CAPÍTULO V

 

Darko posó su vehículo volador frente a la casa en donde se hallaban instalados él, Letno, Asuto y Bolko.

Era una casa grande, moderna, ubicada a unos veinte kilómetros de la ciudad, en una zona solitaria. Un lugar ideal para los cuatro fugitivos de Bongo.

Por eso habían alquilado aquella casa.

Darko paró el motor de su vehículo y saltó al suelo.

En la puerta de la casa, apareció Letno.

Era de estatura similar a la de Darko, pero, en cambio, era de constitución más delgada, aunque en absoluto débil, ya que se trataba de un tipo fuerte y resistente.

Tenía, como todos los habitantes de Bongo, el pelo muy rubio y los ojos claros. Sus facciones, sin embargo, eran bastante menos agradables que las de Darko o Zorkan.

Letno llevaba la maldad escrita en su rostro.

En sus ojos, más concretamente.

Miraban de un modo acerado, peligroso, asesino.

Era, sin ningún género de dudas, el peor elemento de los cuatro que lograron evadirse de Bongo y llegar a la Tierra, con la esperanza de no ser encontrado: jamás.

Letno, sorprendido por lo pronto que había regresado Darko de su cita con Glynis Malleson, preguntó

—¿Qué ha pasado, Darko? ¿Te ha dado plantón la chica...?

No—gruñó Darko.

Hablaban en su lengua, la de Bongo, como siempre que conversaban sin ningún terrestre cerca. La lengua terrestre la dominaban tan bien como la suya, aunque no podían evitar un cierto acento extranjero, muy particular.

Acento que Glynis había captado en las voces de Darko, cuando ella creía que se llamaba Barry Sinden, y de Zorkan, tan parecidas la una a la otra.

Asuto y Bolko salieron también de la casa, igualmente extrañados por el rápido regreso de Darko, Los dos tenían una estatura inferior a la de Darko y Letno, pero, en cambio, eran más fornidos.

Especialmente, Bolko.

Tenía un pechazo impresionante.

¿Cómo has vuelto tan pronto, Darko? —preguntó Asuto.

—¿Te has peleado con la pelirroja? inquirió Bolko.

Darko, que caminaba ya hacia la casa, se detuvo y los miró a los tres.

—Sabéis quién es Zorkan, ¿verdad?

Letno, Asuto y Bolko se estremecieron visiblemente al oír pronunciar el nombre de uno de los más eficaces policías especiales de Bongo, el más temido de todos por aquellos que tenían alguna cuenta pendiente con la justicia.

—¿Por qué mencionas a Zorkan? —preguntó Letno.

—Está en la Tierra.

Asuto y Bolko respingaron a dúo.

—¿En la Tierra...? exclamó el primero.

  • En Miami —siguió informando Darko.

—¿Cómo lo sabes? preguntó Bolko.

—Lo he visto.

—Cuenta, Darko—pidió Letno.

Darko refirió a sus compañeros lo sucedido en .la playa.

Cuando acabó, Asuto lanzó un suspiro de alivio.

—Menos mal que Zorkan no te vio.

  • Lo descubrí de pura casualidad —confesó Darko.
  • De todos modos, Zorkan sabe ya que estamos en Miami —masculló Bolko.

—Pero no que ocupamos esta casa —repuso Darko—. Si lo supiera, hubiera venido por nosotros, en vez de vigilar a Glynis. Y seguirá sin saberlo, porque Glynis no podrá decírselo. Ella tampoco sabe que estamos instalados en esta casa. No se lo he dicho,

Letno emitió un gruñido.

Fue un error entablar amistad con esa chica, Darko.

—Me gustaba. Y lo he pasado muy bien con ella.

  • Pero, por su culpa, te has dejado ver demasiado.

—Letno tiene razón —opinó Asuto—. Debiste permanecer en esta casa, como nosotros, que sólo nos acercamos a la ciudad cuando es absolutamente necesario.

  • Lo hubiera hecho, de no haber conocido a Glynis —repuso Darko.

—Bien, es tarde ya para lamentarse rezongó Bolko—. El hecho es que Zorkan nos ha localizado. Lo que hay que hacer ahora, es encontrar una solución para nuestro problema. Porque lo tenemos. Y muy gordo.

—¿Qué sugieres, Letno? —preguntó Asuto—. ¿Largarnos a otra región del planeta? ¿Huir de la Tierra ¿O hacer frente a ese peligroso policía especial

Letno meditó la respuesta.

Antes de que la diera, Darko dijo:

Yo voto por lo último.

¿Enfrentarnos a Zorkan? —preguntó Bolko.

—Sí, creo que es lo mejor. Largarnos a otra región, del planeta, no serviría de nada, porque Zorkan volvería a encontrarnos. Y lo mismo sucedería si abandonásemos la Tierra. Tardaría más o menos, pero finalmente daría con nosotros. Y no viviríamos tranquilos, pensando que Zorkan puede aparecer en cualquier momento. Tenemos que acabar con él.

Asuto volvió a mirar a Letno.

—¿Qué dices tú?

  • Pienso que Darko tiene razón —respondió Letno—. No podríamos sentimos seguros en ninguna par te, sabiendo que Zorkan nos sigue la pista. Tenemos que eliminarlo.
  • Es un enemigo difícil, Letno —recordó Bolko

—Cierto. Pero nosotros somos cuatro. Y Zorkan siempre realiza las misiones solo. Estudiaremos la manera de sorprenderle. Podemos lograrlo, estoy seguro.

—Yo también —dijo Darko,

  • Entremos en la casa —indicó Letno—. Hay que empezar a idear un plan.

—Alguien debe vigilar, Letno —sugirió Darko—. No creo que Zorkan aparezca por aquí, pero debemos estar prevenidos, por si acaso.

Estoy de acuerdo. Coge un fusil y vigila tú, Bolko.

—Bien.

Entraron los cuatro en la casa, pero Bolko salía de ella apenas un minuto después, empuñando un fusil de rayos láser. Si el enviado de Bongo aparecía, lo recibiría con él.

 

* * *

 

Zorkan y Glynis se habían vestido ya y se disponían a abandonar la playa. Glynis había acudido a su cita con el falso Barry Sinden en un helitaxi, porque no disponía de helimóvil propio.

Zorkan, en cambio, había acudido a la playa en un moderno vehículo volador, y se ofreció para acompañar a Glynis a su casa.

Caminaban ya los dos hacia donde se hallaba posado el vehículo, cogidos de la mano, cuando apareció Yanko, el luchador profesional, que los estaba esperando oculto detrás de un helimóvil.

El tipo se había vestido ya, pero en su rudo rostro se apreciaban todavía las huellas del sufrimiento ocasionado por los extraños pero precisos golpes de Zorkan.

Este y Glynis se detuvieron al ver surgir al luchador.

—¿Todavía no tienes bastante, Yanko...? —preguntó el enviado de Bongo, preparando las puntas de sus dedos.

El luchador se estremeció, sólo de ver que Zorkan se preparaba para atacarle.

¡Tranquilo, rubiales! ¡Esta vez no busco pelea!

—¿Qué buscas, entonces?

—Sólo quiero disculparme, Zorkan.

Eso mismo dijiste antes, pero cuando acepté tu mano...

El luchador bajó la mirada.

—Me siento avergonzado, Zorkan. Quería sacarme la espina y recurrí a esa sucia treta. Pensé que así podría hacerte la corbata, pero fracasé de nuevo. A ti no se te puede hacer la corbata, ni el tirabuzón, ni el candado, ni nada. Eres demasiado hábil.

El extraterrestre no pudo reprimir una sonrisa,

—¿De veras estás arrepentido, Yanko?

—Sí, mucho. Quisiera ser tu amigo, Zorkan. Y esta vez, de verdad.

—De acuerdo, aquí está mi mano.

El luchador se acercó, sonriente.

No te es, Zorkan —aconsejó Glynis, al oído del extraterrestre.

—Descuida.

Yanko le estrechó la mano.

Gracias por aceptar mis disculpas, Zorkan.

Como intentes sorprenderme de nuevo, lo lamentarás, te lo advierto.

El luchador sacudió la cabeza.

—Se acabaron los trucos, Zorkan. Entre otras cosas, porque contigo no sirven.

—Cierto.

—¿Me enseñarás a luchar como lo haces tú, Zorkan?

—Me temo que no dispondré de tiempo, Yanko.

—¿Estás muy ocupado?

—Bastante.

Qué lástima Si yo aprendiera tu técnica y la empleara en mis combates, los ganada todos con facilidad.

—Seguro.

Mira, por si acaso encuentras un hueco, te daré mi tarjeta. Aquí está también la dirección del gimnasio donde me entreno. Si tienes un rato, pásate por allí. Te lo agradeceré muchísimo, Zorkan.

—Haré lo posible, aunque no te prometo nada.

Gracias.

El luchador se despidió de Zorkan y Glynis, y se alejó, sin haber intentado sorprender al extraterrestre.