Capítulo II
LA tercera partida había comenzado ya, y Rocky Darrow estaba haciendo nuevamente auténticas filigranas con el taco, para desesperación de su rival, que sentía deseos de morder el extremo del suyo.
Los dos amigos del negro se prepararon para intervenir, pues estaba claro como el agua que Rocky Darrow conseguiría su tercera victoria si ellos no lo impedían.
El más bajo de los dos, que tenía cara de roedor, tocó con disimulo el extremo grueso del taco de Rocky, justo en el instante en que el joven se disponía a golpear la bola, y le hizo fallar la jugada.
El negro no pudo reprimir un grito de alegría.
—¡Fallaste, campeón!
Rocky se irguió con brusquedad y se volvió hacia los amigos del tipo de color.
—¿Quién ha sido? —masculló.
—¿Qué? —preguntó el sujeto que había provocado el fallo de Rocky.
—Uno de vosotros tocó mi taco y me hizo fallar.
—No digas tonterías, Rocky —rezongó el otro individuo, que tenía la nariz muy larga y las orejas grandes y despegadas.
—¿Fuiste tú, cara de elefante?
El insulto hizo que el rostro del tipo se congestionara.
—¿Lo de «cara de elefante» va conmigo? —preguntó, con voz ronca.
—No puede ir con tu compañero, porque él tiene cara de rata —aclaró Darrow, que seguía furioso.
El sujeto que tenía cara de roedor se congestionó también.
—¡Te vamos a dar una lección, Rocky! —rugió, y atacó al campeón de billar.
Darrow burló hábilmente el puño del tipo, y le golpeó en el estómago con el extremo grueso del taco.
Cara de Rata se dobló, dando un rugido de dolor, y se llevó las manos a la zona castigada.
Fue un error.
Debió llevarse las manos a la cabeza, para protegérsela, porque sobre ella descendía ya el taco de billar.
El impacto, muy duro, hizo que el tipo se desplomara y quedara tendido en el suelo, sin conocimiento.
Cara de Elefante entró en acción.
Rocky lo vio lanzarse sobre él, y se apartó de un salto.
El tipo se estrelló contra la mesa de billar y quedó momentáneamente acostado sobre ella.
Rocky le atizó con el taco, en toda la espalda.
Cara de Elefante bramó.
Al verle con la boca abierta de par en par, Rocky no pudo resistir la tentación de coger una de las bolas y metérsela en la boca.
Le entró muy ajustada.
Tan ajustada, que le aflojó un par de dientes.
El tipo dilató los ojos, asustado, pues sospechaba que le iba a costar horrores extraer la bola de billar de la boca.
De momento, ni siquiera pudo intentarlo, porque Rocky le cascó de nuevo con el taco, ahora en todo el cráneo, y Cara de Elefante se derrumbó sin sentido.
Pero quedaba el negro, que era el más fornido de los tres.
Y el más peligroso, según se vio enseguida.
No atacó a Rocky con los puños.
Prefirió hacerlo con una navaja.
La había extraído con rapidez del bolsillo trasero de su pantalón.
Era de resorte.
El negro lo accionó y la hoja de acero surgió en el acto, emitiendo fugaces destellos. Rocky se preparó para defenderse del ataque del moreno.
Seguía teniendo el taco de billar en las manos, y ya había demostrado que sabía utilizarlo muy bien como cachiporra.
El negro sonrió fieramente, mostrando sus blancos dientes.
—Vas a saber quién soy yo, campeón.
—Ya lo he adivinado, moreno.
—¿De veras?
—Sí, en cuanto sacaste la navaja.
—¿Quién soy?
—El negro que tenía el «arma» blanca.
El tipo soltó un rugido.
—¡Eso es un chiste!
—¿No te ha hecho gracia, moreno?
—¡Ninguna! —ladró el negro, y le soltó un navajazo al vientre.
Rocky dio un gran salto hacia atrás, y la destellante hoja sólo pinchó el aire.
—Te has empeñado en verme las tripas, ¿eh?
—¡Te las voy a desgarrar, bastardo!
—Cuidado, no sea que veas las estrellas en vez de mis tripas.
—¡Toma esto, campeón! —rugió el negro, enviándole otro feroz navajazo.
Rocky volvió a saltar, pero esta vez lo hizo hacia su izquierda.
La navaja pasó muy cerca de su costado, pero ni siquiera llegó a rozarle la camiseta. Antes de que el negro pudiera retirar el brazo, Rocky le descargó el taco, golpeándole un poco más arriba del codo.
El tipo lanzó un aullido de dolor y soltó la navaja.
Rocky le zurró de nuevo con el taco, ahora en la rodilla derecha.
El negro dio otro aullido y encogió la pierna, sosteniéndose únicamente con la izquierda. Pero no fue por mucho tiempo, porque Rocky proyectó el taco de billar sobre su pie izquierdo y le machacó los dedos.
Y se vino abajo, claro.
Rocky enarboló el taco y lo dejó caer sobre la testa del tipo.
Se escuchó un sonoro chasquido, y el negro dejó de quejarse.
Había perdido el conocimiento.
* * *
Rocky Darrow dejó el taco sobre la mesa de billar. Ya no lo necesitaba.
Lo que sí necesitaba eran los seiscientos dólares que el negro le debía. Se los había ganado limpiamente, y no estaba dispuesto a perdonárselos.
Rocky se inclinó sobre él, le metió la mano en el bolsillo, y extrajo el dinero. Separó seiscientos dólares, y el resto lo volvió a meter en el bolsillo del tipo.
Después, se irguió, se guardó los seiscientos dólares, se colocó la cazadora, y caminó tranquilamente hacia el bar.
En el local se había hecho el silencio más absoluto.
Todos miraban a Rocky Darrow, pero nadie decía nada.
En los ojos de algunos, había admiración.
En otros, envidia.
Y hasta había quien sentía odio hacia Rocky Darrow.
El joven, sin fijarse en nadie, alcanzó el bar.
—Les has dado una buena lección a esos tipos, Rocky —dijo Charly Wilcox —Se la merecían.
—Cuando despierten, querrán vengarse.
—Ya no estaré aquí, no temas. Cóbrate la cerveza, Charly. Y cóbrate también lo que están bebiendo las chicas. Me desearon suerte, y como he ganado seiscientos dólares, merecen que las invite.
—Muy bien —sonrió el dueño de los billares.
Las profesionales del amor se bajaron de sus respectivos taburetes y se cogieron de los brazos de Rocky.
—Muchas gracias, cariño —dijo la rubia Agatha.
—Vas a llevarnos contigo, ¿verdad? —preguntó la pelirroja Fedra.
Darrow compuso una mueca.
—Me temo que no va a poder ser, guapas.
—¿Por qué? —preguntó Agatha.
—Tienes seiscientos dólares más que antes, Rocky —recordó Fedra.
Los necesito.
—¿Tienes deudas, Rocky? —preguntó Agatha.
—No, pero estoy en plan de ahorro.
—¿Para qué estás ahorrando? —inquirió Fedra.
—Para montar mi propio taller.
—¿Taller de qué? —quiso saber la rubia Agatha.
—De reparación de automóviles.
Charly Wilcox explicó:
—Rocky es mecánico, preciosas.
—Caramba, un mecánico —exclamó la pelirroja Fedra.
—Así es —sonrió Darrow—, Actualmente trabajo en un pequeño taller, pero estoy empeñado en tener uno propio. Me gusta la mecánica, y se me da bastante bien.
—No tan bien como el biliar, Rocky —dijo Wilcox.
—El billar es una afición, Charly.
—También puede ser una profesión,
Darrow movió la cabeza negativamente.
—No me gustaría, Charly. Prefiero la mecánica.
—Estoy seguro de que ganarías más dinero con el billar, desafiando a los buenos jugadores, que arreglando coches —repuso Wilcox—. Ya has visto esta noche. En un rato has ganado seiscientos pavos.
—También he podido ganar un par de navajazos en el vientre —recordó el joven.
Wilcox no replicó.
Darrow se soltó de las prostitutas.
—Lo siento, chicas. Ya lo pasaremos bien cuando sea dueño de un taller, ¿de acuerdo?
—Podríamos hacerte un precio muy especial, Rocky —dijo Agatha, poniéndole la mano en el hombro—. ¿No es cierto, Fedra?
—¡Y tan especial! —asintió la pelirroja.
—Os lo agradezco de veras, preciosas, pero no quiero perjudicar vuestros intereses. Tenéis un precio y…
—No se hable más, Rocky —le interrumpió Agatha, cogiéndole nuevamente del brazo—. Vamos a divertirnos los tres juntos esta noche, y si no puedes pagarnos, nos arreglarás el coche gratis cuando poseas tu propio taller.
—¡Excelente idea! —exclamó Fedra, cogiéndose del otro brazo de Rocky.
Se lo llevaron entre las dos hacia la puerta.
—¡Menuda nochecita te espera, campeón! —exclamó Charly Wilcox, y rompió a reír con fuerza.