Capítulo 1

Dejé el vaso de orina dentro de una pequeña puerta cuadrada y me lavé las manos. El baño daba vueltas lentamente a mi alrededor mientras me agarraba a la pica y me inclinaba hacia el espejo. Un millón de pensamientos se lanzaron en mi mente. Las náuseas se fueron, reemplazadas por un pánico más que legítimo. Era imposible que estuviera embarazada. La teoría era ridícula, y no podía esperar a burlarme de todo el mundo en aquella habitación cuando volviese.

Especialmente de Jake. Había actuado de manera tan prepotente, ordenándome ir al baño. No me conocían. Tomaba diariamente cada anticonceptivo como si fuera un acto religioso. No siempre había sido así; empezó con él.

Salí del baño, echando a andar por el pasillo, y me giré al ver sus piernas largas y musculosas de reojo. Levanté la barbilla y me obligué a sonreír.

—Ya está.

Me miró de reojo y asintió, y después siguió escribiendo cartas en el teléfono.

El aire era sofocante y escaso.

Me aclaré la garganta y un dolor palpitante me despertó en la mandíbula. Si Jake se preocupaba por mí en lo más mínimo, no daba señal ninguna de ello.

—¿No vas a preguntar cómo ha ido?

Levantó los ojos fríos de la pantalla.

—¿Mear?

De acuerdo, pregunta estúpida, pero el que estuviera enviando mensajes sin prestar atención me irritaba. Estaban pasando cosas mucho más importantes, y necesitaba que dejase el móvil y se preocupase conmigo. Ahogué un gruñido.

—Ya sabes a qué me refiero.

Escribió algunas palabras más en el email y después se levantó y guardó el móvil en el bolsillo delantero de sus vaqueros oscuros. Volvió a dejarse caer en la silla, colocando las manos sobre los muslos fuertes y relajando los hombros fornidos. Los ojos le brillaban con un destello de malicia.

—De acuerdo, Chloe. ¿Cómo ha ido tu visita a baño? ¿Ha cumplido todas tus expectativas?

Se me tensó el cuello antes de que mi palma volase hacia su hombro.

El golpe me reconfortó.

Jake gruñó y se frotó el músculo.

—Au, mujer. ¿Cuántos golpes más puedo aguantar? Hace meses que tengo el hombro amoratado.

Luché por no poner los ojos en blanco. Charla intrascendente. No pasa nada, nos ocuparemos de la situación en 3 o 6 meses, pero por ahora enviaremos mensajes y hablaremos como si no importase.

—¿Cómo puedes estar ahí sentado y estar tan tranquilo?

Hizo un gesto con la palma abierta hacia el techo.

—¿Preferirías que me atase a la silla y me mordiese las uñas?

Resoplé.

—Deberías estar secándote el sudor de la frente.

Sus hombros cargados de músculos se encogieron.

—¿No has dicho que estabas tomando la píldora?

La pequeña habitación se volvió claustrofóbica.

Tensé el labio inferior.

—Sí, pero sigo sorprendida de que estés tan relajado con todo esto.

Jake gruñó.

—Dame un descanso, acabas de volver. ¿Por qué obligarnos a tomar decisiones cuando todavía no tenemos ningún hecho?

Un dolor palpitante se adueñó de la parte alta de mi espalda y se extendió hasta el cuello.

—Esto no son negocios, Jake.

Tuvo un tic nervioso en la fuerte mandíbula.

—No te preocupes por cosas que no puedes controlar.

Tenía razón. Excepto que, si estaba embarazada, no había nada que pudiera hacer en aquel espacio pequeño y limitado. Un pánico repentino me asaltó el abdomen. Retrasar la prueba de embarazo había sido una estupidez; era una falsa alarma, de eso estaba segura, pero necesitaba los resultados. Ahora.

Llamaron con rapidez en la puerta entreabierta antes de que entrase una mujer delgada y mayor con el cabello entrecano y cortado por la barbilla. Sus ojos se detuvieron en Jake antes de mirarme a los ojos. Extendió la mano.

—Soy la doctora Wilson —se presentó.

—Encantada de conocerla —respondí—. Jake y Chloe.

Su rostro era animado y sonrojado.

—Nos alegramos de tenerles aquí.

Empezó una conversación casual con Jake sobre sus enormes contribuciones a la investigación sobre la parálisis cerebral. No era ninguna sorpresa que todas las enfermeras le hicieran ojitos; Jake era un héroe habitual por allí. Se bañó en la atención y la doctora no intentó esconder su adoración hacia el famoso multimillonario.

El corazón me latió con fuerza en el pecho. Di golpecitos en el suelo con el pie y me aclaré la garganta antes de fingir una sonrisa.

Había un ceño fruncido amenazando con adueñarse de mi rostro. Aquella doctora tenía el resto de mi vida en una carpeta, ¿y le daba prioridad a algo de cháchara? ¿Cómo podía tener Jake una conversación normal en un momento como aquél? ¿Por qué no estaba ni de lejos tan nervioso como yo? Me levanté a medias, me recoloqué el vestido y volví a dejarme caer en la silla de plástico.

Jake, notando mi inquietud, esperó hasta que la charla nerviosa de la doctora se detuvo.

—¿Tiene noticias para nosotros?

La médico giró la carpeta sobre los dedos y se ajustó las gafas.

—Sí —anunció, con los pómulos altos enrojecidos. Se giró hacia mí por primera vez desde que había entrado en la habitación—. Felicidades, señorita Madison. Está embarazada de dos meses.

Aquella segunda palabra me perforó los oídos. Mi pulso estalló en una serie de latidos rápidos. Nada de aquello tenía sentido. ¿Cómo podía haberme quedado preñada si había tenido tanto cuidado? Tenía que ser un error. Negué con fuerza con la cabeza.

—No puede ser verdad.

La doctora me dirigió una mirada conocedora.

—¿Ha estado usando métodos anticonceptivos?

—Sí —solté—. Y he tenido mucho cuidado. No me he saltado ni un día. Tiene que ser un error.

—Las píldoras son efectivas en el 99,9% de los casos, pero siempre hay un pequeño porcentaje que parece quedar embarazada en contra de todas las probabilidades.

El horror me inundó el cuerpo. ¿Por qué era yo la estadística? Yo era la buena chica que se había abstenido del sexo. Al ser una acompañante, tenía que elegir entre la promiscuidad y el celibato, y siempre había elegido el segundo hasta que Jake hizo saltar por los aires esa práctica y la destrozó. Era el primer hombre con el que había estado en mucho tiempo, y eso demostraba que no era culpa mía. El acto sexual significaba problemas, y nunca debería haber sucumbido a mis impulsos. Había sido débil, y ahora esa debilidad me había vencido, riéndose y carcajeándose en mi cara.

La doctora impartía aquella noticia cada día a parejas casadas, prometidos o incluso a conocidos temerarios que no habían pensado en usar métodos anticonceptivos. Nada sabía ella de que acababa de darle una noticia como un terremoto a una acompañante profesional y a su cliente. Aquello superaba la vergüenza, era directamente humillante. Enderecé la espalda.

—Vuelva a comprobar los resultados.

La doctora no se movió, y en su lugar me miró con ojos comprensivos.

—Siempre hay la posibilidad de un falso positivo. Podemos repetir la prueba si lo desea, pero es mejor esperar algunos días. —Esperó una respuesta y después se entretuvo tomando notas en el portafolios.

Después dio algunas instrucciones: algo sobre más visitas a la clínica y unas vitaminas.

¿Por qué iba a molestarme en escucharlo? Quería gritar para que todos los de la habitación se despertasen. Todo aquello era un sinsentido, y nada se aplicaba a nuestra situación porque no iba a tener ningún bebé.

Cuando la doctora acabó de hablar abrió la puerta y se fue. ¿Iba a volver? No importaba, ya había descargado sus golpes.

Se me hizo un nudo en la garganta y mi mente hizo que mi cuerpo entrase en estado de pánico. Había estado evitando la mirada directa de Jake durante todo aquel rato; no podía hacer frente a su reacción. Las cosas eran complicadas, y aceptaría completamente mi responsabilidad, pero no podía soportar mirar sus exigentes ojos azules. Tenía que explicarle muchas cosas, me había enterrado yo sola en un foso infame y no había modo de salir… especialmente con él sentado justo a mi lado, escuchando todas aquellas terribles noticias. ¿Por qué había insistido Jake en acompañarme? Le miré de reojo.

Estaba girado hacia mí, con los ojos reflejando dolor mientras escudriñaba cada uno de mis movimientos.

Intenté hacerme a la idea de que el anuncio de la doctora era real, pero me temía que la noticia todavía no había calado. Sus palabras seguían levantando ecos en mi cabeza, resonando hasta que podría haber jurado que iba a enloquecer al revivirlas una y otra vez. Estaba embarazada del bebé de Jake, y no sabía qué hacer.

Había crecido con dos padres maravillosos que me habían profesado un amor incondicional. ¿Podría darle yo eso a un niño? Cielos, no. A duras penas podía cuidar de mí misma. Era demasiado joven, y estaba ridículamente poco preparada.

Jake siguió sentado, sin moverse. Una ligera sorpresa de su parte habría resultado reconfortante. ¿Por qué actuaba como si aquello fuera algo de cada día?

Se me contrajeron las costillas. Oh, no. ¿En qué me había metido? Enterré la cara contra las rodillas, intentando contener las lágrimas que amenazaban con derramarse por mis mejillas. No estaba lista para ser madre. ¿Y la universidad? Ojalá mi madre estuviera allí; ella arreglaría toda aquella porquería y me diría qué hacer.

Una mezcla de pecado, vergüenza y sorpresa me había inundado el alma. Necesitaba disculparme por no haber controlado mejor mi cuerpo. «Acepta tu jodida responsabilidad, Chloe». Cerré los ojos, inspiré y me giré hacia Jake.

—Lo… lo siento.

—Basta —susurró. Se giró hacia mí con un rostro libre de toda expresión y miró fijamente la pared, con la vista perdida.

Una tensión inflexible se extendió sobre cada músculo de mi abdomen. Bien podría haber vuelto a sacar el móvil para enviar más mensajes. ¿Era yo la única que se sentía desesperada? Le hice frente.

—¿Es que no te importa?

Jake se inclinó hacia delante e hizo una mueca, como si me hubiera vuelto loca.

—Sólo porque no esté rebotando por las paredes no significa que no haya sorpresa. —Soltó un suspiro exasperado—. ¿Cuánto tiempo crees que he pasado pensado en ser padre en los últimos treinta días? Necesito tiempo para procesarlo.

Me aparecieron gotitas de sudor en el labio superior. Su reacción estaba clara; tampoco quería tener un niño. Levanté la nariz en el aire y crucé las piernas.

—No importa. No vamos a tenerlo.

Se le formó una arruga entre los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué?

Se me atragantó un grito en la garganta. Ojalá pudiera salir de allí, irme muy, muy lejos. Me negué a repetir aquellas palabras; daban demasiado miedo.

La doctora volvió con un pequeño trozo de papel y varios panfletos y me los tendió.

No los cogí. Jake y yo éramos diferentes; en lugar de exhibir sonrisas deslumbrantes y una sorpresa alegre, como una pareja normal, estábamos sentados en silencio y claramente turbados. Me di golpecitos en el codo con los dedos. ¿Qué iba a hacer yo con un bebé? A duras penas podía cuidar de mi padre y de mí misma.

—¿Y un aborto? ¿Lo llevan a cabo aquí?

Jake se tensó a mi lado. Echó la cabeza hacia atrás y se llevó la mano a la frente, tapándose los ojos a medias.

La doctora no reaccionó.

—Dejaré una nota para que la deriven en la mesa de recepción.

El aborto era el camino correcto, pero la idea de acabar con la criatura del tamaño de un grano de arroz que había en mi vientre hacía que se me revolviera el estómago. No estaba lista para ser madre, y no tenía ni idea de cómo explicarle mi embarazo a mi padre. Me levanté de la silla, con las piernas temblorosas, y cogí el bolso.

—Gracias —murmuré—. Pensaré en ello.

La doctora abrió la puerta.

Si estaba embarazada, ¿entonces por qué me sentía como una fosa séptica? ¿No debería sentirme deslumbrante? Adopté un paso rápido y encaré la puerta.

—¿Doctora?

Se giró y me estudió con ojos confundidos.

—¿Sí?

Tragué saliva.

—¿Y qué hay de todas las enfermedades? ¿Cómo puede estar segura de que no se trata de una?

Jake resopló y se apoyó en la silla antes de volver a echarse hacia delante.

—Hay una palabra para eso, cariño. Lo llaman embarazo.

Se me calentó la sangre y mi rostro se contrajo en una mueca. ¿No debería estar siendo más sincero en aquel preciso instante?

La doctora me dirigió una sonrisa amable antes de marcharse.

Jake no se movió. Su cara de póker estaba en pleno rendimiento, y parecía listo para cualquier cosa.

Aquella indiferencia tan bien preparada tenía que desaparecer. Ojalá pudiera abrirle la boca y darle algo de mi pánico. Apreté los labios para evitar que surgiera algo desagradable de ellos, y después me obligué a respirar brevemente.

—Así que lo tienes todo pensado.

Jake curvó la comisura de sus labios suaves hacia abajo.

—No. Me aterroriza.

Sus palabras me paralizaron los pulmones y enviaron esquirlas de hielo por mi columna. Quería que fuera más valiente que yo, pero oír su confesión le acercaba un paso más a ser humano.

—¿Entonces por qué no actúas en consecuencia?

Jake inspiró profundamente.

—Porque todo irá bien, Chloe. La gente lo hace.

¿La gente lo hace? Como si fuera un cambio de aceite o algo así. Era un niño… un compromiso durante dieciocho años. De cuarenta en algunas familias. Y estaba muy lejos de estar bien. Estaba cayendo por la pendiente tan rápido que no pude evitar cerrar los ojos y desear que todo aquello acabase. Cuando volví a abrirlos Jake seguía estudiándome.

Parecía herido. Me miró con los ojos entrecerrados.

—No vas a hacerlo.

Pretendí no saber de qué estaba hablando. Torcí la boca hacia un lado y me rasqué la ceja para cubrirme al menos la mitad de la cara.

—¿Qué?

Me dirigió una mirada feroz de advertencia.

—No juegues ese juego. —Se le dilataron las aletas de la nariz y desvió la mirada hacia una esquina—. Ese horrible procedimiento.

Se me torcieron los labios con asco ante aquella mención. No me emocionaba lo del aborto, pero una cosa estaba clara: Jake Sutherland no iba a tener ningún peso en aquella decisión. Ya tenía demasiado poder sobre mí, y él era la razón por la que me encontraba metida en aquel lío para empezar. Eché a andar. Pediría que me llevasen hasta mi coche si era necesario.

—¿A dónde crees que vas? —rugió Jake detrás de mí, siguiéndome tan pronto como salí de la clínica.

No me molesté en darme la vuelta.

—Me voy a casa, Jake —dije por encima del hombro—. Deberías hacer lo mismo.

En menos de un segundo Jake me agarró del brazo desde atrás y tiró de mí.

Una oleada cálida de lujuria se adueñó del centro de mi ser mientras Jake me llevaba a un lado de la calle.

Sus antebrazos, marcados de venas, se flexionaron, y el calor irradió de su piel.

—No vas a marcharte hasta que hayamos hablado de esto.

Una excitación ardiente se extendió por mi cuerpo como fuego fuera de control. Intenté apartarme, pero sus dedos me sujetaron con más fuerza. No dolió, pero su mano firme me redujo a hasta la indefensión en meros segundos. Intenté relajar los hombros, tensos.

—No tienes peso en esta decisión.

La respiración caliente hirvió desde su boca mientras clavaba los ojos furiosos en los míos.

—No vas a deshacerte de mi hijo.

Me subió la adrenalina. Le dirigí una mirada fulminante a modo de advertencia.

—Suéltame.

Soltó una maldición en voz baja. Me soltó y levantó las manos en un gesto de rendición antes de pasarse una por el pelo. Cerró los ojos e inhaló varias respiraciones rápidas.

Para cuando volvió a girarse hacia mí, parecía mucho más relajado. El enfado había desaparecido, substituido por una expresión suave de preocupación.

¿Era aquello un juego o es que estaba loco?

Una capa agotadora de culpabilidad se extendió sobre toda la zona central de mi cuerpo. Jake y yo habíamos sido estúpidos y descuidados. La necesidad de poseer al otro siempre era demasiado apresurada y urgente.

El sermón sobre responsabilidad de Kate me resonó en los oídos. En comparación conmigo ella ahora parecía Platón. Ella había sido la que había dejado el instituto, y aun así yo era la brillante pero incapaz de manejar mis asuntos. Gemí.

—No voy a abortar, pero no hace ningún daño el valorar todas las opciones.

Jake dilató las aletas de la nariz mientras me miraba de cerca.

—Es un heredero, Chloe.

—Es un hijo ilegítimo —solté.

Jake hizo una mueca. Parecían molestarle todas las palabras que surgían de mi boca. Se centró en mí.

—No estamos en el siglo diecinueve. ¿A quién le importa un pimiento que tú y yo no hayamos atado el nudo? El chico es un Sutherland, y tendrá el mundo al alcance de las manos.

El atar el nudo, o el compromiso, no tendría lugar jamás. Jake y yo nos habríamos estrangulado el uno al otro en el altar.

—Lo que tú digas. Yo…

—No —intervino, su voz profunda firme y decidida—. Tendrás a mi hijo.

Se me tensó la mandíbula.

—Ya he dicho que no voy a deshacerme del bebé —gruñí, molesta de que ahora me estuviera pintando como si estuviera a favor del aborto. Durante su diatriba había olvidado un pequeño detalle. Algo menor, pero no lo bastante trivial como para ignorarlo. Le hice frente.

—¿Y si es una niña?

Sus ojos pasaron de severos a maliciosos en menos de un segundo.

—Entonces nos quitará el trabajo, pero estoy seguro de que también aprenderá a llevar la compañía.

Mi interior se caldeó al mismo tiempo que mi mano salió disparada para golpearle en mi lugar favorito, a la derecha de la clavícula.

Me sujetó la muñeca antes de que pudiera tocarle, y me atrajo hacia él.

Se me escapó una risita de la garganta ante el aroma embriagador que flotó alrededor de mi nariz.

Su mirada se clavó en mí y se enterró en mi alma. Un deseo ardiente y conocido tronó por mi cuerpo.

—Ven aquí —arrulló, acorralándome. Me sostuvo la nuca y acercó sus deliciosos labios masculinos a los míos. Entró y embistió con su lengua cálida en mi boca más que dispuesta, hasta que estuvimos los dos sin aliento.

La pasión y la lujuria rodeaba nuestros cuerpos unidos.

Una mezcla de excitación y hormonas se extendió desde mi pelvis, haciendo que me hundiese en el séptimo cielo. Había ansiado su toque desde hacía semanas, y ahora que lo tenía éste era tan fuerte y poderoso como lo recordaba. Le pasé la mano por el amplio y endurecido pecho y le rodeé el torso.

Sus dedos se detuvieron sobre mi cintura antes de colocar la palma sobre el vientre. Lo acarició y después le dio un par de palmaditas.

El estómago me dio un salto mortal cuando volví a pensar en el pequeño organismo que crecía en mi útero. ¿Estábamos siquiera listos para todo aquello? No teníamos una relación, y pasábamos tanto tiempo riñendo que parecía imposible dejar entrar a una tercera persona. Me aparté de él.

¿Qué pensaría nuestro pequeño de dos personas que escribían un documento de acuerdo porque ninguno confiaba en el otro? Decidí quemar mi diario y el contrato cuando llegase a casa. De ningún modo iba a averiguar nunca ningún hijo mío que había sido la acompañante de su padre.