Epílogo
Una mujer canosa se asomaba por la ventana y veía a sus nietos jugar, mientras sostenía con una mano la foto de su difunto amado. Hacía ya tres años que su ángel había volado al cielo y ella deseaba enormemente reunirse con él y poder estar juntos como lo estuvieron durante casi sesenta años.
Habían conseguido cada uno de los sueños que se habían propuesto: viajar, afianzar sus labores humanitarias, formar una familia sólida, ver crecer a sus nietos y no separarse nunca.
Se sentó en la mecedora del salón, con la foto pegada al pecho, rememorando la maravillosa vida que había disfrutado gracias al hombre que amaba con todo sus ser, como una jovencita. Poco a poco sus parpados se hicieron más pesados y el sueño se apoderó de su cuerpo; nunca volvió a despertar de aquel hermoso sueño, en el que, por fin, se reencontraba con su ángel pálido.