CAPÍTULO XI
Letno fue el primero en descubrir las luces del helimóvil robado por Darko y Asuto.
—¡Atención, Bolko! ¡Se aproxima un helimóvil!
—¡Sí, viene directo hacia aquí! —exclamó Bolko, respingando.
—¡Preparado para disparar!
Los dos fugitivos, perfectamente apostados, apuntaron al aparato volador con sus fusiles de rayos láser.
El helimóvil descendió y se posó suavemente frente a la casa.
Darko se asomó.
—¡Somos nosotros, Letno!
Letno y Bolko se alegraron, aunque, al propio tiempo, les extrañó que Darko y Asuto no regresaran en su vehículo volador, sino en un helimóvil.
Se dejaron ver los dos, con sus fusiles, y Letno adivinó:
—Algo les ha pasado. Bolko.
—Ellos nos lo contarán.
Darko y Asuto descendieron del helimóvil y se acercaron a sus compañeros.
—Zorkan sigue vivo, Letno —fue lo primero que dijo Darko—
—¿Qué ocurrió?
Darko se lo contó, viéndose un par de veces interrumpido por Asuto, quien no quería cargar con las culpas del fracaso, sino echárselas a su compañero.
Letno endureció las facciones.
—Le doy la razón a Asuto, Darko.
—Yo también —habló Bolko, no menos contrariado.
Asuto esbozó una sonrisa de satisfacción.
—¿Lo oyes, Darko...?
— Me tiene sin cuidado que te den la razón o te la quiten, Asuto —masculló Darko—. Insisto en que Glynis no tiene por qué morir. Es a Zorkan a quien debemos liquidar. Y hubiéramos podido eliminarle, de no haber cometido tú la torpeza de dispararle cuando caminaba con Glynis hacia el ascensor. Sólo teníamos que esperar a que subiera de nuevo a la azotea, para abandonar el edificio. Hubiéramos hecho estallar su vehículo volador, y Zorkan habría saltado en pedazos,
—¡Eso es lo que yo quería, pero tú te opusiste —replicó Asuto.
—Porque Glynis estaba con Zorkan, lo repito una vez más. Y no quiero que ella muera.
—Nosotros somos más importantes que esa chica, Darko —dijo Letno.
—¡Mucho más! —exclamó Bolko.
Mientras los fugitivos discutían, Zorkan había posado su vehículo volador a una cierta distancia de la casa, había descendido de él, y caminaba ya silenciosamente, con la pistola de rayos empuñada.
Logró aproximarse lo suficiente a la casa, sin ser descubierto por los cuatro evadidos. Como ya los tenía a tiro, les apuntó con su arma y ordenó:
—¡Quietos todos! ¡Arrojad las armas o disparo!
* * *
Los fugitivos sintieron sendos escalofríos.
—¡Es Zorkan! —exclamó Darko.
—¡Nos ha seguido! —adivinó Asuto.
—¡Adentro, estúpidos! —rugió Letno, al tiempo que disparaba contra el policía de Bongo.
Bolko hizo funcionar también su fusil de rayos láser, mientras Darko y Asuto entraban en la casa a toda prisa, porque ellos no llevaban armas.
Zorkan, bien apostado, no resultó alcanzado por los disparos de Letno y Bolko. Pero él también disparó, y como tenía una magnífica puntería, alcanzó a uno de los fugitivos.
A Bolko, concretamente, que había retrocedido con menor rapidez que Letno.
El fugitivo dio un chillido estremecedor y se derrumbó, con el pecho destrozado.
Bolko no regresaría a Bongo.
Se quedaría para siempre en la Tierra, porque había muerto.
Zorkan confiaba en que la muerte de Bolko impresionara a los otros tres fugitivos y optaran por entregarse, para salvar el pellejo.
—¡Rendíos! ¡Si no lo hacéis, moriréis también! —gritó, desde su posición.
—¡Jamás! —respondió Letno, que se había metido ya en la casa, y disparó de nuevo contra el policía.
Zorkan le devolvió los disparos, pero Letno se ocultó con rapidez y no resultó alcanzado.
Darko y Asuto habían empuñado sendos fusiles, y también ellos dispararon sobre el policía, desde las ventanas.
Zorkan cambió de posición, con mucha rapidez, y respondió al fuego de los fugitivos.
Darko y Asuto no tuvieron más remedio que esconderse, para no resultar alcanzados.
¡Tiene una puntería. endemoniada! —barbotó el primero.
—¡Ha matado a Bolko! —ladró Asuto, visiblemente asustado.
—¡Lo pagará! —rugió Letno, haciendo ademán de asomarse de nuevo.
—¡No seas loco, Letno! —gritó Darko—. ¡Te matará, como a Bolko!
—¡Tenemos que acabar con él, Darko!
—¡Sí, pero no es el momento! ¡La ventaja está de su parte!
—¿Qué sugieres?
—¡Huir!
—¡No nos dejará!
—¡Si uno de nosotros le entretiene, los otros dos podrán salir de la casa por la parte de atrás!
Letno lo meditó unos segundos.
Después, rezongó:
— De acuerdo, Darko.
—¿Quién entretiene a Zorkan? —preguntó Asuto.
—Tú mismo.
—¡Que lo entretenga Darko! ¡El tiene la culpa de que Zorkan siga vivo y nos tenga acorralados!
Letno lo miró duramente.
—He dicho que lo entretendrás tú, Asuto.
—No me importa quedarme, Letno —dijo Darko—. Huid tú y Asuto.
—No, te necesito conmigo, Darko. Se quedará Asuto. Y si Zorkan lo atrapa, ya lo rescataremos. Se me acaba de ocurrir un plan para cazar a ese maldito policía, pero es necesario escapar de esta casa para poder llevarlo a cabo.
—¿Qué plan es ése, Letno? —preguntó Darko.
—Te lo explicaré por el camino. Si Zorkan nos deja, claro.
Asuto, que no quería quedarse, sugirió:
—¿Por qué no lo echamos a suertes?
—Te ha tocado a ti, Asuto —respondió Letno.
—¡No es justo!
—¡Deja ya de lamentarte, estúpido! ¡Debemos hacer lo que sea mejor para los tres! ¡Y lo mejor es que Darko venga conmigo!
Asuto no estaba de acuerdo, pero se calló.
Era peligroso llevarle la contraria a Letno, y él lo sabía.
Letno dijo:
—Disparemos los tres a la vez, para que Zorkan sepa que seguimos aquí, y luego saldremos por la parte de atrás, Darko.
—Bien.
—¡Ahora!
Letno, Darko y Asuto asomaron sus fusiles y efectuaron algunos disparos, sin molestarse en apuntar.
Zorkan disparó también, obligándolos a retirarse.
—¡Estáis atrapados! ¡No tenéis escapatoria! ¡Entregaos y salvaréis la vida!
—¡No queremos volver a Bongo, Zorkan! —respondió Letno.
—¡No tenéis alternativa!
—¡Te equivocas! ¡Lucharemos y te venceremos, Zorkan! ¡No nos asusta tu fama!
—¡Moriréis todos si continuáis la lucha, estúpidos!
—Sigue hablando tú con él, Asuto —indicó Letno—. Darko y yo nos largamos. Vamos, Darko.
Letno corrió hacia la puerta posterior de la casa, encogido, y Darko le siguió.
Asuto apretó los dientes.
Sentía deseos de correr tras ellos, pero no se atrevió.
Letno se lo hubiera hecho pagar muy caro,
Resignado ya a su suerte, Asuto ladró:
—¡No lograrás hacernos salir de aquí, Zorkan! ¡Y cómo te atrevas a entrar, no vivirás para contarlo! ¡Somos tres y no podrás con todos!
—¡He podido con más, y vosotros lo sabéis!
—¡Esta vez no será así!
Zorkan, convencido de que los fugitivos no se entregarían, decidió entrar por ellos. Era más arriesgado que esperarlos fuera, bien apostado, pero como los tipos no querían salir, no tenía más remedio que penetrar él en la casa.
Abandonó su posición, sigilosamente, y se aproximó a la casa.
Se pegó a ella, junto a una de las ventanas.
No oyó nada.
Zorkan inspiró profundamente y después saltó por la ventana como un felino.
Asuto lo vio aparecer y le disparó, pero falló, porque el policía de Bongo rodaba por el suelo como una pelota.
Zorkan, sin quedarse quieto, disparó sobre el fugitivo y le alcanzó en el pecho, como a Bolko.
Asuto emitió un grito infrahumano y se desplomó.
Tampoco él regresaría a Bongo.
Estaba tan muerto como Bolko.
Zorkan, extrañado de no ver a Darko y Letno, se incorporó y fue rápidamente hacia la parte posterior de la Casa, intuyendo que habían escapado por allí.
CAPÍTULO XII
Letno y Darko se habían alejado ya varios cientos de metros de la casa. Y seguían corriendo.
No podían detenerse, tenían que distanciarse lo suficiente como para que Zorkan no pudiera alcanzarles, aunque se lanzara en su persecución.
De vez en cuando, volvían la cabeza.
—¡Lo hemos conseguido, Darko! —exclamó Letno.
— ¡Todavía no! ¡Tenemos que alejarnos más!
Se habrían distanciado otros doscientos metros, cuando escucharon el ruido del motor de un aparato volador.
—¡Es Zorkan! —adivinó Letno.
—¡Escondámonos, rápido! —dijo Darko.
Se ocultaron entre unos matorrales.
A los pocos segundos, aparecía el vehículo del policía de Bongo.
Letno preparó su fusil, pero no llegó a disparar, porque Darko le obligó a bajar el arma de un manotazo.
—¡No seas loco!
—¡Puedo alcanzarle, Darko!
—¡Vuela demasiado alto! ¡Y si fallas el primer disparo, estaremos perdidos! ¡Zorkan sabrá dónde estamos y vendrá por nosotros!
Letno reconoció que su compañero tenía razón y no insistió.
Además, el vehículo volador de Zorkan se estaba alejando ya.
El policía no los había visto.
La oscuridad de la noche era la mejor aliada de la pareja de fugitivos.
—Quedémonos unos minutos aquí —dijo Darko—. Nos conviene que Zorkan se aleje.
—¿Habrá capturado a Asuto?
—O lo ha capturado... o lo ha liquidado.
—Ese Zorkan es un demonio.
—Háblame de tu plan para cazarle, Letno.
—Me temo que no te va a gustar, Darko.
—¿Por qué?
—Mi pían consiste en atrapar a Glynis y utilizarla como rehén.
Darko respingó.
—¿Atrapar a Glynis...?
—Teniéndola en nuestro poder, Zorkan no se atreverá a intentar nada. Le amenazaremos con matarla si no se entrega. Y se entregará, porque no querrá que Glynis muera. Ha hecho amistad con ella y...
—Olvídalo, Letno—le interrumpió Darko.
—¿Qué?
-
No vamos a utilizar a Glynis.
-
No pienso hacerle ningún daño a la chica, Darko. Lo de matarla, si Zorkan no se entrega, es sólo una amenaza. No tengo intención de cumplirla, te lo aseguro.
—Es igual. No quiero mezclar a Glynis en nuestro asunto. Ella no tiene nada que ver.
—La necesitamos para librarnos definitivamente de Zorkan, Darko.
-
Nos libraremos de él, pero por nuestra cuenta.
Letno pareció conformarse.
-
De acuerdo, queda descartado mi plan —suspiró—, Pero era bueno, Darko. Y habría dado resultado.
Darko guardó silencio unos segundos.
Como no se oía el ruido del motor del vehículo volador del enviado de Bongo, se irguió y dijo:
-
Podemos seguir, Letno.
—Sí, continuemos.
Darko echó a andar.
Letno, en vez de seguirle, le apuntó con su fusil y le disparó.
El rayo láser destrozó la espalda de Darko, que cayó de bruces, muerto.
Letno esbozó una fría sonrisa.
-
Lo siento, Darko, pero quiero seguir adelante con mi plan. Atraparé a Glynis y la utilizaré para acabar con ese condenado policía. Y tú ya no podrás impedírmelo.
* * *
Letno caminaba en dirección a una casa que, aunque distante de la que ellos habían utilizado para ocultarse, era la más próxima.
En ella vivía un matrimonio joven.
Y tenían un helimóvil.
Era lo que Letno necesitaba.
Minutos antes, Zorkan había pasado de nuevo con su vehículo volador.
Seguía buscando a Letno y Darko.
Letno supo ocultarse a tiempo y el policía no le descubrió. Tampoco podría descubrir a Darko, porque Letno había ocultado su cadáver entre los matorrales.
Cuando el aparato volador de Zorkan desapareció, el fugitivo reanudó la marcha. Y ya casi estaba llegando a la casa ocupada por el matrimonio joven.
Cuando la divisó, vio el helimóvil posado frente a ella.
Letno sonrió.
Con él podría trasladarse a la ciudad y, una vez en ella, estaría seguro, porque Zorkan seguiría buscándole por los alrededores de la casa que les sirviera de escondite.
Letno avanzó con cautela hacia la casa.
No podía subir al helimóvil y largarse, porque su dueño avisaría inmediatamente a la policía de Miami y podía tener problemas. Tenía que asegurarse de que ni el marido ni la mujer pudiesen denunciar el robo de su helimóvil.
* * *
El marido se llamaba Errol.
La mujer, Jill.
No se habían acostado, todavía, aunque pensaban hacerlo dentro de unos minutos. Errol se había puesto ya el pijama y Jill iba en bata, corta y brillante.
Estaban los dos sentados en el sofá del salón, tomando la última copa del día. Errol tenía la mano izquierda posada sobre las bonitas piernas de su mujer, de muslos largos y esbeltos, que él acariciaba una y otra vez, con suavidad.
Ella le miraba y sonreía.
—Sospecho que esta noche vamos a hacer el amor, Errol.
—Tus sospechas son ciertas, cariño.
—Te conozco bien y sé cuándo tienes ganas de tenerme en tus brazos.
—No es difícil de adivinar, porque de eso tengo ganas siempre. Y es natural, teniendo una esposa tan guapa y tan apetecible,
Jill, que tenía el cabello rubio y los ojos azulados, rió.
—Eres un maldito adulador, Errol.
—No, soy solamente un marido sincero. Y te lo voy a demostrar en cuanto entremos en el dormitorio.
Justo en aquel momento, apareció Letno en la puerta del salón, empuñando su fusil de rayos láser. Se había colado en la casa por una ventana, silenciosamente, y había escuchado las últimas palabras intercambiadas por el joven matrimonio, por lo que dijo:
—Menos demostraciones, amigo.
Errol brincó del sofá.
—¿Quién diablos es usted...?
—Me llamo Letno. Y voy a llevarme su helimóvil.
—¿Qué...?
— Lo necesito, amigo.
—¡No permitiré que se lo lleve!
—No podrá impedirlo, porque estará muerto —sonrió fríamente Letno, y accionó el disparador del fusil.
El rayo láser brotó instantáneamente y alcanzó en el pecho al infortunado Errol, que se vino abajo en el acto, dando un grito espantoso.
Jill también gritó, pero de horror.
—¡Errol...!
Su marido tenía los ojos abiertos, pero no le respondió, porque era ya cadáver. El rayo láser le había destrozado el pecho.
Jill saltó del sofá, para arrodillarse junto al cuerpo de Errol. pero Letno ordenó:
—¡No te muevas, rubia!
Jill se quedó quieta.
Bueno, relativamente quieta, porque todo su cuerpo temblaba.
Había palidecido intensamente, además.
Letno dio unos pasos hacia ella, apuntándola con su fusil.
—¿Quieres seguir con vida, preciosa?
—Sí —respondió Jill, con un hilo de voz.
—Tendrás que hacer lo que yo te diga.
—Lo haré.
—¿Cómo te llamas?
—Jill.
—Quítate la bata, Jill.
La mujer adivinó que Letno quería verla desnuda y se despojó de la corta bata brillante sin rechistar. Bajo ella, sólo llevaba un minúsculo pantaloncito.
Letno la minó con sucio deseo e indicó:
—Fuera eso, también.
Jill se despojó del pantaloncito, aun sabiendo que Letno tenía intención de violarla.
—Échate en el sofá —dijo el fugitivo.
La mujer obedeció.
No quería morir
Por eso se sometía a los deseos de Letno.
Lo que ella no sabía, es que el fugitivo la mataría igualmente, cuando se hubiese divertido con su joven y hermoso cuerpo.