*** CAPITULO OCHO ***

 

Le había tomado casi una hora para dejar de temblar. Una hora, dos whiskys y el calmante que Lucias le agregó al segundo trago.

-Esto no debería haber pasado. No debería haber sido posible.

-Reorganízate, Kevin. –Lucias tomó un cigarrillo al que aderezó con un toque de Zoner. Se estiró, cruzando los tobillos. –Y piensa. Como dices que pasó?

-Ellos lograron cavar bajo el nombre de la cuenta. –El nombre escudo de la cuenta.

Irritado, Lucias expulsó el humo. –Me dijiste que eso podría tomar algunas semanas.

-Yo no los estimé bastante, obviamente. Pero aún teniendo el nombre de la cuenta, como pudieron rastrearme hasta la ubicación, y tan rápido. La policía no tiene las facilidades, ni los recursos humanos, el equipamiento para vigilar cada cyber club ben la ciudad, y cada unidad en ellos. Además tienen el problema de los bloqueos de privacidad, el habitual y otros que yo implementé.

Lucias sopló el humo que había expelido en un perezoso trazo. –Que posibilidad de que la poli sólo haya tenido suerte?

-Cero. –dijo Kevin entre dientes. –Ellos usaron un equipo superior y un técnico superior. –Sacudió su cabeza. –Porque en el nombre de Dios, alguien con esas habilidades podría sentarse por un salario de policía? En el sector privado, él o ella podría pedir cualquier precio.

-Esto rompe todas las marcas, no es así? Bueno, es excitante.

-Excitante? Me podrían haber enjaulado. Arrestado. Cargado con asesinato.

El Zoner, como siempre, estaba haciendo el trabajo. –Pero no lo estás. –Con la intención de aplacarlo, Lucias se inclinó y lo palmeó en las rodillas. –Por más listos y hábiles que sean ellos, nosotros lo somos más. Tú anticipaste esta suerte de posibilidad y te preparaste para eso. Infectaste un club entero. Muy bonito. Estás encabezando los titulares de los medios otra vez. Más puntos para ti.

-Ellos me tienen en las cámaras de seguridad. –Kevin inhaló lentamente y exhaló. En muchos sentidos, Lucias era su droga de elección, y su aprobación calmaba lo peor de sus nervios. –Podría no haber alterado mi apariencia si no hubiera usado un club tan cercano.

-Destino. –Lucias empezó a reír, y se dirigió a su amigo. –Es realmente sólo el destino, no es así? Y todo de nuestro lado. Realmente, Kev, esto se pone mejor y mejor. Puedes proteger la cuenta? Generar otra?.

-Si, sí, no es un problema. –Kevin se encogió de hombros. Eso no era nada para lo que él podía hacer con la electrónica. –Van a tener un montón de detalles conocidos. Las salas de Chat, el equipamiento. Tal vez deberíamos parar por un tiempo.

-Justo cuando se está poniendo interesante? No lo creo. Mayor es el riesgo, mayor la emoción. Ahora, por lo menos, sabemos que estamos enfrentando un adversario o adversarios que van a ser dignos de nuestros esfuerzos. Esto le agrega condimento. Saboréalo.

-Podría mantener la cuenta abierta, -musitó Kevin. –Enviar algunos señuelos.

-Ah! –Lucias se apoyó en los braxos de su silla. –Ahora estamos en el juego. Sólo piensa en eso. Piensa en cuando hagas tu cita mañana a la noche. Porque, tú y tu adorable dama pueden discutir este reciente horror sobre unos tragos. Ella temblará, delicadamente sobre el destino de sus fracasadas hermanas. Nunca sabrá que estaba destinada a divertirnos. Dios, es delicioso.

-Sí. –El whisky y las drogas se cruzaron dentro de él, volviendo el aire que respiraba en unblando líquido. –Eso se suma a la emoción.

-Una cosa es cierta, no estamos aburridos.

Entretenido ahora, Kevin alcanzó el cigarrillo. –Y es improbable que lo estemos por mucho tiempo. Ya sé lo que voy a vestir mañana. Justo como me veré. Ella es tan sexy. Moniqua. Hasta el nombre te recuerda el sexo. –El dudó, odiando el desacuerdo. –No se si voy a poder llegar hasta el final en esto, Lucias. No se si voy a poder matarla.

-Tú puedes. Tú quieres. No se puede bajar el nivel del logro. –El sonrió mientras hablaba. –Piensa en esto, Kevin. Tú lo sabes, en el momento en que estés tocando su cuerpo desnudo, mientras te metes dentro de ella, que vas a ser el último que lo haga. Que cuando tu pene golpee dentro de ella es lo último pensamiento que va a tener.

Kevin se puso duro pensando en eso. –Supongo que es algo para decir el hecho de que va a morir feliz.

La fría sonrisa de Lucias brilló en la sala.

 

 

Como ella siempre estaba tratando de perder peso, Peabody bajó del subte seis cuadras antes de la parada más cercana a la casa de Eve. Tenía sentimientos muy agradables sobre reunirse en la oficina de la casa otra vez, donde el AutoChef era un tesoro lleno de maravillas.

Otra razón, admitió, para la caminata. Mejor la penitencia antes del pecado. Era una solución que apelaba a su sensibilidad free-ager. Por supuesto que en las creencias de la Free Age esto no era pecado y penitencia, sino desbalance y balance.

Pero eso era realmente sólo semántica.

Ella había crecido en una enorme e incontrolable familia, que creía en la propia expresión, tenía reverencia por la tierra y las artes y una responsabilidad de ser fiel a uno mismo.

Ella no había sabido, y parecía que casi nunca sabía, que para ser fiel a si misma ella necesitaba ser un policía urbano que trataba de mantener… bueno, balance, supuso.

Pensó que extrañaba a su familia en ese momento. Los arrebatos del amor y las sorpresas. Y demonios, la simplicidad de todo eso. Tal vez necesitaba tomarse unos pocos días e ir a sentarse en la cocina de su madre, comer galletas azucaradas, y empaparse de afectos sin complicaciones.

Porque no sabía que, en nombre de Dios, estaba mal con ella? Porque se sentía tan triste, indecisa e insatisfecha? Había una sola cosa que ella quería más en la vida. Era policía, una maldita buena policía, bajo el comando directo de una mujer que ella consideraba lo mejor en ejemplos.

Había aprendido mucho en el año anterior. No sólo sobre técnicas, no sólo sobre procedimientos, sino sobre como hacer la diferencia entre un buen policía y uno brillante.

Sobre lo que separaba a aquellos que querían cerraar un caso de los que lo tomaban a un nivel profundo y se preocupaban por la víctima. Los que la recordaban.

Sabía que estaba haciendo su trabajo cada día mejor y estaba orgullosa de eso. Amaba vivir en New York, viendo como su cara cambiaba y se transformaba si tú movías ladrillo por ladrillo.

La ciudad estaba llena, pensó, de gente, de energía, de acción. Si bien podría regresar y sentarse en la cocina de su hogar, nunca se sentiría feliz viviendo otra vez ahí. Ella necesitaba a New York.

Estaba feliz en su pequeño departamento, donde el espacio era todo suyo. Tenía camaradas sólidos, buenos amigos, una profesión justa y satisfactoria.

Ella se estaba citando, bueno, una suerte de cita, con uno de los más increíblemente atractivos, considerados y sofisticados hombres que hubiera conocido. El la había llevado a las galerías, la ópera, a restaurantes increíbles. A través de Charles había conocido no sólo otro lado de la ciudad, sino otra vida.

Y se quedaba en la cama por la noche, mirando el techo y pensando porqué estaba tan sola.

Necesitaba sacarse ésto de adentro. La depresión no corría en su familia, y ella no iba a ser la primera en caer en eso.

Tal vez necesitaba un hobby. Como pintar vidrio o cultivar gardenias. Fotografia holográfica. Macramé.

A la mierda.

Tenía justo ese pensamiento en su cabeza, cuando McNab saltó del deslizador del subte y por poco colisiona con ella.

-Hey. –El dio un brusco paso atrás igual que ella. Metió las manos en los bolsillos.

-Hey. –Podía su coordinación haber estado peor? Pensó ella. No podría haber caminado un poco más rápido, un poco más despacio? Llegar a la casa cinco minutos antes, dos minutos después.

Se observaron el uno al otro por un momento, luego se movieron o más bien fueron arrollados por los trabajadores que inundaban el deslizador y bajaban a la acera.

-Y bien. –El sacó las manos de los bolsillos para esquivar el ataque de una diminuta sombrilla redonda. –Dallas me llamó para un asunto en la oficina de su casa.

-Estoy actualizada.

-Sonaba como si hubiera tenido algo de acción anoche, -continuó él, luchando por mantener todo tranquilo y fácil. –Que mal que ese movimiento no haya caído en Cyber Perk la otra noche cuando estuvimos ahí. Podríamos haberlo agarrado.

-Improbable.

-Trata de ser un poco optimista, She-body.

-Trata de ser un poco realista, cara larga.

-Te has levantado del lado equivocado de la cama del chico pegajoso?

Ella escuchó a sus propios dientes rechinando. –Ese no es el lado equivocado de la cama de Charles, -dijo ella dulcemente. –Es un enorme, blando, redondo parque de juegos.

-Oh, sí? –La mitad de los circuitos en su cerebro se frieron ante la imagen de Peabody retozando desnuda en algún lujoso y sexy lecho. Con algún otro.

-Es justo el tipo de respuesta rápida que hubiera esperado de ti. Debes haber afilado tu ingenio con todas esas muñecas con que has estado rebotando en estos días.

-La última muñeca tenía un doctorado de MIT, el cuerpo de una diosa y el rostro de un ángel. No le dedicamos mucho tiempo a afilar ingenios.

-Cerdo.

-Perra. –El le sujetó los brazos cuando ella intentó traspasar las puertas de Roarke. –Me estoy llenando con la forma en que me abofeteas cada vez que yo trato de achicar la distancia, Peabody. Tú eres la única que pone los frenos aquí.

-No lo suficiente. –Ella tironeó, pero el abrazo se mantuvo firme. Siempre desestimaba los delgados brazos de él. –Y como es usual, tú estás equivocado y eres estúpido. Tú eres el que terminó las cosas porque no podías tener todo a tu gusto.

-Claro. Discúlpame por objetar sobre el hecho de que tú rodabas fuera de mi cama y caías en la de la prostituta.

Ella le encajó un puñetazo en el pecho. –No lo llames así. Tú no sabes nada de él, y si hubieras tenido un décimo de la clase de Charles, de su encanto, su consideración, podrías dejar de ser un subhumano. Pero como no lo eres, yo debería agradecerte por ponerle fin a algo que era un ridículo, embarazoso y revuelto error de mi parte por dejarte ponerme una mano encima. Así que gracias!

-De nada.

Estaban jadeantes, los ojos salvajes y nariz con nariz. Y luego estaban gimiendo boca a boca. –Saltaron apartándose, mirándose furiosamente.

-Esto no quiere decir nada. –ella articuló entre jadeos.

-Claro. No quiere decir nada. Entonces hagámoslo otra vez.

El la empujó hacia atrás, atacando con dientes codiciosos su labio inferior. Eso era, pensó ella, para marearla, como salir volando de un cañón. En sus oídos sonaba una sirena, su aliento y equilibrio cedían. Y todo lo que quería era dejar correr sus manos por ese largo cuerpo huesudo.

Ella se aferró de su cola de caballo, excavando con sus dedos, como si pudiera retorcerlo hasta convertirlo en un pequeño trozo y ponerlo en su bolsillo.

El la hizo girar, luchando por poner sus manos bajo la rígida chaqueta almidonada del uniforme. Debajo de eso, él sabía que el cuerpo de ella era una maravilla de curvas y carne blanda y madura. Desesperado, la empujó hacia atrás, a través de los sensores de la puerta y la golpeó contra las barras de acero.

-Ow.

-Lo siento. Déjame …Dios. -El enterró su boca contra su cuello e imaginó que podría lamerla como si fuera un helado.

-Disculpen. –La voz vino de ningún lugar, de cualquier parte, y ellos bizquearon el uno al otro.

-Dijiste algo? –preguntó ella.

-No. Lo hiciste tú?

-Oficial. Detective.

Detenidos a medio camino, ambos deslizaron sus ojos hacia la derecha y se fijaron en panel de seguridad en el pilar de piedra. Summerset, con su cara inexpresiva, los observaba desde la pantalla de video.

-Creo que la teniente los espera, -dijo, sumamente educado. –Si ustedes retrocedieran un paso de la puerta, sería menos probable que cayeran a través de ella cuando se abra.

Peabody sintió que su rostro ardía en llamas como un tomate asado. –Oh, hombre. Oh, mierda. –Ella empujó a Mc Nab, sacandolo del paso, mientras empezaba a poner el uniforme en su lugar. –Eso fue justamente estúpido.

-Creo que fue bueno. –De alguna manera sus rótulas se habían distanciado tanto que los primeros pasos que dio a través de la puerta fueron tambaleantes y deshilvanados. –Que demonios, Peabody.

-Sólo porque tuvimos esta ….reacción química no significa que vamos a hacerlo. Eso sólo enredaría las cosas.

El la dejó pasar, siguiéndola algo retrasado. Su larga cola de caballo oscilaba de un lado a otro. Su chaqueta liviana colgaba hasta sus rodillas y era del color de un campo de amapolas. A pesar de todas sus buenas intenciones, los labios de ella se torcieron en una sonrisa.

-Eres un maldito figurín.

-Porque no vamos por una pizza esta noche? Veremos donde nos lleva.

-Sabemos a donde nos va a llevar. –le recordó ella. –No tenemos tiempo para hacer esto ahora, McNab. No tenemos tiempo para pensar en esto ahora.

-Pienso en ti todo el tiempo.

Eso la detuvo, muerta sobre sus pasos. Era difícil caminar cuando tu corazón había caído hasta tus zapatos. –Me estás complicando la vida.

-Ese es el plan. Una pizza, She-body? Yo sé cuanto te gusta la pizza.

-Estoy a dieta.

-Por que?

El hecho que él se animara a preguntar, sinceramente, siempre la había encantado y desconcertado. –Porque mi culo tiene aproximadamente la misma masa que Plutón.

El caminó alrededor de ella cuando subieron la larga curva de la entrada. –Vamos. Tienes un culo grandioso. Es así. Un tipo no debería pasar la mitad de su tiempo mirándolo.

El le dió un afectuoso pellizco, ganándose una estrecha, peligrosa mirada, y sonrió. Sabía cuando estaba ganando camino. –Sólo comida y conversación. Nada de sexo.

-Tal vez. Voy a pensarlo.

El recordó que Roarke le había advertido sobre el romance. En una rápida corrida, cortó a través del césped, cortó un capullo de un peral ornamental. Alcanzó a Peabody en las escaleras y deslizó la flor a través del ojal de su chaqueta.

-Jesús, -murmuró ella, pero se introdujo en la casa sin sacarse la flor.

Ella se tomó un especial cuidado para evitar el contacto visual directo con Summerset. Y fue muy conciente del calor que trepaba por su cuello, cuando él los invitó a subir hacia la oficina de Eve.

 

 

Eve estaba parada en el centro de la habitación, meciéndose lentamente sobre sus talones y observando el disco de seguridad otra vez. El hombre era creído, pensó. Y reservado. Disfrutaba repartiendo esa mirada divertida sobre la multitud en cyber-café, pensando que cada uno de los que estaban ahí era menos que él. Sabiendo que tenía un secreto.

Pero también se vestía para atraer la atención. Admiración y envidia. Aquellos que lo miraban entendían que él era superior.

El pensaba anticipadamente. Estaba tan seguro que nada ni nadie podía tocarlo. Pero cuando pensó que se había equivocado, tuvo miedo y pánico.

Observó que el sudor roció su rostro cuando se fijó en el monitor. Y ella podía verlo, fácilmente podía verlo, arrojando el cuerpo sin vida de Bryna Bankhead por el balcón. Se deshizo del problema, ,musitó- el inconveniente, la amenaza. Luego corrió.

No podía verlo siguiendo adelante la próxima noche con otra mujer. Con deliberación y sangre fría.

Se volvió hacia Peabody y McNab que entraban. –Corran la imagen de este tipo, de frente, de atrás y los costados. –ordenó- Concéntrense en la estructura facial, los ojos –forma, no el color- y el tipo de cuerpo. Olviden el cabello, posiblemente no es suyo.

-Tiene un moretón en la mandíbula, señor.

-Sí, y tú tienes una flor en ojal. –así que ambas nos vemos estúpidas. Dickhead tiene algo sobre las pelucas y los realces. Tengo los nombres de las marcas. Tú busca sobre los puntos de venta de ellos, Peabody, dame una lista de consumidores. Referencia cruzada con que tengo sobre el vino. Roarke me dará una lista de las mejores tiendas para hombres en la ciudad.

Roarke hizo eso para tí, -El entró a la oficina, llevando un disco. –Buenos días, chicos.

-Gracias. –Ella se lo pasó a Peabody. -Nuestro chico ama las cosas buenas. Zapatos de marca, guardarropa cortado a medida. Como llamas eso?

-A medida. –dijo Roarke. –Si bien él podría haber comprado directamente de Londres o Milan, el primer traje era definitivamente de corte británico, -agregó- El segundo ciertamente italiano, pero el podría ser cliente de las mejores tiendas de New York.

-Escuchen a nuestro asesor de modas. –dijo Eve secamente. –vamos a correr esto, viendo cada detalle. A menos que tenga su propio jardín, debe haber comprado las rosas rosadas en algún lado. Muy probablemente en su propio vecindario, y voy a recorrer cada vecindario de Upper West Side o Upper East Side, así que veamos por donde empezamos.

Ella miró alrededor, momentáneamente sorprendida cuando Roarke le alcanzó un jarro de café caliente recién hecho. –Tengo una consulta con Mira aquí en una hora. En la Central Feeney está dirigiendo el examen de la unidad que hemos confiscado del Cyber Perks. Quiero respuestas, quiero una pista y las quiero hoy. Porque él va a moverse esta noche otra vez. Va a hacerlo.

Ella se volvió hacia la pantalla donde la cara del asesino se burlaba de la multitud- -Ya tiene su próximo objetivo.

 

Se acercó al tablero donde había pinchado fotografías de ambas víctimas, las imágenes computadas del asesino donde se lo veía antes y después de cada asesinato.

-Ella debe ser joven –dijo Ëve- antes de la mitad de los veinte. Vive sola. Es atractiva e inteligente con un gusto por la poesía. Es romántica, y no tiene actualmente alguna relación seria. Vive en la ciudad. Trabaja en la ciudad. El ya la conoce, la ha estudiado en la calle y el trabajo. Tal vez ella ha hablado con él y no sabe que es el hombre que quiere seducirla. Probablemente está pensando en esta noche, en la cita que va a tener con un hombre que es exactamente lo que ella espera. Piensa que en unas pocas horas, va a conocerlo. Y tal vez, sólo tal vez…

Se volvió desde el tablero. –Quiero mantenerla viva. No quiero otra cara en este tablero.

-Un momento de tu tiempo, teniente? –Roarke hizo gestos hacia su oficina, llevándole él mismo antes que ella pudiera apartarlo.

-Mira, estoy con el tiempo justo.

-Entonces porque pierdes tiempo. –Cerró la puerta detrás de ella. –Yo puedo darte todas las listas de consumidores, hacer referencias cruzadas y completas en una fracción del tiempo que le llevaría a Peabody.

-No tienes tu propio trabajo?

-Considerable, sí. Esto me llevaría poco tiempo. –El deslizó la punta del dedo sobre el moretón en su mandíbula, luego suavemente sobre la hendidura superficial en su barbilla. –Resulta que prefiero tener mi mente totalmente ocupada justo ahora. Y –agregó- yo también preferiría no tener otra foto en el tablero. Tengo la intención de hacerlo de todas formas, pero pienso que vas estar menos molesta si hago la farsa de preguntarte.

Ella frunció el ceño, cruzando los brazos. -Farsa?

-Sí, querida. –El besó el moretón. –Y de esta forma, como tú sabes que lo haré, eso te libera para llevarte a Peabody al campo contigo, donde sea que vayas. –Su panel de comunicación sonó. –Sí?

-La Dra. Dimatto está aquí para ver a la teniente Dallas.

-Envíala arriba. –ordenó Eve. –Sé que vas a hacerlo –le dijo a Roarke. –Pero por ahora voy a seguir con la farsa de que no se que vas hacerlo.

-Cualquier trabajo por tí. Me va tomar sólo un minuto terminar algunas cosas. Luego quiero saludar a Louise.

-Haz lo que quieras. –Abrió la puerta, mirándolo. -Generalmente lo haces.

-Eso es lo que hace un hombre competente.

Ella bufó y cruzó la oficina para recibir a louise.

Ella llegó rápido, pero Eve raramente la había visto moverse de otra manera. Dio una mirada al café en las manos de Eve y sonrió. –Sí, me encantaría un poco, gracias.

-Peabody, trae café para la Dra. Dimatto. Podemos hacer algo más por ti?

Luise se fijó en el pastel que McNab estaba tratando de tragar entero. –Es un pastel de manzana?

Con su boca llena, él hizo algunos sonidos, mezcla de afirmación, placer y culpabilidad.

-También me encantaría uno, gracias de nuevo.

Eve dió una ojeada sobre el elegante traje rojo de Louise. –No estás vestida para ver pacientes, Doc.

-Tengo un encuentro. Para reunir fondos. –Los diamantes centellearon en sus orejas cuando ella inclinó la cabeza. –Puedes exprimir más dinero cuando te ves como si no lo necesitaras. Imagínate. En cualquier caso.. gracias, Peabody. Puedo sentarme? –Lo hizo, cruzando sus piernas, balanceando el plato con el pastel expertamente en su rodilla y tomó el

primer sorbo de café.

Dió un largo suspiro antes de sorber otra vez. –Donde conseguiste esta cosa? Esto debe ser ilegal.

-Roarke.

-Naturalmente. –Mordió una minúscula esquina del pastel.

-Hay alguna razón para que te hayas dejado caer por aquí, Louise, además de un pequeño desayuno? Estamos un poco ocupados aquí.

-Seguro que lo estás. –Ella miró hacia el tablero. –Pregunté sobre Bryna Bankhead en mi edificio. Ella conocía a todo el mundo en su piso y algunos de otros pisos. Era muy apreciada. Había vivido ahí tres años. Tenía citas regularmente, pero ninguna seria.

-Ya sé todo eso. Pensaste cambiar la medicina por el trabajo policial?

-Ella vivió ahí por tres años. –repitió Louise, y el humor murió en su voz. –Yo vivo ahí desde hace dos. Cayó en la acera a mis pies. Y nunca había tenido una conversación con ella.

-Te sientes culpable porque no puedes cambiar lo que hiciste por ella?

-No. –Louise tomó otro bocado. –Pero me hizo pensar. Y me hizo inclinarme más hacia el trabajo duro para tener alguna información que pueda ayudarte en la investigación. Hay un proyecto de investigación de J. Forrester. Es una clínica privada, bastante exclusiva que se especializa en disfunciones sexuales, relaciones, temas de fertilidad. Hace casi veinticinco años J. Forrester formó una sociedad comercial con Allegany Farmacéutica para la búsques, estudio y desarrollo de varios productos químicos que podrían aliviar la disfunción y realzar performances, sexualmente hablando. Varios de los mejores químicos y gente importante estuvieron envualtos o asociados con el proyecto.

-Probaron con elementos encontrados en las sustancias controladas conocidas como Prostituta y Conejo Rabioso.

-Esos, otros, combinaciones. De hecho ellos desarrollaron la droga registrada como Matigol, la cual había ayudado a extender la capacidad sexual en performance en hombres hasta bien pasada la centuria, y la droga de la fertilidad Compax, que permitía a las mujeres evitar la concepción hasta entrados los cincuenta hasta que ellas lo quisieran.

-Ella mordisqueó el pastel. –Estas drogas tuvieron un gran suceso, pero eran extremadamente caras y por lo tanto en gran parte inaccesibles para un consumidor medio. Pero para aquellos que podían afrontarlo, era un milagro.

-Tienes los nombres de los jugadores?

-No he terminado. –Ella volvió su cabeza, lanzando una brillante sonrisa cuando Roarke apareció. –Buenos días.

-Louise. –El se acercó, llevando su mano a los labios. –Te ves adorable, como siempre.

-Si, Sí, blah, blah. Que? –demandó Eve. –Que más?

-Tu esposa es ruda e impaciente.

-Es por eso que la amo. Por otro lado, teniente, Charles Monroe está subiendo.

-Que es esto? Una convención? –Pero mientras hablaba le acertó una dura y peligrosa mirada a McNab. Los ojos de él la enfrentaron, y le mantuvo la mirada por unos buenos cinco segundos antes de ceder, irritado. –Tú, dame algún dato de J. Forrester y Allegany Farmaceutica.

Ella apretó los dientes, hasta que los sintió latir cuando atrapó el interesado parpadeo en el rostro de Roarke. –Maldita sea.

-Yo compré Allegany, ocho, no, creo que hace diez meses atrás. Cual es la conexión?

-No lo sé precisamente, porque la doctora se ha puesto a coquetear.

-Yo nunca coqueteo. –corrigió Louise, y luego sus ojos se desdibujaron como cuando había probado el primer sorbo de café. –Oh, bueno. –dijo cuando Charles entró. –Por Dios.

-Supongo que quieres café, también. –Dijo Eve.

El asintió. –No podría decir que no.

-Yo lo traigo. –Nerviosa, ruborizada, vacilante, Peabody escapó hacia la cocina.

-Roarke. McNab. –Con el segundo saludo, la sonrisa de Charles disminuyó un poco. Luego la recompuso otra vez cuando apuntó hacia Louise. –No creo que nos hayamos conocido.

-Louise. Louise Dimatto. –Ella ofreció la mano.

-No me digas que eres policía.

-Médico. Tú?

Si escuchó la opinión que McNab murmuró, Charles la ignoró. –Acompañante profesional.

-Que interesante.

-Podemos dejar la hora social para más tarde? Podemos hacer una maldita fiesta. Están todos invitados. –chasqueó Eve. –Tengo algo para ti. –dijo a Charles. –Termina de una vez Louise.

-Donde estaba? Oh, sí. A pesar del éxito en el desarrollo, el proyecto y la sociedad comercial se disolvieron hace unos veinte años. Falta de fondos, falta de interés y un número de infortunados efectos laterales de otras drogas experimentales durante ese período. Eso decidió que promover búsquedas usando formas de algunos químicos en particular tenía un costo prohibitivo y potenciales riesgos financieros ante la amenaza de acciones legales. La decisión fue largamente influenciada por el Dr. Theodore McNamara, quien, en esencia, encabezaba el proyecto y se acreditaba el descubrimiento de Compax y Matigol. Hubo rumores inconsistentes de abuso y robos durante el proyecto. Hablo de experimentación no sólo en el laboratorio, sino fuera de él. Rumores de que algunos de los casos archivados eran internos, mujeres del equipo que reclamaron por haber ingerido drogas sin su conocimiento o consentimiento y fueron molestadas sexualmente, tal vez, preñadas, bajo la influencia de ellas. Si esto es cierto, -concluyó Louise. –ninguno de los que sabían dio nombres.

-Buen trabajo. Voy a seguirlo. Si tienes que ir a un encuentro….

-Tengo un poco de tiempo. Justo para terminar mi café, si no te importa. De hecho, justamente estaba pensando en ayudarme con otra media taza.

Ella se esfumó hacia la cocina.

-Ok, Charles, te toca.

El asintió hacia Eve, sonriendo íntimamente a Peabody cuando ella regresó con su café. –Mi cliente cree que yo necesito esta información para otro cliente. Prefiero seguir esa vía-

-Yo protejo mis fuentes, Charles-

-Y yo protejo a mis clientes. –le devolvió. –Necesito tu palabra de que no vas a tomar acciones contra ella si lo que yo te digo la expone.

-Ella no me interesa. Y si todo lo que ella hace es joderse a sí misma, estoy segura de que no le interesan los ilegales. Es suficiente?

-El sexo no siempre es fácil para todos, Dallas.

-Si la gente no necesitara sacarse, -escupió McNab- tú no tendrías trabajo.

Charles sonrió a McNab, -Bastante cierto. Si la gente no quisiera robar, engañar, mutilar y asesinar, tampoco lo tendrías tú, detective. No somos todos afortunados humanos que por naturaleza nos mantenemos en el negocio?

Eve se detuvo entre la silla donde Charles estaba sentado y el escritorio donde McNab trabajaba, bloqueando efectivamente la visión que tenían el uno del otro. –Dame un proveedor, Charles. Nadie quiere molestar a tu cliente.

-Carlo. Ellos no usan apellidos. Lo conoció en una sala de chat, uno de experiencias sexuales.

Eve se sentó en la esquina del escritorio. –Eso cuando fue?

-Alrededor de un año atrás. Ella dijo que él había cambiado su vida.

-Como hizo la compra?

-Inicialmente, ella le enviaba e-mail, con una orden. Le pagaba con transferencia electrónica de fondos a una cuenta de él, luego confirmaba la entrega con un mail enviado a Gran Central.

-Sin contacto personal?

-Ninguno. Ahora ella llama a un servicio de suscripción y recibe una provisión regular mensual. El pago, con un descuento por suscripción, es transferido automáticamente desde la cuenta de ella a la de él. Quinientos al mes por un cuarto de onza.

-Necesito hablar con ella.

-Dallas —"

-Y te digo porque. Necesito los datos de esa cuenta y cualquier cosa que me pueda decir. Ella hace negocios regularmente con él, así que debe saber algo. Más que eso, ella necesita ponerse en guardia. Podría ser un objetivo.

-No lo es. –El se levantó cuando Eve se alejó del escritorio. –Estas son sus víctimas? – indicó hacia el tablero. –Que tienen ellas, veinte, veinticinco? Esta mujer tiene más de cincuenta. Es atractiva, se cuida mucho, pero pero no es una flor. Los medios dijeron que ellas eran solteras, viviendo solas. Ella es casada. Su asociación conmigo es un juego. Como un día en el salón de belleza. Vive con su esposo y un hijo adolescente. Y tienes que preguntarte si es necesario enredarla y humillarla a ella y a su familia.

-Eso podría dañar el ego sexual de ella. –puntuó Louise. Atravesó la habitación, sorbiendo su segunda taza de café. –El uso de drogas y un acompañante profesional son comunmente indicios de alguna disfunción sexual en esa área. Exponiendo su necesidad de ellos ante una autoridad que podría detenerla y castigarla por la primera y reírse por la segunda, no es aconsejable desde un punto de vista médico o sicológico.

-Protegiéndola de la exposición corremos el riesgo de que nos abofeteen con otra mujer muerta en el tablero.

-Déjame hablar con ella otra vez. –intervino Charles. –Le voy a sacar la información que necesitas. Mejor, yo puedo abrir una cuenta con él, a mis propias expensas. Sólo tiene tiene que hacer una comprobación de rutina para verificar mi licencia. Un acompañante es un cliente razonable para ilegales sexuales.

-Consígueme los datos para las tres en punto, -decidió Eve. –No hagas nada más. No quiero que él consiga tu nombre.

-No te preocupes por mí, Teniente azúcar.

-Sólo los datos, Charles. Ahora vete.

-Yo tengo que irme también. Gracias por el café- Louise dejó la taza, mirando a Charles. –Quieres compartir un taxi?

-Perfecto. –El deslizó un dedo sobre la flor en el ojal de Peabody y se volvió hacia la puerta. –Te veré luego, Delia.

-Cierra esa cremallera, McNab. –amenazó Eve. –Peabody, Roarke está generando algunos datos. Asístelo en su oficina. –Así podría, esperaba al menos, mantener la paz por un momento. Observó su unidad de muñeca, pensando en Mira. –Tengo un encuentro.