4.- ALETHEIA, AUSENCIA DEL OLVIDO.

Cuando estamos en este ángulo, entendemos a las bestias, como Salomón cuando la serpiente lamió sus oídos y descubrió las palabras…

FOCIO CITANDO A FANTRES, BILB. LIV, 15ª.


Quise informarme sobre Adriano, pues no sabía nada de ese hombre fuerte, dulce y sentencioso. Ya había gestado un plan secreto para incorporarme a su comitiva. Quería sembrar en su ánimo la necesidad de conservar la cultura del Egipto.

Con ese fin en mente, me relacioné con Crisopo, el pedagogo de los cuatro muchachos que viajaban con Adriano y encargado, en especial, de darle una esmerada ecuación a Cómodo.

Aunque Adriano nació en Hispanía, de una familia Adriática, en su corazón era romano, puesto, a toda costa, a conservar el helenismo.

Adriano era muy supersticioso e inclinado hacia lo oculto. Pero pienso que, en el fondo, el ocultismo era para el una añoranza de lo inefable y de lo eterno. Lo percibí como un hombre fuerte, debilitado por la extremada complacencia.

Tenía la hermosa cualidad de ser preciso, claro, en sus conceptos. Por eso gustaba del lenguaje lleno de alma y de belleza de los griegos. Lo sentí sólido y pleno de ternura. A veces duro en sus castigos, pero lleno de inocencia. Como buen admirador de Grecia, quiso darle un respaldo a la deificación de Antinoo en el mundo de las ideas. El nuevo dios no podía ser solamente un símbolo de juventud y de belleza. Por eso Adriano dijo:

-Antinoo cumplió con el ideal griego. Es el triunfo del ser humano sobre la vida. Llevar a cabo una existencia perfecta, plena y secreta, interrumpida e incorruptible a través de la continuidad del mármol – y era cierto. Bastabame mirar a los kuroi para ver esa afirmación de la vida en los cuerpos, en los rostros y hasta en el complaciente pliegue de las bocas.

-Sabrás, Hierofante, que como ha dicho Píndaro, todos tenemos una relación con los dioses por nuestro cuerpo – fisis – y por la grandeza de nuestro espíritu. Si miras una estatua de Apolo veras que en nada difiere de los jóvenes atletas que frecuentas la palestra a los que vemos en los antiguos monumentos funerarios. –Adriano acostumbraba hacer largos silencios y, como si el tiempo no existiera, continuaba con áureo hilo de su conversación, un poco ausente:

-Detrás de cada ser hay una verdad suprema, Hierofante. Los Griegos llaman a la verdad Aleheia, lo cual significa ausencia del olvido. La verdad de Antinoo esta en la realización de ese ideal de perfección que los griegos llaman Agathos. Sin olvidar su propio ser, siempre supo ser claro, simple y transparente. Siempre supo y quiso ser lo que era. Deja que te lea Heriofante, un hermoso párrafo de Skopas Simónides

Adriano busco un manuscrito y con función fue pronunciando el griego, lentamente, con deleite y con dulzura:

-“Es difícil llegar a ser un hombre verdaderamente agathos, noble y bueno, recto de pies, de manos y de espíritu, labrado sin culpa.”

-Adriano respiró hondo y en voz baja añadió –Antinoo lo era…

Según Crisopo, Adriano conoció a Antinoo en su segundo viaje por Grecia. Fue en la época en que el sabio Plinio recorría la Bitinia. Antinoo era miembro de una familia acomodada, venida a menos. Fue entonces cuando el joven Antinoo, de apenas once años, ingreso al grupo imperial para ser entrenado como paje en la escuela de Roma.

Por ese tiempo el niño ya era un chico refinado. Era tan claro y feliz que los paisajes que dibujaba siempre tenían dos ó tres grandes soles.

Pero, realmente, Adriano entró en contacto con Antinoo dos años después, cuando el muchacho pasó al palacio, como miembro del servicio. Durante los siguientes cuatro años no se separarían ni un instante. Desde entonces el pobre Antinoo no fue dueño de su vida; después tampoco fue dueño de su muerte.