CAPÍTULO VI
Cuando, aquel sábado por la mañana, Barney Hill salió de la consulta después de su primera sesión, el doctor Simon dictó lo siguiente en su magnetófono:
Durante las partes explosivas de las revelaciones del paciente, noté una descarga emocional muy pronunciada. Las lágrimas le corrieron por las mejillas, se asía la cabeza y el rostro y se agitaba de manera angustiosa. Cuando me explicó cómo eran los ojos, hizo círculos en el aire con las manos tratando de describir la forma de aquellos ojos, que acabó por dibujar. De hecho, lo que dibujó es una curva que representa la parte izquierda del rostro y trazó el ojo en ella, sin más detalles. Cuando le pregunté qué ojo era, pareció algo confuso. Luego, dibujó el resto de la cabeza y puso también el otro ojo y el gorro, con la visera. Y, luego, como si se le hubiera ocurrido en aquel momento, añadió la bufanda. Betty Hill ha sido inducida, por medio de sugerencia posthipnótica, para que esté dispuesta cuando le llegue el momento de ser interrogada. Estuvo en la sala de espera durante todo el tiempo que duró la sesión.
Esta primera sesión puso en evidencia que Barney sólo había rozado parcialmente el umbral del cuarto oscuro de su memoria consciente sobre lo sucedido aquella noche en Indian Head. Todavía no disponían más que de una descripción vaga e inconexa, como vista en sueños, del enorme objeto volante que se había echado sobre ellos, una extraña sensación de estar como flotando, un accidente, aún sin detalles, en la carretera, y figuras en mitad de la carretera sin que se supiera por qué estaban allí. Durante todo el período consciente del incidente, la descripción de Barney era bien clara y bien definida, atenta a los menores detalles. De pronto, en el momento en que se vio de nuevo en Indian Head, su descripción se volvió vaga y fragmentaria, como ajena a él. Parecía haber dos puntos de resistencia: uno, en el momento en que se había llevado los binóculos a los ojos, precisamente después de que se pusiera en marcha el coche y que el objeto volante se cerniese sobre él; el otro, en algún punto aún incierto, carretera abajo, un obstáculo. El relato de Barney saltaba de aquí al momento en que dijo que llegarían a Portsmouth más tarde de lo que había previsto.
Durante todo el relato en estado hipnótico, Barney había mostrado una firme resistencia a creer en los objetos volantes no identificados. Como el mismo Barney dijo más tarde, la posibilidad de que aquel objeto fuera una ilusión óptica o mental parecía muy pequeña. Su resistencia a creer en la existencia de aquel fenómeno era profunda, aunque su actitud ambivalente en relación con él no podía menos de sorprender al doctor.
El doctor Simon estaba orientando su tratamiento hacia el recuerdo de las experiencias del paciente y los pensamientos a que éstas habían dado lugar; su finalidad no era comprobar si tales objetos volantes no identificados eran reales o irreales, que las experiencias fueran ciertas en el sentido absoluto del termino tenía menos importancia a ojos del doctor que su existencia como parte del pasado o presente mentas de su paciente. En el transcurso de la investigación, persistió en poner a prueba la existencia del objeto volante, naturalmente, pero aún no se podía llegar a una conclusión preliminar. Todavía le faltaban muchas pruebas y datos, sobretodo, de Betty Hill, cuya versión del suceso aun no había oído.
El suceso en si apenas tenía precedente o, mejor dicho, no tenía ninguno. El obstáculo que cortaba la carretera, las figuras que Barney recordaba haber visto en ella y las extrañas reacciones de Barney durante la segunda mitad de la sesión requerían nuevos tanteos, como también cualquier posible fantasía o deformación de los hechos.
Los ruegos que hizo Barney al doctor, pidiéndole que le permitiese despertar, tuvieron lugar precisamente en los momentos en que surgían emociones violentas y en que los recuerdos eran, probablemente, dolorosos. Muchos casos semejantes indican que la resistencia del paciente al hipnotizador son intentos de soslayar el obstáculo que impide la salida a la memoria consciente. Sólo la tenacidad del hipnotizador puede vencer esa resistencia.
La decisión del doctor de mantener a Barney en trance, a pesar de la intensa abreacción o explosión emocional, se basó en su cálculo de la capacidad de resistencia mental de su paciente.
El 29 de febrero de 1964, los Hill llegaron puntualmente a la cita. Betty fue sometida a una inducción cuyo objeto era reforzar su preparación para cuando le llegase el turno, y Barney comenzó su segunda sesión. Antes de ponerle en trance, el doctor Simon le hizo algunas preguntas generales.
DOCTOR: Veamos, señor Hill, ¿cómo se ha encontrado estos días?
BARNEY: Por lo menos, físicamente, me he encontrado bien. Pero he sentido inquietudes…
DOCTOR: Explíquemelas.
BARNEY: Le diré. La semana pasada, cuando me fui de su despacho, comencé a sentir algo parecido a recuerdos vagos de lo ocurrido aquí, y esto llegó a inquietarme mucho.
DOCTOR: ¿Y que recordó usted?
BARNEY: Pues recordé «ojo». Y pensé que esos «ojos» estaban diciéndome algo. Y me alarmé, porque creí que mi cordura corría peligro. Pensé llamarle a usted cuando llegué a casa, pero, luego, no lo hice. Y mi mujer y yo fuimos a casa de unos amigos, de visita, y esto me alivió algo la tensión que sentía.
DOCTOR: ¿Es eso lo único que recuerda?
BARNEY: De importancia, lo único. Otra cosa interesante que pareció ocurrirme es que comencé a recordar pequeños detalles sueltos del viaje, lo cual me pareció interesante, porque, hasta entonces, nunca había pensado en aquellas cosas. No había pensado en ellas en absoluto. Por ejemplo: nos paramos en el Estado de Nueva York y compramos una caja con seis latas de cerveza, y Betty y yo las llevamos al cuarto del motel. Pensé también, que podríamos llevar la perrita al cuarto, y la lleve al cuarto de baño y la até con una correa larga porque el cuarto de baño tenía el suelo de azulejos. Así, si hacía sus necesidades, no mancharía la alfombra. Y esos detalles parecieron volverme a la mente…
DOCTOR: Al parecer, son cosas que usted no me contó, porque, naturalmente, no las recordaría usted. Pero le dije que lo recordase todo y, a pesar de mi orden, parece haberse olvidado usted de estas cosas.
BARNEY: Ya.
DOCTOR: Porque cuando el paciente está en trance recibe orden de recordarlo todo, y esas cosas pueden parecer detalles sin importancia. Pero usted no me las dijo, me refiero a las que ha mencionado ahora. Quizá se debiera a que sintiera usted cierto remordimiento por no habérmelas contado, aunque, probablemente, carecen de importancia. Y, a propósito, ¿bebió usted mucho durante el viaje?
BARNEY: Sólo cerveza.
DOCTOR: ¿Las seis latas entre ustedes dos?
BARNEY: Sí. Bebimos una lata cada uno el domingo por la noche al acostarnos. Y nos llevamos las cuatro latas que quedaron.
DOCTOR: Comprendo. O sea, que no bebieron mucho durante el viaje, ¿verdad?
BARNEY: No.
DOCTOR: ¿Y fue aliviándosele la inquietud de que me hablaba, a medida que transcurría la semana?
BARNEY: Sí, más o menos… Sí, de fijo. Anoche, se me agudizó. La semana pasada, el sábado por la mañana, al levantarme, sentí como nauseas, como expectación, inquietud por venir aquí. Y, anoche, me ocurrió lo mismo.
DOCTOR: Esta experiencia le tiene bastante preocupado. Pronto comenzara a preocuparle cada vez menos. Quedará usted perfectamente bien. No tendrá motivos de inquietud acerca de su cordura. (Estas frases tranquilizadoras podrían tener fuerza hipnótica, ya que el contacto repetido entre el doctor y el paciente aumenta el poder de persuasión de éste. Las palabras de Barney contenían también una advertencia de que el material reprimido tendría que ser manipulado con gran cuidado, pues amenazaba con aflorar a la consciencia prematuramente en ausencia del doctor… En el futuro, éste tendría que adoptar ciertas precauciones para reforzar la amnesia hasta que el caso estuviera más claro). Pero, dígame: ¿qué piensa usted sobre el asunto de los «ojos»? ¿Qué le parece? ¿Lo relaciona usted con alguna otra cosa? ¿Le sugiere algunas ideas?
BARNEY: No, nada de eso. O, mejor dicho, lo relaciono con cierta sensación de aviso, de haber sido advertido. Ése es el único efecto que me produce.
DOCTOR: ¿Tiene usted la sensación de haber recibido una advertencia?
BARNEY: Sí, eso.
DOCTOR: ¿Ha tenido usted esa misma sensación alguna otra vez?
BARNEY: No, nunca, es la primera vez que me ocurre una cosa semejante.
DOCTOR: ¿Y le parece que los ojos tienen algo que ver con la hipnosis?
BARNEY: No, no lo creo.
DOCTOR: Bueno, usted quiere que me dedique ahora a Betty y le deje reposar un poco a usted, ¿no es eso? (El doctor se refiere a unas palabras de Barney en este sentido al entrar en la consulta).
BARNEY: Sí, es lo que me gustaría que hiciera.
DOCTOR: ¿Recuerda los ojos como parte de la sesión anterior, o más bien como algo que revoloteaba en torno a usted?
BARNEY: Los ojos parecían estar siempre delante de mí.
DOCTOR: Bueno, pues fue lo último de lo que hablamos la vez pasada. Fue el sábado pasado y adelantamos bastante. Procuraré que no vuelva a sentir usted angustia. Ahora, vamos a seguir. (Se dispone de nuevo a sumir a Barney en un profundo trance hipnótico). Usted no recuerda ahora dónde lo dejarnos la última vez. Repasemos parte del camino y es probable que volvamos a mencionar algunas cosas. Empezaremos un poco antes de cuando salieron a relucir esos ojos. (El doctor dice las palabras convenidas. Los ojos da Barney se cierran inmediatamente y deja caer la cabeza sobre el pecho). Está usted más dormido, cada vez más profundamente dormido. Completamente tranquilo y más profundamente dormido, más profundamente dormido, más profundamente dormido cada vez. Está usted sumido en un profundo sueño. No experimenta usted ningún temor, ninguna angustia. Y, ahora, ningún recuerdo le causará la menor inquietud. Pero lo recordará usted todo. Lo recordará usted todo. Todas sus sensaciones y todas sus acciones. Ninguna de ellas le inquietará ahora, porque están todas aquí, con nosotros. No le inquietarán lo más mínimo y yo estoy aquí, con usted. (La repetición tiene por objeto reforzar las órdenes. Puede ser necesaria, y puede no serlo). Su sueño es más y más profundo, se encuentra usted completamente a gusto. Más profundamente dormido cada minuto que pasa… Ahora, recordará usted todo lo que hemos dicho ya sobre su viaje desde Montreal, retrocederá usted un poco en sus recuerdos, hasta antes de cuando vio aquellos ojos. Y puede empezar contándome la experiencia que tuvo con el objeto volante. Puede empezar desde un poco antes de que termináramos. Comience a partir de cualquier recuerdo nuevo que venga a su memoria.
BARNEY: (Su voz es de nuevo monótona e incolora. Está completamente hipnotizado). Estoy recordando ahora que me encontraba en el bosque, el coche aparcado. Y tengo a Delsey. Y estoy dando un paseo con ella en torno al coche. Y Betty me había dicho que parara para que Delsey pudiese dar su paseo. Y Betty está en pie, junto a la parte izquierda del coche, y mirando al objeto volante con los binóculos. Y yo estoy allí, mirando en ambas direcciones de la carretera, porque quiero que lleguen otros coches. Y doy a Betty la correa de la perra y le digo que me deje los binóculos, que quiero mirar con ellos. Y sólo veo un avión que vuela por el cielo. Y le digo que es un avión que regresa a Montreal, de donde acabamos de salir nosotros. Y quiero darme prisa y volver al coche y volver a Portsmouth. Y Betty sube al coche y dice: «¿Verdad que es curioso?». Y yo empiezo a conducir, y ella dice: «Por ahí va todavía». Y yo me digo que, en efecto, es extraño, y pienso que tiene que tratarse de una avioneta. Y lo curioso es que no hace ruido. Y quiero darme prisa y perderle de vista de una vez, porque es extraño, este extraño objeto que no nos deja solos. Y estoy completamente convencido de que nos ve. Y ya es noche cerrada y me siento indefenso.
DOCTOR: ¿En qué sentido se siente usted indefenso?
BARNEY: Pues advierto que es fácil localizar mi coche, los faros son muy luminosos y la carretera está muy oscura. Y sé que este objeto está dando vueltas por el cielo. Me recuerda a una mosca volando sin rumbo por el cielo, sin trayectoria definida, como cuando se pone a revolotear en torno al sitio donde ha decidido posarse. Y pienso que ese objeto revolotea alrededor de nosotros de esa manera. Y Betty vuelve a decirme que pare. Y paro. Y digo: «Betty, ¿qué vas a hacer? ¿Quieres hacerme ver cosas que no existen?». Y me siento muy irritado, porque estoy convencido de que es un avión, algo perfectamente explicable. Y creo siento más bien, que está tratando de convencerme de que me equivoco. Y eso me irrita, (En la conversación normal, Barney casi nunca comienza sus frases con la conjunción «y». Aquí, sin embargó, parece hacerlo continuamente, casi en estilo bíblico).
DOCTOR: ¿Y qué le contestó ella?
BARNEY: Betty me respondió: «Pues, entonces, ¿por qué vuela de esa manera tan rara? ¿Por qué no se aleja? ¿Qué está haciendo?».
DOCTOR: Bueno, esto no le causará a usted la menor inquietud. Va usted a contarme lo que sintió en aquel momento, pero no le inquietará en absoluto. Empiece.
BARNEY: Yo dije: «Betty, no puede ser…». Estaba pensando, aunque no se no dije a Betty, mi cabeza estaba pensando: «No puede ser un avión». (Nótese como le preocupa a Barney la verdad y la exactitud de lo que dice, asegurándose siempre de que no dirá al doctor nada que sea inexacto). Por eso me sentí molesto, porque Betty me estaba diciendo que el objeto no hacía lo que hacen los aviones normales. Yo no sé cómo, lo advertía y no quería que ella me lo dijera.
DOCTOR: ¿Le parecía a usted que no se conducía como un avión corriente?
BARNEY: Sí, exactamente.
DOCTOR: ¿De qué manera?
BARNEY: Volaba de una forma rarísima. No seguía una trayectoria definida. De pronto, se lanzaba hacia arriba… (Este hecho sale a relucir corrientemente en los informes sobre apariciones de objetos volantes no identificados).
DOCTOR: ¿Se levantaba de pronto verticalmente?
BARNEY: Se levantaba, de pronto, de una manera vertical y, luego volaba un poco horizontalmente. Y, entonces, descendía también en vertical. Y cuando el objeto hacía esto, yo notaba que la hilera de luces parecía inclinarse y volverse a enderezar según la posición en que yo imaginaba que tenía que estar el objeto, según la posición en que tenía que estar.
DOCTOR: ¿Como si se inclinase al virar?
BARNEY: Sí, como si se inclinase. Pero la palabra «inclinarse» no cuadra aquí, porque no expresa con exactitud lo que intento explicarle. Porque si se tratase simplemente de que se inclinaba, yo podría creer que se trataba de un avión. Los aviones también se inclinan. Lo que hacía era cambiar de posición, no inclinarse durante un viraje, lo que hacía era pasar del vuelo horizontal al vertical. (Otro detalle corriente en informes sobre objetos volantes no identificados).
DOCTOR: ¿Y cómo describiría usted su forma?
BARNEY: No podría describirla.
DOCTOR: Más o menos, un avión corriente, aunque sea una avioneta, tiene que parecerse, por la forma, a un cigarro puro. Hasta los helicópteros de gran tamaño lo parecen.
BARNEY: Sí. La hilera de luces parecía seguir una línea semejante a la forma de un puro, pero era una línea derecha y apaisada. (Muchos informes sobre objetos volantes no identificados que existen en los archivos del Comité Nacional de Investigación de Fenómenos Aéreos y también en los de las Fuerzas Aéreas hablan de objetos que tienen forma de cigarro puro cuando están a gran distancia, pero que, a medida que van acercándose, parecen discos grandes vistos lateralmente).
DOCTOR: ¿No pensó usted que el objeto era redondo, como los llamados platillos volantes?
BARNEY: No, no me lo pareció.
DOCTOR: Entonces, tenía que guardar cierta semejanza con los aviones corrientes, ¿no?
BARNEY: En el momento a que nos estamos refiriendo, sí.
DOCTOR: ¿Quiere usted decir que después cambió de forma?
BARNEY: Sí. Mientras descendíamos por la carretera me producía una vaga impresión de que estaba girando.
DOCTOR: ¿Cómo una peonza?
BARNEY: Como una peonza.
DOCTOR: Bueno, veamos. Cuando habló usted de esto antes dijo que vio unas luces en la carretera. Me pareció recordar que eran luces rojas. ¿Le suena esto? Luces en la carretera, como si hubiera hombres trabajando en la carretera.
BARNEY: Sí, pero eso ocurrió más tarde.
DOCTOR: Ya. Bueno, siga entonces como mejor le parezca.
BARNEY: Yo seguí mirando. Me paraba y, luego, seguía adelante. Y Betty me decía que parase de nuevo. Paramos varias veces.
DOCTOR: ¿Y era sólo para mirar otra vez?
BARNEY: Sí, nos parábamos para mirar. Y cuando vi el funicular en la montaña, ante nosotros, pero lejos, me di cuenta de dónde estaba y me dije que, tarde o temprano, tendríamos que pasar junto a «El Viejo de la Montaña». Y el objeto parecía haber aumentado la velocidad y dirigirse a la derecha de «El Viejo de la Montaña». Y, entonces, yo ya iba por la izquierda. Y cuando llegue a donde estaba la figura de «El Viejo de la Montaña» me detuve de nuevo para fijarme bien en el objeto volante, y vi que aún seguía allí. Y cuando nos parábamos, él se paraba también. Esto me pareció muy extraño. (Su voz se va haciendo más intensa, como si estuviera viviendo de verdad lo que describe). Y se movía, bueno, yo no le veía moverse. Seguí conduciendo y Betty dijo: «Se mueve otra vez por detrás de las montañas». Y yo me acercaba a un claro donde vi dos tipis a mi derecha. Y advertí que estaba cerca de Indian Head. Y al acercarme a este lugar vi el objeto volante lejos, pues aminoré la velocidad y miré. Y, entonces, volví a mirar a la carretera para seguir conduciendo y Betty estaba excitadísima. Dijo: «Barney, tienes que parar el coche. Mira lo que está haciendo». (El doctor le anima a que repita esta historia, para comprobar si se contradice en algún detalle). Y aminoré la velocidad del coche y miré por el parabrisas… del lado de Betty, el objeto parecía como si fuera a echarse literalmente contra el parabrisas. Me bastaba levantar un poco la vista para verlo. Estoy seguro de que yo sólo iba a ocho kilómetros por hora, porque tuve que aminorar la velocidad, y dije: «¡Qué raro es esto!». Empecé a pasar revista a todo lo que había pensado desde que empecé a ver este objeto: primero creí que sería una avioneta. Luego, un avión de pasajeros. Después, un avión militar, cuyo piloto estaba divirtiéndose a costa nuestra. Y paré en seco y busqué por el suelo del coche y cogí la llave inglesa que estaba a mi izquierda, y la cogí con toda mí fuerza.
DOCTOR: Ya había sacado usted la llave inglesa de la caja de las herramientas, ¿no?
BARNEY: Sí. Y la cogí y me la puse al cinturón. Y salí del coche llevando los binóculos y estuve allí un momento, con la mano apoyada en la puerta y el brazo derecho contra el techo del coche. Y miro. Y antes de poder llevarme los binóculos a los ojos, en el mismo instante de llevármelos a los ojos, noté que todo el coche vibraba debido a la actividad del motor. Por eso me aparté. Y el objeto cambió de dirección, describiendo un arco. Y pensé: «Notable, ha descrito un arco perfecto». Pero continuó acercándose situándose frente a mí y balanceándose, sin cambiar de postura ahora, balanceándose simplemente frente a mí. (También esto es frecuente en informes sobre objetos votantes no identificados, vistos a poca altura). Y se puso a mi izquierda. Y yo continué mirando y comencé a cruzar la carretera, moviendo la cabeza y entornando los ojos diciéndome que aquello era inexplicable, por lo menos, para mí (Barney Ha llegado ahora al mismo momento de la primera sesión en que sufrió su primera crisis emocional. Pero, ahora, está tranquilo, no está agitado como entonces, en parte gracias a la orden que le dio el doctor al inducirle el trance). Y yo pensaba que si miraba para otra parte y luego volvía a mirarle, quizá ya no le vería, y seguí cruzando la carretera hacia la parte delantera de mi coche, que estaba aparcado al otro lado. Y seguí mirando con los binóculos cada vez que me paraba y fijándome bien. Y pensé: «¡Qué interesante! ¡Ahí está el piloto militar, y me está mirando!». Y, entonces, le miré y él me miró. Y había otros que también me miraban a mí, y pensé que se trataba de un enorme globo dirigible, y pensé en todos aquellos hombres que estaban alineados a lo largo de la ventana de este enorme globo dirigible, mirándome. Luego, se apartaron hacia el fondo y yo seguí mirando a aquel hombre, el único que seguía allí, y seguí mirándole y mirándole. (En contraste entre esta descripción, seguida y fría, y la anterior, es notable).
DOCTOR: ¿Es ése el hombre a quien usted llama el jefe?
BARNEY: Su vestido era distinto del de los otros. Y me acordé de la Flota y de los submarinos, y pensé que los que se apartaron hacia el fondo iban de azul, pero este otro llevaba una guerrera negra brillante y se tocaba con un gorro.
DOCTOR: ¿Recuerda usted si los matones que vio durante el viaje llevaban chaquetas negras y brillantes, como suelen?
BARNEY: No, no las llevaban. (El doctor está cerciorándose de que, en aquel momento, en la mente de Barney no estaba influyendo ninguna experiencia de Montreal. ¿Podría ser que un eco de los matones que vio allí se reflejara en esta descripción? Ambos representaban para él un posible peligro, y le atemorizaban, de modo que el miedo se convertía en una especie de común denominador).
DOCTOR: ¿No había ningún parecido entre ellos y este jefe?
BARNEY: No. Aquellos canadienses de Montreal iban vestidos normalmente. Sólo que llevaban melena, la llevan todos. Y creí que serían matones por como llevaban el pelo.
DOCTOR: Siga hablándome del jefe.
BARNEY: Le miré y él me miró. Y pensé: «Éste no me hará daño». Y quería volver a donde estaba Betty para hablar con ella de aquella cosa tan curiosa que estábamos presenciando. Y seguí mirándole y, luego, volví al coche. Y dije: «Betty, ¿estabas preocupada?». Y ella me dijo: «¿Por qué no volviste? Estuve llamándote a gritos para que volvieras, ignoraba que podías estar haciendo al otro lado de la carretera».
DOCTOR: ¿Y usted no la oyó gritar?
BARNEY: No, no la oí gritar. Y pensé que estarla sentada en el coche, esperando. Pero me dijo que se había echado sobre el asiento, para poder abrir la puerta y llamarme y hacerme volver al coche. (Las frases tranquilizadoras del comienzo del trance parecen haber reducido el terror que este recuerdo produce a Barney). Volví al coche y comencé a conducir por la carretera. Y conduje varios kilómetros sin darme cuenta de que ya no estábamos en la carretera 3… (Aquí por primera vez, comienza a abrirse la puerta del cuarto oscuro. El telón caía siempre cuando Barney llegaba al campo da Indian Head. A partir de entonces, sólo se entrevé algo cuando comienzan a alejarse del objeto. Betty, por su parte, nunca podía pasar de allí, excepto, pensaba ella, admitiendo que sus sueños fueran realidad). Y no conseguía comprender esto, porque la carretera era recta. Y miré y vi que me estaban haciendo señal de que me detuviera. Y pensé: «¿Había ocurrido un accidente? Por lo menos, tengo la llave inglesa. La tendré al alcance de la mano».
DOCTOR: Permítame que le interrumpa: ¿Qué vio usted en la carretera?
BARNEY: Vi un grupo de hombres. Y estaban en pie, en plena carretera. Y el trozo de carretera estaba muy iluminado, casi como si fuera de día, pero no era como la luz del día. No era luz diurna, sino una iluminación brillante… (Otro detalle que se lee en muchos informes de objetos volantes no identificados vistos a poca altura; entre ellos, algunos de policías y técnicos). Y comenzaron a acercárseme y entonces no se me ocurrió pensar en emplear la llave. Y me asusté, pensando que si utilizaba la llave a modo de arma me harían daño. Pero si no la utilizaba, no me harían daño. Y vinieron y me ayudaron.
DOCTOR: ¿Quién le ayudó?
BARNEY: Esos hombres.
DOCTOR: ¿Le ayudaron a bajar del coche?
BARNEY: Es que me sentía muy débil. Me sentía muy débil, pero tenía miedo. Y ni siquiera creo haberme sentido confuso en aquel momento. No me siento desconcertado, ni siquiera se me ocurre preguntarme qué me está ocurriendo. Y me están ayudando. Y estoy pensando en una película que vi hace muchos años y a este hombre le llevan a la silla eléctrica. Y pienso en esto y pienso en que yo estoy en la misma situación que aquel hombre. Pero no me llevan a la silla eléctrica. Y pienso en esto y pienso que estoy en la situación de este hombre. Pero no lo estoy, pero arrastro los pies, y me acuerdo de esa película. Y no tengo miedo. Tengo la impresión de estar soñando. (Esto es como una negativa de haber tenido miedo. Más tarde, cuando Barney oyó las cintas magnetofónicas de los interrogatorios, comparó este momento con la sensación que había tenido al ser hipnotizado por el doctor. Su mente había estado preocupada por las siguientes cuestiones: Si esto es verdad, ¿le habían hipnotizado aquellos hombres? Y, de ser así, ¿podría ser ésta la causa de su amnesia?).
DOCTOR: ¿Está usted dormido en ese momento?
BARNEY: Tengo los ojos completamente cerrados y me parece que estoy… disociado.
DOCTOR: ¿Disociado? ¿Dijo usted disociado?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: (Tratando de aclarar la definición de Barney). ¿Qué quiere decir?
BARNEY: Que estoy aquí y, al mismo tiempo, que no estoy aquí.
DOCTOR: ¿Y dónde está Betty, entretanto?
BARNEY: No lo sé. Estoy tratando de pensar: «¿Dónde está Betty?». Pero lo ignoro.
DOCTOR: ¿Forman parte de sus sueños, esos hombres?
BARNEY: (Firmemente y con convicción). Están allí y yo estoy aquí. Sé muy bien que están allí. Pero todo se vuelve negro. Tengo los ojos completamente cerrados. No consigo creer lo que veo.
DOCTOR: ¿Hay alguna otra cosa que crea usted no haberme dicho?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: Puede decírmela ahora.
BARNEY: Mis pensamientos son como cuadros mentales, porque tengo los ojos cerrados. Y estoy pensando que voy por una cuesta algo empinada y que mis pies han dejado de tropezar con las rocas. Es curioso. Pensaba que mis pies tropezaban con rocas. Y no parecen pisar suavemente. Pero temo abrir los ojos, porque estoy diciéndome a mí mismo con toda energía que tengo que mantenerlos cerrados y no abrirlos en ningún caso. Y no quiero que me operen.
DOCTOR: ¿No quiere usted que le operen? ¿Y por qué piensa ahora en operaciones?
BARNEY: No lo sé.
DOCTOR: ¿Le han operado alguna vez?
BARNEY: Sólo una. De las amígdalas.
DOCTOR: ¿Y se siente ahora como entonces?
BARNEY: Creo que sí, pero tengo los ojos cerrados y sólo veo cuadros mentales. Y no siento dolor. Y experimento una ligera sensación. Siento frío en la ingle.
DOCTOR: ¿Es la misma sensación de cuando le operaron?
BARNEY: Ahora no me están operando. Estoy echado sobre algo y me parece que el médico me está poniendo algo en una oreja. Siendo yo muchacho, el médico me puso algo en la oreja y yo le miré y él me explicó que se podía ver en el interior de mi oreja, iluminándolo con lo que me había metido en ella. Y pienso en esto… Y me parece que el médico no me hizo daño y tendré mucho cuidado y me estaré muy quieto y haré todo lo que me manden y, entonces, no sufriré daño alguno. (Hace una pausa).
DOCTOR: Continúe.
BARNEY: Es que no recuerdo más.
DOCTOR: ¿Estaba usted pensando en esto cuando iba en coche por la carretera?
BARNEY: Pensaba en esto cuando estaba echado en esta mesa.
DOCTOR: ¿Dónde estaba usted echado?
BARNEY: Yo creía que en el interior de algo. Pero no me atrevía a abrir los ojos. Me habían dicho que los tuviese bien cerrados.
DOCTOR: ¿Quién se lo dijo?
BARNEY: El hombre.
DOCTOR: ¿Qué hombre?
BARNEY: El hombre que vi con los binóculos. (Habla con tono normal, y está seguro de sí mismo, como si el medico tuviera que saber todo lo que él está diciendo).
DOCTOR: ¿Era ese hombre uno de los que estaban en la carretera?
BARNEY: No.
DOCTOR: ¿Y qué hicieron, mientras, los hombres que estaban en la carretera?
BARNEY: Me cogieron y me llevaron por esa rampa.
DOCTOR: ¿Le llevaron en vilo por la rampa?
BARNEY: Estoy seguro de que subí por algo y de que me arrastraban los pies. Y este hombre me dirigió la palabra y estoy seguro de que oí su voz y de que me miraba cuando yo estaba en la carretera.
DOCTOR: ¿O sea que esto ocurrió después de estar en la carretera?
BARNEY: Esto ocurrió después de estar yo en la carretera, en Indian Head. Me pareció que habíamos recorrido ya bastante distancia desde Indian Head, pero me perdí y, de pronto, me encontré en el bosque.
DOCTOR: Se perdió usted después de Indian Head, ¿no?
BARNEY: No estaba en la carretera 3 y no acababa de explicarme por qué.
DOCTOR: ¿Indian Head se sitúa antes o después de que vieran el objeto volante?
BARNEY: Vi el objeto volante en pleno cielo, en Indian Head. Y después de Indian Head, conduje el coche durante varios kilómetros. Creo haber conducido durante muchos kilómetros. Y la carretera no es la carretera 3. Es una que cruza una zona muy boscosa. Y es ahí donde me bajan.
DOCTOR: ¿Dónde le bajan?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: ¿Cuántos eran?
BARNEY: Creo que vi un grupo de seis hombres. Porque tres de ellos vinieron hacia mí y otros tres, no.
DOCTOR: ¿Cómo iban vestidos?
BARNEY: Fue entonces cuando me dijeron que cerrase los ojos. Y cerré los ojos.
DOCTOR: Pero, ¿no los vio antes de cerrar los ojos?
BARNEY: Iban vestidos de oscuro, y todos vestían igual.
DOCTOR: ¿Eran hombres blancos?
BARNEY: No sé de qué color eran. Pero sus rostros no parecían distintos de los de los hombres blancos.
DOCTOR: ¿Llevaban uniforme?
BARNEY: Antes de cerrar los ojos, pensé en las guerreras de la Marina.
DOCTOR: ¿Le dijeron alguna otra cosa, además de mandarle cerrar los ojos? ¿Le dijeron por qué le habían hecho parar?
BARNEY: No me dijeron nada. No me contaron nada.
DOCTOR: ¿Había algún vehículo cerca?
BARNEY: No vi ninguno.
DOCTOR: ¿No vio usted ningún vehículo?
BARNEY: Me dijeron que cerrase los ojos porque vi dos ojos acercarse a los míos. (El fragmento da la primera sesión donde piensa en un gato salvaje o en el gato de Cheshire, posiblemente). Y sentí como si esos ojos se metieran por los míos.
DOCTOR: ¿Eran esos ojos los mismos del jefe que vio usted con los binóculos?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: ¿Cree usted que se trataba de la misma persona?
BARNEY: Entonces, yo no pensaba en nada. No pensé en el hombre que vi en el interior del objeto, cuando aún volaba. Como le digo, vi los ojos, y no pensé en nada más. Me limité a cerrar los míos. (Su voz parece atemorizada cada vez que menciona los ojos). Y me bajé del coche y puse la pierna izquierda en tierra y dos de los hombres me ayudaron a salir. Y yo no anduve. Tuve la impresión de que me llevaban a cuestas. Y no fui muy lejos, o por lo menos, tuve la impresión de que en seguida empezamos a subir por una rampa o algo parecido. Mis ojos seguían herméticamente cerrados y temía abrirlos. (Otra pausa. Luego). No es eso lo que yo quería decir.
DOCTOR: Intente decirlo otra vez.
BARNEY: No quería abrir los ojos. Era más cómodo tenerlos cerrados. (Barney alude de esta manera a su deseo de liberarse de la experiencia).
DOCTOR: ¿Le sujetaban esos hombres?
BARNEY: Estaban a mi lado y yo me sentía raro, porque sabía que me tenían cogido, pero no lo notaba.
DOCTOR: ¿Es eso lo que quiso decir la otra vez, cuando dijo que le parecía estar flotando?
BARNEY: Me parecía que flotaba, que estaba suspendido en el aire. Estoy pensando en bajarme del coche y no se me había ocurrido que esos hombres, cuando me ayudaron a bajar del coche…, que no iba a sentir su contacto. Y sólo advertí que no los sentía cuando subimos por la rampa. Y, entonces, me di cuenta de que no los notaba. Por la postura de mis brazos, parecía que estaban cogidos por alguien. Pero mis pies no andaban. Y quiero echar una ojeada. Quiero mirar. Quiero mirar. (Ésta es la misma sensación de la primera sesión, aclarada ahora).
DOCTOR: Sí, continúe. Esto no le inquietará, ahora. Puede contármelo.
BARNEY: Abrí los ojos.
DOCTOR: Abrió usted los ojos. ¿Y qué vio?
BARNEY: Vi que estaba en la sala de operaciones de un hospital. Todo era azul pálido. Azul celeste. Y cerré los ojos.
DOCTOR: ¿Recuerda usted la sala de operaciones en que le cortaron las amígdalas?
BARNEY: Recuerdo el hospital y estaba allí porque creí que tenía apendicitis. Y estuve allí durante trece a catorce… No, fueron trece días. (Barney vuelve a mostrarse preocupado por expresarse con absoluta exactitud, aun en los detalles de poca importancia). Y yo solía pasearme por el corredor y asomarme a la sala de operaciones. Y pensé en esto. No fue la vez que me operé de las amígdalas.
DOCTOR: ¿Era azul la sala de operaciones del hospital?
BARNEY: No. Había luces brillantes.
DOCTOR: ¿Luces brillantes?
BARNEY: Luces brillantes. Como bombillas eléctricas. Pero este cuarto no era como aquél. Era inmaculado. Me asombra de lo limpio que estaba todo. Y cerré los ojos.
DOCTOR: ¿Tuvo la impresión de que iban a operarle?
BARNEY: No.
DOCTOR: ¿Creyó que estaban atacándole de alguna manera?
BARNEY: No.
DOCTOR: ¿Creyó que iban a atacarle de alguna manera?
BARNEY: No.
DOCTOR: Dijo que sentía frío en la ingle…
BARNEY: Estaba echado en una mesa y me pareció que alguien estaba tocándome la ingle con una taza y, de pronto, paró. Y me dije: «¡Qué cosa más rara!».
DOCTOR: Haga el favor de hablar un poco más alto.
BARNEY: Me dije: «¡Qué cosa más rara! Si me estoy callado y completamente quieto, no me harán ningún daño». (De nuevo el rito mágico). Y todo terminará. Y me estaré así, fingiendo que estoy en cualquier sitio y pienso en Dios y pienso en Jesucristo. Y me bajo de la mesa y estoy sonriendo de oreja a oreja y me siento aliviadísimo. Y estoy andando y están guiándome. Y tengo los ojos cerrados y abro los ojos y éste es el coche. Y las luces están apagadas y el motor en silencio. Y Delsey está debajo del asiento. Y me inclino y la toco, y la perra está hecha un ovillo debajo del asiento y yo me siento al volante y me recuesto en el respaldo. Y veo a Betty que viene por la carretera y entra en el coche y yo le sonrío y ella me corresponde con otra sonrisa. Y los dos parecemos tan contentos y nos sentimos felices de verdad. Y yo me digo que, en el fondo, no nos ha ido tan mal ¡Qué raro! No tenía motivo para sentir miedo. Y miramos y vemos la Luna reluciente. Y me echo a reír y digo: «Bueno, adelante». Y me siento feliz.
DOCTOR: ¿Quiere decir que el objeto volante se había ido ya?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: ¿Se había ido?
BARNEY: Se estaba yendo.
DOCTOR: ¿Yéndose? ¿Le veía usted irse?
BARNEY: Era una pelota enorme, reluciente. Color naranja. Era una pelota reluciente, preciosa. Y se iba. Se iba. Y nosotros estábamos en la oscuridad. Y yo encendí las luces del coche y miré por la carretera. Y me pareció que había una curva en la carretera. Y puse el coche en marcha y vi una ligera pendiente y, entonces, seguí conduciendo hasta Llegar a la carretera 3, porque íbamos por una carretera de cemento. Y pensé: «¡Santo cielo! ¡Ojalá diéramos con un restaurante donde pudiéramos tomar una taza de café!». Y Betty y yo nos sentíamos alegres de verdad, yo me sentía alegre de verdad, como cuando uno se siente bien y a gusto, aliviado.
DOCTOR: ¿De qué se notaba usted aliviado?
BARNEY: Me siento aliviado porque me parece que he estado en una situación apurada y he salido de ella sin sufrir el menor daño o inconveniente. Y me siento aliviado de verdad.
DOCTOR: ¿Y el objeto volante había desaparecido?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: ¿Para no volver?
BARNEY: Betty estaba riendo y dijo: «¿Crees ahora en los platillos volantes?». Y yo dije: «Betty, hija, no digas tonterías; claro que creo en ellos». Y oímos un ruido, como un «bip-bip». Y el coche rumbaba. Y yo me callé.
DOCTOR: Oyó un «bip-bip».
BARNEY: Era un ruido como: «Biiip-biiip-biiip-biiip-biiip».
DOCTOR: ¿Tenía la radio del coche puesta?
BARNEY: No. La radio no estaba puesta. Era tan tarde que supuse que no encontraría ninguna emisora. Por eso, al salir de Canadá la desconecté. La puse en Quebec, porque pensé que tendría cierta gracia oír la radio canadiense, que lo dice todo en francés. Y la música también parecía distinta. Pero, cuando salimos de Montreal, lo que yo quería era volver a casa de una vez. Y apagué la radio. No suelo poner la radio cuando conduzco.
DOCTOR: Volviendo a los ruidos. Los oyó de nuevo. ¿Le sonaron como los de la radio, cuando se oyen señales telegráficas? ¿A que sonaban?
BARNEY: (Rápida e incisivamente). Hacían así: «Biiip-biiip-biiip». Sonaban como sí hicieran «bip-bip».
DOCTOR: Bueno, ¿y qué hizo usted, entonces? ¿En qué pensó, entonces?
BARNEY: Pensé que aquel «bip-bip» era raro. Y al primer «bip» o al segundo, toqué el volante con las puntas de los dedos, porque me pareció sentir una vibración al oír el «bip». Y como continuaba oyéndolo, Betty volvió la cabeza y yo aminoré la velocidad hasta parar el coche. Y dije a Betty: «¿Se mueve algo en el coche?».
DOCTOR: ¿Dijo ella que también oía los «bip-bip»?
BARNEY: Dijo: «¿Qué ruido es ése?». Y los dos miramos hacia atrás y Delsey se había subido al respaldo del asiento y tenía las orejas tensas y el «bip-bip» seguía sonando. Y dijimos: «¿Crees que ese objeto todavía está por aquí?». Le llamé «objeto», pero Betty lo llamaba «platillo volante». Y como nadie nos respondió, los dos pensamos: «¡Qué cosa más rara!». Y pensé: «¡Esto sí que es extraño!». ¿Podría hacer yo que el coche haga este ruido? Para comprobarlo, aceleré y, luego, aminoré la velocidad rápidamente. Y fui al lado derecho de la carretera y, después, al izquierdo. Y frené en seco y aceleré, luego, de pronto. Pero no conseguí que el coche hiciera aquel ruido. Y seguimos carretera adelante. Y vi el aviso: «A Concord, 1 millas». Y fuimos a Concord y bajamos por la carretera 4.
DOCTOR: ¿Y los «bip-bip» les siguieron hasta allí?
BARNEY: No. No volvimos a oírlos más.
DOCTOR: ¿Dejaron de oírlos cuando se metieron por la carretera de Concord?
BARNEY: No. Dejamos de oírlos bastante antes de llegar a la carretera principal. Porque la carretera 3 también es de cemento y fue allí donde oímos el «bip-bip». Y lo oímos dos veces; al subirme corriendo al coche, y cuando volví al coche y comencé a conducir de nuevo. Y preguntó: «¿Qué será esto, Betty?». Y no volvimos a oírlo. (Sus recuerdos vuelven ahora a Indian Head).
DOCTOR: ¿Lo oyó ella también?
BARNEY: Sí, también ella lo oyó. Y no volvimos a oírlo hasta que penetramos en la zona boscosa y entramos de nuevo en la carretera 3. Y ella me pregunto si yo creía ahora en platillos volantes y yo no quise decir lo que realmente pensaba.
DOCTOR: ¿Y qué pensaba usted?
BARNEY: Pues pensaba que lo que habíamos visto era distinto de todo cuanto había visto hasta entonces.
DOCTOR: Se refiere también a la sala de operaciones y a la gente que vio en ella, ¿no?
BARNEY: Si.
DOCTOR: ¿Le dio miedo pensar que le habían raptado?
BARNEY: No se me ocurrió esa palabra. Sólo la empleo teóricamente. No tuve la impresión de que me hubieran raptado. Pero, cuando pienso en raptos, los relaciono con violencia.
DOCTOR: ¿Y usted no sufrió, ninguna?
BARNEY: No.
DOCTOR: ¿Y no se le ocurrió ninguna explicación?
BARNEY: Lo que yo quería era llegar a casa y mirarme la ingle.
DOCTOR: Quería mirarse la ingle. ¿Temía, acaso, que le hubiesen hecho algo malo en ella?
BARNEY: Quería mirármela. Pensé que era una prueba de que, en efecto, me había sucedido algo. Y me sentía inseguro. Y vacilaba, y me decía que no podía ser. Y, luego, me corregía a mí mismo: «Pues ocurrió, ya lo creo que ocurrió». Y me ponía a pensar: «Cuando llegue a casa y me mire la ingle, tocaré lo que me tocó y veré si queda huella». Eso es lo que pensé. (Pero esta idea desapareció por completo cuando Barney volvió a la posesión plena de sus facultades mentales. Cuando llegó a casa, se miró la ingle, pero sin recordar el motivo que tenía para hacerlo).
DOCTOR: Muy bien. Siga.
BARNEY: Llegamos y entré en casa. Y estaba demasiado fatigado para descargar el equipaje. Y fue Betty quien lo sacó del coche. Y cogió a Delsey y la dejó que fuera a hacer sus necesidades en la hierba y, luego, la entró en casa también. Y yo fui al cuarto de baño y estaba diciéndome que algo se cernía en tomo a mí. Me acerqué a la ventana y me puse a mirar el cielo matinal y fui a la puerta trasera y la abrí y miré al cielo. Y pensé: «Algo se agita en torno a mí, por aquí, en algún sitio». Y Betty y yo nos acostamos, charlando. «¿No es cierto que es extraño lo que ha pasado, sea lo que sea?». Y no conseguía recordar nada de lo ocurrido, excepto que me encontraba en Indian Head cuando comenzó a ocurrir. Y nos acostamos. Y, al despertar, decidimos no contárselo a nadie y hablar de ello únicamente a solas, los dos. Y dije: «Pero, Betty, ¿por qué no hacer un croquis de lo que has creído ver? También yo haré uno». Y los dos hicimos dibujos y resultaron idénticos. Y Betty llamó a su hermana y se lo contó.
DOCTOR: Dijo usted algo sobre unas manchas que vio en el coche.
BARNEY: Betty volvió de hablar por teléfono y dijo: «¿Dónde está la brújula? ¿Dónde está la brújula?». Y cuando Betty hace esas cosas me irrito en el acto. Y dije: «No sé de qué estás hablando, Betty». Y ella dijo: «¡La brújula! ¡La brújula! ¿Dónde está la brújula?». Y le respondí: «En el cajón, donde está siempre». Y, entonces, ella cogió la brújula y yo me sentí irritado porque cuando Betty se excitó de esta manera no se le ocurrió abrir el cajón y coger la condenada brújula. Y salió de casa y yo me asomé a le ventana de la alcoba, que es la ventana frontera de la casa, y pensé: «Todo esto está sentándole mal a Betty y es preferible que lo olvidemos, cuanto antes mejor y dejemos de pensar en ello». Y Betty entró en la casa haciendo mucho ruido y dijo: «¡Barney! ¡Ven, ven, rápido!». Y yo salí y miré la brújula cuando ella la puso junto al coche. Y dije: «Esto es ridículo, Betty. Después de todo, el coche está hecho de metal y cualquier metal atrae a las brújulas y las hace reaccionar de esta manera». Y ella dijo: «Pero mira lo que hace, y mira las manchas que hay en el coche». Y miré y vi que eran manchas grandes, manchas relucientes, en la parte trasera del coche. Y pienso: «¿Qué puede haberlas causado?». Y me puse a limpiar una de las manchas y Betty dijo: «No lo toques». Y yo dije: «¿Y cómo sabes tú si esto tiene importancia?». Y entonces, puse la brújula junto a una mancha, y la brújula se volvió loca y si la ponía a una cierta distancia de cualquiera de las manchas o la ponía en una parte del coche donde no hubiera manchas, la brújula se calmaba. Y esto me pareció incomprensible. Y yo sabía que no sabía nada sobre brújulas. Y dije a Betty: «Esto no es nada, esta brújula es mala, no hay ningún motivo de alarma».
DOCTOR: ¿Y cómo se le ocurrió a ella ir a por la brújula?
BARNEY: Yo, entonces, lo ignoraba.
DOCTOR: ¿Y qué averiguó usted?
BARNEY: Betty me dijo luego que, hablando con su hermana, ésta le dijo que fuera a por una brújula y comprobara si el coche estaba magnetizado, o algo por el estilo. Y por eso ella…
DOCTOR: ¿Dice usted que esas manchas volvieron loca a la brújula?
BARNEY: Si poníamos la brújula donde no hubiera manchas, la aguja se quedaba quieta.
DOCTOR: Dice usted que las manchas eran relucientes. ¿Qué quiere decir con esto, concretamente? ¿Cambió el color del coche, o qué?
BARNEY: Quedó muy pulido.
DOCTOR: ¿Como si alguien le hubiera pulido cuidadosamente?
BARNEY: Sí, dónde había manchas.
DOCTOR: ¿Qué tamaño tenían?
BARNEY: Aproximadamente, como medios dólares, dólares de plata.
DOCTOR: ¿Trató usted de borrarlos? ¿O trató de lavar el resto del coche?
BARNEY: Dejé de pensar en las manchas.
DOCTOR: ¿Estaba polvoriento el resto del coche?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: ¿Y no trató usted de pulirlo o limpiarlo, para ver si se volvía tan reluciente como las manchas?
BARNEY: Había llovido… (Llovió por la tarde y también la noche del día que regresaron a Portsmouth). Y la lluvia quitó algo el polvo, pero las manchas siguieron donde estaban, y no hice nada por borradas.
DOCTOR: ¿Cabría la posibilidad de que esas manchas fueran consecuencia de la lluvia que limpió el polvo del coche?
BARNEY: No, las manchas eran brillantes y completamente redondas.
DOCTOR: Bueno, ¿y usted qué hizo? ¿Las dejó donde estaban?
BARNEY: Exacto.
DOCTOR: ¿No lavó o frotó el coche más tarde?
BARNEY: Era el coche de Betty y es ella quien lo lava. Supongo que lo habrá lavado. No volví a pensar en el asunto.
DOCTOR: No lo sabe. Bueno. ¿Cuánto tiempo duraron esas manchas?
BARNEY: Dejé de pensar en ellas. No sé. Dejé de pensar en las manchas.
DOCTOR: ¿Ignora cuándo desaparecieron? ¿No sabe siquiera si desaparecieron?
BARNEY: Sí, ya no están.
DOCTOR: Muy bien. Dejaremos de hablar de ellas, ahora, Usted ya no pensará más en lo que hemos hablado hoy, hasta que yo le ordene recordarlo. No le inquietará a usted en absoluto. Ni siquiera pensará en ello. Los ojos no le inquietaran. Todo va a pedir de boca, todo está tranquilo, todo está como debe estar. No hay ningún motivo de inquietud ni de preocupación. ¿Entendido?
BARNEY: Sí.
DOCTOR: Se encuentra usted bien, ¿de verdad?
BARNEY: Sí, bien.
DOCTOR: Y tranquilo. Y no siente la menor preocupación, ni la sentirá. Todo ira a pedir de boca. Y usted y Betty volverán aquí dentro de una semana, como vinieron hoy. ¿Se encuentra perfectamente, ahora? (El doctor está asegurando a Barney por partida doble de que no volverá a enfrentarse con los mismos problemas que la semana anterior).
BARNEY: Sí, muy bien.
DOCTOR: Se encuentra usted muy bien. No sentirá preocupación alguna. Todo esto no afectará en absoluto a su mente. Es una experiencia de la que volveremos a hablar, para esclarecerla por completo. De manera que no sienta miedo ni inquietud. No pensará usted en esto, no volverá a molestarle más. Todo cuanto hemos hablado en estas sesiones se apartará por completo de su mente, no le causará ninguna inquietud, no le atormentará. Se sentirá usted tranquilo y a gusto. Sin dolores, sin angustia. Todo irá a pedir de boca.
BARNEY: Sí.
DOCTOR: Ahora, puede irse. (Barney despierta inmediatamente, sintiéndose tranquilo y bien. No guarda ningún recuerdo de lo ocurrido durante la sesión).
Al comenzar la sesión del 29 de febrero, Barney no se sentía seguro de si el doctor iba a acceder a su petición de que siguiese con Betty y le dejase a él descansar un poco del esfuerzo mental que le había costado la primera sesión. Realmente, él esperaba a medias, en el mismo instante de sumirse en el trance, que el doctor se limitaría a hipnotizarle para reforzar su susceptibilidad hipnótica con vistas a futuras sesiones. Cuando miró el reloj, al final de la segunda sesión, se sintió sorprendidísimo al ver que ya eran casi las diez, o sea que habían pasado casi dos horas. Se sintió sobresaltado porque, aunque ya habían llegado a una tesitura en la que aceptaba la posibilidad de perder contacto con la realidad durante una hora aproximadamente, estaba seguro de que tendría que haber intervalos de consciencia, por breves que fueran, si el trance duraba tanto tiempo.
Se notó muy tranquilo y a gusto al salir del trance, y creyó recordar que había contado todo lo ocurrido hasta el momento de llegar a Indian Head, aunque fuera en estado hipnótico. Se daba cuenta vagamente del tono de voz del doctor, pero de esto no conservaba un recuerdo claro.
—En realidad —dijo Barney más tarde—, no guardaba ningún recuerdo concreto sobre lo ocurrido durante las sesiones propiamente dichas, en estado hipnótico. Pero me pareció que mi memoria se fortalecía muchísimo a consecuencia de las sesiones hipnóticas, como si, de pronto, pudiera decir: «Betty, ¿recuerdas el color de la alfombra del motel en que paramos en Montreal? Pues era azul pálido». Cosas así. O que había atado el perro al radiador del retrete. Recordaba cosas de este tipo. Y también recordaba, en estado consciente, por supuesto, detalles como los números de las carreteras por donde habíamos ido. Y después de la segunda sesión, recordé también que habíamos parado en este restaurante tan raro, que parece una granja, antes de llegar a Montreal. Y la escena que evocó mi memoria era tan vivida… Un ambiente muy curioso y grato, precioso. Una gran chimenea, toda la pared era una chimenea. Nos dieron un desayuno estupendo, el tipo de desayuno que se da a los leñadores: tarugos de jamón y, encima, tres o cuatro huevos, si los pedías. El recuerdo me vino a la memoria clarísimamente. Es decir, que la parte consciente del viaje me volvió a la memoria con más claridad que nunca, aunque seguía sin tener idea de lo ocurrido durante el período de tiempo bloqueado por la amnesia.
«Luego, después de esta segunda sesión, comencé a tener sueños. Tuve unos sueños raros, comencé a soñar, por primera vez en mi vida, con objetos volantes no identificados. Y leí un libro sobre un médico que había estado en un campo de concentración en Alemania y que estaba lleno de angustia y comencé a imaginármelo como si fuera el doctor Simon, y este libro me llenó de angustia a mí también, porque, en cierto modo, el doctor Simon se había convertido en una especie de amigo íntimo. Se había convertido en algo más que un amigo íntimo, porque le apreciaba de verdad y no quería que sufriese daño alguno».