Capítulo VI

TRAS la cena, Rocky Darrow y Sharon Curtis se dirigieron a los billares de Larry el Zurdo, un local de características similares a El Taco de Plata.

La misma gente…

El mismo olor a tabaco, a alcohol, a transpiración…

En suma, la misma atmósfera densa y viciada que solía reinar en el local de Charly Wilcox.

De no haber sucedido lo que sucedió la noche pasada, Rocky hubiera llevado a Sharon a El Taco de Plata, pues si bien el ambiente de ambos locales era parecido, a Rocky le resultaba más simpático Charly Wilcox que Larry el Zurdo.

Larry era un gran jugador de billar, y debido a su condición de zurdo, manejaba el taco con la izquierda. Sin embargo, y a pesar de su experiencia, no podía vencer a Rocky, y se ponía furioso cada vez que éste le ganaba una partida.

Larry el Zurdo era un mal perdedor.

Y un mal tipo, también.

Se decía que vendía drogas, que tenía mujeres «trabajando» para él, y que se mostraba muy duro con ellas, para obligarlas a «rendir» más y mejor.

Por todo ello, Rocky prefería El Taco de Plata, pero no podía llevar a Sharon allí aquella noche, por si se encontraban en el local con el negro y sus dos amigos.

Habría una nueva pelea, y Rocky no quería meter a Sharon en líos.

El caso es que tampoco estaba demasiado seguro de que en los billares de Larry el Zurdo no se produjera ningún altercado, provocado por la presencia de Sharon, pero como la muchacha se había empeñado en ir a una sala de billares…

Era una chica decidida, no cabía duda.

Y a Rocky le gustaba cada vez más.

También les gustó a los tipos que se encontraban en los billares de Larry el Zurdo, tan pronto como la vieron entrar cogida del brazo de Rocky Darrow.

Todos clavaron los ojos en ella.

En sus piernas.

En sus caderas.

En sus pechos…

Sharon se dio cuenta de que todo el mundo la miraba, pero no se puso nerviosa por ello, pues era algo con lo que ya contaba de antemano. Y la verdad es que no le importó.

Larry el Zurdo estaba echando una partida con un cliente, pero había interrumpido la tacada al ver lo bien acompañado que venía Rocky Darrow, el rival al que nunca conseguía vencer.

El propietario de los biliares estaba realmente sorprendido, más que por la belleza y perfección de formas de Sharon Curtis, por su forma de vestir, de caminar, de sonreír…

Saltaba a la vista que Sharon no era una fulana, sino una joven distinguida y elegante. De ahí la sorpresa de Larry, pues le extrañaba sobremanera que Rocky llevara a sus billares a una chica así, sabiendo cómo sabía la clase de gente que solía acudir a su local.

Larry el Zurdo contaba treinta y ocho años de edad, y era un tipo robusto, de facciones duras, bastante desagradables. Tenía el pelo negro como el betún, y se había dejado crecer tanto el bigote, que a duras penas se le vislumbraba la raja bucal.

Rocky, como es natural, también se había percatado de que las miradas de todos estaban clavadas en la atractiva figura de Sharon, y como más de uno la estaba desnudando con los ojos, no pudo evitar el sentirse molesto.

Ya se esperaba algo así, claro, pero no era lo mismo pensarlo que presenciarlo, y empezó a arrepentirse de haber llevado a Sharon a los billares de Larry el Zurdo.

—No debimos venir, Sharon —rezongó.

—¿Por qué lo dices? —preguntó ella.

—Todo el mundo te mira.

—¿Y qué?

—Te están dejando desnuda con los ojos.

—Tranquilo, los ojos no pueden atravesar la ropa.

—Te están acariciando con el pensamiento.

—El pensamiento no tiene tacto, así que no pueden tocarme con él.

—Te están mordiendo con la mirada.

—Los ojos no tienen dientes.

—No te preocupa lo que está pasando, ¿eh?

—En absoluto. Yo he venido aquí contigo, a jugar al billar, y me importa un pito que la gente me mire, aunque algunos lo hagan con deseo. Me verán, pero no me catarán, como solía decir mi abuela.

Rocky sonrió y llevó a Sharon hacia una mesa libre.

—Jugaremos en esa mesa.

—Muy bien.

—¿Te elijo yo el taco?

—No, que me darás uno torcido, para que no pueda ganarte —bromeó la muchacha. Rocky rió.

—Cuando empecemos a jugar, la sorpresa va a ser general.

—¡Seguro! —rió Sharon también, y escogió un taco, tras haberse asegurado de que no tenía ningún defecto.

Darrow eligió el suyo.

—Pásame la tiza, Rocky —rogó Sharon.

—Toma.

—Gracias —sonrió la joven.

Y, con la mayor naturalidad, se puso a untar de tiza el extremo del taco.

Rocky hacía esfuerzos por contener la risa.

—Esto hay que verlo para creerlo, diablos.

—Pues aún falta lo mejor, Rocky. ¿Quién abre la partida…?

—Tú, naturalmente.

—¿Porque soy una mujer?

—Claro.

—Gracias, muy galante —dijo Sharon, y se dispuso a abrir el juego.

El asombro de cuantos se hallaban en el local iba en aumento. Y era lógico, pues nadie pensaba que Sharon iba a jugar al billar.

Creían que Rocky la había traído para que presenciara lo bien que él manejaba el taco, pero cuando vieron que la muchacha elegía su propio taco, con la meticulosidad de un jugador veterano, y que le aplicaba la tiza con gran soltura, se quedaron todos boquiabiertos.

Al inclinarse sobre la mesa de billar, para hacer el saque, Sharon dejó aún más al descubierto sus hermosos senos, y algunos de los clientes que tenía enfrente pusieron los ojos bizcos.

Ya no miraban las bolas de billar, sino las otras, las que emergían por el escote del vestido, amenazando con desbordarse.

Sharon, que ignoraba a todo el mundo, se concentró, realizó unos suaves movimientos con el taco, y luego golpeó la bola, abriendo magistralmente el juego.

Más de uno sintió deseos de aplaudir.

Y es que había sido una apertura realmente sensacional.

Digna de un maestro.

De todo un campeón.

Sharon, que se había erguido ya, sonrió satisfecha y preguntó:

—¿Qué te ha parecido, Rocky…?

Darrow, no menos asombrado que el resto de los presentes, murmuró:

—Fantástico, Sharon.

—Soy un rival difícil de batir, ya te lo dije.

—Desde luego.

—Tú te lo habías tomado a broma, ¿verdad?

—Tengo que confesar que sí.

—Pues ya has visto que hablaba en serio.

—Y tan en serio. Has tenido un buen maestro, no cabe duda.

—Mi tío, ya te lo expliqué —rió la joven, y continuó la partida.

Demostró que su magnífica apertura no había sido fruto de la casualidad o de la suerte, sino una prueba de su extraordinario dominio con el taco, que confirmó en las sucesivas jugadas.

Nadie jugaba en los billares de Larry el Zurdo.

Sólo Sharon.

Y es que todo el mundo seguía pendiente de ella, y no únicamente por su habilidad con el taco, sino por las continuas exhibiciones de pechos o de piernas que Sharon se veía obligada a realizar, cada vez que se inclinaba sobre la mesa de billar para hacer una jugada.

El vestido era más bien corto, y en cuanto se doblaba un poco sobre la mesa, se le iba para arriba y… En un par de jugadas, muy forzadas, mostró incluso las sucintas braguitas. Fue demasiado ya, y Larry el Zurdo, con todos los pelos del bigote temblándole de deseo, se acercó a la mesa donde jugaban Rocky y Sharon.

—Hola, Rocky —saludó, con una sonrisa, que el largo mostacho se encargó de ocultar casi por completo.

—¿Qué tal, Larry? —repuso Darrow.

—¿De dónde has sacado a esta preciosidad…?

—Se llama Sharon y es una amiga mía.

—¿Le has enseñado tú a jugar así de bien…?

—No.

—¿Querrás echar una partida conmigo, preciosa…?

—Me gustaría, pero no podrá ser —respondió Sharon—. En cuanto acabemos ésta, Rocky y yo nos iremos.

—¿Tenéis prisa?

—Sí.

—¿Por meteros en la cama?

Darrow dio un paso hacia el dueño de los billares, furioso, pero Sharon lo frenó con el brazo.

—Calma, Rocky.

—Te ha insultado, Sharon —masculló Darrow.

—Estoy segura de que no ha querido ofenderme. ¿No es cierto, Larry…?

—Tan cierto como que tú estás para untar pan.

—¿Quiere decir que estoy rica?

—¡Riquísima!

—Vamos, que le gustaría comerme…

—¡Con zapatos y todo! —rió Larry, y trató de ponerle las manos en las caderas.

—¡Cuidado con los tacones! —advirtió Sharon, al tiempo que incrustaba el de su zapato derecho en el pie del propietario de los billares, con claros fines trituradores.