Capítulo 3
Todo su rostro se alegró. La mirada le brilló por un momento y la boca rompió en una sonrisa. Poco después sus ojos se desviaron y se movieron por la habitación hasta aterrizar en Jake. Flexionó los dedos e hizo crujir los nudillos, apretando los labios en una fina línea.
—¿Y tú eres el responsable?
Jake cuadró los hombros.
—Sí, señor. Soy el padre.
Una vena se hinchó en el cuello de mi padre. Parecía que quisiera cerrar las manos sobre el cuello de Jake y estrangularle hasta que quedase laxo y sin vida.
Jake dudó antes de abrir la boca para volver a hablar.
—Y me haré responsable y estaré ahí para su hija durante cada paso del camino.
—Desde luego que lo harás. Chloe ha quedado embarazada fuera del matrimonio —remarcó mi padre con un tono serio y llano—. ¿Cómo has podido dejar que ocurra?
Las voces de ambos sonaban lejanas y la habitación me daba vueltas. Volví a sentir náuseas, pero me concentré en calmar a mi padre. Odiaba hacer enfadar a un hombre con problemas cardíacos. ¿Estaba allí para cuidar de él o para provocarle un ataque? Me rompí la cabeza buscando una frase reconfortante, cualquier cosa que le tranquilizase.
—El niño no sería ilegítimo, papá —le informé, rezando para que viera que no importaba. Era una frase completamente opuesta a la que le había dicho antes a Jake, pero mi padre y yo pensábamos de manera parecida, y necesitaba evitar que su mente siguiera aquel camino.
Las venas del cuello se le volvieron rígidas cuando inclinó la cabeza y entrecerró los ojos.
—¿Quieres decir bastardo?
Jake se tensó a mi lado.
Todas las células de mi cuerpo se encogieron ante el sonido de aquella palabra; no podía esperar a que todo el mundo la prohibiese.
—Jake está dispuesto a hacer su parte.
Mi padre soltó una risa rápida e indignada.
—Va a hacer mucho más que eso.
—Estoy decidido —declaró Jake—. Ningún hijo mío llevará esa etiqueta. Tendremos a tantas niñeras por todas partes que nadie arqueará siquiera una ceja.
Sus ojos se entrecerraron, mirando a Jake.
—Voy a decirte qué vas a hacer exactamente. Vas a casarte con ella.
La adrenalina se disparó por mis venas constreñidas. ¿Estaba loco? ¿Cómo era aquello una solución? No sabía cuánta agitación provocábamos Jake y yo cuando estábamos juntos. Crecer en una casa donde había peleas diarias sería directamente traumático para cualquier ser humano. Ahí es donde empezaban siempre los problemas..
—Papá, no puedes hablar en serio.
Jake movió los pies.
—Con todo el respeto, señor… Sé que quiere hacerlo bien, pero no estamos listos. Forzar un matrimonio sólo por las apariencias no es una buena idea.
—¿Y tener sexo sin pensar era una idea brillante? —Hizo una pausa—. Ponle un anillo en el dedo o me aseguraré de que nunca te acerques a m nieto.
La amenaza colgó en el aire entre los tres. Nadie dijo nada mientras los dos hombres continuaban mirándose fijamente. Jake fue el primero en romper el contacto visual, pareciendo más sombrío que nunca.
Era la primera vez que había visto a Jake Sutherland retrocer frente a una pelea.
Como si acabara de cumplir su misión, mi padre se levantó y fue hacia su habitación. Oí el suave sonido de sus pisadas en las escaleras, seguidas de su puerta cerrándose.
Se hizo un silencio incómodo tan largo que hundí dos uñas en la palma de mi mano. Las exigencias de mi padre estaban demasiado ancladas en el pasado. Temblé en mi asiento; entendía por qué no quería que el niño creciera sin padre, pero casarse era completamente innecesario e ir demasiado lejos. Una pregunta me rondó la cabeza: ¿se había casado con mi madre por mí?
El matrimonio era un lazo sagrado que quería que durase toda una vida. Nadie iba a determinar dónde ni cuándo iba a casarme, ni siquiera mi familia. No sabía cómo sería estar casada con Jake, y tampoco quería averiguarlo. Él y yo chocábamos demasiado. Nadie se casa sólo por ir a tener un niño en el siglo veintiuno, y de todos modos Jake jamás se casaría con alguien como yo.
El silencio me perforó los oídos.
Jake estaba mirando fijamente la pared de la cocina, con la vista perdida.
Su expresión era difícil de interpretar, pero no tenía buena pinta. No había querido contradecir a mi padre, pero su autoridad habitual sobre todo el mundo presente había desaparecido. ¿En qué estaba pensando?
—No estás considerando la amenaza de mi padre, ¿verdad?
Me miró de reojo antes de volver a desviar la vista. Parecía encontrarse en un dilema.
—No tengo ni idea de qué pensar o hacer. No puedo dejar que me arrebate a mi hijo, pero es tu padre, y le respeto. Puede que ésta sea la única oportunidad que tenga de tener un niño, y quiero estar ahí para él todo lo que pueda. —La voz se le rompió por la emoción.
El corazón se me aceleró. Odiaba aquella amenaza, y consideraba una tragedia mantener a un bebé lejos de uno de sus padres. El embarazo era sólo culpa de Jake al cincuenta por ciento, y la otra mitad era mía, así que me juré pronunciarme en contra. Planté los pies en el suelo y me giré hacia Jake.
—Jamás alejaría al niño de ti.
Sus suaves ojos azules se posaron sobre mí antes de volver a apartarse. Se pasó la mano por el pelo y adoptó una mirada distante.
—Pero siempre habrá una barrera extraña. Nunca imaginé que sería así.
Era una preocupación legítima. Jake tendría que ir escondiéndose para criar al niño. Era estúpido. Mi mente luchó por encontrar una alternativa, pero no se me ocurrió nada.
Su cuerpo bronceado se tensó antes de ponerse en pie, golpeando la mesa con los muslos.
Le seguí hasta su coche, esperando mientras lo abría. Un calor inmisericorde me rodeó el cuerpo, haciendo que un ligero sudor me apareciera en la frente.
Jake dudó antes de girarse hacia mí.
—Tengo que irme. Tengo una reunión telefónica de emergencia. ¿Estarás bien?
Asentí e intenté sonreír. Si era la última vez que iba a verlo, no quería que lo que quedase grabado en su mente fuera un ceño fruncido y lloroso. Tragué saliva.
—Estaré bien. Ve, Jake. Estoy segura de que estás ocupado. Gracias por llevarme al médico.
Oh, y lo siento por el inesperado fiasco.
Jake me dirigió un rápido asentimiento de cabeza y abrió la puerta del coche.
—¿Chloe?
Me detuve y me giré.
—¿Sí?
Se frotó la oreja y me miró a los ojos.
—Necesito unos días para pensar. No esperes mis llamadas.
El tiempo se ralentizó hasta que se detuvo por completo.
Aquella cruel advertencia me golpeó como una bala. ¿Dónde estaba el Jake al que conocía, el que se habría plantado casi nariz con nariz frente a mi padre y se habría negado a que otro hombre le diera órdenes? Asentí y sonreí, intentando evitar que se me escaparan las lágrimas.
—De acuerdo.
Su coche aceleró hacia las luces del tráfico, desapareciendo en la distancia.
Jake Sutherland nunca sería mío. Ni en aquel instante ni nunca.
Me hundí en el sofá, enterrando el rostro entre las manos. Menudo desastre. Los eventos del día me habían dejado exhausta y desorientada. La comida con Dane debería haber sido una fuente de salvación, pero volvía a encontrarme exactamente donde había empezado. O peor.
* * *
Pasaron dos días sin un solo mensaje de Jake. O bien estaba ocupado, o habíamos acabado tan pronto como habíamos empezado. ¿Me estaba evitando? Sólo porque hubiese dicho que no iba a casarme con él no significaba que debiéramos ser completos desconocidos.
Una semana se convirtió en dos. Desvié mi atención de Jake buscando un trabajo. Nadie iba a contratar a una enorme mujer embarazada, así que necesitaba encontrar uno mientras mi vientre todavía no lo hacía evidente. Me presenté a cualquier posición para la que estuviera cualificada, pero nadie me llamó.
Mi padre se opuso a la idea. ¿Qué quería que hiciera? Había alejado al padre del bebé asustándolo, ¿y ahora yo tampoco podía trabajar? No podía quedarme sentada todo el día quitándome el vello con las pinzas, y me negaba a deprimirme pensando en por qué no había llamado Jake. Además, iba a necesitar un montón de dinero ahora que era madre soltera. Gracias, papá.
Éste debió de notar mi desesperación, porque entró en la cocina con el ceño fruncido.
—Toda esa preocupación no es buena para el bebé.
Puse los ojos en blanco mientras bajaba por la página que estaba consultando en el ordenador y hacia clic sobre un enlace. Le quería demasiado como para estar enfadada, pero su actitud chapada a la antigua me irritaba. Recuperé la compostura.
—Tampoco la beneficencia.
Al día número trece de la ausencia de Jake, llamaron a la puerta.
Me levanté de un salto y me peiné con los dedos los mechones salvajes de pelo.
Jake me habría llamado antes de venir. Puede que fuese Kate. Aunque, claro, ella también me habría enviado un mensaje de antemano.
Abrí la puerta a toda velocidad para encontrarme a una mujer delgada de mediana edad con un pulcro moño gris. Le ofrecí una sonrisa simpática e intenté ayudarla.
—¿Está buscando a la señorita Parkinson? Es la casa de al lado —le informé, señalando a través de la pared de estuco color melocotón.
La mujer me miró por encima del borde de las gafas de montura dorada.
—¿La señorita Madison? —Su voz era aguda y educada.
Parpadeé. ¿Qué quería? ¿Se trataba de un trabajo? Me alisé la camiseta en un esfuerzo por parecer más presentable.
—¿En qué puedo ayudarla? Soy Chloe.
Sus ojos resiguieron la figura de mis caderas y muslos antes de arrugar las cejas. Buscó algo en la mochila de mensajero que llevaba al hombro y sacó una cinta de medir. La desenrolló.
—Hmm. Tengo un vestido bueno para su tipo de cuerpo, pero tendré que añadir algunas alteraciones.
Me quedé en blanco.
—¿Perdone?
—Disculpe mi mala educación. Soy la señora Waterhouse, la sastre. Teníamos una cita a las cuatro. —Su voz se agudizó ligeramente al final de la frase, pero no había nada que indicase que era una pregunta.
Mi mente intentó encontrar sentido a quién era y qué estaba haciendo en mi porche.
—¿La teníamos?
La sonrisa en sus labios finos se desvaneció mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.
—La teníamos, sí.
Una ligera mueca se adueñó de mi rostro. No recordaba haber dado la dirección de mi casa ni haber acordado una reunión, así que descarté la opción de una entrevista laboral. La señora Waterhouse no ofreció más información, pero adoptó una sonrisa educada que evitó que me volviese demasiado insidiosa.
—¿Para qué era la cita?
Se le arrugó la nariz.
—Para el vestido.
La vista se me nubló y se me contrajo el estómago. ¿De qué demonios estaba hablando? Cerré la puerta a medias.
—Lo siento. Debe de tener la dirección equivocada —le informé a través de la rendija.
Sopló, hinchando los carillos. Se le hundieron los hombros.
—¿No va a casarse, querida?
El corazón se me aceleró y mi agarre sobre el pomo de la puerta se volvió tenso. El tiempo se ralentizó mientras mi cerebro luchaba por procesar la pregunta. ¿Cómo? ¿Quién le había dado esa idea? Una sensación cosquilleante se extendió por mi nuca hacia arriba. Era un tema aterrador, y de ningún modo iba a tomar una decisión que me cambiaría la vida en la puerta.
—Yo… uh… ¿puede venir la semana que viene?
Si mi respuesta fue vaga fue porque no sabía qué demonios estaba pasando. La sastre soltó algunas cosas a las que no presté atención antes de que pudiera cerrar la puerta.
El calor me recorría los vasos sanguíneos. Sólo una persona habría enviado a una sastre. Fui a por el móvil a la mesa y marqué su número.
Jake no contestó. Probablemente estaba en alguna estúpida reunión o algo así.
Mi mente explotó. Nada de aquello tenía sentido. Colgué, empezando a sudar, y escribí algunas palabras en un mensaje.
Yo:
¿No te avanzas demasiado?
Pasaron tres minutos antes de que recibiera un mensaje.
Jake:
?
Aquello era todo. Sólo un inútil y patético signo de interrogación. ¿Estaba jugando a algún juego o no era consciente del enorme desastre que acababa de presentarse a mi puerta? Decidí aclararlo con otro mensaje; me temblaron los dedos mientras pulsaba más botones.
Yo:
Ha venido una sastre.
Recibí una notificación en menos de un segundo.
Jake:
Joder
Se me aceleró el corazón y lancé el móvil sobre la mesa como si fuera una brasa al rojo vivo. ¡Menudo crueldad que ni siquiera se hubiese molestado en arrodillarse y pedirme matrimonio antes de empezar con los planes de boda! La adrenalina se extendió por todas las venas de mi cuerpo. ¿Dónde demonios estaba el anillo? Era un gesto torpe, inconsciente y ridículo.
Pero una parte de mí se rindió a un confort lento. Al menos Jake no me había olvidado.
Y después estaba la parte minúscula y necia de mi cerebro que creía que era completamente adorable. Deseé poner aquella sección en cuarentena y exterminarla en seguida, porque de ningún modo iba a casarme con Jake Sutherland.