JULIO CORTÁZAR

-Salvo el crepúsculo

Discurso del no método, método del no discurso, así vamos.

Lo mejor: no empezar, arrimarse por donde se pueda. Ninguna cronología, baraja tan mezclada que no vale la pena. Cuando haya fechas al pie, las pondré. O no. Lugares, nombres. O no. De todas maneras vos también decidirás lo que te dé la gana. La vida: hacer dedo, auto-stop, hitchhiking: ae da o no se da, igual los libros que las carreteras.

Ahí viene uno. Nos lleva, nos deja plantados?

Sans doute avnit-il la fiévre. Mais

peut-étre la fiévre permet-elle de

voir et d'entendre ce

qu'autrement on ne voit et

n'entend pas.

MARGUERITE YOURCENAR, Anna, Soror

BILLET DOUX

Ayer he recibido una carta sobremanera.

Dice que "lo peor es la intolerable, la continua". Y es para

llorar, porque nos queremos, pero ahora se ve que el amor

iba adelante, con las manos gentilmente

para ocultar la hueca suma de nuestros

pronombres.

En un papel demasiado.

En fin, en fin.

Tendré que contestarte, dulcísima penumbra y decirte: Bue-

nos Aires, cuatro de noviembre de mil novecientos cin

cuenta. Así es el tiempo, la muesca de la luna presa en los almanaques, cuatro de.

Y se necesitaba tan poco para organizar el día en su justo

paso, la flor en su exacto linde, el encuentro en la precisa. Ahora bien, lo que se necesitaba.

Sigue a la vuelta, como una moneda, una

alfombra, un irse.

No se culpe a nadie de mi vida).

BACKROUND

Tierra de atrás, literalmente.

Todo vino siempre de la noche, bachground inescapable, madre de mis criaturas diurnas. Mi solo psicoanálisis posible debería cumplirse en la oscuridad, entre las dos y las cuatro de la madrugada -hora impensable para los especialistas. Pero yo sí, yo puedo hacerlo a mediodía y exorcizar a pleno sol los íncubos, de la única manera eficaz: diciéndolos.

Curioso que para decir los íncubos haya tenido que acallarlos a la hora en que vienen al teatro del insomnio. Otras leyes rigen la inmensa casa de aire negro, las fiestas de larvas y empusas, los cómplices de una memoria acorralada por la luz y los reclamos del día y que sólo vuelca sus terciopelos manchados de moho en el escenario

de la duermevela. Pasivo, espectador atado a su butaca de sábanas y almohadas incapaz de toda voluntad de rechazo o de día asimilación, de palabra fijadora. Pero después será el día, Cámara Clara. Después podremos revelar y fijar. No ya lo mismo, pero la fotografía de la escritura es como la fotografía de las cosas: siempre algo diferente para así, a veces, ser lo mismo.

Presencia, ocurrencia de mi Mandala en las altas noches desnudas, las noches desolladas, allí donde otras veces conté corderitos o recorrí escaleras de cifras, de múltiplos y décadas y palindromas y acrósticos, huésped involuntario de las noches que se niegan a estar solas. Manos de inevitable rumbo me han hecho entrar en torbellinos de tiempo, de caras, en el baile de muertos y vivos confundiéndose en una misma fiebre fría mientras lacayos invisibles dan paso a nuevas máscaras y guardan las puertas contra el sueño, contra el único enemigo eficaz de la noche triunfante.

Luché, claro, nadie se entrega así sin apelar a las armas del olvido, a estúpidos corderos saltando una valla, a números de cuatro cifras que disminuirán de siete en siete hasta llegar a cero o recomenzarán si la cuenta no es justa. Quizá vencí alguna vez o la noche fue magnánima; casi siempre tuve que abrir los ojos a la ceniza de un amanecer, buscar una bata fría y ver llegar la fatiga anterior a todo esfuerzo, el sabor a pizarra de un día interminable. No sé vivir sin cansancio, sin dormir; no sé por qué la noche odia mi sueño y lo combate, murciélagos afrontados sobre mi cuerpo desnudo. He inventado cientos de recursos mnemotécnicos, las farmacias me conocen demasiado y también el Chivas Regal. Tal vez no merecía mi mandala, tal vez por eso tardó en llegar. No lo busqué jamás, cómo buscar otro vacío en el vacío; no fue parte de mis lúgubres juegos de defensa, vino como vienen los pájaros a una ventana, una noche estuvo ahí y hubo una pausa irónica, un decirme que entre dos figuras de exhumación nostalgia se interponía una amable construcción geométrica, otro rccuerdo por una vez inofensivo, diagrama regresando de viejas lecturas místicas, de grimorios medievales, de un tantrismo de aficionado, de alguna alfombra iniciática vista en los mercados de Jaipur o de Benarés. Cuántas veces rostros limados por el tiempo o habitaciones de una breve felicidad de infancia se habían dado por un instante, reconstruidos en el escenario fosforescente de los ojos cerrados, para ceder paso a cualquier construcción geométrica nacida de esas luces iniciertas que giran su verde o su púrpura antes de ceder paso a una nueva invención de esa nada siempre más tangible que la vaga penumbra en la ventana. No lo rechacé como rechazaba tantas caras, tantos cuerpos que me devolvían a la rememoración o a la culpa, a veces a la dicha todavía más penosa en su imposibilidad. Le dejé estar, en la caja morada de mis ojos cerrados lo vi muy cerca, inmóvil en su forma definida, no lo reconocí como reconocía tantas formas del recuerdo, tantos recuerdos de formas, no hice nada por alejarlo con un brusco aletazo de los párpados, un giro en la cama buscando una región más fresca de la almohada. Lo dejé estar aunque hubiera podido destruirlo, lo miré como ni miraba las otras criaturas de la noche, le di acaso una sustancia primera, una urdimbre diferente o creí darle lo que ya tenía; algo indccible lo tendió ante mí como una fábrica diferente, un hijo de mi enemiga y a la vez mío, un telón musgoso entre las fiestas sepulcrales y su recurrente testigo.

Desde esa noche mi mandala acude a mi llamdo apenas se encienden las primeras luces dc la farándula, y aunque el sueño no venga co é y su presencia dure un tiempo que no sabría medir, detrás queda la noche desnuda y rabiosa mordiendo en esa tela invulnerable, luchando por rasgarla y poner de este lado los primeros visitantes, los previsibles y por eso más horribles consecuencias de la dicha muerta, de un árbol en flor en el atardecer de un verano argentino, de la sonrisa de una mujer que vive una vida ya para siempre vedada a mi ternura, de un muerto que jugó conmigo sus últimos juegos de cartas sobre una sábana de hospital.

Mi mandala es eso, un simplísimo mandala que nace acaso de una combinación imaginaria de elementos, tiene la forma ovalada del recinto de mis ojos cerrados, lo cubre sin dejar espacios, en un primer plano vertical que reposa mi visión. Ni siquiera su fondo se distingue del color entre morado y púrpura que fue siempre el color del insomnio, el teatro de los desentierros y las autopsias de la memoria; se lo diría de un terciopelo mate en el que se inacriben dos triángulos entrecruzádos como en tanto pentáculo de hechicería. En el rombo que define la oposición de sus líneas anaranjadas hay un ojo que me mira sin mirarme, nunca he tenido que devolverle la mirada aunque su pupila esté clavada en mí; un ojo como el Udyat de los egipcios, el iris intensamente verde y la pupila blanca como yeso, sin pestañas ni párpados, perfectamentc plano, trazado sobre la tela viva por un pincel que no pretende la imitación de un ojo. Puedo distraerme, mirar hacia la ventana o buscar el vaso de agua en la penumbra; puedo alejar a mi mandala con una simple flexión de la voluntad, o convocar una imagen elegida por mí contra la voluntad de la noche; me bastará la primera señal del contraataque, el deslizamiento de lo elegido hacia lo impuesto para que mi mandala vuelva a tenderse entre el asedio de la noche y mi recinto invulnerable. Nos quedaremos así, seremos eso, y el sueño llegará desde su puerta invisible, borrándonos en ese instante que nadie ha podido nunca conocer.

Es entonces cuando empezará la verdadera sumersión, la que acato porque la sé de veras mía y no el turbio producto de la fatiga diurna y del eyo. Mi mandala separa la servidumbre de la revelación, la duermevela revanchista de los mensajes raigales. La noche onírica es mi verdadera noche; como en el insomnio, nada puedo hacer para impedir ese flujo que invade y somete, pero los sueños Sueños Son, sin que la conciencia pueda escogerlos, mientras que la parafernalia del insomnio juega turbiamente con las culpabilidades de la vigilia, las propone en una interminable ceremonia masoquista. Mi mandala separa las torpezas del insomnio del puro territorio que tiende sus puentes de contacto; y si lo llamo mandala es por eso, porque toda entrega a un mandala abre paso a una totalidad sin mediaciones, nos entrega a nosotros mismos, nos devuelve a lo que no alcanzamos a ser antes o después. Sé que los sueños pueden traerme el horror como la delicia, llevarme al descubrimiento o extraviarme en un laberinto sin término; pero también sé que soy lo que sueño y que sueño lo que soy. despierto sólo me conozco a medias, y el insomnio juega turbiamente con ese conocimiento envuelto en ilusiones; mi mandala me ayuda a caer en mí mismo, a colgar la conciencia allí donde colgué mi ropa al acostarme.

Si hablo de eso es porque al despertar arrastro conmigo jirones de sueños pidiendo escritura, y porque desde siempre he sabido que esa escritura -poemas, cuentos, novelas- era la sola fijación que me ha sido dada para no disolverme en ése que bebe su café matinal y sale a la calle para empezar un nuevo día. Nada tengo en contra de mi vida diurna, pero no es por ella que escribo. Desde muy temprano pasé de la escritura a la vida, del sueño a la vigilia. La vida aprovisiona los sueños pero los sueños devuelven la moneda profunda de la vida. En todo caso así es como siempre busqué o acepté hacer frente a mi trabajo diurno de escritura, de fijación que es también reconstitución. Así ha ido naciendo todo esto.

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Sí, y más atrás, siempre, lo que nadie habrá dicho mejor que Ricardo E. Molinari en Analecta:

Mi cuerpo ha amado el viento y unos días hermosos

de Sudamérica.

Dónde andarán con sus pies mordidos, con mi cara

sola. (Los días mueren en el cielo,

como los peces sedientos, igual que la piel gris sobre

los seres,

sobre la boca que se destruyó amando).

Dónde andará mi cara, aquella otra, que alguien tuvo

entre sus manos

mirándola como a un río asustado.

Mi cuerpo ha querido su sangre y mi alma ha visitado

algunos muertos,

igual que a una fuente, donde veces llega la tarde

con un lirio.

CRÓNICA PARA CESAR

Y levantarás una gran ciudad

Y los puentes de la gran ciudad alcanzarán a otras ciudades

como la peste de las ratas cae sobre otras ratas y otros

hombres

Todo lo que en tu ciudad esté vivo proclamará tu nombre

y te verás honrado

alabado y honrado

y tú mismo dirás tu nombre como si te miraras al espejo

porque ya no distinguirás entre los adoradores y el ídolo

Probablemente serás feliz

como todo hombre con mujer como todo hombre con ciudad

probablemente serás hermoso

como todo ídolo con piedra en la frente

como todo león con su aro de fuego corriendo por la arena

y levantarás una torre

y protegerás un circo

y darás nombre al séptimo hijo de las familias trabajadoras

No importa que en la sombra crezcan los hongos rosados

si el humo de las fábricas escribe tus iniciales en lo alto

El círculo de tiza sc cerrará

y en las cavernas de la noche acabarán de pintar

las imágenes protectoras

De hoy en adelante serás el sumo sacerdote

de mañana en mañana el oficiante de ti mismo

Y levantarás una gran ciudad

como las hormigas diligentes exaltan sus pequeños

montículos

y harás venir la semilla de Rumania y el papel de Canadá

Habrá una loca alegría en las efemérides

y en el retorno de los equipos victoriosos

Todo esto no pasará de los límites de tu cuarto

pero levantarás una gran ciudad

de mediodía a medianoche

una ciudad corazón una ciudad memoria una ciudad infamia

La ciudad del hombre crecerá en el hombre de la ciudad

y se protegerán los unos de los otros

las sombras de las sombras

los perros de los perros

los niños de los niños

aunque las mujeres sigan tendidas contra los hombres

y clamen los pacífista en las esquinas

Creo que morirás creyendo

que has levatado una ciudad

Creo que has levantado una ciudad

Creo en ti

en la ciudad

Entonces sí

ahora que creo

entonces sé que has levantado una cidad

Ave César

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Salvo el crepúsculo
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