El Juglar de Oc
“Those who dance are considered insane
by those who cannot hear the music”.
GEORGE CARLIN
Todo comenzó cuando yo aún era sólo uno y no tenía idea. Aquel personaje tan insólito que viajaba junto a mí ese miércoles después de clase fue quién puso todo en marcha. Él fue la gota que llenó el vaso y yo fui arrastrado por el sonido que provocó.
Yo tenía la mirada fija en la ventana a pesar de los brincos producidos por los huecos de la pista que el chofer no se preocupaba de evitar y que la rendida amortiguación del vehículo no podía disimular. Pero mi mente sí daba botes. Él giró la cabeza y me dijo de improviso:
—Existe una respuesta, pero para conocerla tienes que hacer el viaje esta noche.
En todo caso, una persona más juiciosa podría decir que todo comenzó mucho tiempo antes, hace casi 15 años, la primera vez que se presentó la oportunidad del viaje.
En ese momento no me atreví a realizarlo pues sentí mucho miedo. Fue el primero de esos miedos que marcan el paso de niño a adolescente, cuando uno se da cuenta de que el mundo no es mágico y sus habitantes son seres humanos. Recuerdo que se lo comenté a quien era mi mejor amigo en ese entonces.
—¿Tú también? —me dijo, con su forma de hablar tan peculiar—. Yo ya he viajado. Es decir, no todo el viaje, no me dejaron. Pero es re-alucinante.
—Pero ¿no te dio miedo?
—¿Miedo? Sí un poco. Sobre todo las risas. Escuchas muchas risas. Es como si te retaran y tú sabes que a mí nadie me reta. Casi sientes que se burlan de lo perdido que estás. Pero ya ves, yo no tengo miedo.
Yo sí tuve.
Y por culpa de ese temor las oportunidades pasaban y yo no me daba por aludido. Pasaban días, meses, años. Hasta que en un momento simplemente dejaron de presentarse.
Hoy en día, cuando vuelvo a ver a mi amigo y le pregunto al respecto, él me dice que ya no recuerda nada. Sin embargo, es una de las personas con mayor paz interior que conozco.
¿Pero en realidad dejaron de presentarse? ¿O era que yo había aprendido a ignorarlas? Debe de haber sido lo segundo, ya que en ese momento, mirando por la ventana, cuando ese personaje tan fuera de lugar me habló, yo sabía exactamente a qué se refería.
Cuando pienso al respecto no puedo recordar qué sentimientos fueron los que me inspiró al inicio esa persona que parecía haber leído mi mente. El Gordo —porque he decidido llamarlo «El Gordo» a falta de otra característica remarcable que lo describa— había soltado su frase de la manera más incidental, mientras miraba su reloj, casi como quién comenta sobre el frío en el Polo Norte. Yo, recuerdo, me volví a mirarlo y le mentí:
—¿Qué me dice señor? No tengo idea de lo que está hablando.
—Hablo de la respuesta a tus preguntas, las que te tenían tan preocupado hoy por la mañana, mientras leías la misma página de un libro durante veinte minutos. Y las que te tienen preocupado ahora que miras por la ventana pero sin ver en realidad lo que pasa afuera. Esa picazón que no te puedes alcanzar porque no es el cuerpo lo que te pica. Si haces el viaje que debiste haber hecho hace años lo tendrás claro.
—Creo que usted está loc…
—No. Loco te volverás tú si continúas esquivando tu destino.
—¿Pero cómo diablos es que sabes eso? Dime quién eres.
—Yo sólo soy un mensajero. Así que, como siempre, mi identidad no importa. Yo estoy para ayudar a los que son como tú a darse cuenta de lo que deben hacer. Tú conoces las respuestas, pero no te has dado cuenta. Depende de cada uno.
—¿Y qué debo hacer?
—Primero el viaje. ¿Qué camino puedes tomar si no sabes a donde quieres llegar? El viaje te mostrará tu destino y una vez que lo conozcas lo demás será fácil. Ah, acá me bajo. ¡Baja!
El Gordo se levantó pidiendo permiso, pagó medio pasaje sin mostrar carné alguno y bajó en el cruce de la Avenida Aviación con Javier Prado. Mientras tanto, yo me quedé sentado en un asiento que repentinamente se sentía mucho más incómodo, mirando como El Gordo se compraba una gaseosa en el kiosco de la esquina y notando por primera vez que estaba lloviendo. No me arrepentí de no reaccionar a tiempo para preguntarle algo más. Sabía que eso era todo lo que me diría.
Seguí mi camino con las ideas cruzadas, como si mi cerebro sufriera una especie de Party-Line neuronal. Hacía meses que me daba vueltas en la cabeza una angustia indefinida. Una sensación de estar perdiendo el tiempo. La desazón inexplicable cuando todo va bien. Como un resfrío del alma que no deja disfrutar el estar vivo.
Y ahora un personaje se presentaba de pronto, sin invitación, y me decía que la respuesta a todo esto se hallaba en un viaje del que había huido durante años.
Por supuesto que no tenía ganas de dormir al llegar a casa. Descubrí con horror que se había acabado el café, así que una película y un crucigrama del día anterior me ayudaron a postergar el momento hasta casi las tres de la madrugada.
Pero infaliblemente llegó. El lápiz rodó por la cama hasta el suelo, el crucigrama sobre el pecho, la luz encendida una vez más.
Entonces, como siempre había sido, mientras mi mente se hundía en el sueño, llegaron los temblores. Eran como las turbulencias para un viajero frecuente de avión: viejas conocidas, pero no por eso menos angustiantes.
¿Acaso podía, después de la conversación con El Gordo, después de tantos meses de sinsabor, acobardarme otra vez? Pero nada tenía sentido ¿O sí? Para un problema indefinible, inexplicable, tal vez la respuesta era también indefinible e inexplicable. La solución quizás se encontraba ahí. Y la alternativa era seguir atormentado.
Y ahí estaban los mismos temblores de antaño, acompañados del mismo temor. ¿Y si dejaba pasar la última oportunidad? ¿Podría vivir tranquilo después? Sacando fuerzas del temor a la miseria, que era más fuerte que el temor a lo desconocido, no opuse resistencia y me dejé llevar.
Comenzó.
Si la vida es una película, entonces estuve un momento detrás de cámaras. Digo un momento, pero en realidad no sé si fue un segundo o fueron meses, ya que las referencias físicas habían desaparecido. Existía en el lugar formado por los espacios entre un Cuanto y el otro. En los vacíos del continuum, que no resultó ser tan continuo después de todo.
Y luego luz.
*
Mis ojos se abrieron para ver un cielo azul, sin nubes pero carente de una fuente de iluminación aparente. Me encontraba echado sobre una superficie fría con el dolor de cabeza más fuerte que había sentido en toda mi vida. De hecho, me dolía todo el cuerpo y lo sentía tosco y pesado en comparación del instante anterior en el vacío. Era penosamente consciente de mi respiración y del contacto con el incómodo suelo.
—Bienvenido a Oc, viajero —dijo una voz como la de un anciano al que le faltan algunos dientes— bebe esto y estarás como nuevo.
Una mano cubierta con un guante entró en mi campo de visión. Entre los dedos llevaba un pequeño vaso de madera. El vaso se acercó a mis labios y pude sentir un olor a té.
—¿Dónde dices que estoy? Pensé que Oc era un idioma provenzal antiguo, acabo de buscar ese dato para un crucigrama —probé un sorbo del brebaje—. Está bueno. La cabeza me da vueltas.
—Es una pócima propia. Arandino para acostumbrar tu vista a este lugar, ajenjo para que te adecúes a nuestro peculiar paso del tiempo, hojapie para que te abandone esa languidez y valeriana como desintoxicante. ¡Ah! Y un poco de té jazmín para el saborcillo.
—¿No será malo mezclar todas esas cosas? —fue lo único que atiné a decir entre el mareo y el dolor—. Mi doctor alguna vez me dijo…
—No hables todavía, solo bebe.
—Pero es que tengo muchas preguntas y quiero…
—Descansa. Ordena bien tus ideas.
Al pasar el último sorbo apoyé de nuevo la cabeza en el suelo. Lo que sea que tuviera la pócima estaba ayudando.
—Creo que ya estoy mejor —dije—. ¿Puedo hacer preguntas ahora?
—Shhh… Tranquilo. Mi pócima es buena pero debes esperar al menos 500 latidos.
—¿500 latidos? ¿Eso cuánto es en minutos?
—Aquí no hay minutos —mi interlocutor suspiró—. Veo que eres de los ansiosos. Aprenderás a tener paciencia o tu viaje será más difícil. Descansa.
No tenía muchas opciones y realmente mi cuerpo pedía descansar un poco. Cerré los ojos y me concentré en escuchar mi corazón. Cuando calculé que habían pasado unos cinco minutos dije:
—Creo que ya estoy listo.
—Yo creo que no —dijo el anciano—. Pero en fin, pregunta lo que desees y yo trataré de responder. Sin embargo, piensa bien tus preguntas antes de hablar. La mayoría de las personas se preocupa por dar respuestas correctas, pero no muchos se preocupan por formular preguntas correctas. Y tú tendrás tiempo sólo para unas pocas.
—¿Por qué hablas tan raro? Sólo quiero saber qué pasa. Si te hago preguntas, ¿tú me puedes dar respuestas correctas?
—No siempre. Muchas respuestas que se creían correctas han probado con el tiempo ser incorrectas. Sin embargo, hay muchas preguntas correctas que aún no tienen respuesta.
Estos son los momentos en que uno tiende a levantar la cabeza y ponerse erguido con la esperanza de que al cambiar de posición las cosas se entiendan mejor. No fue así.
Pero al hacer eso noté que el dolor casi había desaparecido. Me encontré echado sobre un suelo de arena que se extendía hacia donde llegaba mi vista en tres de las cuatro direcciones posibles, salvo hacia mi izquierda donde se notaba el comienzo de un bosque. Hacia arriba, un cielo azul índigo. A unos cuantos metros, un edificio en forma de templo clásico con columnas circulares y un gran portal de entrada era la única edificación a la vista.
También pude ver a mi interlocutor, envuelto en una capa de color marrón oscuro. La capucha estaba sobre su cabeza de manera que me era imposible distinguir su rostro.
—Típico —dije—. Me hubiera parecido extraño de otro modo. Todo esto es un sueño de esos raros. Estoy soñando que viajo a un lugar lejano y tú eres el anciano del lugar, el que todo lo sabe. El viejito sensei, que vive en lo alto de una montaña junto a una caída de agua y al que los lugareños buscan para pedir consejo. Como en los cuentos.
—No, viajero. Aquí nadie sabe mucho más, todos sabemos casi lo mismo, sólo que algunos no se han dado cuenta. Lo poco extra que yo sé, tú tendrás que aprenderlo en el camino. Si lo consigues regresarás aquí con tres lecciones: una de tolerancia, una segunda sobre el aprendizaje y la última, sobre tu destino. Serás uno de los Aes Dana, como yo. Y cuando me veas de nuevo, podrás saber quién soy.
—¿Y cómo se supone que aprenderé estas cosas?
—Te lo dije ya: debes plantear las preguntas correctas. Cuando sólo sabes respuestas, las cosas parecen tener sentido pero son aburridas porque sólo son lógicas. Mas, si uno aprende a hacer preguntas y mantiene esa curiosidad, habrá pocas cosas más reconfortantes que el descubrir o entender algo, ese sentimiento cuando las piezas encajan y todo tiene sentido.
—¿Debo ser creativo en mis preguntas entonces?
—La habilidad para resolver los problemas se basa en la creatividad. Sin creatividad sólo se pueden resolver de nuevo los problemas que ya fueron resueltos antes. Pero paciencia, aún no has elegido tu camino y si nos adelantamos no quedaría más remedio que regresar a la confluencia.
—Esto sí que no lo entiendo.
—Lo entenderás ahora. Sígueme.
Caminando, seguí al encapuchado hacia el templo, que resultó ser bastante más grande de lo que parecía al principio. Al atravesar el portal bajé la cabeza sin saber por qué.
Llegamos a un colosal patio circular en cuyo centro se podía divisar una especie de altar hecho de piedra oscura. Sobre el mismo, se encontraba una serie de objetos metálicos.
Hacia allí nos dirigimos y a medida que nos acercábamos pude distinguir lo que parecían ser algunas espadas, escudos y armaduras, similares a las que uno ve en museos. También noté algo que podía ser una lanza y algunas otras cosas que nunca había visto, pero que parecían aquellas que uno imagina encontrar en el laboratorio de algún alquimista o hechicero.
—Esto no es una prueba en sí —me dijo mi compañero— pero debo advertirte que lo que elijas ahora determinará el tipo de pruebas que encuentres en tu viaje.
—¿Es decir que tengo que escoger una de estas cosas?
—Como siempre ha sido.
El anciano debía estar loco si pensaba que alguna de esas cosas me podía ser útil.
—Pero —le dije— yo no sé usar nada de esto. Mira, por ejemplo ¿qué se supone que hago con esta espada?
—Tienes en tu mano a Antares, la siete veces probada. Dicen que hace sangrar al mismo viento.
—No, no. No sabría ni cómo sostenerla. ¿Y este escudo?
—Es Alniyat, protector del corazón. Puede defenderte de todo mientras mantengas la fe.
—Entonces sospecho que me fallaría muchas veces. ¿Y esto es un asta de bandera?
—No viajero. Esa es Gae Bolga.
—Lo dices como si yo tuviera que saber qué es.
—Si no lo sabes, mejor no la elijas.
—Mira, al menos dime a qué lugar me dirijo y eso me ayudaría a escoger algo.
Si bien era imposible verle el rostro, estaba seguro de que el encapuchado había sonreído al escucharme. Había algo familiar en su postura, pero no podía relacionarlo todavía.
—Sólo te diré, viajero, que te diriges a Tir Bo Thin’n, La Tierra Más Allá de las Olas, donde aquel que puedes ser tú, espera.
—¿Espera? ¿Qué espera?
—Te espera a ti, para probarte.
—Sabía que dirías eso —suspiré. El asunto se me hacía conocido, un tema clásico en historias y leyendas—. ¿Y cómo llego ahí? ¿Cruzando siete mares o siete desiertos o algo así? ¿Caminando al final del arco iris?
—Siguiendo el camino de Caer Gwydion.
—¡Ah! ¡Qué fácil! Tal vez podrías decirme cómo de lejos se encuentra.
—Muy lejos, pero…
—¡Pero a la vez muy cerca! También sabía que dirías eso, es clásico. No sé por qué me molesto en preguntar si ya sé que las respuestas son de ese tipo.
—Las respuestas son las correctas, las preguntas son las equivocadas.
Soy una persona paciente, pero en ese momento poco me faltó para usar a Gae Bolga o algún otro objeto contundente contra el encapuchado. Y lo peor es que el anciano me hablaba con resignación, como quien le habla a un niño. Respiré profundamente y volví la mirada hacia las cosas.
—Un momento —había notado lo que parecía ser una pequeña guitarra escondida entre las cosas— he encontrado algo interesante, encapuchado —dije mientras la cogía en mis manos.
—Es Tensón, el mandolín de Vitonnus. Dicen las historias que fue un regalo de Hermes.
Para este momento yo ya había aceptado mi nueva situación como parte de un extrañísimo sueño. Este no era el viaje que yo había imaginado y no se parecía en nada a las cosas que mi amigo me contaba sobre su viaje cuando éramos niños. Sin embargo, una emoción especial me recorría el cuerpo y algo en mi corazón me llamó a escoger este mandolín entre todas las otras cosas.
—¿Hermes el dios griego, eh? ¡La quiero!
—Sabia decisión, viajero. Está hecho.
—Perfecto, si mal no recuerdo Hermes tenía esas alitas en los pies. Así que esto me debe ayudar a llegar más rápido a Tir loquesea.
—Es Tir Bo Thin’n. La verdad es que Tensón no representa la característica hermética de la velocidad, pero creo que te puede ayudar a llegar rápidamente al final del viaje de otra manera, ya que has escogido el camino del juglar.
—Eso es… como un trovador ¿no?
—Casi, casi. La habilidad del juglar no está en la fuerza física o en la destreza manual, sino en el dominio de la palabra y la música. Las pruebas que te esperan son de sapiencia.
—Mira tú. ¿Eso quiere decir que no tendré que pelear con nadie?
—Pelear no, pero competir sí. Y la primera competencia es conmigo.
*
En ese momento dudé de mi elección. El anciano encapuchado decididamente era muy sabio. ¿Qué esperanza tenía yo contra él en una prueba de ese tipo? Al menos, pensé, podía jugar el papel del joven escéptico que ha leído bastante. No lo sabía en ese momento, pero la gran cantidad de libros y revistas sobre fantasía y ciencia que leía desde niño me serían más que útiles.
—No estoy listo, encapuchado, pero vamos. No he llegado hasta aquí para arrepentirme.
—Hablas con verdad y con coraje. Lamentablemente no debo evaluarte en ninguno de esos dos aspectos.
—¿En qué me vas a evaluar entonces anciano?
La sombra debajo de la capucha se centró en mi rostro, como pensativo. El encapuchado habló, pero ya no más con voz de anciano, sino con una voz joven y extrañamente familiar.
—No siempre —dijo lentamente— se puede llegar al conocimiento con palabras. Las palabras son sólo un sistema formal que no puede contener la verdad.
—¡Ah! Eso ya lo había oído antes: es Zen. No puedes definir al universo con una parte de ese universo.
—Dime entonces, ¿cómo llegar al conocimiento total?
—Muy fácil. Algunas cosas se tienen que experimentar sin palabras. Otras se tienen que experimentar sin lógica.
—Sabía que podías responder eso, de otra manera no estaríamos aquí. Era, sin embargo, necesario hacer la pregunta.
—¿Aquí termina la prueba?
—La mía sí. Pero escucha, quiero decirte algo para que tus próximas pruebas sean más fáciles.
—Toda ayuda es bienvenida.
—El universo está lleno de fuerzas que no entendemos, tan sólo vemos la proyección de esas fuerzas en nuestro riguroso mundo de cuatro dimensiones, al cual tus sentidos tienen acceso.
—Menos mal que ya pasé la prueba porque ahora sí, no entiendo nada.
—Todo lo que te digo tú ya lo sabes, créeme. Me refería a no poder percibir todo lo que realmente existe, sino sólo lo que nuestros sentidos pueden alcanzar.
—Pero ya que todos tenemos los mismos sentidos, todos los seres del mismo mundo de cuatro dimensiones deberíamos ver lo mismo.
—Es lo que te dice la lógica, pero debes dejar la lógica de lado. Reflexiona sobre esto. Ya dice también el Zen: cuando el alumno esté listo aparecerá el maestro.
Me encontraba confundido pero también contento. Al parecer había superado con éxito la primera prueba. Si las cosas seguían así, tal vez culminar el viaje no sería tan difícil.
Noté que se relajaban algunos músculos de mi cuello que hasta ese momento no sabía que estaban tensos o siquiera que existían. Fue como quitarme un peso que había estado allí hacía semanas. El encapuchado, que ya no era anciano, también lo notó enseguida.
—A medida que pases las pruebas te irás sintiendo mejor. Al final, cuando encuentres el camino, esa picazón del alma desaparecerá.
—Eso ya lo había escuchado antes… ¿no serás tú El Gordo, encapuchado? Tu voz es mucho más joven ahora.
—El Gordo es un viejo conocido, un experto en cientología.
—Esa palabra no la conozco.
—Conclusiones ligeramente atinadas, derivadas de verdades primordiales: dicen que el hombre es un ser espiritual dotado de habilidades que van mucho más allá de lo que normalmente se imagina y eso es verdad. Ahora, lo que algunos pueden derivar de eso… pero no deberías hablar de este tema conmigo, no hay mucho que pueda aportar a lo que ya sabes. Debes partir ya.
—Parto entonces… pero ¿en qué dirección?
—Sólo tú puedes descubrirlo, pero te recomiendo que empieces por el bosque. Si bien puede que ese no sea el camino, al menos ahí encontrarás algunas cosas interesantes.
—El bosque entonces. ¿Nos veremos otra vez, encapuchado?
—Ya nos hemos visto dos veces. Adiós.
No podía saberlo en ese momento, pero mientras yo partía hacia el bosque una pequeña sombra se movía sola, alejándose del lugar desde el que había observado todo lo acontecido en el templo.
*
Siendo un hombre totalmente urbano y citadino, no tenía mucha experiencia a la cual remitirme al comparar, pero el bosque en el que había entrado me parecía más hermoso que los bosques tradicionales. No era una de esas junglas impenetrables, con calor asfixiante. Era un bosque acogedor, un bosque mágico.
No pasó mucho tiempo hasta que las palabras del encapuchado se hicieron realidad y encontré la primera cosa interesante. En la mitad del camino que venía siguiendo se hallaba una gran piedra circular de casi un metro de diámetro y similar altura. En la parte superior de esta, en el centro, se hallaban colocadas cuatro piedras brunas muy pequeñas.
Me acerqué para verlas mejor. ¿Serían obsidianas o algún otro tipo de piedra preciosa? La curiosidad pudo más que la prudencia y cogí una para observarla entre mis manos.
—¡Bien hecho! —dijo una voz detrás de mí—. Ahora son una y tres.
Giré rápidamente y me encontré con un hombre enano a unos pocos metros. Tenía la cabeza sin un solo cabello pero una barba copiosa y cobriza, y vestía una túnica lechosa. Su rostro mostraba una sonrisa de oreja a oreja y pude notar que estaba descalzo.
—Disculpe —dije—. No quise coger su piedra, la pondré en su lugar.
—¿Estás loco? —me dijo, exaltado—. Echarías todo a perder de nuevo.
—¿Cómo?
—Eran cuatro. Eso está mal. Ahora son una y tres, como debe ser.
—Entonces… ¿Debo entender que puedo quedarme con ella?
—Por supuesto. Es un regalo del bosque. Nadie en su sano juicio pondría cuatro. Pondría una. O tres.
Esta conversación me estaba resultando divertida. Me acerqué al enano. Su tono de voz y su expresión inspiraban confianza.
—Por favor —le dije—. Explíqueme un poco más. ¿Por qué es mejor ahora?
—Vaya. Uno esperaría que los viajeros vendrían más preparados. Se supone que sólo hay que darles una pequeña orientación. Durarás poco.
—Gracias por la confianza. Pero ya llevo aquí varias horas.
—¿Horas? ¡Ja! Llevas sólo un instante. Aquí el tiempo no se mide como en tu mundo, viajero. No hay horas ni minutos, sólo hay lapso… y tránsito.
—Eso no es muy reconfortante.
—Escucha. Las cosas en la vida siempre son una y tres. Las cosas propicias y las cosas funestas pasan siempre una vez o tres. Tú eres uno, pero a la vez eres tres; el segundo en la sombra y el tercero que regresa. Tres son las lecciones y uno el viajero.
—No entiendo nada.
—Era previsible. Mira, quédate con la piedra. Se llama Unseen y puede ayudarte. Y vaya que vas a necesitar toda la ayuda posible. La piedra puede darte luz en los momentos en los que se te haga difícil ver lo que se encuentra a tu alrededor. No te será muy útil contra la Sombra, eso tenlo por seguro, pero el bosque no entrega regalos en vano.
—Gracias, supongo.
—De nada. Ahora tu prueba.
Me puse de cuclillas para estar a la altura del rostro del enano.
—¿Prueba? —pregunté mientras guardaba a Unseen en el bolsillo.
—Tranquilo —me dijo— hasta ahora vas por buen camino.
—Pero deberías haberme avisado de la prueba desde un principio. Hemos hablado mucho por gusto de temas sin interés. Quiero terminar con todas las pruebas rápido para regresar a mi casa.
—Regresarás oportunamente. ¿No has entendido que aquí no puedes desaprovechar el tiempo?
—Con razón aquí todos se van por las ramas.
—Es mejor así, de esa manera mantienes el interés. Es como cuando escuchas una buena melodía. ¡Hai Hom! ¡Ha Hum!
El enano se puso a entonar una especie de canción de marcha, acompañando su grave voz con palmadas y saltos. Me quede mirándolo un tiempo, hasta que se agotó mi paciencia, lo cual ocurrió bastante rápido.
—Disculpa —le dije cogiéndolo del hombro.
—¡He Hem! ¿Eh? ¿Dime?
—Por favor dime cual es la prueba.
—Ah. Está bien. Es algo así: ¿Qué es mejor, la individualidad o la sociedad?
—No tengo idea… las dos me parecen buenas.
—Es una respuesta aceptable, viajero. Tal vez te juzgué mal.
—¡Pero si no he dicho nada!
—Al contrario, lo has dicho todo. Creo que siempre es bueno ver las cosas desde diversos puntos de vista. Un idioma, una cultura o un ideal común unen a las personas en sociedades, pero separan a las sociedades entre sí.
—Sí, tienes razón, creo.
—Ven, te invito a comer a mi hogar. Está cerca de aquí.
—¡Epa! Gracias, pero es que no quiero demorarme. Ahora que pasé tu prueba, me toca pensar a dónde ir desde aquí.
—¡Ja ja! —el enano reía muy fuerte—. Realmente no eres tan sabio. La comida nunca se desprecia. Y uno piensa mejor con el estómago lleno.
Lo que decía el enano tenía sentido. Además, para ser sincero, no tenía idea de qué más hacer. La prueba del enano también había resultado fácil y tal vez todas serían así y podía darme el lujo de descansar un momento.
Avanzamos un poco más y llegamos a una cabaña, bastante grande si tenemos en cuenta la estatura del dueño. Comenzaba a pensar que a los lugareños les gustaba construir las cosas de esa manera. La cabaña era sencilla, hecha de madera y con un bonito jardín de flores amarillas en el frente. Al preguntarle sobre el tamaño de la casa, me dijo entre carcajadas que estaba acostumbrado a recibir invitados.
Recuerdo que esta fue la etapa más divertida del viaje. En ese momento, mientras disfrutaba de un delicioso asado y una fuerte cerveza, nada podía imaginar de las cosas que vendrían después. El enano comía y reía con una pasión extraordinaria. Yo trataba de seguirle el paso en ambas actividades.
En este mundo el concepto del tiempo sería anormal, pero sin duda había diferencia entre el día y la noche. Al dejar al enano me encontré con un atardecer sin sol. Y con la barriga llena y el corazón contento seguí mi camino. Fue mucho después cuando tuve mi siguiente encuentro.
*
Había empezado a oscurecer, así que decidí probar la piedra negra. Al sacarla del bolsillo noté cómo comenzaba a emitir un brillo azul que poco a poco fue aumentando de intensidad hasta iluminar lo suficiente para permitirme ver bien a unos metros.
Me quedé fascinado por la piedra y le daba vueltas en la mano tratando de entender cómo funcionaba. Tal vez algún tipo de reacción que generaba luz. Me arrepentí de no haber prestado atención a los profesores de química que tuve en mis años de estudios. Claro que ellos nunca habían tenido una de estas maravillas para mostrar.
Tan absorto estaba en la piedra, que al igual que en el encuentro anterior, no me percaté de la persona que se había parado a mi costado hasta que me habló:
—No es algo natural lo que le da luz, viajero. Es un encantamiento sencillo pero entendible sólo para iniciados.
Di un salto del susto. A mi lado se encontraba una mujer alta y esbelta, de cabellos níveos muy largos y ojos tan azules que era imposible evitar el quedarse cautivado por ellos. Pero en lugar de asombrarme, me sentí molesto por no haberme dado cuenta de su presencia antes. Además ya me estaba cansando el que todos en este lugar parecieran leer la mente. Le pregunté molesto:
—¿Y quién eres tú?
—Soy una Sidhe y este claro del bosque es mi hogar. La Unseen te identifica como un aliado, así que estás a salvo aquí; pero hay mucha ira en ti y mis compañeros tienen dudas.
—¿Ira? No, no es eso. Es que me estoy cansando de que todos aquí adivinen lo que pienso.
—Tu cuerpo es como un torrente límpido que deja ver claramente tus pensamientos en el fondo, moviéndose con la corriente y generando ondas cada vez que algo externo los toca. ¿No eres acaso un juglar? —me dijo, señalando con la mano a Tensón.
—Eso he escogido.
—Buena elección, pues tu destreza es natural. Ven, déjame oír algo de tu música y de esa manera mis compañeros sabrán que eres bueno.
—¿Con música? ¿Por qué no se lo dices directamente?
—Sería mejor que lo oyeran de ti, pero me temo que no hablas su dialecto. Mis compañeros son los seres vivos del bosque y los espíritus de los árboles y ríos. La música es un idioma que entienden, mi querido juglar.
—Ya decía un amigo que si sabes música es como si aprendieras veinte lenguajes. Bueno, trataré de hacerlo de la mejor manera posible.
Me senté en una piedra para estar más cómodo y me puse a tocar en Tensón. De pronto, con asombro, me escuché a mí mismo interpretando una hermosa melodía, una que no había oído nunca antes, cuyas notas hablaban de un lugar lejano y de una tierra de fantasía que cambiaba de forma constantemente. La Sidhe sonreía y yo sentía que todo el bosque escuchaba mi música.
Al terminar, me noté renovado. Con la sonrisa todavía en el rostro, la Sidhe se acercó y me dijo:
—Eso ha sido hermoso.
—Mira —confesé—. La verdad no ha sido obra mía sino de Tensón. Yo no sé tocar tan bien y esa canción no la había escuchado antes.
—¡Ah querido viajero! —me dijo riendo—. Tensón sólo emite la melodía que está en el espíritu de quien la toca. Y tu espíritu es de poeta.
—Me sonrojo. ¿Supongo que puedo estar tranquilo ahora?
—Puedes estarlo. Sin embargo una melodía de ese tipo merece mi admiración y la de todos los Sidhe. Hemos decidido darte la opción a un obsequio. Pero todo obsequio necesita una prueba.
—Sí, ya me estoy acostumbrando. Muchas gracias, dime qué tengo que hacer.
—Responder a una pregunta que nos hacemos los Sidhe hace mucho tiempo. Escucha, amigo poeta: La poesía es más antigua que la prosa, es el lenguaje original. El ser humano tardó mucho tiempo para expresarse en términos abstractos, ya que mucho más fácil y más hermoso era asignarle vida a las palabras y de esta manera asignarle también vida a las cosas que ellas definen. El niño le asigna vida e inteligencia a todos los objetos, pero luego se le olvida. ¿Por qué reprime ahora el hombre ese tipo de expresión?
Me quedé pensando un instante. Recordé que cuando era niño yo siempre había pensado que mis juguetes tenían vida, y que si no jugaba con todos por igual, algunos podían sentirse mal. En la adolescencia, había descubierto que las palabras podían tener vida propia en manos de ciertos autores de poemas e historias. Años después, la carrera de ingeniería me había enseñado a hablar pensando en términos técnicos y en estándares.
—Eso es algo que yo también he notado —respondí—. Lo que sucede es que vivimos en un mundo donde el lenguaje científico y técnico es considerado más valioso. Y algo de razón tienen los que piensan así, porque gracias a este lenguaje hemos llegado hasta donde estamos. Pero lo importante está en manejar ambos lenguajes. Hoy en día, los poetas siguen hablándole al mar o la luna como si fueran entes con personalidad y espíritu.
—Pero ya ves, es que lo son. Y si logran entenderlo podrán ganar su favor, como ha ocurrido ahora. En el comienzo de su historia, nosotros compartimos muchas cosas con vosotros. El hombre primitivo sabía que todas las cosas tenían vida y es así que las palabras como árbol, sol, piedra, luna o serpiente eran inherentemente femeninas o masculinas, ¡y con vida!
Vinieron a mi mente algunos poemas mitológicos europeos, los que solía leer cuando estaba en el colegio. Las historias que contaban eran apasionantes, pero nunca antes había reparado en el lenguaje tan particular que usaban.
—Es verdad. En el lenguaje antiguo uno no decía simplemente «salió el sol» sino «el Sol se levantó y caminó», un leguaje poético hermoso. Yo pensaba que esa era la explicación de lo mítico.
—No es eso. Ese lenguaje tiene esa forma porque los hombres de esa época vivían más cerca del mundo y sabían la verdad. El camino que lleva a su mitología es otro. A veces ocurren cosas tan dolorosamente inexplicables o tan increíblemente fortuitas que al hombre no le queda otra opción que refugiarse en el mito.
—¿Debido a que no podemos explicarlo?
—El hombre, al igual que nosotros, no puede soportar el sufrimiento sin motivo, el sufrimiento absurdo. Sabe que el estado natural de las cosas es el bien.
—¿Y cuando algo sale mal?
—Se busca a quien culpar. Puede ser culpa propia o culpa de un hombre malo. O en todo caso puede ser cólera divina, venganza por alguna ofensa… pero no soy yo quien debe hablarte de lo divino. Lo fundamental es que no olvides lo que has visto aquí. Ahora mereces tu obsequio.
Descolgó de su cinto una espada y la puso frente a mí.
—Te presento a Cizaña, la de doble filo. Un regalo de los hombres a los Sidhe y ahora de vuelta. Es tuya.
Otra vez tenía ante mí la opción de usar un arma. ¿Era también una prueba? No sabía si aceptar o no la oferta. ¿Sería capaz de usar una espada? No, si tenía que pelear con alguien no tendría opción. Jamás en mi vida había empuñado un arma de ese tipo.
—Muchas gracias. Tu regalo viene del corazón, pero no puedo aceptarlo. He decidido seguir el camino de juglar y no hay lugar en él para este tipo de armas.
—Piénsalo bien, viajero. La espada ya ha sido dejada por mí y no puede ser recuperada a menos que alguien la acepte primero. Si no la quieres tú, alguien más… sombrío… podría usarla.
—Espero no decepcionarte, pero no la quiero.
—No me decepcionas, al contrario, aumentas mi confianza. Entonces Cizaña será de quien la quiera. Has rechazado un arma, pero debes tener un regalo —dijo mientras descolgaba ahora de su cinto lo que parecía un cuerno de bronce.
—No es necesario que te desprendas de más cosas.
—En este caso sí lo es. Lleva esto. Cuando llegues a Tir Bo Thin’n te puede ser útil.
—Muchas gracias, entonces lo acepto. Pero, dime, ¿conoces tú el camino a Tir Bo Thin’n?
—Yo no, pero si continúas por aquel sendero llegarás al hogar de un viejo ermitaño. Él sabe cómo llegar. Sabrás que estás cerca de su hogar cuando escuches el llanto.
—¿El ermitaño llora?
—No me entenderás hasta que lo escuches. Por ahora confía en mí y ve en su búsqueda.
—Me voy entonces. Muchas gracias.
—Que la luz te ayude a apartar las sombras que te siguen.
Dicho esto se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la parte densa del bosque. Hasta hoy no lo puedo recordar con claridad, pero estoy casi seguro que la vi fusionarse con el tronco de un gran árbol.
Tomé el camino que me había indicado, mientras tarareaba la melodía que había compuesto sin querer. Desde ese momento, cada vez que me siento triste o cansado, la recuerdo. El sonido del alma reconforta cualquier mal del cuerpo.
No perdía la costumbre de pensar en minutos, así que bajo mi inútil marco de referencia calculé que habían pasado unos veinte desde que deje el claro del bosque hasta que llegué a las orillas de un río.
El lugar era hermoso y me agaché a beber con las manos. El agua tenía un sabor dulce pero refrescante. Debo de haber bebido unos quince sorbos. Una vez saciado me levanté y recorrí con la vista toda la orilla y el otro lado. No había señas de ninguna casa o huellas de ningún tipo. Pero era ahí donde terminaba el camino.
Estaba a punto de retroceder pensando que tal vez en algún momento había tomado un desvío equivocado, cuando lo escuché.
Fue el grito más desgarrador que había oído en mi vida. La voz parecía llevar consigo su propio frío y al escucharla sentí claramente que mi cuerpo comenzaba a temblar y los cabellos del cuello y la cabeza se levantaban.
El sonido penetraba en el cerebro y hacía perder la esperanza. Mi cabeza se llenó de pensamientos de abatimiento y desconsuelo. Caí de rodillas con la cara entre las manos, sollozando.
Y tan súbitamente como empezó, el ruido cesó. De entre los árboles vi surgir a un hombre cuya edad era imposible de adivinar ya que tenía la barba sumamente espesa, desordenada y larga hasta por debajo de la cintura y los ojos llenos de esas arrugas que no son causadas por la edad sino por el sufrimiento. Vestía lo que en algún momento debieron haber sido finas ropas de seda, ahora hechas trizas y sucias.
Yo todavía no podía hablar, sentía que me faltaba el aire después de haber escuchado ese grito escalofriante. El hombre se agachó junto a mi oído y me dijo susurrando:
—No tengas miedo, es a mí a quien sigue el espíritu que se queja. Tú sólo has escuchado un sollozo, yo lo escucho todo el tiempo.
—¿Cómo…? —alcancé a decir mientras recuperaba el aire.
—¿Cómo lo soporto? No lo hago. Pero es mi castigo y está conmigo desde el principio de mi peregrinaje por este lugar. Pero vamos, nadie viene hasta aquí a menos que necesite desesperadamente ayuda —me dijo cogiéndome de un brazo para ayudarme a ponerme de pie—. Habla rápido.
—¿No volverá a quejarse? —dije con dificultad. Incluso con su ayuda me fue imposible sostenerme en pie y caí de rodillas nuevamente—. No quiero escuchar ese sonido nunca más.
—Tenemos un instante, debes ser rápido.
—No, no. Debe haber otra forma. Lo que tengo que hablar contigo va a tomar tiempo. Tienes que explicarme bien el camino a seguir, ya que eres el único que lo sabe.
El ermitaño soltó mi brazo y se puso de pie. Con la voz dura me dijo:
—¿Buscas Tir Bo Thin’n, no es así?
—Así es.
—¿Quién te ha enviado?
—Vengo por encargo de una Sidhe que encontré en un claro del bosque en esa dirección —respondí señalando el camino por el que había venido.
—Lo siento. No puedo ayudarte.
Me puse de pie con dificultad ahora que el aire había regresado y lo miré fijamente. Si bien su aspecto era el de un loco, sus ojos eran firmes y delataban su fuerza interna. Este hombre se negaba por convicción, no por capricho.
—Pero debes ayudarme —le dije—. Pasaré cualquier prueba o te ayudaré en lo que sea.
—Ya muchos han partido en búsqueda de Tir Bo Thin’n y no han regresado. Suficientes muertes he visto ya. No voy a causar otra más.
El ermitaño dio media vuelta y comenzó a alejarse.
—¡Espera! —le grité mientras corrí a alcanzarlo. Cogí su brazo y lo detuve. El ermitaño sonrió mientras giraba la cabeza hacia mí.
—Eres fuerte, juglar, y veo en tu rostro que si intentara alejarme me lo impedirías. Pero no tienes tiempo. Déjame ahora y vete de aquí o escucharás de nuevo el llanto. ¿No lo notas? Se acerca.
—No me iré —dije, aunque con miedo, pues realmente podía sentir una sensación agobiante, una fuerza que se acercaba, y se podía sentir de nuevo un viento frío.
—Te irás. Veo tu miedo. ¿Y así pretendes enfrentar a La Sombra? ¡Lo que vas a ver ahora no es sólo una sombra, ella es la verdadera Scathach! —Al notar que no lo soltaba prosiguió—. Tonto, morirás aquí al oír el llanto tan de cerca. Vete.
—Te he dicho que no lo haré.
—Pero ¿estás loco? ¡Mira! —gritó señalando hacia el bosque.
Y entonces vi acercarse a la muerte en la forma de una mujer atormentada. Era un espectro que pese a su apariencia humana delataba claramente su vil propósito. Sus ojos eran suficiente para causarme pesadillas durante toda la vida. El espectro no caminaba, sino que se deslizaba sobre el suelo, como flotando.
Aún así no solté al ermitaño, pues yo estaba dispuesto ya a morir si era necesario en la búsqueda de mi destino. El hombre me miraba con una mezcla de terror y preocupación en el rostro.
El espíritu abrió la boca para emitir un grito desgarrador. El sonido tenía forma, tenía masa, era perceptible no sólo por los oídos sino por todo el cuerpo en forma de cuchillas que causaban un dolor agonizante.
Fue demasiado. En un instante, todo se convirtió en oscuridad.
*
Cuando abrí los ojos de nuevo tenía al ermitaño a mi lado, de cuclillas y con los brazos cruzados, mirándome fijamente. Yo estaba tendido en el suelo y cubierto en un sudor helado, mi mano apretando fuertemente a Tesón.
—Has sobrevivido juglar —me dijo el ermitaño—. Increíblemente has sobrevivido.
—Lo… lo he hecho… ¿verdad?
—Sí, pero que no se te suba a la cabeza, ya que sospecho que el mérito no es tuyo. Ese instrumento que aprietas en la mano debe ser capaz de defenderte en parte de este tipo de sonidos mortales.
—Al… al menos…
—Calla. Lo que hiciste fue insensato y no resistirás el siguiente grito. Pero un hombre dispuesto a morir por obtener mi ayuda no merece que se la niegue. Dame la mano, te ayudaré a ponerte de pie. Cuando el espíritu regrese pídele que te cuente su historia. Después de escucharla nos dejará tranquilos por un buen tiempo y podré ayudarte.
Lentamente y con ayuda pude ponerme de pie. Noté que el ermitaño me miraba preocupado.
—¿Me veo muy mal? —le pregunté.
—Si realmente te encontraras como te ves, estarías muerto.
—¿Tan mal, eh? —logré sonreír.
—Prepárate, ahí viene.
Uno pensaría que al verlo por segunda vez el efecto sería al menos un poco más leve, pero no fue así. Los ojos del ermitaño me confirmaron que toda una vida no bastaba para perderle el miedo a esa horrible criatura. Usando todas mis fuerzas logré mantener el control y cuando el espectro se acercó a unos metros le grite:
—¡Alto! Cuéntame tu historia espectro. Déjame conocer el motivo de tu sufrimiento y descansa.
Al oír esas palabras el espectro se detuvo por un momento, me miró fijamente, y luego continuó moviéndose en dirección a mí.
—¡Dijiste que se detendría! —le grité al ermitaño.
—Te dije que te contaría su historia. Prepárate.
El espectro estaba ya frente a mí. Vi con terror como estiraba uno de sus brazos en dirección a mi cuello. Cuando hizo contacto, pude ver cómo parte de mi piel se ponía azul con un frío tan intenso que no se podía comparar con nada del mundo real.
Y en ese momento, lo supe todo.
Sólo había demorado el tiempo que le toma a un hombre el pestañear, pero el espectro me había contado su historia con todos los detalles. En mi cabeza quedó grabado hasta el menor sentimiento de todos los involucrados. Retiró su brazo, bajó la cabeza y se alejó. Me volví a mirar al ermitaño, que ahora esquivaba mi mirada con la suya fija en el suelo.
—¿Tú los mataste ermitaño?
—Ya lo has visto.
—He visto una isla prodigiosa, donde los habitantes no morían por edad o enfermedad de ningún tipo. He visto a una mujer guerrera entrenando a un gran héroe.
—Fue el mejor. Nos salvó a todos.
—He visto a un hombre cegado por los celos. Un hombre que desconfiaba, que en su locura creía que su esposa no sólo entrenaba al héroe en combate, sino en otras artes. Lo he visto matar a su amada.
—No fue sólo ella.
—Lo sé. Luego de este suceso desafortunado, la magia de la isla se esfumó, todos murieron. Incluyendo a tu hijo.
—Ya he sido juzgado y sentenciado. ¿No has visto? Mi castigo es sufrir ahora una eternidad atormentado por los recuerdos.
—No juzgaré yo si el castigo es merecido o no.
—No necesitas decirlo, puedo verlo.
El ermitaño suspiró y volvió su cuerpo para darme la espalda. Me dijo:
—No malgastes tu compasión, la vas a necesitar para ti mismo si llegas a tu destino.
—¿Conoces el camino?
—No, no lo conozco.
—¿Qué me dices? Entonces no entiendo para qué todo esto.
—No conozco el camino a Tir Bo Thin’n, pero sé cómo llegar.
El ermitaño giró de nuevo y me miró a los ojos. Había desaparecido todo rastro de temor o sufrimiento.
—Para llegar a Tir Bo Thin’n no se puede querer hacerlo. El que lo busca jamás lo encontrará. Sólo cuando dejes de buscarlo podrás alcanzarlo.
—Tú has estado ahí, ¿no es así?
—Sabes leer muy bien a las personas.
—Es algo que he venido aprendiendo en este viaje.
—Estuve allí. Llegué sin querer mientras deambulaba loco en los inicios de este martirio.
—¿Aprendiste algo?
—Sí. Aprendí que ninguna sociedad es perfecta, ni siquiera la isla prodigiosa de la que vengo. Aprendí que es muy tonto el que ignora factores inherentes al ser humano como el egoísmo y la contradicción, el temor al cambio, el deseo sexual o el deseo de trascender… por nombrar sólo algunos. Estos factores han destruido sociedades, reinos, imperios, países.
—Humm… el egoísmo y el poder… por su culpa la mayoría de las instituciones son corruptas.
—Las instituciones no son corruptas, son corruptas las personas que las forman. Lo irónico es que las personas que condenan a toda una institución por las acciones de unos pocos, no se dan cuenta de que ellos también pertenecen a grupos en los que hay gente mala.
—¿Aprendiste que nadie es perfecto?
—Nadie lo es.
—Aunque… tengo un amigo que dice que él sí.
El ermitaño y yo nos quedamos pensativos por un buen tiempo. Él luchando con sus recuerdos y yo tratando de entender lo que debía hacer. Repasaba las pruebas y los diálogos que había tenido hasta ese momento. Miraba las cosas desde distintos ángulos. Y de pronto, lo supe.
—He encontrado la manera de llegar, ermitaño.
—Entonces ha llegado el momento en que me dejes solo. Debo decir que, después de todo, me dio gusto que no huyeras.
Estreché su mano y no pude evitar sentir algo de lástima por él pese a su advertencia.
—Dime, amigo —le dije—. ¿Crees en un dios? ¿Crees que tu familia está con él, esperando tu regreso?
—Yo creo en varios dioses, juglar.
—¿Varios? Pero alguno debe ser el más poderoso, el creador, el que gobierna a los demás.
—Interesante error el de asignar siempre un líder y una jerarquía a todo, incluso a las divinidades. Pero es la forma que tiene el hombre de encontrarle un sentido a las cosas. Tendemos siempre a pensar que hay un orden detrás de todo, que existe una lógica que aún no descubrimos. Nos es muy difícil aceptar la idea de un universo caótico e ilógico.
—¿Es así en realidad?
—Lo es, ahora ya lo sé.
—Pero yo me refería a una fuerza creadora. Yo sé que cada persona ve algo diferente: algunos ven a Dios, otros ven a Ra o Gaea saliendo del caos, o una gran explosión a partir de una singularidad. Pero todos hablan de lo mismo.
El ermitaño comenzó a reír. Era un penoso espectáculo pues, incluso en la risa, su rostro ofrecía tristeza.
—¡Ja ja! Lo que me dices es tan sabio que no puede ser idea tuya. Veo que has aprendido la lección de aquel que es el Tercero en el Templo.
—Muchas gracias por confiar en mi capacidad. Pero ¿estoy en lo cierto?
—Es correcto. Algunos definen a cada aspecto de esta energía creadora por separado y otros prefieren tener una sola entidad que agrupa todo. Hay personas que prefieren verlas desde el punto de vista del lenguaje abstracto y no poético. Te aseguro que a la energía creadora le da igual.
—¿Y en tu caso?
—Mi familia no me espera, pues no regresaré. Es mi castigo. Pero ellos están a salvo y aún me recuerdan. Sigue tu camino juglar, ahora que sabes cómo.
—Adiós entonces. Y no pierdas la esperanza del perdón.
Dejé al ermitaño atrás y me interné en el bosque. Ya no había nada de qué preocuparse.
*
Es imposible saber cuánto tiempo estuve vagando por el bosque. Sabía ahora que la única forma de llegar a mi destino era el no buscarlo. Tenía que alcanzar el Satori.
Tenía que descubrir.
Es difícil tratar de explicar ahora lo que encontré, las palabras no pueden describirlo. Pero intentaré aproximarme.
Descubrí el arte de plantear preguntas. Pero no preguntas racionales con respuestas lógicas. Descubrí el arte de plantear las preguntas necesarias para abrir la mente, las preguntas sin sentido.
Descubrí que todas las verdades son inventadas por nosotros y que el universo existe sin verdades, en caos. Descubrí cómo pasar más allá del orden y más allá de lo lógico. Llegué al borde de los precipicios de la mente y salté al otro lado.
Descubrí que todas las cosas y todos los seres estamos formados por la misma energía. No aprendí nada nuevo, sólo me di cuenta de lo que ya sabía. Después aprendí a no saber.
Y cuando no supe, las formas desaparecieron y pude ver todo volverse uno.
Descubrí el sonido que hace una sola mano al aplaudir. Visité el momento en que todo empieza y todo acaba. Descubrí el secreto de lo mismo. Aprendí a entender el absoluto. Aprendí a estar en silencio al gritar. Conocí el todo y no las partes.
Y encontré que lo más valioso del mundo es aquello a lo que nadie puede poner precio.
Y fue entonces cuando vi el monolito. Medía casi tres metros de lado, un cubo perfecto. Las paredes eran transparentes, de un material similar al cristal. No había ninguna inscripción, pero no era necesaria: estaba en Tir Bo Thin’n.
Pero no estaba solo. Yo estaba allí. Y estaba él.
*
La figura que estaba de pie frente a mí era Yo mismo. Pero este era un Yo extraño, diferente, un Yo que de alguna manera me hacía sentir incómodo. No era sólo el hecho de que este Yo estuviera al revés de lo que uno está acostumbrado a ver en un espejo. Era algo más.
—¿Qué significa esto? —dije.
—Viajero, has superado muchas pruebas, pero ahora debes enfrentarme a mí, el segundo, La Sombra —dijo mientras sacaba de su funda a Cizaña, la espada que me había mostrado la Sidhe, sólo que se veía de alguna manera más oscura.
—¿Y me puedes decir quién eres, tú que te has escondido entre las sombras todo este tiempo?
—¿Acaso no es obvio? Yo soy tú, o mejor dicho, lo que tú has dejado atrás.
Aquel Yo se lanzó entonces con su espada hacia delante, dispuesto a enseñarme que él sí sabía cómo usarla. Logré dar un salto hacia atrás y esquivar el primer golpe. Di la vuelta al monolito y lo puse de barrera entre él y yo. Podía verlo a través de las paredes transparentes del mismo, sonriendo vilmente, midiendo los espacios. Yo miraba de un lado a otro buscando algo que me pudiera servir de ayuda. Tenía que seguir hablando, ganar algo de tiempo.
—¿Así que eres yo, eh? —dije—. Pero bastante más agresivo, déjame decirte.
—Agresivo, ignorante, menos sabio… pero más cruel. Verás, yo soy todo lo malo que tenías. Yo existía desde antes de que iniciaras el viaje y te seguí desde un principio. Primero era pequeño, débil. Pero a medida que tú ganabas en experiencia y conocimiento yo también me volvía más fuerte ya que eran más los aspectos negativos que ibas desechando.
—Entonces, no eres más fuerte que yo.
—Tan fuerte como tú. Pero mientras tú has crecido en conocimiento yo he crecido en agresividad, intolerancia, maldad… ¡e impaciencia!
Y se lanzó de nuevo por el lado derecho del monolito. Yo salté hacia la izquierda, tropecé con algo y caí sobre mi brazo. En un segundo él estaba encima mío. Cizaña se movió en dirección a mi pecho.
Y en ese momento, sucedió lo inesperado: el cuerno de bronce, hasta ahora a mi lado, emitió un sonido grave que fue subiendo de intensidad con una velocidad asombrosa. Si bien a mí me parecía fuerte pero soportable, a aquel que era Yo le causaba un efecto devastador. Soltó su espada y cayó rodando al suelo mientras se tapaba los oídos con las manos.
Yo entonces, mientras agradecía a la Sidhe de todo corazón, tomé la espada en mis manos y me acerqué al cuerpo que se retorcía de dolor. En unos segundos más el cuerno de bronce dejaría de sonar, pero ya me encontraba yo encima de mi enemigo y con la espada a unos milímetros de su cuello.
—¡Adelante! —me dijo—. Acaba de una vez conmigo y habrás terminado por fin con tu última prueba y con todo lo malo que has dejado atrás.
—No —dije, pues ya había entendido lo que se esperaba de mí en esta prueba.
—¿Qué estás diciendo? ¿No lo harás?
—No. No lo haré porque destruirte no es lo que debo hacer. Tú y yo somos uno y debemos existir juntos siempre. Es el orden de las cosas. Lo positivo necesita una contraparte negativa o de lo contrario es cegado por su propio brillo y se convierte en algo mucho peor. Esta es la primera lección, la lección de tolerancia de la que hablaba el encapuchado.
—¡Iluso! Si me dejas libre yo estaré siempre allí para perseguirte.
—Es cierto. Pero yo sabré mantenerte bajo control. Uno no puede huir de su pasado o de su lado negativo. Pero ahora soy más fuerte y en lugar de hacerme daño me ayudarás a ser aún mejor. Ven, levántate, dame la mano.
Tomó la mano que le ofrecía y se puso de pie. Y en un instante, fuimos uno de nuevo. Y ahora juntos éramos más que la simple suma de los dos.
Sentí una gran alegría porque comprendí que las pruebas habían pasado. Había aprendido las tres lecciones. Podía regresar a casa.
Pero antes, sólo una cosa quedaba por hacer en este mundo. El monolito comenzó a brillar y yo sabía que debía entrar. Como era de esperar me llevó de regreso al templo con columnas y sabía que dentro encontraría una capa marrón con capucha y unos guantes. Descansé mientras preparaba una pócima para recibir al viajero. Fue fácil encontrarlo, desorientado en el suelo. Evité que me reconociera en todo momento, porque de otra manera el efecto estaría arruinado.
Cuando le mostré a Gae Bolga, se molestó y no pude evitar sonreír. Como era de esperar, eligió a Tensón. Y tuve que hacer la pregunta por más que yo sabía que daría la respuesta correcta, porque así ha de ser.
Tengo que confesar que no pude evitar ayudarlo un poco más de lo debido. Le comenté sobre la proyección de las fuerzas en un mundo de cuatro dimensiones. Y también lo encaminé hacia el bosque cuando lo noté indeciso.
—Ya nos hemos visto dos veces —le dije, pues esta era la segunda.
Vi como el viajero, yo mismo hace tanto, se adentraba en el bosque. Esa era la segunda lección: Yo soy mi propio mentor. Y lo había hecho bien.
Había llegado el momento de volver a casa.
*
Por supuesto no me sorprendí para nada cuando, dos días después de mi regreso, me encontré con El Gordo en un café. Yo estaba tratando de ordenar varios papeles y anotaciones en una de esas diminutas mesas que tienen los cafés cuando lo vi entrar.
El Gordo se acercó y, con la misma actitud de tranquilidad total, como quien conversa sobre la diferencia entre un café expresso y un cappuccino, me dijo:
—Veo que eres uno de los Aes Dana ahora.
—Si —respondí—. Muchas gracias por todo.
—No hay problema, algún día yo iré a Tir Bo Thin’n, pero por ahora hay otras cosas que hacer.
—¿Cientología?
—Je, je. Ahí siempre hay adeptos. Pero bueno, antes de dejarte tranquilo dime: ¿Cuál fue tu tercera lección?
—¿Mi destino? Lo tienes aquí al frente en la mesa. Voy a escribir un libro.