RESEÑA

Libro de Manuel, la gran novela política de Julio Cortázar, se publicó en 1973 y consiguió la repulsa de aquellos a quienes deseaban provocar: Los propugnadores de la realidad en literatura lo van a encontrar más bien fantástico mientras que los encaramados en la literatura de ficción deplorarán su deliberado contubernio con la historia de nuestros días escribió el autor en la primera página de este libro.

Por razones obvias habré sido el primero en descubrir que este libro no solamente no parece lo que quiere sino que con frecuencia parece lo que no quiere, y así los propugnadores de la realidad en la literatura lo van a encontrar más bien fantástico mientras que los encaramados en la literatura de ficción deplorarán su deliberado contubernio con la historia de nuestros días. No cabe duda de que las cosas que pasan aquí no pueden pasar de manera tan inverosímil, a la vez que los puros elementos de la imaginación se ven derogados por frecuentes remisiones a lo cotidiano y concreto. Personalmente no lamento esta heterogeneidad que por suerte ha dejado de parecerme tal después de un largo proceso de convergencia; si durante años he escrito textos vinculados con problemas latinoamericanos, a la vez que novelas y relatos en que esos problemas estaban ausentes o sólo asomaban tangencialmente, hoy y aquí las aguas se han juntado, pero su conciliación no ha tenido nada de fácil, como acaso lo muestre el confuso y atormentado itinerario de algún personaje. Ese hombre sueña algo que yo soñé tal cual en los días en que empezaba a escribir y, como tantas veces en mi incomprensible oficio de escritor, sólo mucho después me di cuenta de que el sueño era también parte del libro y que contenía la clave de esa convergencia de actividades hasta entonces disímiles. Por cosas así no sorprenderá la frecuente incorporación de noticias de la prensa, leídas a medida que el libro se iba haciendo: coincidencias y analogías estimulantes me llevaron desde el principio a aceptar una regla del juego harto simple, la de hacer participar a los personajes en esa lectura cotidiana de diarios latinoamericanos y franceses. Ingenuamente esperé que esa participación incidiera más abiertamente en las conductas; después fui viendo que el relato como tal no siempre aceptaba de lleno esas irrupciones aleatorias, que merecerían una experimentación más feliz que la mía. En todo caso no escogí los materiales exteriores, sino que las noticias del lunes o del jueves que entraban en los intereses momentáneos de los personajes fueron incorporadas en el curso de mi trabajo del lunes o del jueves; algunas informaciones quedaron deliberadamente reservadas para la parte final, excepción que hizo más tolerable la regla.

Los libros deben defenderse por su cuenta, y éste lo hace como gato panza arriba cada vez que puede; sólo he de agregar que su tono general, que va en contra de una cierta concepción de cómo deben tratarse estos temas, dista tanto de la frivolidad como del humor gratuito. Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría. La difundida imagen de la muchacha norteamericana que ofrece una rosa a los soldados con las bayonetas caladas sigue siendo una demostración de lo que va del enemigo a nosotros; pero que nadie entienda o finja entender aquí que esa rosa es un platónico signo de no violencia, de ingenua esperanza; hay rosas blindadas, como las vio el poeta, hay rosas de cobre, como las inventó Roberto Arlt. Lo que cuenta, lo que yo he tratado de contar, es el signo afirmativo frente a la escalada del desprecio y del espanto, y esa afirmación tiene que ser lo más solar, lo más vital del hombre: su sed erótica y lúdica, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en una tierra ya libre de este horizonte diario de colmillos y de dólares.

Una última observación: entiendo que los derechos de autor que resulten de un libro como éste deberían ayudar a la realización de esas esperanzas, y mucho me hubiera gustado poder dárselos a Oscar para evitarle tantas complicaciones, contéiners de doble fondo, pingüinos y otras extravagancias parecidas; desgraciadamente el libro no estaba todavía escrito, pero ahora que ya anda por ahí podré encontrar el mejor empleo de esas regalías que no quiero para mí; cuando llegue el momento daré los detalles, aunque no sea ante escribano público.

Postdata (7 de setiembre de 1972). —Agrego estas líneas mientras corrijo las pruebas de galera y escucho los boletines radiales sobre lo sucedido en los juegos olímpicos. Empiezan a llegar los diarios con enormes titulares, oigo discursos donde los amos de la tierra se permiten sus lágrimas de cocodrilo más eficaces al deplorar «la violación de la paz olímpica en estos días en que los pueblos olvidan sus querellas y sus diferencias». ¿Olvidan? ¿Quién olvida? Una vez más entra en juego el masaje a escala mundial de los mass media. No se oye, no se lee más que Munich, Munich. No hay lugar en sus canales, en sus columnas, en sus mensajes, para decir, entre tantas otras cosas, Trelew.

Por lo demás era como si el que te dije hubiera tenido la intención de narrar algunas cosas, puesto que había guardado una considerable cantidad de fichas y papelitos, esperando al parecer que terminaran por aglutinarse sin demasiada pérdida. Esperó más de lo prudente, por lo visto, y ahora a Andrés le tocaba saberlo y lamentarlo, pero aparte de ese error lo que más parecía haber detenido al que te dije era la heterogeneidad de las perspectivas en que habían sucedido las tales cosas, sin hablar de un deseo más bien absurdo y en todo caso nada funcional de no inmiscuirse demasiado en ellas. Esta neutralidad lo había llevado desde un principio a ponerse como de perfil, operación siempre riesgosa en materia narrativa, y no digamos histórica, que es lo mismo, máxime cuando el que te dije no era ni sonso ni modesto, pero algo poco explicable parecía haberle exigido una posición sobre la cual nunca estuvo dispuesto a dar detalles. En cambio, aunque no fuera fácil, había preferido proporcionar de entrada diversos datos que permitieran meterse desde ángulos variados en la breve pero tumultuosa historia de la Joda y en gentes como Marcos, Patricio, Ludmilla o yo (a quien el que te dije llamaba Andrés sin faltar a la verdad), esperando tal vez que esa información fragmentaria iluminara algún día la cocina interna de la Joda. Todo eso, claro, si tanta ficha y tanto papelito acababan por ordenarse inteligiblemente, cosa que en realidad no ocurrió del todo por razones que en alguna medida se deducían de los mismos documentos. Una prueba de su intención de entrar de inmediato en materia (y tal vez de mostrar la dificultad de hacerlo) la daba inter alia el hecho de que el que te dije estuviera escuchando cuando Ludmilla, después de juntar y desjuntar las manos como en un ejercicio gimnástico más bien esotérico, me miró despacio con ayuda de un dispositivo ocular profundamente verde y me dijo Andrés, tengo una impresión al nivel del estómago de que todo lo que ocurre o nos ocurre es muy confuso.

—Polaquita, la confusión es un término relativo —le hice notar—, entenderemos o no entenderemos, pero lo que vos llamas confusión no es responsable de ninguna de las dos cosas. Sólo de nosotros, me parece, depende entender, y para eso no basta medir la realidad en términos de confusión o de orden. Hacen falta otras potencias, otras opciones como dicen ahora, otras mediaciones como archidicen ahora. Cuando se habla de confusión, lo que casi siempre hay es confusos; a veces basta un amor, una decisión, una hora fuera del reloj para que de golpe el azar y la voluntad fijen los cristales del calidoscopio. Etcétera.

—Blup —dijo Ludmilla, que se valía de esa sílaba para irse mentalmente a la vereda de enfrente y andá seguila.

Claro que, observa el que te dije, a pesar de ese obstruccionismo subjetivo el tema subyacente es muy simple: 1) La realidad existe o no existe, en todo caso es incomprensible en su esencia, así como las esencias son incomprensibles en la realidad, y la comprensión es otro espejo para alondras, y la alondra es un pajarito, y un pajarito es el diminutivo de pájaro, y la palabra pájaro tiene tres sílabas, y cada sílaba tiene dos letras, y así es como se ve que la realidad existe (puesto que alondras y sílabas) pero que es incomprensible, porque además qué significa significar, o sea entre otras cosas decir que la realidad existe; 2) La realidad será incomprensible pero existe, o por lo menos es algo que nos ocurre o que cada uno hace ocurrir, de manera que una alegría, una necesidad elemental lleva a olvidar todo lo dicho (en 1) y pasar a 3) Acabamos de aceptar la realidad (en 2), sea lo que sea o como sea, y por consiguiente aceptamos estar instalados en ella, pero ahí mismo sabemos que, absurda o falsa o trucada, la realidad es un fracaso del hombre aunque no lo sea del pajarito que vuela sin hacerse preguntas y se muere sin saberlo. Así, fatalmente, si acabamos de aceptar lo dicho en 3), hay que pasar a 4) Esta realidad, a nivel de 3), es una estafa y hay que cambiarla. Aquí bifurcación, 5 a) y 5 b):

—Ufa —dice Marcos.

5 a) Cambiar la realidad para mí sólo —continúa el que te dije— es viejo y factible: Meister Eckart, Meister Zen, Meister Vedanta. Descubrir que el yo es ilusión, cultivar su jardín, ser santo, a la caza darle alcance, etcétera. No.

—Hacés bien —dice Marcos.

5 b) Cambiar la realidad para todos —continúa el que te dije— es aceptar que todos son (deberían ser) lo que yo, y de alguna manera fundar lo real como humanidad. Eso significa admitir la historia, es decir la carrera humana por una pista falsa, una realidad aceptada hasta ahora como real y así nos va. Consecuencia: hay un solo deber y es encontrar la buena pista. Método, la revolución. Sí.

—Che —dice Marcos—, vos para los simplismos y las tautologías, pibe.

—Es mi librito rojo de todas las mañanas —dice el que te dije—, y reconoce que si todo el mundo creyera en esos simplismos, a la Shell Mex no le sería tan fácil ponerse un tigre en el motor.

—Es la Esso —dice Ludmilla, que tiene un Citroen de dos caballos al parecer paralizados de terror por el tigre puesto que se paran en cada esquina y el que te dije o yo o cualquiera tiene que empujar a las puteadas.

Al que te dije le gusta Ludmilla por esa manera loca de ver cualquier cosa, y a lo mejor por eso de entrada Ludmilla parece tener como un derecho a violar toda cronología; si es cierto que ha podido dialogar conmigo («Andrés, tengo una impresión al nivel del estómago...»), en cambio el que te dije mezcla quizá deliberadamente sus papeles cuando hace hablar a Ludmilla en presencia de Marcos, ya que Marcos y Lonstein están todavía en el metro que los trae, es cierto, a mi departamento, mientras Ludmilla está haciendo su papel en el tercer acto de una comedia dramática en el Teatro del Vieux Colombier. Al que te dije esto no le importa en absoluto, puesto que dos horas después las personas nombradas habrán de reunirse en mi casa; pienso incluso que lo decide ex profeso para que nadie —nosotros incluidos y sobre todo los eventuales destinatarios de sus loables esfuerzos— se haga ilusiones sobre su manera de tratar el tiempo y el espacio; al que te dije le gustaría disponer de la simultaneidad, mostrar cómo Patricio y Susana bañan a su hijo en el mismo momento en que Gómez el panameño completa con visible satisfacción una serie correlativa de estampillas de Bélgica, y un tal Oscar en Buenos Aires telefonea a su amiga Gladis para enterarla de un asunto grave. En cuanto a Marcos y Lonstein, acaban de aflorar a la superficie en el decimoquinto distrito de París, y encienden los cigarrillos con el mismo fósforo, Susana ha envuelto a su hijo en una toalla azul, Patricio ceba un mate, la gente lee los diarios de la noche, y dale que va.

Ludmilla............... Para abreviar las presentaciones, el que

Gómez.................. te dije supone algo así como que todos están

Monique............... sentados más o menos en la misma fila de plateas

Lucien Verneuil... frente a algo que podría ser si se quiere una

Heredia................ especie de pared de ladrillos; no es difícil deducir

Marcos................. que el espectáculo dista de ser vistoso.

Andrés................. Cualquiera que pague su entrada tiene derecho

El que te dije....... a un escenario en el que sucedan cosas, y una

[Francine]........... pared de ladrillos, salvo el paso más o menos

Oscar.................. fortuito de una cucaracha o de la sombra de

Manuel............... alguien que llega por el pasillo central buscando

Gladis................. su asiento, no da para mucho. Admitamos

Lonstein............ entonces —esto a cargo del que te dije, Patricio,

Roland............... Ludmilla o yo mismo, sin hablar de los

Femando............. otros que poco a poco se van sentando en las

Para abreviar las presentaciones, el que te dije supone algo así como que todos están sentados más o menos en la misma fila de plateas frente a algo que podría ser si se quiere una especie de pared de ladrillos; no es difícil deducir que el espectáculo dista de ser vistoso.

Cualquiera que pague su entrada tiene derecho a un escenario en el que sucedan cosas, y una pared de ladrillos, salvo el paso más o menos fortuito de una cucaracha o de la sombra de alguien que llega por el pasillo central buscando su asiento, no da para mucho. Admitamos entonces —esto a cargo del que te dije, Patricio, Ludmilla o yo mismo, sin hablar de los otros que poco a poco se van sentando en las plateas de más atrás, a la manera de los personajes de una novela que se instalan uno tras otro en las páginas de adelante, aunque vaya a saber cuáles son las páginas de adelante y las de atrás en una novela, puesto que el hecho de leer es adelantar en el libro, pero el de aparecer es atrasar con respecto a los que aparecerán después, detalles formalistas sin importancia—, admitamos entonces que hay un absurdo total y que sin embargo esa gente está ahí, cada uno en su platea delante de la pared de ladrillos, por razones diversas puesto que se trata de individuos pero que de alguna manera están a contrapelo del absurdo, por más ilógico que les parezca a los vecinos del barrio que en ese mismo momento asisten fascinados en el cine de la otra cuadra a la sensacional proyección made in URSS de La guerra y la paz en technicolor y dos partes y pantalla gigante, suponiendo que esos asistentes puedan sospechar que el que te dije, etc., están sentados en sus plateas delante de una pared de ladrillos, y precisamente estar a contrapelo del absurdo consiste para Susana, Patricio, Ludmilla, etc., en estar donde están, porque esa especie de metáfora en la que se han metido todos estos a sabiendas y cada uno a su manera, consiste entre otras cosas en la no asistencia a La guerra y la paz (siempre siguiendo la metáfora, porque por lo menos dos de ellos ya la han visto), sabiendo muy bien dónde están, sabiendo todavía mejor que es absurdo, y sabiendo por encima de todo que no pueden ser violados por el absurdo en la medida en que no solamente lo enfrentan (yendo a sentarse frente a la pared de ladrillos, metáfora) sino que ese absurdo de ir hacia lo absurdo es exactamente lo que hace caer las murallas de Jericó, que vaya a saber si eran de ladrillo o de tungsteno prensado, que para el caso. O sea que están a contrapelo del absurdo porque lo saben vulnerable, vencible, y que en el fondo basta gritarle en la cara (de ladrillos, para seguir la metáfora) que no es más que la prehistoria del hombre, su proyecto amorfo (aquí, innúmeras posibilidades de descripción teológica, fenomenológica, antológica, sociológica, dialéctico-materialista, pop, hippie) y que se acabó, esta vez se acabó, no se sabe bien cómo pero a esta altura del siglo hay algo que se acabó, hermano, y entonces a ver qué pasa, y por eso precisamente esta noche, en lo que se hace o se dice, en lo que dirán o harán tantos que siguen entrando y se sientan delante de la pared de ladrillos, esperando como si la pared de ladrillos fuera un telón pintado que va a alzarse apenas se apaguen las luces, y las luces se apagan, claro, y el telón no se levanta, archiclaro, porque-las-paredes-de-ladrillo-no-se-levantan. Absurdo, pero no para ellos porque ellos saben que eso es la prehistoria del hombre, están mirando la pared porque sospechan lo que puede haber del otro lado; los poetas como Lonstein hablarán de reino milenario, Patricio se le reirá en la cara, Susana pensará vagamente en una felicidad que no haya que comprar con injusticia y lágrimas, Ludmilla recordará no sabe por qué un perrito blanco que le hubiera gustado tener a los diez años y que nunca le regalaron.

En cuanto a Marcos sacará un cigarrillo (está prohibido) y lo fumará despacio, y yo juntaré tanta cosa para imaginar una posible salida del hombre a través de los ladrillos, y naturalmente no alcanzaré a imaginarla porque las extrapolaciones de la ciencia-ficción me aburren minuciosamente. Al final nos iremos todos a beber cerveza o a tomar mate a lo de Patricio y Susana, por fin empezará a suceder algo de veras, algo amarillo fresco verde líquido caliente en medio litros calabazas puestos en círculo bombillas y como sobrevolando las imponente montaña de sándwiches que habrán preparado Susana y Ludmilla y Monique, esas ménades locas, siempre muertas de hambre a la salida del cine.

—Traducí —mandó Patricio—, no ves que Fernando acaba de desembarcar y los chilenos no manyan mayormente el galo, che.

—Ustedes se creen que yo soy San Jerónimo —dijo Susana—. Bueno, en Clermont-Ferrand el Consejo provisional de la Facultad denunció las brutalidades policiales cometidas contra un profesor adjunto. De nuestro corresponsal particular.

—Por mí con que sea una síntesis —dijo Fernando.

—Sh. Clermont-Ferrand. El Consejo provisional de gestión de la facultad de letras y de ciencias humanas de Clermont-Ferrand acaba de publicar un comunicado en el que declara, comillas, haberse enterado con indignación de las brutalidades policiales de que ha sido víctima en París el señor Pierre Péchoux, profesor ayudante de historia de la facultad. Cierra comillas.

El comunicado precisa, comillas, sorprendido por una carga de la policía, el 28 de mayo hacia las 22 horas, mientras transitaba por el bulevar Saint-Michel, después de una jornada de trabajo en la biblioteca, el señor Péchoux, de cincuenta y cinco años de edad, fue bruscamente atacado a cachiporrazos, arrojado a tierra y llevado a una comisaría, de donde lo trasladaron al centro de indagaciones de Beaujon. Transportado al amanecer al hospital Beaujon, después que se advirtió que le era imposible caminar, y a su domicilio en esta ciudad ocho días más tarde, el señor Péchoux sufre de una triple fractura de la rótula y de heridas que lo obligarán a guardar varias semanas de inmovilidad. Cierra comillas. El consejo provisional de gestión ha designado una delegación que pedirá audiencia al rector de la universidad de Clermont-Ferrand para expresarle la indignación de la facultad.

—Así que tienen el hospital cerca del centro de indagaciones —dijo Fernando—. Estos franceses tan bien organizados, en Santiago las cosas están siempre a unas veinte cuadras una de otra.

—Vos te darás cuenta de la utilidad de haberle traducido la noticia —dijo Patricio.

—Salta a la vista —admitió Susana—. En fin, ya ves lo que te espera en el país de la Marsellesa, sobre todo por el lado del bulevar Saint-Michel.

—Y mi hotel que queda ahí mismito —dijo Fernando—. Eso sí, no soy profesor adjunto. ¿Así que aquí les pegan a los profes? No deja de ser un consuelo, barbaridad aparte, pobrecito Pechú.

Sonó el teléfono, era yo anunciándole a Patricio que Lonstein y Marcos acababan de llegar, si pudiéramos corrernos con Ludmilla y con ellos para charlar, hay que fraternizar de cuando en cuando, no te parece.

—No son horas de llamar, che —dijo Patricio—. Yo estoy en una reunión importantísima. No, cretino, se me notaría en la voz, uno siempre jadea un poco en esos casos.

—Seguro que te está diciendo alguna cochinada —dijo Susana.

—Ponele la firma, nena. ¿Qué? Le estaba hablando a Susana aquí, y a un chileno que llegó hace una semana, lo estamos adoctrinando en el environment, si me seguís, el muchacho es todavía más bien silvestre.

—Váyanse al carajo vos y el que te está hablando —decretó Fernando.

—Hacés bien —dijo Susana—. Mientras ésos explotan a Graham Bell, vos y yo nos cebamos un mate con la yerba que Monique se robó en lo de Fauchon.

—Ma sí, vengan —aflojaba Patricio—, mis reparos eran de orden disciplinario, no te olvides que llevo quince años en este país y eso marca, compadre. Son argentinos —le explicó a Fernando que ya se había dado cuenta por sí mismo—. Conviene que se amenen, como decimos en Francia, porque seguro que Marcos tiene noticias frescas de Grenoble y de Marsella donde anoche hubo una de palos entre los gauchistas y la poli.

—¿Los gauchistas? —preguntó Fernando que tenía problemas de paladar—. ¿Hay gauchos en Marsella?

—Vos comprendes que traducir gauchistas por izquierdistas no te daría la idea precisa, porque en tu país y en el mío eso significa una cosa más bien distinta.

—Le vas a armar un lío —dijo Susana—. A mí no me parece que haya tanta diferencia, lo que pasa es que a vos la palabra izquierdista se te ha puesto como un mate lavado por culpa de tus mocedades en la Casa del Pueblo y esas cosas, y ya que estamos tomate éste recién cebado.

—Tenés razón —dijo Patricio meditando con la bombilla en la boca como Martín Fierro en circunstancias parecidas—. Izquierdista o peronista o lo que venga no quiere decir nada muy claro desde hace unos años, pero ya que estamos traducile al muchacho aquí esa otra noticia de la misma página.

—¿Otra traducción? ¿No oís que Manuel se ha despertado y reclama mis atenciones higiénicas? Espera que lleguen Andrés y Ludmilla, de paso aprenderán un poco de historia moderna mientras traducen.

—De acuerdo, ocúpate de tu hijo; lo que tiene ese niño es hambre, vieja, traelo para acá y de paso la botella de grapa que asienta el mate.

Fernando hacía lo posible por descifrar los títulos del diario, y Patricio lo miró con una aburrida simpatía, preguntándose si no tendría que encontrar un pretexto para que se mandara a mudar antes de que llegaran Marcos y los otros, en esos días la tuerca de la Joda se estaba apretando cada vez más y él no tenía mayores referencias sobre el chileno. «Pero también van a venir Andrés y seguramente Ludmilla», pensó, «se hablará de cualquier cosa menos de la Joda». Le alcanzó otro mate sin contenido ideológico, esperando que sonara el timbre.

Sí, desde luego que hay un mecanismo pero cómo explicarlo y finalmente por qué explicarlo, quién pide la explicación, cuestiones que se plantea el que te dije cada vez que gentes como Gómez o Lucien Verneuil lo miran alzando las cejas, y alguna noche yo mismo he podido decirle que la impaciencia es madre de todos los que se levantan y se van golpeando la puerta o una página, entonces el que te dije bebe despacito su vino, se nos queda mirando un rato y por ahí condesciende a decir o solamente a pensar que el mecanismo es de alguna manera esa lámpara que se enciende en el jardín antes de que la gente venga a cenar aprovechando la fresca y el perfume de los jazmines, ese perfume que el que te dije conoció en un pueblo de Buenos Aires hace muchísimo tiempo, cuando la abuela sacaba el mantel blanco y tendía la mesa bajo el emparrado, cerca de los jazmines, y alguien encendía la lámpara y era un rumor de cubiertos y de platos en bandejas, un charlar en la cocina, la tía que iba hasta el callejón dé la puerta blanca para llamar a los chicos que jugaban con los amigos en el jardín de adelante o en la vereda, y hacía el calor de las noches de enero, la abuela había regado el jardín y el huerto antes de que oscureciera y se sentía el olor de la tierra mojada, de los ligustros ávidos, de la madreselva llena de gotas translúcidas que multiplicaban la lámpara para algún chico con ojos nacidos para ver esas cosas. Todo eso tiene poco que ver hoy, después de tantos años de vida buena o mala, pero está bien haberse dejado llevar por una asociación que enlaza la descripción del mecanismo con la lámpara de los veranos del jardín de infancia, porque así ocurrirá que el que te dije tendrá un placer particular en hablar de la lámpara y del mecanismo sin sentirse demasiado teórico, sencillamente recordando un pasado cada día más presente por razones de esclerosis, de tiempo reversible, y a la vez podrá mostrar cómo esto que ahora empieza a ocurrir para alguien que probablemente se impacienta, es una lámpara en un jardín de verano que se enciende entre las plantas, sobre una mesa. Pasarán veinte segundos, cuarenta, quizá un minuto, el que te dije se acuerda de los mosquitos, los mamboretás, las falenas, los cascarudos; el símil lo deduce cualquiera, primero lámpara, luz desnuda y sola, y entonces empiezan a llegar los elementos, las piezas sueltas, los jirones, los zapatos verdes de Ludmilla, un pingüino turquesa, los cascarudos, los mamboretás, el pelo crespo de Marcos, el slip tan blanco de Francine, un tal Oscar que trajo dos peludos reales sin contar el pingüino, Patricio y Susana, las hormigas, el aglutinamiento y la danza y elipses y cruces y choques y bruscas picadas sobre el plato de la manteca o la fuente de fariña, con gritos de la madre que pregunta por qué no las taparon con una servilleta, parece mentira que no sepan que esas noches están llenas de bichos, y Andrés llamó alguna vez bicho a Francine, pero tal vez ya se va entendiendo el mecanismo y no hay razón para dejarse llevar por el torbellino entomológico antes de tiempo; sólo que es dulce, dulcemente triste, no irse de ahí sin mirar un segundo hacia atrás, hacia la mesa y la lámpara, mirar el pelo gris de la abuela que sirve la cena, en el patio ladra la perra porque ha nacido la luna y todo tiembla entre los jazmines y los ligustros mientras el que te dije le da la espalda y el dedo índice de la mano derecha apoya en la tecla que imprimirá un punto vacilante, casi tímido, al término de lo que empieza, de lo que había que decir.

Por su lado y a su modo también Andrés andaba buscando explicaciones de algo que se le escapaba en la audición de Prozession; al que te dije terminaba por hacerle gracia ese oscuro acatamiento a la ciencia, a la heredad helénica, al porqué insolente de toda cosa, una especie de vuelta al socratismo, horror al misterio, a que los hechos ocurrieran y fueran recibidos porque sí y sin tanto por qué; sospechaba la influencia de una tecnología prepotente encaramándose en una más legítima visión del mundo, ayudada por las filosofías de izquierda y de derecha, y entonces se defendía a golpes de mamboretá y de jazmines recién regados, aflojando por un lado a esa exigencia de mostrar la relojería de las cosas pero proporcionando una explicación que pocos encontrarían plausible. En mi caso la cuestión era menos rigurosa, mi problema de esa noche antes de que vinieran Marcos y Lonstein a partirme por el eje, cordobeses del carajo, era entender por qué no podía escuchar la grabación de Prozession sin distraerme y concentrarme alternativamente, y pasó un buen rato antes de que me diera cuenta de que la cosa estaba en el piano. Entonces es así, basta repetir un pasaje del disco para corroborarlo; entre los sonidos electrónicos o tradicionales pero modificados por el empleo que hace Stockhausen de filtros y micrófonos, de cuando en cuando se oye con toda claridad, con su sonido propio, el piano. Tan sencillo en el fondo: el hombre viejo y el hombre nuevo en este mismo hombre sentado estratégicamente para cerrar el triángulo de la estereofonía, la ruptura de una supuesta unidad que un músico alemán pone al desnudo en un departamento de París a medianoche. Es así, a pesar de tantos años de música electrónica o aleatoria, de free jazz (adiós, adiós, melodía, y adiós también los viejos ritmos definidos, las formas cerradas, adiós sonatas, adiós músicas concertantes, adiós pelucas, atmósferas de los tone poéms, adiós lo previsible, adiós lo más querido de la costumbre), lo mismo el hombre viejo sigue vivo y se acuerda, en lo más vertiginoso de las aventuras interiores hay el sillón de siempre y el trío del archiduque y de golpe es tan fácil comprender: el sonido del piano coagula esa pervivencia nunca superada, en mitad de un complejo sonoro donde todo es descubrimiento asoman como fotos antiguas su color y su timbre, del piano puede nacer la serie menos pianística de notas o de acordes pero el instrumento está ahí reconocible, el piano de la otra música, una vieja humanidad, una Atlántida del sonido en pleno joven nuevo mundo. Y todavía es más simple comprender ahora cómo la historia, el acondicionamiento temporal y cultural se cumple inevitable, porque todo pasaje donde predomina el piano me suena como un reconocimiento que concentra la atención, me despierta más agudamente a algo que todavía sigue atado a mí por ese instrumento que hace de puente entre pasado y futuro. Confrontación nada amable del hombre viejo con el hombre nuevo: música, literatura, política, cosmovision que las engloba. Para los contemporáneos del clavicordio, la primera aparición del sonido del piano debió despertar poco a poco al mutante que hoy se ha vuelto tradicional frente a los filtros que sigue manejando ese alemán para meterme por las orejas unas sibilancias y unos bloques de materia sonora nunca escuchados sublunarmente hasta esta fecha. Corolario y moraleja: todo estaría entonces en nivelar la atención, en neutralizar la extorsión de esas irrupciones del pasado en la nueva manera humana de gozar la música. Sí, en una nueva manera de ser que busca abarcarlo todo, la cosecha del azúcar en Cuba, el amor de los cuerpos, la pintura y la familia y la descolonización y la vestimenta. Es natural que me pregunte una vez más cómo hay que tender los puentes, buscar los nuevos contactos, los legítimos, más allá del entendimiento amable de generaciones y cosmovisiones diferentes, de piano y controles electrónicos, de coloquios entre católicos, budistas y protestantes, de deshielo entre los dos bloques políticos, de coexistencia pacífica; porque no se trata de coexistencia, el hombre viejo no puede sobrevivir tal cual en el nuevo aunque el hombre siga siendo su propia espiral, la nueva vuelta del interminable ballet; ya no se puede hablar de tolerancia, todo se acelera hasta la náusea, la distancia entre las generaciones se da en proporción geométrica, nada que ver con los años veinte, los cuarenta, muy pronto los ochenta. La primera vez que un pianista interrumpió su ejecución para pasar los dedos por las cuerdas como si fuera un arpa, o golpeó en la caja para marcar un ritmo o una cesura, volaron zapatos al escenario; ahora los jóvenes se asombrarían si los usos sonoros de un piano se limitaran a su teclado. ¿Y los libros, esos fósiles necesitados de una implacable gerontología, y esos ideólogos de izquierda emperrados en un ideal poco menos que monástico de vida privada y pública, y los de derecha inconmovibles en su desprecio por millones de desposeídos y alienados? Hombre nuevo, sí: qué lejos estás, Karlheinz Stockhausen, modernísimo músico metiendo un piano nostálgico en plena irisación electrónica; no es un reproche, te lo digo desde mí mismo, desde el sillón de un compañero de ruta. También vos tenés el problema del puente, tenés que encontrar la manera de decir inteligiblemente, cuando quizá tu técnica y tu más instalada realidad te están reclamando la quema del piano y su reemplazo por algún otro filtro electrónico (hipótesis de trabajo, porque no se trata de destruir por destruir, a lo mejor el piano le sirve a Stockhausen tan bien o mejor que los medios electrónicos, pero creo que nos entendemos). Entonces el puente, claro. ¿Cómo tender el puente, y en qué medida va a servir de algo tenderlo? La praxis intelectual (sic) de los socialismos estancados exige puente total; yo escribo y el lector lee, es decir que se da por supuesto que yo escribo y tiendo el puente a un nivel legible. ¿Y si no soy legible, viejo, si no hay lector y ergo no hay puente? Porque un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen. Un puente es un hombre cruzando un puente, che.

Una de las soluciones: poner un piano en ese puente, y entonces habrá cruce. La otra: tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí; de esa niña que mama en brazos de su madre echará a andar algún día una mujer que cruzará sola el puente, llevando a lo mejor en brazos a una niña que mama de su pecho. Y ya no hará falta un piano, lo mismo habrá puente, habrá gente cruzándolo. Pero andá a decirle eso a tanto satisfecho ingeniero de puentes y caminos y planes quinquenales.

—¿Quién telefoneó? —dijo Fernando.

—Ah, ése, cuanto menos se lo mencione mejor —opinó Patricio con perceptible cariño—. Ya lo vas a ver dentro de diez minutos, es Andrés, un argentino de los muchos que no se sabe por qué están en París, aunque él tiene su teoría sobre los lugares de elección y en todo caso se ganó el derecho de piso, Susana lo conoció antes que yo y te puede contar, a lo mejor hasta te confidencia que se acostó con él.

—En el piso, ya que decís que se había ganado el derecho —dijo Susana—. No le hagas caso, Fernando, es un turco nato, cuanto latinoamericano se me cruzó en el camino antes de este monstruo, automáticamente me lo pone en la lista de los celos retrospectivos. Menos mal que está convencido de que Manuel es hijo suyo, porque si no este pobre chico estaría lleno de equimosis proustianas.

—¿Y qué hace Andrés? —quiso saber Fernando que era más bien incordio en el terreno pasional.

—Escucha una barbaridad de música aleatoria y lee todavía más, anda metido en líos de mujeres, y a lo mejor espera la hora.

—¿La hora de qué?

—Ah, eso...

—Tenés razón —dijo Susana—, Andrés está como esperando una hora pero vaya a saber, en todo caso no es la nuestra.

—¿Y cuál es la de ustedes, la revolución y todo eso?

—Qué manera de preguntar, este debe ser del Side —opinó Patricio alcanzándole un mate—. Nena, pásame a tu hijo puesto que acabas de afirmar que no es retrospectivo, y traducile aquí al muchacho la noticia sobre Nadine, este chileno tiene que adquirir cultura política local, así se hace una idea precisa de por qué uno de estos días le van a romper el alma apenas empiece a mirar de cerca lo que pasa, que es mucho.

—¿Y quiénes vienen con Andrés?

—Si te esperaras un poco, rotito, los juntarías vos mismo y se acabó porque cuando ésos se descuelgan hay para rato. En fin, vienen Marcos y Lonstein que también son argentinos pero del lado de la docta, si me interpretas, y a lo mejor se aparece Ludmilla si sobrevive a las tormentas rusas que se mandan en el Vieux Colombier, tres actos a puro samovar y knut, sin contar que en una de esas suena el timbre por quinta vez y se nos descuelga el que te dije, menos mal que ése suele apropincuarse con una botella de coñac o por lo menos chocolate para Manuel, miralo cómo le brillaron los ojos al maula, venga con su papi, usted me va a justificar ante la historia, m'hijo.

—Otra cosa que no entendí mucho fue eso que dijiste de la yerba que no sé quién se robó no sé dónde.

—Madre querida —dijo Patricio, sobrepasado.

—Se ve que nunca leíste las aventuras de Robinjud —dijo Susana—. Mirá, Monique está haciendo una tesis nada menos que sobre el Inca Garcilaso y tiene muchísimas pecas. Entonces fue con un grupo de maoístas a asaltar la despensa de Fauchon que viene a ser el Christian Dior del morfi, un acto simbólico contra los burgueses que pagan diez francos una palta roñosa importada por avión. La idea no es nueva puesto que no hay ideas nuevas, en tu tierra a lo mejor ya hicieron algo parecido, se trataba de cargar las vituallas en dos o tres autos y distribuirlas a la gente de las villas miseria del norte de París. Monique vio un paquete de yerba y se lo metió vaya a saber dónde para traérmelo, cosa no prevista en la operación y más bien irregular, pero teniendo en cuenta la que se armó esa noche hay que decir que estuvo sublime.

—Es una buena introducción a la noticia que te vamos a traducir para tu edificación —dijo Patricio—. Vos sabes, algo anduvo mal y los paseantes casi linchan a los muchachos, fijate que era gente que simplemente pasaba por ahí y que seguramente no entró nunca en lo de Fauchon porque basta mirar las vidrieras para comprender que necesitas tres meses de sueldo para comprarte una docena de damascos y una tira de asado, pero así van las cosas, rotito, la idea del orden y la propiedad privada valen hasta para los que no tienen ni medio. Monique se escapó a tiempo en uno de los autos pero la policía pescó a otra chica y aunque por supuesto no podían acusarla de robo puesto que el grupo había largado folletos explicando sus intenciones, el juez la condenó a trece meses de gayola, date bien cuenta, y sin... ¿sin qué?

—Sin sobreseimiento o algo así —dijo Susana—. Vos te das cuenta, un año y un mes permanecerá usted presa, señorita, como escarmiento para los que meditan nuevos atropellos contra los bienes ajenos, cualesquiera sean las razones aludidas. Y aquí viene lo de la noticia del diario, porque se trata de otra muchacha que también conoce Monique.

—Cuántas mujeres —dijo Fernando encantado.

—Escucha: El ataque a la municipalidad de Meulan. La señorita Nadine Ringart queda en libertad provisional. Son los títulos. La señorita Nadine Ringart, detenida desde el. 17 de marzo por haber participado en el ataque a la oficina de contratación de mano de obra de la municipalidad de Meulan (Yvelines) acaba de ser puesta en libertad provisional por el Sr. Angevin, juez de instrucción de la Corte de Seguridad del Estado. La joven, estudiante de sociología en la Sorbona, sigue inculpada de violencias contra la policía, violencias voluntarias con premeditación, violación de domicilio y degradación de monumento público. Punto final.

—Cuántas v —dijo satisfecho Fernando—. Si te guías por la noticia, esta nena le mató el punto a Calamity Jane y a esa Ágata Christie, no, Ágata Califfi que tenían ustedes en la Argentina. Mientras leías pensé que la noticia parece una broma; simplemente imaginátela en un diario de hace cinco años. Y lo dicen así nomás, violencias voluntarias, violación de domicilio, a cargo de una estudiante de sociología de la Sorbona. Parece una tomada de pelo, realmente.

—Premio Nobel de teología despedaza a su esposa —dijo Patricio—. Nos quedaríamos tan tranquilos, como ahora que desembarcan en la luna dos veces por semana y a mí qué.

—No empiecen como mi tía —dijo Susana que hamacaba activamente a un Manuel cada vez más despierto y reluciente—. Hay cosas a las que no me acostumbraré jamás, y por eso me tomo el trabajo de traducirte esas noticias, para sentir hasta qué punto son únicas en su género, y todo lo que nos queda por hacer.

—Bueno, justamente de eso le vamos a ir hablando aquí al compañero transandino, pero no es cosa de atorarlo de entrada, che.

—Cuánto misterio —dijo Fernando.

—Y cuánto culo roto —dijo Patricio.

A lo mejor es para defenderse, pensó Andrés, que Lonstein habla así valiéndose de un lenguaje que al fin y al cabo todos han terminado por entender, cosa que a veces no parece gustarle demasiado. Hubo una época (compartíamos una pieza barata en la rue de la Tombe Issoire, fue en el invierno del sesenta o del sesenta y uno) en que era más explícito, a veces condescendía a decir mirá, toda realidad que valga la pena te llega por las palabras, el resto déjaselo a los monos o a los geranios. Se ponía cínico y reaccionario, decía si eso no estuviera escrito no sería, este diario es el mundo y no hay otro, che, esa guerra existe porque aquí vienen los telegramas, escribile a tu vieja por que así le das un poco de vida. Después nos vimos poco, yo conocí a Ludmilla, anduve por ahí y me anduvieron, vino Francine, una vez en Ginebra me llegó una postal de Lunstein y me enteré de su trabajo en el instituto médico-legal, estaba subrayado y con varios!!! y???, y al final una de sus frases: No te me emplomes demasiado, hado; trámame un replique, ñique. A mi vez le mandé una postal con la vista del chorrito a orillas del lago Leman, y le inventé un mensaje con ayuda de todos los signos de una IBM eléctrica; seguro que no le gustó porque pasaron cuatro años pero eso no importa, lo que tengo que reconocer es que lo de las palabras made in Lonstein nunca fueron un juego aunque nadie hubiera podido saber a qué tendían, defensa o agresión, para mí contenían de alguna manera la verdad de Lonstein, eso que era Lonstein, pequeño y bastante sucio y cordobés trashumante y autoconfesadamente un gran masturbador y amigo de experimentos paracientíficos, violentamente judío y criollo, fatalmente miope como si se pudiera ser como Lonstein sin ser miope y chiquito, ahora está aquí de nuevo, alunizó hace veinte minutos en mi departamento sin prevenir como todo sudamericano, claro que viene con Marcos que para no avisar que viene está también mandado a hacer, puta que los parió.

Estos tipos llegan mal, me agarran en pleno desmadre, porque desde las diez de la noche y son las doce (hora muy natural para que Lonstein y Marcos, claro) me estoy dando de patadas con lo que me rodea, o sea decidir de una vez por todas si es el momento de volver a poner el disco con Prozession o si más bien debería contestarle dos líneas al poeta venezolano que me ha mandado un libro donde todo está como subrayado o ya leído, las palabras pulidas igualitas a picaportes de oficina, metáforas y metonimias patentadas, intenciones tan buenas, resultados tan a la vista, mala poesía supuestamente revolucionaria, pero si no fuera más que eso, Stockhausen o el venezolano, lo malo es la cuestión de los puentes que me traba el tiempo, tanto lío con Francine y con Ludmilla pero sobre todo la confusión por culpa de los puentes que viene a fastidiar a una altura de las cosas en que otros la mandarían al cuerno, ese deseo de no ceder ni una pulgada (¿por qué el lugar común de la pulgada si nosotros somos sistema métrico decimal? Trampas, trampas a cada línea, el rabinito tiene razón, la realidad te llega por las palabras, entonces mi realidad es más falsa que la de un cura asturiano; trámame un replique, ñique), de no aflojar ni un centímetro, lo que no arregla gran cosa aunque seamos fieles a lo métrico, y a la vez saber que estoy compartiendo, contribuyendo, compensando, convirtiendo, conllevando, pero de ninguna manera consintiendo, y ahí empieza la confusión y por qué no decirlo el miedo, a mí nunca me había pasado eso, las cosas me venían y yo las manipulaba y las revertía y las bumerangueaba sin salirme de mi cáscara hasta que en una de esas, precisamente cuando podía sentirme más acascarado que nunca, no solamente es la confusión que te llena el cenicero de puchos amargos sino que todo, los amores, los sueños, el gusto del café, el subte, los cuadros y los mítines se empiezan a torcer, a mezclar, se enredan entre ellos, el culito de Ludmilla es el discurso de Pierre Gonnard en la Mutualité, a menos que el discurso sea ese culito del que ahora no quiero acordarme, y para colmo Lonstein y Marcos a esta hora, joder con la arpita.

Es un poco así, el animalito sale a la plaza y se queda muy quieto, resoplando. No entiende nada, estaba en la oscuridad, le habían dado su pienso, todo iba bien a fuerza de camiones, sacudidas y costumbres, todo empezaba a ser un olor, un sonido lejano, una ausencia total del pasado, y de golpe por un callejón con gritos y pértigas, un anillo gigantesco lleno de colores y de pasodobles, un sol declinante en los ojos, y entonces con la pezuña escribiendo en la arena la cifra misma de la confusión.

Qué coño, piensa el animalito que naturalmente es español porque todavía los japoneses no han montado la industria del toreo como ya lo hicieron con las ostras francesas, qué coño es esto. Yo quisiera preguntárselo a Lonstein o a Marcos, por ejemplo, ahora que se han metido en casa (sin hablar de Ludmilla que estará al caer apenas termine su papel en el Vieux Colombier) pero qué les voy a preguntar y para qué si la confusión es más que lo contenible en una pregunta porque ya se ve que lo de Stockhausen y el culito de Ludmilla y el vate venezolano no son más que pedacitos, apenas unas pocas téselas del mosaico, y ahí está, qué derecho a emplear la palabra tésela que no le dirá nada a muchísima gente, y por qué cuernos no emplearla si a mí me dice lo necesario y además el contexto ayuda y ya cualquiera sabe lo que es una tésela, pero el problema no es ése sino la conciencia de que sea un problema, una conciencia que jamás había tenido antes y que poco a poco se me ha ido metiendo en la vida y en el lenguaje como Lonstein y Marcos en mi casa, tarde y sin prevenir, medio de refilón, está visto que me estoy empoplando demasiado, hado. Porque para colmo ahora Lonstein y Marcos se han puesto a hablar y es exactamente la otra punta del problema, una especie de apuesta contra lo imposible, pero ellos siguen nomás y andá atájalos. Por las dudas le voy a telefonear a Patricio, si se ponen pesados se los derivo despacito y me vuelvo a escuchar Prozession, parecería que la elección está hecha y que la perdió el poeta venezolano, pobre pibe.

Los datos son la morgue, vulgo instituto médico-legal, los abogados, Lonstein se ha soltado esta noche, él que nunca habla de su trabajo, pero Marcos detrás del cigarrillo se hamaca despacio en la mecedora de Ludmilla, de cuando en cuando se mete una mano en el pelo encrespado, se echa atrás la porra y larga despacito el humo por la nariz. Andrés no le ha preguntado nada a Marcos, como si descolgarse con Lonstein en su departamento a medianoche fuera tan natural, y a Marcos casi le gusta esa cancha un poco distante de Andrés, espera todavía un rato y Lonstein dale con los suicidas y los horarios, completamente desfasado a pesar de las instrucciones recibidas a lo largo de ocho estaciones de metro y dos grapas en un café. El mismo Andrés parece darse cuenta de que algo no engrana, escucha a Lonstein pero mira a Marcos como preguntándole qué cuernos y hasta cuándo, che.

—Para la regadera, rabino júnior —ordena Marcos que en el fondo se divierte bastante—, tu Edgar Poe al alcance del pueblo, déjalo para cuando estemos en lo de Patricio, las mujeres te van a escuchar con el hilo en un alma, ya sabes lo necrófilas que son. La idea, viejo, era aprovechar la visita para charlar un rato de cosas un poco más vivas, cosa de enchufarte a vos y a tu polaquita en un curso acelerado de informática latinoamericana, de la que pareces estar un tanto alejado. Esta bestia talmúdica estaba encargada de romper el hielo, pero vos nos sobraste desde que sonó el gong y a mí me incordian tantas preliminares de puros paquetes.

—Dale nomás —le digo resignado.

—Bueno, es más o menos esto.

Al final acabé por entender que uno de los motivos más importantes de la visita de Marcos era usar mi teléfono porque del suyo no se fiaba en esos días. Hubiera debido preguntarle por qué, pero si no se lo preguntaba Marcos se evitaría tener que mentir y además yo no tenía demasiadas ganas de entrar en el tema de Marcos, por lo menos hasta no estar en casa de Patricio donde la política y la acción directa e indirecta eran prácticamente la única razón de abrir la boca. Marcos me conocía, no se molestaba por mis prescindencias; con Lonstein y conmigo tenía una relación como de antiguos condiscípulos (no lo habíamos sido) y no hacía falta otro contacto. Con Ludmilla se dejaba ir, contaba cosas del momento, los líos contables en que Patricio y él andaban metidos; a veces me miraba detrás del humo del cigarrillo como si quisiera saber en qué estaba yo, por qué no daba ese pasito adelante o me corría un poco al costado para entrar en órbita. Y así mientras telefoneaba a una serie interminable de tipos y tipas, en francés y en español y a veces en un cocoliche misterioso (el otro se llamaba Pascale y contestaba desde Génova, ese trimestre la factura del teléfono iba a ser peluda, no dejarlo irse sin arreglar cuentas), Lonstein y yo charlábamos tomando vino blanco y acordándonos del semillón en los bodegones del bajo. Al pobre Lonstein le habían aumentado el sueldo esa semana y estaba lúgubre pensando en que todo tiene su contrapartida y que el trabajo lo iba a deslomar; su desgracia lo volvía extrañamente locuaz, Marcos tenía que chistarlo a cada momento para que lo dejara escuchar a alguien que debía estar en alguna casilla telefónica de Budapest o de Uganda, entonces el rabinito bajaba un poco la voz y dale con los ahogados, el horario nocturno en la morgue, los asfixiados, los que se tiran por la ventana, los quemados, las chicas violadas previa (o simultánea) estrangulación, los chicos ídem, los suicidas por veneno, tiro en la cabeza, gas de alumbrado, barbitúricos, navajazos, los accidentados (autos, trenes, maniobras militares, fuegos artificiales, andamios de construcción) y last but yes least los mendigos muertos de frío o de intoxicación vinosa mientras tratan de defenderse del primero con ayuda del segundo encima de alguna reja del metro siempre más tibia que las aceras por donde camina sin detenerse la atareada y honesta población pequeñoburguesa y obrera de la capital. No es que Lonstein me dé esos datos con tanta precisión enumerativa, porque en lo que se refiere a su trabajo sus versiones son sobre todo ejercicios de lenguaje, difícil saber cuál es la parte de Cesar y cuál la de la morgue, esta noche Lonstein se supera elocutivamente y dibuja con acento cordobés cosas como apuales y bolaconchados, que por los primeros contextos deduzco que son los ocupantes de revire, que cuando llega a la friyider entre ocho y nueve ya lo están esperando media docena de apuales para que los desdiore, los deschanele, les piante poquito a poco las pilchas, los vaya acostumbrando cacho a cacho al mármol, a la horizontal donde tobillos, glúteos, omóplatos y nuca recibirán por partes más o menos iguales el influjo de la ley de gravedad a falta de mejor cosa, qué le va a hacer.

—Pascale, puoi dire a cuelolà que è un fesa —está diciendo Marcos—. Que me mande los melones directamente a lo de Caperucita.

Las claves de estos puntos, piensa Andrés, los melones deben ser folletos o automáticas, Caperucita seguro que es Gómez que se afeita cada dos horas.

—Entonces me incordiumbe el lave —está explicando Lonstein—, si tenés suerte ponele que para empezar revista una femucha entre catorce y quince, toda talco y carita de parque japonés sábado a la noche salvo que en el tramo del respire hay una arandela azul y negra y en la pollera un mapa que reíte del doble concentrado de pomidoro, entonces tengo que irle restando el tapasueños, cortar elásticos y bajar tergales pegoteados hasta que le veo cada folia, cada ficioro, la operación, los menoscabos de la vida. El rengo Tergov me ayuda a veces, pero si es una monona lo mando a trabajar a otra mesa, me gusta lavarla solo, sólito y solo, apual como cuando la mamá, comprendes, esponjita por aquí y por allá, te las dejo que ni el día de la primera, Tergov apenas les resopa un baldazo y como de lejos les reubica los jopos y les paralela los cuatro palitos, yo en cambio las doy vuelta si valen la pena, no te creas que por mirarlas pero también, claro, vos qué te pensas que hacía Leonardo y fijate cómo lo respetan, a veces no podes creer que no les quedan todavía ganas de palear, de irse por ahí con toda la vida en el culito, es como si las ayudaras un poco aunque claro, acabas triste, che, no te colaboran. La de anoche a las once, por ejemplo, la trajeron mientras yo me corría a lo de Marthe a beberme un ron, vuelvo y qué te cuento otro laburo en la mesa seis, no sé por qué siempre en la mesa seis ponen a las más pololinas, le bajo el rosa y le corto el negro y le subo el rayón, hasta a mí me costaba admitir, Tergov tenía la ficha de los canas, gas de alumbrado, ya eso se sabía nomás que por las naricitas y las uñas pero ponele que, te juro que tibia aunque a lo mejor por el furgón ahora que se han comprado unos que parecen chalets suizos, yo estuve; apenas dieciocho, melenita a dos colores y las rodillas más lisas que vi nunca; había mucho que hacerle porque el gas, no sé si sabes pero después te cuento; en fin, media hora con la detergencia a fondo, un desogue general, la fase del guante al vesre, los rebabes, vos no estarás pensando que yo voy a acabar necrófilo, presumo.

—Digamos que no, pero que te gusta te gusta —dice Marcos que lo escucha como de lejos mientras marca otro número y van siete.

—Cuando son buyos o flondas, cuando todavía parecen sundiales entonces sí, me despiertan la florencia náitingueil, al fin y al cabo es una buena manera de darle por el culo a la pelada, no dejar que los pisofaje contra las cuerdas, y por eso uno se esmera, viejo, los desoga y los espuma y así, cuando los han panoteado bien ya están parejos, igualitos a los que creparon en su home o en la clínica mayo asistidos por la santísima y los galenudos, porque a la final no hay derecho a que mis apuales, con lo jóvenes que son a veces, corran andicapeados por la resaca de la grêla, me entendes que quiero decir la mala suerte discepolianamente terminologizando.

—Che pibe —dice Marcos estufo, no se sabe si por Lonstein o porque le da ocupado.

—Dejalo —le digo—, hace años que no se ha soltado tanto, cuando un monstruo se deschava hay que galoparle al lado, seamos cristianos.

—Sos una madre —dice Lonstein visiblemente contento—. Uno es como esos verdugos clásicos que terminaban neuróticos porque solamente tenían a su hija no menos clásica para contarle los detalles de las tortucomias y las plomochirrías; te das cuenta de que en el bistró de Marthe no voy a andar declinando mi buló, como dicen mis copéns, y eso me condena al silencio aparte de que como soy célibe y castonanista no me queda más exutorio que el soliloquio, aparte del watercuaderno donde de cuando en cuando defepongo uno o dos sorescriptos. Lo malo como te explicaba es que me han doblado el trabajo estos tiempos so pretexto de pagarme cuatro veces más, yo acepté como un prorrumpo incurable y además del insti tengo el hospi. Todos hindúes, hubo una ráfaga de checos pero ahora todos hindúes made in Madras, palabra.

—Ma qué hindúes —dice Marcos.

—Kidnapeados de la pira —insiste Lonstein— y enlatados hermenéuticamente en contéiners numerados con indiscripción de edad y sexo, cómo se las arreglan para ese ráquet andá a saber pero uno de estos días los vendedores de leña para la cremación en Benarés van a armar una que reíte del ponegro calcutiano que estudiábamos en el nacional de Bolívar, provincia de Buenos Aires, mirá las cosas que nos enseñaba el pesado Cancio, un profe macanudo que tuvimos, ¡oh nostalmia, oh exuborio!

—¿Vos querés decir que importan cadáveres de hindúes para la mortisección? —dice Marcos que ya se está contagiando—. Andá contale a Serrucho, saliva.

—Te lo sagro por lo más jurado —dice Lonstein—. A mí y al rengo Tergov nos toca abrir los contéiners y preparar la mercadería para la noche de los cuchillos largos, que es el jueves y el lunes. Mirá, aquí tenés un elemento negacientífico de los tantos que el rengo y yo retibotamos porque los profes no quieren encontrar más que materia prima en estado de desnupelote integral.

Saca del bolsillo una flor de papel con un tallo de alambre y se la tira a Marcos que salta del sillón y lo raja de una puteada. Yo empiezo a pensar en arreármelos despacito para la puerta, porque no es cosa de tenerlos a Patricio y a Susana esperando hasta la una de la mañana, y ya es la una y cinco.

Por todo eso, lo de que el absurdo no es más que la prehistoria del hombre como lo entienden el que te dije y tantos otros y también por lo de los bichos revoloteando alrededor de la lámpara que es una de las muchas maneras de contestar al absurdo (en el fondo homo faber no quiere decir otra cosa, pero hay tantos faber número uno, dos y tres, afilados o mochos, entéritos o rabones), por todo eso y por cosas parecidas va a llegar el momento en que el que te dije considerará que hay suficientes cascarudos, mosquitos y mamboretás bailando un jerk insensato aunque altamente vistoso en torno a la lámpara, y entonces siempre dentro de la metáfora la apagará de golpe, congelará instantáneamente una determinada situación de todos los bichos o puestas en marcha revoloteando que bruscamente privados de la luz se fijarán en esa última mirada del que te dije en el instante de apagar la lámpara, de manera que el mamboretá más grande que volaba lejos y arriba de la lámpara quedará situado simétricamente con relación a la falena roja que trazaba su elipse por debajo de la lámpara, y así sucesivamente los diversos bichos incómodos y estivales asumirán una condición de puntos fijos y definitivos en algo que un instante más o menos de luz hubiera modificado infinitamente. Algunos le llamarán elección, entre otros el que te dije, y algunos le llamarán azar, entre otros el que te dije, porque el que te dije sabe muy bien que en un momento dado apagó la lámpara y que lo hizo porque decidió hacerlo en ese momento y no antes ni después, pero también sabe que la razón que lo decidió a apretar el interruptor no le venía de ningún cálculo matemático ni de ninguna razón funcional sino que le nació de adentro, siendo adentro una noción particularmente incierta como sabe cualquiera que se enamora o juega al poker los sábados a la noche.

—¿Seguimos otro poco con lo que le espera a este trasandino si no se queda lo más posible en su hotel?

—Bueno, ya me voy dando cuenta —dijo Fernando.

—No sé, todavía se te ve en los ojos eso que dice uno de nuestros mejores poemas, o sea que tenés el mate lleno de infelices ilusiones. Therefore, Susana, traducile esa parte a dos columnas que te pasó Monique con la yerba.

—Como me sigan jodiendo les voy a cobrar la tarifa de la Unesco para las traducciones a domicilio —rezongó Susana—. Hace días que le tengo echado el ojo a un modelito de Dorotea Bis, y si te descuidas me compro dos como lo sugiere subliminalmente el apellido de la propietaria que debe ser flor de viva.

Los «juegos de circo», título. Hemos recibido la siguiente carta del Sr. Etienne Metreau, joven de veinte años que habita en Grenoble, dos puntos. En la tarde del sábado 6, mientras me paseaba por el «campus» de Saint-Martin-d'Hères para ver a los estudiantes y comprender la razón de su violencia,

Aquí permitime una sonrisa, porque eso de no entender todavía la razón de su violencia casi justifica lo que le pasó al pobre Etienne, fui invitado a asistir al «boom-barricada». Por la noche me acerqué a la avenida que bordea él campus. Un auto se detuvo frente a mí. Baja un comando de siete personas.

Este cambio de tiempo verbal es siempre un poco duro en español.

—Dejate de comentarios, nena —dijo Patricio.

Uno de ellos.

Aquí también, vos ves, de personas en femenino se pasa a uno de ellos, machito y con cachiporra. Qué idioma, ustedes me pagan doble o se me acaba la nafta, me pega un cachiporrazo mientras los otros golpean a dos muchachos que andaban cerca. Me hacen subir al auto y arrancan, dejando a los otros dos tirados en el suelo. En el curso del trayecto me dan de latigazos, a la vez que me amenazan con matarme (con una inyección de cianuro, o ahogándome). Después de un alto en el patio de una casa donde me siguen pegando con la cachiporra, aquí te diré que no se entiende bien si solamente le pegaban a Etienne o si en ese patio había otros que también cobraban me llevan delante de una de las tiendas Record, donde renuncian a seguir torturándome en vista de la presencia de testigos. Fue entonces cuando me entregaron a los C.R.S., cambiando de nuevo de tiempo verbal, estos muchachos deben haber leído a Michel Butor aunque sin beneficios morales, claro, que comenzaron a pegarme sucesivamente. Después formaron un círculo y empezaron «diversos juegos de circo», haciéndome correr para escapar a sus golpes y obligándome a gritar: ¡Viva Mao, viva Mao! Luego me encerraron en un camión celular: puñetazos, patadas, golpes con los cascos, sin interrupción durante media hora, disputándose para tener el privilegio de participar en la diversión (entre ellos había dos oficiales). Tras de lo cual me llevaron de vuelta en el auto «disimulado» con el que me habían raptado al comienzo. Sólo entonces (más de una hora después de haberme secuestrado) me interrogaron, y pude decirles que yo no era estudiante y que no había tomado parte en ningún encuentro con la policía. En vista de eso me dejaron tirado en la vereda, a 150 metros de la prefectura de policía. Ahora estoy en el hospital con un traumatismo craneano (perdí tres veces el conocimiento en el curso de esa aventura). Punto.

—Ya ves, chilenito —dijo Patricio—. Y el tipo es ciudadano francés, de manera que imaginate si llega a ser un meteco de Osorno o de Temuco por ejemplo, ay ay ay dijo Pérez Freiré. —Bueno, de todas maneras no los matan como en Guatemala o en México.

—O en Córdoba y Buenos Aires, ángel de amor, no le quites a mi país derechos inalienables. Claro que no los matan por el momento, pero no es por falta de ganas, simplemente hay eso que llaman escala de valores y esa escala no llegó del todo a los gatillos porque todavía hay la industria pesada, las relaciones internacionales, fachadas que cuidar. Nena, me trinca que tu hijo está llorando, adonde está ese instinto tan alabado de las madres, esas fábulas inventadas por ustedes para que por lo menos no nos metamos en la zona crítica de la cuna.

—Con sobrada razón, mi amor, porque vos tendes a tumbarla cada vez que te da un ataque de cariño. Tu hijo —agregó Susana, sacándole la lengua—, lo dice como si aquella noche hubiera estado en el cine y no en la cama.

—¿Vos estás segura de que fue en la cama y no en la alfombrita del baño? —dijo Patricio agarrándola por los hombros y revoleándola hasta hacerla tocar el cielo raso con la cabeza, operación amorosa que Fernando contempló azorado. Por un rato parecieron olvidarse de él, besándose y haciéndose cosquillas, y además también parecían haberse olvidado de que Manuel incrementaba sus decibeles broncosos y pishados. Naturalmente tenía que ser en ese momento, cuando había un clima más bien confuso, que sonara el timbre. Fernando esperó un poco, pero como Patricio había desaparecido con Susana y se los oía calmar a Manuel con risas y demostraciones no inferiores a las descargas auditivas del infante, decidió ir a abrir por su cuenta, operación siempre desagradable cuando los que llegan son amigos de la casa y se encuentran con alguien a quien no conocen, y hay ese momento de vacilación en que todo el mundo es muy bien educado pero cada uno se pregunta qué carajo pasa, me habré equivocado de departamento, a las dos de la mañana, es más bien peludo, y cuando las cosas se aclaran y se pasa de la fase relojeo y explicación verbal a la del estrechamiento de manos y autopresentación, siempre queda como un regusto de desajuste general, de mal inicio de la ceremonia que litúrgicamente la invalida, la hostia que se topó con un ataque de tos y acabó en lluvia de gofio, esas cosas fuera de serie como algunas carrocerías, para peor Lonstein que se presentó diciendo: «Me contorjeo sumo», frase que desde luego Fernando tomó por francesa, pero no se queden en la puerta, por favor, de manera que entramos y no había error, estábamos en lo de Susana y Patricio porque ya desde la puerta Manuel y cómo.

A lo mejor esa interminable charla sobre la impugnación, que ellos llamaban la contestación, le daba un poco en los nervios; a lo mejor las cartas de Sara asomaron simplemente por asociación verbal o puro gusto de asomarse (¿por qué la memoria no tendría sus caprichos, sus mareas, la petulancia de dar o negar según el humor y el rumor de la hora?); en todo caso el que te dije llevaba rato acordándose de las cartas mientras Marcos comentaba o criticaba las formas más recientes de la contestación en el perímetro de París. Las cartas había ido llegando en la época en que un amigo de Sara se alojaba en la casa del que te dije, donde pasó un mes antes de volverse a la Argentina; se las dejó al irse porque también eran un poco para él a pesar de que el que te dije llevaba ya diez años sin ver a Sara, que nunca había viajado a Europa; su última imagen de ella era una cucharita de café, la mano de Sara haciendo girar lentamente la cucharita como si tuviera miedo de lastimar el azúcar o el café, a las tres de la tardé en un bodegón de la calle Maipú.

En esos días en que Marcos y Patricio y el resto de la mersa andaban organizando la Joda, el que te dije pareció entender que por lo menos Marcos merecía enterarse de las cartas de Sara y se las dio a leer una noche en que esperaba noticias telefónicas importantes (Marcos esperaba y Lonstein y el que te dije estaban ahí como siempre, el rabinito inseparable y distante y el que te dije más o menos; también ellos revolvían el azúcar en los pocilios pero sin el más mínimo cuidado). Yo llegué cuando Marcos leía las cartas, y advertí que el que te dije las recuperaba apenas las hubo terminado, sin siquiera disculparse por dejarnos fuera a Lonstein y a mí, aunque maldito si nos importaba (nos importaba, pero maldito si lo decíamos). Sí, no hay nada de nuevo en eso, había comentado Marcos, pero pasa como con los accidentes, te impresionan cuando es tu tía. Dejá ver la letra, dijo Lonstein, el contenido me disrupta completamente. El que te dije ya las tenía en el bolsillo y se limitó a asentir al comentario de Marcos. No era por desconfianza de Lonstein, más bien porque esas cartas no eran para que el rabinito se concentrara en sus predilecciones grafológicas, el péndulo radiestésico y esa especie de psicoespeleología bastante inquietante que practicaba partiendo del uso del papel y la tinta, los sangrados y los blancos y hasta la forma de pegar la estampilla; en cuanto a Andrés, vaya a saber por qué le negó las cartas, una especie de resquemor oscuramente proustiano, sospechando que a Andrés le hubieran interesado por otras razones que a Marcos o a Lonstein y que hubiera querido saber más, traer de alguna manera la imagen y la historia de Sara a ese café de la rue de Buci que no tenía nada que ver con el bodegón de la calle Maipú. El que te dije era así, en la medida de sus poderes repartía el juego a su manera y hasta le hacía gracia la imagen puesto que se trataba de cartas, que esa noche serían solamente para Marcos aunque no tuvieran nada que ver directamente con la Joda. En cuanto a él, que tiraba tantas cartas, no solamente había guardado las de Sara sino que a veces las releía, y eso que jamás se le ocurrió contestarle. Primero no eran cartas que exigieran una respuesta sino más bien una conducta; además hubiera preferido volver a ver a Sara, el óvalo de su cara que era su recuerdo más definido junto con la voz y la cucharita del café, y también esa manera intensa y clara de mirar. El 2 de octubre de 1969, desde Managua, Sara escribía queridos, tengo una larga historia para ustedes.1 Larga, confusa (a lo mejor hasta es divertida aunque a mí ahora no me parece) y podría titularse «Sara, o las desventuras de la virtud en América Central». Claro que primero tendría que escribir la primera parte de la historia: «De cómo Sara accede a América Central through the Canal Zone, Panamá.» La sola idea de escribir todo eso me cansa, de modo que opto por una carta fáctica.

El primer choque lo sentí en (...). Pepe, tus amigos, los X., son gente «formal». ¿No sabes lo que es eso? Eso es no tener cama para usted, querida mía, y no es que no tuvieran o que sean mala gente. Son macanudos pero de otro mundo, otra generación, otra mente, otra manera de ser, otro-todo. Pepe, Lucio, no sé si será verdad pero yo estoy segura, y luego de todo lo que pasó (casi me mandan a la cárcel en Costa Rica) estoy cada vez más segura y es que —Perdón, las incoherencias se deben a que aquí en Managua somos tres en un cuarto. Vale la pena describir esto. Ángeles es panameña negra, yo soy yo, y John es americano. Dijimos que somos primos y como hablamos una ensalada infame de inglés, argot de varios países y español (yo ahora con acento peruano) y como además tenemos ese aire impalpable de nuestro alrededor, que todos los demás palpan en seguida, y que es como un aire de familia, nos creyeron. Nos juntaron los demás. Aunque no lo crean ustedes, señores míos, cada uno de nosotros decidió esta tarde que estaba harto de todo.

¿Qué es todo? Todo es: que la gente se ría de nosotros por la calle, que nos señalen con el dedo, que nos insulten, y es verdad, a John le han tirado piedras y yo ya aprendí a repartir cachetadas, y Ángeles contesta con gritos y nos ayudamos como podemos. No es patético, pero a veces lloramos, solamente porque creíamos que aquí era distinto, o que nosotros no éramos tan distintos, o. porque no comprendemos por qué nos odian.

Así es que cada uno por su cuenta decidió hoy que el lago de Managua, no, y que caminar, no, y nada. Estamos en el cuarto aguantando el calor, y a veces llueve, y mañana nos vamos para El Salvador, donde será igual que aquí, y yo estoy tratando de conseguir un vestido, John sale con una tremenda venda que le ponemos a la mañana todo alrededor del cuello para taparle el pelo, y Ángeles (que no va a ninguna parte) se vuelve a Panamá para juntar plata y tratar de vivir en algún otro país. Yo tengo la ilusión de que en México será distinto, pero las noticias de otra gente que llega de allí son temibles. Ah, es que me olvidaba, se trata de que en estos países donde la miseria, la prostitución, la enfermedad y la roña te comen la vida, han empezado la limpieza en nombre de la moral, la religión y la ley. ¡Mueran los hippies! Sucios, drogados, criminales. Eso en la parte aduana y política, y la gente no sé. No comprendo. Pero me odian, nos odian, he tenido que esconder todos mis adornos y tengo que usar el pelo recogido, he tratado de cambiar la mochila, otra cosa que los enferma; ven una mochila y en seguida la abren a los golpes y sacan todo afuera, zapatos, ropa sucia, collares, mate y bombilla, todo desparramado, y me revisan hasta lo último porque además de hippie puedo ser guerrillera. Y al final, después de recibir tantos golpes en nombre de la Razón, la Moral, y todo lo demás que se imaginan, quizá tengan razón. Nunca en mi vida sentí lo que siento ahora; no es odio ni dolor solos, es una mezcla, y a la vez viene con (créanme) compasión y pena y no entiendo nada, bueno, peor que eso, no entiendo a secas.

3.10.69

Ahora sigo en el ómnibus yo sola. Anoche vino a buscarme un argentino al hospedaje «Costa Rica» donde estábamos y, aunque estúpido, me hizo un gran favor. Vino a comprar ropa (nosotros vendemos pero nadie tiene plata) y me llevó a su grupo donde había dos suizos, un chileno y una pareja de Canadá. Previa desconfianza, nos probamos y nos tanteamos, primero para ver si éramos de confianza, uno de los suizos me contó cómo es la línea con México, cómo es la línea con Guatemala. Como yo no le creí, me mostró su pasaporte y su cabeza. Él llevaba visa, carta del cónsul suizo y 80 dólares. En Guatemala se quedaron con el dinero por tres días, pero pudo pasar (él también va a los Estados Unidos), pero en la línea con México decidieron que tenía el pelo demasiado largo (lo usa mucho más corto que vos) y que tenía que mostrar 100 dólares. ¿Te imaginas cómo se siente una persona que llega a México después de meses de viajar, y sólo le falta México y ya llegó a los USA, y no lo dejan pasar? Así me siento yo. A él le cancelaron la visa, lo golpearon y lo mandaron de vuelta a Guatemala. Y desde hace 20 días andaba girando por Centroamérica tratando de conseguir a alguien que le preste el dinero sólo para poder cruzar la línea. Y todo esto sólo porque podía ser un hippie. Pero como ya se sabe que entre los hippies el dinero no abunda, entonces además de todo han encontrado la vuelta del dinero. Tienes que mostrar la plata, y si ellos te la roban cuando te das vuelta, eso es otro problema. Y no me digas las preguntas, por qué tenemos que viajar, o por qué a los States (quien más quien menos todos vamos a California). Por qué nos odian, no sé, supongo que sólo porque somos diferentes y podemos ser felices. ¡Y es así como consiguen que seamos tan infelices! He tratado de acercarme a la gente más pobre en cada país, y desde Colombia hasta aquí sólo encontré burlas, desprecio, odio. Y la otra gente, los intelectuales y los «artistas», a veces ayudan pero tienen miedo y cuidan su propia heladera, y en seguida preguntan: ¿pero vos no serás como esos gringos inmorales y sucios, no? ¿No me vas a meter en líos, no? Están metidos en el establishment hasta las orejas y se han olvidado de lo único importante: de la vida y la mente y todo lo que tantas veces hablamos, Pepe, y lo que yo sé que vos nunca olvidas, Lucio. Así que ahora sí que voy a San Francisco a buscar a mi familia, a escuchar mi música, y pintar, y sobre todo porque quiero vivir como un ser viviente y no como un tornillo, entre los míos, quiero desayunar una galletita repartida con cariño y dedicarme a abrir mi mente y mi cuerpo y mi vida a la vida. Y punto.

Así es que anoche decidimos separarnos todos otra vez, ya en Costa Rica habíamos descubierto que así es más fácil pasar la línea, y hoy estoy viajando sola al Salvador y trataré de conseguir [ilegible]. Les cuento un detalle. John me ayudó a llevar las valijas. Yo tenía que tomar el ómnibus a las cinco y dormimos con la luz prendida porque en el hospedaje nadie nos quiso despertar ni prestar un reloj porque vieron las mochilas, y los «gringos» (poco a poco ya hasta a los argentinos nos dicen gringos) son peligrosos. Lo vendamos entre Ángeles y yo antes de salir, pero todos estábamos muy dormidos. Repartimos el dinero de Ángeles, ni yo ni John teníamos más que 5 o 6 dólares cada uno, y salimos, yo a mi ómnibus de las 5, Ángeles al suyo de las 6 para Costa Rica, y John se quedaba un día más tratando de conseguir trabajo en un barco para cruzar a los USA de ese modo. En la agencia una mujer confundió a Ángeles con una nicaragüense y le dijo: ¿No cree que ese muchacho es uno de esos hippies? ¡Me parece que se le sale el pelo largo por ese costado!

Ángeles nos avisó en inglés y salimos de la oficina. A John ya habían empezado a insultarlo. A Ángeles un tipo empezó a decirle barbaridades, y a mí, en este ómnibus, todos me miran desde lejos y cada vez que alguien pasa cerca oigo murmurar cosas como: porquería [ilegible], basura, darling, y cosas así... En Costa Rica, al entrar, como no sabíamos viajábamos juntos, y no vale la pena, otro día les cuento esa miseria. Además acabo de descubrir que en este ómnibus viaja un argentino. Es raro oír el acento de La Paternal entre Managua y Honduras. El tipo tiene pinta y habla de Jan Kiepura y Palito Ortega. El camino es un pantano y el barro vuela para todos lados. Pero el paisaje es hermoso, las nubes se arrastran sobre las montañas y sale el sol, en fin, que me gasté mis últimos córdobas en un [ilegible] con dulce. La vida es una mixtura y goes on, sometimos too much for me to take. I love you both, de veras, con mucho amor, y los extraño.

Sarita.

3.10.69

San Salvador.

Y ahora estoy sentada por esta noche en la cama (un catre de campaña) que me armó el director del telenoticiero de San Salvador. Comí. Y voy a dormir y tengo baño. Y además este señor [ilegible] me contó que él defendió a los hippies en un debate, que no le parece mal que yo use pantalón, y que ama a los seres humanos. ¿Goes on, no? Besos, besos, Sarita.

6 de octubre de 1969

San Salvador — Salvador

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...lo que no es nada simple con las complicaciones emotivo-mentales-físico-síquicas en que me he metido. No logro, no hay caso, no me sale bien, no termino de entender el mundo. Quiero decir, no es un problema de realidades metafísicas. Es un problema de demasiada miseria y descomposición. Otro día le voy a escribir a Lucio, nada más para contarle lo que son los campos de refugiados salvadoreños expulsados de Honduras, cómo los recibe su país de origen, y la variada cantidad de plagas que es posible detectar allí. Yo trabajo como voluntaria en la Cruz Roja Internacional, y no porque crea en la ayuda individual, sino porque cuando nadie hace nada, alguien tiene que ayudar a duplicar un censo, ¿no? De paso me hice amiga de todo el mundo, y ya la compasión y el dolor, el amor y el desconcierto que siento son un «relajo» como dicen aquí. La cosa me sobrepasa No entiendo, pero eso ya lo he dicho en otras cartas. Estoy completando un disfraz que me ayudará a viajar en adelante, y parte de esos dólares los voy a poner en eso. Tengo la lista completa de los cargos por los cuales casi voy a la cárcel en Costa Rica, y me guiaré por eso para remediar tantas aberraciones: eliminar la mochila lo primero, liquidar los libros, y especialmente los libros en inglés. No sé si les conté que tuve que recurrir al diccionario Appleton Cuyas que viaja conmigo para convencer a un capitán bien tomado y todo un hombre, che, que Alice in Wonderland no era propaganda comunista, pero nadie, ni el Appleton inglés-español, pudo convencerlo que no era parte del sistema disoluto hippie de vida. Bueno, eliminar el pantalón, usar la pollera debajo de la rodilla, usar pelo recogido, ningún adorno, y así y todo siempre seré sospechosa, no sé si por el aire de gringa, o porque tengo la costumbre de decir permiso para entrar. Pero así por lo menos ya no tendré que recibir insultos por la calle, o piedras y otras cosas por el estilo. No me salvo por ningún lado. Hay quienes creen que soy una emisaria de la United Fruit Company, otros una emisaria de Castro (horror), y otros que viajo con cargamentos de yerba buena. Sea como sea tu cable me salva la vida, porque ya no tengo casi nada para vender, no más dinero, y esperar a que llegue el giro ahora es una dulce espera y no tiene nada que ver con la angustia de andar juntando los dineros para cruzar una frontera que ya se sabe de antemano que no, nada que hacer (...). Dios mío, los recuerdo a todos, me siento como si estuviera chapaleando en el fondo barroso de un tacho de basura, y ahora por suerte, ya pronto afuera, afuera...

Con cosas así, al que te dije no podía sorprenderle que en los mismos días en que le daba a leer a Marcos las cartas de Sara, el civilizadísimo Monde trajera dos noticias que él agregó sin comentarios a esa especie de expediente general que se iba armando y que Susana (pero no nos adelantemos, como decía Dumas padre en momentos críticos).

Treinta y cinco obispos de América Central denuncian «la constante violación de los derechos humanos en América Central» en un documento difundido en México por el Centro Nacional de Comunicación Social (CENCOS). El documento, resultado de los trabajos de la asamblea episcopal de América Central, ha sido firmado entre otros por los arzobispos de Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Panamá.

RECHAZO DE UNA «ABDICACIÓN

MORAL»

SE QUEMA VIVO PORQUE

LE OBLIGARON A CORTARSE

EL PELO

Un joven de 19 años, Jean-Pierre Souque, domiciliado en la calle Maurice-Berteaux, en Mureaux (Yvelines) había adoptado la «filosofía hippie» en el curso de un reciente viaje a Inglaterra. Se dejó crecer el pelo y se vistió de la manera usual en esos casos. No tardó en ser objeto de las burlas de sus camaradas y de los adultos. No obstante (sic) trabajaba en la sociedad Mingory, sita en el bulevar de Charonne N° 128, París, en la que había ingresado como ayudante de cocina luego de seguir los cursos de la escuela de hotelería.

He aquí que el miércoles pasado su patrón le llamó la atención sobre su vestimenta... y el sábado de mañana su padre lo acompañó a la peluquería. Jean-Pierre aceptó sin protestar. Y sin embargo... por la tarde abandonó el domicilio paternal y compró gas-oil. Tomó luego por un camino poco frecuentado, en dirección de una granja próxima a la fábrica Renault de Flins. Un obrero de la fábrica, que volvía a su casa, lo descubrió en el camino de tierra, muerto y semicarbonizado. En el bolso que le había servido para disimular el bidón de gas-oil se encontró una tarjeta en la que el joven había escrito: «La respuesta está en el buzón.» Se descubrió así una carta en la que explicaba que no le era posible aceptar esa «abdicación moral». Agregaba especialmente: «Ustedes, los adultos, no comprenden. Ustedes imponen su experiencia y juzgan al prójimo.» En su extensa carta, declaraba además que había querido imitar a los bonzos, prefiriendo matarse a aceptar la «dictadura de la sociedad».

Sí, a lo mejor el que te dije no me había dejado leer esas cartas como quien hace un oscuro signo que será o no será comprendido, porque desde mucho antes yo le sospechaba esa tendencia a reprocharme Francine, a estar de alguna manera aliado con Ludmilla (que no tenía la menor idea de la alianza, pobrecita, pues de haberla tenido lo hubiera mandado al diablo), a no querer entender lo que por lo demás nadie entendía, empezando por mí mismo. Llegar al café y ver cómo el que te dije se guardaba las cartas delante de la mismísima mano ya un poco tendida del rabinito, todo formaba parte del signo; una vez más no me quedaba más remedio que encogerme de hombros y pensar que estaba bien, que Ludmilla o Francine o el que te dije tenían toda la razón posible frente a un estado de cosas que, frente a una conducta que, etcétera. Porque después llegaría Ludmilla todavía fresquita de alma rusa (tres actos impregnados de estepa y desesperanza terminan por condicionar incluso a una polaca tan vital y entradora como ella) y yo sentiría algo como la presencia de Francine en la presencia de Ludmilla, de la misma manera que estar con Francine era sentir cada vez la contigüidad irrenunciable de Ludmilla, elementos que el que te dije no apreciaba demasiado y con razón puesto que parecían extrapolados de la pieza rusa del Vieux Colombier aunque yo, si alguien hubiera esperado mi opinión, habría dicho una vez más (¿cuántas veces te lo habré dicho, Ludmilla?) que eso no tenía por qué ser así, que eso no tenía por qué ser así, carajo, que eso no hubiera tenido por qué ser así.

Bueno, pero entre tanto cómo negarle al que te dije su desdeñosa discrepancia, ese guardarse unas cartas en el bolsillo para hacerme sentir que mi concepción de la vida era un puro anacronismo pequeñoburgués, así como la bondad lastimada de Francine era también su manera de guardarse lo que verdaderamente yo hubiera querido de ella, y la camaradería sin grietas de Ludmilla levantaba cada vez más su pared de concreto gris entre ella y yo. Qué me quedaba por hacer aparte de la música y los libros, sino

llevar las cosas a las amargas consecuencias finales más que previsibles; a menos que hubiera otra cosa, un atajo, una encrucijada en alguna parte, una última salida que me diera lo mío sin hacer pedazos lo de los demás. Alguna vez me había parecido sospechar que Marcos me alcanzaba el dedo para que el lorito trepara, Pedro rico coma la papa, pero Marcos no estaba para caridades particulares, metido hasta el fondo en la Joda, en el mundo que resonaba con telegramas y bombardeos y ejecuciones y tenientes Calley o generales Ky, pero sin embargo Marcos, oh sí, alguna vez Marcos, el dedo tendido, la Joda para Pedrito, ¿eh? Como ahora en mi casa, repantigados con Lonstein a una hora indecente, telefoneando a Jujuy o a Reggio Calabria y el rabinito con sus apuales y las flores de papel manchadas de sangre, y ya los pasos de Ludmilla en la escalera. ¿Qué importaba mi máquina privada, mi obstinación de vivir Francine, vivir Ludmilla y Prozession, salvar el piano entre las sibilancias electrónicas? Las cartas importaban más, y el aro de sangre en torno al teniente Calley, y esa lluvia de noticias que Patricio (el que te dije trataba siempre de abarcar la circunstancia, empeño algo tonto) le estaba propinando a Fernando recién venido de su Talca natal, a la hora en que Oscar y Gladis subían a un avión de Aerolíneas para traer a la Joda sangre joven al senado, sin hablar de un tal Heredia que se trepaba a la BEA en Londres, y de Gómez que, o Monique. Pero Marcos no era de los que insistían, apenas el dedo tendido una fracción de segundo y a otra cosa; como el que te dije guardándose las cartas, apenas un signo. Y el rabinito que de golpe suspira pensando en el aumento de sueldo, finalmente no son los pasos de Ludmilla en la escalera, se puede seguir hablando otro poco.

—¿Te hago una demostración del alarido? —propone Marcos.

—La puta que te parió —le digo serenamente pero algo alarmado—, a la una de la mañana, avisa si me vas a hacer echar de este departamento funcional y todo blanco conseguido con años y años de dibujo publicitario, cordobés del carajo.

—Después de tanto telefonema se ha vuelto un fonorama extrascendente —dice Lonstein—, no hay duda de que lo que te propone es el poliauyido del alma encarcelada por las miasmas de los masmidia, che.

—Está bien —consiente Marcos—, entonces te explico teóricamente el alarido y otras formas de contestación que los muchachos andan probando por ahí, lo de los ómnibus por ejemplo.

—Eso de contestación es una especie de epifonema mal empleado —dice el rabinito—, en realidad un galicismo asqueroso, un híbrido de respuesta y pataleo.

—Vos escuchá —dice Marcos que no se aflige por cosas de la lengua—. Imaginate solamente que estamos en un cine de barrio a las diez de la noche la familia fue a ver a Brigitte Bardot prohibida menores dieciocho años ESQUIMAUX GERVAIS DEMANDEZ LES ESQUIMAUX GERVAIS DEMANDEZ LES ESQUIMAUX la familia y otra familia y todas las familias después de un santo día de noble trabajo, noble y santo, sí señor, el trabajo dignifica, tu papá empezó a los quince años, aprendan haraganes, tu madre

tu madre es una pu.....rísima señora

que tiene la con........ciencia

llena de pen...............samientos }Lonstein singit en sol sostenido mayor

y tía Hilaria tan sacrificada y el abuelito Víctor con sus piernas, él que sostenía a toda una familia repartiendo carbón de las siete a las siete, el barrio, ese magma asqueroso de París, esa mezcla de fuerza y basura moral, eso que no es el pueblo aunque vaya a saber lo que es el pueblo pero ahora el barrio, las familias en el cine, los que votaron por Pompidou porque ya no podían seguir votando por De Gaulle

—Un momento —dice Andrés—, qué es eso del pueblo y la familia, o la familia que no es el pueblo, o el barrio que como es las familias no es el pueblo, no jodas, che.

—No te das cuenta —dice Marcos— que estoy tratando de hacerte un tachismo o manchismo instantáneo de la atmósfera del cine Cambronne, por ejemplo, o del Saint-Lambert, esas salas contagiadas por medio siglo de puerros y ropa sudada, esos santuarios donde Brigitte Bardot se baja el slip para que la sala le vea justo lo que el artículo 465 permite por una fracción de tiempo fijada por el artículo 467, y que toda contestación tiene que empezar por la base si va a servir para alguna cosa, en mayo fue la calle o la Sorbona o Renault pero ahora los compañeros se han dado cuenta de que hay que contestar como quien cambia de guardia entre el cuarto y el quinto round y entonces el contendiente se manifiesta desconcertado, dice el cronista. Ponele que ya captaste la descripción que en realidad no te hacía falta pero era una manera de enchufarte en el umbral del satori, vos seguís bien esos vocabularios, rabinito, y entonces justo cuando la Brigitte comienza a convertir la pantalla en uno de los momentos estelares de la humanidad, o más bien en dos y qué dos, che, eso no se impugna ni contesta de ninguna manera pero desgraciadamente hay que aprovechar el estado de rapto, de arrobo si me seguís, para que el anticlimax sea más positivo, en ese momento justo Patricio se levanta y produce un espantoso alarido que dura y dura y dura y qué pasa, luces, hay un loco, llamen a la policía, es un epiléptico, está en la fila doce, un extranjero, seguro que es un negro, dónde está, yo creo que era ése pero como se sentó de nuevo a lo mejor, sí, no ve que tiene el pelo enrulado, un argelino, y usted por qué se puso a gritar.

—¿Yo? —dijo Patricio.

—Sí, usted —dijo la acomodadora bajando la linterna porque ya el público más alejado se perdía en los espacios intercostales de Bardot desnuda y nada alterada por lo ocurrido, y los espectadores contiguos al lugar y al causante del hecho luchaban con una comprensible indecisión entre seguir la protesta por el escandaloso proceder del forajido o no perderse ni un centímetro de esos sedosos muslos semientornados en una cama de hotel de lujo en la floresta de Rambouillet adonde un tal Thomas se la había llevado con objeto de hacerla suya antes de la hora del menú gastronómico siempre previsto en esa clase de aventuras de los ricos, por todo lo cual la linterna de la acomodadora empezaba a escorchar a todo el mundo sin contar a Patricio, y la acomodadora la bajaba lo más posible y el haz de luz se aplastaba en plena bragueta de Patricio que parecía encontrar la cosa de lo más natural, como lo prueba que

—A veces me pasa —dijo Patricio.

—¿Cómo que le pasa?

SH

SHH!!!

—Quiero decir que no me puedo contener, es algo que me viene así y entonces.

(ah ma chérie ma chérie)

—Entonces haga el favor de salir de la sala.

SHHH!!!!!

—Ah merde —dijo la acomodadora—. primero me llaman y ahora resulta que no me dejan intervenir, esto no va a quedar así, ah no, qué se piensan, lo único que faltaba

(J'ai faim, Thomas)

—¿Por qué voy a salir del cine? —dijo Patricio en voz muy baja y sin molestar a nadie fuera de la acomodadora pero esto último en una proporción geométrica convulsiva—. Es como un hipo, solamente que más fuerte.

—LA PAIX! —A POIL!

—¿Un hipo? —bramó la acomodadora apagando la linterna—. Espere a que llame a la policía y vamos a ver qué clase de hipo, ça alors.

SHH!!!!

—Haga lo que quiera —dijo Patricio ssiempreenunsssusssurrrro— pero no es culpa mía, tengo un certificado.

Lo del certificado hizo su efecto como siempre en Francia, y el haz de luz empezó a resbalar por el pasillo justo cuando se llegaba a lo que todos hubieran querido ver pero como le estaba diciendo un reo a su amigo, apenas van a empezar a cojer te cortan la toma esos hijos de puta, vos alcanzaste a ver que se le veían los pensamientos de Lonstein que no se interesa demasiado, pero Marcos sonríe con el aire de las revelaciones y dice aspetta ragazzo que no es todo porque en la tercera fila del púlman aquí llamado balcón revista la Susana que estuvo en los líos de la Sorbona y otras medallas recordatorias, si no la echaron de París fue porque tenía una conducta intachable en el fichero de la poli, pero innecesarias aclaraciones cuando precisamente Thomas, que no es tan libertino como parecía, decide casarse con Brigitte que ahora sobrevuela Acapulco en uno de esos jets que ya te vienen con el cielo azul puesto alrededor y adentro corre el whisky que te la voliodire y los de primera clase están en pleno almuerzo servido por Maxim's, no sé si conoces, hasta que Susana justo cuando Thomas llega al hotel en plena noche y casi se ven esas chispitas en el ángulo superior derecho del celuloide que anteceden a la palabra fin a menos que sea la penúltima bobina porque para qué la última va a tener estrellitas si el proyeccionista ya se puso el saco y encendió un Gauloise y tiene la mano cerca de los interruptores y justo entonces

—Ya sé —dice Andrés—, otro alarido.

—Es inteligentísimo —le confía Marcos a Lonstein—. Se da cuenta de todo este porteño.

—¿Pero de qué sirve, decime un poco, armar un lío en una circunstancia tan diremos estrecha, o sea que un cine standard viene a tener cuatrocientas plateas, que comparadas con la población de Francia da una proporción de uno sobre cincuenta y nueve millones más o menos?

—A vos no parece interesarte el destino de Susana —dice Marcos.

—Se me importa un reverendo bledo. Admito, si querés, que la chica tiene más cojones que su compañero Patricio, porque la segunda vez es más peluda.

—Como que se pasó dos horas en la comi —dice Marcos—. Claro que no le pudieron hacer nada porque la gente se había desparramado apenas Brigitte se salió con la suya y qué te cuento de Thomas en resuelto infighting, todo el mundo rajando al sobre, de manera que solamente quedó la acomodadora como fierro, aunque parece que después en la comisaría trató a los canas de cornudos porque no le tomaban en seguida la denuncia, y su Fernand que se levantaba a las seis y media para ir a la fábrica y quién le hacía el café con leche decime un poco.

—Era del pueblo —dice Andrés—. Los canas se merecían las puteadas y casi también Susana si vamos al caso. Ahora que yo quisiera de veras saber para qué sirve eso del alarido, porque contado por vos parece nada, realmente nada, pero sucede que nada más nada no da nada sino que a veces da un poquito de algo, lo que se dice una nada que como todos saben ya no quiere decir una pura nada sino un cachito de cualquier cosa, y fijate que si la operación está bien hecha no hay cana ni juez que pueda meter leña, el segundo ensayo fue en el cine Celtic y mucho más perfeccionado, es decir que Marcos himself y un tal Gómez, de Panamá y filatelista, pegaror los alaridos sin levantarse de las plateas, Marcos en la mitad de la publicidad, justo entre el NUTS y el KUNTZ, y Gómez en esa parte en que Bibi Anderson se acuesta boca abajo en una cama de sábanas negras y salen como rugidos de diferentes partes de un cine principalmente concurrido por jóvenes becarios, sin moverse de sus asientos soltaron el alarido y no hubo nada que hacer, un tipo le quiso pegar a Gómez aunque después se disculpó diciendo que había querido cortarle el ataque con uno de esos bifes de ida y vuelta recomendados en los libros de psiquiatría cuando la papas queman y el enfermo mental se ha metido varios pedazos de vidrio en la boca para autocastigarse y de paso manchar la reputación del doc. Imposible hacerles nada en serio, che, sobre todo a Marcos que se había quedado muy quieto después del alarido, y más de cuatro señoras que primero se habían puesto rojas para pasar casi inmediatamente al color complementario que presagia las peores tormentas, terminaron por convenir entre murmullos interfamiliares que el pobre muchacho debía padecer de

aunque cuando lo de Gómez ya nadie se tragaba la morcilla y hubo conato de desplateización y revolteo hacia la calle, pero las tinieblas protegen y también Bibi Anderson al fin desnuda, si se han garpado ocho francos para ver eso no te lo vas a perder por culpa de un plantado más o menos, salvo que

—Lo de la Ópera fue de abrigo —dijo Marcos.

—Ah, en la Ópera —dije yo, que no estaba dispuesto a maravillarme de cualquier cosa.

—Justo en el momento en que sale el cisne, no sé si la viste —explicó Marcos—. Una de Wagner.

—No hay derecho —dijo Lonstein—. Torcerle el cuello al cisne cuando todavía tenemos Pato Donald para rato, ustedes se confunden de ave, che.

Así siguieron, con bastante ginebra y alaridos, hasta la noticia de que pasados quince días ya no se había podido repetir el número por razones tácticas, es decir que se hablaba de la cosa en plena calle y la gente iba al cine con ganas de romperle la cabeza al primero que bostezara, gente que pagaba sus impuestos y hacerles eso a ellos, ah no.

—Un éxito, che —dijo Marcos—. Para qué seguir en los templos del séptimo arte cuando tenés los autobuses y los cafés. En los cafés no da mucho porque primero todo el mundo habla a gritos y hay un plafón muy alto de decibeles, y después no se sabe por qué a la gente le importa menos que le perturben una cerveza o un cinzano que cuando es una película, habría que estudiar esas cosas. Pero en cambio en —Todavía me quedan tres flores hipogeas —amenazó Lonstein—, una de papel amarillo y otra blanca, pero te finco que tienen unas manchas que se diría que cualquier línea, digamos la 94 que se jacta de una clientela más bien pequeñoburguesa, Lucien Verneuil es el especialista y ya les ha enseñado la técnica a Patricio, a Susana y a los otros que andan contestando más o menos por todas partes. Primero la campanilla antes de la parada, correctamente (sin contar que se está bien vestido y con un libro o portafolio bajo el brazo para acentuar la impresión de intelectual), y cuando buf el mastodonte frena pegado al cordón de la vereda, Lucien Verneuil se acerca al conductor y le tiende la mano. Mirada glacial del conductor o (variante) gesto traducible como Qué carajo Eh Está loco o es solamente idiota Por qué no se mete la mano en pero Lucien Verneuil saca una sonrisa casi pastoral, algo como una sopa de letras para niño bueno, no se puede resistir a una sonrisa tan inocente y la mano siempre tendida esperando la del honesto conductor que empieza a (optativo) púrpura/verde/negro/vidrioso/, y entonces

—Deseo agradecerle el agradable recorrido —dice Lucien Verneuil. No vale la pena reproducir las respuestas, por lo demás Marcos no se molesta en enumerarlas. Lucien Verneuil: «Usted maneja el vehículo con un sentido de la responsabilidad que no todos los conductores demuestran en estos tiempos.» O: «No puedo descender del autobús sin primero manifestarle mi reconocimiento.» O: «Jamás me permitiría terminar este viaje sin antes dejar testimonio público del placer que he tenido, y que le ruego haga extensivo a la administración de la R.A.T.P.» Las variantes a esta altura: 1) Corte de contacto, levantamiento del asiento, empujón catapúltico rumbo a la vereda; 2) Espuma en boca; 3) Palidez mortal y temblor tetánico del cuerpo y las extremidades. Subvariantes del environment (especialmente viejas y señores con rosetas de la Legión de Honor): Que venga la policía/ Ya no hay respeto (sub-sub-variante: ...religión)/Es la juventud de hoy, adonde vamos a parar/Nos va a hacer llegar tarde a la oficina (múltiples infra-variantes)/Puteadas y amenazas. A todo esto el guarda ha salido de su jaula de vidrio en el fondo y viene por el pasillo justo cuando Lucien Verneuil, que tiene un cronómetro en los ojos, saluda muy atentamente su seguro servidor por última vez y baja los dos peldaños más allá de los cuales empieza el territorio que ningún guarda pisará con fines de pateadura porque sus prerrogativas, etc.

—Está muy bien —le digo a Marcos—, pero anteayer un muchacho se suicidó incendiándose vivo en Lille, para protestar por el estado de cosas en Francia y es el segundo en el país, sin hablar de lo que sabes por los telegramas del exterior. No te parece que al lado de una cosa así

—Claro que me parece —dice Marcos—, solamente que como dice el himno japonés, gota a gota se forman los mares y los granos de arena terminarán siendo roca cubierta de musgo o algo por el estilo. Jan Palach hubo uno, pero están todos los estudiantes checos y no duermen, sin hablar de más de cuatro bonzos. Qué fácil te armas una buena prescindencia, vos. En fin, espera que te explique Otra forma de la contestación que ayer nomás hizo bastante roncha en el restaurante Vagenande, y se va a repetir de hoy a la semana que viene en muchos otros siempre que nos alcance la guita porque hay que ver lo que cuesta el morfi en esos lugares. Gómez fue conmigo a la una de la tarde, hora de gordas y puntos bacanes con chequera, vos viste ese ambiente art nouveau que reina y la atmósfera tirando a apolillada que le da especial prestigio. Pedimos puerros a la vinagreta y bife a la pimienta, vino tinto y agua mineral, menú responsable y digno como te podrás dar cuenta. Apenas trajeron los puerros Gómez se levantó y empezó a comer de pie, un puerrito tras otro, hablando conmigo como si no pasara nada. Estadística de las miradas: ochenta por ciento broncosas, diez por ciento incómodas, tres por ciento divertidas, otro tres por ciento impertérritas, cuatro por ciento interesadas (¿caso rebelde de hemorroides, parálisis dorsal, locura nomás?). El camarero con otra silla, Gómez que le dice no, gracias, yo siempre como así. Pero señor, va a estar incómodo. Al contrario, es sumamente funcional, la acción de la gravedad se manifiesta mejor y el puerro desciende al estómago como si se tirara, eso ayuda al duodeno. Usted me está tomando el pelo. De ninguna manera, es usted quien ha venido a incomodarme, no dudo que con intenciones loables pero ya ve. Entonces el maître, un viejo con aire de besugo un poco sobado. Señor, usted dispensará, pero aquí. ¿Aquí qué? Aquí acostumbramos a. Por supuesto, pero yo no. Sí, pero sin embargo. El señor no molesta a nadie, intervengo yo limpiando el plato con una miga porque los puerros estaban fenómeno. No solamente no molesta a nadie, pues come con la más refinada elegancia y discreción sino que es usted el que ha venido a escorcharlo, sin hablar del camarero, de manera que. A todo esto la circunstancia orteguiana se manifiesta plenty, señoras chuchuchuchuchu en las orejas de otras señoras, revoleo de ojos, es un escándalo, aquí se viene a estar sentado y a departir, vayase a comer a una fonda. Entonces Gómez, secándose los labios con una delicadeza brummeliana, te juro: Si yo como de pie es porque vivo de pie desde el mes de mayo. No quieras saber el quilombo, viejo, panes por el suelo, la cajera telefoneando a la comisaría, los bifes a la pimienta resecándose en la plancha, la botella de vino descorchada y todo sin pagar, te imaginas, porque con tal que nos fuéramos hasta se cotizaban los hijos de puta, pero justo entonces Gómez se sentó como un conde, guardando la servilleta plegada en la mano, y dijo en voz bastante alta: Lo hago por mi prójimo, y espero que mi prójimo aprenda a vivir de pie. Gran silencio, aparte de dos o tres risotadas de pura mala conciencia, créeme que a pocos les habrá caído bien el almuerzo. Mañana lo repetimos en un bistró de la Bastilla, probablemente nos romperán el alma porque es otro clima, pero a lo mejor quién te dice que

Enter Ludmilla

con su aire del tercer acto y todavía maquillada, se metió en el dos caballos casi antes de que bajara el telón y está hambrienta, bebe vino mientras yo le dispongo una tortilla y Lonstein, ritualista empecinado para delicia de Ludmilla, empieza por enésima vez el otro teatro, ¿entonces usted es rusa? no, hija de polacos, ¿pero es cierto que trabaja en el Vieux Colombier?, sí es cierto, ah, yo le preguntaba porque éste aquí es tan macaneador, y Ludmilla encantada porque el rabinito encuentra siempre variantes nuevas, cosa que no es habitual en el Vieux Colombier y la polaquita está por el teatro en libertad y esas cosas. ¿La querés con tres huevos y cebolla?, pregunta Andrés para ver si la trae un poco de este lado, oh sí oh sí muchísimo de todo, dice Ludmilla tirándose en un sillón y dejándose encender un Gitane por el rabinito que le llena el vaso de vino y empieza a darle una nueva versión de su viaje a Polonia dos años atrás, probablamente falso, piensa Marcos que espera una última llamada de larga distancia y asiste como de lejos a la programación de la tortilla y a la plaza de Cracovia, ese color violeta de la plaza al anochecer/Es más bien anaranjado, dice Ludmilla, claro que yo era muy chica/Los floristas y ese café en el sótano de la torre donde se bebe una especie de hipocrás o hidromiel o algo caliente que tiene clavo y canela y mirra y áloe y se trepa a la cabeza/La última vez me dijiste que era una especie de cerveza antigua, dice Ludmilla que sólo acepta las variantes dentro de un sistema bastante secreto/Nos hablábamos de usted, contrapone el rabinito ofendido, pero Ludmilla se siente tan bien y el vino después del interminable tercer acto, el perfume de la tortilla que avanza desde la otra pieza como el anochecer en Cracovia, hay que darle el gusto a Lonstein, los rituales tienen que cumplirse, vamos a ver, de dónde es usted, señor, yo de aquí hace rato, señorita, y de qué se ocupa en París, yo bueno, es más bien peludo de explicontar antes de la tortilla pero si quiere después

—C'est toi, Laurent? —pregunta Marcos casi

antes de que se oiga la llamada.

—Ni antes ni después —ruego yo que atiendo telepáticamente a la hinchazón rubicunda de la tortilla a la vez que pongo la mesa con una velocidad meritoria, entendiendo por mesa una servilleta de papel con un dibujo violeta y media botella de tinto más un pan apenas empezado, operaciones tiernas y simples para vos, Ludlud, para vos ahí en tu sillón, cansada y chiquita aunque de chiquita ni medio, uno sesenta y nueve y qué te cuento del porte, pero chiquita porque yo quiero que lo seas cuando te pienso y hasta cuando te veo y te beso y te, pero eso no ahora, y el pelo de paja, los ojos verdísimos, esa ñata respingada que a veces se frota en mi cara y me llena de estrellas y sal y pimienta, dos hojas de lechuga que sobraron del mediodía, medio tristonas porque la vinagreta fatiga el vegetal, vení a córner Lud, vení pronto comedianta del viejo palomar, pedacito de cielo del este, culito lindo, aquí en esta silla y ahora hago café para evribodi, ristretto, che, ristrettissimo como un cuadrito de Chardin todo sustancia y luz y perfume, un café que condense las magias de la noche como esas canciones de Léonard Cohen que me regalò Francine y que me gustan tanto.

«Cuando le da por ahí»,

piensa el que te dije.

—¿Y por qué no querés que él me explique lo que hace en París?

—Después de la tortilla, necrófila repugnante —le digo—. Esa es la única parte del psicodrama que no cambian nunca ustedes dos. ¿No te das cuenta de que Marcos necesita describirme hasta lo último la contestación new style?

—Yo quiero que él cuente lo que hace en París —dice Ludmilla.

—Vos, che, me vas a deber una pila de guita con tus llamadas.

—Au revoir, Laurent —dice Marcos—, n'oublie pas de prévenir ton frère. Ya está, viejito, y usted, nena, que aproveche.

—Yo quiero que él cuente —dice Ludmilla, pero a Marcos desde luego la muerte le importa mucho menos que la vida, por lo cual pasa ahí nomás a hablar de Roland entrando en la despensita y eligiendo largamente una berenjena de esas de tamaño natural («mm, mm, huele a cebolla, mm, mm») con madame Lépicière mirándolo de contraojo, esperando que se decida, viéndolo soltar una berenjena pero en seguida agarrando otra, palpándola, madame Lépicière argumentando estertorosa que la municipalidad, Roland desplomando la berenjena en el canasto y contemplando a madame Lépicière como a un escarabajo peludo aunque todavía no clasificado, los clientes protestando por el retardo, los curiosos amontonándose y Roland siempre mirando a madame Lépicière hasta que todo empieza a virar a un clima de bronca total y entonces Roland metiendo muy despacio la mano en el bolsillo del pantalón y sacando poco a poco un piolín, tirando sin apuro del ovillo y dejando caer hasta el suelo el piolín, tirando más y más mientras Patricio hasta entonces esperando en la vereda, Patricio entrando con aire de gran seguridad y determinación y mucho gerundio, acercándose a madame Lépicière, articulando claramente PO-LI-CÍA, mostrándole un carnet verde y guardándolo antes de que se vea que es de las Jeunesses Musicales de France, agarrando el extremo del piolín y mirándolo atentamente, tirando de la punta mientras Roland sigue sacando piolín del bolsillo, la gente amontonándose masiva

—Ni una palabra. Usted viene conmigo.

—Pero yo iba a comprar berenjenas —dice Roland. Gran tirón del piolín, que tiene ya cuatro metros entre bolsillo y tierra. Qué se cree, que va a perturbar el funcionamiento del comercio

al por menor. Pero si yo solamente. Ni una palabra, está más que claro (inspeccionando de cerca un tramo de piolín). Y esto qué es. Un piolín, señor. Ah. Entonces sígame inmediatamente o lo hago meter en un carro celular. Pero si yo solamente.

—Dos kilos de papas —pide una señora que prefiere reanudar la marcha normal de las cosas because nenita sola en quinto piso.

—Ya ve —dice Patricio, tirando del piolín—. Perturbación indebida de las actividades comerciales, usted no parece darse cuenta de que la sociedad de consumo tiene un ritmo, señor, una cadencia, señor. Estas señoras no pueden perder el tiempo porque si lo pierden y empiezan a mirar con algún detalle lo que las rodea, ¿qué advertirán?

—No sé —dice Roland, sacando más piolín.

—Advertirán que el kilo de papas subió diez centavos y que el tomate cuesta el doble que el año pasado.

—Los dos están de acuerdo —descubre un viejo lleno de botellas vacías y cicatrices de guerra—. Ils se foutent de nos gueules ceux deux-là.

—Y que les hacen pagar el precio de los envases de plástico que no se devuelven, y la publicidad del nuevo jabón en polvo que cada vez lava igual que antes, de manera que no hay que obstaculizar el ritmo de las ventas, hay que dejarlos comprar y comprar sin mirar demasiado los precios y los envases, de esa manera la sociedad se desenvuelve que da gusto, créame.

—¿Y ustedes arman esta comedia para que nos enteremos de que todo está por las nubes? —dice la señora de la nenita sola—. Se la podían haber ahorrado, demasiado tenemos con nuestra cruz para que encima nos hagan perder tiempo, me da dos kilos de papas medianas s'il vous plaît.

—Ustedes se van de aquí o yo llamo a la policía —dice madame Lépicière que ya no cree en los carnets verdes.

—De acuerdo —dice Patricio ayudando a Roland a juntar el piolín y devolverlo al bolsillo—, pero usted misma ha oído cómo esta señora está con nosotros.

—Yo no estoy de ninguna manera —dice alarmada la señora—, pero que los precios están subiendo están subiendo.

—Y usted hace muy bien en protestar —dice Patricio.

—Yo no protesto —protesta la señora—, solamente compruebo y qué le va a hacer.

Así siguen unos diez minutos, y por la tarde son Gómez y Susana en las GALERIES RÉUNIES de la avenue des Ternes a la hora de todas las gordas del barrio comprando blanco y color y baberos y toallas higiénicas y collants, y al pie del escalator y encima de cada stand hay un grandísimo afiche con el slogan de la liquidación tan bien pensado por uno de los cráneos a doscientos mil francos mensuales del establecimiento

EL BARRIDO DEL AÑO

y Gómez espera que se junte la mayor cantidad posible de gente en la planta baja y además ese inspector de azul que orienta a las gordas en todas direcciones, zapatos tercer piso, ralladores en el subsuelo, y sólo entonces le pregunta amablemente si en las Galeries Réunies barren solamente una vez al año, amablemente pero de manera que varias gordas y sus esposos o niños se enteran de la pregunta y diversas cabezas se vuelven en dirección del inspector que clava en Gómez una mirada de camello con tos convulsa, y por supuesto que no, señor, qué quiere usted insinuar.

—Insinuar, nada —dice Gómez—. Pero si resulta que barren todos los días como exige la higiene, no entiendo cómo pueden esgrimir un cartel donde proclaman cínicamente que han hecho el barrido del año.

—¡Es increíble! —irrumpe Susana dejando caer un par de medias en la canasta de las zapatillas gran ocasión veinte francos—. ¿Entonces es así como esta casa combate el peligro de la poliomielitis, pobres criaturas? ¡Mire esta nenita aquí, jugando entre los slips de nilón cristal, contaminándose!

—Por favor, señorita —dice el inspector que no es idiota—. Si ustedes vienen a hacer un escándalo no me quedará más remedio que.

—El escándalo ya está hecho —dice Gómez dirigiéndose demagógicamente a la madre de la nenita y a otras estupefactas dientas—. Ellos mismos reconocen que sólo barren una vez al año. ¿Han calculado el número de bacterias que se deposita? ¡En cada soutien-gorge, en cada lápiz labial! ¡Y nosotros entramos aquí LES COMPRAMOS! ¡LES COMPRAMOS! ¡AH!

—Mándese mudar o lo hago sacar a patadas —brama el inspector.

—Atrévase —dice Susana agarrando una de las zapatillas gran ocasión veinte francos—. Encima de contagiarnos el morbo, mire a esa pobre criatura que ya ha palidecido, seguramente mañana se despertará con los síntomas, ah, y ustedes ahí sin decir nada!

También el que te dije, Lonstein y yo estábamos ahí sin decir nada en la medida en que esas microagitaciones no nos daban la impresión de servir para gran cosa, y hay que reconocer que el mismo Marcos las contaba más bien como diversión entre una y otra llamada telefónica, porque después del tal Laurent siguieron Lucien Verneuil, Gómez, toda gente para quienes las doce de la noche parecía ser una hora muy telefónica, sobre todo si el teléfono era el mío. La gran defensora del alarido y otras perturbaciones resultó ser Ludmilla que empollaba su tortilla con un aire de enorme satisfacción, y que debió llenar de alegría a Marcos cuando dijo que las actividades del grupo eran vox populi y sobre todo dos vigilantes de refuerzo en cada sala de espectáculos (multiplica multiplicador, nada menos que en París de Francia, y súmale Marsella, Lyon y el resto), en todo caso y según Ludmilla que era del gremio, el último alarido en el teatro de Chatelet justo cuando el tenor romántico se derretía en un aria toda llena de susurros y de música de alas, había desencadenado uno de esos quilombos que terminan siempre en otros concomitantes, es decir tribunal de turno, noticias en los diarios, multas y diversas consecuencias civiles y penales.

Todavía hablábamos de esas cosas cuando un tipo que nadie conocía y que resultó ser oriundo de Talca nos abrió la puerta del departamento de Patricio, y así acabamos todos tomando mate y grapa, con Manuel de mano en mano porque el pequeño braquicéfalo había decidido una contestación por cuenta y alarido propio, como si las dos de la mañana, etcétera, de manera que turnos de hico caballito/vamos a Belén, mientras Susana se tomaba un rato de descanso que mañana es fiesta/y pasado también. Flaco y displicente, Patricio no parecía encontrar anómalo que tanta gente se apilara a esas horas sin motivo aparente aparte del sudamericanismo y sus adherencias, me refiero a Ludmilla inventando para Manuel un teatro completo, para Manuel y quizá también para mí que esa noche no había tenido con ella otro puente que la tortilla, tender la mesa puente para Ludmilla y batirle la tortilla puente mm mm cuánta cebolla mm, aunque ¿De todos modos ni siquiera estando solos hubiéramos hablado mucho, la pared de concreto gris se hubiera alzado lo mismo y casi peor que ahora con las risotadas, de Susana y el diálogo sobre hongos venenosos entre Lonstein y Fernando, con la calma distante de Marcos mirándonos como parecía mirar siempre lo que buscaba ver bien, es decir detrás del humo del cigarrillo, los ojos entornados y el pelo en la cara. Por qué, entonces, se me ocurría que los juegos de Ludmilla con Manuel (parecía estarle representando el ruiseñor mecánico del emperador chino o algo así) eran también para mí, lenguaje cifrado, última llamada como de alguna manera mi largo batirle la tortilla había sido también una llamada, un puente esperanzado, esas pobres cosas que todavía podían quedarnos cuando estábamos con otros que neutralizaban la soledad de a dos, la mirada directa, la primera palabra de la primera frase de la primera, interminable despedida. Entonces los engranajes del ruiseñor mecánico saltaron en todas direcciones, Ludmilla mimo payaso diciéndolo todo con dedos y codos y morisquetas que iban creando en Manuel una felicidad cada vez más semejante al sueño, ocasión que no podía perder Susana para levantarlo despacito de la alfombra y, seguida del mimo Ludmilla (procesión china con linternas, triunfo del ruiseñor legítimo) llevárselo al dormitorio. Andrés las vio salir, buscó despacio un cigarrillo; Patricio y Marcos hablaban en voz baja, la Joda desde luego, no pasarían dos minutos sin que uno de ellos se prendiera al teléfono, esa gente quería hacer la revolución a base de numeritos y no te olvides de las hormigas (insistían mucho en eso), decile a tu hermano que mande la fruta, románticos telefónicos crípticos cibernéticos. El que te dije, que también andaba por esa longitud más bien irónica de onda, pensó que Andrés se quedaba como siempre un poco atrás, demasiado perdido en lo que acababa de hacer Ludmilla, en todo caso ateniéndose a una versión del mundo que esos otros, cordobeses y porteños telefónicos cibernéticos («decile que llame a Monique a las ocho») entendían de otra manera, como de otra manera tantos latinoamericanos estaban empezando por fin a entender cualquier cosa del mundo. Al pobre Andrés le había tocado justo la generación anterior y no parecía entrar demasiado en el jerk y el twist de las cosas, por decirlo de alguna manera, el muchacho estaba todavía en el tango del mundo, el tango de la inmensa mayoría aunque paradójicamente fuera esa inmensa mayoría la que empezaba a decir basta y a echar a andar. Oh, oh, se tomó el pelo el que te dije, la inmensa mayoría no ha entendido todavía esa hermosa imagen, o la ha entendido y no alcanza a llevarla a la práctica, para un Patricio o un Marcos hay toneladas como Andrés, anclados en el París o en el tango de su tiempo, en sus amores y sus estéticas y sus caquitas privadas, cultivando todavía una literatura llena de decoro y premios nacionales o municipales y becas Guggenheim, una música que respeta la definición de los instrumentos y los límites de su uso, sin hablar de las estructuras y los órdenes cerrados, ahí está, todo tiene que ser cerrado para ellas aunque después aplaudan muchísimo a Umberto Eco porque es lo que se usa. «Mejor me esperas en el boliche de madame Bonnier», estaba indicando Marcos a un tipo que debía escuchar mal porque ya era la tercera vez, pero la paciencia de Marcos en el teléfono era propiamente para una vida de santo con esquinitas doradas, pensó Andrés que tenía sueño y estaba hasta el quinto forro de los hongos venenosos que Lonstein y Fernando seguían catalogando por el lado de Talca, Chillan y Temuco. Yo no tenía idea de que tu país fuera tan hongoso, decía el rabinito maravillado. Pero sí, te puedo conseguir catálogos, proponía Fernando. Tenés que venir a ver el mío, che. ¿Vos tenés un hongo? Claro, en mi cuarto. ¿En tu cuarto? Seguro, a todos estos los voy a invitar también, ya es tiempo que se ocupen de cosas serias. Como Susana y Ludmilla, ocupadas en la más que seria tarea de hacer dormir a Manuel que parecía esperar nuevas performances del mimo Ludlud y no se dejaba desnudar demasiado fácilmente, déme esa patita, sáquese eso de la boca, por fin desnudo pero todavía lombriz reptante boca arriba, boca abajo, le dieron los collares y las pulseras, le hicieron tragar una cucharada de calmante, Manuel se fue durmiendo y ellas se quedaron cerca de la cuna, fumando y esperando porque le conocían las mañas, cambiando impresiones sobre Fernando que parecía buen tipo, un poco inocentón según Susana, espera a que lo agarren entre tu marido y Lonstein y Marcos ya vas a ver adonde va a parar la inocencia. Por supuesto, dijo Susana, en realidad ha venido para eso, nos lo mandó alguien seguro, el muchacho parece medio pajuerano pero aquí eso no dura, mirá a mi hijo, che, eso no tiene nombre, Manuel suspiraba en sueños, su mano había bajado erráticamente hasta encontrar la pijita; la sostuvo delicadamente con dos dedos, abriendo un poco las piernas. Promete, dijo Susana torciéndose de risa, pero Ludmilla miraba sin reírse, Manuel debía estar soñando, vaya a saber qué se sueña a esa edad, a lo mejor son sueños adelantados en el tiempo y Manuel se está acostando con una mulata hondureña o algo así. Puede ser, admitió Susana, pero la verdad que vos tenés una imaginación morbosa, se ve que sos compatriota de Chopin, esos nocturnos que te llenan la cara de telarañas sepulcrales, en todo caso lo de la mulata hondureña, pobre Manolito. Reírse en silencio era la muerte, sobre todo para Ludmilla que cuanto más se tapaba la boca más la nariz le hacía como una corneta de manisero, tenía que venir Patricio para imponer orden en las filas, qué carajo es este gineceo separatista y discriminatorio, los hombres reclaman hembras, che, pero de qué se ríen tanto? Ah, igualito a mí, fíjate, a los nueve años mi tía me sacaba el alma con eso de «las manos debajo de la almohada», y anda a saber lo que hacía ella con las suyas so pretexto de ser mayor de edad y soltera. Vengan, negras, ahí hay una de hongos emponzoñados que me empieza a venir el repeluzno que le dicen, Andrés está triste o dormido, a ver si nos ceban un matecito antes que haya que pegarles un chirlo en las nalgas.

—Es realmente un macho —le dijo Ludmilla a Susana.

—Vos —dijo Patricio—, deberías combinarte con ésta y venir el sábado o el domingo a darnos una manila para preparar los fasos y los fofos.

—No está enterada, pajarraco —dijo Susana que veía la cara estupefacta de Ludmilla. Pero no tardó, porque de eso hablaban en el living, una microexperiencia de Gómez y Lucien Verneuil en el restaurante de la rue du Bac donde Gómez la sudaba de lavaplatos.

—Los sudamericanos nos la pasamos todos lavando alguna cosa en esta ciudad sicopútica —protegruñía Lonstein—. Hay un signo en eso, una indicación que no alcanzo, algo hermético en los detergentes. Vos ya verás que también te toca lavar alguna cosa apenas necesites guita —le dijo a Fernando—. Projodemente autos, se ve que cualquier buzo azul te calza y no como yo que tengo un número difícil.

—A veces me cuesta entender lo que dices, pero volviendo al hongo de los copihues...

—Momento —dijo Patricio—, ustedes dos ya me tienen de nueve meses con los hongos, y a Ludmilla aquí hay que enseñarle el arte del fofo usado, así que a ver si te moves con ese mate y pasamos a las cosas serias, vos Marcos que conoces los detalles, sin hablar de la tonada que es la alegría de mi vida.

—Les estaba diciendo a éstos —explicó pacientemente Marcos— que como a Gómez siempre le tuvieron confianza en ese bistro y la cocina está justo al lado del rincón donde venden los cigarrillos, no le fue difícil cambiar veinte atados de Gauloises y veinte cajas de fósforos por las que habían preparado estas pebetas. Monique hizo de campana tomándose un jugo de tomate en el mostrador mientras Lucien Verneuil llamaba desde la esquina por teléfono al patrón para distraerlo, cosa nada fácil. Después Roland sustituyó a Monique porque en una de esas el patrón resultaba deductivo y juntaba teléfono + jugo de tomate + lavaplatos panameño, tres cosas igualmente desagradables si te fijas un poco.

—Duele proclamarlo, pero qué secatura — dijo Lonstein buscando un libro entre las últimas hecatombes bibliotecofágicas de Manuel—. Vos tenés razón, eso es la mini-agitación, la infrabatracomiomaquia.

—Déjalo seguir —dijo Andrés—, después le decimos lo que pensamos, che.

—La cosa empezó casi en seguida, un cliente del barrio pidió cigarrillos y un vermú en el mostrador, parece que de cuando en cuando almorzaba en el bistro y era amigo del patrón. Vos pensa en ese momento en que abre el atado de Gauloises y se encuentra con que todos están desparejos, saca uno porque estos tipos no se convencen así nomás de que el orden estatuido se ha venido abajo, y le sale un pucho hediondo. El patrón viene corriendo, Roland se interesa muchísimo en el extraño caso del cliente, sacan otro faso y después otro, y todos son puchos más o menos consumidos. Te voy a decir que al principio no era tanto eso lo que los dejaba estupefactos, sino que el atado tenía un aire impoluto y reciencito salido de la fábrica, como que Monique y Susana tienen una técnica que para qué te cuento, y dicho sea de paso vayan dejando los puchos en ese cenicero que en estos días las chicas van a preparar otra tanda.

—Me enredaron —le confió Ludmilla a Andrés.

—Grotesco —dijo Lonstein—, pero con una cierta hermosura indefimúltiple. Retiro lo de secatura aunque no la sensación de ineticundia.

—Y están en eso cuando se oye una especie de bramido en el mostrador y es una vieja que acababa de comprar fofos y quiere encender el cigarrillo para amenizar esa porquería que toman aquí y que es una mezcla de cerveza y limonada. Recurrencia monótona, como diría éste, pero muy eficaz porque al quinto fofo quemado la vieja suelta un rugido y da vuelta la caja sobre el mostrador y de los cincuenta hay solamente tres que sirven, de manera que la pobre senecta toma por testigo a la creación entera y arma un boche que para qué, y el patrón que no sabe con qué mano agarrarse la cabeza. Gómez que se asoma a ver qué pasa con un aire estudiadamente idiota, Roland echando fuego al aceite y hablando de que en este país todo va como el culo, salen a relucir la guerra del catorce, las colonias, los judíos, la poliomielitis y los hippies. Telefonazo al distribuidor de fasos y cerillas, segunda etapa de la bronca, desde la cabina se oye la voz del patrón que reíte de Chaliapin. Ahora que el éxito de la cosa estaba en que se dieran por lo menos tres casos análogos para que pasaran al plano periodístico, sin lo cual no tendrían realidad como ya lo explicó MacLuhan

—Eso soy yo que lo afirma —dijo Lonstein ofendido.

y por suerte contábamos con otros infiltrados en sendos boliches de Belleville y del Parc Monceau, moraleja una noticia en France-Soir que ha dejado a todo el mundo preguntándose qué pasa si ahora los cigarrillos, esa cosa perfecta que asegura que se está despierto, normal y con un gobierno que controla las riendas del carro del estado, pero entonces quiere decir que algo no anda y ya no es cosa de soltar así nomás un franco cincuenta y salir confiadamente con un paquete de fasos en el bolsillo y al llegar a tu modesto hogar te lo encentras lleno de babosas o de fideos con tuco.

—Hablando de fideos y sobre todo de babosas —dijo Lonstein—, quedan todos invihospitados a mi casa para venir a ver crecer el hongo.

—Siempre será mejor que esos infantilismos —dije yo que me caía de sueño—. Mira, uno de estos días alguien se va a cansar de ustedes en la policía y ya vas a ver qué barrida general hasta las fronteras, la de postales que voy a recibir desde Bélgica y Andorra.

—Parecería que haces un esfuerzo especial para no entender —dijo Susana, pasándome un mate más bien lavado.

—No hace ningún esfuerzo —dijo Ludmilla—, siempre le sale así.

Marcos nos miraba como de lejos, pero Susana y Patricio me buscaban pelea, y fue una de para qué vivís si no sos más que indiferencia/parece un verso de bolero/por lo menos Ludmilla nos va a ayudar a hacer más cajas de fofos/oh sí oh sí/y ahí tenés a Fernando que acaba de llegar y ya comprende mejor que vos lo que está pasando en Francia/bueno, todavía me cuesta un poco/creo haberlos invihospitados, pero ustedes logobifurcan para otro lado/explica eso del hongo/imposible, el hongo prolifera del lado de acá de la exégesis/cambiale la yerba/ya no hay más/y así se fue entendiendo que eran las tres y veinte y que algunos trabajaban por la mañana, pero antes Patricio sacó un recorte y se lo pasó a Marcos que pasó a Lonstein que pasó a Susana.

Traducile a Fernando, mandó Patricio, y en el Uruguay un comando de extrema izquierda se apodera de documentos en la embajada de Suiza. La embajada de Suiza en Montevideo fue atacada el viernes por cuatro guerrilleros pertenecientes al Frente Armado Revolucionario Oriental (FARO), ala extremista de la organización de extrema izquierda Tupamaros. El periodista puso tantos extremos que no te deja ver el medio. Los cuatro asaltantes llegaron a la embajada en un camión robado. Después de tener con las manos en alto al embajadory a los funcionarios presentes, porque eso de «tener en respeto» debe querer decir arriba las manos, se marcharon llevándose documentos, dos máquinas de escribir y una de fotocopias. Se trata del primer ataque de este tipo cometido contra una embajada extranjera en Montevideo, donde en los últimos meses se han llevado a cabo numerosos ataques a bancos y cuarteles, A.F.P., A.P. y Reuter.

La yerba cambiasela vos, yo no puedo estar en todo. —Tupamaros viejos y peludos —dijo Patricio. A todo eso Lonstein le estaba mostrando una especie de proyecto de poema a Fernando que esa noche la ligaba por todos lados, mientras yo me divertía en preguntarles una vez más a Marcos pero sobre todo a Patrisusana cuál era el sentido de esas travesuras más o menos arriesgadas a que se dedicaban con una banda de franceses y latinoamericanos, sobre todo después de la lectura del telegrama uruguayo que las disminuía cada vez más, sin hablar de tantos otros telegramas que llevaba leídos esa tarde y en los que como de costumbre había una alta cuota de torturados, muertos y prisioneros en varios de nuestros países, y Marcos me miraba sin decirme nada, como gozándome el muy jodido mientras Susana se me venía con un tenedor en cada mano porque a su manera lo de los alaridos en los cines había sido tan riesgoso como sacarle dos máquinas de escribir al embajador de Suiza, y Patricio parecía buscar un permiso o algo así de Marcos (los muchachos debían estar jerárquicamente bien organizados aunque en las formas exteriores no se notara, por suerte) para soltarme un iguazú de lo que Lonstein hubiera llamado argudenuestos, y al final cuando Ludmilla se me quedó dormida en la alfombra y yo comprendí que en realidad había que irse, el poema o lo que fuera había empezado a circular y no hubo manera, aparte de que Patricio, un poco sorprendido por el contenido que no se esperaba, se lo pasó a Susana mandándole que lo leyera en voz alta. Razón por la cual antes de irnos tuvimos el privilegio lonsteiniano de los

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