Alex

 

Jessica Lord

 

“Da igual lo que te esfuerces: no vas a poder guardar tu infancia en estas cajas”, dijo mamá mientras me observaba cariñosamente. Tiré al suelo mis libros de colorear. “Pero mamá, no quiero dejar estas cosas... Me traen tantos recuerdos.” Suspiré. “¡Los recuerdos deben permanecer en tu corazón, no en estos objetos, Lisa! Si sigues apegada a estas antiguallas, ¿cómo vas a tener espacio para lo nuevo? Ahora termina de embalar y duerme un poco. No te olvides de que tenemos un vuelo mañana temprano”, me besó en la frente y salió de la habitación.

No era tan fácil dejar aquello atrás; había pasado toda mi infancia en esa casa. Sí que era cierto que ya no era una niña, dentro de poco cumpliría diecinueve. Nos estábamos mudando a Oregón por el trabajo de papá. El banco iba a abrir una nueva oficina allí y le habían dejado toda la responsabilidad a mi padre. ¡Genial! Supongo que aquello era el premio por trabajar duro.

“La ciudad de Oregón es famosa por sus bosques y sus paisajes verdes. Te va a encantar, cariño”, me decía mi padre con intención de seducirme pero no tenía ni idea de que no era amante de los bosques ni de aquel verdor. Me encantaban mi antigua casa y mis amigos. Siendo hija única, de lo que más disfrutaba era de estar con mis amigos. Suponía que los únicos amigos que podría hacer en aquel bosque serían zombis. Sacudiendo los dolorosos pensamiento de mi cabeza me fui a la cama esperando que Oregón no fuera tan malo como había imaginado.

“El vuelo ha sido larguísimo, casi 6 horas”. Apoyé la cabeza sobre el hombro de mi madre mientras el coche nos llevaba al apartamento en el que íbamos a vivir ahora. Mi padre estaba ocupado observando el paisaje y recordando los nombres de las plantas sobre las que había leído. Portland parecía tan soso... Ya empezaba a estar aburrida. Por fin llegamos y sentí un ligero alivio viendo que se trataba de un barrio normal y no de una casa encantada en medio del bosque. Después de todo, Dios no parecía ser tan malvado.

Era medianoche cuando por fin terminamos de asentarnos en la casa. Mi cuarto estaba en la planta alta y mamá y papá se quedaron con la habitación de la primera planta. La casa era pequeña y acogedora.

Fui a mi habitación y abrí la ventana esperando respirar un poco de aire fresco pero no entró nada. Todo lo que veía era la ventana de la casa junto a la nuestra. Me pregunté quién viviría allí; quizás podría hacer amigos nuevos. Por desgracia, las luces estaban apagadas. Supuse que estarían durmiendo ya a esa hora.

* * *

Papá me llevó en coche a la Universidad de Portland. Como era el primer día, me acompañó. Fue un camino largo, pero la brisa de la mañana me dio una sensación de calma.

“Mucha suerte, se que te va a ir genial”. Esas fueron las palabras de mi padre antes de marcharse. Sonreí y le dije adiós con la mano. Cuando me dispuse a entrar, me sentí un poco avergonzada al ver que unos chicos me miraban fijamente. ¡Venga ya! No tenía tan mal aspecto. Medía 1,70 m., y tenía el pelo oscuro y ondulado a la altura de los hombros. Mi armario era mejor que el de la mayoría de las chicas que veía alrededor. Llevaba un jersey azul marino de manga larga y unos vaqueros negros, y un bolso negro colgado del hombro.

Pasé a aquellos tíos, y estaba intentando encontrar el camino a mi clase cuando me tropecé con un chico. “¡Ay! ¿Es que no miras por donde vas?” le dije casi gritando.

“Lo siento”, dijo él nervioso.

Le miré, era un poco más alto que yo; tenía el pelo negro y no sabía por qué pero me dio la sensación de que era asiático. “Um, ¿eres asiático?”. No pude contener la curiosidad.

“No, completamente americano”, dijo riéndose.

Me mordí el labio. “Lo siento, es que tu color de pelo…”. Ahora era yo la que se estaba poniendo nerviosa.

“Me lo he teñido” dijo sonriendo.

“Bueno, me llamo Lisa, es mi primer día. Estoy en el departamento de ingeniería informática”, alargué la mano hacia él.

“Vaya, entonces somos compañeros de clase. Hola, soy Rick”. Nos dimos un apretón de manos.

Rick me dio un tour por la Universidad. Hablamos de nuestras vidas y descubrí que era un completo empollón. Pero era muy amable y simpático.

“¡Dios mío! Tengo una cucaracha en el vestido” chilló una chica. Estaba saltando y la gente sólo la miraba y se reía. Vaya panda de imbéciles insensibles. Me acerqué a ella y la acompañé al baño. Allí le quité la cucaracha del vestido. Yo no era una idiota que tuviera miedo a un pequeño insecto.

“Gracias por salvarme”, me dijo abrazándome.

“No hay de qué”, dije apartándome.

Me giré para marcharme porque su presencia era una completa tortura visual. Llevaba un vestido naranja chillón y parecía una calabaza. El vestido me recordaba a la época retro de los 70.

“Hola, soy Stephanie”, me dijo gritando cuando ya me había dado la vuelta.

Me alegro por ti, ¿pero por qué maltratas así mis oídos? Pensé al girarme y fingir una sonrisa.

Pero ella comenzó a seguirme. “Oye, ¿eres nueva?”

Asentí y empecé a caminar deprisa, pero ella no parecía coger la indirecta y siguió detrás de mi. ¡Qué tonta!

“¿De qué departamento eres?”, continuó hablando. ¡Dios! Me estaba irritando con aquella voz aguda.

Pensé que ser desagradable iba a ser la única forma de librarme de ella.

“Escucha, calabacita, puedes seguir diciendo tonterías, pero yo me tengo que ir, y por favor no me sigas”. Mi tono era un poco alto y por su ceño fruncido supe que la había ofendido. ¡Oh! Odiaba ser desagradable pero de verdad me estaba molestando. Aguantando el sentimiento de culpabilidad, volví caminando a mi clase sin ni siquiera mirarla. ¡Maldita sea! ¿Por qué no podía ser mala persona?

Fui a todas las clases y me parecieron muy interesante. Los ordenadores eran lo mío. En clase conocí a algunas personas y tuvimos conversaciones muy constructivas. Algunos de mis nuevos compañeros de clase se quedaron conmigo en la biblioteca ayudándome con los apuntes.

Me puse la bufanda sobre la cabeza y metí las manos en los bolsillos de camino a casa. Eran sólo las 7 de la tarde y las calles ya estaban prácticamente vacías. Rick me había informado de que había un atajo desde la universidad a mi casa e iba siguiendo aquella ruta. Era una calle estrecha y las aceras estaban cubiertas de árboles verdes. El frío ambiente de la noche y aquellos árboles frondosos creaban una atmósfera una tanto fantasmal.

De pronto mis oídos se llenaron con el sonido de unos motores; mirando hacia arriba vi a un grupo de motoristas. Llevaban ropas resistentes y todos iban con chaquetas de cuero negras. Iban gritando y conduciendo a toda velocidad, lo cual me sobresaltó y solté el bolso del pánico. Parecían peligrosos, y estando sola sentí un poco de miedo. Me escondí en la parte más oscura de la carretera y no parecieron verme, pues me pasaron y continuaron a toda velocidad. Gracias a Dios había pocas farolas en aquella carretera.

El resto de la semana pasó lentamente con la misma rutina de universidad, estudios y familia. Estaba bastante aburrida de mi vida circular. La llamaba circular porque siempre iba en el mismo sentido, sin cambios ni diversión. A veces tenía ganas de salir corriendo.

“Es fin de semana, mamá, y quiero salir y divertirme por ahí”. Le ponía ojitos a mi madre, que estaba ocupada preparando una pizza. “No cariño, no es seguro estar en discotecas, no puedo dejarte ir sola”. Cogió un poco de queso de la nevera sin ni siquiera mirarme. “Mamá, por favor, ya soy adulta”, contesté. Dejó el queso sobre la encimera y puso los ojos en blanco. “Lisa, vete a tu cuarto. No quiero oírte más”. Dios, me ponía de los nervios... Era como si tuviera 10 años. Me marché dando con los pies en el suelo enfadado y subí a mi cuarto.

Odiaba mi vida, era casi igual a la de un pájaro enjaulado. Soñaba con el momento en el que pudiera liberarme de aquella jaula absorbente y probar un poco de aire fresco. Con 18 años, nunca había salido con nadie. Todas mis amigas del colegio salían con sus novios mientras yo salía con mis libros. Todo gracias a ser hija única. Mis padres me habían advertido que no saliera con chicos porque se aprovecharían de mi. Y mi madre me había contado tantas historias de desengaños y embarazos que tenía miedo de tener una relación. Sabía que me querían y que me protegían, ¡pero venga ya! Yo también me merecía estar con alguien que pudiera traerme un poco de felicidad y de encanto a mi triste vida.

Me senté en el escritorio y escribí la última página del trabajo. ¡Genial! Ahora no tenía nada que hacer. Apagué la lámpara y la habitación se quedó a oscuras. Como mi vida.

Apoyé los codos y la cara sobre la mesa; cerrando los ojos, intenté perderme en la oscuridad. Justo entonces un poco de luz me llegó a los ojos, y al mirar hacia arriba me di cuenta de que la luz provenía de la ventana de los vecinos. Tenía un poco de curiosidad en aquella ventana porque nunca había visto a nadie entrando o saliendo de esa casa. No sé por qué el misterio de la ventana me estaba emocionando tanto. Quizás era porque estaba tan aburrida que hasta las cosas más estúpidas podían emocionarme. Fuera lo que fuera, nada podía detenerme de echar un vistazo a lo que había tras la ventana.

Apretando las manos, llegué a la ventana blanca de dos hojas. Retiré las cortinas violetas, que era también el color de mi habitación. La ventana paralela estaba completamente abierta. Así, pude ver casi toda la habitación del vecino. Sí, era un dormitorio porque veía claramente una cama, un espejo completo y algunas pesas; no sabía cómo se llamaban esas cosas. La ropa tirada y la desorganización general indicaba claramente del dormitorio de un chico. No había nadie. Había abierto la mitad de las cortinas cuando una impresionante escena entró en mi campo de visión.

Un chico musculoso estaba de pie frente al espejo de suelo. Estaba prácticamente desnudo, salvo por la toalla que llevaba enrollada a la cintura. El agua le goteaba desde el cabello castaño por todo el amplio pecho y los abdominales. Y tenía un color de piel que parecía que hubiera sido pintado con chocolate con leche derretido. Pensé que me había muerto y que estaba en el paraíso. Sólo pude verlo de lado, pero era más que suficiente para que las manos se me hubieran puesto frías de excitación, nerviosismo y muchos otros sentimientos que aún no tenía claros. ¡Qué alto era! Creo que le llegaría a la altura de los hombros. ¿Por qué pensaba si quiera en por dónde le llegaría? Comenzó a moverse por la habitación y tuve la oportunidad de verle el otro brazo, que llevaba completamente tatuado hasta el codo. Era un chico malo y aquello me excitaba como ninguna otra cosa. Siempre había tenido la fantasía de salir con un chico así; y que me diera un beso salvaje. Miré de nuevo para ver lo que estaba haciendo pero por desgracia había apagado ya las luces. Suspiré y cerré las ventanas. Aquella belleza era demasiado para mi pequeño corazón. Seguí pensando en él y en su piel de chocolate durante toda la noche. ¡Lisa! No pienses en él; un chico así tenía que tener novia.

“Lisa, cariño, despierta. ¡Te he preparado gofres! No estés enfadada con tu madre, baja a desayunar”. Ya estaba mamá utilizando aquel tono infantil de nuevo. ¡Dios! No iba a dejar de tratarme como un bebé nunca. Era una mañana fría, me enrollé en la manta y mientras iba de camino al lavabo decidí echar un vistazo a mi vecino machote. Retiré las cortinas mordiéndome el labio. Para mi decepción, las ventanas seguían cerradas. Probablemente Mr. Buenorro seguía dormido. Deseé poder mirarle aquella preciosa cara. Me di un golpe en la cabeza para dejar de pensar en aquellas tonterías.

Me senté en una de las sillas de madera de nuestra mesa del comedor y mordisqueé un gofre. Estaba delicioso, y el sirope de limón y miel me activó las papilas. Pero tenía que mantener una expresión seria; no podía perdonar a mamá tan fácilmente. “Hola pequeña”, dijo mi padre pasándome la mano por el pelo húmedo. Fruncí el cejo y dije “¡Papá! No soy una niña”. Él se rió. “¿Qué planes tienes para hoy? ¿Pensabas ir a algún sitio?”, preguntó papá mientras se servía un poco de café. Era diabético. Apreté los dientes y fingí una sonrisa hacia mi madre: “No papá, las niñas pequeñas como yo no deben salir sin su mamaíta”. Papá se rió. “Oh, ahora lo entiendo, ¿por eso estás tan enfadada? Venga Rosy, ¿estás intentando encerrar a mi hija? Déjale hacer lo que quiera”, le dijo a mamá.

Una sonrisa se dibujó en mis labios. Adoraba a mi padre, era el mejor. “¡Bien! Papá, te quiero”, le abracé. Él me devolvió el abrazo “te quiero cariño, puedes ir, ¿no tienes amigos con los que ir?”, me preguntó papá. Escuchar la palabra amigos me hizo fruncir el ceño, ya que había dejado a todos mis amigos en Nueva York. El timbre de la puerta sonó y mamá fue a abrir. “Lisa, tu amiga a está aquí”, la voz de mamá sonó emocionada. ¿Amiga? ¿Quién?

Puse los ojos en blanco al ver a la señorita calabaza abrazó a mi madre. ¿Qué demonios? ¿La señorita calabaza me había seguido hasta casa? Me cubrí la cara con las manos cuando me di cuenta de que el universo estaba en contra de mi felicidad.

Papá tenía que reunirse con un cliente así que se marchó diciendo adiós con la mano. Genial; ahora estaba atrapada entre dos pájaros enjaulados. No tenía ni idea de por qué aquella calabaza y mi madre se estaban llevando tan bien. Mamá fue a su habitación y entonces tuvo la oportunidad de sentarse a mi lado. Intenté concentrarme en mis gofres mientras la ignoraba completamente. “Hola Lisa, se que debes estar enfadada por haber venido sin que me invitaras. En realidad conseguí tu dirección por Rick, es amigo mío” dijo en un tono de voz normal que me sorprendió. La miré y le dije: “No estoy enfadada contigo, ahora dime: ¿qué puedo hacer por ti?”. Sí, yo no era tan mala después de todo. Ella sonrió “Lisa, se que eres buena persona porque el otro día me ayudaste sin ni siquiera conocerme. Lisa, quiero ser tu amiga. Por favor, se mi amiga. Se que debes estar pensando que soy una acosadora, pero ya sabes que toda la gente guay de nuestra universidad me ignora. Yo también quiero tener a una amiga guay y simpática como tú.” Estaba literalmente rogándome.

Sus palabras me hicieron sentir que era una chica inocente; era obvio que estaba loca, pero su corazón era bueno y aquello era lo que importaba. “Qué dulce. Claro, seré tu amiga” sonreí de forma genuina. Ella también sonrió y me abrazó. Era tan tonta.

“Es fin de semana, salgamos por ahí”, sugirió Stephanie mientras le enseñaba mi habitación. “Sí, estaba a punto de ir a un club, supongo que podrías venirte conmigo”, dije mientras me debatía entre mirar por la ventana o no. “¿Qué ocurre, Lisa? Pareces nerviosa”, preguntó Stephanie. Me mordí las uñas. “Nada, invitemos también a Rick. Voy a llamarle, aunque creo que me he quedado sin saldo en el móvil. Voy a usar el teléfono fijo”. Y bajé a la primera planta.

Cuando volví a mi habitación vi a Stephanie con los ojos pegados a la ventana, abiertos de par en par, y la boca abierta. Por su reacción, supe que había visto algo chocante. ¿Pero el qué? Me acerqué y le sacudí por los hombros. “¿Qué pasa?”, dije subiendo las cejas. “Eso”, dijo ella señalando por la ventana. ¡Dios! Había visto a Mr. Buenorro. Tendría que haberlo adivinado. No era culpa suya, es que era totalmente irresistible. Suspiré profundamente y me apoyé sobre la ventana. Esta vez no estaba medio desnudo, llevaba una camiseta blanca ajustada y unos vaqueros gastados. Sí, la visión de su torso era sólo para mi. Me sonrojé al pensar en ello. Al principio estaba bebiendo agua, pero luego se tumbó y empezó a hacer flexiones. Miró en nuestra dirección y cerré las cortinas.

“¡Eso no vale! ¿Por qué las has cerrado?” se quejó Stephanie. Me reí. “¿Estás loca? ¿Y si nos hubiera visto? Pensaría que somos dos idiotas desesperadas”. Puso los labios en forma de O: “Sí, tienes razón. Chica mala, seguro que lo estás mirando todo el tiempo”, dijo Stephanie bromeando. Me mordí el labio avergonzada “No todo el tiempo, lo vi ayer por primera vez”. “¡Guau! Qué suerte tienes; puedes verlo cuando quieras” dijo emocionada. Se saqué la lengua. “Sí, este es mi entretenimiento. Nos reímos.

“¿Te gusta esta discoteca?”, preguntó Stephanie con tono emocionado. “Está bien, pero los que hay en Nueva York son absolutamente salvajes”, dije bebiendo un sorbo del vaso de cerveza. “Oh, pero esto es lo mejor que tenemos. Vamos a bailar. Mira, Rick está intentando ligar”, dijo Stephanie señalando hacia la pista de baile y ambas saludamos con la mano a Rick, que nos devolvió el saludo. “Hey, ¿quieres bailar conmigo?” una voz atrajo mi atención.

Mis ojos se encontraron con la imagen de un tío alto y de cabello oscuro que le llegaba por el cuello. Parecía estar sobrio, pero su figura delgada y su estilo no me gustaban. Llevaba una camiseta roja y unos pantalones blancos. ¡Demasiado femenino! El rojo no era para chicos. Curvé los labios. “No sé bailar, ¿por qué no te llevas a mi amiga?”. Su sonrisa se apagó ligeramente pero se llevó a Stephanie a la pista.

Desee poder bailar allí con Mr. Buenorro. Suspiré y me di cuenta de que mi teléfono había estado sonando un buen rato. Vi en la pantalla que era mamá. Sacudí la cabeza y salí fuera para atender la llamada.

"Mamá, sólo son las 9, ¿por qué estás tan nerviosa? Vale, volveré a las 10". Pulsé el botón de colgar y tiré el móvil sobre la hierba del jardín. "Odio mi vida", murmuré mientras me agarraba la cabeza con las dos manos. Miré a otras chicas; iban riéndose y caminando de manos con sus amantes. ¿Por qué no podía ser como ellas? Yo no era fea y sabía que estaba bien con aquel top verde y pantalones marrones. Encima llevaba un jersey negro brillante. ¿Entonces por qué no había ningún chico guapo interesado en mi? ¿Sabían que estaba rodeada de vallas protectoras? Me di cuenta de que una lágrima había escapado de mis ojos y que me caía por la mejilla.

"Las cosas inanimadas no entienden tu frustración". Una voz masculina y profunda llegó desde detrás. Sonaba tan bien que me giré inmediatamente para ver a quién pertenecía. Por un momento no sabía si se trataba de un sueño o de realidad. No sabía ni si había pestañeado porque el hombre de mis sueños estaba justo frente a mi. Tenía mi teléfono móvil en la mano, y lo tendía hacia mi. Pero no podía mover ni un centímetro de mi cuerpo. Aquella visión me había dejado helada.

Sacudió la mano frente a mi cara. Pestañeé y respiré profundamente. Pero el problema no se había resuelto aún. ¿Cómo iba a hablar con él?

"Toma tu teléfono. ¿Estás bien?", preguntó mientras daba un par de pasos hacia mi.

"¿Por qué? ¿No parece que esté bien?", logré tartamudear.

Él sonrió y señaló hacia mi cara. "Yo creo que no". Me toqué la cara y me di cuenta de que se refería a las lágrimas. Miré hacia otro lado. "¿Por qué odias tu vida? ¿Problemas con tu novio? ¿Por qué iba a dejar un chico a una chica tan preciosa? No llores por ese idiota". ¿Había dicho preciosa? Pensaba que era preciosa.

Pero también había asumido que era una tonta que estaba llorando por tíos imbéciles. "No estaba llorando por un tío. Tengo otros problemas". Dije secamente y le quité mi móvil de la mano. Él suspiró, "¡Qué alivio!”. No entendí a qué se estaba refiriendo pero antes de que pudiera preguntarle ya se había dado la vuelta para marcharse. "Oye, ¿cómo te llamas?" No pude evitar preguntárselo. Él se giró y sonrió. Pude ver que tenía hoyuelos en las mejillas; era guapísimo. "Soy Alex. Ha sido un placer conocerte, Lisa", me guiñó un ojo y se marchó. ¡Dios! ¿Cómo demonios sabía mi nombre? Pensé en ir tras él para preguntarle pero algo me dijo que sería muy desesperado. Sin embargo, estaba segura de que volveríamos a tener más conversaciones.

"¿Tenemos que irnos ya? La chica esa del vestido azul me acaba de guiñar un ojo", dijo Rick sin quitar los ojos de la pista. "¡Tío, estás desesperado! Créeme, las chicas nunca se fijan en chicos así de pegajosos. Ellas siempre quieren a un chico que tenga estilo, actitud y...", mientras decía esto, la imagen de Mr. Buenorro apareció frente a mis ojos. Su andar, su voz... todo él era tan seductor. Rick chascó los dedos frente a mis ojos. "Señorita soñadora, vuelve de tu imaginación. Supongo que tienes razón; no sería muy inteligente llevarme a una chica borracha. Vamos, os llevo a casa. ¿Dónde está Stephanie?"

Miramos por todas partes pero no pudimos encontrarla. Después de llamarla varias veces, contestó al teléfono. "¡Lisa! Estoy con Ryan, marchaos vosotros, yo os veré más tarde", y cortó la llamada sin darme la oportunidad de decir nada. Suspiré. ¿Quién era Ryan? Oh, probablemente el chico de la camiseta roja. "¿Se ha marchado con un ligue?", preguntó Rick con expresión de inquietud. Apreté los labios y asentí. "Típico de ella", murmuró y nos marchamos.

¿Cómo sabía cómo me llamaba? Aquella pregunta y su cara sonriente no me dejaban dormir. ¿Me vio mientras observaba su cuerpazo? Me mordí las uñas con una sensación extraña apoderándose de mis sentidos. Estaba sentada a un lado de la ventana y echaba miradas ocasionales a través del pequeño hueco entre las cortinas. Había apagado las luces así que mi cuarto estaba completamente a oscuras, aunque algunos rayos de luz de la farola de la calle entraban en mi habitación. El ambiente de luz baja era agradable. Escuché el sonido de un motor y eché un vistazo a la entrada del vecino.

* * *

Era él en la moto. Dios, cada vez que lo veía me sorprendía con su aspecto increíble. Suspiré y seguí mirándole como un niño mira su golosina favorita. Me imaginé sentada detrás de él en su moto y agarrándole con fuerza. Sólo pensar en aquello me provocó un escalofrío que me recorrió la espalda. Supuse que si alguna vez tocaba alguna parte de mi cuerpo, me quedaría sin sentido. Un chico como él nunca se interesaría en una persona como yo, aburrida, empollona y atrapada. Fruncí el cejo y me fui a dormir abrazando la almohada.

  “¿De verdad pretendes que escuche los detalles de tu "apasionada" noche? ¿Cómo has podido acostarte con un tío al que conoces desde hace una hora?”, le solté a Stephanie mientras el estudiante que estaba junto a nosotras se giraba a mirarnos. Me bebí de un sorbo el resto de mi chocolate caliente y me marché.

Stephanie me estaba siguiendo. “¡Pero es que era tan guapo!”, exclamó Stephanie. ¿Lo decía en serio? ¿Sólo porque un tío sea guapo tienes que acostarte con él? ¿Y dónde quedaban los sentimientos, las emociones? ¡En fin! La mayoría de las chicas eran como ella, pero yo no. Para mi tanto los sentimientos como el físico eran importantes.

“Aquí estás”, murmuró Rick al unirse a nosotras en el pasillo. “¿Qué pasa, Steph? ¿No te dieron suficiente?”, dijo guiñando un ojo. Vaya, el chico era gracioso. Nunca me lo hubiera imaginado. Me reí. “Al menos te has reído. Pero Rick, no puedes reírte de nosotras así”, protestó Stephanie. “¿De nosotras? Déjate de tonterías; ese chico ni siquiera va a contestar tus llamadas. Los chicos así sólo usan a las chicas”, intenté explicarle. “¡De eso nada! Y te lo voy a demostrar. No sólo va a contestar a mi llamada, sino que además me va a pedir salir”, dijo en tono desafiante. “Apuesto contigo a que va a ignorar tu llamada”, afirmé con seguridad. “Vale chicos, apostemos. ¿Qué tal 50$?”, preguntó Rick. “No hay nada malo en ganar 50 pavos. Yo me apunto”, dijo Stephanie emocionada. Yo sonreí. “Lo tuyo va a ser una pérdida financiera y emocional”. Rick se rió, “Yo estoy con Lisa”. Stephanie nos sacó la lengua y marcó un número en el móvil. Pulsó el botón de altavoz y esperamos.

Volvió a marcar más de cinco veces y nadie contestó a la llamada. Stephanie frunció el ceño. “Supongo que teníais razón, soy una idiota. ¡Es un imbécil!”. Apoyé el brazo sobre su hombro, “olvídalo, no vale la pena”.

Ella asintió. Rick suspiró. “Así es la vida, está llena de cosas inesperadas. Debo irme, tengo un trabajo que hacer, así que hasta después”, dijo y se apresuró en dirección a la biblioteca. ¡Típico ratón de biblioteca! Comprobé la hora en mi reloj. “¡Oh, no! Mi madre me había pedido que pasara a por unas cosas en el supermercado. Adiós, Steph”, dije en un segundo y salí corriendo.

“Oh, no, son las 6; seguro que mamá va a regañarme”, exclamé tomando el atajo hacia casa. De nuevo la carretera estaba casi vacía, y esperé no ver de nuevo a los moteros porque me parecían bastante peligrosos. Las motos me recordaban a Alex; la noche anterior le había visto montado en moto pero él no daba ningún miedo.

Algo llamó mi atención cuando observé una moto que venía hacia mi. Entré en pánico. El tío que iba en la moto llevaba un casco, así que no podía verle la cara. De repente giró la moto, quizás para salvarme. Era tan descuidada, caminaba por el medio de la carretera inmersa en mis pensamientos. La moto se estrelló contra un árbol. ¡Dios míos! El motorista seguramente estaría herido, así que me apresuré a ayudarle. Estaba sentado en la moto. Comprobé que no tuviera lesiones. Por suerte el casco le había salvado, pues no sangraba. Odiaba la sangre. “¿Estás bien?”, pregunté nerviosa. Abrió el casco y su cara me dejó helada unos segundos. ¡Dios mío! Era Mr. Buenorro. Es decir, Alex. Sonrió. “Tranquila, estoy bien”, dijo. Él y su sonrisa matadora. “Volvemos a vernos, mi vecina triste. Ahora no me digas que planeabas suicidarte caminando por el medio de la carretera”, sonrió con gesto travieso. ¿Quién necesitaba suicidarse? Ya me habías matado con esa cara. ¿Qué? Cómo podía decirle “ha sido un error, no hace falta que te rías de mi”, protesté y me giré para marcharme. “Oye, estaba siendo sarcástico. No es culpa mía que nunca te haya visto sonreír, tú sólo lloras o estás seria”, dijo. Tonterías. No me conocía lo suficiente como para soltar un comentario así. Yo nunca lloro. Bueno, quizás a veces, abrazando la almohada. “Sólo nos hemos visto dos veces”, contesté. Él apretó los labios para aguantar una carcajada y luego subió las cejas. “¿De verdad? Yo creo que no.” Me metí el pelo detrás de la oreja. ¿Me había visto ocupada observándole? “En real...” antes de poder formar una frase, habló. “No pienses que soy un acosador, pero te he visto desde mi ventana. Eres una chica muy callada y triste, eso es lo que he observado”, dijo suavemente. Suspiré. No sabía qué contestar a aquello, era cierto que estaba triste y atrapada.

“Creo que debería irme, llego tarde. Cuídate”, dije sin mirarle a los ojos. Tras dar unos pasos, sentí que alguien me tocaba la mano. Me detuve y al girarme vi que era Alex. ¿Qué quería ahora? Sí, era una acabada, quizás quería reírse de mi. “Lisa, confieso que te he observado algunas veces desde mi ventana, no podía evitarlo. Eres tan guapa, me gustaría conocerte más”, dijo mirándome a los ojos intensamente.

Coco. A eso me recordaba. Era un motero duro, un culturista, y un chico malo en el exterior y un chico sensible en el interior. Mis labios se curvaron en una ligera sonrisa. “Pero no tenemos nada en común, sería muy difícil que nos lleváramos bien como amigos”, dije en tono confuso. “Sí, tienes razón, somos de mundos diferentes, pero no crees que sería interesante si visitaras mi mundo y yo el tuyo?”, dijo guiñándome un ojo.

Aquello sonaba muy interesante; me encantaría sentir un poco de su mundo acelerado. “Um... supongo que podemos intentarlo”, dije mordiéndome el labio inferior.

Él sonrió y se frotó las manos. “¡Genial! Entonces empecemos desde mañana. Voy a llevarte a una pelea MMA. ¿Estás de acuerdo? ¿Digamos a las 8?”, preguntó. Abrí los ojos ligeramente, ¿había dicho algo de una pelea? Nunca había visto una pelea en vivo. Pensar en ello me puso los pelos de gallina, pero me relajé. “No voy a poder, mi madre no me deja salir después de las 8” contesté frunciendo el ceño. Él meditó durante un momento y me cogió otra vez de la mano. Estaba dibujando líneas en mis dedos con los suyos. Sus caricias me parecían chispas. Entonces me acarició la barbilla y la subió para que pudiera mirarle. “La pregunta es, ¿quieres venir?” me preguntó mirándome a los ojos. “¡Por supuesto! Nunca he visto una pelea en directo en mi vida”, dije en un tono más alto de lo normal. Él sonrió. “Bien, entonces irás. Nadie va a poder detenerte”.

“Va a ser imposible” suspiré. Él se inclinó más cerca de mi; sentí su aliento en la cara. El corazón se me aceleró. Su cercanía me afectaba muchísimo. “¿Y si te ayudo a escapar?”, susurró. Ahora era yo la que tendría que evitar una carcajada. Aquello sonaba tentador y divertido. Pero era un extraño, ¿cómo podía correr el riesgo de confiar en él? ¡Venga ya, Lisa! No pienses como mamá. Puedes cuidarte tú sola, no es que vayas a acostarte con él, y te dará libertad, así que hazlo. Las voces de mi cabeza seguían diciéndome que fuera con él. “No te preocupes; te traeré a casa sana y salva. Lo prometo”. Podía ver en sus ojos que era sincero. Iba a arrepentirme más tarde si decía que no. “Vale, suena divertido”, dije guiñándole un ojo. Él sonrió. “Ese ha sido el guiño más inocente que he visto nunca.”

Sus ojos coqueteaban conmigo, e hicieron que me sonrojara, poniéndome las mejillas rojas. “Y ahora te sonrojas”, dijo mirándome con sus ojos marrones. Miré hacia otro lado. “Es tu imaginación”. “Vale, ya lo veremos”, murmuró. Mi teléfono vibró y cuando vi "mamá" brillando en la pantalla recordé que ya debería haber llegado a casa. Me golpeé la frente “¡Demonios! Alex, llego tarde”. “No te preocupes, te llevo a casa en un segundo, súbete a la moto”, dijo con su actitud chulesca. Parecía una proposición tentadora y ahora que habíamos llegado a un acuerdo amistoso no pasaría nada. Y nunca me había subido antes en una moto, así que sería una aventura. “Vale”, dije.

¿Por qué no conseguía subirme? No hacía más que deslizarme y caerme. Era vergonzoso. Él observaba mis inocentes intentos y se tapó el labio con el dedo índice. ¡Ja! Seguro que se reía de mi estupidez. Le lancé una mirada de enfado. Entonces se acercó a mi y me tocó la cintura, y antes de que pudiera decir nada me levantó por la cintura y me hizo sentarme en la moto. “Ya está ” dijo. Yo no era ligera, pero él me había levantado sin esfuerzo. Los ejercicios de pesas estaban teniendo efecto.

“Agárrate fuerte, yo no voy lento y no quiero que te rompas una pierna”, bromeó. “Muy divertido... pero ahora llévame a casa”, exigí. “Por supuesto, mi dama” dijo y arrancó la moto. Como me había dicho, me agarré fuerte de sus hombros. Tenía unos hombros anchos y fuertes. Nuestros cuerpos estaban muy cerca el uno del otro en el asiento de la moto y aquello me excitaba. Sonreía al ver las imágenes del hombre de mis sueños aparecían frente a mis ojos, en las que yo le abrazaba fuertemente.

Como prometió, me llevó a casa sana y salva. Le di las gracias rápidamente y entré corriendo. El corazón me latía a toda velocidad y tenía las mejillas rojas; no quería que me viera así. Le entregué la compra a mi madre y le mentí diciendo que había cola en el supermercado. Era tan difícil mentir, pero no me quedaba otra opción. No podía permitirme perder a un amigo como Alex a causa de la naturaleza sobreprotectora de mis padres.

Tras la cena me fui directa a mi cuarto para cambiarme. Elegí unos vaqueros gastados, un top color beige y una chaqueta blanca. Me puse mis zapatillas Converse blancas para acompañar aquella ropa casual. Llevaba el pelo peinado en una coleta alta. Estaba muy emocionada.

Eran las 8:15 cuando Alex me envió un mensaje para que bajara. Papá estaba de viaje y mamá estaba en su habitación. Di gracias a Dios por tener el camino libre.

“Estoy aquí”, susurré con tono emocionado. Él estaba sentado en una moto y me miró de arriba a abajo con una sonrisa en la cara. Llevaba la misma cazadora de piel pero de color marrón. Sentí un poco de vergüenza. “¿Qué pasa?”, pregunté. “Nada, es sólo que eres la primera que viste casual para salir con un chico. La mayoría de las chicas llevan vestidos cortos y ajustados que enseñan... ya sabes a qué me refiero”, sonrió . ¿Es que pensaba que era como esas zorras? “No soy como ellas”, contesté. “Se que eres muy especial”. Dios, su tono era muy intenso. Entonces miró hacia otro lado. “¿Vuelvo a subirte?”, preguntó señalando hacia el asiento trasero. “No, déjame que lo intente”. Me mordí el labio y esta vez me subí perfectamente. Me agarré a él con fuerza y arrancó la moto.

Al principio la velocidad me estaba dando miedo así que me agarré de sus hombros, pero a medida que continuó una cierta sensación de libertad se apoderó de mis sentidos. Cerré los ojos y respiré hondo.

La moto se detuvo. “Hemos llegado”, anunció. Miré alrededor y vi una zona llena de gente. Arrugué la cara. Saltó de la moto y se rió. “No está tan mal, vamos”, dijo extendiendo la mano hacia mi. Le tomé de la mano, y él me agarró y me llevó dentro. Me sentía tan segura caminando de la mano junto a él. Me pidió que le esperara en la fila del público y dijo que volvería en un momento. ¡Ugh! Era un sitio asqueroso lleno de gente desagradable que fumaba hierba. Algunos tíos intentaron incluso acercarse a mi, pero yo me alejé. Habían pasado quince minutos pero Alex no había regresado. ¿Había sido mala elección confiar en él?

El presentador anunció los nombres de los luchadores pero no pude oír nada a causa de los gritos del público. Ese fue el momento en el que decidí marcharme, pero detuve mis pasos al escuchar que algunas personas coreaban el nombre del Alex. Estaba tan perpleja como sorprendida de ver a Alex en el ring de boxeo; vi que saludaba con la mano al público. Así que era luchador de artes marciales mixtas, ¡interesante! Me quedé a verle pelear. Sus movimientos, sus golpes, sus patadas, todo era tan poderoso y elegante... Aquel tío podía probar suerte en el cine, seguro. Me preocupé cuando su oponente le golpeó en la cara. Le sangraban los labios. ¿Si le pasara algo, me llevaría a casa?

Pero él se defendió con el doble de fuerza y noqueó a su oponente. Estaba impresionada con sus habilidades de lucha y el espectáculo era una experiencia fantástica. Stephanie y Rick estarían celosos si llegaran a saber que había visto una pelea MMA.

Tras un rato volvió. “¿Te ha gustado mi pequeña sorpresa?”, dijo tocándome en el hombro. “¿Por qué no me habías dicho que eras un luchador tan increíble? Ese golpe ha sido espectacular”, exclamé emocionada. Él no reaccionó, sólo siguió mirando aquí y allá. Me pareció extraño. Luego de repente me agarró del brazo. “Marchémonos de aquí”, murmuró empujándome. Yo le seguí. “No te gires, sólo camina”, susurró. Pude notar la tensión en su voz. Salimos de allí. Me levantó en brazos para sentarme en la moto, luego se subió él y salimos de allí a toda prisa.

“¿Qué ocurre?”, pregunté con un poco de miedo. “Unos tíos te estaban siguiendo, estaban planeando... no importa. Ahora estamos a salvo”, gritó. Gracias a Dios que Alex había notado el peligro. Era muy protector conmigo. Estaba muy agradecida.

“¡Ya estamos, Cenicienta! En casa antes de la medianoche”. Me guiñó un ojo y sonrió travieso al llegar a la entrada de mi casa. Yo sonreí y estaba a punto de levantarme cuando me dijo: “Déjame ayudarte”, dijo levantándome, manteniéndome un momento en alto y dejándome después en el suelo. Estaba confundida. “Um, ¿a qué a venido eso?”, preguntó. Se pasó la mano por el pelo. “Me gusta”. Me sonrojé. ¡Dios míos! Le gustaba tocarme, le gustaba que estuviera cerca. “Buenas noches”, murmuré y corrí dentro de casa para que no pudiera ver que me sonrojaba.

Cerrando la puerta detrás de mi, salté sobre la cama. La vida parecía tan colorida cuando estaba con él. Su presencia era como oxígeno para mis pulmones. Besé la almohada imaginando que le estaba besando a él y me sonrojé al descubrirme haciendo aquello. Me estaba volviendo loca por él. Entonces oí varios golpes en mi ventana. ¿Quién sería? ¿Me habría seguido a casa algún tío de aquel tugurio? Se me helaron las manos y los pies del miedo. Tragué saliva y pregunté, “¿quién es?”. Las palabras casi no podían salir de mi cabeza.

“¡Lisa! No tengas miedo, soy yo, Alex”, dijo. Uf, nunca había estado tan aliviada al escuchar una voz. Pero, ¿qué estaba haciendo en mi ventana? ¡Dios! ¿Había escalado la tubería para llegar allí? Corrí a abrir la ventana y le ayudé a entrar. “¿Te has vuelto loco? ¿Por qué te has arriesgado tanto para venir aquí?”, dije mirándole con ojos sorprendidos. Esperaba una respuesta inteligente, pero en lugar de aquello me miró nervioso. Parecía que algo le tenía inquieto; miró hacia abajo y empezó a golpear ligeramente el suelo con el zapato. “Um, Lisa... No sé cómo decirte esto... pero yo... no he podido evitar venir aquí”, susurró suavemente, levantando la cabeza para mirarme. Sus ojos parecían hablar de emociones que yo no podía entender pero que me intrigaban.

Sus inocentes palabras me tocaron el corazón. No podía estar lejos de mi; tenía la necesidad de verme. Era tan dulce. Ningún chico me había dicho nunca algo así. Suspiré y seguí mirándole, con un cierto calor en el corazón. No sé por qué, pero los ojos se me humedecieron ligeramente. Ninguno de los dos dijo ni una palabra; simplemente seguimos mirándonos. De repente me acordé de mi madre. ¡Dios mío! ¿Y si mi madre le viera aquí en mi dormitorio? Me mataría.

Me aclaré la garganta. “Alex, por favor, tienes que marcharte”, dije nerviosa mientras me mordía el labio. Él dio un paso adelante y me tocó la mano, “déjame que me quede un rato”, me pidió. Suspiré y abrí los labios para murmurar algo pero puso el dedo índice sobre mis labios. “Shhh, no lo estropees”, susurró. Mi corazón comenzó a latir a toda prisa cuando sentí sus dedos sobre los labios. Entonces inclinó la cabeza hacia abajo para llegar a mi altura. Pestañeé al sentir su pesada respiración sobre los labios. Pude ver la pasión de sus ojos al rozar suavemente sus labios contra los míos. Agarré su mano y entrelazamos los dedos. Sentí cómo todo mi cuerpo temblaba con su dulce caricia; no podía creer que estuviera teniendo mi primer beso. Dejé de sentir mi cuerpo. Ni si quiera podía besarle.

Tras aquel leve contacto, rompió el beso y se giró. “Tienes razón, debería marcharme”, intentó caminar hacia la ventana pero no le había soltado la mano. “Lisa, mi mano”, señaló. Sólo pensar en él alejándose de mi me ponía el corazón pesado y se me empañaron los ojos de lágrimas “¡No! No puedes alejarte de mi”, dije casi gritando. Sonrió ligeramente y me acarició la mejilla. “¿Cómo voy a alejarme de ti? Desde que te vi, y que te conocí, siempre has estado en mi cabeza y en mi corazón”, dijo suavemente. “¿Entonces?” pregunté. Él sonrió y se pasó la mano por el pelo. “No soy bueno con estos asuntos delicados del corazón”. Era tan sincero, tan inocente... Sonreí levemente y le abracé fuerte. No era mi necesidad, sino la de mi corazón palpitante.

Me tomó entre sus brazos. “Lisa, eres muy especial para mi y no puedo estar lejos de ti”, me susurró al oído. “Entonces no te alejes”, dije mirándole a los ojos. De nuevo me acarició la cara. No podía aguantarme. Me puse de puntillas y le besé. Él me agarró de la cintura e hizo el beso más profundo. Pronto los gestos delicados pararon y empujó la lengua dentro de mi boca. Pasó la lengua en círculo alrededor de mi boca; la sensación fue tan increíble que empecé a gemir. Llevé las manos hasta su pelo, que acariciaba con impaciencia.

Él sintió que me estaba quedando sin aire así que paró el beso. Ambos suspiramos mirándonos a los ojos; aquel beso ardiente había sido mágico. Se acercó a mi y sin ni quiera advertirme, me empujó sobre la cama. Estaba sorprendida y sentí tanta vergüenza que escondí la cara en una almohada. Él se subió a la cama y me quitó la almohada de la cara. Le miré tímidamente y pude ver su torso desnudo. Estaba encima de mi y sentí su erección contra mi estómago. ¡Dios! Era demasiado guapo. Mis manos se negaron a seguir las órdenes de mi cerebro y alargué los brazos para tocar aquel pecho perfecto. Con los dedos empecé a dibujar sus pezones. Me miró con sonrisa seductora y hundió la cara en mi cuello. “Lisa, me gustas mucho. ¿Y yo a ti?”, preguntó. Yo susurré: “Me gustas muchísimo”.

Las manos le temblaban cuando me quitó el top y los pantalones. Esta era mi primera vez y no la suya, ¿por qué estaba tan tembloroso? Me hizo tumbarme sobre la almohada y luego él se posó sobre mi. Hundí las uñas en su espalda y aquello le hizo retorcerse un poco. Entonces se lamió los labios, con unos ojos que gritaban pasión al besarme la frente, la nariz, las mejillas, para después dibujar un camino de besos desde mi cuello hasta el pecho. Mi corazón estaba desbocado. Sus besos estaban haciendo que me pusiera muy caliente. Le necesitaba dentro de mi en aquel mismo momento.

Alex me chupó y me mordisqueó los pechos. Era increíble; nadie me había tocado así. Cada caricia suya era como si la electricidad me atravesara el cuerpo. No podía aguantarlo más. ¡Quería sentir su polla dura dentro de mi! Entonces se levantó y sentí cómo me tocaba el coño con los dedos, haciendo que el calor me subiera hasta las mejillas. Después colocó la punta de su polla en la entrada de mi vagina. De nuevo, me preguntó si estaba bien. Asentí y empujó lentamente su polla dura dentro de mi. La sensación que provocaba tenerla dentro de mi hizo que mi coño temblara, sintiendo que los dos juntos creábamos algo completo.

Empezó moviéndose lentamente hacia dentro y hacia fuera de mi coño húmedo. Tras un par de minutos empezó a empujar más fuerte y más rápido. Mi cuerpo temblaba sintiendo cómo llegaban los orgasmos uno tras otro.

Empujó dos dedos dentro de mi coño húmedo. Los metía con delicadeza al mismo ritmo. Entonces sentí que curvaba los dedos hacia arriba y empecé a notar una inmensa presión que se estaba formando dentro de mi. Alex empezó suavemente pero cuanto más gemía yo, más fuerte lo hacía. Perdí el control y me derramé sobre su mano. ¡Era la mejor sensación del mundo!

Ni siquiera me di cuenta cuando me estaba quedando dormida en sus brazos fuertes y protectores. Ahora era mío.

* * *

A la mañana siguiente me desperté con un suspiro profundo. Miré a mi alrededor pero ya se había marchado y me quedé triste. Me di cuenta de que estaba desnuda, y sonrojándome, envolví la sábana alrededor de mi cuerpo y fui al baño a tomar una ducha caliente. Pensé en llamarle después de salir de la ducha.

Han pasado tres semanas y aún no ha habido señales de Alex. Su casa está cerrada y su número de teléfono sigue apareciendo como no disponible.

Ni siquiera se molestaba en contestar a mis mensajes. Empezaba a pensar ciertas cosas. ¿Y si yo sólo era un rollo de una noche para él? Los ojos se me humedecieron al pensar que sólo había sido su juguete.

Perdí todas las esperanzas. Me había abandonado.

Me deprimí, y mis amigos y familia notaron el cambio pero yo no les conté nada. Papá pensaba que estaba triste porque echaba de menos Nueva York, así que me llevó allí el fin de semana. Me sentí un poco mejor al ver a mis viejos amigos. Hablamos y aquella noche mi madre no me detuvo al irme al bar.

Mis amigos y yo fuimos al bar y bebimos unas copas, pero el vacío de mi corazón seguía intacto.

Me obligaron a bailar y había empezado a moverme un poco cuanto mis ojos se detuvieron en la esquina. Estaba segura de haber visto a Alex. Pagó la cuenta y salió fuera. Yo le seguí.

“Vaya, hola, señor mentiroso”, chillé a su espalda en cuanto llegamos a la calle. Él se giró. “¡Lisa! ¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó. Suspiré y me acerqué a él. “No te preocupes, no voy a rogarte que vuelvas a mi vida. Sólo quiero algunas respuestas. ¿Por qué jugaste con mis sentimientos? ¿Por qué actuaste de forma tan sincera e inocente? ¿Por qué me hiciste sentir libre como un pájaro?”, le agarré de la chaqueta y rompí a llorar.

Él me rodeó con sus brazos. “No fingí nada. Tuve que alejarme de ti porque no te convengo”, dijo suspirando.

Le miré con los ojos inundados de lágrimas. “Eres lo mejor que me ha pasado nunca”.

Me acarició la cara, y me enjugó las lágrimas. “Tu madre me pidió que me alejara; me había visto cuando estaba saliendo de tu casa. Dijo que un chico malo como yo podría arruinarte la vida”. Bajó la mirada.

“¡Guau! ¿Y tú simplemente lo hiciste? ¿Ni siquiera pensaste en lo que me pasaría a mi? ¿No pensaste en mis sentimientos?”, grité.

Él se quedó en silencio.

Tragó en seco. “Lisa... Tú me importas. Estoy unida a ti como a ninguna otra cosa. No soy bueno tomando decisiones, simplemente pensé que te merecías algo mejor. Pero... me duele estar alejado de ti”, dijo mientras me miraba intensamente. Tenía los ojos humedecidos.

“Entonces no te alejes de mi. Estoy segura de que mis padres entenderán que nuestros sentimientos son verdaderos.” Sonreí levemente.

Se inclinó y colocó su frente apoyada contra la mía. “Lisa, quiero que este momento dure para siempre. Quiero que estés conmigo todo el tiempo”, dijo con ojos sinceros y abrazándose a mi cintura. Apoyé la cabeza sobre su pecho y susurré cerrando los ojos, “yo también”.

FIN

 

Gracias por leer!