7. HA PASADO ALGO RARO

Stuart Ha pasado algo raro. Yo iba camino de mi trabajo esta mañana. Probablemente no le he explicado que hay dos caminos para ir andando a la estación. Uno me lleva por St Mary’s Villas y Barrowclough Road, pasando por delante de los viejos baños municipales, de la nueva tienda de bricolage y el almacén de pinturas al por mayor; mientras que el otro supone acortar por Lennox Gardens, coger esa calle cuyo nombre nunca recuerdo hasta Rumsey Road, luego pasar por delante de la hilera de tiendas y llegar a High Street. He cronometrado ambos caminos y no hay más que unos veinte segundos de diferencia. Así que unas mañanas voy por un lado y otras por otro. Al salir de casa más o menos echo a suertes qué dirección tomar. Le cuento esto como información básica.

Así que esta mañana he ido por Lennox Garden, la calle sin nombre y luego Rumsey Road. Iba mirándolo todo. ¿Sabe?, ésa es una de las muchas diferencias desde que Gillie y yo estamos juntos. Empiezo a ver cosas en las que nunca me habría fijado antes. ¿Se ha dado cuenta de que uno puede andar por una calle de Londres y no levantar nunca la vista por encima de los autobuses? Vas andando y miras a las otras personas, las tiendas, el tráfico, pero nunca miras hacia arriba. No realmente arriba. Ya sé lo que me va a decir, si uno mirase hacia arriba probablemente pisaría un montón de cagadas de perro o se tragaría una farola, pero hablo en serio. Yo soy serio. Levante los ojos sólo un poco más y descubrirá algo, un tejado curioso, un caprichoso adorno Victoriano. O bájelos, si a eso vamos. El otro día, a la hora de comer, iba andando por Farringdon Road. De repente me fijé en algo por delante de lo cual debo de haber pasado docenas de veces. Una placa fijada a la pared a la altura de las rodillas, pintada de color crema con las letras destacando en negro. Dice:

Este edificio

fue totalmente destruido

por un

BOMBARDEO DE ZEPELINES

durante la Guerra Mundial

el 8 de septiembre de 1915

Reconstruido en 1917 John Philips
Director general

Pensé que era interesante. Me pregunté por qué habrían puesto la placa tan baja. O puede ser que la hayan cambiado de sitio. La encontrará en el número 61, por cierto, si desea comprobarlo. En el edificio contiguo a la tienda donde venden telescopios.

Bueno, lo que estoy tratando de decir es que me descubro mirando más a mi alrededor. Debo de haber pasado por esa floristería de Rumsey Road varios cientos de veces sin mirarla nunca realmente, y mucho menos al interior. Pero esta vez lo hice. Y ¿qué es lo que vi? ¿Cuál fue mi extraordinaria recompensa a las 8.25 de un martes por la mañana? Allí estaba Oliver. No podía creerlo. Oliver, ni más ni menos. Siempre ha sido muy difícil conseguir que Oliver venga a esta punta de la ciudad; dice en broma que necesita pasaporte e intérprete. Pero allí estaba, moviéndose por la tienda, acompañado por una dependienta que iba cogiendo grandes brazadas de flores.

Di con los nudillos en el escaparate pero ninguno de los dos se volvió, así que entré. Oliver estaba entonces de pie junto al mostrador y la chica estaba haciendo la cuenta. Él tenía la cartera en la mano.

—Oliver —dije.

Se volvió y pareció verdaderamente sorprendido. Incluso empezó a ruborizarse. Eso me resultó un poco embarazoso —nunca le había visto ruborizarse—, por lo que decidí bromear.

—Conque así es como te gastas todo el dinero que te he prestado —dije.

Y ¿sabe una cosa? Entonces sí que se ruborizó. Se puso completamente colorado. Hasta las orejas. Supongo, pensándolo bien, que no fue muy amable por mi parte, pero él reaccionó de un modo muy raro. Evidentemente, está mal esta temporada.

Pas devant —dijo finalmente, indicando a la chica de la tienda—. Pas devant les enfants.

La chica nos estaba mirando a los dos preguntándose qué pasaba. Pensé que lo mejor sería ahorrarle rubores a Oliver, así que murmuré algo acerca de irme a la oficina.

—No —dijo, y me agarró por la manga.

Le miré, pero él no dijo nada más. Con la mano libre empezó a sacudir la cartera hasta que el dinero cayó sobre el mostrador.

—Rápido, rápido —le dijo a la chica.

Continuó agarrado a mi traje mientras ella sumaba la cuenta (más de veinte libras, no pude evitar verlo), cogía el dinero, le daba la vuelta, envolvía las flores y se las metía debajo del brazo. Él recogió la cartera con la mano libre y tiró de mí hacia la puerta.

—Rosa —dijo cuando salimos.

Entonces me soltó la manga como si ya hubiese confesado lo que tenía que confesar.

—¿Rosa?

Él asintió pero no pudo mirarme. Rosa era la chica de la Shakespeare School, la chica por la que le habían echado.

—¿Son para ella?

—Ahora vive por aquí. Su pater la echó de casa, todo por culpa de Ollie, como de costumbre.

—Oliver. —De pronto me sentí mucho más viejo que él—. ¿Te parece sensato?

¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Qué pensaría la chica?

—Nada es sensato —dijo él, aún sin mirarme—. Te puede crecer la barba esperando hacer algo sensato. Un montón de babuinos con máquinas de escribir trabajando durante un millón de años no darían con nada sensato.

—Pero… ¿vas a ir a verla a esta hora de la mañana?

Me miró durante un segundo y luego bajó los ojos de nuevo.

—Estuve allí anoche.

—Pero, Oliver —dije, tratando de entender algo de aquella historia y al mismo tiempo tratando de bromear un poco—, ¿no es la costumbre regalarle flores a una chica cuando vas a verla y no después de marcharte?

Desgraciadamente, esto tampoco pareció ser muy acertado, Oliver empezó a apretar las flores con suficiente fuerza como para romper los tallos.

—Una metedura de pata horrorosa —dijo finalmente—. Cometí una metedura de pata horrorosa anoche. Fue como intentar meter una ostra en un parquímetro.

Yo no estaba seguro de que quisiera oír nada más, pero Oliver había vuelto a cogerme por la manga.

—El cuerpo puede ser un traidor espantoso —dijo—. Y las razas latinas están menos acostumbradas a los nervios de la primera noche. Y por lo tanto menos inclinadas a perdonar.

Todo esto era muy embarazoso, desde seis ángulos distintos. Aparte de otras consideraciones, yo iba camino de la oficina. Y era la última confesión que hubiese esperado de Oliver. Pero supongo que si pierdes tu empleo y tu dignidad… y probablemente ha estado bebiendo demasiado, lo cual no ayuda, según dicen. Oh, Dios mío, parece que Oliver se está desmoronando realmente.

No sabía qué hacer o decir. Pensé que no sería oportuno sugerir que fuese al médico, así de repente, de pie en la acera. Finalmente Oliver me soltó la manga.

—Que pases un buen día en la oficina —dijo, y se marchó.

No he podido leer el periódico en el tren esta mañana. Me he quedado allí pensando en Oliver. Qué receta para el fracaso… Volver con esa chica española que fue la que hizo que le echaran y además…, no sé. Oliver y las chicas… Siempre ha sido un tema más complicado de lo que a él le gusta aparentar. Pero esta vez creo que ha tocado fondo. Verdaderamente se ha desmoronado.

Oliver ¡Uff! ¡Paf! ¡Bof! ¡Guau! Llámeme el Gran Escapologista. Llámeme Harry Houdini. Ave, Talía, Musa de la Comedia. Oh, Dios, necesito una salva de aplausos. Oh, Dios, necesito llenarme los pulmones de Gauloise. No puede negármelo después de esto.

Vale, vale, me siento un poco culpable, pero ¿qué habría hecho usted? Ya sé, para empezar, no habría estado allí. Pero yo estaba, y eso siempre nos lleva a la enorme diferencia entre nosotros, ¿no? Sin embargo, ¿se fijó en mi desenvoltura? Tengo que reconocérmelo a mí mismo, de veras. ¿Y qué me dice del detalle del tirón de mangas a lo Viejo Marinero? Eso funcionó realmente bien, ¿no? Siempre he dicho que si quieres engañar a un inglés, lo mejor es tocarle cuando no quiere que le toquen. Mano en el brazo más emotiva confesión. No pueden soportarlo, los anglos, se encogen, se estremecen y se tragan cualquier cosa que les cuentes. «Como intentar meter una ostra en un parquímetro.» ¿Vio la cara que tenía Stuart cuando le dejé? Qué camafeo de tierna preocupación.

No estoy regocijándome maliciosamente, bueno, sólo un soupçon, más bien estoy aliviado: así es como se manifiesta en mí. Y probablemente no debería contarle todo esto si quiero conservar su simpatía. (En primer lugar, ¿la tengo? Es difícil saberlo, diría yo. ¿Y la deseo? ¡Sí, sí!) Lo que pasa es que estoy demasiado implicado en lo que está sucediendo como para jugar, por lo menos, para jugar con usted. Estoy condenado a llevar adelante lo que tengo que hacer y espero no incurrir en su reprobación definitiva durante este proceso. Prométame no volver la cabeza: si usted se niega a percibirme, entonces realmente dejaré de existir. ¡No me mate! ¡Perdónele la vida al pobre Ollie y puede que aún le divierta!

Perdone, me estoy poniendo un poco acelerado otra vez. Bueno. Pues allí estoy yo en una terra incognita llamada Stoke Newington, que según me asegura Stuart es el próximo distrito donde el precio de la vivienda empezará a alcanzar la tumescencia, pero donde por el momento moran hombres cuyas cabezas crecen por debajo de sus hombros. ¿Y por qué estoy ahí? Porque tengo que hacer algo muy sencillo. Tengo que ir a ver a la esposa de un hombre —¡un hombre!, ¡mi mejor amigo!— al cual acabo de dejar camino de la estación del metro; tengo que ir a ver a la que es su esposa desde hace seis semanas y decirle que la amo. De ahí el arbusto de flores blancas y azules que llevo bajo el brazo izquierdo, cuyos mal envueltos tallos han rociado mi pantalón[9] de una forma que sugiere las salpicaduras de una micción. Nada inapropiado: porque cuando la campanilla de la floristería anunció al serio banquero verdaderamente pensé que iba a hacerme pis encima.

Paseé un poco para que se me secaran los pantalones y ensayé lo que iba a decirle a Gillian cuando me abriera la puerta. ¿Debería ocultar las flores detrás de mi espalda y hacerlas aparecer de pronto como un prestidigitador? ¿Debería dejarlas en el escalón de la entrada y salir corriendo antes de que ella abriese la puerta? Tal vez un aria fuese lo apropiado. Deh vieni ella finestra…

Así que caminé entre las humildes cabañas que albergaban a aquellos remotos operarios de comercio, esperando que el calor del día secase la humedad de la tela 60% seda, 40% viscosa de mis pantalones. Así es como yo me siento, y con demasiada frecuencia, si quiere saberlo. Sesenta por ciento seda y cuarenta por ciento viscosa. Brillante pero con tendencia a arrugarme. Mientras que Stuart es cien por cien fibra artificial: inarrugable, fácil de lavar, no necesita plancha, las manchas desaparecen. Estamos hechos de un tejido diferente, Stu y yo. Y en mi tela, si no me daba prisa, las manchas de agua pronto serían sustituidas por manchas de sudor. Dios, qué nervioso estaba. Necesitaba una infusión de valeriana; eso o un Manhattan monstruo. Un febrífugo o un megatrago, una cosa o la otra. No, lo que realmente necesito es un puñado de betabloqueantes. ¿Los conoce? Propanolol es uno de sus varios sobrenombres. Los inventaron para pianistas de concierto que padecen de los nervios. Controlan las palpitaciones sin perjudicar la interpretación. ¿Cree que servirán para el sexo? Puede que Stuart me consiga unos cuantos después de enterarse de mi nuit blanche con Rosa. Sería típico suyo salvar el corazón fracturado con productos químicos. Pero para lo que yo los necesitaba era para entregar mi corazón, sonrosado y entero, a la mujer que estaba a punto de abrir la puerta del número 68. ¿Hay un traficante de piel oscura haraganeando en un portal con una sonrisa sospechosa y la mano abierta? Cuarenta mg de propanolol, amigo mío, y rápido, aquí está mi cartera, aquí está mi Rolex Oyster, lléveselo todo. No, ésas son mis flores. Lléveselo todo menos las flores.

Pero ahora son de ella. Y cuando llegó le moment suprême (permítame traducir esto brevemente al stuartés: cuando llegó la hora de la verdad), no hubo dificultad. Puede que encuentre a Ollie bastante barroco, pero eso es sólo la fachada. Penetre dentro —quédese un rato con su guía en la mano— y descubrirá algo calmosamente neoclásico, algo sabiamente proporcionado y fresco. Está usted en el interior de Santa Maria della Presentazione, o Le Zitelle, como prefieran llamarla los folletos informativos. La Giudecca, Venecia, Palladio, oh, vosotros, turistas de mi alma. Así es como soy en el interior. Si ofrezco un exterior tumultuoso es únicamente para atraer a las multitudes.

Así que lo sucedido fue lo siguiente. Llamé al timbre, sosteniendo las flores sobre ambos brazos extendidos. No quería parecer un repartidor. Más bien era un sencillo y frangible peticionario, asistido únicamente por la diosa Flora. Gillian abrió la puerta. Ahora. Ahora.

—Te quiero —dije.

Ella me miró, y la alarma se hizo a la mar en sus tranquilos ojos. Para calmarla, le entregué mi ramo y repetí en voz baja:

—Te quiero.

Luego me marché.

¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! Estoy fuera de mí de felicidad. Estoy gozoso, estoy espantado, estoy aterrorizado, estoy superacojonado.

Michelle (16) Se tropieza una con tipos verdaderamente presuntuosos. Eso es lo malo de este trabajo. No son las flores, es la gente que las compra.

Como esta mañana. Ojalá no hubiese abierto la boca. Cuando ha entrado he pensado: puedes llevarme a bailar cualquier día de la semana. Verdaderamente buenorro, pelo largo negro y brillante, el traje también brillante. Un poco como Jimmy White, no sé si me entiende. No viene directamente al mostrador, sino que me saluda con la cabeza y empieza a mirar las flores, con mucha atención, como si realmente entendiera de flores. Yo practico un jueguecito conmigo misma, también Linzi lo juega, decides hasta qué punto es apetecible alguien. Si no son muy apetecibles, dices: «Es sólo un martes», queriendo decir que si te llama para salir solamente le reservarías una noche a la semana. Lo mejor es llamarle a alguien «Siete Días a la Semana», lo cual quiere decir que le reservarías todos los días si te lo pidiese. Así que este chico está mirando los lirios y yo estoy sacando el IVA de un envío múltiple pero al mismo tiempo mirándole por el rabillo del ojo y pensando: «Eres un de lunes a viernes.»

Luego me hace recorrer con él toda la tienda y coger flores azules o blancas, ninguna otra. Le señalo unos bonitos alhelíes rosas y finge un enorme estremecimiento y dice «Aaajj». ¿A quién se cree que impresiona? Como esos chicos que vienen a comprar una sola rosa como si nadie lo hubiese hecho nunca. Si un chico me regala una sola rosa roja, le digo: ¿Qué has hecho con las otras cinco, se las has dado a tus otras novias?

Luego estamos en el mostrador y se inclina todo engreído y hasta me coge la barbilla y dice: «¿Por qué tan triste, bonita mía?» Cojo las tijeras, porque estoy sola en la tienda y si me vuelve a tocar va a salir de aquí sin algo con lo que entró, cuando la campanilla de la puerta suena y entra ese otro chico con traje de ejecutivo, un aburrido yuppie. Y el presumido se queda completamente cortado porque ese chico le conoce y acaba de pillarle tratando de ligarse a una chica en una tienda, cosa que no es su estilo en absoluto, y se ruboriza todo, completamente colorado, hasta las orejas, me he fijado en las orejas.

Luego se queda muy callado y me tira el dinero y me dice que me dé prisa que está deseando llevarse al otro chico de la tienda. Así que yo me lo tomo con calma, no le pregunto si quiere que se las envuelva para regalo, pero lo hago todo muy despacio y luego le digo que me he equivocado en el IVA y todo el rato estoy pensando: ¿Por qué has abierto la boca? Eras un de lunes a viernes hasta ese momento. Ahora eres un mierda.

Me gustan las flores. Pero no me quedaré aquí mucho tiempo. Linzi tampoco. No podemos soportar a la gente que las compra.

Gillian Algo extraño ha sucedido hoy. Algo muy extraño. Y no ha cesado después de haber sucedido, si es que entiende lo que quiero decir. Ha continuado siendo extraño por la tarde, y luego por la noche. Yo estaba sentada delante de mi caballete a eso de las nueve menos cuarto, haciendo pruebas preliminares en un pequeño tríptico de una iglesia de la City; Radio 3 como música de fondo, donde estaban poniendo algo de uno de esos Bachs que eran Bach. En esto ha sonado el timbre. Cuando estaba dejando mi torunda de algodón, ha sonado de nuevo, inmediatamente. Probablemente unos niños, pienso, son los únicos que llaman así. Querrán limpiar el coche. O están averiguando si hay alguien en casa antes de entrar por la parte de atrás a la fuerza.

Así que he bajado todas las escaleras ligeramente irritada y ¿qué veo? Un enorme ramo de flores, todas azules y blancas, en un papel de celofán. «¡Stuart!», he pensado. Quiero decir que he pensado que me las mandaba Stuart. Y cuando he visto que era Oliver quien las sostenía he seguido creyendo que ésa era la explicación más probable; Stuart había mandado a Oliver con las flores.

—¡Oliver! —he dicho—. Qué sorpresa. Pasa.

Pero él se ha quedado allí parado, tratando de decir algo. Blanco como el papel y manteniendo los brazos estirados tan rígidos como un estante. Sus labios se movían y han salido de ellos unos sonidos, pero no he podido entenderlos. Era como en las películas cuando la gente tiene un ataque al corazón, mascullan algo que a ellos les parece muy importante pero que nadie puede entender. He mirado a Oliver y me ha parecido que estaba verdaderamente angustiado. Las flores habían goteado sobre sus pantalones, su cara estaba alarmantemente pálida, temblaba y sus labios parecían pegarse cuando intentaba hablar.

He pensado que tal vez le ayudaría si le quitaba las flores. Así que he alargado las manos y las he levantado cuidadosamente manteniendo el extremo de los tallos lejos de mí. Por puro instinto, porque llevaba mi ropa de pintar y un poco de agua no hubiese importado nada.

—Oliver —he dicho—. ¿Qué pasa? ¿Quieres entrar?

Ha continuado allí parado con los brazos extendidos como si fuese un mayordomo robot sin bandeja que llevar. De pronto en voz muy alta ha dicho:

—Te quiero.

Así, sin más. Bueno, me he reído, por supuesto. Eran las nueve menos cuarto de la mañana y era Oliver el que hablaba. Me he reído, no despectivamente ni nada, sólo como si fuese una broma que yo sólo había cogido a medias.

Estaba esperando la otra mitad cuando Oliver ha huido. Sencillamente ha girado sobre sus talones y ha huido. Lo digo en serio. Ha echado a correr y yo me he quedado allí en el escalón con ese enorme ramo de flores. No podía hacer otra cosa que llevarlas dentro y ponerlas en agua. Había enormes cantidades de flores y he acabado llenando con ellas tres jarrones y un par de jarras de cerveza de Stuart. Luego he vuelto a mi trabajo. He terminado la prueba y he empezado a limpiar el cielo, que es por donde empiezo siempre. No requería mucha concentración y durante toda la mañana me ha interrumpido el recuerdo de Oliver allí de pie incapaz de decir nada y luego casi gritándome esas palabras. Decididamente está sumamente nervioso esta temporada.

Supongo que ha sido porque sabemos que está muy alterado últimamente —su extraño comportamiento en el aeropuerto, para empezar— por lo que he tardado más de lo debido en reflexionar adecuadamente respecto a lo que había sucedido. Y cuando lo he hecho ya no he podido concentrarme en mi trabajo en absoluto. No paraba de imaginar conversaciones esta noche con Stuart.

—Vaya, qué cantidad de flores.

—Mmm.

—Conque tenemos un admirador, ¿eh? Vaya, hay muchísimas.

—Las ha traído Oliver.

—¿Oliver? ¿Cuándo?

—Unos diez minutos después de que tú te marchases. Casi habéis debido de cruzaros.

—Pero ¿por qué? Quiero decir, ¿por qué nos regala todas estas flores?

—No son para nosotros, son para mí. Dice que está enamorado de mí.

No, yo no podía tener esta conversación. No podía tener ninguna conversación que se aproximara a ésta, en cuyo caso, tendría que deshacerme de las flores. Mi primer pensamiento ha sido echarlas al cubo de la basura. Pero ¿y si Stuart iba a tirar algo allí? ¿Qué pensaría usted si encontrase su propio cubo de la basura lleno de flores completamente frescas? Luego he pensado en cruzar la calle y tirarlas en un contenedor, pero esto parecería muy raro. Todavía no tenemos amigos en la calle, pero nos saludamos con algunos vecinos y francamente no me gustaría que me viesen dejando todas esas flores en un contenedor. Así que las he metido en la trituradora de desperdicios. He cogido las flores de Oliver y las he metido, los pétalos primero, en la trituradora, y al cabo de unos minutos había reducido su regalo a una pasta que el agua fría se ha llevado por la tubería. De la trituradora ha salido un fuerte perfume durante un rato, pero poco a poco ha ido desapareciendo. He arrugado el celofán, he ido al cubo de la basura y lo he metido dentro de una caja de cereales que habíamos tirado. Luego he lavado y he secado las dos jarras de cerveza y los tres jarrones y los he puesto en su sitio normal, como si nada hubiese sucedido.

Me ha parecido que había hecho lo que tenía que hacer. Es muy posible que Oliver esté atravesando una crisis nerviosa, en cuyo caso necesitará que los dos estemos a su lado. Algún día le contaré a Stuart lo de las flores y lo que he hecho con ellas y espero que nos riamos a gusto también con Oliver.

Luego he vuelto a mi cuadro y he estado trabajando hasta la hora de preparar la cena. Algo me ha impulsado a servirme un vaso de vino antes de que Stuart volviese a las 6.30, su hora habitual.

Me alegro mucho de haberlo hecho. Ha dicho que había estado deseando llamarme todo el día pero que no había querido interrumpir mi trabajo. Ha dicho que había encontrado a Oliver en la floristería de aquí cerca cuando iba camino de la estación. Ha dicho que Oliver estaba extremadamente azorado, y con razón, porque estaba comprando flores para hacer las paces con una chica con la que se había acostado anoche y había sido impotente. Lo que es más, la chica en cuestión era la española que había sido la causa de que le despidieran de la Shakespeare School. Parece ser que su padre la ha echado de casa y ahora vive no lejos de nosotros. Ella le había invitado la noche anterior y la cosa no había salido en absoluto como él esperaba. Eso es lo que Stuart dice que Oliver le ha contado.

Creo que no he reaccionado al oír esta historia de la forma que Stuart esperaba. Probablemente daba la impresión de no estar concentrada. Bebía pequeños sorbitos de mi vino y continuaba haciendo la cena y en un momento dado me he acercado a la librería y he cogido distraídamente un pétalo que estaba allí tirado. Un pétalo azul. Me lo he metido en la boca y me lo he tragado.

Estoy profundamente confusa. Y eso por decirlo suavemente.