21

Peabody anduvo despacio. Se demoró. Se entretuvo. Luego cuando ya no pudo evitarlo más, volvió a la sala de conferencias.

Algún complejo esquemático estaba en la pantalla de la pared, y Feeney le silbaba como si fuera la imagen de una mujer desnuda y núbil.

—Oye, cuerpazo. ¿Qué está pasando? —preguntó McNab.

—Sólo un cambio de planes. Voy a participar en la sesión informativa de seguridad.

—¿Dallas no fue por Clooney? —preguntó Feeney.

—Sí, sí, fue. —Como si fuera sumamente importante, seleccionó una silla, limpió el asiento, y se sentó.

—¿Sola? —La voz de Roarke la hizo querer encogerse, pero alzó la vista sobre su hombro, y lo encogió—. No, no, ella tiene alguien. Um, tendrás que explicarme el sistema en inglés. Sólo hablo el lenguaje tecnológico rudimentario.

—¿Quién está con ella? —preguntó Roarke, aunque él ya lo sabía. Era igual que ella.

—¿Con ella? Oh, oh, hmmm. Webster.

El silencio cayó, un estrépito de ladrillos rotos. Peabody dobló sus manos en sus bolsillos y se dispuso para la explosión que seguiría.

—Ya veo. —Cuando Roarke simplemente se volvió a la pantalla y siguió, ella no sabía si sentirse aliviada o terriblemente asustada.

 

 

 

* * * * *

 

 

 

Webster resistió, apenas, haciendo algún rápido comentario sobre el elegante coche de lujo y luego se instaló para disfrutar del paseo.

O lo intentó, pero sus nervios brincaban.

—De acuerdo, sólo apartemos esto del medio. No soy el hombre de Ricker en IAB. Admito que pensé que tenía que haber uno, pero no tengo ni una pista. La tendré. Voy a encargarme de eso.

—Webster, si yo pensara que estás vinculado a Ricker, todavía estarías de vuelta en Central, gateando sobre el suelo tratando de encontrar lo que quedara de tus dientes.

Lo hizo sonreír.

—Eso significa mucho para mí.

—Sí, sí, ahórratelo.

—Y… entré en tus archivos. Puedes patearme por eso más tarde si quieres. Tenía tu código y contraseña. Bayliss lo desenterró. No tenía derecho a hacerlo y blah, blah, pero lo hice. Seguí tu secuencia en Clooney. Fue un buen trabajo.

—¿Esperas que me sonroje y diga “oh, Wow”? intenta esa mierda otra vez, y te tendré, sin dientes, ante el comité examinador.

—Bastante justo. No conseguiste una autorización.

—Así es.

—Lo que tienes es escaso, pero lo bastante amplío para que un juez la hubiese expedido.

—No quiero una autorización. Él tiene derecho a un poco de consideración.

—Bayliss odiaba a los policías como tú. —Webster miró hacia fuera Nueva York, su velocidad, abarrotada, vistosa, y soberbia—. Había olvidado lo que me gustaba trabajar de este modo. No es algo que vaya a olvidar otra vez.

—Entonces escucha, así es como lo hacemos. Clooney vive en el West Side. Es un apartamento. Se mudó de su casa en las afueras un par de meses después de que su hijo murió. Cuélgale un matrimonio roto a Ricker mientras estás en ello.

—Es la mitad del turno. No va a estar en casa.

—No terminaste su archivo. Es su día libre. Si no está allí, golpeamos puertas hasta que alguien nos diga donde podría estar. Y vamos a buscarlo, o esperamos. Le hablo. Él ingresará voluntariamente. Así haremos que suceda.

—Dallas, ha matado a tres policías.

—Cinco. No terminaste mis notas, tampoco. Estás lento, Webster. Un policía cuidadoso es un policía feliz.

Ella encontró la dirección, comenzó a estacionar en doble fila, luego recordó que no sólo tenía el rápido sedán de Roarke, sino que no tenía la luz de Servicio.

Maldiciendo entre sí, siguió hasta que encontró una plaza de estacionamiento. Dos calles abajo y un nivel por encima.

—Es un edificio asegurado, —notó ella, cabeceando hacia la cámara de seguridad y caja de código—. Lo evitamos. No quiero que él tenga tiempo de prepararse para nosotros.

Webster abrió la boca para recordarle la falta de autorización. Luego la cerró otra vez. Era su espectáculo, después de todo.

Ella usó su maestro, y tecleó su número de insignia. Un sistema más sofisticado habría solicitado que ella declarara su emergencia policial, pero éste sencillamente abrió las puertas exteriores.

—Cuarto piso, —ella le dijo, dirigiéndose adentro y al único elevador—. ¿Portas?

—Sí.

—No estaba segura de si ustedes los tipos en IAB llevaban algo aparte de un libro de datos. Mantén tu arma preparada.

—Seguro, diablos, esperaba atravesar la puerta disparando. No soy un imbécil, Dallas.

—IAB, imbécil. IAB, imbécil. Nunca puedo encontrar la diferencia. Pero basta de ridiculeces. Mantente apartado, —ordenó cuando llegaron al cuarto nivel—. No quiero que te vea por la mirilla.

—Puede que no te abra la puerta.

—Por supuesto que lo hará. Él se pregunta sobre mí. —Ella presionó el timbre al lado de la puerta. Esperó. Se sintió observada, y mantuvo su cara en blanco.

Momentos después, Clooney abrió la puerta.

—Teniente, yo no… —Él se interrumpió cuando Webster se movió a la puerta—. No esperaba compañía.

—¿Podemos entrar, Sargento, y hablarle?

—Claro, claro. No haga caso del desorden. Justo me estaba haciendo un emparedado a la antigua.

Él retrocedió, tranquilo, despreocupado. Un policía bueno, perspicaz, ella pensó más tarde. Por eso lo perdió.

Él levantó el cuchillo rápido, un movimiento suave, y rápido, apuntando a su garganta. Ella era una policía buena, perspicaz, también. Podría haberlo esquivado. Fue algo que nunca sabría con seguridad.

Webster la apartó de un empujón, lo bastante fuerte para derribarla, y el movimiento, la torsión de su cuerpo lo puso en el camino del cuchillo.

Ella gritó algo cuando la sangre brotó. Algo cuando Webster cayó. Y ya se ponía de rodillas, ya trataba de alcanzar su arma cuando Clooney atravesó a toda velocidad el cuarto. Si se hubiese lanzado sin pensar, lanzado tras él, lo habría tenido. La instintiva vacilación, y la arraigada lealtad, le costó un segundo.

Y él ya estuvo en la ventana y bajando por la escalera de incendios.

Corrió hacia Webster. Su respiración era acelerada, superficial, y la sangre salía rauda del largo corte que corría desde su hombro hacia abajo a través de su pecho.

—Jesús, Jesús.

—Estoy bien. Vete.

—Cállate. Sólo cállate. —Ella sacó su comunicador mientras se levantaba y corría a la ventana—. Oficial caído. Oficial caído. —Recitó a toda prisa la dirección, buscando a Clooney—. Se requiere asistencia médica inmediata en esta posición. Oficial caído. Sospechoso huye a pie, dirigiéndose al Oeste. El sospechoso está armado y es peligroso. Varón blanco, sesenta años.

Incluso mientras hablaba, se sacaba su chaqueta, moviéndose a toda prisa por el apartamento en busca de toallas.

—1,75 cm., 80 kg. Ropa gris y azul. El sujeto es sospechoso de homicidios múltiples. Aguanta, Webster, estúpido hijo de puta. Te me mueres, y voy a estar sumamente enojada.

—Lo siento. —Él jadeó cuando ella rasgó su camisa, y presionó las toallas dobladas sobre la herida—. Cristo, realmente duele. Que clase de jodido… —Intentó, luchando por permanecer consciente—. ¿Qué clase de jodido cuchillo era ese?

—¿Cómo diablos podría saberlo? Uno grande, y afilado.

Demasiada sangre, era todo lo que podía pensar. Demasiada sangre, que ya empapaba las toallas. Era malo. Era realmente malo.

—Te coserán. Conseguirás un maldito elogio por este rasguño. Luego podrás lucirla a todas sus mujeres y hacer que se desmayen.

—Tonterías. —Él trató de sonreír, pero no podía verla. La luz se estaba volviendo gris—. Me abrió como una trucha.

—Cállate. Te dije que te callaras.

Él soltó un pequeño suspiro, luego la complació desmayándose. Ella lo acunó, empapándose con su sangre, y prestó atención a las sirenas.

 

 

 

* * * * *

 

 

 

Ella encontró a Whitney en la sala de espera quirúrgica. Su camisa y sus pantalones estaban mojados con la sangre de Webster, su cara blanca como el papel.

—Lo eché a perder. Estaba segura que podría razonar con él, que podría alcanzarlo y hacerlo entrar. En lugar de eso, él está en libertad y otro buen policía se está muriendo.

—Webster obtendrá el mejor cuidado disponible. Cada uno de nosotros es responsable de sí mismo, Dallas.

—Lo llevé conmigo. —Podría ser Peabody quien estuviera en la mesa de operaciones, ella pensó. Oh Dios, no había forma de ganar.

—Él se llevó a sí mismo. De todos modos, usted ha identificado al sospechoso, y se ha hecho así por el experto trabajo de investigación. El sargento Clooney no estará en libertad mucho tiempo. Tenemos un boletín en todos los recintos. Es conocido. Huyó con la ropa puesta. Él no tiene fondos, ni recursos.

—Un policía listo sabe como esconderse. Lo dejé ir, Comandante. No aproveché la oportunidad de detenerlo ni lo perseguí.

—¿Si se viera otra vez enfrentada a la elección de optar por seguir a un sospechoso o salvar la vida de un oficial compañero, qué camino tomaría?

—Haría lo mismo. —Ella miró hacia la sala de operaciones—. Para lo que vale.

—Igual que yo. Teniente, vaya a casa. Duerma un poco. Necesitará todas sus habilidades para terminar esto.

—Señor, me gustaría esperar hasta que nos puedan decir algo sobre Webster.

—Bien. Consigamos algo de café. No puede ser peor el de aquí que el que hay en la Central.

 

 

 

* * * * *

 

 

 

Cuando ella se arrastró a casa, su cuerpo pedía desconectarse, pero su mente se negó. Revivía de nuevo el momento en la puerta de Clooney cien veces. ¿Había habido un parpadeo en sus ojos, uno que debería haber visto, y debía haber respondido, un instante antes de que el cuchillo subiera?

¿Si Webster no se hubiera movido, podría ella haberse escabullido y haberse desviado?

¿Cuál era el punto? se preguntó cuando entró en la casa. Nada cambiaba.

—Eve.

Roarke salió de la sala donde la había estado esperado. Ella había llegado a casa con anterioridad sangrienta y exhausta, y llevando un manto de desesperación. Ahora estaba frente a él con las tres rodeándola y sólo lo miraba fijamente.

—Oh, Roarke.

—Lo siento. —Él se movió hacia ella, y la abrazó—. Lo siento tanto.

—No creen que él lo logrará. No es lo que dicen, exactamente, pero lo puedes leer en sus caras. Pérdida de sangre masiva, y daño interno extremo. El cuchillo rozó su corazón, su pulmón, y Dios sabe qué. Han llamado a su familia, y les han aconsejado que se apresuren.

Por egoísta que pareciera a él no le importaba. Todo en lo que podía pensar era, podrías haber sido tú. Podrías haber sido tú, y yo sería el aconsejado que me apresurase.

—Subamos. Necesitas limpiarte y dormir un poco.

—Sí, no hay nada más que hacer, pero necesito dormir algo. —Avanzó hacia las escaleras con él, luego sólo se rindió, y sepultó su cara en sus manos—. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Quién diablos pienso que soy? Mira es la siquiatra, no yo. ¿Qué me hizo pensar que podría conseguir entrar en la cabeza de ese hombre y entender qué estaba sucediendo ahí?

—Porque puedes, y lo haces. No siempre puedes tener razón. —Él acarició su espalda—. Dime lo que él está pensando ahora.

Ella sacudió su cabeza, y se levantó.

—Estoy demasiado cansada. Estoy demasiado cansada para eso.

Ella subió, desnudándose mientras cruzaba el dormitorio. Antes de que pudiera meterse en la ducha, Roarke tomó su mano.

—No, en la tina. Dormirás mejor así.

Abrió el agua él mismo. Caliente, porque le gustaba esa fragancia caliente, añadida para serenar, programó los chorros para reconfortar. Él se desnudó, entró con ella, y la apretó contra él.

—Él lo hizo por mí. Clooney iba por mí, y Webster me derribó y entró en la trayectoria del cuchillo.

Roarke presionó sus labios en su coronilla.

—Entonces tengo una deuda que nunca le podré pagar. Pero tú puedes. Terminándolo. Y eso es lo que harás.

—Sí, lo terminaré.

—Por el momento, descansa.

La fatiga era un peso difícil de soportar. Dejó de resistirse y se hundió en ella.

 

 

 

* * * * *

 

 

 

Ella despertó a la luz del sol y el olor del café. La primera cosa que vio fue a Roarke, con una taza de café en su mano.

—¿Cuánto pagarías por esto?

—Di el precio. —Ella se sentó, lo recibió, y bebió agradecidamente—. Esta es una de mis partes favoritas del trato del matrimonio. —Ella dejó que la cafeína fluyera por su organismo—. Quiero decir, el sexo está bastante bien, pero el café… el café es asombroso. Y eres hábil en todos los aspectos la mayor parte del tiempo. Gracias.

—Ni lo menciones.

Ella tomó su mano antes de que él pudiera levantarse.

—No habría podido dormir tranquila anoche sin ti aquí. —Ella dio a su mano un apretón, luego se movió hacia el comunicador a lado de la cama—. Quiero llamar y averiguar sobre Webster.

—Ya he llamado. —Ella no querría que la protegiera, así que le dijo exactamente lo que sabía—. Él lo hizo durante la noche. Casi lo perdieron dos veces y lo entraron de nuevo para más cirugía. Sigue muy grave.

—Bien. —Ella dejó el café y se frotó la cara—. Bien. Se veía como sí necesitara reivindicación. Procurémosela.

 

 

 

* * * * *

 

 

 

El Purgatorio había adquirido superioridad. Encanto con una mácula brillante de pecado.

—Rápido el trabajo de reparación, —bufó Eve mientras paseaba por él, explorando el trío de escaleras, abiertas con sus peldaños ribeteados con luces rojas vivas. Observando más de cerca, notó que los pasamanos curvos eran serpientes lisas y sinuosas, y cada pocos pasos, uno se tragaba la cola de su hermano.

—Interesante.

—Sí. —Roarke pasó una de sus manos elegantes sobre una cabeza de reptil—. Me lo figuraba. Y práctico. Sube.

—¿Por qué?

—Sígueme la corriente.

Con un encogimiento de hombros, ella subió los primeros tres.

—¿Y?

—¿Feeney? ¿Registramos el control de arma?

—Claro que sí. El escáner muestra el láser policial en la escalera uno, y arma secundaria en un arnés de tobillo.

Eve echó un vistazo hacia Control, y los altavoces escondidos donde la voz de Feeney había retumbado. Con una sonrisa estrecha, ella miró hacia atrás a Roarke.

—¿Por qué no vienes para una exploración de arma, genio?

—Creo que no. Escáneres similares han sido ubicados en todas las entradas y salidas, en los cuartos de baño, y cuartos de intimidad. Sabremos contra qué nos enfrentamos en esa área.

—Explosivos, —ella dijo, bajando otra vez—. ¿Cuchillos?

—Podemos examinar por explosivos. Los cuchillos son más complicados, aunque los detectores de metales se encargarán de cualquier cosa de ese material. Una hora antes de la apertura, el edificio entero será barrido una última vez, como precaución.

—¿Dónde planeas sostener el encuentro?

—Hemos dividido el área en veintidós sectores. Cada uno tendrá seguridad individual, y todos estarán conectados al control principal. Tendré una cabina de intimidad en el sector doce, allí.

Él gesticuló hacia una mesa en el borde de la tarima de entretenimiento. Pasó la mirada por sobre los postes dorados y rojos erguidos en el escenario, y el plato del pastel… columnas en lo alto, y las jaulas doradas de tamaño humano.

—Cerca de la acción.

—Bien ahora, el espectáculo debe continuar. La cabina ha sido equipada específicamente para nuestros objetivos. El audio y vídeo serán transmitidos directamente al control.

—Él insistirá en una exploración, probablemente un interceptor.

—Sí, lo hará, pero el diseño de sistema anulará cualquier cosa que él tenga.

—Eres terriblemente presumido.

—Seguro, Teniente. Diseñé el sistema yo mismo y ya lo he probado. Dos de mi seguridad cuidadosamente seleccionadas estarán en escena, actuando, durante la reunión.

—¿Tienes a desnudistas en seguridad?

—No las odies porque son bellas. Si hay que tratar con cualquier de los hombres de Ricker, ellas lo harán.

—El trato no incluía fuerzas civiles. Tendremos policías en cada sector.

Él inclinó la cabeza encantadoramente.

—Yo podría establecer, por supuesto, sencillamente mi equipo de seguridad personal sin informártelo. Pero como agregado civil temporal, me siento obligado a transmitirte toda la información pertinente al jefe del equipo.

—Sabelotodo.

—También te amo.

—Los cuartos de baño son magníficos, —Peabody informó mientras subía—. Espera a que los veas, Dallas. Los lavamanos parecen pequeños lagos, y hay como un millón de millas de mostrador. Todo este arte seductor pintado en las paredes. Y hasta sofás.

Ella se frenó antes de que Eve pudiera contestar, y se aclaró su garganta.

—McNab y yo completamos nuestra verificación, señor, y toda la seguridad —audio, visual, y los escáner— están operacionales.

—Su chaqueta de uniforme está incorrectamente abrochada, Oficial Peabody.

—Mi… —Ella miró hacia abajo, y se ruborizó hasta las raíces de su melena, y de prisa comenzó a cerrar bien los botones de metal que McNab había desabrochado apresuradamente.

—Oh, por el amor de Dios, Peabody, ¿eres un maldito conejo? Ve a arreglarte a algún sitio y controla tus hormonas por un rato.

—Sí, señor. Lo siento, señor.

Peabody se escabulló y Eve giró para mirar ceñuda a Roarke.

—No creas que no sé qué placer tan grande, tan considerable te causa esto. Te dije que esa cosa con McNab iba a echar a perder a mi ayudante.

—Como un enlace reciente al NYPSD, encontré la conducta deshonrosa. —Él se volvió atrás, desplegando una sonrisa que hizo su cara imposiblemente joven, ridículamente hermosa—. Absolutamente vergonzoso. Pienso que deberíamos hacer una rápida verificación en los salones personalmente. Ahora mismo.

—Pervertido. —Ella se metió sus manos en sus bolsillos y estaba a punto de alejarse de él y subir a Control cuando la puerta principal se abrió. Rue MacLean entró.

Ella vaciló cuando la mirada fija fría de Eve la abordó, luego enderezó sus hombros y cruzó el cuarto. Se encontraron delante de la barra donde Kohli había servido su última bebida.

—Sra. MacLean.

—Teniente. Me doy cuenta perfectamente de lo que usted piensa de mí, y tiene derecho a decírmelo a la cara.

—¿Para qué gastar saliva? Pasé en medio de la sangre de un policía por este suelo. Eso dice mucho.

—Eve. —Roarke tocó su hombro. Él giró hacia Rue—. ¿Has visto a Ricker?

—Sí. Él es…

—No aquí. —Él hizo gestos a la pared lateral. El panel de instrumentos, como el elevador que lo operaba, estaba escondido en el mural que representa la caída de Adán. La puerta se deslizó abriéndose hacia un pequeño ascensor privado. Ellos montaron en silencio a la oficina del dueño.

Roarke se movió a un refrigerador detrás de un espejo ahumado, y sacó botellas frías de agua de manantial, y las sirvió.

—¿Por qué no te sientas, Rue? Las conversaciones con Ricker tienen a sacudir el espíritu.

—Sí, gracias.

—¿No somos educados? —Eve furiosa, le hizo un gesto rechazando el agua a Roarke—. ¿No somos absolutamente encantadores y civilizados? Sí tú quieres confiar en ella, ser su amigo, es tu privilegio. No esperes la misma consideración de mí parte. Ella te hizo caer en una trampa.

—Así es. —Roarke puso el vaso en la mano inestable de Rue—. Y ahora ella devuelve el favor. Y no sin riesgo.

Roarke tomó la mano de Rue, y aunque ella trató librarse de un tirón, él tranquilamente desabotonó el puño de su blusa y enrolló la manga del brazo que había notado trataba con cuidado.

Las contusiones oscuras, y feas corrían desde la muñeca al codo.

—Él te lastimó. Lo siento.

—Le gusta lastimar a las personas. Las magulladuras se desvanecen. Estoy segura que tu esposa estará de acuerdo, merezco algo mucho peor.

—Él tiene dedos como púas, —fue todo lo que Eve dijo, pero sintió que algo cambiaba en su interior—. ¿Por qué los usó contigo?

—Porque puede, en su mayor parte. Si no me hubiera creído, yo habría conseguido esto y algo peor. Darle la información sobre ti lo puso de buen humor.

Ella tomó un trago, y dejó a un lado el vaso.

—Marchó casi exactamente como pensaste que haría. Fui con él, y le pedí dinero por la información. Eso lo enfureció, así que le dejé intimidarme un poco hasta que se la di gratis. Eso también lo animó.

Distraídamente, ella se abrochó de nuevo su puño.

—Le dije que estabas distraído, malhumorado, que te comportabas de una manera abusiva para conseguir el lugar abierto porque te costaba dinero mantener las puertas cerradas. Eso, y que estabas irritado porque la policía respiraba bajo tu cuello. Lo coroné diciéndole que te oí por casualidad discutiendo con tu esposa.

—Perfecto. —Roarke se sentó en el brazo de una silla.

—Andabas dando vueltas por la investigación, como eso te investigaba, y más, sobre la posición en la que ella se ponía. Tú estás frenético sobre eso, y la presionas para que renuncie a la fuerza. Usted dos tuvieron una verdadera explosión por eso.

»Le dije que hubo algunas palabras espinosas acerca de estar en lados opuestos de la línea, y simplemente la perdiste. Espero que no te importe que haya pintado un cuadro muy claro de un hombre en el borde. Que estabas malditamente cansado de andar por cáscaras de huevo, cansado de perder dinero teniendo su trabajo a su lado. Muchas amenazas y recriminaciones. Usted lloró, —dijo ella a Eve, no sin cierta satisfacción.

—Pues bien, gracias.

—Le gustó aquella parte. De cualquier manera, después de que usted salió violentamente, entré, y le ofrecí a Roarke un oído comprensivo. Él estaba preparado para eso, entonces tomamos un par de bebidas. Ahí fue cuando me dijiste que habías tenido bastante de la vida recta. Estabas aburrido, inquieto, y tu matrimonio frágil. No que no amases a tu esposa, pero necesitabas una salida. Ella no tenía que saber que te zambullías de vuelta a la piscina, ¿verdad? necesitabas algo para distraerte de preocuparte de ella. Y calculaste que podrías matar dos pájaros de un tiro acudiendo a Ricker y haciendo un trato. Una asociación comercial tranquila y agradable, por un lado una alta ganancia para él, y él dejaría a tu esposa en paz. La apartarás de la fuerza, pero la quieres de una pieza mientras trabajas en eso. Estás estúpidamente enamorado de ella, pero maldito si ella va a castrarte y mantenerte atado. Estuve de acuerdo contigo, y luego te ofrecí a hablar con Ricker por ti. Fue la parte que le tomó un rato tragar.

Ella pasó sus dedos por su brazo adolorido.

—Lo convencí que accediste porque no has sido tú mismo. Te habías vuelto suave y descuidado en ciertas áreas. Pienso que se lo tragó porque es lo que quiso y porque no cree que yo tenga las agallas suficientes para mentirle.

Ella recogió su vaso otra vez, y se humedeció la garganta.

—No fue tan malo como pensé que sería, —concluyó ella—. Él mordió el cebo antes de que yo hubiera terminado de colgarlo. Al abogado, Canarde, no le gustó, pero Ricker lo hizo callar. Cuando no lo hizo, Ricker le lanzó un pisapapeles. No dio en el blanco, pero dejó un infierno de abolladura en la pared.

—Oh, no ser una mosca, —murmuró Eve.

—Fue un momento, —Rue concordó—. En cualquier caso, Canarde se calló en seguida, y Ricker estará aquí. Él no perderá la ocasión para humillarte, y machacarte bajo su talón un poco. Y si descubre que debería haber escuchado al abogado, te matará donde estés. Si no puede arruinarte, te tendrá muerto. Esas fueron sus palabras, exactas.

—Entonces es perfecto, —Roarke concluyó, y sintió que la emoción de la caza calentaba su sangre.

—No completamente. —Eve enganchó sus pulgares en sus bolsillos delanteros, y giró hacia Rue—. ¿Por qué no hiciste que Roarke llorara?

Rue le lanzó una mirada de tal profunda gratitud que Eve esperó que todo funcionara.