2
El silencio se apoderó de la sala por un instante, hasta que la capitana Faresa volvió a intervenir, con un tono y una expresión aún ásperos.
—¿Cómo, capitán? —insistió Faresa—. ¿A qué recurso mágico va a apelar? Nos queda menos de una hora antes de que se cumpla el plazo de los síndicos.
Geary le devolvió una mirada igualmente dura, con la que comprobó también al ver al resto de oficiales allí presentes que su autoridad de mando pendía en esos momentos de un hilo. Por primera vez, se dio cuenta de lo jóvenes que eran muchos de ellos. Más jóvenes que los capitanes de navío que él había conocido un siglo atrás y claramente menos endurecidos o experimentados que aquellos capitanes. Demasiados oficiales de los allí presentes se estaban limitando a observar y esperar, dispuestos a saltar en cualquier momento hacia uno u otro lado. Y si empezaban a saltar, la flota entera se partiría en mil pedazos, lo cual facilitaría enormemente las cosas a los síndicos.
—Entonces más nos vale aprovechar ese tiempo pensando en lugar de tirarnos los trastos a la cabeza, ¿no cree? —observó el capitán.
Geary señaló al centro de la mesa, donde se proyectaba la imagen de las naves de la flota de la Alianza. Las naves más dañadas se encontraban formando una especie de esfera. Entre ellas y el muro imponente de la flota de los síndicos se alzaba una pared rectangular de naves de la Alianza que formaba una media luna frente al enemigo. En condiciones normales, tendría un aspecto impresionante; pero, si se contaban las naves de uno y otro lado, uno se daba cuenta de que la almádena de los síndicos iba a destrozar la media luna de la Alianza como si fuese tan frágil como el cristal.
El capitán Duellos se expresó en los mismos términos.
—Por desgracia, lo que se ve aquí es bastante preciso y ni la realidad de la guerra ni las leyes de la física han hecho que cambie la situación desde su última batalla, capitán Geary. Nosotros estamos aquí, los síndicos, aquí, a tan solo dos minutos luz y medio de nuestros elementos principales, y la puerta hipernética está… —Su mano se desplazó hasta una zona situada en la otra parte de la flota enemiga—. Aquí, a treinta minutos luz de nosotros, en el punto menos conveniente del suelo enemigo.
—Si pudiéramos tener unas pocas horas más para reparar las naves que tenemos dañadas —sugirió alguien.
—Unas pocas horas más o unos pocos días más no serían de gran ayuda —repuso otro—. Los síndicos también están reparando lo que tienen dañado. ¡Y además pueden contar con la llegada de refuerzos y nuevos suministros a través de la puerta que tienen detrás de ellos!
Duellos asintió, mirando a Geary.
—Estoy de acuerdo. El tiempo no está de nuestra parte, ni siquiera aunque los síndicos no hagan cumplir el plazo que han estipulado.
Geary asintió también, recorriendo una vez más con la mirada la fila de oficiales dispuestos alrededor de la mesa.
—No podemos repeler el ataque. Tampoco podemos atacarles si queremos mantener alguna esperanza de sobrevivir —apuntó Geary.
Numos volvió a tomar la palabra, esta vez con la cara ya roja.
—Se debería permitir que las naves, a título individual, puedan…
—¿Puedan qué, capitán? ¿Llegar a esa… puerta? ¿Y después qué? —Geary escuchó cómo todo el mundo inspiraba al unísono—. Esta flota tiene una llave hipernética de los síndicos. Eso ya lo sé. Pero doy por supuesto que las naves que quieran emplearla deben ir juntas a todas partes.
Al oír las palabras de Numos, se escuchó un murmullo de acuerdo en toda la sala.
—Lo repito —insistió Geary—, esta flota no va a llevar a cabo ningún plan del tipo «sálvese quien pueda», y si cualquier oficial al mando intenta algo así y yo me entero, me aseguraré de que acabe ante un tribunal militar, si es que los síndicos no acaban con él antes, cuando lleguen solos a la puerta y descubran que no pueden franquearla.
Silencio.
Geary se echó hacia atrás y empezó a frotarse el mentón.
—Hasta aquí hemos visto lo que no podemos hacer. Pero no todas las opciones se acaban ahí. Tal vez alguno de ustedes me pueda explicar qué significa esto.
Geary titubeó un instante sin saber muy bien cómo manejar los mandos del dispositivo que proyectaba la imagen, pero al final dio con los adecuados.
—Aquí. —Geary señaló un punto situado ligeramente hacia un lateral y en la retaguardia de las fuerzas de la Alianza—. Está a veinte minutos luz de la nave de la Alianza más cercana. ¿Por qué no está protegido?
Todo el mundo frunció el ceño y estiró el cuello para intentar ver lo que les señalaba Geary. Finalmente, la capitana Faresa le regaló a Geary una de sus miradas habituales, una de esas que parecía ser capaz de fundir el metal.
—Porque es insignificante —concluyó Faresa.
—Insignificante. —Geary se quedó con esa palabra en la cabeza durante un momento, preguntándose mientras lo hacía si se le podría ocurrir alguna manera legal de evitar tener que volver a ver la cara de Faresa—. Ese es el punto de salto entre sistemas.
Los oficiales se encogieron de hombros encogidos a modo de respuesta.
—Joder —insistió Geary—, ¿por qué no vamos a poder usarlo para salir de aquí?
Duellos optó por responder lentamente.
—Capitán Geary, no habrá más que una o dos estrellas dentro del radio de salto de ese punto.
—Solo hay una —corrigió Geary rotundamente. Era un dato que no le había resultado difícil obtener—. Corvus.
—Entonces ahí tiene el problema, señor. El método de salto entre sistemas tiene un radio de acción muy limitado. El sistema Corvus está solo a unos pocos años luz de aquí, por lo tanto sigue estando bastante metido dentro del territorio de los síndicos.
—Eso ya lo sé. Pero desde Corvus podríamos saltar a cualquiera de los… —Geary repasó sus datos— tres otros sistemas que hay. —El capitán vio que el resto de oficiales intercambiaban miradas, pero ninguno de ellos pronunciaba una sola palabra—. De uno de estos sistemas podríamos saltar a otros.
La capitana Faresa meneó la cabeza.
—No nos estará sugiriendo de verdad que regresemos al espacio de la Alianza usando el salto entre sistemas, ¿verdad? —inquirió.
—¿Y por qué no? Sigue siendo más rápido que la luz —argumentó Geary.
—¡Pero ni siquiera se asoma a algo lo suficientemente más rápido que la luz! ¿Tiene usted idea de lo dentro del espacio síndico que nos encontramos? —insistió la capitana.
Geary fulminó a la capitana con la mirada.
—Dado que la forma de la galaxia no se ha visto alterada de manera apreciable desde la última vez que estuve al mando, sí, sé lo dentro del espacio síndico que nos encontramos —zanjó Geary—. Lo que significa que nos queda un largo trayecto por recorrer hasta salir de aquí. Es una opción. ¿Prefiere quedarse a morir aquí?
—¡Mejor eso que un suicidio lento! No tenemos suministros como para sustentar un viaje así —aseveró Faresa—. Nos llevaría meses. Años, quizá, depende de la ruta. ¡Pero lo peor es que ni siquiera importaría, porque la flota de los síndicos simplemente llegaría antes y nos destrozaría en cuanto apareciésemos!
Geary estaba intentando contener su furia lo suficiente como para formular una respuesta, pero entonces la capitana Desjani comenzó a hablar como si lo estuviese haciendo para sus adentros.
—El sistema Corvus no está dentro de la hipernet síndica. La flota de los síndicos no podría atacarnos allí. —Desjani miró a su alrededor—. Tendrían que seguirnos a través del mismo punto del salto entre sistemas. Y eso les llevará tiempo.
—¡Sí! —interrumpió el capitán Duellos con avidez—. Tendríamos una ventana libre para pasar por Corvus hasta nuestro siguiente punto de salto. No muy grande, pero suficiente. Y entonces los síndicos tendrían que adivinar cuál será nuestro siguiente destino.
—¡Qué no tenemos suministros! —recordó Faresa.
Duellos le lanzó una mirada fulminante que dejó clara la animadversión que había entre ellos.
—¿Quién sabe siquiera qué habrá en Corvus? —continuó la capitana Faresa.
—Eso tampoco es tan importante —señaló alguien—. Es más, si el sistema no pertenece a la hipernet síndica, eso es lo de menos.
—¡No sabemos qué hay allí! —rezongó Faresa.
—Capitana Faresa. —Se volvió para ver cómo Geary se dirigía a ella mientras señalaba a la representación de la flota de los síndicos—. Lo que sí sabemos es lo que hay aquí, ¿verdad? ¿Acaso algo de lo que pueda haber en Corvus va a ser peor que esto? La situación mejorará nos pongamos como nos pongamos y tendremos tiempo de tránsito suficiente entre salto y salto para reparar los daños internos de las naves.
Los demás asintieron con la cabeza y empezaron a esbozar las primeras sonrisas.
—Pero los suministros… —intentó insistir Faresa.
—Doy por supuesto que en Corvus habrá algo. —Geary estiró el cuello para mirar los datos más de cerca—. Aquí dice que había una base de autodefensa de los síndicos. ¿Seguirán teniendo suministros esos almacenes para que las naves síndicas que pasen por allí repongan materiales?
—Así solía ser… —apuntó alguien.
—Tienen que tener algo. Y hay un planeta habitado en ese sistema —observó Geary—. Además, tiene que haber más instalaciones al margen de las que haya en el planeta, seguro que hay tráfico por ese sistema. De ahí podemos sacar repuestos, comida y otros artículos básicos.
Geary estudió con detenimiento la imagen, perdiéndose momentáneamente en cálculos y sin reparar por un instante en que había más oficiales allí.
—Nuestro paso por Corvus será un saqueo sencillo. Los síndicos vendrán a por nosotros después de que saltemos por ese punto todo lo rápido que puedan, así que todo estriba en que intentemos meter nuestras naves más lentas y dañadas a través de este sistema antes de que nos puedan atrapar. —Geary miró a su alrededor y vio dudas en muchas caras—. Podemos hacerlo.
—Capitán Geary —intervino de nuevo el capitán Tulev—. Debo advertirle que no va a ser fácil llegar hasta el punto de salto.
—Si no tiene vigilancia —replicó Geary.
—No. Pero la flota de los síndicos está cerca y tienen algunas naves realmente rápidas. Pueden dejar atrás a sus naves más lentas para ir a por nosotros. No podemos —concluyó Tulev.
Geary asintió con la cabeza.
—Muy cierto —aprobó el capitán—. Damas y caballeros, voy a intentar entretener a los síndicos todo lo que pueda. Pero en cuanto empecemos a movernos…
—Capitán. —La mujer pequeña y de ojos intensos se inclinó hacia él—. Podemos hacer maniobras con la flota, hacer que parezca que estamos reagrupándonos para atacar de nuevo y, mientras tanto, hacer que las naves más lentas y dañadas se vayan acercando al punto de salto al amparo de esos movimientos.
Geary sonrió. Comandante Crésida, de la Furiosa. También tendría que acordarse de ella.
—¿Tiene usted más ideas que aportar? —preguntó Geary.
—Por supuesto —confirmó Crésida.
—Me gustaría echarles un vistazo en cuanto sea posible —solicitó Geary.
—Será un placer, capitán Geary. —Crésida se volvió a echar hacia atrás y dedicó una mirada de desdén hacia la zona en la que se encontraban sentados Numos y Faresa.
Geary volvió a mirar a todo el mundo. Aún estoy temblando. Al menos les estoy dando algo que hacer. Algo que podría funcionar, aunque parezca un plan tan a largo plazo que ellos ni siquiera se lo plantearían si no me tuvieran a mí presionándolos para que lo ejecuten. Asúmelo, Geary, sin ti ni siquiera habrían pensado en esta posibilidad porque estaban absolutamente obcecados con la puerta hipernética, le estaban haciendo el trabajo al enemigo limitándose sus propias opciones.
—En ese caso, pongámonos en marcha. —En lugar de responder directamente, el resto de capitanes se intercambiaron miradas de sorpresa—. ¿Qué ocurre? Que alguien me lo diga.
La capitana Desjani tomó la palabra con una renuencia palpable.
—Es costumbre que cuando se propone una medida, para que quede instaurada, primero se debata entre los oficiales de alto rango y los comandantes de las naves y posteriormente se realice una votación para confirmar el apoyo.
—¿Una votación? —gruñó Geary.
El capitán se quedó mirando a Desjani, y después paseó la vista alrededor de la mesa. Lo cierto es que ya antes le había dado la sensación de que el almirante Bloch en ocasiones se parecía más a un político que defendía su candidatura que al oficial al mando de una flota, una actitud que sin duda le chocaba. Ahora todo tenía mucho más sentido.
—¿Y cuándo cojones empezó a ponerse en práctica esta costumbre? —agregó Geary a continuación.
Desjani esgrimió una mueca de disgusto.
—No es que yo esté personalmente familiarizada con…
—Bueno, ahora mismo no tengo tiempo para que me den una clase de historia —la interrumpió Geary—. Y tampoco tenemos tiempo para ponernos a debatir sobre qué hacer. Puede que no sepa cómo se hacen todas las cosas hoy en día, pero si algo sé es que quedarse quieto esperando a que una serpiente decida atacar es la peor medida posible. La indecisión se lleva por delante naves y flotas. Tenemos que actuar, y actuar con decisión además, durante el tiempo que tengamos. Mientras esté al mando no voy a presidir ninguna votación. Eso sí, estoy abierto a sugerencias y propuestas. Quiero ideas por su parte. Pero soy yo el que está al mando. Eso es lo que quieren, ¿no? Quieren que Black Jack Geary se ponga al frente y los saque de todo este jaleo, ¿verdad? Bien, en ese caso, el cielo será testigo de que, desde este mismo momento, yo me voy a poner al frente de todos ustedes, ¡pero lo haré de la forma en la que yo sé hacer mejor las cosas!
Tras la arenga final, Geary se calmó, observó a los presentes, y se preguntó si tal vez había ido demasiado lejos. Después de un momento que se hizo eterno, la comandante Crésida volvió a acercarse hacia el capitán.
—Tengo órdenes que cumplir —espetó Crésida—. Órdenes del comandante de la flota. No tengo tiempo para tonterías cuando hay trabajo que hacer a bordo de la Furiosa. ¿Capitán Geary?
—Faltaría más, comandante —respondió Geary con una sonrisa de oreja a oreja.
La conexión se cortó y Crésida desapareció de su puesto en la mesa. Entonces, como si sus palabras y sus actos hubiesen servido de efecto dominó, todos los demás oficiales se apresuraron a levantarse y a despedirse. Por irónico que pareciera, a Geary le dio la sensación de que a muchos de ellos les parecía que, llegados a ese punto, continuar debatiendo era una opción más engorrosa que limitarse a seguir sus órdenes.
Geary observó cómo una a una las pantallas se iban fundiendo en negro y no pudo evitar tener una extraña sensación de añoranza. En ese momento debería de haber apretones de manos y palabras. Aquel era el momento en el que todos salían en fila por la escotilla y se daba pie a unos breves momentos de interacción personal, aunque fuera algo forzado por la sencilla necesidad de hacer pasar por una pequeña puerta a un montón de gente apiñada en una gran habitación. Pero no, aquello era algo que no se podía dar en ese lugar ni en ese momento. Las figuras de sus subordinados simplemente se esfumaron y el tamaño aparentemente grande de la habitación y su enorme mesa de conferencias se fue reduciendo a medida que sus ocupantes virtuales se desvanecían. En cuestión de segundos, la sala de juntas se convirtió en un compartimento mediocre presidido por una mediocre mesa de conferencias.
Con todo, aparte de la presencia real de la capitana Desjani, que seguía de pie allí cerca, seguían quedando dos pequeños grupos de oficiales. Geary frunció el ceño al mirarlos y reparar, por primera vez, en que sus uniformes diferían en pequeños detalles de los de la flota de la Alianza. Así las cosas, Geary se centró en sus identificaciones. Uno de los grupos de oficiales pertenecía a la Federación Rift, mientras que el otro, ligeramente más grande, formaba parte de la República Callas. Ni la Federación Rift ni la República Callas tenían demasiados mundos habitados en su época y en ambos casos siempre se habían declarado neutrales. Con todo, estaba claro que los acontecimientos habían hecho que acabaran metiéndose en la guerra en el bando de la Alianza. Geary asintió mirando en su dirección, mientras se preguntaba hasta qué punto podría ejercer su autoridad sobre estos aliados.
—¿Sí? —preguntó Geary.
Los oficiales de la Federación Rift miraron hacia los oficiales de la República, que abrieron paso a una mujer vestida de civil. Geary trató de no fruncir el ceño al verla. Me parece que no dije que la asistencia era obligatoria solo para los comandantes de las naves, ¿no? No, creo que no. ¿Y esta quién es? La etiqueta de identificación que estaba junto a su imagen rezaba «C-P Rione». ¿Qué significa eso?
La mujer miró a Geary con un rostro impasible.
—¿Sabe usted que según las condiciones de nuestro acuerdo, nuestras naves pueden ser retiradas del control de la Alianza si la autoridad competente determina que no están siendo empleadas para defender lo mejor posible los intereses de nuestros mundos? —interrogó Rione.
—No. No lo sabía. ¿Debo asumir que usted es la «autoridad competente» en cuestión? —repuso Geary.
—Sí —respondió ella, inclinando muy levemente la cabeza hacia Geary—. Soy la copresidenta Victoria Rione, de la República Callas.
Geary miró a la capitana Desjani, que se encogió de hombros como pidiendo disculpas, y después volvió la vista de nuevo hacia Victoria Rione.
—Es un honor conocerla, señora. Pero hay muchas cosas que hacer y…
Rione alzó una mano con la palma mirando hacia Geary.
—Por favor, capitán Geary. Debo insistir en la necesidad de mantener una conferencia en privado con usted —solicitó Rione.
—Estoy seguro de que más adelante habrá tiempo de sobra…
—Antes de que confíe nuestras naves a su mando —insistió, mirando a los oficiales de la Federación Rift—. Las naves de la Marina de guerra de Rift también han accedido a seguir mis recomendaciones sobre este particular.
Joder, qué bien. Geary echó otro vistazo en dirección a Desjani y esta le respondió meneando la cabeza. Iba a tener que pasar por esto.
—¿Dónde…? —accedió Geary.
Desjani se apartó para darle indicaciones al capitán.
—Aquí, capitán Geary. Yo abandonaré la sala y caerá un escudo de privacidad virtual alrededor de usted y la copresidenta. Cuando hayan terminado la conferencia privada, diga «fin conferencia privada fin» y los dos podrán interactuar con el resto de oficiales de nuevo si así lo desean —explicó Desjani.
En cuanto terminó de hablar, Desjani se apresuró a salir por la escotilla como si estuviese contenta de poder evitar al menos ese compromiso.
Geary observó como la capitana se marchaba y recompuso el gesto con todo el cuidado del que fue capaz. Con un cierto deseo de volver al estado de entumecimiento en el que había permanecido desde que lo despertaran, Geary se giró para mirar cara a cara a la política, quien al parecer no había dejado de posar su mirada fría sobre él en ningún momento.
—¿De qué quiere hablar? —inquirió Geary.
—De confianza. —Su voz no era ni un grado más cálida que su expresión—. Concretamente, de por qué debería confiar las naves supervivientes de la República a su mando.
Geary miró hacia abajo, se frotó la frente y después volvió a alzar la vista para mirarla de nuevo.
—Podría señalar que la otra alternativa que hay es confiar su destino a los síndicos y hace poco hemos podido ver cómo se las gastan esos tipos —argumentó Geary.
—Tal vez se porten de manera distinta con nosotros, capitán —apuntó la copresidenta.
¡Si es así, deje que los síndicos arrasen su querida retaguardia, me importa una mierda! Con todo, el caso era que Geary sabía que iba a necesitar todas las naves de las que pudiera disponer. Además, lo quisiera o no, había una parte de él que odiaba la idea de dejar a nadie atrás.
—No creo que esa sea una buena idea —repuso Geary.
—Si es así, explique por qué, capitán Geary —insistió.
Geary respiró hondo y buscó con sus ojos la mirada de la copresidenta.
—Porque, a pesar de que contaban con todas las naves que nos quedan para cubrirle las espaldas, los síndicos asesinaron despiadadamente al almirante Bloch y a todos los que iban con él en plenos intentos de negociación. Piense que, si usted va a negociar, no contará con más retaguardia que una mínima parte de la flota. ¿De verdad cree que los síndicos van a portarse mejor con alguien que se encuentra en una posición mucho más débil que el almirante Bloch?
—Ya veo —musitó Rione, apartando por fin la mirada y empezando a caminar de un lado a otro por un extremo de la habitación—. Usted no cree que las naves de la República y de la Federación juntas sean suficientes para impresionar a los síndicos.
—Si los síndicos deciden arrasarnos con todas esas fuerzas que han acumulado ahí fuera, no creo que las naves de la República, de la Federación y de la Alianza juntas tengan más opciones de sobrevivir que una bola de nieve en el infierno —matizó Geary—. Y, o los síndicos han cambiado radicalmente desde que traté con ellos por última vez, o sé de buena tinta que nunca juegan limpio. En estos casos, la parte más fuerte siempre impone las condiciones que cree que el otro puede ser obligado a cumplir.
Rione dejó de moverse, miró hacia la cubierta y después volvió la vista hacia Geary.
—Cierto —admitió Rione—. Se ve que ha pensado en la situación a conciencia, más allá de la mera perspectiva de combate.
Geary se puso junto al asiento más cercano y se dejó caer sobre él. Desde que fue rescatado, no se había sometido a un esfuerzo así, ni físico o ni mental. Y eso que, desde que lo descongelaron, los médicos de la flota le habían advertido hasta la saciedad sobre los posibles problemas que se derivarían de los sobreesfuerzos. No hay manera de saber qué resultados podría haber tenido una hibernación tan larga en la fisiología de Geary, le dijeron. Creo que me voy a ir enterando sobre la marcha.
—Sí, señora copresidenta —observó Geary—. He tratado de pensarlo a conciencia.
—No me trate con condescendencia —advirtió Rione—. Estas naves son la vida de mi República. Si las destruyeran…
—Quiero llevarme a casa todas las naves que pueda —declaró Geary.
—¿De veras? ¿En lugar de ordenar que nos reagrupemos y tratar de ejecutar un contraataque brillante que concluya en una victoria gloriosa? ¿No es eso lo que realmente desea, capitán Geary? —inquirió Rione Geary se limitó a mirarla, sin molestarse mucho en esconder su cansancio.
—Parece que cree conocerme —musitó Geary.
—Por supuesto que lo conozco, capitán Geary. Lo sé todo sobre usted. Es usted un héroe. Y no me gustan los héroes, capitán. Los héroes llevan a los ejércitos y a las flotas hacia la muerte —reprochó Rione.
Geary se recostó y empezó a frotarse los ojos.
—Se supone que estoy muerto —le recordó.
—Lo cual lo convierte en un ejemplo más que paradigmático si cabe. —Rione dio dos pasos hacia el visualizador que todavía se podía ver en la mesa de conferencias y lo señaló con el dedo—. ¿Sabe por qué el almirante Bloch se jugó esta baza, por qué arriesgó tanto poder de la Alianza en esta operación?
—Lo que él me dijo fue que este parecía un buen modo de forzar el final de la guerra —respondió Geary.
—Claro que sí. —Rione asintió con la cabeza, con los ojos aún clavados en el visualizador que había sobre la mesa—. Un ataque audaz y atrevido. Una operación a la altura del mismísimo Black Jack Geary —agregó en voz baja—. Palabras textuales, capitán.
Geary se agarrotó.
—Nunca me dijo tal cosa —se defendió Geary.
—Claro que no. Pero sí se lo dijo a otros. Y fue precisamente el invocar el espíritu del gran Black Jack Geary lo que lo ayudó a ganar apoyos para sacar adelante este ataque que, como ve, tan bien nos ha ido.
—¡No me culpe por eso! ¡Voy a tratar de sacar lo que queda de esta flota de aquí si es que puedo; pero tenga presente que, para empezar, no fui yo el que nos metió aquí!
Rione se detuvo, como si realmente estuviese escuchando con atención a Geary.
—¿Por qué asumió el mando? —La copresidenta optó por cambiar de tercio.
—¿Por qué? —Geary movió una mano en dirección a la escotilla—. Porque el almirante Bloch me lo pidió. ¡Me lo ordenó! Y entonces… ellos… —Hizo una pausa, miró con el ceño fruncido hacia la cubierta, sin gana alguna de mirarla—. No tuve elección.
—Usted ha peleado para reafirmar su autoridad. Lo he visto, capitán Geary —apuntó Rione.
—Tenía que hacerlo. Sin alguien que asuma el mando, alguien con un derecho legítimo para hacerlo, esta flota se desmembraría y los síndicos la acabarían destruyendo poco a poco. Usted también ha tenido que ver eso.
Rione se agachó y buscó con su mirada la de Geary.
—¿Puedo fiarme de Black Jack Geary? Porque usted no es otro sino ese —le recordó Rione.
—Yo no soy más que un oficial de la Alianza. Y… tengo una tarea que cumplir. Si puedo.
Geary no fue capaz de morderse la lengua antes de decir esas dos últimas palabras, a pesar de que no quería mostrar signo alguno de debilidad, pues no estaba seguro de cómo podía afectar aquello a las opciones de la flota, ya de por sí escasas.
—Eso es todo lo que soy —apostilló.
—¿Eso es todo? ¿No es usted un héroe de leyenda? —Rione se acercó aún más, escrutándolo con la mirada—. ¿Quién es usted, entonces?
—Creí que había dicho que ya lo sabía todo sobre mí —señaló Geary.
—Yo sé todo de Black Jack Geary. Y, precisamente, tengo miedo de que el gran Black Jack Geary intente hacer algo heroico que marque para siempre el destino de esta flota y tal vez también el de la Alianza y el de mi propio pueblo. ¿Es usted Black Jack Geary?
Geary soltó una carcajada, no pudo remediarlo.
—Nadie puede serlo —reconoció Geary.
Rione se quedó mirándolo durante un buen rato y después se dio la vuelta y volvió a alejarse unos cuantos pasos.
—¿Dónde está la llave hipernética? —preguntó.
—¿Cómo? —disimuló Geary.
Rione se giró, con ojos centelleantes.
—La llave hipernética de los síndicos. Sé que todavía queda una dentro de la flota. Si hubiera sido destruida, se lo habría dicho a todo el mundo para asegurarse de que seguían su plan —razonó Rione—. Aún existe. ¿Dónde está?
—Lo siento, pero…
—¿Existe aún? —insistió.
Geary la miró a los ojos mientras trataba de decidir qué hacer, qué decir. Odiaba la idea de tener que mentir.
—Sí —resolvió, finalmente.
—¿Dónde? —continuó preguntando la copresidenta.
—Preferiría no revelarlo —se resistió Geary.
—Supongamos que le dijera que voy a dar mi visto bueno para que mis naves y las de la Federación pasen a estar a sus órdenes si me revela ese dato —ofreció Rione.
A Geary le salió una media sonrisita falsa.
—Seguiría prefiriendo no tener que decirlo; pero, por el bien de esas naves, lo haría —admitió Geary.
—¿Lo haría? ¿Sabe cuán importante es esa información? —insistió la copresidenta.
—Sí. Y sí, se lo diría, si es lo que hace falta para sacar estas naves de aquí con el resto de la flota —zanjó Geary.
Los ojos de la copresidenta Rione se estrecharon.
—En ese caso yo podría ofrecerles la información a los síndicos a cambio de inmunidad —sugirió Rione.
A Geary no se le había ocurrido esa opción. Se quedó mirándola antes de volver a intervenir.
—¿Por qué cojones me está diciendo esto? —rugió Geary.
—Para que sepa que fiarse de quien no debe puede ser mortal. Pero tampoco olvido que usted estaba buscando ganarse mi confianza. Seré sincera, capitán Geary. Voy a dar mí visto bueno, pero solo porque no veo otra opción mejor. Las naves de la República seguirán formando parte de esta flota y estoy segura de que las de la Federación Rift seguirán mi recomendación y tomarán el mismo camino. Pero me reservo el derecho a ordenar a esas naves que dejen de seguir sus indicaciones cuando lo estime oportuno.
Geary se encogió de hombros.
—No parece que me queden muchas más opciones, ¿no? —se resignó Geary.
Rione esbozó una sonrisa.
—No las tiene, no —resolvió Rione.
—Gracias. —Geary se detuvo y después se puso de pie cuidadosamente, apoyándose con una mano sobre la silla—. Me gustaría pedirle algo.
La copresidenta frunció el ceño.
—Necesito a un político —prosiguió Geary—. Alguien que pueda defender la necesidad de llevar a cabo el plan hasta el final todo el tiempo que sea posible. Alguien que sea bueno diciendo montones de palabras que no signifiquen lo que parece y que sea capaz de evitar adquirir compromiso alguno.
—Vaya, gracias, capitán Geary —apostilló Rione con sorna.
Según parecía, la copresidenta Rione tenía sentido del humor en algún punto escondido de su interior.
—No lo vaya contando por ahí. —Geary señaló el visualizador en el que se podía ver que un panel de naves síndicas se cernía sobre la flota de la Alianza—. No queda mucho más de media hora para que se cumpla el plazo dado por los síndicos. Vamos a necesitar cada minuto que podamos para reparar los daños y recolocar a nuestra flota para que esté lista para salir disparada hacia el punto de salto. ¿Podría usted hablar con los síndicos, ya sabe, distraerlos e intentar que no se nos acerquen el máximo tiempo posible?
—¿Se refiere en nombre de la República y del Rift, o de la flota entera? —inquirió Rione.
—Lo que funcione mejor. Lo que nos permita tenerlos distraídos con palabrería. Solo quiero que nos permita ganar algo de tiempo, señora copresidenta. Todo el que pueda —instó Geary.
Rione asintió con la cabeza.
—Es una petición razonable, capitán Geary —aceptó Rione—. Abriré conversaciones con los síndicos en cuanto haya embarcado en mi transbordador.
Geary se quedó mirándola.
—¿Transbordador? No irá a…
—¿Al buque insignia de los síndicos? No, capitán Geary —lo tranquilizó Rione—. Voy hacia aquí. Al Intrépido. Quiero tenerlo vigilado personalmente. A usted y a cierta parte importante del equipo. Vaya que sí, usted no me lo ha dicho. Pero creo que puedo salvaguardar mejor los intereses de mi pueblo estando en su nave.
Geary respiró hondo para acabar asintiendo con la cabeza.
—Notificaré a la capitana Desjani que va a venir usted hacia aquí —agregó Geary.
—Gracias, capitán Geary. —Nueva sonrisa, tan desafiante como sus ojos—. Ahora tengo que intentar meter miedo a los síndicos para que nos den algo más de tiempo.
Dicho eso, su imagen se desvaneció.
Geary se quedó sentado durante un momento, mirando al hueco que parecía que había estado ocupando Rione. Tal vez sea capaz de meterles miedo a los síndicos para que no se lancen al ataque inmediatamente y así ganemos algo de tiempo. Lo que está claro es que a mí sí que me mete miedo.
La capitana Desjani asumió la noticia de la inminente llegada de la copresidenta Rione como si fuera otro episodio negativo más dentro de un día repleto de ellos.
—Por lo menos seguimos teniendo sus naves con nosotros —apuntó resignada.
—Sí. —Geary echó un vistazo a su alrededor—. Capitana Desjani, ¿dónde está el equipo del almirante Bloch?
—¿Su equipo? —preguntó Desjani.
—Sí. Los oficiales que se le asignaran como comandante de la flota. ¿Dónde están? Pensé que me estarían buscando —apuntó Geary.
Durante unos breves instantes, Desjani pareció desconcertada, pero después se dio cuenta de por dónde iban los tiros.
—Ah, ya comprendo. Usted está pensando en lo que se solía hacer en el pasado. Lo siento —se apresuró a añadir, aparentemente a modo de respuesta a la reacción que percibió en el rostro de Geary—, pero han cambiado muchas cosas. Hace tiempo ya que nos faltan oficiales experimentados. Los equipos que usted conoció fueron mermando a medida que fue haciendo falta que los oficiales se pusieran al frente de las naves.
Geary meneó la cabeza.
—¿Tantas bajas ha habido? —inquirió.
—¿Tantas? —Desjani tenía dudas de cómo continuar—. Bueno, lo cierto es que hemos perdido muchas naves durante el curso de la guerra. Pero los síndicos han perdido más —añadió rápidamente.
—Me preguntaba por qué había tantos comandantes que parecían tan jóvenes —señaló Geary.
—No siempre… nos podemos permitir el lujo de proporcionarles a los oficiales una carrera larga antes de que se les promocione y se les ponga al mando de una nave.
—Entiendo —admitió Geary, aunque en realidad no comprendía nada.
Tantos comandantes jóvenes, tantas naves nuevas… otra vez el frío gélido volvía a apoderarse de su interior por un momento a medida que se iba dando cuenta de que todas las naves cuyos datos había examinado eran nuevas o casi.
Geary había dado por supuesto que aquello era así porque las naves más veteranas se habían quedado atrás por estar menos capacitadas. Ahora su duda se reducía a saber cuántas naves veteranas existirían en general. ¿A cuánto habría quedado reducida la esperanza de vida de oficiales, tripulantes y naves de la Alianza bajo el influjo de la guerra?
La capitana Desjani proseguía con sus explicaciones, como si tuviese la sensación de que debía justificar la situación a título personal:
—Las bajas no siempre han sido tantas. Pero, en ocasiones, hemos sufrido muchas. Un siglo de guerra se lleva por delante a muchas naves y a muchos tripulantes de una flota. —Desjani tenía pinta de estar enfadada y, a la vez, cansada—. Muchos. Al almirante Bloch se le habían asignado dos ayudantes de alto rango. Tal vez usted no los vio cuando embarcaron en el transbordador de camino al buque insignia de los síndicos, pero iban con el almirante Bloch y su jefe de personal.
—No —respondió lacónico Geary. Pero también es verdad que en ese momento no estaba al corriente de casi nada.
—Por supuesto, ahora están todos muertos. Hay algunos oficiales jóvenes que secundaban al equipo, pero todos forman parte de la compañía de la nave. Todos tienen puestos de responsabilidad a bordo del Intrépido —informó Desjani.
—Doy por supuesto que en estos momentos se los necesita allí —apreció Geary.
—Sí, si bien uno de ellos está muerto y otro tiene heridas tan graves que no podría abandonar la enfermería. Me gustaría poder seguir disponiendo de los otros dos para que continúen desarrollando sus funciones primordiales…
Geary alzó la mano para evitar que Desjani siguiera dando explicaciones.
—Cómo no… Iré a verlos cuando las condiciones lo permitan. ¿Puede decirme cómo se le ocurrió al almirante Bloch poner en marcha una flota con tan poco personal? —preguntó Geary.
Desjani puso mala cara.
—Porque hizo lo que había que hacer y dejó el resto a los comandantes de las naves, supongo. Además, los sistemas de apoyo que usted tiene a su disposición son muy eficaces. —Desjani miró la hora y puso cara de alarma—. Capitán Geary, con su permiso, debo volver al puente de mando.
—Permiso concedido —sentenció Geary.
Desjani ya estaba saliendo a toda prisa cuando el brazo de Geary se anticipó a devolver un saludo de despedida que nunca llegó a producirse. O me acostumbro a estas cosas o me pongo serio y cambio la manera que tiene esta gente de hacer las cosas. Geary echó un vistazo al infante de la Marina de la puerta, que seguía cuadrado en el exterior de la entrada a la sala de juntas, a poca distancia de donde se hallaba él.
—Gracias —dijo Geary.
El infante de Marina realizó un saludo disciplinado con una ejecución más que aceptable y Geary se lo devolvió convenientemente.
Tras ello, el capitán siguió los pasos de Desjani, sabedor de que él también debería estar en el puente de mando. Pero, de repente, le empezaron a temblar las piernas como si se hubiera vuelto a quedar sin fuerzas. Geary apoyó una mano contra la pared y, una vez que consiguió estabilizarse, comenzó a caminar lentamente hacia su camarote.
Al llegar se tumbó aliviado sobre la silla, respirando con dificultad. No me puedo permitir esto ahora. Hay muchas cosas que hacer. Metió la mano en un cajón y sacó un parche de medicamentos que contenía un mejunje con las sustancias que los médicos de la flota habían previsto que podrían serle de más utilidad para seguir manteniéndose en pie. Me dijeron que estos chismes no interferirían con mi capacidad de pensar. ¿Y si no es así? Da igual porque, como no me tome esto, voy a ser incapaz de hacer mi trabajo.
Tengo que dejar de meterme en situaciones en las que todas las opciones posibles sean perjudiciales en potencia.
Geary se pegó el parche de medicamentos en el brazo y empezó a sentir un ligero cosquilleo que significaba que los fármacos estaban haciendo su trabajo. El efecto tardaría unos segundos en notarse, así que, mientras tanto, Geary fue activando los sistemas de apoyo que había mencionado Desjani.
En cuanto lo hizo, vio un mensaje de la comandante Crésida, de la Furiosa. Contenía el plan que había prometido mandar sobre cómo recolocar las naves de la flota para preparar el traslado al punto de salto. Geary lo estudió con todo el detenimiento de que fue capaz, pero tampoco pudo evitar sentir que el péndulo del tiempo pendía constantemente sobre su cabeza. En menos de media hora, tal vez, los síndicos moverían ficha. Incluso menos si habían mentido sobre el plazo que habían dado para que los comandantes de la Alianza se pensaran qué iban a hacer. Una vez que todas las naves de la Alianza estuvieran en posición, o una vez que los síndicos empezaran a moverse si es que eso ocurría primero, el plan apelaba a la palabra clave «Obertura» para dar paso a la retirada de la flota hacia el punto de salto.
Geary sintió un amago de frustración al revisar los nombres de las naves, pues hubiera deseado saber más acerca de cómo se movían y de cómo combatían. Numos tenía razón al decir que mis conocimientos están anticuados pero mis antepasados saben que, como comandante, sigo siendo mejor de lo que él llegara a ser nunca. Y, como le había dicho a Numos, en este momento actuar en lugar de quedarse a la expectativa era algo primordial. Rezando entre dientes una rápida oración, Geary acabó marcando la señal que daba la aprobación al plan y lo etiquetó para que fuera transmitido a la flota.
Después, Geary comenzó a incorporarse, pero en ese momento le recorrió un espasmo de inestabilidad y se volvió a sentar, obligándose a sí mismo a esperar unos pocos minutos más. Volvió a girarse hacia las estadísticas de la flota y empezó de nuevo a repasar el listado, intentando absorber todo el conocimiento de los navíos que pudiera. Como había sospechado, todas las naves eran nuevas o prácticamente nuevas. Si la edad media de esas naves significaba lo que él creía que significaba, las bajas debían de haber sido, debían de seguir siendo, para caerse de espaldas.
Que se perdiera una nave no significaba necesariamente que la tripulación entera se hubiera ido al garete, eso por supuesto; pero, así y todo, seguían siendo un montón de bajas.
Geary miró al borde tosco de su escritorio y finalmente se dio cuenta de qué quería decir aquello. Quería decir que las naves se estaban produciendo a toda prisa para reponer las bajas sufridas en la batalla. Los oficiales y tripulantes pasaban el período de capacitación a toda velocidad para entrar a formar parte del personal de esas naves y finalmente se les promocionaba rápidamente para reemplazar a los caídos en combate. Así, al mismo tiempo que el personal inexperto poblaba las nuevas tripulaciones, un buen puñado de naves construidas a toda prisa eran arrojadas sin remilgos al fragor de la batalla, lo que provocaba que se siguiesen produciendo numerosas bajas de gente que moría antes de haber podido aprender lo suficiente. ¿Cuánto tiempo llevaba la flota atrapada en este bucle mortal? No me extraña que se hayan olvidado de saludar. No me extraña que se hayan olvidado de cómo se comanda una flota. Son todos unos aficionados. Aficionados que tienen las vidas de sus compañeros de tripulación y el destino de la Alianza en sus manos. ¿Es que soy yo el único profesional preparado que queda en toda esta flota? ¿Qué ha pasado con todas las naves y la gente que conocí? ¿Murieron todos en el campo de batalla mientras yo dormía?
Como no quería seguir pensando en ello, Geary trató de concentrarse en los datos que tenía delante de él. De hecho, comenzó a pasarlos deprisa para obligarse a prestar atención. De repente frunció el ceño al darse cuenta a medias de que se había saltado algo y volvió a mirar los datos de nuevo con más detenimiento. Ahí estaba. Crucero de batalla Resistente; oficial al mando: comandante Michael J. Geary. Mi hermano se llamaba Michael Geary. Pero debe llevar muerto mucho tiempo y nunca entró a formar parte de la flota que yo conocí. Al menos no antes de que me fuera a dormir un siglo, vamos.
¿Tengo tiempo para andar mirando estas cosas? Bueno, vamos a meternos en una batalla, así que si pasa algo tal vez nunca llegue a enterarme.
Geary dudó por un momento, pero al final acabó marcando el código para hablar con el oficial al mando del Resistente. Tardó unos segundos, pero después apareció un rostro que le resultaba casi familiar, lo cual no dejaba de ser inquietante.
—¿Sí, señor? —respondió Michael Geary.
Ni el tono ni la expresión del comandante del Resistente parecían muy agradables, pero Geary no pudo evitar preguntar, sobre todo después de haberle visto la cara:
—Discúlpeme, comandante Geary, pero quería saber si usted y yo estamos emparentados —inquirió John.
El rostro de Michael permaneció duro e impasible.
—Sí —espetó el capitán del Resistente.
—¿Cómo? Entonces tú eres…
—Mi abuelo era su hermano —explicó Michael lacónicamente.
De nuevo el hielo amenazaba con apoderarse de él. Su hermano. Unos pocos años más joven que él en su época. Geary miró aquel rostro que reflejaba el legado que su hermano le había transmitido a su nieto y, de repente, la pérdida de su propia época se volvió insoportable, y no solo porque el comandante del Resistente pareciera tener unos pocos años más de los que John aparentaba tener. Su resobrino había roto todas las estadísticas al sobrevivir tanto tiempo, pero aquel hecho no parecía haber supuesto un motivo de alegría para él.
—¿Qué…? —Geary miró hacia otro lado y respiró hondo hasta sentir escalofríos—. Lo siento. No sé nada sobre ti y… y… mi hermano. ¿Qué pasó con él?
—Vivió y murió —respondió el resobrino de Geary sin más.
Hubo algo en aquella hostilidad que hizo que John perdiera los papeles.
—Eso ya lo sé. Era mi hermano, cabrón desalmado —increpó John.
—¿Necesita algo más, señor? —inquirió Michael.
Geary se quedó mirando a aquel hombre y pudo ver cómo las marcas de la edad se mezclaban con las líneas impresas por las emociones fuertes que debía de haber vivido. Su resobrino era sin duda un par de décadas mayor que él y esos años no habían sido precisamente agradables.
—Sí. Hay algo más. ¿Se puede saber qué cojones te he hecho yo a ti? —increpó John.
El otro hombre sonrió, pero en aquella expresión no había nada de divertido.
—¿Usted? Nada. Ni a mí, ni a mi padre, ni a mi abuelo. El abuelo solía decir que habría cambiado los honores que recibió por volver a tenerlo cerca, pero al menos él vivió iluminado por el resplandor de Black Jack Geary, «héroe» de la Alianza, y no a la sombra de ese «héroe».
Geary notó cómo su resobrino pronunciaba la palabra «héroe» con sarcasmo y no pudo evitar volver a sacar su ira a pasear.
—¡Ese no soy yo! —repuso Geary.
—No. Usted era humano. Ya lo suponía. Pero para el resto de la Alianza, usted no era humano. Usted era el héroe perfecto, el ejemplo brillante para la juventud de la Alianza. —El comandante Michael Geary se inclinó para acercarse más a la pantalla virtual—. Todos y cada uno de los días de mi vida he visto cómo se me comparaba con el estándar de Black Jack Geary. ¿Se hace usted una idea de lo que es eso?
Se lo podía imaginar, a juzgar por las emociones que había dejado entrever su resobrino.
—¿Y por qué cojones te enrolaste en la Marina? —preguntó el capitán Geary.
—¡Porque no me quedó otro remedio! —se quejó el comandante del Resistente—. Lo mismo que le pasó a mi padre. Éramos Gearys. Eso ya lo decía todo.
Geary cerró los ojos apretándolos bien fuerte y se oprimió la cabeza entre las manos. Solo he vivido con esta imagen de mí mismo unas pocas semanas. Para vivir toda una vida a su sombra…
—Lo siento mucho —se disculpó Geary.
—Usted no hizo nada —repitió su resobrino.
—¿Entonces por qué me odias así? —insistió Geary.
—Resulta difícil romper con los hábitos de toda una vida —repuso su homólogo.
Desearía saber cosas de mi hermano, de lo que pasó con sus hijos, de cualquier detalle que me pudieras contar sobre mis otros amigos y parientes, pero no puedo preguntarle a alguien que lleva toda la vida odiándome y que ni siquiera se preocupa lo más mínimo por ocultar su aversión hacia mí.
—¡Qué te jodan! —blasfemó Geary.
—Eso ya lo hizo usted —repuso su resobrino.
Geary se dispuso a cortar la conexión, pero antes clavó una mirada gélida en el rostro que había al otro lado.
—¿Se siente capaz de seguir mis instrucciones lo mejor que sepa? —preguntó Geary.
—Oh, sí. Eso sí que puedo hacerlo —repuso su resobrino.
—Si me entero de que está obstaculizando o poniendo en riesgo de alguna manera al resto de naves por sus acciones, lo relevaré de su puesto en un abrir y cerrar de ojos. ¿Me entiende? Me da igual que me odie. —Lo cual era mentira y tanto era así que Geary estaba seguro que su resobrino sabía que era mentira, pero había que decirlo—. Lo que no voy a tolerar es que nadie haga nada que pueda poner en peligro a las naves y a los tripulantes de esta flota.
El otro Geary arqueó la boca forzando una media sonrisa.
—Le aseguro que me haré cargo de mis obligaciones como si el mismísimo Black Jack Geary estuviese al mando —repuso.
El Capitán Geary se quedó mirándolo otra vez.
—Dime que no es una frase hecha —imploró John.
—Es una frase hecha —corroboró Michael.
—No sé si mandarte a tomar por culo otra vez o pegarme un tiro —se lamentó John.
La sonrisa de su resobrino se hizo más grande.
—¿Tú también lo odias, verdad? —inquirió Michael.
—Claro que sí —aseveró John.
—Entonces quizá, aunque solo fuese por el abuelo, debería desearte lo mejor —dijo su resobrino—. Es duro, y será más duro teniendo en cuenta que te veo más joven que yo, pero ahora tú también tendrás que vivir con el estigma de Black Jack Geary.
—Estás cruzando los dedos para que fracase, ¿verdad? —apostó John.
—El fracaso es algo relativo. Yo he tenido que lidiar con exigencias muy altas a lo largo de mi vida. Tú vas a tener que enfrentarte a exigencias aún mayores.
Geary asintió con la cabeza, un asentimiento que iba tanto como para él mismo como para responder a su viejo y cortante resobrino.
—Y ahí vas a estar tú para ver cómo fracaso en mi intento de estar a la altura de un semidiós. Muy bien. Tengo trabajo por hacer. Y tú también —recordó John.
—Sí, señor. Pido permiso para regresar al trabajo —solicitó Michael—. El Resistente quedó gravemente dañado en la batalla, como a buen seguro ya sabe.
No, a buen seguro no lo sé. Son tantas cosas de las que enterarse en tan poco tiempo…
—Muy bien, comandante.
Geary cortó la conexión y después se quedó sentado mirando a la pantalla apagada durante un buen rato antes de intentar de nuevo ponerse de pie. La pierna izquierda le temblaba un poco, así que cerró el puño y empezó a golpearse el muslo tan fuerte que no hubiese resultado descabellado pensar que le fuese a acabar saliendo un cardenal. Después se dirigió al puente de mando del Intrépido agradecido incluso por esa distracción menor que le provocaba el dolor persistente en la pierna.
Los tripulantes que abarrotaban los pasillos del Intrépido durante los momentos inmediatamente posteriores a la batalla ya se habían ido en parte, pues la mayoría de ellos ya habían llegado a las posiciones en las que tenían que estar y se habían metido en faena para completar las labores que tenía que hacer cada uno. El resto abrió paso a Geary, pero había cambiado algo en la manera en la que lo miraban. En sus rostros no solo estaba ya esa admiración y ese anhelo que no le gustaba nada ver, sino también una confianza creciente. Confianza en él o por él, no importaba. El caso era que ahora tenía que ser su comandante, así que su mirada se cruzó con la de ellos y trató de devolverles la misma confianza con sus gestos.
El puente de mando semicircular no era tampoco un compartimento muy grande, pero no tenía sentido poner compartimentos muy grandes en una nave espacial, sobre todo en un navío de guerra. El asiento del capitán, que normalmente presidía el recinto, había sido desplazado hacia un lado, mientras que otro asiento, este con una bandera del mando de la flota puesta en relieve sobre su parte trasera, estaba sujeto al escritorio junto al del capitán. La capitana Desjani estaba sentada en su sitio con el cinturón abrochado y miraba atentamente las pantallas virtuales que flotaban delante de ella, dando alguna que otra orden o haciendo alguna pregunta de vez en cuando a alguno de sus oficiales o al personal alistado que ocupaba los distintos puestos de vigilancia que completaban el medio arco del compartimento que tenía delante de ella. Geary necesitó un momento para absorber toda la escena, pero descubrió una sensación agradable y reconfortante en aquella observación de los rituales de mando de los navíos que tan familiares le resultaban.
En ese momento, un consultor de guardia se percató de su presencia y le hizo un gesto a la capitana Desjani, que se giró lo suficiente como para ver a Geary, y asintió levemente con la cabeza a modo de saludo antes de volver a supervisar las reparaciones y la preparación para los combates posteriores. Geary caminó hacia el asiento del almirante con cierta rigidez, deteniéndose un instante para recorrer con los dedos de una mano la bandera en relieve. Le daba la sensación, en cierto modo, de que sentarse allí representaba un paso para el que ya no habría marcha atrás posible. Llegados a ese punto, estaría comandando la flota sin ningún género de dudas. Era un muy mal momento para recordar que el período de mando más largo que había tenido con anterioridad había sido al frente de una fuerza de acompañamiento compuesta únicamente por tres naves.
Geary se sentó y miró a su alrededor, tratando de acostumbrarse a su nuevo papel.
—Capitana Desjani, ¿está la copresidenta Rione a bordo ya?
—Eso me han dicho. —Desjani le lanzó una mirada rápida y estudiadamente neutral—. Su transbordador atracó hace varios minutos.
Geary revisó la hora.
—Debe de habernos permitido ganar algo de tiempo ya. El plazo de los síndicos expiró hace más de diez minutos.
—Tal vez. —Desjani se inclinó hasta colocarse más cerca de Geary y bajó el tono de voz—. ¿Cuánto sabe Rione? ¿Algo del Intrépido?
Geary intentó responder sin inmutarse.
—Demasiado —espetó Geary.
—Es bien posible que el almirante Bloch ya se lo hubiera contado, ya sabe —apuntó Desjani.
Geary no había pensado en eso, pero parecía razonable que Rione pudiera haberle puesto a Bloch las mismas exigencias que le había puesto a él y que por tanto ya supiera dónde estaba ubicada la llave. ¿Entonces por qué me preguntó? Tal vez para descubrir lo sincero que podía llegar a ser con ella. Supongo que aprobé el examen.
—Al menos no se ha venido aquí con nosotros al puente de mando —se consoló Geary.
—Estoy segura de que sigue hablando —observó Desjani con cara de póquer.
Geary se dio cuenta de que estaba esbozando una sonrisa a pesar de todo, pero enseguida volvió a recuperar el rictus de seriedad y volvió a pedir los visualizadores. Cuando aparecieron flotando al nivel de sus ojos, pudo comprobar que las naves síndicas seguían manteniendo su posición en la formación. Los vectores de velocidad y dirección, en cambio, mostraban que una buena parte de las naves de la Alianza estaban moviéndose en varias direcciones: los navíos más lentos tendían a acercarse hacia el punto de salto y el resto se movía hacia otros lados a fin de ocultar las intenciones de la flota. Hay muchas naves en esta flota. Si me centro demasiado en una sola zona, dejaré de tener una perspectiva general. Inmerso en sus pensamientos, Geary desplazó la mirada hacia la formación del enemigo sin poder evitar que se le hiciese un nudo en el estómago. Y muchas naves síndicas. ¿Y si ellos son más rápidos, o nosotros más lentos, o qué pasa si alguien simplemente hace lo que no debe?
¿Y si soy yo ese alguien?
Geary escrutó los botones del cuadro de mandos con la intención de encontrar el que le proporcionase información sobre las naves de la Alianza. En lugar de eso, le aparecieron los ficheros personales de todos los oficiales de la flota. Geary farfulló algo que puso de relieve su enfado y volvió a probar con otro botón. Esta vez lo que le salió fue un fichero con las estadísticas de cada clase de nave. No era exactamente lo que quería, pero aun así era útil. Ahora solo le faltaba tener unos pocos minutos más para saber algo más de las naves, por ejemplo cuáles eran las diferencias principales con respecto a las que él conocía. Acto seguido le hizo una señal a Desjani.
—Le estaba echando un vistazo a las especificidades de las naves y me he dado cuenta de que la mayoría de las armas las conozco —explicó Geary.
Desjani ordenó rápidamente algo a uno de sus subordinados y después asintió con la cabeza.
—Sí —confirmó Desjani—. Los conceptos básicos de armamento no han cambiado en la mayoría de los casos, si bien lo que ha mejorado mucho son las capacidades de esas mismas armas. Las lanzas infernales siguen siendo nuestra principal arma, pero ahora las puntas con carga de partículas son más rápidas, tienen un mayor alcance, contienen más energía y los lanzadores se pueden recargar mucho más rápido que las que tuvo usted en su última nave.
—Y todavía se usa la metralla —añadió Geary.
—Por supuesto. Se trata de un arma sencilla y mortal. Eso sí, ahora las armas de rieles pueden imprimir más velocidad a la metralla que en su época. Además, las mejoras en el sistema de blanco nos permiten emplear la metralla con un alcance ligeramente superior. Aun así, sigue siendo un arma que solo es eficaz a corta distancia, porque una vez que los proyectiles se dispersan, las probabilidades de dañar las defensas del enemigo de manera significativa son muy pequeñas —argumentó Desjani.
—¿Qué son los espectros? —preguntó Geary.
—Básicamente una versión más destructiva de los misiles a los que usted estaba acostumbrado —respondió Desjani.
—¿Se refiere a los aparecidos? —insistió Geary.
—Sí. Los espectros son misiles autónomos, lo mismo que los aparecidos de antes; solo que se manejan mejor, contienen una ojiva múltiple, lo que les da más opciones de atravesar los escudos y penetrar en el casco del enemigo, y sobreviven mejor a sus defensas activas. —Desjani señaló hacia el exterior—. Las defensas también han mejorado. Los escudos son más fuertes, reconstruyen y ajustan la cobertura de una manera más rápida. Además, los cascos físicos de las naves también han adquirido características de supervivencia mejoradas.
O sea que no había habido cambios radicales en lo que a armamento se refería, entonces. Las naves seguían usando misiles de largo alcance, además de las lanzas infernales y la metralla cuando el enemigo se acercaba lo suficiente. Armamento más pesado pero cargado también contra defensas más potentes.
—¿Y esto qué es…? —continuó preguntando Geary.
—¿Capitán? —Tanto Geary como Desjani giraron las cabezas para ver al tripulante que había llamado su atención, aunque a Geary le costó un momento darse cuenta de que el llamamiento debía de ir dirigido expresamente hacia él. El tripulante, en cambio, no parecía muy seguro de a quién debía informar—. La flota síndica está exigiendo a cada una de las naves por separado que anuncien su rendición una a una de manera inmediata.
Geary contuvo las ganas de hacer una mueca, ya que era consciente de que todos los ojos estaban posados en él a la espera de observar su reacción. Era obvio que los esfuerzos de Rione por entretener a los síndicos habían llegado hasta donde podían llegar. Geary se preguntó entonces si el mero hecho de seguir callados podría provocar que los síndicos perdieran el tiempo repitiendo sus exigencias.
—Capitana Desjani, le agradecería que me dijera qué piensa usted que podría ocurrir si no respondemos —instó Geary.
Desjani dudó por un momento, y después dijo rápidamente:
—No puedo estar segura de qué van a hacer los síndicos; pero, si no respondemos, existe la opción de que algunas de nuestras naves respondan por su cuenta —apuntó Desjani—. Y si se empiezan a rendir algunas…
—Mierda —blasfemó Geary.
Por mucho que odiase admitirlo, Geary sabía por lo que había visto en la sala de juntas que Desjani tenía razón. No podía quedarse callado y arriesgarse a que sucediera eso.
—Quiero hablar con el comandante de los síndicos —resolvió Geary.
—¿Canal privado, señor? —inquirió Desjani.
—No. Quiero que todo el mundo nos vea y nos escuche —espetó Geary.
—Llamaremos al buque insignia de los síndicos —respondió Desjani—. Está a pocos minutos luz de aquí.
Desjani señaló con el dedo al panel de comunicaciones, trasladando la orden con su movimiento. El tripulante que estaba allí asintió con la cabeza y se puso a manejar los mandos. Varios minutos después, el tripulante empezó a hacer gestos indicando algo que tenía delante. Geary siguió el gesto con los ojos y vio como aparecía una nueva imagen. En el centro se podía ver una figura que le resultaba familiar: el director general de los síndicos que anteriormente se había ocupado de anunciar los asesinatos del almirante Bloch y del resto de sus colegas de alto rango de la Alianza.
—¿Intrépido? —preguntó el director general—. Ustedes eran el buque insignia de Bloch, ¿no? ¿Serán capaces entonces de ordenar una rendición generalizada de la flota?
Geary se enderezó, tratando de no enfurecerse, pero tampoco se molestó en ocultar demasiado lo que le pasaba por la cabeza.
—No habla con el capitán del Intrépido. Habla con el comandante de la flota —lo corrigió Geary.
El buque insignia de los síndicos se encontraba ligeramente detrás de los elementos de vanguardia de la flota enemiga, a unos tres minutos luz del Intrépido. Geary acortó la respuesta todo lo que se atrevió y después esperó a que la respuesta llegase a la otra nave, consciente de que el tiempo de demora intrínseco a la comunicación iba a ayudar automáticamente a conseguir ganar más tiempo para su flota.
Tres minutos desde el Intrépido hasta el buque insignia del enemigo y después tres minutos más de vuelta. Unos seis minutos después de la respuesta de Geary, finalmente el comandante vio cómo los ojos del director general de los síndicos se llenaban de irritación.
—Me da igual cómo se denomine usted a sí mismo. He sido muy generoso preocupándome humanitariamente por el bienestar de compañeros humanos, pero se les ha acabado el tiempo. Transmitan la señal de rendición, bajen sus escudos y desactiven todos los sistemas de armamento ofensivo y defensivo inmediatamente o serán destruidos —amenazó el director general.
Geary meneó la cabeza tratando de dar énfasis a su respuesta.
—No —respondió lacónico Geary.
Seis minutos después, Geary vio como el director general de la flota síndica fruncía el ceño a modo de respuesta ante su escueta negativa.
—Muy bien. En ese caso el Intrépido será destruido. Ahora, si no le importa, voy a hablar con otras naves que, a buen seguro, sí desean rendirse —añadió el director general.
—Las naves de esta flota están todas bajo mi mando, no el suyo, y por ende lucharán todas bajo mis órdenes —aseveró Geary, tratando de revestir su tono de voz de ese hielo que antes lo había inundado por dentro.
Geary era consciente de que su respuesta llegaría mucho antes a sus propias naves que al lejano buque enemigo y, con un poco de suerte, eso coartaría a cualquier comandante que pudiera sentirse tentado a declarar la rendición de su nave a título individual.
—La flota de la Alianza no está derrotada y no se va a rendir —agregó el capitán.
Geary esperaba que sus palabras transmitieran una confianza que, en realidad, no sentía. El caso era que, mientras que él proyectara tal confianza hacia el exterior, ni sus propias naves ni las de los síndicos sabrían qué le estaba pasando realmente por la cabeza.
La conversación a larga distancia se prolongó durante casi veinte minutos hasta que Geary vio que el director general de los síndicos miraba hacia algún lugar fuera de la pantalla, aparentemente comprobando algo en una de las suyas propias.
—Parece que tendré que volver a preparar a mi personal de Inteligencia. No encuentro ninguna ficha que coincida con usted en mi base de datos de oficiales de la Alianza —comentó el director general.
—Eso es que no está mirando en el lugar adecuado. —Geary esbozó una pequeña sonrisa que no tenía nada de divertido—. Pruebe a mirar entre los oficiales fallecidos. Busque todo lo atrás que se remonten sus archivos.
Otros seis minutos.
—¿Está usted muerto, entonces? —El director general meneó la cabeza—. ¡Qué táctica tan idiota y qué manera de perder el tiempo! Estoy buscando en toda la base de datos, incluyendo a todos los oficiales de la Alianza de los que se sabe que han servido en algún momento en esta guerra, y sigue sin haber coincidencias en ab…
El director general de los síndicos dejó de hablar, con los ojos todavía clavados en la pantalla virtual que estuviese mirando.
Geary volvió a sonreír, esta vez dejando al descubierto los dientes.
—Veo que ya me ha encontrado —anticipó Geary—. Hace más o menos un siglo.
Cuando llegó la última respuesta del director general de los síndicos, su cara había enrojecido de furia.
—Vaya truco más simple y estúpido. Si se cree que voy a ser tan tonto como para creerme esto, se equivoca terriblemente. No está haciendo más que entretenerme para ganar tiempo. No voy a tolerar más retrasos —amenazó el director general.
—Me da igual lo que crea usted. —Geary siguió su discurso dejando que las siguientes palabras fluyeran muy despacio, consciente de que el resto de su propia flota estaba escuchando la conversación—. Soy el capitán John Geary. Estoy ahora al mando de la flota de la Alianza. Es conmigo con quien está usted tratando ahora. Estas son mis naves. Así que retírese.
El director general fruncía el ceño cuando llegó su último mensaje.
—Aunque usted fuera esa persona, no podría hacer nada. Somos superiores en número, en armas y, además, ustedes se encuentran aislados. ¡No les queda más opción que rendirse! Repito, no voy a tolerar más retrasos. Mi paciencia está llegando a su fin —advirtió el director general.
Geary usó sus mejores artes para no parecer impresionado por aquello.
—Yo ya he vencido a los síndicos en una ocasión y puedo hacerlo una vez más —declaró Geary.
Geary sabía lo que tenía que decir. No en vano seguía hablando tanto para sus propias naves como para el director general de los síndicos. Tal vez así haría que los síndicos se lo pensaran dos veces y, con suerte, le insuflaría de paso algo más de confianza a su flota. Lo cierto es que Geary descubrió que estaba disfrutando un poco con esa situación. Ser Black Jack Geary a los ojos de los tripulantes de la Alianza había sido como someterse a un juicio constante, pero emplear su leyenda para meterles miedo a los síndicos tenía realmente un punto divertido.
—Un buen comandante siempre puede hacer algo —prosiguió Geary—. Se lo repito, esta flota no está derrotada. Si son ustedes lo suficientemente estúpidos como para intentar atacarnos, se encontrarán con que estamos listos para darles una patada que los mande directos al próximo sistema estelar.
Geary sabía que aquello no era cierto, pero estaba claro que las medias tintas no iban a hacer que consiguiese nada llegados a este punto.
Seis minutos más. El director general de los síndicos posó su mirada sobre Geary con evidente cautela, si bien seguía intentando proyectar esa seguridad arrogante tan suya.
—Eso son tonterías, como usted bien sabe. Su situación no tiene salida. Si no se rinden ahora, morirán. Esta conversación ha llegado a su fin. Espero que en su próxima respuesta quede expresada su rendición —insistió el director general.
Geary ignoró el ultimátum.
—Lamento decepcionarlo. La flota síndica ya creía haberme matado en una ocasión. ¿Qué le hace pensar que tendrán más suerte esta vez? Usted, en cambio, ni siquiera ha muerto una vez. Y, después de ver lo que le hizo al almirante Bloch, me haría más que feliz mandarlo a hacer una visita anticipada a sus antepasados.
El director general había conseguido mantener su expresión cuidadosamente bajo control, pero a Geary le había parecido leer en ella también un cierto resquicio de inseguridad. Lo cual, de ser cierto, estaba muy bien. Hacer tambalear la confianza de un comandante enemigo era el primer paso para asegurar su derrota.
Por otro lado, la capitana Desjani y el resto de los miembros de la tripulación del Intrépido que estaban dentro del círculo de visión de Geary parecían debatirse entre la felicidad que les provocaba el modo en el que Geary se jactaba ante el comandante síndico y la preocupación que les producía pensar que aquellas burlas podrían acabar desatando un ataque síndico inmediato.
Geary se quedó a la expectativa, observando con el rabillo del ojo como las naves de la Alianza seguían reubicándose lentamente. ¿Cuánto más sería capaz de entretener al director general antes de que sus naves estuviesen preparadas para lanzarse hacia el punto de salto?
—No tengo ni tiempo ni paciencia para tratar con un idiota —vomitó finalmente el director general de los síndicos seis minutos después. Acto seguido, cortó la conexión.
Geary suspiró y relajó su postura rígida.
—Capitana Desjani, ¿en cuánto tiempo estarán todas nuestras naves en posición?
Desjani revisó sus propias pantallas virtuales.
—Sus, ejem, negociaciones con el comandante síndico nos han hecho ganar una media hora, pero creo que hará falta otra media hora más, señor. La Titánica se está quedando rezagada, no obstante. Tiene daños muy importantes —añadió Desjani rápidamente.
—Ya veo —dijo Geary, revisando el estado de la Titánica.
Tal vez debería ordenar a su tripulación que evacuara el navío… No. La Titánica era una nave auxiliar móvil que servía para reconstruir y reparar los daños en la flota. En esencia, era un pequeño astillero que acompañaba a la flota para reparar daños demasiado graves como para que las naves los subsanaran por su cuenta, así como para producir piezas de repuesto. Geary comprobó que había dos naves del estilo de la Titánica dentro de la flota. La otra había quedado reducida a pedazos en la última batalla. Todavía quedaban otras naves de reparación y reconstrucción, pero ninguna de ellas tenía todas las capacidades de la Titánica. Si quiero llevar a esta flota a casa me va a hacer falta poder disponer de la Titánica. Pero va tan despacio… y encima ahora que tiene daños en el motor va todavía más despacio. Solo me queda rezar para que le haya metido el suficiente miedo a ese síndico idiota como para que su flota se quede quieta otra media hora más.
Hasta donde Geary sabía, la flota síndica seguía sin moverse. Mantenía la misma posición con respecto a la flota de la Alianza. Como resultado de su reorganización, las naves de Geary habían cambiado su formación en media luna a algo que parecía más o menos un óvalo. En las pantallas, aquello parecía un escudo protector que cubría a las naves más dañadas y lentas de la Alianza, las cuales, a su vez, habían emprendido su camino, con un poco de suerte de manera discreta, hacia el punto de salto. Geary observó los símbolos que representaban a sus naves avanzando por el espacio y rezó para que tuvieran un poco más de tiempo.
—Estamos detectando un cambio de posición de las naves síndicas. Movimiento azul.
Eso significaba que los navíos síndicos habían incrementado su velocidad en dirección hacia la flota de la Alianza. Geary blasfemó algo entre dientes y se quedó mirando a la pantalla virtual sobre la que se proyectaba la posición de las fuerzas enemigas. No era que la flota síndica hubiese cambiado su formación, que seguía siendo aquel muro de artillería; pero, fijándose bien, Geary se dio cuenta de que los sensores ópticos de largo alcance del Intrépido estaban detectando vectores de movimiento asociados a un navío tras otro, lo que significaba que estaban acelerando con dirección a la flota de la Alianza. Como en todos los demás navíos que Geary había conocido, el comandante deseó tener un sistema mágico de detección que le pudiera proporcionar información a una velocidad superior a la de la luz. Pero, al igual que ocurría con las comunicaciones, los sensores en el espacio normal seguían estando limitados a la velocidad de la luz. Lo que significa que se empezaron a mover hace menos de tres minutos, así que ahora ya nos tendrán a tiro.
—Están manteniendo la formación. Las naves más lentas están marcando el paso —advirtió Geary.
Desjani asintió, con el rostro rígido por la tensión.
—Eso puede querer decir que no sospechan que esté poniendo en marcha su plan —apuntó Desjani.
Mi plan. Eso es. Espero que funcione.
—¿Cómo puedo hablar con la flota? —le preguntó a Desjani.
—Ya puede hacerlo —respondió Desjani después de pulsar los botones pertinentes.
Geary respiró hondo.
—Llamando a todas las naves, aquí el comandante de la flota, el capitán John Geary. A la recepción, ejecuten «Obertura» inmediatamente. Repito, a la recepción, ejecuten «Obertura» inmediatamente —ordenó Geary.
No había tiempo para ejecutar una maniobra de manera impecable, coordinada de antemano de tal modo que cada nave tuviera tiempo para recibir la señal antes de que la flota entera se moviese al unísono. Con todo, la flota tampoco estaba tan dispersa. Todas las naves recibían el mensaje en un plazo de un minuto y empezarían a moverse en cuanto escucharan la orden.
Las naves se fueron iluminando con puntos verdes en la pantalla virtual de Geary a medida que iban recibiendo la orden. La oleada verde se fue extendiendo desde el Intrépido en todas las direcciones, lo que daba a entender que a las naves les estaba llegando la orden y daban el correspondiente acuse de recibo. Del mismo modo, a partir de las naves que se encontraban más próximas al Intrépido la flota de la Alianza comenzó a moverse de manera irregular hacia el punto de salto. Igualmente, el Intrépido puso sus motores en marcha y se colocó en el centro de la formación. Geary observó que sus naves aceleraban, comprobando como las más rápidas se colocaban alrededor de las más lentas para cubrirles las espaldas, siempre sin quitar ojo del avance síndico para ver en qué momento el enemigo se daba cuenta de lo que estaban intentando hacer, de que la flota de la Alianza no estaba simplemente retrocediendo en un intento por postergar una batalla inevitable dentro de su sistema, sino que planeaba pegar un salto que la sacara de aquel peligro inminente.
—La Titánica sigue quedándose atrás —le informó Desjani.
Geary asintió con la cabeza para responder a Desjani, mientras sentía cómo se le formaba un nudo en el estómago al ver el movimiento torpe y lento de la nave.
—Hubiera estado bien que se hubiese podido acercar un poco más al punto de salto —apostilló Geary.
—Teniendo en cuenta la cantidad de daños que ha sufrido, la Titánica se ha acercado todo lo que ha podido dado el tiempo que tenía a su disposición y las limitaciones del propio plan —lo justificó Desjani.
Los dientes de Geary rechinaron, pero no de rabia hacia Desjani. La capitana se estaba limitando a hacer exactamente lo que tenía que hacer: decirle la verdad tal y como ella la estaba viendo. Pero era él quien le había dado el visto bueno al plan. En el poco tiempo que había tenido para estudiar el plan, Geary sí se había percatado de la presencia de la Titánica dentro del marco de operaciones, pero no había llegado a hacerse a la idea de que la enorme nave de reparación pudiese convertirse en un motivo de preocupación. No sabía que se movía tan lentamente. También era verdad que ni habían tenido mucho tiempo para desplazarla ni habían podido hacerlo de manera directa, sino que había sido preciso camuflar sus movimientos, lo cual había supuesto un elemento más de ralentización. Pero el caso es que el visto bueno definitivo al plan se lo había dado él, lo cual, sumado al hecho de que no habían sido capaces de distraer a los síndicos el tiempo suficiente, y ahora la Titánica se encontraba en un serio aprieto.
Geary empezó a ver señales de que el enemigo estaba reaccionando, dándose cuenta por fin de que la flota de la Alianza estaba huyendo hacia el punto de salto. Las imágenes del muro de acorazados síndicos, que a Geary le llegaban con el desfase propio de la distancia, mostraban que estos estaban perdiendo la formación que, a su vez, se iba estirando a medida que las naves más rápidas empezaban a destacarse de las más lentas. Han tardado tres minutos en darse cuenta de lo que estábamos haciendo, algo más en imaginarse qué significaba y otros tres minutos más hasta que hemos visto cómo reaccionaban ante tal información. Ahora mismo deben de estar realmente cerca de nosotros y la información irá llegando cada vez con menos retraso, pero eso tampoco es una buena señal, ya que significa que el enemigo se está acercando lo suficiente como para ponerse a tiro de nuestras naves más rezagadas. Geary no podía considerarlas una retaguardia, porque las naves que se encontraban en esa posición lo estaban porque no podían ir más deprisa, no porque formasen parte de una estrategia.
Geary se dio cuenta de que estaba cruzando los dedos mentalmente para que aparecieran escuadrones de naves ocultos, esperando a saltar de algún escondite imposible para rebanar la cabeza de la formación síndica. Pero lo cierto era que no contaba con tales escuadrones, ni tampoco habría habido manera alguna de esconderlos por allí. Además, cualquier navío que enviase a un hipotético ataque contra la avanzadilla síndica no iba a ser capaz de retirarse de manera segura antes de que el grueso de la flota síndica volviese a reagruparse.
Geary siguió observando las naves y sus vectores de movimiento deslizarse por la pantalla. No le hacía falta calcular el resultado. Su propia experiencia anticipando cómo acababan los movimientos de las flotas le dio una respuesta a medida que pasaban los minutos.
—Los interceptores síndicos se aproximan demasiado deprisa. La Titánica no va a llegar al punto de salto antes de que alguno de ellos se aproxime lo suficiente como para tenerla a tiro —comentó Geary.
Desjani asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo —afirmó la capitana.
—¿Pueden detenerlos los navíos que escoltan a la Titánica? —preguntó Geary.
Desjani evaluó la situación por un momento antes de responder y después meneó la cabeza.
—No con sus armas de popa. Tienen que darse la vuelta —explicó Desjani.
—Y si hacen eso están perdidos —agregó Geary. Podría verme obligado a hacerlo. Podría tener que dar esa orden. No quiero perder esas naves, esas tripulaciones, pero si es o ellos o la Titánica, teniendo en cuenta que la Titánica es necesaria para que todos los demás puedan volver a casa…
La capitana Desjani volvió a asentir con la cabeza.
—Podemos abandonar a la Titánica. Intentar rescatar a parte de su tripulación —apuntó Desjani.
—Necesitamos ese navío —se opuso Geary.
Desjani dudó por un momento, pero finalmente asintió por tercera vez.
—Sí —aseveró.
—Entonces no podemos abandonarlo —sentenció el capitán.
Desjani lo miró con preocupación. A ver, intentemos pensar en cómo saldría de este lío el legendario Black Jack Geary. Si se te ocurre algo, dímelo, ¿eh? ¿Cómo podríamos ganar algo de tiempo para la Titánica? Geary escudriñó las pantallas, tratando de encontrar alguna manera de cambiar las leyes físicas y obtener alguna solución al enigma, daba igual cómo.
Sacrifiquemos al menos una nave por otra. O un escuadrón de naves ligeras, o alguna nave lo suficientemente poderosa como para conjurar la avalancha de los elementos de avanzadilla síndicos pero, a la vez, menos importante que la Titánica. Al Intrépido sí que no lo puedo usar. ¿Pero no sería un alivio si lo hiciera? Si resisto una última vez, ahora sí que se acabaría todo seguro. No más cargas de mando, no más legiones de gente desesperada mirándome como si fuera su única esperanza. No más sino de la Alianza, quizá, pendiendo sobre mi cabeza, y no más oír hablar de Black Jack Geary, el héroe de la Alianza. Pero no puedo. La llave está a bordo. Hice una promesa. Incluso aunque no la hubiera hecho, no puedo olvidarme de mis obligaciones para con toda esta gente. Pero, en ese caso, ¿qué nave elijo? ¿Por qué mandarlos a ellos a una muerte segura y no a otros? Sus ojos rebuscaron entre las naves, tratando de tomar una decisión que odiaba.
Y entonces vio algo.
—¿Qué está haciendo el Resistente? —musitó Geary—. Se está replegando.
Desjani hizo una señal a su equipo y esperó respuesta.
—Me están informando de que el Resistente ha notificado a la flota que va a maniobrar de manera independiente —reveló Desjani.
—¿Cómo? Póngame con el oficial al mando —ordenó Geary.
El Resistente estaba tan solo a treinta segundos luz, así que solo hubo que esperar un minuto a que el Intrépido mandase su solicitud y el Resistente su respuesta. El rostro del oficial al mando del Resistente, que recientemente se había convertido en algo familiar para Geary, apareció de nuevo frente a él.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Geary sin preámbulos—. Como no vuelvan a coger velocidad pronto, las naves síndicas los van a adelantar. Regresen inmediatamente a su posición en la formación.
Un minuto después, en lugar de responder directamente, el comandante Michael Geary se limitó a sonreír triunfalmente.
—La cagaste, tío abuelo Black Jack. Y lo sabes, ¿verdad? La Titánica está en aprietos. Crésida no es mala oficial, pero no tiene tanta experiencia como le gusta creer. Y puede ser muy impulsiva, a veces salta sin pensarse las cosas primero. Deberías haber examinado su plan mejor. Hay que navegar mucho tiempo alrededor de la Titánica para darse cuenta de lo lenta que es esa bañera, incluso en condiciones óptimas. Y eso significa que solo hay una alternativa para salvarla.
Geary trató de emplear las yemas de sus dedos para hacer retroceder un dolor cada vez mayor en las sienes.
—Soy consciente de que la Titánica está en apuros —reconoció Geary—. Me hago cargo de que hay que hacer algo. Pero hay diferentes formas de solucionarlo.
Un minuto más y, mientras tanto, los perseguidores síndicos seguían acercándose. Geary los observó, impresionado pese a sus reticencias al comprobar la aceleración de la que eran capaces esos modernos acorazados.
El oficial al mando del Resistente meneó la cabeza.
—Todas las opciones llevan al mismo sitio. Y lo sabes. Bueno, te voy a hacer un gran favor, tío abuelo Black Jack. Te voy a ahorrar el problema de elegir quién muere. El Resistente está cerca de la línea que separa a las naves síndicas más cercanas y la Titánica. Mi nave está bien posicionada para emprender esta acción y tiene la munición suficiente. Además, los propulsores principales de la nave están dañados por lo mucho que los he tenido que forzar y amenazan con fallar en cualquier momento, así que es posible hasta que no sea capaz de seguir a la flota en ningún caso. ¿Te sientes mejor así?
Geary volvió a sentir esa sensación gélida en su interior, pero lo único que se le ocurrió decir fue una palabra.
—No —rezongó.
La sonrisa del comandante del Resistente se ensanchó aún más al escuchar la respuesta de su tío abuelo y adquirió un punto grotesco.
—¡Gracias a tu error, al final voy a estar a la altura del legado de Black Jack Geary! ¡Mi nave se va a encargar de contener a toda la flota síndica! Mis antepasados, «nuestros» antepasados, se sentirán orgullosos. ¿Cuánto crees que aguantará mi nave, tío abuelo Black Jack? —preguntó Michael.
Geary apenas pudo aguantarse las ganas de gruñir de frustración. Una nave iba a perecer por su culpa. Por lo menos una, porque si el Resistente no conseguía contener al enemigo el tiempo suficiente, la Titánica seguiría sin poder llegar al punto de salto a tiempo, a no ser que Geary mandase más naves para cubrirle las espaldas. Además, lo peor era que este hombre al que quería abrazar como si en él anidase un vínculo con su hermano muerto no podía deshacerse de su furia ni siquiera ahora.
—Contenlos todo el tiempo que puedas. Van a intentar colar algunas naves por encima de la tuya, seguro —adelantó Black Jack Geary.
Un minuto después, Michael Geary volvió a menear la cabeza.
—No lo conseguirán. Tendré una posición de disparo franca para darles en los costados si lo intentan. —La sonrisa finalmente se desdibujó hasta acabar desapareciendo—. ¿No resulta fácil, verdad? Ahora lo comprendo un poco. De verdad que no deseaba esto. Sin embargo, uno hace lo que tiene que hacer, pero cómo acaba saliendo depende de tus antepasados. Uno solo tiene que… los síndicos capturarán a cualquier miembro de mi tripulación que pueda salir del Resistente antes de que quede destruido. Sé que ahora no puedes quedarte a esperar para recogerlos. Pero prométeme que un día tratarás de sacarlos de los campos de trabajo de los síndicos. No los olvides.
Otra promesa más, otra exigencia más para él, de alguien que sabía además de sobra que Jack Geary no era ningún semidiós, pero que aún necesitaba creer en él.
—Te juro que no los olvidaré y que haré todo lo que pueda para traerlos a casa algún día —se comprometió Black Jack Geary.
—¡Lo recordaré! ¡Y nuestros antepasados también habrán escuchado tus palabras! —Michael Geary soltó una risotada repentina mientras los ojos se le iban rápidamente hacia otro lado, en dirección hacia el puente de mando de su propia nave—. La cosa se va a poner muy caliente en cualquier momento. Tengo que irme. Saca la flota de aquí, cabrón. —Dudó antes de seguir—: Tengo una hermana. Está en la Impertérrita, su nave sigue en el espacio de la Alianza. Dile que ya no te odio.
La conexión se cortó y Geary se quedó mirando la sombra del rostro de su resobrino que se había quedado grabada en su memoria.
Acto seguido se dio cuenta de que la capitana Desjani lo estaba mirando como preguntándose qué se habría dicho en la conversación privada con el Resistente. Geary se dirigió a ella, intentando mantener su voz inquebrantable y bajo control en todo momento.
—El Resistente va a intentar contener a las naves síndicas el tiempo necesario para que la Titánica llegue al punto de salto —le explicó Geary. Desjani dudó por un momento, con los ojos abriéndose como platos.
—Señor, debe saber que el oficial al mando del Resistente es…
—Sé quién es —la interrumpió.
Geary se figuró que su tono de voz había sonado áspero y no tenía ni idea de cómo iba a sentar eso al personal del puente de mando del Intrépido pero realmente en ese momento no le importaba en absoluto.
Desjani se quedó mirándolo durante bastantes segundos para acabar volviendo la vista hacia otro lado.
Cada minuto después de aquello parecía imposible de puro eterno. Geary observaba a la Titánica avanzar lenta y dolorosamente mientras que los vectores de los acorazados síndicos seguían incrementando la velocidad a medida que iban recortando la distancia. Las naves síndicas más rápidas habían aumentado su cadencia hasta sobrepasar una décima parte de la velocidad de la luz.
—¿No hay ninguna manera de hacer que la Titánica vaya más rápido? —saltó Geary finalmente.
Los otros hombres que se encontraban en el puesto de mando se miraron los unos a los otros, pero ninguno dio ninguna respuesta. A pesar de que antes se había convencido de la necesidad de no perder la perspectiva general, Geary se centró en el Resistente, sabedor de que lo que pasara en torno a esa nave iba a determinar el sino de los demás navíos. El resto de la flota de la Alianza se encontraba acelerando hacia el punto de salto, limitando la velocidad para evitar que las naves más lentas se quedaran atrás, pero alejándose del Resistente con paso firme. El crucero de batalla, que a estas alturas ya tenía bastantes daños, había dejado de acelerar, surcando el espacio por detrás del resto de la flota como si se le hubieran roto por completo los sistemas de propulsión. Ahora se encontraba ya a casi cuarenta y cinco segundos luz del Intrépido y no dejaba de perder terreno. Geary hizo un cálculo mental rápido y llegó a la conclusión de que para cuando los perseguidores síndicos hubieran alcanzado al Resistente, este se encontraría a más de un minuto luz del resto de la flota.
El muro que antes formaba la flota síndica se había estrechado hasta originar una especie de cono desigual, con el grueso de las naves síndicas en la base y las más rápidas a la vanguardia, deslizándose todo lo rápido que podían para dar caza a la Titánica. Geary divisó entonces la gran oportunidad que ofrecía la formación tan dispersa de los síndicos para cebarse con un contragolpe. Era justo la clase de oportunidad que un comandante mítico como Black Jack Geary seguramente no desaprovecharía. Pero sé qué le ocurriría a mi flota si lanzo un ataque contra la vanguardia de las naves síndicas y el resto de la flota síndica nos coge después. Además, no soy el Black Jack Geary que esta gente se piensa que soy.
Como si fueran miembros de un majestuoso ballet ejecutando los pasos del gran final, las naves síndicas dibujaron un grácil arco descendente en dirección a la Titánica y el solitario navío de guerra de la Alianza, el Resistente, bloqueándoles el camino. A la cabeza del destacamento, tres naves de caza asesinas síndicas, que debían de estar apurando sus propulsores al máximo y que trataron de adelantar al Resistente incrementando su aceleración hasta sobrepasar una décima parte de la velocidad de la luz, fueron directamente a por la Titánica y sus escoltas. Geary observó la batalla en la pantalla virtual que flotaba delante de él, consciente de que lo que él estaba viendo ya había sucedido hace un minuto, observando como la silueta del Resistente se giraba con parsimonia para hacer frente a los perseguidores. Demasiado despacio. Según parecía, sus propulsores principales habían perdido gran parte de su capacidad de maniobra y aceleración, lo cual dejaba al Resistente sin poder moverse a mucha velocidad.
Según la última actualización de datos del Resistente, su sistema de propulsión no estaba tan dañado. ¿Por qué se ralentiza tanto entonces? Segundos después Geary se dio cuenta de que las naves de caza asesinas síndicas no alteraban su ruta, sino que pasaban de largo a la altura del Resistente. Aquello bastó para que Geary comprendiese lo que estaba haciendo su resobrino. Está fingiendo estar peor de lo que está. Es la única baza que le queda y la está jugando muy bien. Ojalá tuviera algo más de tiempo para conocer a ese hombre.
El Resistente, que se balanceaba lenta y majestuosamente hacia arriba y hacia los lados, a duras penas se las podía apañar para seguir cargando sus armas, así que empezó a disparar metralla cinética, largas hileras de bolitas metálicas destinadas a interceptar a las naves de caza asesinas antes de que llegaran a su objetivo. A la velocidad que se estaban moviendo las naves enemigas, los efectos de la relatividad implicaban que estarían teniendo una imagen distorsionada del universo exterior; lo cual, unido a los desfases temporales provocados por las distancias involucradas en el movimiento, significaba, en suma, que las naves síndicas podrían perder un tiempo vital a la hora de percibir y responder a las amenazas que se cerniesen sobre ellas.
Ya fuera porque tenían muy poco tiempo de reacción o simplemente porque optaron por ignorar el ataque, el caso fue que las naves de caza asesinas se metieron de lleno en la cortina de metralla y sus escudos de vanguardia empezaron a chisporrotear al absorber los impactos de la munición. Los acorazados síndicos siguieron avanzando en tropel hacia adelante, centradas aún en la Titánica.
—Ni un impacto —comentó Geary descorazonadamente.
La capitana Desjani meneó la cabeza.
—Tampoco había muchas opciones, pero los impactos que han conseguido las ráfagas cinéticas contra los escudos de las naves de caza asesinas deben haberles debilitado inmensamente las protecciones. La velocidad relativa de los impactos era enorme. Tendrán que utilizar un montón de fuerza de los lados y de la retaguardia para intentar reconstruir los escudos frontales —explicó Desjani.
—Ya veo.
Y ahora sí que sí lo veía. O más bien, estaba viendo lo que había ocurrido hacía más de un minuto. Era obvio que las naves de caza asesinas que seguían como una exhalación la estela del Resistente no se preocuparon por la posibilidad de que la nave de la Alianza pudiera alcanzarles con más disparos. Pero antes de que hubieran comenzado a rebasar al Resistente, el crucero de batalla se dio la vuelta con una rapidez y agilidad inusitadas, cambiando de orientación de tal modo que sus baterías de artillería ya tenían en su punto de mira los sitios por los que iban a pasar las naves de caza asesinas. Probablemente los síndicos no vieron la maniobra a tiempo para reaccionar, así que siguieron su trayectoria y permitieron que el Resistente los pudiese apuntar directamente a los lugares por donde iban a pasar.
En ese momento, la nave de la Alianza vomitó toda una cortina de lanzas infernales, que salieron disparadas a toda velocidad hasta alcanzar un punto en el espacio por el que, justamente, acabó pasando uno de los acorazados síndicos. Las cabezas con carga de partículas de las lanzas se incrustaron en las naves de caza asesinas y, mientras tanto, el Resistente siguió virando para colocar las armas apuntando hacia otro punto por el que estaba previsto que pasase el enemigo. Acto seguido, una nueva ráfaga de artillería dio de lleno en una segunda nave de caza asesina. A una distancia tan corta, los chisporroteos de energía se abrían paso entre los ya de por sí debilitados escudos laterales y acabaron desgarrando la armadura que había bajo ellos para, finalmente, destrozar las entrañas de las naves síndicas.
Siguieron moviéndose por encima de una décima parte de la velocidad de la luz, pero lo que quedaba de las naves enemigas tras el ataque ya no aceleraba, ya no tenía vida, ya no suponía una amenaza para la Titánica ni para ninguna otra nave de la Alianza.
Sin embargo, los ojos de Geary seguían clavados en la tercera nave de caza asesina. En la pantalla, el Resistente giraba hacia arriba y hacia un lado ejecutando una dolorosa maniobra para intentar ponerse de cara a la siguiente amenaza. Geary sintió una tensión que le resultaba familiar brotando en su interior, como si lo que se proyectaba en la pantalla estuviera sucediendo en tiempo real en vez de retransmitiendo los acontecimientos que ya habían tenido lugar hacía más de un minuto. En la imagen se veía lo que parecía una enorme bola incandescente saltando del Resistente en dirección hacia el camino trazado por la tercera nave de caza asesina. La bola pareció dudar por un momento al tropezar contra los escudos de la nave de caza asesina, pero al final logró colarse por los entresijos de aquella barrera debilitada para acabar metiéndose en plena nave. Al impacto de la bola, la nave de caza asesina simplemente se desvaneció. Un tercio de la nave se esfumó en un instante y el resto de piezas fueron cayendo merced a una serie de explosiones secundarias.
—¿Qué cojones ha sido eso? —susurró Geary.
La capitana Desjani sonrió dejando los dientes al descubierto.
—Un campo de anulación. Hace exactamente lo que indica su nombre, anula temporalmente la fuerza que mantiene unidos a los átomos —explicó Desjani.
—Está de broma —musitó incrédulo Geary.
—No —insistió Desjani, señalando a lo que quedaba de la nave de caza asesina—. Dentro del campo de anulación, los enlaces atómicos fallan. La materia, simplemente, se deshace.
Geary se quedó mirándola y después volvió la vista hacia la imagen proyectada sobre la pantalla virtual. Materia. La materia de la que estaba hecha una nave y la materia de la que estaba hecha su tripulación. Se deshace y adiós muy buenas. No solo es que estén muertos, es que se esfuman hasta no ser nada.
—¿Todas las naves poseen uno de esos campos de anulación? —preguntó Geary.
—No. Solo las más importantes y no todas ellas. —La fiera sonrisa de Desjani desapareció—. Son bastante nuevos, tienen un alcance limitado y tardan mucho en volver a cargarse. Sé por qué lo disparó en ese momento. Era la única manera de detener a esa nave de caza asesina. Pero es probable que no pueda volver a tirar otro y dudo que haya más naves principales síndicas que le permitan acercarse lo suficiente como para que las enganche así.
—¿Puede un escudo detener ese tipo de cosas? —incidió Geary.
—Si es suficientemente potente, sí. —Desjani empezaba a mostrar signos de frustración—. Los campos de anulación no pueden ser recargados si uno se encuentra en un punto demasiado profundo en el interior de un pozo de gravedad importante. Además, solo se puede retener la carga durante un período de tiempo muy corto antes de que la nave se vea obligada a disparar. Es por eso que todavía no hemos sido capaces de emplearlas contra objetivos planetarios síndicos.
—¿Objetivos planetarios? —siguió preguntando Geary—. ¿Se refiere a planetas, no?
La frustración se tornó en irritación, pero poco después Desjani suavizó el gesto.
—Claro —sentenció.
Claro. Golpear un planeta habitado con algo que reduciría su materia a meras partículas fundamentales era una cuestión clara. ¿Pero qué le ha pasado a esta gente? ¿Cómo pueden hablar así, lamentándose de no ser capaces de destruir mundos de ese modo?
En ese momento su atención volvió a saltar al punto en el que se encontraba el Resistente. Una nueva columna de naves de caza asesinas había intentado adelantar al Resistente, pero la nave de la Alianza volvió a girar sobre sí misma con una agilidad absolutamente inusitada para su tonelaje, de tal modo que la mayoría de sus baterías de lanzas asesinas pasaron a apuntar de nuevo al camino por el que tendría que pasar una de las naves enemigas. Al abalanzarse sobre aquella cortina de munición concentrada, los escudos delanteros de la nave de caza asesina acabaron envueltos en llamas y se desplomaron, lo que permitió que las lanzas infernales asolaran la nave de principio a fin, hasta convertirla en un vertedero que se transportaba a gran velocidad.
La capitana Desjani señaló algo con el dedo para captar la atención de Geary, que vio entonces cómo el Resistente estaba descargando misiles espectros todo lo rápido que podían los lanzamisiles de la nave. La nave de caza asesina que quedaba repelió los primeros espectros con sus defensas, pero justo a continuación empezaron a desfilar los torpedos, impactando primero contra los escudos y socavando después agujeros en la nave. En cuestión de momentos, la nave quedó también fuera de combate.
—Ahí ha gastado la mayoría de los espectros que le quedaban, Capitán Geary —advirtió Desjani—. El capitán del Resistente está usando todo lo que tiene en su mano para detener a la vanguardia de las naves síndicas.
Geary asintió con la cabeza lentamente, tratando de no revelar sus emociones.
Se está guardando demasiado poco para luchar con las naves síndicas que le vienen por detrás. Pero tampoco importará mucho, ¿no? No en lo que respecta al plan general, en el que sacar a la Titánica sana y salva de ahí es de una importancia crucial. Puto plan general y putos síndicos.
Geary estudió los vectores de movimiento, tratando de hacerse una idea de en qué situación se habían quedado una vez que las cinco naves de caza asesinas estaban fuera de combate. La respuesta a aquel rompecabezas le vino de manera natural.
—Es posible que lo haya conseguido —apuntó Geary.
—Todavía no —replicó Desjani.
La siguiente oleada de naves de caza asesinas se topó con otra cortina de metralla y lanzas infernales. Entre estas apareció un espectro que aprovechó la confusión para deslizarse silenciosamente y percutir contra los escudos síndicos, pero cuatro de las cinco naves de caza asesinas que componían el destacamento consiguieron salir con vida del ataque. Eso sí, tres de ellas vieron como su velocidad se ralentizaba notablemente a causa de los impactos provocados por la metralla y como su capacidad de aceleración quedaba minada por tales daños. Por su parte, la cuarta había perdido a todas luces un montón de armamento solo para conseguir franquear la barrera del Resistente.
—Lo ha conseguido —afirmó Desjani eufórica—. Le recomiendo que dé la orden a los escoltas de la Titánica de atacar a la nave de caza asesina que va en cabeza lanzando media docena de espectros con sus lanzamisiles de popa. Si lo hacen, la nave de caza asesina no será capaz de sobrevivir después de todo lo que ha tenido que resistir ya para rebasar al Resistente a menos que se desvíe de su trayectoria y, si lo hace, no será capaz de alcanzar a la Titánica antes de que esta efectúe el salto.
—Muy bien —aceptó Geary—. Dé la orden, por favor.
Geary no escuchó como Desjani daba la orden, estaba concentrado viendo como más naves de caza asesinas, en esta ocasión apoyadas por cruceros ligeros, pasaban por encima del Resistente y descargaban parte de su artillería sobre la nave de la Alianza al pasar sobre ella. A pesar de que las naves síndicas se estaban moviendo demasiado rápido, lo que sin duda estaría distorsionando su visión del universo exterior, el Resistente sufrió más daños que ellas. Además, estaba ya tan maltrecho que no podía maniobrar lo suficientemente rápido como para evitar los disparos realizados contra su posición estimada. El Resistente revolvió a disparar entonces otro campo de anulación, pero el crucero ligero al que había dirigido el ataque hizo un quiebro hacia un lado y solo se llevó un golpe de refilón en los escudos.
La batalla se desarrollaba ya a unos setenta segundos luz del Intrépido. Los visualizadores ya solo podían contarle a Geary lo que había pasado hada un minuto y diez segundos, pero Geary seguía sabiendo con exactitud lo que estaría pasando en el Resistente en ese momento. Él ya había estado en esa misma situación, si bien en su caso sus opciones habían sido algo mejores. Geary sabía que, a continuación, se usarían la artillería recargable, la metralla y los espectros. Los escudos de la nave echarían chispas casi constantemente por todos los lados, a medida que el fuego enemigo fuera colándose y destrozando las capas defensivas exteriores. Después llegarían los impactos ocasionales sobre el casco, en el momento en el que los escudos empezaran a fallar en algunos puntos. Dentro de la nave la sensación sería idéntica a si un gigante ciego estuviera dando martillazos al azar sobre la nave. Finalmente, los escudos dejarían de ejercer su protección por completo y fallarían por todas partes. Las baterías de lanzas infernales seguirían saliendo disparadas e irían cayendo, bien una a una o bien en bloque, sobre el enemigo, hasta que los suministros de la batería quedaran agotados. Acto seguido aparecerían a toda velocidad las bolas de metal y las esquirlas de gas hipercalentado que, cada vez más rápido, camparían a sus anchas en el interior de la nave, de lado a lado, de extremo a extremo, aplastando todo y a todos los que se cruzaran en su camino.
—El Resistente está lanzando las cápsulas de salvamento —informó Desjani.
Empezaba a resultar difícil saber exactamente lo que estaba ocurriendo. La batalla había dejado tal cantidad de escombros que parte de ellos impedían seguir viendo adecuadamente el curso de los acontecimientos. Sin embargo, los sistemas del Intrépido seguían siendo capaces de detectar las señales que partían de las cápsulas de salvamento a medida que eran expelidos del Resistente. Los sistemas del Intrépido calcularon automáticamente las opciones de interceptación de las cápsulas de salvamento para que Geary supiera qué tendría que hacer para tratar de rescatar a los supervivientes del Resistente. Geary se quedó mirando la trayectoria de cada uno de ellos, observando como atravesaban el grueso de la flota síndica que avanzaba en dirección contraria a ellos, y supo perfectamente que ahora no iba a ser capaz de ayudar a los tripulantes de esas. Serían los síndicos los que los recogieran una vez finalizada la batalla y quedarían condenados a una vida en los campos de trabajo síndicos. Pero no me olvidaré de la promesa que te hice, Michael Geary. Si es humanamente posible, algún día los sacaré de ahí.
Las naves síndicas adelantaban al Resistente una tras otra, sin que ninguna de ellas se detuviese para nada. Simplemente, se limitaban a disparar según pasaban, mientras crecía el número de naves síndicas que dejaban atrás la solitaria nave de la Alianza. En ese momento empezaron a pasar los cruceros pesados, que añadieron su amplio tonelaje a la carga de artillería que ya se cebaba con el Resistente.
—Hace setenta y cinco segundos luz que el Resistente ha dejado de disparar —indicó Desjani—. Parece que, en ese momento, todas sus armas ya habían quedado inutilizadas o destruidas.
Geary se limitó a asentir con la cabeza, pues no se sentía capaz de hablar. De la nave seguían saliendo de vez en cuando cápsulas de supervivencia, pero muy pocas.
—Hemos recibido una señal de inicio de autodestrucción por parte del Resistente —siguió informando Desjani.
—¿Cuánto tiempo queda hasta que explote el interior? —Geary no fue capaz de reconocer la voz en un principio; después se dio cuenta de que era la suya.
—No es seguro. Tampoco se sabe a ciencia cierta cuál será la intensidad de la deflagración. No sabemos cuál es el nivel de daños que se ha sufrido ya en el interior —explicó Desjani.
—Entendido.
Tal vez el Resistente ya se hubiera ido para siempre, si bien a bordo del Intrépido aquello era algo que todavía no se sabía con seguridad. Pero no tardaría en saberse, seguro. Geary distrajo su atención de la batalla por un momento, observando como las naves de la Alianza caían en la zona especial del pozo de gravedad que estaba alrededor de aquella estrella que reunía las condiciones adecuadas para permitir la transición hacia el espacio de salto a través del cual se podría llegar a otras estrellas que se encontraban solo a semanas o meses de viaje.
—El plan de la comandante Crésida estipulaba que las naves podrían realizar los saltos hoy a una velocidad máxima de una décima parte de la velocidad de la luz —recordó Geary.
—Correcto —confirmó Desjani.
Los sistemas de transmisión de salto alcanzaron esa posibilidad antes de que la hipernet hiciese detener su investigación y desarrollo.
—Bien —contestó Geary en un tono desprovisto de emoción—. Ninguna de nuestras naves tendrá que ralentizar su marcha para poder hacer el salto.
La Titánica estaba a punto de llegar al lugar deseado, pero los vectores de movimiento de las naves síndicas de vanguardia estrechaban la distancia que las separaba a toda velocidad. La nave de caza asesina síndica más cercana, la que había conseguido pasar a duras penas la barrera del Resistente, quedó despedazada en enormes fragmentos al recibir el impacto de los espectros lanzados por la escolta de la Titánica. Otras naves síndicas intentaban en vano alcanzar la gran nave de la Alianza y se quedaban sin armas de interceptación en el momento de tratar de detener a la Titánica y a sus escoltas antes de que se desvanecieran en el punto de salto. Otras naves síndicas más que se encontraban al frente de la flota, todas ellas unidades ligeras, empezaron a desmoronarse al recibir los ataques de artillería de las naves pesadas de la Alianza que todavía no habían realizado el salto. Las naves de caza asesinas síndicas que habían sobrevivido a los ataques frenaron súbitamente y cambiaron a toda prisa los vectores, tratando de inutilizar alguna nave más de la Alianza antes de que pudiera realizar el salto sin ser aniquiladas.
Cuando Geary miró hacia atrás, ya no quedaba nada del Resistente. Una zona cada vez más grande de restos y gases en medio de la flota síndica indicaba en qué punto había tenido lugar el deceso. Que las estrellas te sirvan de guía y que nuestros antepasados te reciban con los brazos abiertos, Michael Geary. Hasta que nos volvamos a encontrar de nuevo en ese lugar.
—Mensaje a todas las naves que queden. Salten lo antes posible. Repito. Salten lo antes posible. Ya, ya, ya.