La Secreteria del Sr. Carter
Jessica Lord
“Necesito hablar con Tyler. Pásame con él, por favor.”
Puse los ojos en blanco al escuchar la desesperación en la voz de la mujer al otro lado de la línea. Podía imaginarme su aspecto. No era difícil: Tyler tenía un tipo de mujer.
Rubia. Alta con espectaculares piernas delgadas y torneadas que siempre conseguía enseñar con una falda que era demasiado corta o que tenía una insinuante abertura lateral. Tenía esas curvas casi masculinas que últimamente parecían gustarles a todos los hombres. Maquillaje perfecto sobre unos perfectos labios finos y unos perfectos pómulos altos. Y probablemente me llamaba desde un teléfono móvil que costaba más que mi sueldo mensual.
Era frustrante que aquello perjudicara siempre mi estado de ánimo como una nube personal que me seguía a todas partes durante el resto del día. No estaba segura de qué me molestaba más: si que estas mujeres aparentemente independientes permitieran que un hombre les sacara de quicio con tanta rapidez, o que todas ellas tuvieran todo aquello que yo nunca tendría.
Ni siquiera quería este trabajo. Pero ir a universidad con una beca que apenas cubría la mitad de la matrícula no era barato. Además de la matrícula, necesitaba libros y tenía gastos de laboratorio, de aparcamiento, de los apuntes de las clases, y necesitaba muy desesperadamente un nuevo portátil. El mío se sobrecalentaba cada maldita vez que lo encendía, apagándose siempre en los peores momentos. La semana anterior tenía que entregar un trabajo y mi ordenador se estropeó justo cuando estaba terminándolo y, cómo no, la función de guardado automático se saltó las últimas cuatro páginas, de modo que tuve que pasarme toda la clase reescribiéndolas y me perdí información para la prueba que hicimos al día siguiente. Si no conseguía un ordenador nuevo pronto, iba a suspender la mitad de mis clases y todo este trabajo, todo este dinero, sería para nada.
Además de esto, tenía otros gastos. Mis padres no podían ayudarme. Mi hermano pequeño, Sam, tiene un problema metabólico que necesita de un tratamiento médico especial, así que mis padres también están bastante justos de dinero la mayor parte del tiempo. Me encantaba el trabajo que tenía. Trabajaba en una pastelería decorando cupcakes. Era la actividad más artística que había hecho nunca, y era buena en ello. Pero corrían malos tiempos para todo el mundo y tuvieron que despedirme porque ya no podían permitirse pagar mi sueldo. Y, al encontrarme ya en la sexta semana del nuevo semestre, la mayoría de los trabajos para los que estaba cualificada habían sido ocupados por otros estudiantes universitarios en las mismas circunstancias que yo.
Y entonces oí lo de la oferta de empleo aquí.
En realidad se trataba de un empleo bastante codiciado. Había docenas de chicas en la sala de espera, todas vestidas como si estuvieran presentándose a un casting de modelos en lugar de a un puesto de trabajo de secretariado. Supongo que pensarían que iba a entrevistarlas el mismo Tyler Carter. Pero en realidad fue la directora de su oficina, Jana Collins, quien hizo las entrevistas. Yo no pensé que tuviera posibilidad alguna y, de hecho, estaba en otra entrevista cuando recibí la llamada. Estaba bastante emocionada. El trabajo tenía un buen sueldo y estaban dispuestos a organizar mi horario en función de mis clases. Pero en aquel momento no tenía ni idea de que el noventa por ciento del trabajo sería proteger el establo de Tyler de sus rollos de una noche.
“Lo siento, señora,” dije lo más educadamente que pude, “pero el señor Carter se encuentra en una reunión.”
“¡Y una mierda! Sé que sólo estás evitando pasarme con él. Esta es la cuarta vez que llamo-”
“Discúlpeme, señora,” dije, conteniendo un suspiro. “Pero le aseguro que ha recibido todos sus mensajes.”
En realidad, dudo que alguna vez viera sus mensajes. De hecho, posiblemente no viera nunca ninguno de los mensajes de esas mujeres. Mis instrucciones eran pasárselos a Jana y pude verla, en más de una ocasión, tirarlos a la papelera.
Colgué antes de que pudiera decir algo más. Intentaba razonar con ellas, u ofrecerles consolación, pero en seguida supe que no querían consuelo de la secretaria rellenita que estaba sentada día y noche fuera de la oficina de Tyler. Porque ellas lo sabían. Lo admitieran o no, todas ellas sabían que Tyler Carter era un seductor nato que usaba y desechaba a las mujeres como la mayoría de los hombres se deshacen de su ropa interior cada noche. Y le permitían que se saliera con la suya porque era millonario y encantador e increíblemente atractivo.
La primera vez que lo vi, estaba tan agradecida de estar sentada que a punto estuve de besar la piel sintética de mi asiento cuando se marchó. Pasó como una exhalación junto a mi escritorio como si yo ni siquiera estuviera allí, lo que probablemente se debía a que ni se acordaba de mi hasta que no me necesitaba, vestido con un traje italiano que le sentaba tan bien que tenía que haber sido hecho a medida para él. Tenía muslos gruesos y caderas estrechas, un abdomen increíblemente duro y unos pectorales tan bien definidos que ni siquiera el lino de sus camisas podía ocultar aquellas formas perfectas. Los músculos de los brazos se le marcaban incluso cuando lo único que hacía era tomar mensajes de mis manos. Tenía el pelo oscuro con mechas rubias que, a pesar de llevar traje, le daban una cierta apariencia de chico surfista, y unos ojos azules que parecían brillar (no sólo metafóricamente, sino que brillaban de verdad) cuando se reía. Y una mandíbula ancha que parecía pedir a gritos las caricias de los dedos delicados de una mujer.
No he visto nunca a un hombre tan guapo. Y no creo que vuelva a ver a otro como él.
A veces me pregunto cómo sería si se fijara en mí alguna vez. Cuando empecé a trabajar aquí tenía fantasías bastante intensas con él; me pasaba días imaginando cómo sería besar aquellos labios gruesos y perfectos. Pero ahora, tres meses después, he escuchado demasiadas cosas sobre él en llamadas telefónicas y en cotilleos de la oficina. Es como descubrir que la estrella de cine con la que estás obsesionada se casa, o que en realidad es un drogadicto. El brillo de su imagen pierde intensidad.
Me giré de nuevo hacia el ordenador para terminar de redactar la carta en la que estaba trabajando cuando me interrumpió la llamada. Un segundo después, la puerta de Tyler se abrió de golpe y salió con Jana.
“Me había olvidado completamente del asunto de esta noche,” estaba diciendo en esa voz tan profunda, tan masculina, que mis muslos aún se estremecían cada vez que la oía. “No tengo acompañante.”
Jana soltó una carcajada. “Estoy segura de que puedes arreglarlo rápidamente.”
Él también se rió, haciendo que algo en mi pecho se retorciera casi dolorosamente. Esta era la razón por la que siempre estaba repeliendo mujeres: pensaba que eran reemplazables. Como si una fuera igual que la siguiente. Como si ninguna de ellas tuviera sentimientos y como si la indiferencia que demostraba hacia sus emociones no significara nada. Ojalá pudiera escuchar la desesperación que escuchaba yo en sus voces.
“¿Quién no querría ir conmigo a una cena de miles de dólares el cubierto?” preguntó, sin esperar respuesta. “¿Y si vienes tú?”
Ni siquiera levanté la mirada. Asumí que estaba hablando con Jana o con alguna de las muchas trabajadoras de la oficina que siempre estaban pasando junto a mi escritorio en un patético intento de verlo y de que se fijara en ellas. Pero entonces golpeó la esquina de mi mesa con los nudillos y dijo, “Oye, April. ¿Estás ocupada esta noche?”
Levanté la mirada y sentí como si hubiera girado la cara hacia el sol. Eso era tener la total atención de Tyler, como mirar al sol en una preciosa tarde de verano.
“¿Yo?”
Sonrió y un hoyuelo apareció en lo bajo de su mejilla derecha. “Sí, tú. Te recogeré a las ocho. Ponte un vestido oscuro que vaya con mi esmoquin.” Se giró y prosiguió hablando mientras avanzaba por el pasillo. “¿Tenemos su dirección, verdad?”, le preguntó a Jana.
“Supongo que sí.”
La cabeza me daba vueltas. No podía creer que Tyler me acabara de invitar a salir.
¡Espera! ¡¡Tyler Carter me acaba de invitar a salir!!
“Um, señor Carter,” dije, poniéndome de pie antes incluso de que me diera cuenta de que me había retirado del escritorio. “No creo que vaya a poder acompañarle esta noche.”
No podía creer que esas palabras hubieran salido de mis labios. Pero ahí estaban, cayendo como piedras entre nosotros. Se paró en seco, luego se giró, y subió las cejas casi de forma cómica mientas me observaba.
“¿Discúlpame?”
Me mordí el labio, casi tan sorprendida como él por mis palabras. Pero, a pesar de la inestabilidad en mis rodillas que amenazaba con hacerme caer al suelo, supe que tenía que mantenerme en mis trece. No iba a ser una de esas mujeres patéticas de las que él se deshacía cada noche. Y, lo que era más importante, no podía permitirme perder este trabajo. Si salía con él y las cosas no salían bien, no podría seguir trabajando aquí. Pero si renunciaba a mi trabajo tendría que recoger mis cosas y marcharme a casa, porque no habría forma alguna de que pudiera encontrar otro trabajo en el que me pagaran tanto como en este. Especialmente a estas alturas del semestre.
Tyler volvió sobre sus pasos y se detuvo frente a mi mesa, mirándome de verdad, intensamente, probablemente por primera vez desde que había empezado a trabajar aquí.
“¿Estás rechazando una cita conmigo?”
Asentí, dejando caer los ojos encima de mi mesa. “Tengo un examen mañana y tengo que estudiar,” dije, lo cual era, en cierto modo, verdad. Tenía un examen al día siguiente, pero ya había estudiado, así que en realidad iba a tomarme la noche libre y a disfrutar de un baño caliente. Pero él no tenía por qué saberlo.
Giró la cabeza ligeramente, recorriéndome lentamente con los ojos. De repente me sentí desaliñada con mi simple camisa blanca y falda negra. Mis manos se movieron automáticamente para alisar arrugas, pero entonces me di cuenta de que sólo estaba ajustando más el tejido contra mis generosas curvas, probablemente marcando michelines que sus citas normales estarían horrorizadas de encontrar en sus propios cuerpos. Tuve que obligarme a alejar las manos de mi cuerpo, dejándolas caer a los lados y luego cruzándolas sobre mi pecho mientras él seguía mirándome fijamente.
“Nunca antes alguien había rechazado una cita conmigo,” dijo, con un ligero tono de sorpresa en la voz.
Jana se le acercó por detrás. “Deberíamos irnos. El cliente está esperando.”
Asintió, pero sus ojos permanecieron sobre los míos. Me sonrojé, y levanté la mano para quitarme de la mejilla unos mechones de largo cabello negro. Siguió el movimiento con los ojos y luego hizo algo parecido a asentir, ese tipo de gesto que los hombres hacen cuando están rechazando algo que, en primer lugar, no tenía ninguna importancia para ellos.
Se giró de nuevo y comenzó a hablar algo acerca de colocación de productos con Jana. Pero justo antes de que doblaran la esquina al final del pasillo, me lanzó una mirada de nuevo. Y había algo en la expresión de su cara que me hizo preguntarme si habría perdido ya mi trabajo de todas formas.
¿En qué demonios estaba pensando?
* * *
Estaba muy nerviosa al ir al trabajo al día siguiente. Tan nerviosa, de hecho, que no podía pensar en otra cosa mientras estaba en clase durante la mañana. Podía incluso haber suspendido el examen del que estaba tan segura antes de que Tyler me hubiera pedido salir. Y no conseguía acordarme de si el trabajo que habían marcado en clase de historia era para la próxima semana o para la siguiente.
Eso era lo que Tyler hacía a las mujeres. Hacía que se comportaran como estúpidas. Y yo que me había asegurado a mi misma que no me haría eso a mi. Pero supongo que era inevitable.
Estaba convencida de que llegaría a mi mesa y descubriría que me habían despedido. Nadie dice que no a Tyler Carter. El hecho de que yo lo hubiera hecho, no podía ser bueno. Pero cuando giré la esquina para llegar a mi puesto, todo estaba exactamente como lo había dejado. Salvo por una excepción. Había un enorme ramo de rosas en la esquina de mi mesa.
Me acerqué, preguntándome si mi finiquito estaría colgando de algún lugar del ramo. En su lugar, encontré una sencilla tarjeta con la frase "Pensando en ti" impresa. En el interior estaban garabateadas las letras TC.
Tyler Carter.
No sabía qué pensar de aquello. ¿Por qué iba Tyler a enviarme flores? Hasta anoche, nunca se había molestado en mirarme siquiera. Y ahora... ¿me enviaba flores?
No conseguía encontrarle el sentido. Le hubiera preguntado a él, pero pasó todo el día fuera de la oficina.
Pero, por supuesto, sus amantes despreciadas estaban incluidas en el horario. Tres llamaron antes de mi pausa de la tarde y otra me llamó justo antes de que desviara las llamadas al contestador. Las reconocí a todas. A dos las había llevado a una cita la semana pasada. Una era la chica del día anterior. Y la última era una mujer particularmente persistente que había estado llamando todos los días durante tres semanas. Normalmente habría habido una nueva de la noche anterior, pero hoy no. Me pregunté brevemente por qué habría sido, y decidí que en realidad no me importaba. Ya había pasado demasiado tiempo pensando en Tyler Carter. No tenía necesidad de hacerlo también en mi tiempo personal.
Llevar un ramo de rosas enorme en un autobús urbano es todo un reto, pero de alguna forma conseguí arreglármelas. Pero dentro de su jarrón de cristal el ramo era un poco alto, así que no podía ver muy bien subiendo las escaleras de mi apartamento. Y luego me tropecé con el último escalón, derramándome el agua sobre la blusa cuando me caí hacia delante. Si no hubiera sido por unas manos fuertes y hábiles que me agarraron de los brazos, habría acabado en urgencias con cristales clavados por el cuerpo.
“Gracias,” murmuré, asumiendo que mi héroe sería alguno de mis muchos vecinos escandalosos, sinvergüenzas y fiesteros.
“No hay problema,” respondió una voz familiar.
Una voz demasiado familiar.
“¿Tyler?”
Tomó el ramo de mis manos y me sonrió por encima de los aromáticos pétalos.
“Quería hablar contigo, y como he estado todo el día fuera de la oficina, pensé que podía pasarme y llevarte a cenar.”
“¿De qué quería hablar conmigo?” pregunté, pensando: Ya está. Estoy despedida.
“De nada importante. Sólo quería conocerte un poco mejor.”
No voy a mentir. Un pequeño temblor de emoción me recorrió toda la columna con aquellas palabras. Pero entonces mi lado lógico volvió y me recordó todas las llamadas telefónicas que había estado recibiendo de sus amantes descartadas desde que empecé a trabajar con él. ¿Valía la pena convertirse en una de ellas por una noche de diversión? No demasiado.
Me apresuré a esquivarle y a acercarme a la puerta de mi apartamento mientras buscaba las llaves en el bolso. “Estoy un poco ocupada esta noche,” dije girando la cabeza por encima de mi hombro. “Tengo que hacer un trabajo para la clase de historia.”
“La universidad te ocupa un montón de tiempo,” dijo, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo junto a mi. O quizás era que sólo era muy consciente de su presencia. Tengo que admitirlo, la colonia que llevaba olía muy, muy bien. Era como virutas de madera especiadas. Por qué iba a resultar esto sensual, no lo sé, pero lo era. Increíblemente sensual.
Le miré, con el corazón latiendo al encontrarse nuestras miradas.
“Espero graduarme dentro de algunos meses. Así que, sí, me consume bastante tiempo.”
“Podemos quedarnos en casa,” ofreció, con un gesto sugerente en los labios. “Podría encargar comida china, o pizza.”
La idea de tener a Tyler Carter comiendo pizza en mi minúsculo apartamento era casi más de lo que podía soportar. Sentí cómo las rodillas se me aflojaron y mi estómago daba un extraño vuelco. Tenía que mirar a otro lado (gracias a Dios, ¡abrir una puerta requiere de concentración!) o de lo contrario habría podido ver a través de mi, ver lo sola que había estado en aquellos últimos meses, ver lo desesperadamente que quería su atención. Y aquello habría sido terrorífico. Lo último que quería era ser una especie de broma para un mujeriego rico que probablemente no se pensaría dos veces el aplastar con su zapato a alguien como yo.
De alguna forma, y a pesar de mis dedos temblorosos, me las arreglé para abrir la puerta. Entré y me giré inmediatamente, bloqueando cualquier intento que pudiera hacer de entrar. Y esa había sido claramente su intención. Su pie, en su perfecto mocasín italiano, estaba atrapado entre los míos.
“De verdad, tengo que ponerme a estudiar,” dije suavemente.
Observó mi cara durante un largo segundo, con un baile de emociones pasando por sus expresivos ojos. Creo que no había visto nunca una expresión de confusión tan obvia en la cara de un hombre. Tomé las rosas de sus manos las coloqué en un aparador junto a la puerta, y empecé a cerrar la puerta. Él la bloqueó con el cuerpo, inclinándose hacia la puerta hasta que estuvimos suficientemente cerca como para besarnos.
“Me gustaría mucho salir contigo alguna vez, April.”
“¿Por qué?”
Levantó las cejas. “¿Cómo que por qué?”
Me encogí de hombros incluso cuando comenzaba a colocarme la ropa con las manos. “No soy su tipo.”
La diversión en sus ojos los hacía brillar, y los labios se le curvaron en aquella preciosa sonrisa, la cual era probablemente la razón por la que no sólo era un mujeriego con éxito, sino también un hombre de negocios de inmenso éxito.
“No sabía que tuviera un tipo.”
“Alta, rubia, curvas masculinas. Básicamente todas me parecen iguales.”
“¿Quiénes?”
“Las mujeres que vienen a verle a la oficina. Las que llaman todos los días.”
La diversión desapareció. Inclinó la cabeza ligeramente al apoyar un dedo en mi barbilla, levantando mi cara para verla mejor.
“Contestas a las llamadas de mis…” Dudó, como si no estuviera seguro de cómo llamarlas. Entonces pareció decidir no ponerles nombre. “No me había dado cuenta.”
Me encogí de hombros. “Es parte del trabajo.”
“No debería serlo.”
Me encogí de hombros otra vez. No sabía qué contestar a eso.
Dio un paso atrás con las manos en alto, como si quisiera enseñarme que estaba rindiéndose. “¿Puedo preguntarte sólo una cosa?”
Parecía tan sincero que no pude hacer otra cosa que aceptar.
“¿Por qué me rechazaste en realidad?”
Me mordí el labio, y mi mente volvió a todo aquel episodio, la forma increíble en la que me había pedido que fuera a cenar con él, la aparente sorpresa en cada una de sus expresiones, en todos sus movimientos. La misma sensación de estupefacción que se había apoderado de mi con sólo un toque de menos intensidad.
“Pensé que estaba de broma.”
Observó mi cara durante un largo momento. Entonces dejó caer la cabeza, posando los ojos en el suelo.
“Debes pensar que soy un completo imbécil,” dijo. “Pero voy a demostrarte que no lo soy.”
Y entonces se marchó. Simplemente se fue. Nada de discutir ni de flirtear. Simplemente se marchó.
No tenía ni idea de qué pensar de aquello.
* * *
“Creo que no vamos a poder ir a tu graduación, April,” me estaba diciendo mi madre a una distancia de miles de kilómetros.
Me acerqué el teléfono al oído, mirando hacia atrás para asegurarme de que ni Tyler ni Jana aparecieran por sorpresa. Por lo general no contesto a llamadas personas en el trabajo, pero mi madre me había llamado tres veces en los últimos dos días y no había tenido la oportunidad de devolverle la llamada. Y temía que a mi hermano le estuviera pasando algo que yo tuviera que saber.
“No pasa nada, mamá,” dije, sin poder ocultar la decepción en mi voz.
“Es que han recetado a Sam una nueva medicación y el seguro se niega a pagarla. Llevamos semanas discutiendo con ellos. Mientras tanto, tenemos que pagarla de nuestro bolsillo y estas cosas son súper caras.”
“Lo sé, mamá. La salud de Sam es lo primero.”
“Me siento muy mal porque eres el primer miembro de nuestra familia que se gradúa de la universidad.”
“Lo sé. Pero escucha, pediré a alguien que me saque un montón de fotos y las llevaré para enseñároslas cuando vaya a casa ese verano.”
“Lo siento, April. Estamos muy orgullosos de ti.”
“Lo sé.”
Aquello agravó aún más el nudo de lágrimas que tenía en el fondo de la garganta. Corté la llamada y me giré para encontrar a Tyler de pie frente a mi escritorio, observándome.
Me froté los ojos, tratando de ocultar mi cara detrás de una cortina de cabello mientras fingía estar ocupada con una montaña de papeleo que esperaba mi atención en el escritorio.
“¿Malas noticias?” preguntó.
Sacudí la cabeza. “¿Necesitaba algo?”
Podía sentir sus ojos sobre mi. Me senté un poco más recta y me retiré el cabello de la cara, girándome hacia el ordenador como si tuviera tanto trabajo que hacer no podía siquiera hacer caso al jefe.
“Sólo quería comprobar lo de las llamadas. ¿Ya han parado?”
Miré hacia arriba, un poco sorprendida de que me hubiera escuchado, y ya ni hablar de que recordara tanto tiempo como para comprobarlo dos días después. Y lo cierto era que las llamadas se habían reducido hasta desaparecer durante los últimos días.
“Sí.”
“Bien.” Se crujió los nudillos sobre mi escritorio y se giró. Pero entonces dudó, girándose rápidamente. “¿Te apetece ir a cenar esta noche? Podríamos ir a ese sitio nuevo francés en el centro.”
No podía creer que me estuviera pidiendo salir de nuevo. Levanté la mirada, preguntándome qué era lo que hacía que estuviera tan decidido a invitarme a salir. Tenía que ser aquella mentalidad de "quiero lo que no puedo tener" que tenían tantos hombres como él.
“No puedo. Ya tengo planes.”
Inclinó la cabeza ligeramente. “Valía la pena intentarlo.”
En realidad sonreí al verle marcharse. Era como un niño en una tienda de golosinas sin un centavo en los bolsillos: podía mirar, pero no tocar.
Me marché del trabajo una hora más tarde, intentando recordar cuánto dinero quedaba en mi cuenta bancaria. Aún quedaba una semana para que me pagaran, pero mi cocina estaba prácticamente vacía. Mi amiga Kylie me había invitado a cenar, pero tenía un trabajo que entregar al día siguiente que aún no había empezado. Si iba a casa de Kylie, probablemente acabaría tan metida en la conversación que no me quedaría tiempo para trabajar. Y no podía pasarme la noche despierta trabajando otra vez, puesto que al día siguiente tenía tres clases y después debía ir a trabajar.
Era deprimente ser tan pobre que tenía que irme a casa y comer un poco de mantequilla de cacahuete con galletas saladas, que era prácticamente lo que quedaba en mi cocina. Pero no importaba lo duro que fuera para mi, no era nada comparado con la lucha que mis padres atravesaban intentando mantener la salud de Sam.
Estaba cerca de la parada del autobús cuando un coche se detuvo a mi lado.
“Al menos déjame que te lleve a casa. Puedo acercarte mucho más rápido que ese enorme y apestoso autobús.”
Casi solté una carcajada cuando miré a mi lado y vi a Tyler asomado al asiento del copiloto para hablar conmigo. Parecía tan honesto. ¿Cómo se supone que iba a resistirme a eso?
“¿Directos a casa?”
“Por supuesto,” dijo, empujando la puerta del copiloto para abrirla.
Eché un vistazo calle abajo. El autobús ya había llegado, los pasajeros se habían subido, y estaba arrancando envuelto en una nube de gases oscuros. Aquello significaba que habría tenido que esperar otra media hora por el siguiente autobús. Y de verdad necesitaba empezar el trabajo de literatura.
Me subí al coche, ignorando su sonrisa de satisfacción mientras mi cuerpo se hundía en el suave cuero de los asientos. Nunca había estado dentro de un coche de lujo. Era un Mercedes... algo. No soy buena con los coches, pero reconocí el símbolo de Mercedes. Era impresionante, pero esto venía de una chica que había aprendido a conducir en una furgoneta Dodge pickup de 1972.
Tyler maniobró el coche para incorporarse al tráfico con manos fuertes y seguras agarradas sobre el volante. No podía quitarle los ojos de las manos, mientras la mente me llevaba a lugares a los que no debía ir. Lo que aquellas manos podrían hacer en mi cuerpo... Me senté un poco más recta, obligándome a mirar fijamente los parabrisas.
“Estás estudiando literatura, ¿verdad?”
Me llevó un minuto entender lo que estaba preguntando. Entonces asentí, forzándome a aclararme la voz antes de poder hablar.
“Me especializo en literatura, pero también estudio historia.”
“¿Qué tienes pensado hacer después de graduarte?”
Esa era una buena pregunta. Originalmente tenía intención de continuar hasta obtener un máster y luego un doctorado. Pero mi economía no estaba cooperando. También había pensado en conseguir un trabajo de escritora autónoma, pero el mercado estaba muy lleno en aquel momento así que alguien sin referencias de publicación probablemente no conseguiría mucho trabajo.
“No estoy segura ahora mismo.”
“¿Cuál era tu plan cuando empezaste a estudiar?”
Me aparté un mechón de cabello de la cara. “Dar clases en la universidad.”
“Eso es impresionante.”
Intenté encoger los hombros para no darle importancia, pero no estoy segura de que me saliera así.
Estuvo callado durante un minuto, deslizando las manos cuidadosamente sobre el volante. No podía evitar observarlas, y mis ojos volvían atraídos a pesar de mi decisión de no mirar. Y luego mi mirada se posó sobre sus poderosos muslos, su estómago plano, y los músculos que parecían querer romperle la camisa como Hulk cada vez que se enfadaba.
Quería tocarlo. Quería acariciarlo con tal deseo que hasta las palmas de las manos me picaban. Junté las manos en mi regazo en un intento de mantenerlas bajo control. A veces parece que las manos tienen vida propia y no quería que las mías me metieran en problemas. Lo último que necesitaba ahora mismo era el tipo de problemas que vendrían de dejar claro a Tyler Carter lo mucho que le deseaba.
Detuvo el coche en un semáforo, y durante un momento estuvo girando las manos sobre el volante.
“Eres de Oregón, ¿verdad?”
Asentí. “Este de Portland.”
“Tiene que haber sido un cambio importante, mudarse desde allí hasta aquí.”
Pensé en la primera vez que salí del aeropuerto, en el intenso calor del aire de finales de verano y en la desnudez del paisaje. No había un sólo árbol en kilómetros y el terreno era muy plano. Recuerdo pensar que echaría mucho de menos mi hogar cada vez que mirara por la ventana, pero en realidad no había sido así. Dallas era una gran ciudad con sus propias ventajas y desventajas, una enorme cantidad de cosas buenas que yo adoraba y algunos inconvenientes con los que podía vivir. Pero no era tan diferente de mi hogar.
“Pensé que querría volver a mudarme a Portland cuando me graduara, pero si consigo encontrar trabajo aquí, creo que no me importaría quedarme.”
“Yo crecí en esta zona” dijo Tyler, volviendo a incorporarse al tráfico en cuanto el semáforo cambió. “Al norte de esta zona, en realidad. He viajado mucho. Pero creo que si tuviera que elegir, me quedaría aquí.”
“¿Has estado alguna vez en Portland?”
“Varias veces. Estamos estudiando comprar un negocio allí, una pequeña empresa de muebles que ha estado recibiendo más pedidos de los que puede encargarse. De hecho, estoy planeando viajar allí la próxima semana.”
“¿De verdad? El mundo es un pañuelo.”
“Sí, eso estaba pensando.”
Me miró de nuevo, pero no supe qué más podía decir.
Se apartó de la carretera unos minutos después al acercarnos al edificio de mi apartamento. Estaba intentando averiguar cómo darle las gracias sin parecer demasiado desagradecida cuando salió del coche y vino dando la vuelta, abriéndome la puerta antes incluso de que yo tuviera oportunidad de hacerlo. Me tendió una mano y me ayudó a salir.
“Déjame que te acompañe hasta la puerta.”
“No tienes que hacerlo.”
“Lo sé.”
Deslizó sus dedos entre los míos y me llevó por el camino hacia las escaleras. Le seguí, decidiendo que no existía forma de discutir con él. Pero era muy consciente de lo que él estaba viendo, de los escalones de cemento rotos que llevaban hasta mi puerta y de la rotura en la única ventana en la parte frontal de mi apartamento y del olor que provenía de otros de los apartamentos, particularmente del de los universitarios que vivían a dos puertas del mío. Esta exposición tan realista de mi ausencia de estabilidad económica era vergonzosa. Una parte de mi sólo quería que volviera a meterse en su coche y que desapareciera. Pero esa otra parte de mi, la que no podía parar de pensar en el tacto de sus dedos entrelazados con los míos, no quería más que observar ese culo mientras iba subiendo las escaleras tan lentamente.
¡Era tan atractivo! Mi corazón latía, y mis pensamientos se escapaban a lugares a los que no debían. Quería acercarme a él desde detrás, recorrer su espalda con mis manos, acariciar sus hombros y su trasero y sus abdominales… Deseaba sentir su piel, su calor debajo de mis dedos. Quería sentir sus manos sobre mí, sentirlas contra mis pezones, sus dedos—
“Aquí estamos.”
Me sonrojé cuando se dio la vuelta y me sonrió. Y luego su sonrisa creció cuando descubrió el brillo de mi mirada, y vi como la suya demostraba que lo sabía. Me apretó hacia si, deslizando su mano libre sobre mi mejilla mientras dejaba la otra aún cruzada con la mía. Por un minuto pensé que iba a besarme y puede que fuera aquello precisamente lo que me devolvió a la realidad. Me giré, soltando mi mano de la suya para poder buscar las llaves en mi bolso.
“Gracias por traerme,” dije, con un hilo voz que no era más que un susurro.
“Cuando quieras.”
Encontré las llaves y conseguí abrir la puerta a pesar de que me temblaban los dedos como una hoja de otoño en medio de una tormenta de viento. Empujé la puerta para abrirla y estiré la mano para encender el interruptor de la luz. El corazón me dio un vuelco. Las luces no se encendieron. No había pagado la factura y esperaba que me dieran otro par de días pero... supongo que no habían esperado.
“¿Todo bien?” preguntó Tyler.
Y aquello fue como echar sal sobre una herida abierta. No sólo no tenía electricidad, sino que encima lo había descubierto frente a mi jefe mujeriego y mil millonario. ¿Podría ir algo peor?
“Sí,” dije, girándome en el quicio de la puerta para decirle adiós. “Gracias otra vez.”
Sus ojos se desplazaron detrás de mi hacia el apartamento oscuro y luego volvieron a mi cara. “¿Estás segura de que estás bien?”
“Sí, seguro. De verdad.”
“La oferta de llevarte a cenar aún sigue en pie,” dijo, con una sonrisa seductora que iluminaba sus perfectos ojos azules. “¿Estás segura de que aún tienes planes?”
“Sí, estoy segura.”
Di un paso atrás y empecé a cerrar la puerta, pero puso el brazo contra la puerta para que no pudiera cerrarla.
“¿Qué tengo que hacer para convencerte de que no soy un mal tipo?”
“Siento tener que decírtelo, pero no todo gira en torno a ti.” La frustración que había estado acumulando en mi interior durante todo el día surgió de repente. “Hay otras cosas en mi vida que requieren de mi atención. Tengo los exámenes finales en seis semanas, un trabajo que entregar mañana para mi clase de historia. Mi madre me acaba de llamar para anunciarme que no pueden venir a mi graduación, aún cuando soy la primera persona de mi familia que ha conseguido graduarse de la universidad, porque las facturas médicas de mi hermano son demasiado caras y no pueden permitirse pagar los billetes de avión. Y luego llego a casa y no tengo electricidad porque he pagado el alquiler en lugar de la factura de la luz.”
Las lágrimas me quemaban en los ojos para cuando había terminado de hablar. Y luego me horroricé al darme cuenta de que había vertido todos mis miedos y preocupaciones sobre la última persona en la tierra que querría que los supiera, y que era la que hacía que el estómago se me diera la vuelta. Cuando dio un paso atrás, con una cara ilegible, sólo hizo que la situación empeorara. Cerré la puerta y me tiré en el suelo, enterré la cara entre las manos y deseé que pudiera quedarme de aquella forma durante el resto de mi vida.
* * *
Tyler se marchó a Portland antes de que yo llegara al trabajo al día siguiente. Y se había marchado para casi una semana... gracias a Dios. Estaba tan avergonzada que me alegraba que no hubiera posibilidad de poder encontrármelo. No sabría qué decirle. ¿Qué le dices a alguien después de tener una crisis como la que yo había tenido? Quiero decir, Tyler era el director de una empresa de millones de dólares, el arquitecto de docenas de negocios lucrativos que sólo le hacían más rico con cada acuerdo. Nunca había hecho un mal negocio, al menos, no lo suficientemente malo como para manchar su reputación. ¿Qué iba a importarle que una estudiante universitaria no pudiera pagar sus facturas?
La electricidad había vuelto a la mañana siguiente, incluso antes de que consiguiera arreglar el pago. Pensé que quizás se trataba de un apagón en la zona. A veces pasaba. Y conseguí terminar el trabajo, así que las cosas parecían mejorar un poco. Tenía otro trabajo que redactar, y seis exámenes finales para los que empezar a estudiar, pero ya estaba bastante segura con tres de ellos, así eso tampoco estaba nada mal.
Era sólo la idea de ver de nuevo a Tyler. Jana había llamado la noche anterior y había dicho que volverían esta mañana, así que él estaría en la oficina para cuando llegara a mi hora. No estaba segura de si iba a poder mirarle a los ojos. Pero quizás las cosas podrían volver a ser como eran antes, cuando él apenas me miraba al pasar por delante de mi escritorio. Era más fácil fingir entonces que no me atraía, y mucho más sencillo creer que yo no era su tipo.
No sabía qué era peor, si la fantasía que nunca se haría realidad, o haber creído que podría encontrar atractiva a alguien como yo: una chica bajita, gordita y sosa.
Estaba dirigiéndome hacia la puerta, con el bolso en el hombro, dándome prisa para llegar a tiempo de mi primera clase de la mañana, cuando sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo, pensando que sería probablemente sólo alguien que llamaba por alguna factura o alguna otra persona con la que no tenía ganas de hablar. Pero era mi madre.
“Mamá, estoy a punto de salir. ¿Puedo llamarte—“
“¡April, no te vas a creer lo que ha pasado!” Escuché a mi mi madre gritar en mi oído a más de dos mil kilómetros de distancia. “¡Alguien ha pagado todas las facturas médicas de Sam!”
Me detuve en seco. “¿Qué?”
“Alguien ha pagado todas sus facturas pendientes y ha creado un fondo para pagar los gastos futuros. ¿Puedes creerlo? ¿Quién haría algo tan generoso? Quiero decir, teníamos una deuda de miles de dólares por esas facturas, ¡y ahora no tenemos que preocuparnos por ellas! No sólo eso, sino que ese fondo nos va a permitir conseguir la nueva medicación sin problemas. Íbamos a tener que dejar de dársela porque el seguro no quería pagarla, ¡y ya no tendremos que hacerlo! Y le está ayudando...”
Estaba hablando tan rápido que difícilmente podía seguir lo que me estaba diciendo. Pero luego empecé a entenderlo: alguien había pagado las facturas. Miles de dólares de las facturas médicas de Sam. Me senté pesada sobre el brazo del sofá, con el teléfono aún pegado a la oreja, y mi madre charlando felizmente.
“¿Y sabes lo que ha llegado al correo esta mañana? ¡Tres billetes de avión para Dallas! ¡Podemos ir a tu graduación! ¿Te lo puedes creer?”
“Es genial, mamá,” dije con tono aburrido.
No podía creer lo que había hecho. ¿De verdad pensaba que con ir lanzando su dinero por ahí iba a arreglarlo todo? ¿Pensaba que... en qué estaba pensando? ¿Había pensado en algún momento?
Tyler. Tenía que haber sido Tyler. ¿Quién si no podría haberlo hecho?
No se cómo terminó la llamada. Recuerdo muy poco de ella. Todo lo que puedo recordar es el enfado y la indignación que se acumulaban en mi pecho como una bomba a punto de explotar. Deslicé el teléfono dentro del bolsillo de mi pantalón y me dirigí hacia la puerta, de nuevo con el bolso colgando de un hombro, interpretando un diálogo en mi cabeza mientras me imaginaba todas las cosas que le diría a Tyler en cuanto volviera a verlo.
Imagina mi sorpresa cuando abrí la puerta y me lo encontré ahí.
Sonrió, aquella sonrisa pícara que él pensaba que era tan increíblemente encantadora. Quería arrancársela de la cara.
“¿Quién piensas que soy?” pregunté, sin poder controlar la voz. “¿Crees que soy una de tus acompañantes que puedes comprar y vender a tu gusto? ¿Crees que soy una apuesta en algún tipo de juego que estás jugando?”
La sonrisa desapareció.
“Supongo que ya—“
“Mi madre acaba de llamarme y de contarme lo que has hecho.”
Le miré fijamente durante un largo segundo, con palabras dando vueltas en mi cabeza a tal velocidad que no podía atrapar ninguna. Había tanto que quería decirle, pero todo estaba hecho un nudo, como las lágrimas que me quemaban la garganta.
“Sólo quería que estuvieras contenta,” dijo tranquilamente.
“¿Por qué? Ni siquiera me conoces.”
“Porque quiero conocerte.”
“¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Porque te he rechazado?”
“Porque me gustas desde el primer momento en que te vi.”
Solté una carcajada, un ruido con un sonido tan profundo y amargo que hasta yo misma me asusté.
“Tú no sabes lo que te gusta. Todas esas mujeres... tú las utilizas. Las usas y las tiras. Y te ofende el hecho de que yo no quiera ser otro número más en tu cama.”
“Eso no es cierto.”
“¿No? ¿Me estás diciendo que habrías estado interesado en mi incluso si yo no te hubiera rechazado?”
“Te estoy diciendo que no soy la persona que crees que soy,” dijo agarrándome de la mandíbula. Bueno, agarrar no es la palabra adecuada. Era casi como una caricia delicada incluso cuando me empujó hacia detrás, metiéndome dentro del apartamento y cerrando la puerta de una patada detrás de nosotros. “No soy un mujeriego. Sonrío a una mujer y ella cree que estamos prometidos. Pero eso no quiere decir que yo le de esperanzas. ¡Qué jodido cliché! Pero ese no soy yo.”
“¿Entonces quién eres?”
“Soy el hombre que tenía tanto miedo a pedirte una cita que esperó tres de los meses más largos de su vida, y luego lo soltó.” Deslizó la mano alrededor de mi mandíbula, enterrando los dedos en mi cabello. Sus labios estaban tan cerca de los míos que sentía que cada vez que respiraba, lo hacía tomando su aire. “Y luego lo fastidié todo de nuevo cuando pensé que estaba dándote lo que necesitabas. Todo lo que quería era llevarte a cenar.”
Y entonces su labios estaban sobre los míos y yo estaba completamente perdida. ¿Cómo puedes probar el beso que has esperado toda tu vida y no sucumbir? No podía controlarme. Me abrí a él, le di la bienvenida, tan emocionada por su caricia, tan aliviada de sentirle finalmente contra mi que no pude resistirme.
Su beso era como nada y lo era todo. No era en absoluto como los pocos besos que había tenido antes de él, y mucho más de lo que nunca pensé que podría ser. Sabía a café y a algo dulce, como a nueces. Y sabía lo que estaba haciendo, su lengua parecía saber dónde tocarme, dónde explorar y dónde tentarme. Deslicé las manos sobre su pecho, mientras mis dedos encontraban aquellos pequeños espacios entre los botones de su camisa, buscando desesperadamente piel desnuda. Y entonces los botones se iban abriendo incluso cuando deslizó una mano alrededor de mi espalda y encontró el borde de mi blusa.
No recuerdo moverme, pero sin saber cómo me encontré apoyada contra la pared, con su boca explorando la tierna piel bajo mi oreja. Deslicé la mano por detrás de su cabeza, gimiendo mientras sus labios iban descendiendo por mi garganta, y lamía la parte superior de mi pecho mientras con los dedos abría lentamente los minúsculos botones que mantenían cerrada mi blusa.
¿De verdad Tyler Carter estaba besándome? ¿Realmente me estaba tocando? ¿De verdad sentía su aliento sobre mi piel, buscando con sus dedos todos aquellos lugares que gritaban por sus caricias desde el primer momento en el que puse mis ojos en él? ¿De verdad estaba bajándome la blusa por los brazos y sus dedos buscando el cierre de mi sujetador?
Era tan surrealista que parecía un sueño. Pero las sensaciones eran tan reales como el tacto de su piel sobre mi piel. Entonces su boca volvió a estar en la mía y era como si el mundo se hubiera evaporado y lo único que existiera fueran él, y sus caricias.
Un poco de realidad volvió a mi cuando pasamos a la cama y empezó a bajarme la falda por las caderas. Me miré y vi a una chica con sobrepeso que intentaba ocultar la realidad de su cuerpo gordo con palabras como "voluptuosa" o "con curvas". Pero esas palabras no cambiaban la realidad de mi cuerpo desnudo. Estaba temiendo que me echara un vistazo y que se fuera hacia la puerta. Pero cuando sus ojos se desplazaron por todo mi cuerpo, lo hicieron con lentitud y claro aprecio. Y aquello me hizo sentir como una mujer completamente diferente. Una mujer que merecía estar con un hombre tan atractivo como Tyler.
Era un verdadero placer verle quitarse la ropa. Estaba tan firme, tan musculado, que sólo quería recorrer cada centímetro de su cuerpo con mis manos y sentir aquellos preciosos músculos de debajo de su piel. Y qué culo... era tan bonito fuera de los pantalones como con ellos puestos.
Subió a la cama y me tomó entre sus brazos. Yo encajaba perfectamente contra su pecho, y entrecruzábamos las piernas mientras él deslizaba la mano bajo mis caderas y me atraía más y más hacia él. Nos besamos lento y durante mucho rato, con nuestras lenguas en baile que prometía que todo lo que hiciéramos con nuestros cuerpos sería un ritmo perfecto. Y luego me empujó contra el colchón y se deslizó dentro, tocándome en sitios en los que nadie me había tocado antes. Levanté las caderas hacia él, dejando escapar un gemido de entre mis labios cuando me besuqueó la garganta, sintiendo por toda mi piel la vibración de sus propios gemidos y enviando sacudidas de placer por toda mi columna.
Pasamos a un ritmo fácil, un ritmo que era sólo nuestro. Me encantaba la sensación de sus músculos moviéndose bajo mis manos, la forma en que los hoyuelos a los lados de su trasero se hacían más profundos con cada embestida, la forma en que sus muslos temblaban a medida que se acercaba al clímax. No quería que acabara. Era mágico... una fantasía hecha realidad. Pero me dolía el vientre y me temblaban los muslos tanto como a él. Cuando alcanzó su pináculo, el mío no estaba lejos. Enterré la boca contra su hombro, y unos gritos que no sabía que era capaz de emitir escaparon de entre mis labios.
Permanecimos tumbados y abrazados durante un largo rato, sin que ninguno de los dos tuviera intención de moverse. Pero entonces se giró de lado, con cuidado de no salirse de mi. Y nuestros dedos comenzaron a explorar de nuevo, sin cansarse nunca de todos los nuevos sitios que encontraban para jugar. Encontré un sitio debajo de su garganta que le hacía gemir cada vez que lo tocaba con mis labios, otro sitio por encima de la clavícula que hacía que la polla le diera un brinco en cuanto le pasaba la punta de la lengua. Y entonces nos encontramos buscando de nuevo aquel ritmo, moviendo nuestros cuerpos como si estuvieran hechos el uno para el otro.
* * *
No recuerdo quedarme dormida, pero lo próximo que supe era que estaba despertando sola en el centro de mis sábanas enredadas. No quería abrir los ojos. Sólo quería quedarme allí tumbada durante un rato, con su olor sobre mi piel, en mis almohadas, llenando todos mis sentidos. Pero entonces... el cuerpo quiere lo quiere. Y el mío necesitaba que me levantara, y que me enfrentara a la realidad de que había tenido el sexo más increíble de mi vida, y que estaba completamente dolorida.
No estaba allí. En cierta forma, sabía que no lo estaría.
Habría sido una tonta si hubiera creído que lo estaría.
Me senté y busqué algo que ponerme encima. Mi falda estaba doblada y apoyada en la esquina de una silla, pero mi blusa no estaba por ninguna parte. Me levanté y saqué una camiseta del cajón superior de mi cómoda. Estaba buscando unas bragas cuando escuché el pomo de la puerta principal.
“Hola,” dijo, cruzando la habitación con una bolsa de papel en las manos. “No tenías absolutamente nada en la nevera, así que he bajado a comprarnos unos sándwiches en la tienda de delicatessen. Espero que te guste el jamón.”
Me quedé mirándole, incapaz de esconder la sorpresa de mi mirada.
Soltó la bolsa al pie de la cama y me apretó entre sus brazos.
“¿Creías que me iba a escapar?” Me besó el cuello. “No puedes librarte de mi tan fácilmente.”
Fiel a su palabra, no parecía que fuera a librarme de él. Durante las siguientes semanas, se comportó más profesionalmente que nunca en la oficina. Pero en cuanto salíamos del edificio, estaba justo ahí, en la puerta de mi apartamento con rosquillas por las mañanas, esperándome frente al edificio después del trabajo para llevarme a cenar, o para acercarme a casa. Pasamos muchas tardes sentados juntos en su sofá, yo con el ordenador portátil encendido estudiando algo o escribiendo un trabajo, él con su portátil abierto con algún contrato que necesitaba revisar o una propuesta que estaba redactando. Y luego venían las largas noches en su cama, o en la mía, envueltos en los brazos del otro, entrando en ese ritmo que llegaba de forma tan natural para los dos.
La semana de los exámenes finales llegó y pensé que me iba a volver loca de todo el estrés. Pero Tyler estaba ahí con sus palabras de ánimo y ofreciendo un hombro sobre el que llorar. Aún así, cuando llegó la mañana de la graduación, seguía tan enferma del estómago incluso después de haber obtenido notas casi perfectas en cuatro de las cinco asignaturas, que tenía que salir corriendo al baño mientras mi amiga Kylie intentaba peinarme.
“Es mal momento para pillar la gripe de estómago,” dijo cuando volví a la habitación y me senté de nuevo para que continuara con su trabajo.
“No creo que sea la gripe. Es sólo estrés.”
“O que estás embarazada. Parece que se está dando mucho últimamente. ¿Sabías que Amber Franklin se ha quedado embarazada?”
Sacudí la cabeza con los pensamientos atascados en aquella palabra. Embarazada. ¿Sería posible?
Intenté recordar cuándo había sido mi última regla, pero rara vez las controlaba. ¿Qué sentido tenía si no había nadie en mi vida para hacer que resultara algo importante? Pero ahora sí había alguien y ni siquiera me había parado a pensar en esos aspectos prácticos. Estaba tan agobiada con los exámenes finales y la novedad de todo, que nunca me pasó por la cabeza que nuestro pequeño romance podría tener consecuencias.
¿Y si estuviera…?
“Echa un vistazo,” dijo Kylie, pasándome un pequeño espejo para ver lo que había hecho. Era increíble, había recogido todo mi oscuro cabello en un pequeño moño francés precioso.
Me levanté y le di las gracias. “Gracias, Ky.”
“De nada. Mi mejor amiga no se gradúa Suma Cum Laude todos los días.”
Sonreí, pero de pronto mi educación quedaba relegada a un segundo puesto a causa de asuntos más importantes. Cuando Kylie se estaba cambiando en el baño, salí corriendo a la pequeña farmacia de la esquina y compré el primer test de embarazo que vi sobre el mostrador. Entonces fuimos en coche juntas hasta la facultad, uniéndonos al resto de los emocionados graduados en el backstage. Me escapé durante unos pocos minutos e hice el test en el baño de atrás.
Positivo.
¿Qué demonios iba a hacer ahora?
Tyler no iba a estar contento con la noticia. Al menos, yo no lo creía. ¿Por qué iba a estarlo? Era un soltero rico que valoraba su libertad. Nosotros nunca hablamos de ningún compromiso. Solamente estábamos disfrutando conociéndonos el uno al otro, y sólo habían pasado seis semanas. Ni siquiera sabía si quería tener hijos. ¿Y si no quería? ¿Qué haría cuando se lo dijera? ¿Sería esto el fin? ¿Haría sencillamente lo que había hecho antes, intentar arreglarlo todo con dinero?
No sabía qué pensar. Pero temía muchísimo que esto significara el final de lo mejor que había tenido nunca.
Estaba tan consumida por mis pensamientos que apenas presté atención a la ceremonia de graduación. Y en la cena con Tyler, mis padres, y mi hermano Sam parecía estar soñando despierta con una novela romántica mala. Tyler estaba más encantador que nunca y mis padres estaban tan contentos con él que para los postres ya prácticamente nos habían casado y enviado a algún destino romántico. No sabía si debería haber estado avergonzada, molesta, o encantada.
Y luego Tyler me metió en el coche para llevarme a su casa, dirigiéndome a su dormitorio, en el que nos esperaban velas, bombones y champán.
“Pensé que querríamos celebrar,” dijo, con los labios tan cerca de mi oreja que el calor de su aliento hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
Me giré hacia él y deslicé las manos por debajo de su abrigo, consciente de repente de que aquella podría ser la última vez que estuviéramos juntos. Una vez que se lo dijera... ni siquiera quería pensar en ello. Sólo quería tocarlo, sentirlo junto a mi. Le besé, apretando contra él mis labios mucho más tiempo del que había planeado, con las manos puestas allí donde su camisa desaparecía en la parte de atrás de sus pantalones.
Él gimió, apresurándome hacia la cama. Caímos hacia atrás, y nuestros cuerpos quedaron exactamente donde debían ir, sus piernas entre las mías, sus caderas entre las mías, su boca enterrada en la mía. Mis dedos se movían insistentes, mi boca besaba con desesperación. Él se retiró, acariciando con la mano el cabello que se había soltado de mi moño, con preocupación en los ojos.
“¿Estás bien?”
Levanté la cabeza y le llené la barbilla de besos. “Te deseo,” dije.
Él gimió. Entonces se apoderó de nuevo de mis labios, ofreciendo unas caricias ansiosas que hacían que me derritiera.
Nuestra ropa parecía encontrar el suelo sin mayores inconvenientes, excepto por mis bragas destrozadas. Pero no me importaba. Me encantaba que me deseara tanto que no pudiera esperar a deslizar el delicado encaje por mis piernas. Pero tenía que hacerle esperar. Le empujé contra el colchón y le besé la garganta, el pecho, disfrutando del tacto y de la visión de sus músculos, de aquellos pectorales perfectos y abdominales increíbles. Pasé la lengua sobre su pezón, y saboreé las profundidades de su ombligo. Y luego tomé aquella preciosa polla larga y gruesa en la boca, ofreciéndole las delicias de mi garganta. Él enterró los dedos en mi cabello, guiándome hacia todos aquellos lugares que tan desesperadamente buscaban mis caricias, con sus gemidos que sonaban en mis oídos como una perfecta sinfonía.
Sólo pudo soportar mis caricias unos pocos minutos. Entonces me retiró, pidiéndome que volviera a colocarme a su lado. Cuando lo hice, le introdujo en mi con la misma facilidad de una llave en una cerradura. Pasé la mano por su trasero perfecto, apretándole contra mi, levantando las caderas para que no quedara nada entre nosotros, ni barreras, ni muros, nada. Le deseaba tanto como sólo un hombre y una mujer pueden desearse. Seguimos danzando lentamente, moviéndonos al ritmo de la canción perfecta que éramos haciendo el amor.
De mis ojos escaparon unas lágrimas al sentir los últimos golpes de placer recorriendo mi cuerpo. Me giré hacia el otro lado, fingiendo estar agotada. Él deslizó los brazos a mi alrededor y me empujó de nuevo hacia él, apretándome contra su pecho. Debería haber podido dormir profundamente, pero mi mente no desconectaba.
¿Qué iba a hacer?
Me escapé de la cama cuando su respiración tomó el ritmo de las respiraciones largas y lentas del sueño profundo. Me vestí y fui al salón, esperando en el sofá hecha un ovillo. No pasó mucho tiempo antes de que viniera a buscarme.
“¿Qué pasa?” preguntó.
Me miré las manos, sin estar segura de cómo empezar.
“Tenemos que hablar.”
Tyler se sentó en el borde de la mesita frente a mi y tomó mis manos en las suyas.
“Yo también quería hablar contigo.”
Una sensación de pánico me recorrió el cuerpo. “¿De verdad?”
“Sí.” Me besó la palma de la mano. “Ahora que has terminado la universidad, se que estás pensando en tu futuro, en el siguiente paso.”
Asentí.
“Sé que volver a Oregón probablemente se encuentra en la lista de posibilidades.”
Me recorrió un escalofrío al imaginar cómo sería volver a casa y vivir con mis padres de nuevo.
“No mucho.”
“Quiero que sepas que te apoyo, sea cual sea tu decisión.”
Me incliné ligeramente hacia delante y le besé. Estaba haciendo que esto fuera muy difícil.
“Pero me gustaría mucho que pensaras en quedarte aquí. De hecho, quería preguntarte si querrías venir a vivir conmigo?”
“¿Qué?”
Me senté un poco más recta, consciente de que debía tener los ojos abiertos como platos.
Él se encogió de hombros, y aquella sonrisa familiar se elevó en las comisuras de sus labios. “Odio ser egoísta, pero me gusta muchísimo despertarme a tu lado por las mañanas.”
“¿De verdad?”
Él se rió. “¿De verdad te parece una sorpresa?”
Pensé en las pocas mañanas en las que me había despertado junto a él, en la sonrisa que siempre me dedicaba, en los desayunos con los que intentaba sorprenderme. No era el mejor de los cocineros, pero siempre se agradecía el esfuerzo.
“Piénsalo,” dijo mientras empezaba a levantarse, tirando de mi mano para llevarme de nuevo a la cama. Pero yo no quise levantarme, pues el peso de las palabras que necesitaba decir me detenían.
Se dio la vuelta y me cogió de la mano de nuevo. “Ven a la cama.”
“Hay algo más.”
“¿Qué más puede haber a las tres de la mañana?”
Estaba jugueteando conmigo; podía ver la luz del deseo bailando en sus ojos. Pero el miedo que se había adueñado de mi estómago y que se negaba a abandonarme no me dejaba participar del juego. Me miré las manos, y observé sus dedos largos y finos, sonrojándome al pensar en todas las cosas que solía hacerme con ellos.
“Estás empezando a asustarme un poco, April,” dijo.
“Estoy embarazada.”
No se movió. No habló. Al principio no hizo nada. Y entonces... me levantó en sus brazos.
“Entonces sí que necesitas irte ya a la cama.”
“Tyler…”
Me colocó en el centro de la cama y gateó hasta mi lado, apretándome contra las almohadas mientras me besaba los hombros. “Y definitivamente, te mudas conmigo. Aquí no hay forma de que duermas todo lo que necesitas con esos universitarios de fiesta cada noche.”
Tomé su cara entre mis manos y le empujé hacia detrás para poder verle la cara.
“¿No estás enfadado?”
“¿Por qué iba a estar enfadado?” Me dio un beso en la punta de la nariz. “La mujer que amo va a tener a mi bebé. ¿Qué podría ser mejor?”
“¿La mujer que amas?”
Se rió mientras me apretaba entre sus brazos.
“¿Qué tengo que hacer para convencerte? He estado tratando de decírtelo desde hace mucho tiempo…”
“No lo sé,” murmuré contra su pecho, “pero prométeme que nunca dejarás de intentarlo.”
“Nunca.”