6.- CUANDO MEJOR SE EXPRESA EL ALMA.

Los que se parecen se unen; entre no semejantes no existe amistad.

LOS LIBROS DE HERMES A SU HIJO TAT (I)


Los días pasados en Alejandría le hicieron daño. La comunidad formada por judíos resentidos, griegos desarraigados y egipcios ignorantes, no tuvo compasión ante el dolor del hombre más poderoso del mundo conocido. Adriano decidió no partir hacia Jerusalem por tierra. Estaba falto de entusiasmo, pues anticipaba el antagonismo de los judíos. Pienso que debió ir, negociar y enmendar errores. Pero Adriano era una fiera herida. Salimos de Alejandría por mar, al comienzo de la primavera, con rumbo a Siria. Una formidable galera nos llevó en un mar desusadamente sereno. En todo el camino Adriano hizo planes sobre el culto de Antinoo. Me pregunte que le pasaría al Emperador cuando esa obsesión fuera finalmente satisfecha. La tradición de hablar a la hora del crepúsculo se siguió consolidando. Mis acólitos se sentaban a mirar el horizonte en la proa del barco. Los pajes de Adriano hacían bromas en la popa. El Emperador y yo, en su cabina, en el centro más alto de la nave. El atardecer era propicio para las confidencias.

-Hierofante amigo. Hoy hace un año fuimos a cazar un león en la región de Libia. Adriano insistía en no llamar al muchacho por su nombre. Era una obsesión sobreentendida. Un león que había probado muchas veces la carne humana. La fiera tenía aterrorizados a los lugareños. Por eso pensamos que seria un golpe de audacia y de fama ir en busca de la bestia. Tres largos y fatigosos días costó encontrar su rastro. La sequía nos ayudo, pues al escasear el agua, los animales se concentraban en pocos sitios, donde el león los esperaba.

Desde nuestras cabalgaduras, como hacemos los romanos, seguimos al león y logramos acorralarlo entre unas altas rocas. Yo ataque primero, pero solo logre herir a la fiera. Eso la hizo volverse enfurecida. Mi caballo perdió el equilibrio. Dichosamente mi compañero remato al león de un lanzazo certero y decidido. Desde el suelo pude sentir, en mi cara la exhalación final de la sangrienta bestia. Mi salvador y yo nos miramos y en nuestros ojos, estaba la fuerza misteriosa de una vida compartida. En los momentos de peligro es cuando mejor se expresa el alma… Regresamos con el hermoso trofeo y por unos días Antinoo… Adriano hizo una muy breve pausa al caer en la cuenta de que estaba diciendo el nombre del muchacho. Si Antinoo y yo fuimos los héroes del momento.

Después de decir eso se sintió acongojado. Pude percibir un sollozo contenido y ver que volvía la cara. Quise decirle que llorara, que debía seguir la emoción del duelo. Que no podía, que no debía, ahorrarse el sufrimiento. Pero ¿Cómo decirle eso al que se suponía ser un dios viviente?

No era fácil pedir debilidad al hombre más poderoso de la tierra. En la popa los muchachos reían. Adriano se volvió muy lentamente y dijo:

-La felicidad bruscamente llega y se va de pronto…

-Y cuando llega – dije yo – No te preguntas porque eres tan afortunado. Sin embargo cuando se va, quieres saber porque te han dado ese sufrimiento. Adriano asintió y dijo:

-Siempre creí que la primera misión de todo ser humano era ser feliz a toda costa. Éramos tan dichosos que no deseábamos nada. Supimos encontrar al otro. ¿Dónde estará la felicidad que he perdido?

-La felicidad, como todo, tiene que aprenderse. La felicidad es un estado de conciencia…

-Siempre pones las cosas en difícil, mi querido amigo. Tú tienes la razón y yo solo tengo miedo y rabia. Pero deberías saber que, para los que hemos perdido el amor, el camino es oscuro, inmenso y fatigoso. Tuve que callar. No quise buscar en mi recuerdo el dolor de esa experiencia.