CAPITULO X

Ya ante la presencia de Sárver, un hombre de edad no muy avanzada, éste no pudo reprimir su alegría al ver ante sí a aquel joven oficial.

—A mis brazos, Tehedo... ¡Nosotros que habíamos creído en tu muerte...!

Se abrazaron y luego Sárver, le apremió:

—Cuenta, cuenta... ¿Cómo has logrado escapar a la muerte?

—Antes, permíteme presentarte al capitán Walter River, astronauta del planeta Tierra.

El aludido hizo una inclinación de cabeza, a la que correspondió Sárver.

—¿Y cómo está contigo?

—Era prisionero de Shálin.

La expresión de Sárver se endureció a la mención de aquel nombre, para luego manifestar:

—Ha causado y nos sigue causando muchos problemas. Es el desprestigio de nuestro planeta. La envidia es mala consejera que induce hasta a la traición. No quiso someterse a nuestros principios de paz y orden, para terminar siendo un proscrito.

Walter creyó en las palabras de aquel hombre, que destilaban nobleza.

Nada más verle, tuvo esa impresión, impresión que se extendía a aquel oficial que le libertó.

Sárver, se dirigió de nuevo a Tehedo:

—Y dime. ¿Cómo has logrado escapar con vida?

—Iniciamos la operación que nos encomendaste con éxito, y ya estábamos próximos a alcanzarlo en su totalidad, cuando el alto oficial Selo nos traicionó.

—Solamente tenía que ser él; de la misma calaña de Shálin.

—Aniquilaron la unidad. El mismo Selo pagó con su vida la traición y a mí me recogieron mal herido.

—¿Y qué pasó luego?

—Shálin supo de mi condición de oficial. Sabes que no cuenta con personal adecuado para aleccionar a sus huestes rebeldes, e inició conmigo una campaña de captación.

Walter le dirigió una mirada no exenta de desconfianza, aunque se hizo el propósito de no formar un juicio definitivo hasta haber escuchado todo su relato.

Tehedo prosiguió:

—No viendo otra posibilidad de evasión, le dejé entrever que sus palabras hacían mella en mí y a partir de entonces, redobló sus esfuerzos, otorgándome cierta libertad, aunque positivamente sabía que era vigilado.

—Imagino que no sabía quiénes son tus padres.

—Por fortuna, creo que no. Lo cierto es que fue depositando su confianza en mí, nombrándome instructor de su gente, bajo el control, naturalmente, de alguno de sus esbirros.

—¿Y cómo ibas en esa nave?

—Como te he dicho anteriormente, carece de personal especializado y me incluyó en la misión de reconocimiento, bajo la vigilancia del comandante.

—¿Cómo se desarrolló la acción?

—A raíz de la incursión subterránea que efectuasteis con los fundidores de roca que, por cierto, destruisteis todas las naves apresadas menos una, la del capitán River. Como decía, a partir de entonces, sospechó que estabais tramando una operación de más envergadura. Sea por intuición o servicio de espionaje, nos mandó inspeccionar los tres puntos clave.

—Sabíamos de la existencia de la nave terrícola, pero fuimos atacados y nos pudimos dar con ella.

—De eso, Sárver, creo que te puede informar mejor el capitán River.

—¿Por qué? —preguntó, extrañado, Sárver.

Fue Walter quien se anticipó a la contestación que pudiera darle el oficial Tehedo:

—Porque fuimos mis hombres y yo quienes nos defendimos.

—¿Tú atacaste a mi gente?

—He dicho que nos defendimos. Prueba de ello es que no actuamos desde el primer momento que iniciaron la destrucción, sino hasta que le tocó el turno a la nave que ocupábamos.

—Es cierto. Fui informado de esa particularidad. Menos mal que no causaste ninguna baja.

—Nuestra intención sólo era hacerles retirarse para mantenernos con vida.

—¿Y cómo estabais allí?

Entonces Walter, en pocas palabras, satisfizo su curiosidad.

Tehedo corroboró:

—Lo que te ha relatado el capitán, te viene a confirmar lo que te he dicho, que carece de personal especializado y tuvo que recurrir a ellos.

—Sí, estoy convencido de ello. Y he de felicitarte, capitán, puesto que, con tu acción, demostraste ser muy buen estratega. Me congratulo de que no hubieran fatales consecuencias por ambas partes.

—Gracias por sus elogios, e igualmente celebro que no se sufriera algún daño irreparable.

—Y ahora prosigue tú, Tehedo. Desde donde te has quedado.

—De acuerdo. En el primer punto, todo fue bien. El camuflaje foto-eléctrico-mimético funcionó a la perfección. Lo mismo hubiera sucedido con el segundo, a no ser por la impaciencia o el miedo de algún servidor de las defensas que, al accionarlas, se delataron. Una verdadera lástima, puesto que el comandante ya había desistido de la inspección.

—¡Ya...! Eso lo explica todo.

—Fue terrible, Sárver, el tener que presenciar la matanza, y no poder hacer nada por ellos. El único que salió en su defensa fue el capitán River, que recriminó al comandante sus procedimientos. Esto le valió al capitán su sentencia de muerte y yo tenía que ser su ejecutor.

A Walter le corrió un escalofrío por la espina dorsal. No sabía al peligro a que estuvo expuesta

—Traté de disuadir al comandante, sin resultado alguno, puesto que en él únicamente dominaban los instintos sanguinarios. Menos mal que la voz del observador, al comunicar que estábamos sobre el tercer punto, le hizo aplazar la ejecución.

—¿Y cómo no se dio cuenta ese comandante, de que se metía de lleno en una trampa?

—Inexperiencia y mucha soberbia. Claro que yo me hubiera cuidado mucho de descubrirle al peligro a que se exponía. Únicamente deseaba que no fuéramos destruidos por nuestro propio bando y que no se repitiera alguna imprudencia.

Sárver comentó:

—Desde que aparecisteis sobre el primer punto, nos pasaron el aviso. No pudimos llegar a tiempo al segundo, comprobando el desastre. Desde entonces la nave de Shálin estaba controlada y dada la orden de apresarla por encima de todo.

—De haberlo sabido, me hubiera evitado sufrimientos.

—Lo comprendo. Prosigue.

—El comandante, absorto en la observación, no se dio cuenta de nada hasta que le invitaron a la rendición por radio. Entonces, el pavor se apoderó de él, quiso huir y...

Fue relatando las incidencias hasta que tomaron tierra.

Con todo lo que estuvo escuchando, a Walter se le descifraron todos los enigmas y comprendió a la perfección, por qué aquel camuflaje desapareció en un abrir y cerrar de ojos, así como la seguridad de que aquellos seres eran enemigos de Shálin y representantes del orden y la justicia.

Sárver, luego de un breve silencio, manifestó:

—Pues sí, Shálin está en lo cierto. Preparamos el golpe final en una operación conjunta, con las fundidoras de roca y ataque masivo por el espacio. Esta vez será su definitiva destrucción y la de quienes le han seguido.

Walter, inmediatamente, pensó en sus hombres, en Tahala, en aquellos prisioneros desesperados y quizá en otros que no compartieran las ideas de Shálin.

No consideraba justo el exponerles a un peligro inminente, por lo que preguntó Walter:

—El llevar a efecto esa operación conjunta, ¿se realizará inmediatamente?

Sárver y Tehedo se miraron entre sí, y fue el primero quien respondió:

—¡Oh, no, capitán! Eso requiere su tiempo. Las fundidoras de roca son máquinas que no avanzan con la misma rapidez que se surca el espacio.

—Otra pregunta. ¿Cómo efectuarán el ataque?

—Simultáneamente por cuatro galerías, que se perforarán, y por el espacio. La destrucción será masiva,

—Concretamente, esto último es lo que quería saber.

—¿Por qué razón?

—Por razones de mucho peso.

—¿Nos las puedes decir?

—Naturalmente. Mis hombres están en poder de Shálin, en sus dominios, y no puedo dejarlos abandonados a una suerte incierta, al igual que nuestra astronave «Celes». Por otra parte, no sé si sabréis que retiene muchos prisioneros, quienes serán también víctimas inocentes.

—¿Y qué solución ves al caso, capitán?

—Volver a los dominios de Shálin con la nave que habéis apresado.

Los dos hombres se quedaron asombrados ante lo que terminaba de manifestar Walter.

—Pero..., pero eso es un suicidio, capitán.

—No lo considero de este modo, Sárver.

—Sí, es una temeridad, capitán River.

—De ninguna de las maneras, Tehedo.

—¿Podrás explicarnos tus planes?

—Mi intención es la de acelerar los acontecimientos y evitar, con ello, derramamientos inútiles de sangre.

—Pero, ¿cómo?

—Volviendo allí para rescatar a mi gente, a los mismos prisioneros y capturar a Shálin.

Le miraron de una forma rara, que Walter captó al instante.

—No me miréis como si estuviera loco. Es una empresa difícil, pero realizable.

—Perdona, capitán. Aun en el supuesto de que vayas, ¿cómo saldrás de allí, estando sometidos los sistemas de control con un mecanismo desconocido?

—No tan desconocido, Tehedo. El mecanismo está sometido a una determinada frecuencia.

—¿Cómo lo sabes?

—No he dejado de fijarme en todo, desde que puse los pies en la nave de Shálin.

—Bien, supongamos que estás en lo cierto. ¿Cómo averiguas la frecuencia?

—Para ello tengo la esperanza, casi la seguridad, de conseguirlo por mediación de una joven.

—¿De una joven...?

—Sí, eso he dicho.

—¿Y luego?

—Con la colaboración tuya, la de mis hombres, los que logre reclutar y los prisioneros, haremos lo demás.

—¿Y cómo nos presentamos ante Shálin?

—He pensado en ello. ¿Sería posible, puesto que los conoces mejor, inclinar hacia tu causa a los ocho hombres que iban con nosotros?

Tehedo quedó un momento pensativo, para luego contestar a la pregunta de Walter:

—Es posible, pero no me merece una garantía plena.

—En ese caso, no nos queda otro remedio más que simular una evasión, en la que ellos queden convencidos de su autenticidad y de este modo eliminar una posible traición.

—Pero se da la circunstancia de que yo les conminé a que se rindieran y si no hacían nada, respondía de sus vidas.

—Pues ya tienes un excelente punto de partida. Les dices que no están dispuestos a respetar sus vidas, y tú, fiel a la promesa que les hiciste, con mi cooperación, hemos decidido volver con Shálin.

—Y lo del comandante, ¿cómo lo arreglamos?

—Según has dicho, la puerta estaba cerrada y únicamente estabais los dos en la cabina de mando. ¿No es eso?

—Sí.

—Pues se puede explicar que fue abatido por el «enemigo», antes de hacernos prisioneros.

Sárver quedó maravillado de la audacia de Walter River.

El capitán tomó de nuevo la palabra:

—Yo creo que éste será el medio más eficaz, puesto que adelantaremos un tiempo precioso y evitaremos inútiles sacrificios humanos.

—Creo que es muy acertada la proposición del capitán River. ¿Estás dispuesto a secundarle, Tehedo?

—Sí, Sárver.

—Muy bien. Daré las órdenes oportunas para que os dejen marchar, si bien simularemos que nos oponemos para revestir la fuga de cierta realidad para no suscitar sospechas entre la tripulación.

Walter se mostró muy satisfecho por aquella sugerencia y así lo manifestó:

—Muy bien pensado, Sárver. Todas las precauciones que se adopten serán pocas.

—Pues vamos a poner en práctica el plan que has expuesto, capitán. Mientras tanto, nuestro proyecto seguirá su marcha, por si vosotros fracasáis en la empresa.

—Tendremos que poner los cinco sentidos en ella, puesto que será cuestión de vida o muerte, y no hay que decir cuál es la elección preferente.

—Dices bien, capitán. Que la suerte os acompañe.

Luego, dirigiéndose a Tehedo, le comunicó:

—Dispones de tiempo para ir a visitar a tus padres. Les saludas en mi nombre.

—Gracias, Sárver.

—Mientras, el capitán se quedará conmigo, e iremos perfilando el plan de «fuga». ¿Te parece bien, capitán River?

—Encantado, Sárver.

Y sin más, Tehedo se despidió de ambos, con la promesa de regresar cuanto antes.

 

 

 

CAPITULO XI

El padre de Tehedo era un alto dignatario del planeta Chenemod. De ahí que el oficial fuera tan conocido, tanto por el prestigio de su padre, como por la bondad de su madre, aparte de que él mismo era admirado por sus propios méritos.

Como es natural, se llevaron una gran alegría, desarrollándose escenas conmovedoras. Cuando se calmaron, les relató toda su odisea.

Tehedo, fiel a su promesa, acortó el momento de despedirse de sus padres para emprender aquella incierta empresa.

Les resultó penoso separarse de nuevo de aquel hijo que ya daban por perdido para siempre, pero comprendieron que el deber se anteponía a los sentimientos.

Durante su ausencia, Sárver concedió toda clase de facilidades al capitán River para el mejor éxito de aquella misión.

Lo primero que dispuso Walter fue indicar a los que custodiaban a la tripulación de Shálin que, sin extralimitarse, los trataran duramente, e incluso les amenazaran con darles muerte.

De este modo, la psicosis del miedo se establecería entre los tripulantes y esto facilitaría la labor de Tehedo, cuando fuera a hablar con ellos.

En efecto, fue una medida muy acertada de Walter, puesto que, cuando se presentó Tehedo en el pabellón, vigilado por varios centinelas, la alarma cundía entre ellos.

—Oficial, dijiste que respondías de nuestras vidas.

—Sí, eso dije.

—Es que nos tratan de mala manera, incluso dicen que nos van a matar...

—Al principio nos atendieron muy bien, pero ahora...

De esta forma, cada uno fue exponiéndole sus temores y cuando terminaron, sólo les faltaron las palabras del oficial para que la alarma se acentuara.

—Siento lo que está ocurriendo. No quería decirlo, pero la situación se está poniendo muy fea.

—¿Y qué puede pasar?

—Que nos juzguen a todos por rebeldía, incluyendo al capitán terrícola. Y la sentencia... ya la podéis imaginar.

El pavor se plasmó en los rostros de aquellos hombres, por lo que Tehedo prosiguió para sacar mayor efecto del momento:

—Yo voy a tratar de que nos den seguridad en nuestras vidas, pero dudo de que pueda alcanzar algo, puesto que ya he tenido varios altercados y a duras penas he conseguido autorización para visitaros y advertiros de la situación.

—Pero tú nos dijiste...

—Sí, y sigo manteniendo mi palabra; estoy haciendo los posibles para salvar vuestras vidas y las nuestras.

Hizo una pausa para que fueran asimilando mejor sus palabras, y luego continuó:

—El capitán terrícola y yo hemos proyectado un plan de fuga, en caso de no conseguir nada en limpio.

¿Quieres decir que volveremos todos con Shálin?

—Así será, de salimos bien las cosas. Sé que, de un momento a otro, todas las naves que hay en el astródromo tienen que salir para efectuar una misión. Pues bien, de no alcanzar algo concreto, entonces será cuando aprovecharemos para fugarnos, sin temor a que nos intercepten el camino.

A una señal convenida entre el oficial y un centinela, éste último advirtió:

—¡Eh, oficial! Basta ya de charla con esos perros. Tu tiempo ha terminado.

Tehedo esbozó un gesto de contrariedad y, precipitadamente, les advirtió:

—Estad todos alerta para cuando vengamos. ¿Entendido?

Aquellos hombres, más blancos que la cal, asintieron al unísono.

El oficial, componiendo una expresión de pena, dejó caer:

—Lo que más siento es que nuestro comandante no nos podrá acompañar, por haber caído frente al enemigo, cuando fuimos atacados en la cabina de mando.

Luego, Tehedo abandonó aquel pabellón para reunirse con Sárver y Walter River.

—¿Cómo ha reaccionado la tripulación?

—Están con un pánico que no viven, capitán. La trama está en marcha y por buen camino.

—Siento hacerles pasar por ello, pero están en juego muchas vidas.

Sárver le miró y complacido, le dijo:

—Tus palabras ponen de manifiesto tu buen corazón, capitán.

—Lamento tener que jugar con los sentimientos de los demás.

—Pero los fines que persigues justifican el juego.

—Eso es lo que me consuela, Sárver.

Después de estas palabras, se dedicaron a ultimar detalles.

De acuerdo con lo planeado, al oscurecer, salieron al espacio las naves que ocupaban el astródomo.

Pasado un buen rato, dos hombres caminaban furtivamente por la oscuridad, evitando encuentros. Eran Walter y Tehedo.

Combinaron que el relevo de la guardia durara más de lo conveniente, y se descuidara la vigilancia en uno de los accesos al pabellón.

Por ese acceso, cautelosamente, hicieron su aparición los dos hombres, quienes, llevando el dedo perpendicular ante los labios, indicaban que guardaran absoluto silencio. Luego, el capitán hizo una seña a la tripulación para que les siguieran.

Salieron todos del pabellón. Los ocho hombres tenían el corazón encogido, deseando fervientemente que todo saliera bien.

Comprendieron que la visita del capitán y del oficial era debido a que no se había conseguido nada y, por lo tanto, peligraban sus vidas.

Ya sólo les quedaba un corto trecho para alcanzar la nave, cuando se originó un gran revuelo, que procedía del pabellón donde había sido confinada la tripulación.

Acto seguido, sonó la alarma, unos reflectores se encendieron, y sus haces recorrían la explanada.

Los hombres de la tripulación quedaron paralizados de pánico.

Sonaron unas cuantas descargas, y Walter les tuvo que gritar, incluso zarandear al que tenía más próximo:

—¡Vamos, corred hacia la nave! Si nos quedamos aquí, nuestras probabilidades serán nulas.

Los hombres volaron más bien que corrieron, en tanto las descargas se producían con más profusión.

En tropel, ascendieron por la rampa de acceso, siguiendo al oficial Tehedo y en último lugar lo hizo el capitán River.

Ya todos a bordo, éste ordenó que retiraran la rampa en tanto el oficial accionó los cohetes ascendentes.

A través de las escotillas todavía alcanzaron a ver cómo se aproximaban unos cuantos hombres armados y que disparaban frenéticamente sus armas personales, y varios vehículos blindados, a gran velocidad, dirigiéndose al lugar que ocupaba la nave momentos antes.

Pero, naturalmente, llegaron tarde.

La tensión en aquellos hombres no había concluido.

Sólo levantar el vuelo, comenzaron a entrar en acción las defensas del astródromo, cuyas explosiones repercutían en la nave, y temieron que, de un momento a otro, les alcanzaran.

Fueron adquiriendo altura, y las explosiones se espaciaban hasta que dejaron de oírse.

Sólo entonces la tripulación reaccionó, y estalló en gritos de alegría, vitoreando al capitán y al oficial.

Estos intercambiaron una mirada, riéndose del pavor que habían pasado aquellos hombres, y congratulándose de que la comedia resultara perfecta.

El capitán había tomado el mando de la nave, auxiliado por el oficial Tehedo.

Walter comunicó a la tripulación:

—Y ahora, con toda tranquilidad, a reunimos con Shálin.

Los vítores se repitieron, y aquellos hombres admiraron sinceramente al capitán terrícola y al oficial.

Para ellos representaba volver a la libertad, a su ambiente; mas para aquellos dos hombres era meterse de lleno en un riesgo en el que desconocían por completo qué final iba a tener y cómo saldrían de aquella empresa audaz que había propuesto Walter, arrastrando en ella al oficial Tehedo.

* * *

Estando ya en los dominios de Shálin, Walter consideró conveniente ponerse en comunicación con éste.

Su mente no paraba. Tenía cierta esperanza con Tahala, pero esto no le bastaba; quería basarse en algo sólido, alcanzar la seguridad plena en saber el sistema empleado para salir y entrar en aquel vasto recinto.

Por eso urdió establecer comunicación y, si le salía bien su estratagema, ya tendría mucho adelantado.

—Astronave a Shálin, astronave a Shálin...

Permaneció a la escucha y, a poco, contestaron:

—Identificación.

—Capitán Walter River.

—¿Cómo no llama el comandante?

—El comandante ha sucumbido en acto de servicio.

—¿Cómo habéis tardado tanto?

—Fuimos capturados. Informaremos.

—¿Qué nave tripuláis?

—La tuya.

Un silencio, para luego preguntar:

—¿Me puedes decir las siglas?

Walter las sabía de memoria, pero simuló que las ignoraba, puesto que en ello cifraba su remota esperanza en lo que había tramado.

Le contestó:

—Pues..., no sé... La verdad es que no lo recuerdo...

Otro silencio, para luego oírse de nuevo la voz de Shálin:

—¿Dónde estáis situados?

—En zona de entrada, si no he calculado mal.

—Pues ahora sabré si me dices la verdad; de lo contrario, os destruiré, aunque con ello tenga que perder una nave que tanta falta me hace.

Era evidente que la desconfianza había hecho mella en él, y a Walter se le aceleró el pulso de contento, por considerar que esa desconfianza sería su mejor aliada para los fines que perseguía.

En tanto, Tehedo no salía de su asombro ante el comportamiento del capitán River, y estuvo a punto de intervenir, mas Walter le indicó que se callara.

—Estoy a la escucha, Shálin.

—Sigue mis instrucciones y, caso de fallar, firmas tu sentencia, de los que llevas a bordo y la de tu tripulación.

—No veo la razón de desconfiar...

—Limítate a lo que te he dicho.

—De acuerdo.

—Acciona el selector rojo que está a tu derecha. Colócalo en posición gama.

Dándole un codazo a Tehedo para que prestara toda su atención, preguntó:

—¿En qué posición?

—He dicho gama.

—De acuerdo. Ya está.

—Ahora, desciende verticalmente, con suavidad.

Encima del selector había un registro de frecuencias, y Walter se lo señaló a Tehedo.

Este, entonces, cayó en la cuenta de la maniobra del capitán, y quedó admirado de su inteligencia y astucia.

Ambos fijaron la numeración.

Walter comunicó:

—Así lo estoy haciendo.

Comprobaron que, a medida que iban bajando, aquellos inmensos gajos se iban abriendo, dejando el espacio suficiente para albergar la mole de la astronave.

La voz de Shálin se oyó de nuevo:

—La primera prueba ha salido bien. Veamos la segunda.

—Como gustes.

Manifestó Walter, casi divertido al comprobar lo incauto que era aquel ser.

—Pon a cero el selector rojo. A tu izquierda hay otro selector de las mismas características, pero en color verde. Acciónalo en posición épsilon.

Hizo lo que le indicó, y en otro registro de frecuencias, quedó determinada la numeración correspondiente, y que Tehedo también trató de prefijar.

Inmediatamente, los gajos se fueron cerrando y notaron que algo se ponía en contacto con la base de la nave.

Las instrucciones siguieron:

—En cuanto se cierre por completo el obturador de salida, para los motores, enciende los focos para comprobar la situación correcta de la nave sobre los puntos señalados en la plataforma. Si está bien, apaga y enciende dos veces consecutivas los focos, y llegaréis a la sala de recepción. Caso de no estar en posición adecuada, haces la corrección, valiéndote de los cohetes laterales. ¿Entendido o repito?

—Comprendido.

—Pues adelante.

Siguió al pie de la letra cuanto se le había indicado y, siendo la situación de la nave la adecuada, comenzaron a descender.

En la sala de recepción estaba Shálin, con varios de sus hombres armados. La desconfianza era el factor dominante en él.

A Walter le extrañó un poco que no se hallara allí ninguno de sus hombres.

Descendieron de la nave. Los tripulantes estaban gozosos, y Shálin se aproximó a Walter y Tehedo, manifestando:

—En principio, os felicito. Luego de vuestros informes, veré si lo confirmo o tendré que lamentarlo, y sufriréis las consecuencias.

 

 

 

CAPITULO XII

No les concedió ni un momento de asueto. Shálin se los llevó con él para que le informaran.

Walter River preguntó:

—¿Y mi tripulación?

—Está bien.

La contestación escueta de Shálin le llamó la atención y, sospechando que sucedía algo raro, manifestó:

—Quisiera verles un momento.

—Ahora, no puedes.

—¿Por qué?

Shálin le miró, furioso, y le contestó:

—Están con los prisioneros de la otra parte del río, por oponerse a mis órdenes y no dejar entrar en tu nave a mis hombres.

Walter y Tehedo se miraron. Aquello iba a ser un trastorno para sus planes.

El capitán decidió jugárselo todo a una sola carta, por lo que, muy digno, expuso:

—Mis hombres no han hecho más que cumplir lo que les dije. Con tu torpeza, habrás atrasado los trabajos y, siendo yo el único responsable, te ruego que me lleves con ellos.

—Ya irás, ya irás... Pero, antes, me has de informar.

—Me niego de plano, mientras mi tripulación esté apresada.

—Luego de tus informes, serán libertados.

—Lo siento, tiene que ser ahora mismo. Yo he cumplido mi parte, con ayuda del oficial, de sacar a tus hombres de un apuro, y devolvértelos junto con la nave. Ahora, cumple la tuya, en justa correspondencia a la mía.

Shálin comprendió que serían inútiles las promesas, debido a la firmeza del capitán. Consideró que, de todos modos, les podía encerrar de nuevo cuando quisiera y, por el momento, lo que más le importaba era Cuanto pudiera decirle Walter, ya que el oficial no le merecía confianza, habiendo militado en el bando contrario.

—Está bien. Voy a dar la orden.

—No me basta que des la orden. Tengo que verles.

—Los verás.

Shálin cursó la orden y, en una enorme pantalla, pudieron ver el capitán y Tehedo, cómo los guardianes se dirigían hacia la galería que lindaba con la sima del río subterráneo.

Walter miraba a la pantalla, pero no perdía ni un solo movimiento de Shálin, y comprobó que presionaba un determinado pulsador.

Los guardias se introdujeron en aquel nefasto pasillo, erizado de lanzas ocultas que se entrecruzaban. Naturalmente, éstas no salieron disparadas, por lo que dedujo que aquel pulsador bloqueaba el demoníaco sistema.

El que mandaba la guardia, al llegar a medio pasillo, accionó una palanca y el puente levadizo fue descendiendo hasta establecer contacto con la orilla opuesta.

Allí había un espacio en semicírculo, completamente enrejado, y en el centro, una puerta.

Tras las rejas se agolparon rostros demacrados, con vestimentas deterioradas, tanto en las mujeres como en los hombres. Se les veía vociferar, amenazar, sin saber lo que decían, puesto que no había sonido.

Abrieron la puerta y, uno a uno, fueron apareciendo sus hombres, librando los guardianes una verdadera batalla con los demás prisioneros, que pretendían salir, a los que trataban sin consideración alguna y sin distinción de sexo.

Los guardias, con su tripulación, hicieron el recorrido a la inversa y, tras un espacio muerto, la pantalla se iluminó de nuevo.

Su tripulación ocupaba el alojamiento que les destinaron desde el principio. Mostraban el rostro un tanto deprimido, seguramente impresionados por aquel confinamiento.

Shálin se dirigió a Walter:

—Puedes hablarles, y te podrán ver.

El aludido reprimió su emoción y dijo:

—Muchachos, compruebo que no os ha ido muy bien, durante mi ausencia.

La expresión de sus hombres fue todo un poema. De la depresión, fueron pasando a la incredulidad, a la emoción y a una alegría desbordante. Todos hablaban a la vez, y no se les entendía.

Walter cortó aquella algarabía:

—Bueno, basta ya. Ahora sabéis que he vuelto. Más tarde, me reuniré con vosotros.

—Le esperamos, capitán. ¿Tardará mucho?

—En cuanto haya informado del resultado de la misión, Jerry. Un abrazo a todos, y hasta luego.

Shálin desconectó el circuito y preguntó:

—¿Satisfecho, capitán?

—De acuerdo. Podemos empezar.

Walter River le fue relatando cuanto había ocurrido, ciñéndose a la verdad hasta que llegó al plan de fuga, que, como es natural, silenció.

Tampoco le ocultó:

—La verdad es que estabas en lo cierto. Los «enemigos» preparan un golpe de gran envergadura.

—Ya me lo temía. Pero ahora sabrán quién es Shálin. Con la ayuda de tu nave, capitán, los destruiremos, y serás recompensado por tus servicios. Oficial, tú ocuparás el puesto del comandante caído, y te concedo la misma graduación.

La euforia se había apoderado de Shálin, quien preguntó:

—Capitán. ¿Cuándo podremos contar con tu nave?

—Con este atraso, ignoro cómo van los trabajos.

—Bien, preocúpate de que estén terminados cuanto antes. Mientras tanto, el nuevo comandante y tú estaréis en continuo contacto para planear la acción. Yo decidiré el momento. Y ahora, os podéis retirar.

Así lo hicieron y, ya fuera de la presencia de Shálin, intercambiaron una mirada de satisfacción por el resultado de sus planes. Por el momento, Shálin había tragado el anzuelo.

Antes de despedirse, quedaron de acuerdo en reunirse, y Walter le manifestó:

—Mis felicitaciones por el ascenso, comandante.

A lo que Tehedo repuso:

—Mi felicitación por el resultado de la misión.

—Eso nos corresponde a partes iguales, comandante.

No dijeron más, por si eran escuchados, pero ambos sabían a qué se referían.

* * *

El encuentro con sus hombres fue motivo de gran alegría, pasado el cual, Walter preguntó:

—¿Cómo va la puesta a punto de la «Celes»?

—Capitán, siento el retraso que se ha originado, pero yo sólo me limité a cumplir sus órdenes.

—Eso ya lo he aclarado con Shálin, Jerry. Ahora, a trabajar a marchas forzadas. Vamos a entrar en acción para desentumecer vuestros músculos, gandules.

Todos sabían que allí en el alojamiento no podían hablar libremente, por lo que se fueron a la «Celes» y, luego de comprobar que no existía micrófono oculto, se explayaron a su gusto.

—Allí viven como animales, capitán. Fuimos bien acogidos.

—En eso tiene razón Jerry. Hasta me parece que ha hallado un amor extraplanetario, que ha eclipsado a su Lucy...

—Mira que eres chivato, Charles... Pues todos vosotros podéis hablar, que con las miradas lánguidas que dirigíais a vuestras respectivas, se respiraba una pegajosidad que daba asco.

—Ahí te pica, el que los demás tengan sus particulares éxitos entre las féminas.

—¡Cállate ya, Paul! ¡Anda y ve a remendar la vestimenta de tu piojosa astral.

—¿Piojosa, dices...? Le da cien vueltas a tu ex Lucy.

—Eso lo hará su planeta.

Tony permanecía callado, lo que llamó la atención a Walter.

—Y tú, Tony. ¿No tienes novedad que contarme?

Fue Jerry quien aclaró:

—Ha tenido su primer amor frustrado. Rechazado por bebé.

—Un día te voy a romper las narices, Jerry.

—Para ello, antes tendrás que quitarte los mocos, Tony.

Cuando cesaron las bromas, Walter les puso al corriente de cuanto había sucedido, de lo que había descubierto y del plan que había urdido con Tehedo para apresar a Shálin y fugarse.

Quedaron gratamente sorprendidos.

—Así que a ultimar las cosas. Yo me voy a hacer una visita.

* * *

No tuvo que esperar mucho tiempo en el alojamiento de Tahala.

Esta apareció con su belleza más radiante que nunca, y el corazón del capitán comenzó a latir desenfrenadamente.

Tahala mostró una de sus encantadoras sonrisas, a tiempo que decía:

—¡Vaya...! Por fin el capitán terrícola se ha dignado hacerme una visita...

Walter no supo si interpretar aquellas palabras como una ironía o más bien un reproche.

No quiso analizar, únicamente se dejó llevar por lo que le dictaba el corazón y fue aproximarse a ella y abrazarla con frenesí, satisfacer la sed que sentía de aquellos labios enloquecedores, tenerla junto a él...

La sorpresa que se llevó el capitán fue mayúscula, debido a que la magnífica joven correspondía plenamente a sus caricias.

Casi gritó:

—¡Tahala, querida mía...! ¿Es verdad lo que estoy comprobando...?

La muchacha se ruborizó un poco, y escondió su bello rostro en el pecho de Walter para contestar, susurrante:

—Es verdad...

—Pero, Tahala... ¿Cómo ha sido esto?

—No sé si se ha despertado en mí eso que dijiste se llama amor. De lo que estoy segura es lo que he sufrido mucho hasta conocer tu regreso y, al mismo tiempo, pena de que hayas vuelto.

—Existe una tremenda contradicción en tus palabras, querida.

—No lo creas. Por una parte, soy una ex prisionera y por otra, tú colaboras con Shálin.

Pero, ¿qué dices, criatura? ¿Acaso tú no haces igual con quien manda aquí?

Walter esperó, impaciente, la respuesta de Tahala. De ella dependían muchas cosas, representando una solución inmediata a lo que tenían planeado o el descartar, de una vez, el apoyo de la joven.

Los segundos que transcurrieron le parecieron siglos y, al fin, contestó:

—Te voy a confesar algo que quizá me cueste la vida. Pero ya estoy cansada de estar sola, de luchar, de ocultar mi origen, y esfumada ya toda esperanza de volver con los míos...

La tensión de Walter estaba al rojo vivo, esperando que Tahala continuara:

—Hace mucho tiempo partí de un astródomo de los legítimos representantes de Chenemod hacia otro planeta. La nave en la que iba fue atacada por una de Shálin y apresada. Los componentes de la tripulación fueron sacrificados, y yo, confinada a la otra parte del río subterráneo...

Hizo una pausa para cobrar aliento:

—Fue horrorosa la época que permanecí allí. Periódicamente, Shálin ofrecía cierta libertad a quienes se inclinaran a colaborar con su causa... Me presté a ello, pero no por simpatía hacia él, sino con la intención de poder mitigar un poco las condiciones infrahumanas de aquellos infelices con quienes vivía.

—¿Y lo conseguiste?

—Con creces. Tengo muchos amigos entre las huestes de Shálin, y voy a la otra parte del río siempre que quiero.

—¿Sí...? ¿Y cómo lo haces?

—Conozco el medio de anular el sistema de seguridad...

A Walter todo aquello le pareció fantástico si le decía la verdad, y quiso asegurarse, al preguntar:

—Y tú... ¿Quién eres, Tahala?

La muchacha contestó con firmeza y marcado orgullo:

—Soy hija de Sárver, jefe de los auténticos gobernantes de Chenemod.

Walter se quedó de piedra, y su corazón le dio un vuelco. Quiso asegurarse más, e inquirió:

—¿Podrías darme una prueba de ello?

—Comprendo tu desconfianza. Yo, en tu lugar, haría igual. No te muevas de aquí, voy en busca de Tehedo y, delante de él, pronuncia mi nombre. Le haré venir, con el pretexto de que tú le llamas.

Y sin dar lugar a que se justificara Walter, desapareció para volver a poco con el nuevo comandante.

—¿Me has llamado, capitán River?

—Sí, Tehedo. Fíjate bien lo que te voy a preguntar. ¿Te dice algo el nombre de Tahala?

Tehedo se volvió bruscamente hacia la joven, verdaderamente asombrado, para exclamar, lleno de alegría:

—¡Tahala, mi amiguita de la infancia...!

Se estrecharon ambas manos, emocionados. Luego, aclaró a Walter:

—Es hija, nada menos, que de Sárver... ¡Y ellos, que te habían dado por desaparecida...! ¿Y cómo no me lo dijiste antes? Verdaderamente, estás desconocida y muy bella.

Tahala, con las lágrimas a punto de saltarle por la emoción del momento, contestó:

—Para no comprometerte.

Walter, pasando el brazo por los hombros de la joven, la atrajo hacia él, la besó en los labios y luego manifestó a Tehedo:

—Te presento a la joven de quien hablé delante de Sárver y... a mi futura esposa.

Tahala quedó gratamente sorprendida por la vehemencia de Walter, y Tehedo, muy complacido, porque formaban una pareja ideal.

Walter, divertido, manifestó:

—Y yo que desconfiaba de ti, Tahala...

—Lo mismo me sucedió a mí en principio, Walter...

Por primera vez pronunciaba su nombre de un modo especial, y le supo a gloria.

Luego la pusieron en antecedentes de sus intenciones, y la misión que le habían asignado a ella.

Tahala se mostró entusiasmada ante la esperanza de volver con los suyos, y destruir a aquel usurpador...

 

 

 

CAPITULO XIII

Las entrevistas entre Walter y Tehedo fueron frecuentes y sin despertar sospechas, puesto que el mismo Shálin, inconscientemente, facilitaba sus planes.

Furtivamente, de vez en cuando, se reunían también con Tahala, que, entre otras cosas, era la encargada de prevenir a los prisioneros y reclutar a los descontentos de Shálin, que le merecieran plena garantía.

Walter y su tripulación, con el pretexto de pertrechar la «Celes», reunieron todo el armamento que les fue posible.

Tehedo, por su parte, como instructor, y previo informe de Tahala y asesoramiento de Walter, iba adiestrando a hombres enemigos de Shálin para formar la tripulación de la nave que él iba a mandar.

Estando los tres reunidos clandestinamente en el alojamiento de la joven, Walter le dijo:

—Querida, con ayuda de tus hombres de confianza, aprovisiona a los presos, de armas; así se podrán defender, en caso de que la cosa vaya mal.

—Así lo haré, Walter.

—Adviérteles que de su prudencia dependen sus vidas y las de todos los que estamos metidos, en esta conjura. ¿Entendido?

—Perfectamente.

—Tehedo, ¿cómo sigue tu trabajo?

—A la perfección, capitán. La tripulación está lista.

—Tengo la impresión de que hay un cabo suelto, que no casa con el relato que le dimos a Shálin... Veamos, recordemos...

Fueron repitiendo lo que cada uno manifestó y, al llegar Tehedo a la muerte del comandante, Walter exclamó:

—¡Ya he hallado lo que buscaba...!

Tehedo y la joven se le quedaron mirando, sin comprender.

Walter aclaró:

—Si le has dicho a Shálin, y yo confirmé, por lo que oí, que el comandante falleció al ser atacados antes de tomar tierra, ¿cómo se puede justificar esto, sin que existan huellas en el fuselaje de la nave?

Entonces Tehedo cayó en la cuenta.

—¡Claro! Tienes razón...

—Manda inmediatamente a los mecánicos adictos que superpongan unas planchas en donde calcules que se originaron los orificios. No tenemos tiempo que perder, y espero que nos acompañe la suerte, y Shálin no se empeñe en hacerlas levantar.

La reunión se disolvió, y cada uno se dedicó a su cometido, quedando para el día siguiente.

Antes de la hora convenida, Walter y Tehedo fueron requeridos por Shálin.

Ya ante su presencia, les hizo tomar asiento y preguntó:

—¿Cómo van vuestros trabajos?

—Lo tenemos todo a punto.

—Bien, permaneced en vuestros puestos. Yo avisaré el momento.

Se fueron a sus respectivas naves. A poco, por mediación de un enlace adicto, Walter recibió una nota de Tahala:

 

«Walter, Shálin ha interrogado a la tripulación que iba con vosotros. Sospecha algo. Quiere inspeccionar su nave. Ha mandado cambiar las frecuencias de salida, y las actuales son las que anoto al final. Yo todo lo tengo listo. Si lo consideras necesario, haces la señal convenida, que yo misma o un enlace la verá, y entraremos en acción.

»He pasado aviso a Tehedo. Cuídate mucho.

Te quiero.

 

»Tahala.»

 

En efecto, al final de la nota estaban las frecuencias, que comunicó a Jerry:

—Tenias bien presentes, y ahora, todos preparados.

No tardaron mucho en oír gran revuelo en la gran sala contigua, ocupada por la nave de Shálin.

Walter había dispuesto que Tehedo y él mantuvieran comunicación directa y permanente, mientras estuvieran en sus respectivas astronaves, por lo que pudo escuchar la voz airada de Shálin:

—Comandante... ¿Me puedes enseñar los impactos que ocasionaron la muerte a tu antecesor y tu herida?

—Sí, Shálin. Ahí los tienes.

Una pausa llena de tensión, hasta que se oyó ordenar a Shálin:

—¡Eh, vosotros! Levantad esos pegotes.

Walter no esperó más. Salió a la rampa de acceso, con la mano izquierda puesta sobre el corazón.

Era la señal convenida.

Luego, les dijo a sus hombres:

—Tomad las armas y seguidme.

Así lo hicieron, y fueron a tomar posiciones, desde donde podían dominar la sala contigua.

A poco, fueron apareciendo más hombres que, invariablemente, llevaban la mano izquierda sobre el corazón para identificarse.

Walter los fue distribuyendo convenientemente, y esperó acontecimientos.

Estos no tardaron. La furiosa voz de Shálin llegaba a ellos:

—¿Me habéis tomado por un imbécil, tú y ese capitán...? ¡Ya decía yo que todo había resultado muy fácil! ¡Pero ahora sabréis lo que es bueno, perros traidores...!

Shálin salió de la nave, llevando encañonado a Tehedo, que se mostraba impasible.

—¿Sabes lo que hubiera sido de ti, vulgar asesino, de originarse un boquete en la cabina? Hubieras sido succionado como una lombriz, cretino.

Le dio un tremendo empujón, que casi hizo rodar a Tehedo por la rampa.

Shálin estaba lívido de rabia, gesticulaba como un poseído.

—Os habéis pasado de listos, tú y ese capitán... ¡Confiesa, traidor! ¿Has matado tú al comandante?

Tehedo, con pasmosa serenidad, contestó:

Únicamente me defendí de su ataque por la espalda.

—Pues ahora seré yo quien vengue la muerte del comandante, y luego me encargaré de ese capitán... Por cierto, supisteis silenciar que fue detenido el terrícola, y sentenciado a muerte, teniendo que ser tú el ejecutor...

—El único delito que cometió el capitán fue protestar ante la matanza de unos seres indefensos.

—Pero enemigos como vosotros, perros sarnosos. ¡Ponedle contra la pared...! —ordenó, iracundo, y dos guardias de Shálin cogieron al oficial, cada uno de un brazo, para colocarlo en aquel lugar.

Walter consideró el momento de intervenir.

Se situó en medio del acceso que daba a la gran sala donde se desarrollaban los acontecimientos, respaldado por su tripulación y gran número de seguidores disconformes con Shálin.

Le gritó:

—¡Shálin...! Yo, de ti, no cometería un desatino más. Ha llegado el momento de poner fin a tus bravatas.

El aludido se revolvió como fiera enjaulada hacia Walter, gritando a su vez:

¡Guardias, apresadle y ponedle junto al otro...!

De su guardia personal sólo se movieron cuatro hombres.

Con enérgica voz, Walter ordenó:

—¡Alto! No deis un paso más.

Aquellos hombres se pararon en seco, y River habló de nuevo:

—Shálin, mira a tu alrededor. Estás completamente rodeado, tus cabecillas, detenidos; sacrificarás inútilmente a los guardias que todavía te son fieles. De todos ellos sólo se ha movido este reducido número de cuatro. Los demás están con nosotros.

Shálin miró a su alrededor, con expresión feroz, y sólo faltó que en aquellos momentos apareciera la hermosa Tahala al frente de harapientos seres, pero todos armados.

Shálin reflejó un gran terror, y vociferó:

—¡Traidores, traidores...!

Y comenzó a disparar su arma para luego desplomarse en el suelo.

Walter y sus hombres se impusieron al revuelo. El capitán ordenó:

—Desarmad a los guardias fieles a Shálin, y que nadie dispare.

Walter, Tahala y Tehedo fueron adonde yacía Shálin. Este aún estaba con vida y, entre los estertores de la muerte, todavía gritaba, mientras se desangraba:

—¡Traidores..., traidores...! Pero no saldréis de aquí porque he cambiado los sistemas... Moriréis como lo que sois, ratas inmundas... ¡Ja, ja, ja...!

La carcajada horripilante quedó cortada por una tremenda contorsión y, con ella, se fue el último aliento de su vida.

* * *

El planeta Chenemod estaba en fiesta, celebrando el haber anulado la pesadilla de Shálin, por los desmanes que cometía y el desprestigio que les acarreaba.

Sárver no sabía qué hacer con Walter y su tripulación, después de resolverles aquel problema y haberle devuelto a su hija..., aunque fuera por poco tiempo.

Los prisioneros que retenía Shálin fueron reintegrados a sus respectivos planetas, no sin antes hacer patente su gratitud a Tahala por su abnegación y buen corazón, arriesgándolo todo a costa de su propia vida.

Los hombres de Walter también tuvieron su emocionada despedida con aquellas bellas cautivas, con las que convivieron durante su confinamiento, y que alegraron sus horas.

Tehedo se encontraba satisfecho de estar junto a sus padres, y por el ascenso que le habían concedido, por su relevante comportamiento.

Pero entre aquellos seres, había dos personas con las manos entrelazadas, que se consideraban las más felices del Cosmos.

—Tahala..., jamás sospeché que encontrara tan lejos a una criatura tan deliciosa.

—Y yo, Walter querido, nunca pude pensar que surgiera el amor en un ambiente tan tenebroso y sin ninguna esperanza...

—No recuerdes cosas tristes. Vivamos nuestro amor intensamente, querida.

Y por enésima vez, aquellos labios se fundieron en una entrega total.

F I N