Capítulo 23
GIRANDO el volante del pesado y poderoso Range Rover, Kady se concentró en permanecer fuera de la hondonada central del viejo camino de tierra que subía directamente por la ladera de la montaña.
Ya habían pasado varios días desde el enfrentamiento con Tarik Jordan en la oficina y durante todos esos días Kady se maldijo a sí misma por pensar siquiera, que él la ayudaría. ¿Qué la había inducido a pensar que ese hombre haría cualquier cosa por ayudar a alguien?
Cuando el vehículo cayó en la hondonada, y todo lo que había en la caja salió disparado hacia arriba, Kady tragó con fuerza.
—No voy a llorar —dijo, aferrándose con todas sus fuerzas al volante— No lo haré, no lo haré, no lo haré.
Pero fue casi imposible contener las lágrimas. Echando una mirada al cielo, se preguntó si Ruth Jordan estaría mirándola, disgustada. Tenía derecho, porque Kady había fracasado en todos sus intentos por ayudar a enmendar el mal que había ocurrido en el pasado.
Era asombroso que una persona pudiese cometer tantos errores en tan poco tiempo: en los días desde que supo que le pertenecía toda la fortuna Jordan. De hecho, todavía, pensándolo bien, ¿había hecho alguna cosa bien, por pequeña que fuese? No, ahora que lo pensaba, todo lo que había intentado se había venido abajo. Y no un poco, sino de manera evidente.
Primero, había sido el señor Fowler. ¿Qué fue lo que se dijo a sí misma, a primera hora del primer día? Era algo así: sabía el mal que podía causar el dinero, y no quería verse tentada por la fortuna de los Jordan, por mucho que la atrajese.
“¡Qué poco nos conocemos a nosotros mismos!” pensó, disgustada, mientras giraba con fuerza el volante.
Aquel día, en la oficina de FowIer, se sintió seducida, tan seducida… Era muy placentero pasar de ser Nadie a ser Alguien. Durante todo el día, se vio festejada, convidada y agasajada de tal manera, que aquello bien podría hacerla olvidar todos sus nobles pensamientos.
Tuvo que conceder que FowIer no había olvidado nada. El chef privado de la empresa de abogados había dejado la cocina y fue a conocer a Kady. Le pidió con humildad, que le enseñara a hacer el pollo con salsa de grosellas que le habían contado y que nunca había logrado reproducir. Bajo la vista y el aplauso de todos, Kady había demostrado que sabía lo que era moverse dentro de una cocina, usando sus propios cuchillos que por casualidad había llevado consigo. Como consecuencia de los elogios sin límite, había hecho algo insospechado: usurpar la cocina de otro cocinero. Pero el chef debía de estar bien preparado (y bien pagado), porque no emitió ni un atisbo de protesta, y Kady había salido como caminando entre nubes, sintiéndose la cocinera más grande de la tierra.
Todo el día había sido así. Se le pidió consejo, se la escuchó, se la consultó. Daba la impresión de que todo lo que decía era sabio y digno de ser tenido en cuenta,
Mientras le mostraba lentamente la propiedad que ahora le pertenecía, el señor Fowler, como al pasar, y como si no tuviese importancia, le contó cosas de Tarik, o del señor Jordan, como lo llamaban todos. Sólo Kady pensaba en él como Tarik.
C. T. Jordan era un hombre muy discreto. Hasta con los abogados que habían atendido los asuntos de la familia durante dos generaciones guardó una reserva excepcional.
—No confía en nadie —le dijo el señor Fowler, dándole a entender a Kady que el joven necesitaba ayuda profesional—. Si bien lo conozco desde que tenía nueve años, sé muy poco de él.
Kady no quería preguntar por un hombre que había sido tan grosero con ella, pero se convenció de que si quería contar con la ayuda de Tarik tenía que saber lo que hubiera que saber acerca de él, ¿verdad?
Tarik Jordan tenía un apartamento en Nueva York, que ahora era de Kady, y una granja en Connecticut, que era de su propiedad privada.
—¿Está casado? —preguntó, tratando de hacer creer que la respuesta no significaba nada para ella.
—No… —dijo el abogado, vacilando.
—Ah —dijo Kady, en un tono que pretendía ser mundano—. Mujeres.
El señor Fowler sonrió.
—En realidad, no. No del modo al que usted alude. Cuando era más joven, hubo unas cuantas estrellitas, pero desde entonces, ha sido de una en una.
Como Kady no volvió a mirar los papeles, el señor FowIer continuó:
—¿Qué más puedo decirle de él? Su única extravagancia son esas espadas, y que es maestro en todas las formas de artes marciales. De niño, ganó casi todos los concursos en los que intervino. —Bajó la voz—. Pero tiene un amor insano por los instrumentos cortantes.
—¿Y qué me dice de su vida familiar? ¿La madre?
—Sólo la he visto unas pocas veces. Es elegante, bella y tan gélida como el padre. Hasta donde sé, después de haber dado a luz a su hijo, quedó libre para vivir su propia vida, mientras no generase escándalo. Vive en Europa, y el marido en Nueva York, cuando no está en su avión privado. El hijo, C. T. tercero, fue criado por sirvientes en la casa de Connecticut.
Durante un instante, el corazón de Kady se oprimió, pero se negó a permitir que la soledad sufrida por ese hombre en su infancia se le interpusiera en el camino. ¿Qué era una infancia solitaria comparada con una carencia total de infancia?
En cierto momento del día, Kady le preguntó al señor FowIer por qué se manifestaba tan contento de que ella hubiese recibido el dinero.
Posó una mano sobre la de Kady y sonrió como lo hubiese hecho un tío.
—Digamos, simplemente, que me gustaría ver cómo una persona buena como usted cuenta con una oportunidad de hacer bien con mucha riqueza.
Kady le devolvió la sonrisa y recordó que Cole había hecho construir orfanatos con su dinero, y pensó qué haría ella.
Si fuese el dinero de ella, que no lo era, y por eso se sacó la idea de la cabeza.
A medida que avanzaba el día, le mostraron a Kady un archivo tras otro de papeles donde se registraban otras propiedades “de ella”, y empezó a pedirle consejo al señor Fowler acerca de cómo tratar con Tarik. Al principio, el abogado se mostró renuente, pero ante la insistencia de Kady cedió, se reclinó en la silla y empezó a expresar sus verdaderos pensamientos.
—No tengo modo de saber qué es lo que quiere usted de él. —Ahí hizo una pausa para que Kady se lo expresara, pero ella no dijo nada—. Lo que sí sé es que ha de ser dura con él. Está habituado a tratar con los grandes y no con una pequeña cocinera de Virginia. Perdóneme que se lo diga, pero pienso que es preferible que sepa cómo la mirará, seguramente.
Kady asintió y le aseguró que le agradecía el consejo.
El abogado continuó:
—Tiene que presentarle sus demandas con claridad. No creo que resulte si le prepara un pastel de chocolate —concluyó, con su sonrisa de tío.
Kady no retribuyó la sonrisa. Quizá para el señor FowIer fuese una broma, pero para ella era muy serio.
Esa noche, cuando salió de las oficinas, la llevaban en una larga y estrecha limusina negra, y Kady nunca en su vida había visto algo tan lujoso. Con todo lo que había visto ese día, no la sorprendió en absoluto que la limusina la dejara en el Hotel Plaza y que un joven la aguardase para llevarla a la suite. Tampoco se sorprendió demasiado cuando miró en el ropero y vio que estaba lleno de ropa de firma, justo de su talla. Evocando el día, recordó que había entrado un hombre en el despacho y la había mirado de arriba-abajo, como si estuviese midiéndola para un ataúd. No era para un ataúd sino para ropa de Versage y de Chanel, pensó en ese momento. Había zapatos haciendo juego sobre una rejilla en el piso del guardarropa, bolsos en los estantes. En los cajones, montones de ropa interior de seda.
Mientras se dirigía a la ducha, se dijo que no debía aceptar nada de eso. Por mucho que poseyera todo el dinero desde un punto de vista legal, no tenía derecho moral sobre él. Sin embargo, ante un camisón de seda roja, su fuerza de voluntad flaqueó: jamás había dormido con algo de seda.
—Si hubiese prestado atención a mi ser superior —se decía ahora, mientras conducía el todo terreno por la vieja y borrosa ruta de montaña, rumbo a Legend.
Si hubiese mantenido en alto la moral, no tendría que haber soportado esa escena en el apartamento de Tarik, una escena que le revolvía el estómago cada vez que pensaba en ella.
Todavía la hacía crisparse al recordar su propia actitud cuando entró en el edificio de apartamentos donde le dijeron que probablemente vivía Tarik Jordan. Iba preparada para la batalla; se había preparado para pelear como los grandes, no como una cocinera de Virginia. “Así es como me ve”, pensó con desagrado.
El señor Fowler había llamado de antemano para que ella no tuviese problemas con los encargados de seguridad, pero cuando el ascensor se detuvo en el piso, iba a tocar la campanilla. “¿Por qué debería hacerlo? —se preguntó— Es mi apartamento, ¿verdad?” Además, dudaba mucho de que él estuviese realmente allí. Por más que el señor Fowler asegurase lo contrario, Kady suponía que un hombre como Tarik debía de tener muchas mujeres. Muchas, muchas, muchas mujeres.
Desde el momento en que abrió la puerta, Kady odió el apartamento. Hasta ella podía ver que estaba decorado con lo que algún diseñador denominaría “clase”, sin duda. Había falsos jarrones orientales, vasos Steuben, y mucho cromo y cuero negro.
¿Eso sería lo que a Tarik Jordan le gustaba?
Recorrió el apartamento rumbo a la cocina. Tal vez no supiera mucho de decoración, pero si sabía de cocinas, y ésta le pareció inútil, la noción que debía de tener un decorador de lo que era una cocina. Completamente inútil, pensó, contemplando las superficies de vidrio negro que tendrían un aspecto horrible después haberse preparado la primera comida.
El dormitorio era como el resto del apartamento, decorado en borgoña y negro, y no dudaba de qué si apartaba el costoso cubrecama, encontraría sábanas de seda negra debajo.
De un empujón abrió la puerta del baño y vio metros cuadrados de mármol blanco, herrajes de bronce y espejos por todos lados.
No supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, mirando en torno, hasta que comprendió que de pie junto a la ducha con cerramiento de cristal, estaba Tarik Jordan, que interrumpió la tarea de secarse para mirarla, sin poder creer lo que veía.
—Oh —exclamó Kady, sobresaltada, pero sin poder dejar de mirar ese cuerpo que la toalla sólo cubría en su mitad inferior.
Era delgado y musculoso, y no redondo como Cole ni flaco como Gregory. No, el cuerpo de este hombre hacía que le doliesen los ojos con sólo mirarlo.
Pero lo que provocó a Kady la sensación de que su piel estaba más tensa que de costumbre fue el inequívoco deseo que veía en los ojos del hombre. El modo en que la miraban los hombres en Legend era una versión suavizada de cómo la miraba ahora este hombre. Ninguno la había hecho sentirse así.
—¿Quiere unirse a mí? —le preguntó, con esa voz que era suave y áspera a la vez.
Con una exclamación contenida, Kady giró sobre sí y huyó. Ya de vuelta en la sala, tuvo que esforzarse por recuperar el control de sus sentidos. “Control —se dijo— Eso es lo que necesitas ahora. Como dijo el señor Fowler, ahora estás lidiando con los grandes y debes recordar que eres millonaria. Multimillonaria”.
Cuando Tarik regresó a la habitación, iba vestido con ropa informal pero cara y era tan semejante al hombre de sus sueños que a Kady se le aflojaron las rodillas. Mientras él iba hacia el gabinete donde se guardaban los licores y se servía un trago, Kady tuvo que sostenerse del respaldo de una silla para afirmarse.
—Ya que, al parecer, no ha venido con propósitos ilícitos, ¿qué es lo que quiere? —le preguntó, volviéndose hacia ella.
Kady hizo una honda inspiración; le resultaba difícil pensar cuando tenía a este hombre cerca.
—Necesito su ayuda.
—¿Ah, sí? ¿Y para qué necesitaría mi ayuda una mujer tan rica como usted? Puede comprar cualquier cosa que desee. ¿No se lo dijo Fowler? —La miró de arriba abajo con una ceja levantada— Lindo traje. No ha perdido tiempo en empezar a gastar el dinero que ganó mi familia, ¿no es así?
Kady se vio invadida por una breve oleada de culpa, pero la desechó. Irguiendo los hombros, lo miró a los ojos.
—No he venido aquí para que me insulte.
—Entonces, será mejor que se marche. Pero, ¿qué estoy diciendo? Este apartamento es suyo. Todo es suyo, ¿no es cierto?
Kady estaba dispuesta a hacer todo lo posible por no meterse en una discusión con él.
—Tengo una proposición que hacerle. Un trato de negocios, por así decirlo. —Miró el vaso que él tenía en la mano—. ¿No le importa si me sirvo un poco de licor?
—Sírvase. Es suyo.
—En realidad, es usted el hombre más grosero que he conocido jamás —dijo, mientras se servía ginebra con tónica.
—¿Por qué no dice lo que ha venido a decir y terminamos de una vez? ¿O acaso ha venido a echarme a la calle?
—¡Basta! —Tomó aliento—. Le devolveré todo con la única condición de que haga lo que le pida.
Tarik se quedó mirándola largo rato.
—Esa es una condición bastante grande, ¿no? —Volvió a llenar el vaso con escocés de malta puro. Cuando uno sabe que por más que trabaje en su vida, todo será entregado a una desconocida proveniente de Ohio, a uno se le despierta la curiosidad con respecto a ella.
Kady parpadeó, confundida, y él le sonrió con ese aire petulante que tenía.
—La conozco desde siempre. Mi padre sabía de su existencia, y antes, el padre de él. Después de todo, hace casi cien años que el testamento de Ruth está vigente. Todos los hombres Jordan sabían que el dinero, las empresas, todo era de ellos hasta que una señorita Elizabeth Kady Long naciera en un pequeño hospital de Ohio, en 1966. —Tuvo plena conciencia del impacto sufrido por la mujer—. Y bien, ¿qué es lo que quiere de mí? Además de lo que ya tiene, quiero decir.
Con tanta información amontonándose en su cerebro, a Kady le costaba trabajo pensar. La rica y poderosa familia Jordan había tenido noticias de ella toda su vida. Se volvió y lo miró. ¿Habría visto fotos de ella? ¿Ese era el motivo de que soñara con él? ¿Habría cierto tipo de lazo psíquico entre los dos a causa del testamento de Ruth? Ese testamento estaba cumpliéndose mucho antes de que ella conociera a Cole, o a la misma Ruth, sólo que Kady lo ignoraba.
—Y bien, dígame qué es lo que han planeado usted y Fowler. —Apoyó el vaso vacío—, Por fascinante que sea esta conversación, pienso que debe decirme lo que quiere de mí.
Kady tragó con dificultad.
—Quiero que venga a Colorado conmigo, a buscar un camino de regreso al Legend de mil ochocientos setenta y tres, y…
Se interrumpió, porque Tarik estaba riéndose del mismo modo en que Ricky se reía de Lucy, como si ella fuese encantadora pero estuviese chiflada.
—¿Viaje en el tiempo? —le preguntó— ¿Eso es lo que insinúa, ¿Eso es lo que cree que sucedió, y que por eso Ruth la Implacable le dejó todo su dinero a usted?
Kady no se molestó en contestarle sino que lo miró en silencio, mientras él daba unos pasos hacia ella y se detenía muy cerca, todavía riéndose.
—¿Quiere que regrese a un pueblo fantasma y trate de retroceder en el tiempo, y… y qué más? ¿Cambiar la historia? ¿A eso apunta? ¿Sabe?, muchísimas mujeres han tratado de meterse en mi cuenta bancaria por diversos medios, pero éste es nuevo.
Bajando la voz, la miró con aire seductor.
—Dígame, señorita Long, ¿ha leído demasiado a H. G. Wells?
Kady no sabía cuándo había odiado más intensamente a alguien como detestaba a este individuo. Con un gesto repentino, le arrojó la bebida a la cara.
Tarik retrocedió y se limpió con una mano.
—Primero, un cuchillo, ahora un trago. ¿Qué vendrá luego? ¿Uno de sus soufflés?
Poniéndose de pie, Kady avanzó hacia él.
—Permítame ser clara, señor Jordan: yo nunca quise nada de esto, no pedí nada de esto. Si se hubiese puesto en contacto conmigo hace tres meses, con gusto habría firmado para devolverle todo su dinero, porque no es mío y no lo quiero.
—¡Ja!
Lo ignoró.
—Pero, en los últimos meses, mi vida ha cambiado de manera drástica y eso se debe a su familia. No a la mía. ¡La suya! Le prometí a una mujer muy agradable que intentaría hallar a sus descendientes, y lo hice. Luego, me envió una carta desde la tumba, suplicándome que la ayudase. Y como se ha tomado tanto trabajo para darme el poder de ayudarla, voy a intentarlo. Éste es el trato, señor Midas: si usted me ayuda le devuelvo su dinero, hasta el último centavo. Si no me ayuda, lo retengo. Todo. Tómelo o déjelo.
Tarik se quedó allí, mirándola, y por una fracción de segundo Kady le tuvo miedo. Pero no porque creyese que era capaz de hacerle daño adrede. No, lo que la asustaba era que la intensidad de esos ardientes ojos oscuros pudiese consumirla.
Kady sintió que el corazón se le subía a la garganta y, por un segundo, pensó que iba a besarla. Pero pasó el instante y Tarik retrocedió, metió la mano en el bolsillo, sacó un manojo de llaves y lo puso sobre la superficie de cristal de una mesa.
—Es suyo —dijo— Todo es suyo. Le deseo lo mejor, señorita Long.
Tras decirlo, salió por la puerta, dejando a Kady sola en el lujoso y frío apartamento.
Cuando salió, fue como si toda la energía se hubiese esfumado del cuarto y del cuerpo de Kady. Derrumbándose en el sofá, se quedó sentada media hora, en atónito silencio.
Mientras estaba sentada, empezó a recuperar el sentido. Tarik Jordan tenía motivos para estar furioso con ella. Sólidos motivos. Era el dinero de la familia de él, y Kady no tenía derecho a una sola moneda. Más aún, no tenía derecho a tratar de chantajearlo. Ruth le había pedido ayuda a Kady, a nadie más.
Recogió sus cosas y salió del apartamento.
Cuando volvió al hotel, llamó al señor FowIer y le dijo que quería devolverle todo a C. T. Jordan, ¡y que quería hacerlo de inmediato! Lo único que quería conservar era la propiedad del pueblo de Legend, en Colorado, y veinticinco mil en efectivo para solventar los gastos. No tenía la menor idea de adónde iría cuando llegase a Legend, pero se esforzaría al máximo por ayudar de algún modo.
Le dijo al abogado que necesitaba los papeles a las ocho de la mañana siguiente y lo único que él respondió fue:
—Sí.
Sonriendo mientras colgaba, Kady supo que iba a echar de menos algunas cosas del hecho de ser rica.
Tal como le habían prometido, un mensajero llevó los papeles a las ocho. Minutos después, mientras los leía, llamaron a la puerta de la habitación del hotel y, cuando abrió, se vio frente a un joven que le dijo que era notificador. Le entregó un grueso fajo de papeles. No necesitó leer mucho para ver que C. T. Jordan la demandaba judicialmente por todo lo que, según él, ella le había “robado”.
Llamó sin tardanza al señor Fowler y él le dijo que no se preocupara por nada, que la empresa se encargaría de eso. Desde luego, él era abogado y para él los juicios eran cosa de todos los días. En cambio, no para Kady; para ella, Tarik Jordan no había perdido tiempo para atacarla. Le preguntó al señor FowIer si podía presentarle los papeles al hombre en persona.
Resultó ser que Jordan poseía más de un apartamento en Nueva York, y hasta que firmó los documentos que acreditaban que le devolvía la propiedad de todo, Kady fue la propietaria de ambos edificios.
En el momento en que terminó de vestirse, el señor Fowler le había enviado un acompañante que la ayudaría a traspasar la seguridad del edificio.
Ahora, días después, viajando entre las montañas de Legend en el Range Rover, Kady frunció el entrecejo, recordando el episodio. Había ido al apartamento, otro apartamento en el último piso, puso el dedo en la campanilla y lo dejó ahí. Varios minutos más tarde, la puerta se abría bruscamente, y ante ella aparecía el semblante sombrío de Tarik.
—¿Qué demonios es…? —empezó a decir, pero luego la expresión pasó a ser de perplejidad— ¿Qué quiere hoy de mí? —preguntó, divertido— ¿Viajar por el espacio? ¿O quiere que intentemos averiguar qué le paso a la princesa de la torre?
Tenía una notable habilidad parar hacer sentirse a Kady como una idiota. Observándolo, vio que sólo llevaba puesta una bata de baño; daba la impresión de que no se había afeitado desde hacía una semana, y se alegró de ver que, sin duda, lo había despertado. Mirando tras él, vio que había una mesa del siglo dieciocho sobre el suelo de mármol del vestíbulo, e incluso con sus limitados conocimientos de antigüedades, supo que era auténtica. Este apartamento era bastante diferente del otro, y se preguntó, sin mucho sentido, cuál de ellos lo representaba a él.
—Quería devolverle esto —le dijo, ceñuda, resistiéndose a la oleada de atracción que sentía hacia él.
Sin duda, él la creía una excéntrica.
—¿Qué papeles son ésos? —le preguntó, sin tomarlos—. Vamos, señorita Long, no estará demandándome, ¿verdad?
—¿Demandándole? —exclamó—. Es usted el que…
Se interrumpió, porque él le sonreía, con esa sonrisa que tenía el extraño poder de provocarle ganas de arrojarse a sus brazos y de patearlo, al mismo tiempo.
Con la boca apretada en una línea fina, lo miró, furiosa.
—¿Alguna vez le da a alguien tiempo de explicarse?
—Por lo general, no —contestó él, con los ojos chispeantes— Es una de mis triquiñuelas de negocios. Me gustan las películas. Las presentaciones de vídeo.
Estaba burlándose abiertamente de ella, y en los oídos de Kady resonó la expresión, “pequeña cocinera de Ohio”. Pero, por mucho que dijera o se burlase de ella, era Kady la que tenía la verdad. Era él el que había puesto una demanda judicial contra ella sin pedirle siquiera que le devolviese el dinero.
Como Tarik obstruía la puerta de modo que ella no pudiese entrar, Kady arrojó al suelo toda la pila de papeles relacionados con el juicio, pero él ni siquiera los miró.
A continuación, le extendió las escasas hojas que el señor FowIer y sus ayudantes habían pasado la noche redactando.
—Si hubiese tenido la cortesía de llamarme, le habrían informado que ayer decidí devolverle todo. Sin ataduras, sin chantaje y, sobre todo, sin pedirle ninguna ayuda.
Mantuvo los papeles extendidos hacia él, pero él no los tomó. Siguió mirándola, en silencio. Y Kady no pudo menos que conceder que tenía una expresión de completa inocencia. Casi podía convencerse de que él no sabía a qué juicio se refería. También habría jurado que sentía una atracción irresistible hacia ella. Una cosa era que unos solitarios mineros tuviesen inclinaciones lujuriosas hacia ella y otra era que un hombre como C. T Jordan, que podía tener a cualquier mujer de la tierra, pudiese…
—C. T., cariño —llegó un ronroneo desde atrás.
Kady miró tras los anchos hombros de Tarik y vio a una mujer allí, de pie. Era alta y delgada; sólo sufriendo hambre permanente una persona podía ser tan delgada. También era muy, muy bella, con ese estilo rubio, elegante, que apestaba a dinero. Llevaba puesta una bata de seda marfil que a juicio de Kady, debía de costar más de lo que ella ganaba en un mes.
—¿No hay ningún problema? —dijo la mujer, con una voz cuidada que sonaba como si hubiese sido educada en un internado.
—Está todo bien —dijo Jordan, en tono casi brusco.
Sin embargo, no se movió y siguió mirando a Kady.
La mujer se deslizó ante Tarik y la bata se apartó, revelando unas piernas largas y delgadas, y enlazó su brazo en el de él, apretándolo con fuerza.
—Querido —ronroneó—. ¿Es ésta la pequeña cocinera de la que me hablaste?
Kady contuvo una exclamación. No era cosa de su incumbencia lo que Tarik hablaba con su amante, pero quizá, por haberlo visto tantas veces en su vida, la “traición” le dolió.
—Me alegra haberle dado motivo de diversión —dijo con suavidad, entregándole los papeles, y giró sobre los talones para pulsar el botón del ascensor.
—Kady —creyó oír a sus espaldas, pero los tonos de la mujer ahogaron todo lo que sospechó que él pudiese haber dicho.
—Podríamos contratarla —decía la mujer en voz alta—. Como ayudante de chef de Jean Pierre. Estoy segura de que le vendría bien un poco de ayuda en la cocina.
Pronunció la palabra como si fuese un eufemismo por “cubo de basura”. Si dijo algo más, Kady no la oyó porque llegó el ascensor y ella lo abordó, dando la espalda a Tarik y a su flaca amante.
Ya en el ascensor, lejos de la presencia subyugante de Tarik, Kady luchó por controlar su ira. ¿Qué había hecho? ¿Cómo diablos haría ahora para cumplir el ruego de Ruth de ayudar a Legend? ¿Tendría que encontrar el modo de retroceder en el tiempo? Si no sabía cómo lo había hecho, ¿cómo podría repetirlo, y cómo iba a hacerlo sola?
Cuando llegó al hotel, había un envío del señor FowIer esperándola. Como le había hablado de su intención de ir a Legend, él le había enviado un billete de avión de primera clase, una reserva de hotel ya pagada y una carta donde decía que contaría con un vehículo y pertrechos de campamento esperándola a su llegada, Además, le deseaba suerte en cualquier cosa que quisiera emprender.
Al día siguiente, Kady voló a Denver, donde la esperaban un sedán y un chofer para llevarla al hotel. El empleado del hotel le entregó las llaves de un Range Rover flamante, lleno de equipo de campamento de primera calidad, para que se quedara en el pueblo fantasma de Legend.
—No dejé nada de comida —le escribía el señor FowIer, y casi podía oírlo reírse— Por alguna razón, pensé que preferiría comprarla usted misma. Quisiera agregar, señorita Long, que a mi alma le ha hecho bien conocer a una persona como usted. Ha renovado mi fe en la humanidad.
Kady hizo una mueca. Ojala su propia fe en la humanidad hubiese sido renovada.
Tras un día en Denver, Kady se levantó temprano e inició el largo ascenso por las montañas Rocosas, buscando lo que quedaba de Legend. Según los folletos que pudo conseguir, y de un libro sobre pueblos fantasmas, estaba abandonado, derruido y, en líneas generales, era peligroso tratar de explorar siquiera. Además, era propiedad privada, y estaba estrictamente prohibido pasar, como advertían los carteles en todo el contorno del lugar a los posibles exploradores. Pero como Kady era propietaria del pueblo, no sería una intrusa.
El camino que subía la montaña era horrible, con socavones de más de treinta centímetros de profundidad en el medio, y por eso trató de mantenerse en un costado, evitando que las ruedas se metieran en los pozos. Para ella era difícil porque sólo tenía experiencia conduciendo por las calles de la ciudad. ¡Y pensar que solía quejarse de los baches!
Ahora, según el mapa, estaba a menos de cinco kilómetros de Legend, pero no podía ver nada y, si eso fuese posible, el camino empeoraba. Hasta entonces, había visto tres señales de advertencia a los intrusos que indicaban que se trataba de una propiedad privada, pero no había hecho mucho caso de las señales. A fin de cuentas, la propiedad era de ella.
Esa idea la hizo sonreír, burlona. El señor FowIer le había dicho:
—Kady, está cediendo derechos por millones, ¿y lo único que pide es el título de un pueblo fantasma sin valor? No estará pensando en explotar las minas de plata, ¿no?
Kady sonrió y negó con la cabeza. No, no pensaba intentar nada tan sensato.
—Bien —continuó el abogado—, porque eso ya se intentó hace treinta años. Existía la creencia de que Ruth, la Implacable, había sellado minas que estaban produciendo millones, así que el padre de C. T. las reabrió. Se comprobó que las minas ya casi no tenían plata. Me he preguntado a menudo si el marido y el hijo de Ruth lo sabrían y por eso no querían vender la tierra a los que querían establecerse. No querían engañar a la gente, pues ¿qué harían con la tierra si no había más mineral de plata?
—No —dijo Kady con suavidad—, no voy en pos de la plata.
Pensó en todo el odio que habían provocado unas minas casi vacías. Si Ruth hubiese permitido que los hombres siguieran, en lugar de hacer volar las entradas a la mina, quizás el pueblo de Legend no los habría odiado a ella y a su hijo menor…
Kady no quería pensar en nada que hubiese podido ser pero no fue. Más bien, intentó concentrarse en subir la montaña con el todo terreno y entrar en Legend. A decir verdad, no quería pensar en lo que iría a intentar una vez que llegara.
Quizá fuese porque pensaba tan intensamente en las últimas semanas, y hacía tanto esfuerzo por sacarse de la cabeza la perfidia de Tarik Jordan, que no vio un hoyo grande, profundo, de contornos difusos, que tenía delante. En realidad, fue como sí lo hubiesen cavado adrede, para impedir que la gente se acercara. En un momento, Kady iba conduciendo, pensando en la llegada a Legend, y al siguiente, estaba atrapada.
—Maldición, maldición, maldición —exclamó, golpeando con los puños el volante.
¡Estaba a casi veinte kilómetros de cualquier parte, y atrapada!
Por un momento, contuvo el deseo de apoyar la cabeza en el volante y echarse a llorar y, luego, con desgana, abrió la puerta y salió. Tal vez, si observaba las ruedas se le ocurriera un modo de salir de la trampa.
—Sólo si pudiese aprovechar una receta de soufflé —murmuró.
Pensar en el soufflé le recordó a C. T. Jordan y su odioso comentario y, cuando salió, pateó una piedra. Por supuesto, se lastimó el pie, y se puso a saltar alrededor; irritada, dio de puntapiés a los neumáticos del vehículo y se lastimó aún más.
“¿Y ahora, qué voy a hacer?” pensó, pero no tuvo tiempo de pensarlo porque, cuando se agachó para ver si tenía el pie roto, sonó un disparo sobre su cabeza. El instinto la hizo erguirse y mirar alrededor, y recibió un segundo disparo.
Por un instante tuvo la impresión de que ya había traspasado la maquinación del tiempo y que en cualquier momento iba a ver a Cole, que correría a sus brazos y que él la abrazaría… pero si hubiese retrocedido en el tiempo, no estaría mirando un automóvil.
El tercer tiro pasó tan cerca que le cortó la manga del grueso cardigan de lana, y entonces supo que alguien le disparaba directamente a ella. Saltó hacia la trasera del coche, enfilando hacia el bosque que había al otro lado, pero cuando llegó un tiro también desde allí el miedo la paralizó. Inmóvil, se quedó donde estaba, en medio del camino, parpadeando, sin saber adónde correr, pues le disparaban desde dos direcciones.
En ese momento oyó cascos de caballos que se aproximaban a ella y, todavía inmovilizada por el temor, levantó la vista y vio a un hombre en un caballo blanco que galopaba hacia ella a toda velocidad. Tenía puesto algo negro, un echarpe sobre la parte inferior de la cara, le resultaba tan familiar como su propia mano.
Se oyeron más disparos, pero esta vez apuntaban al jinete. El hombre no les hizo caso y siguió avanzando hacia ella y, cuando llegó, se inclinó, le tendió la mano y ella la aferró. Gracias a las muchas veces que había ella había cabalgado con Cole, sabía cómo poner el pie en el estribo que él había dejado libre y montar detrás del hombre.
Cuando estuvo sobre el caballo, rodeó con los brazos la cintura del hombre y se aferró con todas sus fuerzas, al tiempo que él espoleaba al caballo, haciéndolo galopar montaña abajo. Le pareció que un par de veces saltaban sobre troncos y profundos abultamientos el camino, pero hundió la cara en la espalda de él y no miró.
Después de un rato, aminoró la marcha del caballo y lo hizo girar, pero en lugar de seguir bajando de la montaña, empezaron a subir. Kady abrió los ojos el tiempo suficiente para ver que habían salido del camino iban por un sendero de la montaña, pero los cerró otra vez y apoyó la cabeza contra la espalda del hombre. Desde luego, sabía quién era y recordaba que él no le agradaba en absoluto, pero en ese momento era agradable entregarse al cuidado, al rescate, a… No quiso pensar más, se limitó a cerrar los ojos y a sujetarse.
Su paz no duró mucho, porque el hombre pronto frenó el caballo y se apeó. Luego, con el entrecejo fruncido, le tendió los brazos y, después de hacerla posarse en el suelo, se volvió hacia ella.
—¡Nunca he conocido a una mujer que cause más problemas que usted! —empezó— ¿Es que no tiene sentido común? ¿Se da cuenta de que, si yo no hubiese llegado cuando lo hice, a esta hora estaría muerta? ¡Muerta! El viejo Hannibal le hubiese disparado y nadie habría encontrado el cadáver. ¿Quién la buscaría? ¿Fowler? ¿Ese prometido suyo que quiere abrir una cadena de hamburgueserías en su nombre? ¿O acaso pensó…?
¿Por qué siempre tenía que hacerla sentirse incompetente?
—¿Por qué ha venido aquí? ¿Está enfadado porque me he quedado con algo de lo que Ruth me dejó? ¿Lo quería todo?
El hombre se acercó más, imponiéndose a ella.
—He venido a salvarle la vida. Yo sabía lo que iba a suceder. ¿Acaso no vio los carteles de “No pasar”? ¿O sólo sabe leer libros de cocina?
Si llegaba a hacer un solo comentario despectivo más con respecto a su cocina, iba a tirarle una piedra a la cabeza. O quizá podía aceptar la sugerencia de él y tirarle un soufflé… sin sacarlo de la marinita de barro.
—Como este lugar es mío, ¿qué me importan las señales? ¿Y quién es Hannibal?
Tarik le dedicó una sonrisa que la hizo pensar que le había leído la mente.
—Da la casualidad de que es el hombre que tiene un arriendo sobre este lugar por noventa y nueve años. Posea usted el pueblo o no, no tiene derecho a entrar, por lo menos hasta dentro de ochenta y dos años. —La sonrisa se agrandó y en la mejilla apareció un hoyuelo— Pero, claro, lo olvidé. Usted viaja en el tiempo y se asoma como un conejo que va de un agujero a otro. Así que ochenta y pico de años no deben de ser nada para usted.
Con la boca apretada y los puños cerrados a los lados, Kady se volvió y empezó a caminar montaña abajo.
La alcanzó a los dos pasos.
—¿Le molestaría decirme adónde piensa ir?
—Lo más lejos que pueda de usted. Usted es el hombre más desagradable, irracional y espantoso que he conocido, y no quiero estar ni en el mismo Estado que usted, y mucho menos en la misma montaña.
Aún sin quitar la mano del brazo de ella, Kady vio que sus palabras lo habían sobresaltado. No cabía duda de que entre su apariencia y su dinero, jamás había oído una palabra brusca de labios de una mujer. Se preguntó si alguna de sus mujeres lo llamaría de otro modo que señor Jordan.
Cuando la tocó, Kady trató de librar su brazo, pero no la soltó.
—No puede irse —le dijo, sujetándola con fuerza.
—Me está haciendo daño —le dijo, y él le soltó el brazo, pero cuando emprendió otra vez la marcha, se le puso delante.
—¿Acaso piensa tomarme prisionera?
—Sí, sí es necesario. No puede merodear por estas montañas. No creo que distinga el este del oeste.
—Si me las he arreglado para llegar hasta aquí, podré bajar.
—Usted —le dijo, amenazador—, ha quedado atrapada con un Range Rover. No puede conducir, y mucho menos caminar, de modo que no le permitiré…
Fue la palabra “permitiré” la que lo desencadenó:
—Soy una ciudadana libre y no tiene derecho a retenerme aquí —le gritó, e inspiró hondo—. Tengo una tarea que hacer, y voy a hacerla. Y que Dios me ayude si usted se interpone en mi camino. Lucharé con usted cada…
—Bien —dijo, haciéndose a un lado— Vaya. Por favor, no permita que me interponga en su camino. Sólo dígame una cosa.
—¿Qué? —le espetó.
—Dónde está su testamento, así cuidaré de que sus herederos reciban lo que usted deje.
Comprobar que estaba riéndose de ella la convenció más de hacer lo que tenía que hacer, pero sola. Alzando la nariz, hizo lo posible por pasar junto a él, mientras emprendía la marcha por el sendero que iba hacia el camino.
Una hora después, llegó por fin al automóvil. Estaba cansada, sudorosa y, como el sol comenzaba a ponerse, sentía frío y hambre. Cuando miró su resplandeciente y flamante vehículo, vio que le habían quitado los neumáticos y lo habían despojado por completo de todo el equipo de campamento, como también los sacos de comida que había comprado. Se sentó a un costado del camino y puso la cabeza entre las manos.
—¿Lista para desistir y volver a la civilización? —llegó una voz de bajo desde atrás: no necesitaba levantar la vista para saber quién era.
—No puedo volver —dijo, cansada, percibiendo las lágrimas en su propia voz.
¡Pero prefería condenarse antes que dejarle ver a él que lloraba! Lo más probable sería que él se riese de sus lágrimas.
Pero no se rió. Se sentó a su lado, cerca pero sin tocarla, y por unos instantes guardó silencio.
—¿Tanto lo amaba? —dijo en voz suave.
El primer impulso de Kady fue preguntar: “¿A quién?”, pero lo contuvo. Por alguna razón, recordó a la esplendorosa rubia del apartamento.
—Sí, lo amaba mucho, mucho.
Para ser sincera consigo misma, no sabía si se refería a Cole o a Gregory. Pero, ¿qué importaba?
—Mire, he instalado un campamento a unos kilómetros de aquí, bajando la montaña. ¿Qué le parece si vamos allí y vemos si podemos pensar algo juntos?
Kady se volvió y lo miró, en la oscuridad creciente. ¿Estaba pidiéndole que pasara la noche a solas con él? ¿Tal vez, compartir el saco de dormir?
—No tiene por qué mirarme de ese modo. Pese a la mala opinión que tiene de mí, no soy un violador. Además, si tocara a otra mujer, Leonie me arrancaría el pellejo.
—¿La rubia? —preguntó Kady.
Claro que no tenía nada contra ella, salvo algunos comentarios poco amables que había pronunciado sobre la vida profesional de Kady. Pero si a él le gustaba ese saco de huesos sin forma, ¿quién era ella para criticarlo?
—Sí, la rubia —le respondió, con esa breve sonrisa que la hacía sentirse transparente.
Como Kady no respondió, Tarik cambió de expresión.
—Mire, no pretendo su cuerpo, por muy tentador que sea. Tengo un importante asunto de negocios que tratar con usted.
—¿Qué es? —dijo Kady, con los ojos entornados, desconfiada.
—Mire, está oscureciendo, y como la vista del tío Hannibal no es muy buena, en el mejor de los casos podría no reconocerme y empezar a disparar otra vez. ¿Por qué no seguimos con esto en el campamento?
Kady sabía que en realidad no tenía otra alternativa. No podía bajar la montaña en la oscuridad y además estaba muy cansada y hambrienta. Pese a su incomodidad, titubeó.
—¿Qué asunto?
Tarik miró hacia el bosque, cada vez más oscuro, como si esperara que alguien saltara de allí en cualquier momento.
—La vieja Ruth, la Implacable, dejó un codicilo del testamento.
—¡Deje de llamarla así! —exclamó Kady— Era una persona muy agradable y quiero ayudarla.
—Oh, sí, siempre olvido que la conoció, que usted tiene cien años, y…
—¿Qué tiene para comer?
No pensaba soportar otro sermón.
—Trucha. Yo mismo la prepararé.
“Como Cole”, pensó sin querer.
—A menos que prefiera cocinarla usted. Me han dicho que es una cocinera pasable.
¡Otra vez estaba burlándose de ella!
—No, yo no —dijo, poniéndose de pie y echándose a andar—. Sólo sé hacer soufflés, y no preparar comida de verdad, como pescado frito. Y mis soufflés son tan pesados qué si le arrojase uno, tal vez le rompería los huesos.
Dejó de caminar, se volvió hacia él, y vio que los ojos le chisporroteaban más que las estrellas que titilaban sobre ellos.
El caballo de Tarik no estaba lejos, y esta vez Kady montó tras él a desgana, y como nadie les disparaba, en lugar de aferrarse a él se apartó. Poco después habían llegado al campamento, que tenía una tienda, un vehículo todo terreno y un remolque para caballos. Ante un fuego preparado cerca había una mesa y sillas.
—Veo que viaja ligero —dijo al desmontar, con todo el desprecio que pudo— Casi esperaría un mayordomo y un par de doncellas.
—Hasta los Jordan tenemos que ser espartanos, a veces.
Kady tuvo que morderse la lengua para no decir nada más, porque al parecer, él se divertía con todo lo que decía. Una parte de ella le decía que debía darle las gracias por salvarle la vida, por ir en su rescate, pero por alguna razón, no podía pronunciar las palabras. Quizá se debiera a que había visto a ese hombre tantas veces a lo largo de su vida. Sentándose en una de las sillas y observándolo mientras preparaba el pescado, se le ocurrió que cada movimiento de sus manos le resultaba familiar.
Tarik le sirvió un vaso de vino —de excelente cosecha, por supuesto—, y a medida que el vino circulaba por sus venas y la caldeaba se iba agudizando su percepción de la oscuridad cada vez mayor, y de la belleza viril y oscura del hombre.
—¿Qué dice ese codicilo? —preguntó, e incluso a ella su voz le sonó nerviosa.
Tarik sirvió dos truchas para cada uno de ellos y unas patatas asadas moteadas de trocitos de leña quemada, con sabor a humo, y se sentó enfrente de ella.
—En realidad, no tiene mucho sentido. Decía que si Cole Jordan, nacido en 1864, moría a los nueve años de edad, ningún Jordan podía aceptar la devolución del dinero de parte de usted, durante tres años a partir de mil novecientos noventa y seis.
Miró a Kady y la luz de las llamas bailoteó sobre sus facciones, mientras esperaba que ella dijera algo, pero ella se concentró en la comida.
—He investigado un poco la historia de mi familia, y hubo un Cole Jordan nacido en mil ochocientos sesenta y cuatro que en efecto, murió cuando tenía nueve años de edad.
Kady mantuvo la cabeza baja. ¿Qué esperaba? ¿Que hubiese ido a salvarla porque se había enamorado locamente de ella? ¿Porque no podía estar lejos de ella? ¿Que le dijera había soñado con ella toda la vida?
—¿Qué sabe usted al respecto? —le preguntó, impaciente, al ver que Kady guardaba silencio.
—Estoy segura de que mis historias no serían interesantes para un hombre de negocios como usted. ¿Qué dijo usted, que yo aparecía a través del tiempo como un conejo saliendo del agujero? ¿Cómo, pues, podría una idiota como yo decir algo que le interesara a alguien corno usted?
—Está dispuesta a hacerme trabajar, ¿verdad?
Kady bebió otro sorbo de vino y le sonrió:
—¿Tengo algún motivo para ser amable con usted? ¿Le costó mucho demandarme judicialmente? ¿Lo tenía todo preparado meses antes de que yo me presentara?
La réplica no lo irritó y le dirigió una sonrisa que en opinión de Kady, debía de haber derretido muchos corazones.
—Todo fue hecho antes de que yo la conociera. Pero si hubiese sabido qué persona tan encantadora y bondadosa es usted, entonces…
—Si me ha investigado desde que nací, debe de haber averiguado mucho acerca de mí, de modo que le pediría que dejara de tratarme como a una estúpida. ¿Qué quiere que haga para ayudarlo a recuperar su precioso dinero?
Tarik se reclinó en la silla y la sonrisa desapareció.
—Está bien, que sea una cuestión de negocios. No tenía idea de a qué se refería la vieja Ruth en su carta y, más aún, no me importa. Lo que sucedió hace cien años no me interesa en absoluto.
—Lo sé. Usted sólo quiere el dinero.
Eso lo hizo levantar una ceja.
—Sí, claro, he vendido mi alma al diablo y lo único que me importa es el dinero. Usted, en cambio, es tan noble que puede permitirse recibir millones y cederlos. Sin embargo, hay una cosa que despierta mi curiosidad: ¿qué les sucederá a los miles de personas que reciben dinero Jordan, si no hay nadie que maneje la compañía durante los próximos tres años? ¿Los bancos dejaran en suspenso las hipotecas de los empleados? ¿Los hijos dejarán de comer durante tres años? ¿Acaso…?
—Está bien, ha dejado su argumento en claro. Es usted un santo, y sólo quiere ayudar a otras personas.
—No importa cuáles sean mis intereses personales, ¿verdad? Lo que sucede es que al parecer, usted y yo queremos lo mismo, y por eso pensé que tal vez pudiésemos ponemos de acuerdo.
—No necesito ninguna ayuda —dilo Kady, con la mandíbula rígida.
Mirándolo a la luz de la luna, se le ocurrió que cuanto menos tiempo pasara con él, mejor. No era dulce como Cole, ni común como Gregory. Este hombre era… era diferente.
Tarik volvió a llenarle el vaso de vino.
—Ojala dejara de mirarme de ese modo. Al contrario de lo que usted piensa de mí, no soy un monstruo.
Kady no levantó el vaso.
—¿Qué quiere de mí?
—Una vez me pidió ayuda, y ahora le digo que estoy dispuesto a ayudarla. ¿Por qué no empieza por contarme todo lo que sucedió entre usted y mi… eh tataratataratatarabuela?
Kady se puso de pie, apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él.
—No le diré nada —dijo con dulzura, sonriendo apenas— Usted no me agrada, no le tengo confianza y no quiero pasar un minuto más en su compañía.
Tras lo cual se echó a andar, alejándose en la oscuridad, aunque no tenía idea del camino de vuelta a Denver.
Silencioso como el viento, él se le puso delante.
—Mire, señorita Long… —Suavizó la voz— Señorita Long, usted y yo hemos empezado con el pie cambiado. Me disculpo, y conviene que sepa que su nombre era para mi algo odiado desde que fui niño.
Eso hizo que Kady lanzara una exclamación.
—Hace muchos años, mi padre me habló a solas del testamento y de usted. Crecí oyendo hablar de usted y… —estiró la mano hacia ella— ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos ayudarnos mutuamente? Creo que usted está convencida de que tiene que hacer algo en Legend, pero nunca podrá entrar ahí sin mi ayuda. Mi tío me conoce y, si viene conmigo, no le disparara.
Kady sabía que él tenía razón, y le parecía justo que un Jordan la ayudara en la ímproba tarea que Ruth le había impuesto. Ladeando la cabeza, dijo:
—Por casualidad, ¿no sabrá usted dónde hay unos petroglifos?
—¿Más allá del cementerio? ¿Cerca del Árbol del Ahorcado? ¿Esos petroglifos?
Kady no pudo contener una sonrisa.
—Sí, esos petroglifos.
Cuando Tarik le devolvió la sonrisa, Kady sintió que se debilitaba y por el modo en que sonrió, supo que él también lo sabía.
—Cuando tenía quince años, me metí en problemas y mi padre me mandó al tío Hannibal, con la intención de… bajarme la cresta… creo que fue así como lo dijo.
—¿Y resultó?
—En lo más mínimo —dijo, riendo; le ofreció el brazo—. Tengo fruta fresca de postre. ¿Le apetece?
—Sí —respondió, y se dejó acompañar de vuelta junto a la hoguera.
Sin embargo, una hora después, cuando se sentía adormilada, mientras lo observaba remover las ascuas, se prometió que de ninguna manera se permitiría acercarse a él. Cada uno de sus movimientos era gracioso y no dudaba de que fuese maestro en todas las formas de artes marciales.
—¿Por qué devolvió el dinero? —le preguntó, sacándola de sus propios pensamientos.
—¿Por qué me demandó usted? —replicó ella.
—Jamás se me pasó por la cabeza que usted podría ceder pacíficamente el dinero —contestó, sonriéndole.
Kady no quiso pensar en el calor que le provocaba esa sonrisa. ¿Haría llevado dos sacos de dormir o uno?
—Si su Leonie estuviese en mi situación, ¿le habría devuelto el dinero?
Las palabras surgieron con más fuerza de la que hubiese querido.
Pero Tarik no pareció inmutarse.
—Leonie lo habría gastado todo en cuatro días.
Kady esperaba protestas en defensa de la perfección de esa mujer a la que tal vez amara.
—¿En qué? —preguntó, con los ojos muy abiertos.
¿Cómo hacía alguien para gastar tanto en tan poco tiempo?
—Joyas, un yate, uno o dos aviones, casas en todo el mundo —dijo, acuclillándose junto al fuego para reavivarlo.
—Menos mal que usted sigue siendo rico, ¿no? Quizás ella no estuviese tan impaciente por casarse con usted si fuese pobre.
Kady era consciente de que estaba tanteando para saber si estaba comprometido y hubiera querido abofetearse por querer saberlo.
—Si dice eso para impresionarme, o para hacerme reconsiderar el matrimonio con Leonie, no resultara. Ella y yo encajamos. Yo trabajo todo el tiempo y me ausento con frecuencia, y por eso no podría tener una esposa que se pasara el día fastidiándome porque no estoy nunca en casa.
—Entonces, ¿para qué casarse?
—Hijos. Quisiera tener algunos.
—¿Y cree que Leonie será buena madre?
—Creo que quedará bien yendo de mi brazo, y el amoroso matrimonio que me crió a mí criará a mis hijos.
—Ah, ya veo, y usted resultó muy bien.
La ironía lo hizo reírse entre dientes.
—Déjeme adivinar: usted se reserva para un hombre que la ame hasta la muerte, y que le dé tres hijos perfectos. Y también quiere tener una carrera; no un simple empleo sino una verdadera carrera, que la satisfaga.
Aunque no le contestó, el silencio de Kady se lo dijo todo.
—¿Quién cree que es el soñador, usted o yo? Yo procuro lo que puedo conseguir; usted va tras el sueño que todos anhelan y nadie consigue.
Si bien sus palabras deberían molestarla, no fue así.
—Sin esperanza, uno se muere —le dijo, sonriéndole, y él le retribuyó la sonrisa.
—¿Por ejemplo, la esperanza de que podrá hacer vivir a un hombre muerto?
—Al parecer, Ruth cree que puedo y, sin duda voy a intentarlo.
Tarik se puso de pie y se estiró, como un oscuro animal a la luz de la hoguera. Tomando una rama ardiendo, encendió la lámpara y la puso cerca de ella.
—¿Puede decirme qué piensa hacer, exactamente?
Si Kady fuese sincera, le habría dicho que no tenía ningún plan, pero no creía que un hombre de negocios entendiera semejante estrategia. Era como no saber lo que una iba a cocinar hasta haber visto qué alimentos frescos se conseguían ese día en el mercado.
—Creo que, por un tiempo, me reservaré mis planes —le dijo, tratando de parecer misteriosa.
Pero, por el modo en que él sonrió, supuso que sabía lo que había en su cabeza… o, más precisamente, lo que no había.
Poniéndose de pie, miró la tienda con cierta aprensión y otra carcajada la hizo darse vuelta.
—No tiene por qué estar tan asustada. Podrá conservar la virginidad otra noche más.
—No soy… —empezó a decir, y se interrumpió al advertir que estaba burlándose de ella—. ¿Qué hacía para divertirse antes de conocerme? —le preguntó.
—Trabajaba dieciocho horas al día. Puede quedarse en la tienda, y yo dormiré en el coche.
—¿Está seguro de que no preferiría alojarse con su caballo?
—¿Eso es lo que habría hecho Cole? —le preguntó, repentinamente serio.
—¿Qué sabe de él?
—Si usted puede guardar secretos, yo también. Buenas noches, señorita Long —le dijo, escabulléndose en la oscuridad, donde ya no podía verlo.
Recogiendo la linterna, Kady entró en la tienda y fue hacia el saco de dormir. Al principio pensó que podría meterse vestida entre las capas de plumón, pero comprendió que era ridículo. Tarik le había asegurado que no tenía intenciones de hacerle daño, y fuese lo que fuera lo que pensaba de él, sabía que estaba segura con él. Tan segura que si estuviese en peligro, dondequiera que estuviese, él aparecería para protegerla. ¿Acaso no había aparecido en sus sueños toda su vida? ¿Y no había aparecido en Colorado, cuando ella lo suponía a miles de kilómetros?
Mientras se quedaba dormida, creyó oír:
_Buenas noche, Kady._Pero no estaba segura.Fuese el viento o no, se durmi´sonriendo.