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POLIXO
Polixo es mi nombre y era sólo una niña cuando me llevaron al palacio del gran rey Tíndaro. Me destinaron al servicio de su hija la princesa Helena. Yo estaba mortalmente asustada pero ella tenía mi misma edad y me trató bien. Nos hicimos amigas, en la medida en que pueden serlo una criada y una reina. Me participaba sus secretos y yo… no los tenía para ella. No sólo era hermosa, tenía vida, era la manifestación de la vida. Y aunque fuera despótica y mimada resultaba imposible no quererla. Yo la adoraba.
Helena asomada a un balcón.
HELENA
¡Ven, Polixo, ven! Ya llegan. ¡Mira! No se les ve bien. Están aún lejos.
POLIXO
Ahí va tu padre que sale a recibirlos.
HELENA
¿Será guapo de verdad Menelao, Polixo?
POLIXO
Todos los que lo han visto dicen que es un hombre hermoso.
HELENA
Que sea alto al menos. No me gustan los hombres pequeños. Pero ya están aquí. ¡Qué buenos caballos traen!
POLIXO
¡Y qué ricos estandartes, qué mantos!
HELENA
Los yelmos no me dejan ver sus caras. ¿Cuál será Menelao?
POLIXO
Altos sí que son los dos. Pero ya se bajan de los caballos y se quitan los yelmos para abrazar a tu padre. Míralos. ¿A ti cuál te gusta más?
HELENA
El que va delante es grueso y zambo, ese no. Me gusta más el que se ha quedado atrás, como por respeto, con el pelo largo y la barba corta y delgado.
POLIXO
Ese es Menelao. Pero calla, viene tu hermana. Me voy. Últimamente está insufrible.
Entra Clitemestra
HELENA
Volviéndose hacia su hermana
Ven. Mira. Han llegado los príncipes de Argos, hermosos como potros, y traen un carro cargado de regalos.
CLITEMESTRA
Calla. No quiero verlos.
HELENA
¿Qué te pasa para tener tan mala cara? Deberías estar contenta. Estos que llegan son nuestros futuros maridos.
CLITEMESTRA
¿Contenta? Estoy embarazada.
HELENA
¿Embarazada?
CLITEMESTRA
Sí. Tántalo es mi esposo a los ojos de la Diosa. Y no quiero otro que a él.
HELENA
Estás loca. No sabes lo que dices. No sabes lo que está en juego. Padre ya ha dado su palabra, no podrá volverse atrás.
CLITEMESTRA
Ayúdame a convencerlo. Sólo tiene ojos para ti. Para él tú eres el sol y yo sólo una sombra. Cásate tú con Agamenón, eso solucionaría el problema.
HELENA
Yo. De ningún modo. Y mucho menos después de verlo. A lo que sí puedo ayudarte es a desprenderte de ese niño que no debe nacer. Seguro que Polixo conoce a alguna curandera.
CLITEMESTRA
No. No lo mataré en mi vientre. Ni sé porque te he pedido ayuda. No la esperaba. Sólo tienes egoísmo dentro de ti. Pero tu soberbia será tu castigo. Recuérdalo.
HELENA
Eres odiosa, odiosa, y nunca cambiarás.
Vuelve al coro
CLITEMESTRA
Sí, odiosa, es cierto. El odio ha empezado a crecer dentro de mí y será la norma de mi vida. Estoy ya muerta y miro con los ojos de los muertos, y desde mis cuencas vacías contemplo el porvenir como si fuera el pasado.
Pariré el hijo que llevo en el vientre y tanto ese pobre niño como su padre morirán a manos de Agamenón, el homicida. Y seré obligada a casarme con él y le daré hijos que por ser suyos me resultarán aborrecidos. Pero los criaré como serpientes en mi seno, al igual que criaré a tu hija, Helena, porque parirás una hembra y la abandonarás en corta edad, más cruel que las mismas fieras. Tu egoísmo, al que llamarás amor, precipitará al mundo en la ruina y Agamenón partirá hacia Troya.
En su ausencia, por venganza y por deseo, llamaré a mi lado a su hermano bastardo, Egisto, para que usurpe su lecho y su trono. Y con él gozaré durante años hasta que Agamenón vuelva de Troya y a su vuelta, la misma noche de su regreso, coseré las mangas de su túnica para que no pueda defenderse y yo misma lo mataré con un hacha. Agamenón, el homicida.
Y después, durante unos años más reinaré con Egisto, libre de enemigos, hasta que mi hijo Orestes, ayudado por Electra, su hermana, me den muerte a pesar de haberles enseñado el pecho con el que les di de mamar.
Esa vida de violencia ha de ser la mía y todo ha de cumplirse y se cumplirá. Cada uno de mis pasos me acerca a ese destino.