl y su familia no osaron moverse del lugar, entre los asesinos y ellos sólo se encontraban el capitán y Gunnar. Si los dos fallaban, el Jarl tendría que vender cara su vida, con una espada ceremonial que portaba al cinto. No era el arma adecuada, pero en todo caso lo intentaría.
Los asesinos se detuvieron cuando vieron la posición del capitán y de Gunnar, estaba claro que les iban a hacer frente, y serían peligrosos ya que estaban acorralados, así que sabían que era vencer o morir. No obstante, aquel joven rubio, con aquella extraña espada negra parecía que no se conformaba con defenderse, sino que, sí, iba a atacarles.
4
Ruan, enero de 936
Antes de que se dieran cuenta, Gunnar se había abalanzado hacia ellos, y al primero que se le opuso le partió la espada al querer parar el golpe, con la que portaba y en un movimiento continuación del anterior «la espada negra» continuó atravesando la cota de malla a la altura del hombro, siguió su proyección y llegó hasta el corazón del guerrero que cayó abatido sin un suspiro de vida, en un charco de su propia sangre.
Los ojos de los otros tres asesinos se abrieron, sus pupilas se dilataron, su vello se encrespó, y comenzaron a respirar cada vez más deprisa, jadeaban, se dieron cuenta de que sentían miedo, y ya no veían al guerrero joven con una espada extraña, veían a la misma muerte que iba a por ellos.
Mientras el capitán de la expedición luchaba con uno de los asesinos en un combate algo parejo, Gunnar había partido las espadas de los otros dos cuando se defendían de su ataque, y no había cota de malla ni casco que se resistiera «la espada negra», así que los mató en un suspiro, antes de que se dieran cuenta. Cuando se giró para ayudar a su capitán era tarde, el asesino había logrado herir de muerte a su capitán, que en esos momentos hincaba la rodilla en tierra y se disponía a ser rematado.
Gunnar evitó ese remate, y desarmando al asesino lo mató sin piedad, en un suspiro, y se dispuso a ayudar a su capitán. El herido, del que manaba abundante sangre de su pecho, perdió el conocimiento y murió mirando a Gunnar.
El joven que salió a la puerta de la estancia por si quedaban más asesinos, vio que fuera de ella había varios guardias muertos y al menos otros tres asesinos yacían con ellos. Tras limpiar «la espada negra» en las ropas de uno de los asesinos la enfundó y se presentó ante el Jarl y su familia. El Jarl estaba visiblemente nervioso, su esposa cuando menos histérica, y su hijo no paraba de llorar llamando insistentemente a su madre, en cuyo regazo estaba. Era consciente de que podía haber perdido la vida si no hubiera sido por ese tal Gunnar, tanto él como su hijo y su esposa, habían corrido serio peligro de muerte.
Pocos instantes después aparecieron más guerreros fieles al Jarl, que con las espadas desenvainadas se aprestaban a defender a su señor, pero ya era tarde, sólo aquel joven guerrero se había bastado para ello,
Poco después cuando se hubo repuesto, y la guardia reforzada, y se dictaron las órdenes oportunas para la retirada de cuerpos y averiguación de dónde podían provenir los asesinos, sólo entonces el Jarl se dirigió a Gunnar.
—Hoy has salvado la vida de mi persona, la de mi esposa y la de mi descendencia en mi hijo Ricardo, por ello te voy a recompensar de una manera especial, pídeme lo que desee tu corazón, y si está en mi mano dalo por hecho Gunnar.
—Mi Señor—, contestó Gunnar—, no deseo nada más de lo que tengo, tengo tesoros en mi drakar que me harán ser un hombre rico cuando regrese a mi tierra, tengo a la mujer que amo, que me está esperando en la desembocadura del Sena y que recogeré cuando esto acabe, tengo a mis compañeros con los que regresar a los fiordos, navegando en el próximo verano, no deseo nada más mi señor—, y acabó haciéndole una reverencia.
El Jarl de los Normandos del Sena, agradecido como estaba por la acción del joven, pensó en cómo poder recompensarle, de modo y manera sin herirle en sus sentimientos, así que después de un instante, se quitó el medallón que colgaba de su pecho y señalándolo, le dijo:
—En próximos días te lo entregaré a ti Gunnar, salvador de mi estirpe, para que en un futuro, si fuera necesario, alguno de tus descendientes pueda pedir, si es su necesidad o deseo, la recompensa a cualquiera de los de mi descendencia, que tú hoy día no deseas pedir. Y mi descendiente, sea quien sea, cumplirá ese deseo, con la sola entrega del medallón que te voy a entregar, en cuanto le hagan una inscripción en su reverso.
El medallón no era otra cosa que el escudo de armas del Jarl de los Normandos, una pieza con base de oro y ribeteada en el mismo metal, que contenía en su interior un esmalte de gules, con dos leopardos de oro, armados y lampasados de azur, puestos en palo, cuya forma era en francés antiguo, escudo simple y de familia, recibido por sucesión de su padre.
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Laon, 10 de Junio de 936
Desde que Gunnar hubiera evitado la muerte del Jarl de los Normandos a manos de sus asesinos, meses atrás, en enero, Gunnar se había convertido en el guerrero que estaba casi todas las horas al lado del Jarl, y el único que en sus cercanías, a excepción de la guardia, estaba armado.
Desde que hubiera recibido el medallón-escudo de manos del Jarl, lo lucía en el pecho, colgado de una cadena, al igual que lo hiciera el Jarl antes de dárselo. En su reverso se podía leer una inscripción:
La cabeza de la casa de mi descendencia otorgará al descendiente del “hacha de Gunnar”, el deseo que le solicite. Ruan, 936
Cuando estaba en estancias interiores no usaba el yelmo, pero sí cuando estaban fuera de ellas, lo que a los ojos de los que lo veían, causaba una gran sensación.
El Jarl le había solicitado sus servicios para que le guardara su seguridad en última instancia, sabedor de su destreza con el hacha y la espada y que después de lo sucedido era de su total confianza. Gunnar, por otro lado, había aceptado puesto que las cosas no irían más allá del verano, cuando pensaba volver navegando a su tierra con su amada Faridah, a la que no olvidaba en ningún momento.
Sólo dejaba al Jarl en sus aposentos privados, sólo en esos momentos.
Como consecuencia de la prevista coronación del Luis IV, apodado de Ultramar, el Jarl de los Normandos, que junto con Hugo el Grande le habían apoyado, y se habían posicionado claramente en contra de otros nobles del reino, se desplazaban a la ciudad de Laon, donde se realizaría la coronación. Gunnar, como estaba previsto, acompañaba en todo momento al Jarl, y como éste iba a la coronación del nuevo rey, Gunnar también lo haría.
Sería el único guerrero de su expedición que lo haría. Los demás habían quedado en el campamento a las afueras de la ciudad de Ruan, haciendo los preparativos para su regreso a casa, en cuanto Gunnar regresase con ellos, según había ordenado el nuevo capitán de la expedición, que no era otro que el capitán de la hasta entonces segunda nave, de entre los dos drakkars que quedaban.
El espectáculo de la llegada del Jarl a Laon, si fue menos ostentoso y menos numeroso de séquito que el de Hugo el Grande, una semana antes, no dejó indiferente a nadie en la ciudad. Se trataba de normandos, eran hombres del norte, y salvo el Jarl y su familia que llevaban ropas y atuendos más acorde con los francos, los demás miembros del séquito lucían sus mejores galas normandas, vikingas y sus armas, corazas y yelmos causaban asombro, entre la admiración y el miedo. Pero había un guerrero que sobresalía en estatura por encima de la media, iba muy próximo al Jarl, con un peto de malla, y un yelmo con malla que se le juntaba con la del cuerpo lo que imposibilitaba su reconocimiento. Sólo se le veían los ojos, los ojos y sus armas. Una espada extraña, negra como el carbón, como el azabache, al cinto, negra como su funda, y tan negra como sus remaches. Al hombro portaba un hacha de combate vikinga, de grandes dimensiones, labrada en sus laterales. «El hacha de Gunnar» causó admiración a su paso.
Cuando Luis IV de Ultramar fue coronado en la catedral de Laon, había representación de todos los nobles del reino, tanto de los que habían apoyado al rey, como aquellos que se habían posicionado en su contra, lo cual no dejaba de dejar perplejo a Gunnar. Pero ya todo había pasado, se estaba coronando a un rey, con todo el boato y toda la parafernalia de la época, y de entre todos los vikingos que partieron hacía tiempo de sus fiordos a la aventura, sólo Gunnar estaba presente. Estaba ansioso por contar todo esto a Faridah, estaba deseando volver a verla. También contaría estas cosas en la aldea, de seguro sería la envidia de todos.
Cuando en la coronación del rey, se aproximaba a la entrada de la catedral, soldados de la guardia del rey franquearon al Jarl de los Normandos la entrada, pero iban a parar a Gunnar, al que no conocían, pero al verle el medallón con el escudo de armas de Normandía, no osaron pararle. Entonces ya llevaba sólo «la espada negra» al cinto, y sin yelmo.
Entre celebraciones y parlamentos entre los distintos nobles del reino, aun pasaron dos semanas antes de emprender regreso a Ruan, lo que Gunnar deseaba con todas sus fuerzas.
6
Regreso a Ruan, Julio de 936
El camino de regreso a Ruan fue más rápido si cabe que cuando se dirigieron a Laon. Ya no iban a una coronación, el Jarl de los Normandos regresaba a su sede en Ruan y tenía ganas de llegar. La marcha de la comitiva, sin ser forzada, era rápida por los caminos de las campiñas del norte de Francia. Los soldados de la escolta del Jarl se afanaban por mantener la formación, toda vez que aunque llevaban años usando la caballería aún se podía decir que los normandos eran eminentemente hombres de mar.
El pesado carruaje que portaba a la familia del Jarl dejaba sus huellas en la tierra del camino, levantando un polvo del que tenían que guarnecerse los soldados que viajaban tras él. Gunnar iba montado en un caballo, próximo al Jarl, aunque algo más retrasado, y en la cabecera de la comitiva.
Aunque la frágil paz se había conseguido con la coronación, el Jarl Guillermo conocido como larga espada, era consciente de que meses atrás había sido objeto de un intento de asesinato, y no había conseguido saber quién o quiénes habían pagado a aquellos mercenarios que fueron muertos en su castillo, los últimos por Gunnar.
Hasta que no llegaron a Ruan, no descansó en cuanto a seguridad se refería, y allí fue cuando Gunnar, quien le había servido como última defensa contra ataques en aquellos meses, le pidió abandonar su servicio para regresar con los suyos, permiso que le fue concedido inmediatamente. El Jarl era un hombre de palabra, y agradecido.
Cuando «el hacha de Gunnar» llegó al campamento donde se encontraban los suyos a las afueras de la ciudad, todo fue alegría y griterío por parte de sus compañeros que se acercaron a él para que les contara cómo había sido aquello de la coronación del rey. Entre risas y chanzas les contó cómo vestían las damiselas y todas esas cosas que hacían reír a sus camaradas. El susto que se llevaban cuando lo veían con el yelmo puesto y el hacha al hombro. Lo peor de todo, el dolor que le supuso ir y venir montado en un caballo. Les dijo que prefería mil veces antes navegar al fin del mundo que montar en un caballo.
Cuando Gunnar hubo regresado, y conforme a lo establecido con el Jarl, el cual les había ya pagado sus honorarios en oro, el nuevo capitán de la expedición de los dos drakkars dio orden de realizar los preparativos para comenzar de regreso a la desembocadura del Sena y de allí a casa.
Cuando los hombres escucharon esas órdenes gritaron de alegría, y comenzaron a realizar las tareas de recogida y embarque en las naves de todos sus enseres, sin que nadie les tuviera que meter prisa. Alguien comenzó a cantar una de las canciones de su tierra, una popular, y todos le siguieron al unísono. Gunnar esta vez sí cantaba, cantaba con todas sus fuerzas, iba de regreso por su amada Faridah a la que había echado tanto de menos.
Pensaba Gunnar que para este tiempo ya sabría el idioma, al menos para poder mantener conversaciones con ella, ya sabría toda la responsabilidad que conlleva el manejar una granja, pues él deseaba que ella dirigiera la suya en su tierra, donde vivirían felices. Al menos eso es lo que Gunnar deseaba.
Era consciente de que hasta el momento la había respetado, pero no por ello deseaba desde el primer momento yacer con ella. Pero haría las cosas bien, y despacio, cuando llegaran a casa, se casaría con ella si ese era su deseo.
Gunnar ya no estaría para proteger al Jarl de los Normandos del Sena, Guillermo Larga espada cuando seis años después fuera asesinado por orden de Arnoul, Conde de Flandes.