Capítulo 2
CULTIVAR
LA CURIOSIDAD
Los niños exploran el mundo con asombro. Tienen una curiosidad inherente al enfrentar cada día, conforme develan inquisitivamente y con entusiasmo todas las cosas nuevas y descubren lo imprevisto. Nuestro trabajo, como padres, es facilitar su exploración. Al valorar y confiar en sus momentos de juego, valoramos y confiamos en su perspectiva única y creativa. Al darles los materiales con los que puedan explorar sus múltiples y variados intereses, permitimos que su imaginación se eche a andar. Nuestro trabajo es apoyarlos con nuestro interés, e incluso tomar pistas de sus juegos. Al resistir la necesidad de “dirigir” sus juegos, nos relajamos y nos inspiramos. Difícilmente puede haber un mejor regalo para un niño que un padre con su propio sentido de curiosidad deliciosamente floreciente.
TOMARSE EL JUEGO EN SERIO
En mi libro El camino del artista, siempre animaba a los adultos a “jugar”. Al recuperar nuestro sentido de asombro infantil somos más felices y también adultos más productivos. Muchos de los ejercicios que les pido a mis estudiantes tienen que ver con recordar buenos momentos de nuestra infancia, cuando nos sentíamos libres para crear sin preocuparnos de nada.
Ahora depende de nosotros asegurarnos de que nuestros hijos tengan ese tipo de recuerdos para cuando se hagan mayores. En una cultura que cada vez se vuelve más activa, rápida y tecnológica, la presión cae sobre los padres para proteger el sentido de asombro de sus hijos y darles el espacio para desarrollarlo.
Uno de los mejores recuerdos de mi niñez era la música que siempre flotaba en nuestra casa. Nuestro hogar tenía dos pianos: uno en la sala para los conciertos formales y otro en el cuarto de juegos para “hacer el tonto”. “Hacer el tonto” —experimentar y jugar “sólo por diversión”— desarrolla un sentido de confianza en nuestros hijos y un sentido de fe en un universo benevolente, en donde las ideas creativas son bienvenidas. Cuando se permite que jueguen “sólo por diversión”, se permite que cometan errores. “No le tengas miedo a los errores; simplemente éstos no existen”, solía decir Miles Davis. Al tomar esta actitud con nuestros hijos —que su creatividad no es una representación sino una parte de quien ellos son—, les enseñamos que están en seguridad al tomar riesgos. Al motivar su exploración alabando sus caprichos creativos, ellos siguen creciendo, experimentando y tomando riesgos en todos los aspectos de su vida.
“Mi hija tiene tres años, dice David, ella vive ahora en una fantasía. A veces, cuando está jugando en su cuarto, me paro junto a la puerta por un minuto hasta que entiendo ‘dónde está’. El otro día vi que estaba llorando en su cama conforme les contaba a sus animales de peluche una historia. No la interrumpí, tan sólo me quedé escuchando. Al cabo de un rato me di cuenta de que les estaba contando la historia de cómo Jafar acababa de matar a Aladino. Cuando terminó de narrar la tragedia a sus juguetes, se limpió las lágrimas y comenzó a hacer otra cosa. Lo que encuentro extraordinario es lo desinhibida creativamente que es ahora, y me gustaría protegerla en ese sentido.”
Creo que hay pocas cosas más importantes que proteger el sentido de asombro de nuestros hijos. Si ellos se sienten a salvo para experimentar, se están desarrollando para tener un pensamiento original.
El piano del cuarto de juegos en la casa de los Cameron estaba pintado de blanco y dorado, nosotros lo hicimos. Mi madre apoyaba nuestros juegos musicales.
“Vean si pueden tocar Noche de paz”, nos decía con una sonrisa. Y cuando lo hacíamos:
“Vean si pueden tocar Estrellita, ¿dónde estás?”
Muchas veces tocábamos las melodías de oído. En ocasiones, dos de nosotros compartíamos el banco del piano.
“Deben tocar eso para su padre”, decía mi madre cuando lográbamos triunfalmente crear una melodía.
Recuerdo el gozo al encontrar una melodía en las teclas y la excitación de mi madre cuando lo hice. Todavía hoy, décadas después, he escrito cientos de melodías jugando con las teclas con la misma curiosidad de entonces. Aun ahora tengo un piano en mi casa. Cada día escribo en él.
Jugar es importante para todas las edades. Yo siempre digo que nunca llegamos a una edad en la que el juego no sea productivo.
“¿Productivo? ¿De verdad, Julia?”, mis estudiantes me replican. “¿Incluso cuando lucho porque los niños coman, se bañen y se vayan a la cama a una hora decente?”
Sí. Aun cuando nunca hay “suficiente” tiempo, sacar un momento para jugar es esencial. No tienes por qué tardarte demasiado, realmente, cualquier cantidad de tiempo es suficiente. Pero los niños que pueden jugar con libertad luego van por la vida con una actitud juguetona, una ligereza que les ayuda a enfrentar situaciones más difíciles. Creo que los adultos que se dan tiempo para el juego son mucho más creativos y también más efectivos en sus vidas. Al permitirnos jugar, nos conectamos con un sentido de asombro interno y de seguridad, en otras palabras, de un sentido de fe.
Jill, que había sido abogada, se volvió una madre ama de casa cuando nació su hijo.
“No necesitaba dinero, me decía, con lo cual no necesitaba trabajar. Así que me quedé en casa. Pensé que era una mejor madre al dedicarme totalmente a mi hijo, al darle todo lo que tenía.”
Con muy buenas intenciones y también formidablemente intelectual, Jill se sintió, sin embargo, frustrada durante la niñez de su hijo. Conforme su matrimonio se vino abajo, se centró en él con mayor intensidad. Al no usar sus propios talentos, comenzó a obsesionarse con los de él. Como había dejado de escribir para las revistas legales, empezó a hacer las tareas de su hijo. Su educación se volvió su problema. Sus calificaciones eran altas, pero “no lo suficiente”, es decir, no tanto como habían sido las de ella.
“¿Dejas que tu hijo juegue?”, le pregunté.
“Toca el violín y juega futbol soccer, me contestó, juega tenis tres veces a la semana con un excelente entrenador.”
Eso no era exactamente lo que yo quería decir por “juego”. Aunque él estaba en un equipo de soccer de élite, no parecía sentir pasión por este deporte. Iba a sus lecciones de tenis sin entusiasmo. Tocaba el violín, pero sólo bajo las órdenes de Jill.
¿Su hijo era feliz? De hecho, a los doce años, tenía muchos problemas de comportamiento que no mejoraban conforme pasaba el tiempo. Jill contrató especialistas, tutores, psicólogos. Pero, en el fondo, nada cambió. Sus maestros no encontraban la solución, él era antisocial y con frecuencia se enojaba con su madre.
“Me pregunto si podrías tratar de darle algún tiempo libre para jugar, le sugerí a Jill; tal vez un poquito.”
“¿Cómo?, me respondió desafiante, ¿cómo hago eso y cómo eso puede ayudar? Si ya se ha ido a Francia dos veces este año. Ésas fueron sus vacaciones.”
“No, no se trata de vacaciones caras, le dije amablemente, sólo un tiempo para no hacer nada. Tiempo para hacer lo que quiera. No se trata de ponerse con los videojuegos o la computadora, sino explorar algo diferente él solo. No tiene que costarle nada. Dale una hora.”
Jill me miraba sumamente incómoda. Mi sugerencia le pareció detestable. Su hijo nunca hacía nada sin su supervisión.
“De hecho, lo que pienso, le dije a Jill, es que ustedes dos deberían tomar una hora sólo para jugar. Los dos pueden estar en casa, pero cada uno debe estar en su propio espacio: tú en tu habitación, él en otra. Inténtalo. Sólo una vez, como un experimento.”
Jill lo aceptó a regañadientes. Acercándose a su hijo, Jill le preguntó si le gustaría tomar una hora para hacer algo divertido en casa. Lo que él quisiera. Él la miró con los ojos entrecerrados.
“¿Por qué?, le preguntó con desconfianza, ¿cuál es el plan? ¿Vas a estar observándome?”
“No voy a estar observándote, le aseguró Jill. Yo voy a estar en mi cuarto, relajándome.”
“Eso no es verdad, le respondió su hijo, tú nunca te relajas.”
“Lo sé, lo admitió Jill, pero lo voy a intentar. Y tú también puedes intentarlo. Y veremos si nos gusta al final de esa hora.”
“¿No tengo que hacer la tarea?”, le preguntó.
“No tienes que hacer tarea. Pero preferiría que no vieras la tele o que jugaras con la computadora, sin pantallas por una hora. Pero fuera de eso, lo que hagas es cosa tuya.”
Jill se fue a su habitación. Miró el reloj, sacó un libro del librero que ya había leído antes por placer, y se sentó en su sillón en una esquina.
Mientras tanto, su hijo se fue a su habitación algo desconfiado. ¿Podría ser cierto que tenía derecho a hacer lo que quisiera? ¿Durante toda una hora? Miró la computadora sobre su escritorio. La única regla era no usar pantallas, pensó. Sintió una pequeña excitación de aventura. Si no podía usar la computadora, ¿entonces qué era lo que tenía ganas de hacer? Por lo general, la computadora era un escape tan importante para él —una manera de escapar a los ojos vigilantes de su madre y a su puño de hierro, para ser más claros— que casi sentía que lo necesitaba. La computadora era su escondite, un sitio donde podía retirarse cuando no quería interactuar con su madre, cuando no quería hablar con los otros niños de la escuela. No era necesariamente un buen sitio. Dando un vistazo a su habitación, se dio cuenta de que tenía una colección de robots de juguete que le habían regalado años antes, para su sexto cumpleaños, antes de que sus padres se divorciaran. Simplemente había dejado de notar su existencia, pero ahí estaban, encima del librero donde han estado por años. Luego de sacarlos, jugó un minuto con esos juguetes que habían dejado de ser apropiados para su edad, recordando un tiempo diferente, un tiempo cuando su familia seguía intacta. Luego se fue a su escritorio, sacó un cuaderno y un lápiz de su cajón y se puso a escribir.
Entre tanto, Jill estaba asombrada de ver lo rápido que había pasado el tiempo. Apartando la vista de su libro, se percató de que ya había pasado una hora y quince minutos, y no había oído ni un ruido de la habitación de su hijo. Se fue caminando silenciosamente para ver qué era lo que estaba haciendo. Lo vio sentado, con el ceño fruncido, escribiendo en su cuaderno, sin notar su presencia. Tragándose una exclamación de contento, se fue calladamente hasta la cocina donde comenzó a preparar la cena.
“Fue increíble, Jill me dijo luego, verdaderamente increíble. Esa noche en la cena me contó que había escrito un relato de un niño que vivía en Boston. Era claro que la historia era sobre él, pero no le dije nada. Había tenido un momento difícil desde que su padre y yo nos habíamos divorciado y, con frecuencia, traté de que pudiera hablar sobre ello, pero siempre estaba desapareciendo hacia la computadora. Y, ahora, el hecho de que estuviera escribiendo me conmovió hasta las lágrimas. Hablamos mucho más esa noche de lo que habíamos hecho en los últimos tiempos.”
Conforme Jill continuó a darse horas “libres” cada día a ella y a su hijo, estaba encantada de ver que sus calificaciones y su desempeño escolar también mejoraban.
“Supongo que hay muchas cosas que él puede descubrir solo, me dijo con algo de vergüenza. Yo pensaba que tenía todas las respuestas. Pero no las tengo.”
Y yo doy gracias a Dios de que no las tengamos. Al recordar que en verdad no somos Dios, eso nos libera a nosotros y a nuestros hijos para poder acceder al espíritu creativo divino y sorprendernos y deleitarnos con lo que encontramos. Al seguir nuestras necesidades creativas, aprendemos que sólo hay una cosa que podemos aprender: lo inesperado. Y pocas cosas son más excitantes que experimentar esta sensación amable de sorpresa.
El juego es importante para todas las edades. Al permitirnos —y permitir a nuestros hijos— tiempo de juego, se desencadena una cierta magia en todos nosotros, sin importar la edad y el intelecto. Cuando dejamos que los juegos de nuestros hijos sigan su propio curso (cuando evitamos vigilarlos y meternos en lo que están haciendo, o presionándolos para que el resultado sea el que queremos y se pierde el sentido del proceso), nosotros y nuestros hijos podemos ser verdaderamente libres.
MATERIA PRIMA
Yo crecí en una casa en la que se guardaban muchos materiales para utilizar en los juegos. Teníamos bloques para construir, lego, arcilla, crayones, pinturas de acrílico e instrumentos musicales. Todos estos recursos estaban disponibles para nosotros “a libre demanda”. Teníamos libros para colorear y libretas en blanco para dibujo libre. Nuestra madre disponía la selección diaria de materiales. A veces nos sugería un tema, por ejemplo: “Hoy vamos a dibujar caballos”, o bien, “Hoy vamos a dibujar gatitos”. Y así nos poníamos manos a la obra con lo que se había escogido. Nuestra madre nos dejaba con nuestros propios recursos e iba a ver cómo íbamos de vez en cuando.
Nuestro cuarto de juegos tenía un piso de vinilo, así que nuestros desastres podían limpiarse muy rápido. A veces, alguno de nosotros hacía un dibujo especialmente bueno y nuestra madre solía alabar su excelencia, preguntando “¿Puedo poner esto en algún lado?” Tenía un gran tablón donde colocaba nuestro mejor trabajo. A veces, éste era tan maravilloso que incluso merecía ser enmarcado. Eso era algo de lo que nuestro padre se encargaba. Era excitante poder tener alguna de nuestras obras artísticas enmarcadas y colgadas en la pared. Todavía recuerdo el orgullo que sentí cuando enmarcaron un dibujo de un caballo palomino, con todo y montañas en el fondo.
La misma definición de creación —hacer algo de la nada— es una habilidad que todos tenemos, pero los niños pequeños están más en contacto con ella. Se pueden imaginar mundos a partir de una página en blanco y unos lápices de colores. Se pueden escribir historias conforme caballos de plástico galopan sobre el suelo de la cocina.
Los niños son juguetones por naturaleza y van a utilizar los materiales que tengan a mano. Si no hay nada, usarán palitos y lodo. Cazuelas, sartenes y cucharas son excelentes materiales de juego.
“Yo digo que no compres juguetes, dice Linda, madre de tres niños. Siempre tendrás demasiados, tanto regalados como heredados. Nunca hay escasez en ese sentido. Y, definitivamente, no comprar un juguete que sólo tiene un uso porque ése el número de veces que va a ser usado: una vez. Los mejores juguetes tienen un millón de usos. Los bloques para construir son mis favoritos.”
Los juguetes pueden transformar nuestra casa en una pista de obstáculos si nos empeñamos en comprar el favorito del momento; y estar al día con las modas de los niños es menos importante que darles herramientas que les permitan dar rienda suelta a su imaginación.
No necesitamos salir y comprar cosas. Como padres, podemos darles una variedad de materia prima para la creatividad; mientras más simple, mejor. La primera herramienta y la más útil es el papel en blanco. Tan sólo piensa en lo que puede volverse un papel en blanco: un dibujo, un poema, un barco, una alfombra voladora, las posibilidades son enormes. Al añadir una caja de crayones le permites a tu hijo que pueda colorear. El dibujo terminado, o un tipi indio, o un sombrero debe tener un lugar de honor. Tu hijo se siente motivado con la atención que le des a esta obra. Algo de ropa para disfrazarse puede inspirarlo a transformarse en diferentes personajes, inventando historias e incluso representando pequeñas comedias para toda la familia o para sus muñecos.
Los animales de peluche son otra fuente muy rica para el juego. Algunos comentarios de motivación como “¿Es la siesta del conejo?” llevan al niño hacia algunas provechosas direcciones. Los animales de peluche pueden jugar entre ellos, y no te sorprendas si tu hijo recrea las voces. Los animales de la granja en miniatura, las creaturas del bosque o los insectos de plástico pueden volverse ambientes imaginarios donde aparecen mundos completos.
La plastilina puede ayudar a tu hijo a trabajar en tres dimensiones. Todo puede ser esculpido: mamá, papá y las mascotas del hogar. Los bloques de construcción le permiten a tu hijo hacer casas para sus animales de plastilina, o pueden crear un garaje, que a su vez requiere coches de juguete para completar la fantasía.
Apoyar a tu hijo para que haga música también puede ser una fuente maravillosa de diversión. Se puede hacer un tambor de una lata de avena. Un pequeño teclado puede ser una gran fuente de felicidad. Puedes añadir tamborcitos, maracas y un silbato, y ya tienes todo listo para un desfile.
Los mejores juguetes son los juguetes abiertos en su uso. Un juego intenso produce concentración; cuando están inmersos “en el momento” pierden la noción de dónde están. Desarrollan su habilidad para mantener la atención, y también su creatividad.
Mi hija Domenica prefería su manada de caballos Breyer a cualquier otro juego. La manada “galopaba” del cuarto hasta la sala. Conforme se hizo mayor, sus juegos se hicieron más complejos. Sus caballos tenían nombres y diferentes personalidades. Dos de sus caballos, Goldie el palomino y Sandy el árabe, eran los líderes de la manada.
“¿Y qué pasa con Spotty?”, solía preguntarle señalando el apalusa. “No, mamá”, replicaba con firmeza, identificando el palomino como el líder de la manada. Los niños son muy inventivos y sus mundos imaginarios pueden ser muy reales para ellos.
“Puedo darle a mi hija de cuatro años, Sadie, una aspiradora y puede estar ocupada por una cantidad increíble de tiempo, dice Ronald, un escritor. Es increíble lo que puede hacer con nada. Me siento cerca de ella, trabajo en mi libro y arranco una página de mi cuaderno para ella. Antes de que me dé cuenta, Sally me dice que ya está escribiendo su propio libro. Creo que los niños están muy cerca de la inspiración.”
Por supuesto. La inspiración y la imaginación están más relacionadas de lo que pensamos. La voluntad de ver más allá de nosotros mismos, de ir al éter y sacar lo que esté flotando de ahí, es un estado en que los niños viven, y un estado en el que los adultos pueden entrar, si se alejan de las demandas que la vida les hace de ser “sensatos”. Pero estamos mejor cuando somos imaginativos. Nuestros niños no son muy distintos en este sentido. A veces, dar al niño menos es darle más: una aspiradora puede catapultar a la hija de Ronald en la originalidad y la libertad, mientras que los juegos demasiado complicados —o simplemente dar demasiados juguetes— pueden agotar su chispa antes que encenderla.
“He aprendido de la manera dura que mientras más caro y más complejo sea el juguete, más pronto pierde interés en él, dice Andi. Creo que darle menos, en realidad, es darles más. La página en blanco nunca se agota. Puede hacer un millón de dibujos con sus viejos crayones de siempre e ignorar el carro de control remoto, en el que gasté mucho dinero. Yo creo que cuando él está haciendo algo, siempre está muy interesado.”
Cuando nuestros hijos tienen espacio para desarrollarse, llenan el espacio. Es parte de la naturaleza humana de crecer y expandirse. Al darles materia prima que pueda facilitárselo, apoyamos y permitimos su crecimiento.
“Pero eso es demasiado simple, se queja Gillian, una arqueóloga con gran entrenamiento, no lo entiendes. Quiero que mi hijo sea brillante. Quiero enseñárselo todo.”
Claro, por supuesto que sí. Pero tendríamos que asumir que Gillian lo sabe todo. Como padres, a veces quisiéramos tener el poder de dar —y de enseñar— a nuestros hijos todo lo que necesiten aprender. Y, aunque, esto puede ser conveniente, en teoría, en la práctica no es verdadero ni deseable.
Como sabe Gillian por su experiencia como arqueóloga, la diversión está en la búsqueda. Ella no sabe a dónde la van a llevar sus exploraciones y es este-no-saber lo que le da la inspiración para seguir adelante. La mejor materia prima que podemos dar a nuestros hijos es la que permite la máxima exploración y expansión de su propia personalidad única.
Para el sexto cumpleaños de su hija, Martha decidió que, en lugar de comprar los recuerdos de cumpleaños en la tiendita local, ella crearía una actividad para las niñas en la que ellas pudieran elaborar sus propios recuerdos y luego llevárselos a casa. En el sitio de cada niña en la mesa había una bolsa de papel de estraza. Para indicar el sitio de cada una, había un gran sticker decorado sobre la bolsa con el nombre de cada niña, con una letra grande y garigoleada. Una vez en la mesa, las chicas abrían las bolsas para descubrir dentro la materia prima: un carrete de madera y algo de hilo. Martha les enseñó a las niñas cómo se podía hacer una pulsera con el carrete y el hilo en la bolsa. Les enseñó cómo empezar y las ayudó conforme ellas hicieron su pulsera. Al final de la fiesta, cada una mostraba orgullosamente su creación. Años después, las invitadas todavía recordaban esa fiesta como algo mágico.
“Hice muchas más pulseras con ese carrete, contó Amy, le enseñé también a mi hermana menor cómo hacerlo. En retrospectiva, la magia estaba en el sentimiento de creación. Fue una de las fiestas favoritas a las que fui. Siempre me sentía intimidada cuando había una piñata, pues lo veía como una competencia. Pero en la otra fiesta sentía que todos eran bienvenidos. Además, teníamos algo que llevar a casa y estábamos orgullosas de ello.”
RESISTIR LA NECESIDAD DE ENTROMETERSE
Dejar que nuestros niños crezcan es como plantar un jardín. Ponemos las semillas que pensamos que pueden traer belleza al mundo, que pueden sobrevivir a las distintas estaciones y continuar a florecer mucho tiempo después de que hayamos dejado la semilla. Pero una vez hecho esto, necesitamos seguir adelante con nuestro día, plantando otras semillas y realizando otras labores. Si observamos el jardín con obsesión, esperando a que salga el primer brote verde, nos vamos a volver locos, y eso puede ralentizar el progreso de nuestro jardín.
Lo mismo sucede con los niños. Podemos sugerir juegos, juguetes e ideas, pero son nuestros hijos los que toman las decisiones a partir de nuestras sugerencias. Como con el jardín, no podemos entrometernos con el delicado proceso infantil, pensando que así vamos a apoyarlo o acelerarlo. Es muy probable que así logremos lo contrario.
Cuando enseño, con frecuencia, les hablo de cómo mi labor es como la de Juanito Manzanas, echando ideas y herramientas en la tierra fértil y luego tomando mi camino. Detrás de mí, mis estudiantes crecen y florecen. Hay poca cosa más satisfactoria que ver lo que pasa cuando una persona deja que sus ideas se manifiesten y se realicen. Nuestros hijos no son distintos. Podemos dar sugerencias como punto de partida, pero lo que hagan con esas sugerencias es el lugar donde comienza la magia. La sorpresa reside en la inspiración que aparece. Puede ser momentos o años después, pero en verdad se siente cómo el trabajo está en las manos de Dios cuando observamos cómo florece el jardín en el mundo de nuestros hijos.
Como padres somos el punto de partida de nuestros hijos como personas. Somos un lugar sano y seguro. Les damos una atmósfera de apoyo donde pueden jugar. La actividad lúdica del día puede empezar sacando nuestras herramientas: una tela impermiabilizada, una tabla y pinturas acrílicas. Podemos poner una manada de caballos de juguete. Nuestros hijos pueden pedir los juguetes que quieren ese día, tal vez bloques de construcción o plastilina.
Una vez que hayamos elegido la parafernalia creativa, podemos dejar a nuestros hijos frente a sus propios medios. Si nos mantenemos demasiado cerca, podemos apagar la creatividad. Aun con las mejores intenciones, podemos exagerar nuestra supervisión. Supongamos que nuestro hijo decide hacer un perro verde brillante. Tu trabajo no es “corregirlo”; aunque puedes decir “Nunca he visto un perro verde”, no puedes decir “Los cachorros no son verdes”. Si juega con plastilina, puede decidir hacer un caballo, o una lagartija. Tu trabajo es motivarlo —cualquier cosa que él decida hacer— y recordarle a tu hijo (y a ti mismo) que no hay ninguna manera errónea de jugar.
“Cuando nació mi hijo, me convertí en ‘ese tipo’, me dijo Jack, un ingeniero. Mi padre era muy autoritario. Y yo juré no ser nunca así. Pero, una vez que tuve hijos fue como si apareciera el condicionamiento. Ya no se trataba de tener lógica. De inmediato lo llamé Jake júnior y comencé a verme en todo lo que él hacía. Cuando cumplió tres años, quería ‘ayudarlo’ para hacer algunos rompecabezas juntos, y claro está, terminé por hacerlos yo. Mi atención perfeccionista me ayuda en la ingeniería, pero no en ser padre. Es como si pensara que mi trabajo fuera corregir todo lo que Jake júnior estaba haciendo, incluso cuando jugaba.”
Inevitablemente, Jake júnior comenzó a resistir que su padre se metiera. A la edad de tres años, hizo un berrinche enorme cuando su padre terminó un simple rompecabezas. A los seis años, Jake júnior describió a su padre como alguien que está por lo general “de mal humor” y alguien que le dice a la gente “lo que tiene que hacer”.
“Me di cuenta de que me estaba volviendo como mi propio padre, Jake padre siguió contándome, y debía pensar en ello. Yo casi renegué de mi padre a la edad de dieciocho años. Y me había sentido muy resentido por años. No quería nos pasara esto a mi hijo y a mí.”
“¿Qué era lo que querías de tu padre?”, le pregunté a Jake.
“Quería que me aceptara como soy. Quería que pensara que soy lo suficientemente bueno. Cuando hacía las cosas por mí, sentía que mi padre me decía que no tenía ninguna fe en que yo pudiera hacerlo por mí mismo.”
“Entonces, tal vez puedas encontrar maneras para mostrar a Jake júnior que lo aceptas como es. Que te interesa escuchar lo que tiene que decir. Que sus esfuerzos y sus intuiciones son importantes. Que le darás una oportunidad para que pueda hacerlo solo.”
Jake padre aceptó a regañadientes de intentarlo. Después de unas semanas volví a saber de él.
“Todavía tengo esta voz dentro de mí que me dice que al meterme en todo lo que mi hijo hace, le estoy ayudando. Pero intelectualmente sé que al hacerlo soy un controlador. Ha sido muy difícil para mí dar un paso atrás, y fallé en mis primeros esfuerzos. Pero un día, Jake júnior sencillamente explotó. Estaba construyendo un avión de modelaje y había cometido un error al construirlo. Yo corregí su error y terminé por hacerlo todo. Pensé que estaría contento de ver lo que había hecho, pero en realidad no podía estar más enojado. Su cara se puso roja y, con lágrimas de frustración, me dijo ‘Todos mis proyectos se vuelven tuyos, papá. No dejas nada para mí. Eres malo.’ Estaba muy sorprendido. Entonces me di cuenta de que no podía ser más cierto.
Aunque le estaba dando una vida de lujo a mi hijo, emocionalmente había sido muy tacaño con él. Pensé que cada vez que quiera controlar sus acciones, pensamientos o reacciones, debería más bien tratar de hacerle un cumplido. Y así cuando quiera corregir sus tareas, podría buscar algo que hubiera hecho correctamente y decirle lo orgulloso que estoy de él. Y luego dejaría la habitación. Me parecía un experimento totalmente radical, pero los resultados me sorprendieron. Fue mucho más productivo él solo. No puedo controlarlo, y tampoco debo. Pero puedo mejorar la situación al cambiar mi comportamiento, que siempre está tratando de hacer de las suyas.”
La historia de Jake es, a mis ojos, un increíble paso adelante. Para Jake dejar su posición de “jefe” es perder su identidad. Ser padre no es lo mismo que hacer negocios. En ambos hay dinámicas interpersonales y planeación estratégica, pero no son la misma cosa.
Cuando nuestros hijos son pequeños y no podemos estar muy lejos de ellos, todavía es posible darles un espacio de exploración. Linda cuenta la historia de su madre que dejaba juguetes en un entrepaño de la cocina.
“Ella podía estar haciendo la cena y nosotros en el piso de la cocina, en nuestro propio mundo. Así estaba ella haciendo lo que necesitaba hacer y nos echaba un ojo al mismo tiempo.”
Cuando Linda tuvo hijos, hizo un juguetero en la cocina.
“Podemos estar todos juntos sin tener que complicarnos unos a otros. Cada uno está a salvo y cada uno puede ser productivo. Y el sentido de compañía es muy agradable.
Cuando era pequeña, me gustaban más las pinturas de acrílico que los crayones. Mientras estaba pintando un caballo, mi madre aprovechaba mi concentración para ella misma concentrarse en lo suyo. Sentada en su escritorio, que estaba cerca —aunque no tanto— a nuestra área de juegos, escribía cartas a su suegra, Mimi, y a sus hermanas que vivían lejos. Podría hacer comentarios sobre nuestros juegos, pero no los interrumpía.”
Nuestros hijos están conscientes de nosotros y también de cuando nosotros nos centramos en ellos. Pueden sentir cuando confiamos en el tiempo que pasan solos con su flujo de ideas individuales. Al sentir nuestra confianza, aprenden a confiar en ellos mismos. Se permiten tomar caminos imaginarios que pueden llevarlos a una idea nueva y a un nuevo sentido de satisfacción. Conforme pasa el tiempo, estas mismas habilidades los ayudarán a ser pensadores más creativos y con más confianza personal.
En la casa de los Cameron, nuestro juego buscaba integrar nuestra experiencia.
“Mira, mamá. Es Misty de Chincoteague.”
Estábamos tratando de ilustrar la novela de Marguerite Henry, que nos leían por la noche. Tal vez podíamos dibujar un tren chu-chú que viajara cuesta arriba.
“Mira, mamá. Es La pequeña locomotora que lo pudo hacer”, le anunciábamos.
A nosotros, los padres, nos corresponde recibir los ofrecimientos de nuestros hijos con auténtico gozo. El mayor entusiasmo que podemos demostrarles dará por resultado un esfuerzo parecido. “Cerca pero no demasiado cerca” es el lema para esta fase del desarrollo de nuestros hijos. A veces pienso en los padres como en un hermoso árbol bajo cuya sombra los niños pueden jugar. He tratado de compartir esta imagen con mi hija, que respondió haciendo un dibujo de un árbol con un niño debajo.
“Ésta soy yo”, decía con mucho orgullo.
“Y ésta soy yo”, le respondía señalando el árbol.
“Oh, mamá, tú no eres un árbol”, protestaba Domenica.
“Claro que lo soy, decía yo, sólo imagínalo.”
Y Domenica se lo imaginaba, poniendo un árbol en cada uno de sus dibujos.
Los niños a los que se les deja para expresarse con libertad se vuelven adultos con una creatividad libre. A los niños a los que se les desalienta o se les controla demasiado en sus juegos, se vuelven adultos que desconfían de sus instintos. Para recobrar la fe hay que recorrer un largo camino de recuperación, y aunque no es imposible, necesita ser muy riguroso. He visto a cientos de mis estudiantes recobrar sus verdaderas identidades como adultos. Es un trabajo excitante y muy satisfactorio. Pero si algunas heridas pueden evitarse, ¿no deberíamos tratar de prevenirlas?
Conforme confiamos y apoyamos a nuestro hijos para seguir su imaginación a donde los lleve, les damos el poder de desarrollarse en seres humanos originales y creativos. Hay pocas cosas más mágicas o más sorprendentes que ver cómo su camino se abre.
EL PODER DE SIMULAR
Goethe dijo “Cualquier cosa que puedas hacer o soñar, empiézala. El arrojo tiene genio, poder y magia en sí mismo.”
Creo que toda persona es creativa y que, como adultos, solemos alejarnos de las inclinaciones naturales con las que nacimos. Cuando vemos jugar a nuestros hijos, recordamos nuestro lado lúdico. En el momento que vemos a nuestros hijos simulando, recordamos nuestro propio sentido de maravilla y posibilidad. La inspiración está en lo misterioso, en el destello de una idea que nos susurra al oído, invitándonos calladamente a escuchar.
En nuestro estado natural, en el que no hay bloqueos, estamos en contacto con esa voz callada. Los niños son naturales y no sufren estos bloqueos, con lo cual pueden estar alerta a estas intuiciones. Una de las cosas más sorprendentes que uno puede encontrar —y uno de los juegos más poderosos que podemos estimular— en nuestros hijos es el juego de la simulación. Con sus amigos pueden jugar a simular, o con sus animales de peluche, solos o contigo. Los amigos imaginarios son muy comunes. Tu hijo puede sostener una conversación larga y nutrida con su amigo invisible; tu trabajo es hacerte a un lado y dejar que ellos se “visiten”.
Patt cuenta la historia de su hijo, Arthur, quien a la edad de seis años comenzó a tener una obsesión con los cuentos infantiles.
“Estaba lavando los platos y viendo jugar a los niños por la ventana, cuenta Patt con una carcajada, y allí estaba Arthur en el patio de atrás con su carretilla hacia abajo. Estaba haciendo correr la rueda con las manos. Parecía un poco loco, pero se estaba divirtiendo mucho y estaba a salvo, con lo cual no salí para preguntarle lo que estaba haciendo. Al día siguiente, allí estaba haciéndolo de nuevo.”
Patt mueve la cabeza al recordarlo.
“Yo quería saber lo que estaba pasando por su cabeza. Cuando le pregunté, escucha esto, me dijo que era Rumpelstilskin con la rueca, haciendo oro.”
Patt sonríe con el recuerdo.
“Siempre fue muy creativo. Todavía lo es. Su imaginación siempre está corriendo así. Es quien es. ¿Así que quién soy yo para ponerme en su camino?”
Arthur luego le puso música a algunos cuentos de hadas y pronto comenzó a escribir sus propios cuentos. A los veinticinco años, ya había escrito ocho espectáculos musicales completos.”
“Estoy segura de que al hacer oro en la rueca se estaban conectando cosas en su cerebro, dice su compañero escritor. El conocimiento y el entendimiento que tiene de los cuentos de hadas es increíble. Pensó tanto en ellos que ya forman parte de su vocabulario, una parte casi automática de cómo su mente trabaja hoy día. No creo que exista nada mejor que esto para invertir su tiempo. Es un verdadero genio, pero tal vez su entusiasmo es, incluso, más importante. Le encanta lo que hace: es lo que lo hace tan productivo. Es una fuente de energía porque se está divirtiendo.”
La imaginación de Arthur está tan viva hoy día como el día que estaba hilando oro en el patio de atrás; cuando veo el tipo de madre que fue Patt puedo entender por qué Arthur es tan libre como artista. El impulso de Patt, en este sentido, fue apoyar a cada uno de sus cuatro hijos para seguir sus intereses y personalidades. Hoy tiene cuatro muy distintos —exitosos, amables y simpáticos— hijos mayores. Cuando los veo interactuar, distingo indicios de lo que ella hizo durante su crecimiento. Los quiere de manera incondicional, apoya sus ideas, muestra un interés en cada uno y no pone a ninguno en un pedestal. El humor forma parte de su vida cotidiana. Incluso hoy, cuando habla de Rumpelstinskin, se ríe.
“No me veo a mí misma como alguien especialmente creativa, por lo menos no a la manera de Arthur, me dice. Pero él es muy divertido, eso es seguro.”
Porque Patt continúa siendo un miembro muy entusiasta de la audiencia, le está dando a Arthur todo lo que necesita. A veces, algo de la no-acción adecuada es tan valiosa como la acción correcta: al no hacer juicios o no poner límites a su naturaleza imaginativa, Patt le permitía a Arthur llegar a su máximo potencial con un sentimiento de seguridad y de aceptación. Como adulto, Arthur también enseña, apoyando a sus estudiantes a explorar con total libertad.
“Mientras más loco, mejor”, les dice Arthur.
Cada juego de simulación es muy valioso. Jugar a fingir situaciones les permite a nuestros hijos mucha libertad particular, les da un espacio en el que pueden experimentar ser diferentes personas y ver cuál es la que mejor les parece. Y cuando dejan ese espacio de seguridad, lo hacen con conocimiento, con un mayor autoconocimiento, que contribuirá a mejorar su confianza en un mundo en el que pueden contribuir más y mejor.