Nieves Soto Brotons Psicóloga - Sexóloga
ESCUELA DE IDIOMAS José Ramos
La vida en cualquier circo, como en el que yo trabajaba, no es una vida nada normal, al menos para el concepto que el resto de la gente tiene. Los artistas circenses no conocen los muros de ladrillo a su alrededor, ni tienen patio ni jardín. Según ellos afirman, no tienen casa, pero sí que tienen hogar. Su hogar está detrás del escenario, en sus remolques y caravanas, donde no hay tantas luces y los colores son menos intensos. Al no tener más que media docena de niños en edad escolar, contaba con un profesor que enseñaba a los más pequeños y ayudaba a los mayores con sus estudios a distancia a través de los ordenadores. Pero además de esto, el director del circo tuvo la idea de crear una clase específica para los artistas adultos extranjeros que tuvieran problemas con nuestro idioma, con el fin de ayudarles en su comunicación.
Ya llevaba una temporada trabajando en el circo y Estéfano, el director, me había tomado confianza. Un día se acercó a mí y me comentó:
— La madre del profesor se ha puesto enferma y él ha tenido que salir de viaje a visitarla. Los niños se van a quedar sin clase una semana. Esto es inevitable, pero la clase de español para adultos me gustaría que no se interrumpiera. ¿Qué te parecería si me hicieras el favor de darla tú?
— No sé, Estéfano. ¿Tú crees que podría?
— El tema es que no pierda ritmo la clase. No es necesario que les enseñes como el maestro composición de frases ni cosas complicadas. Podrías limitarte a enseñarles el significado de algunas palabras.
— Bueno, pues si tú crees que no habrá problema...
— Sí, hombre. Es sólo una hora por la mañana, desde mañana lunes hasta el viernes. Además es en un horario en que no tienes nada que hacer. Estarás entretenido.
Accedí de buena gana, contento de hacer un favor a una buena persona y a la vez satisfecho de tener algo que hacer para ayudar a mis compañeros. Me enseñó el aula, que aún no conocía y me sorprendió el parecido que tenía con una clase de un colegio normal, aunque en versión miniatura. Había una mesa para el profesor con su silla, otras seis o siete sillas para los alumnos, de esas que llevan a un lado incorporado un pequeño tablero abatible que hace las veces de mesa, una pizarra y varios pósters colgados con diferentes mapas, dibujos, números y otros temas educativos.
El primer día expliqué como pude a mis alumnos lo que había sucedido y la razón de que yo me encontrase allí en el lugar del maestro. Estos eran un grupo formado por mi amigo el enano checo Vratislav, un inmenso negro africano que hacía de portor en la trouppe de los saltadores, un camellero árabe y dos chicas polacas que montaban a caballo y bailaban. Coloqué junto a la pizarra un póster con figuras de animales y fui sacándoles uno por uno a la palestra para que fueran señalándolos con una vara a medida que pronunciábamos la traducción de sus diferentes idiomas.
En días sucesivos el número de mis alumnos variaba en función de sus quehaceres. Un día faltaban algunos, otro día otros o venía alguien nuevo. El jueves se presentó una de las chicas polacas sin su compañera, además de otros dos o tres alumnos más. Aquel día había acudido a clase con una camiseta de tirantes y una falda cortísima, por lo que en cuanto se sentó en la última fila tuve la fugaz visión de su ropa interior. A medida que transcurría la clase ella se dio cuenta de mis disimuladas miradas, pero no hizo nada por cubrirse, sino que me miraba bajando un poco la cabeza y mordiendo su bolígrafo con ademán sensual. Mi tercera pierna comenzó a cobrar vida y tuve que sentarme tras la mesa para disimularlo delante de los demás.
Cuando estaba consiguiendo centrarme de nuevo en la clase, Bianka, que así se llamaba, que estaba sentada detrás de todos los demás, levantó una pierna y apoyó el costado de la pantorrilla en la rodilla contraria, con lo que me ofreció una visión aún mayor de las bragas.
Ahora le miré sin disimulo y ella cogió el bolígrafo, lo metió en la boca y lo chupó voluptuosamente. Afortunadamente la clase terminó y cada uno se fue a sus asuntos. Yo tuve que esperar unos minutos más a que bajara la inflamación de mi entrepierna antes de poder salir de allí.
El último día había amanecido caluroso, por lo que a media mañana la temperatura ya era alta. Bianka se presentó a la clase ataviada únicamente con un pequeño bikini, y nada más verla ya me hizo cosquillas por dentro. Esperamos unos minutos pero no se presentó nadie más en el aula, por lo que decidí comenzar. El siguiente póster del cual tocaba analizar las palabras era, qué casualidad, el de anatomía. En él había representados los cuerpos de un hombre y una mujer con las diferentes partes señaladas. Le hice salir a coger la varita y señalar las partes del cuerpo de los modelos. Ella decía el nombre en polaco y yo se lo traducía al español. Después ella tenía que repetirlo en español hasta conseguir pronunciarlo debidamente. Fue señalando un dedo, un ojo y una nariz. Cuando ya los pronunció bien, me dijo con su fuerte acento:
— Ahorra, yo senialo, digo en polaco, tú dices en espaniol y senialas en mi cuerrpo, ¿okey?
— Me parece bien. Sigue.
Claro que me parecía bien. Ahí vi la oportunidad de palpar algunas partes del precioso cuerpo de Bianka. Señaló en primer lugar un hombro y lo pronunció en polaco. Yo coloqué una mano en el suyo y lo hice en español. Hasta que ella lo dijo bien no aparté la mano de su hombro. Seguidamente señaló la cadera. Hicimos lo mismo, pero mientras ella conseguía pronunciarlo bien tras varios intentos, acaricié su cadera justo por encima de la braga del bikini, hacia adelante y hacia atrás. Siguieron un par de lugares menos excitantes y después señaló la columna vertebral en la espalda. Como estaba de cara a la pizarra y de espaldas a mí, paseé la punta de mi dedo desde el cuello hasta el nacimiento del culo para volver de nuevo hasta arriba. Bianka se estremeció echando los brazos hacia atrás y el pecho adelante.
— jUuaaa! Tú haces cosquillas —me dijo alegremente.
Yo sí que notaba cosquillas en cierta zona de mi cuerpo. La siguiente parte señalada fue el muslo. Primero acaricié con una mano la parte exterior del suyo y sin dejar esa caricia, deslicé la otra mano por la cara interior. Esta vez tardó un poco más en pronunciarlo bien, posiblemente a propósito. Mientras tanto, mi mano del interior bajaba hasta la rodilla y subía hasta casi llegar a la tela de las bragas. La siguiente señal fue la del cuello, donde me dediqué a dar un masaje de esos que tanto gustan a las mujeres. Mientras tanto, ella movía la cabeza en sentido rotatorio relajando los músculos.
Nuevamente señaló una parte del cuerpo, en esta ocasión un pecho de la modelo. Yo tenía mis dudas de si llegaría a atreverse a algo así, pero me alegré de que lo hiciera. Pasé mi mano hacia delante y abriéndola, abarqué toda la superficie que pude de una de sus tetas por encima del sostén. Entonces, para mi sorpresa, Bianka me dijo:
— Iso no es. Iso se liama sujietador.
Me hizo gracia su atrevimiento y volviendo atrás la mano, la introduje entre la piel y el costado de la prenda, cogiendo ahora aquel esponjoso volumen por dentro, notando en el centro su pezón y masajeándolo suavemente.
En esta ocasión dejamos de pronunciar el nombre, pues Bianka suspiraba cada vez más fuerte y yo acercaba mi boca a su oreja. Cuando llegué a ella, la atrapé entre mis labios y comencé a lamerla con la lengua. Ella levantó los brazos hacia delante y los apoyó contra la pizarra, con lo que me dejó acceso libre a los dos pechos. Metí las dos manos a la vez por la parte inferior del sostén y abarqué todo lo que pude con ellas, estrujándole las tetas y pellizcándole los pezones. Acerqué mi cara a su espalda, atrapé con los dientes una punta del lazo que mantenía atado el sujetador y tiré de ella hasta que la prenda se soltó.Poco después, Bianka fue girando la cabeza para ofrecerme sus labios, que saboreé con total fruición. Siguió girando todo el cuerpo hasta quedar de frente a mí, bajó las manos hacia mi entrepierna y me abrió la bragueta. Con movimientos ansiosos encontró lo que buscaba y comenzó un movimiento de masturbación. Sin soltar la boca de la suya, yo hice lo propio metiendo una mano por debajo de sus bragas encontrando lo que yo también buscaba. Permanecimos unos minutos masturbándonos mutuamente hasta que percibí un cosquilleo que me avisó de que aquello podía acabar antes de lo que yo deseaba. En aquel momento, Bianka tomó de nuevo la varita y señaló una pequeña figura de una pareja haciendo el amor que había en el póster.
— Eso se llama hacer el amor —le dije.
— No. Iso no hacer amor. Otra palabra.
— Bueno, pues eso es follar. ¿Quieres que te lo señale en el cuerpo?
Entonces le bajé un poco las bragas y le introduje mi propia vara con cuidado de no hacerle daño. Allí mismo, de pie, le di cinco o seis embestidas y le dije:
— Esto es follar en español.
— Sí, perrro tú folia poco —me contestó suspirando—. Folia tú más.
Al oír eso, no me hice de rogar. Cogí a Bianka por la cintura y la llevé junto a la mesa del profesor. Le quité las bragas y la senté al borde del mueble. Desnudándome yo también, dirigí la punta de mi vara a su destino y empujé un poco más fuerte esta vez. Entró con suma facilidad y ella echó la espalda hacia atrás tumbándose en la mesa. Yo cogí sus piernas por debajo de las rodillas y fui imprimiendo un ritmo cada vez mayor a mis caderas. Entre una embestida y otra, le dije:
— ¿Quieres... saber... lo que es... follar? Pues... esto... es... follar.
Me sorprendió la facilidad que tuvo Bianka para llegar al orgasmo, pues en poco más de un minuto estalló en jadeos musitando palabras en su idioma ininteligibles para mí, mientras apretaba mi espalda con las piernas cruzadas por detrás de ella. Al ver esto, me dediqué a gozar de mi propio placer hasta que hice lo propio y mi miembro se deshizo en líquidos dentro de ella. En aquel momento, se abrió la puerta del aula de golpe e hizo su aparición la amiga de Bianka con la cara sofocada por haber venido corriendo, diciendo con la respiración agitada:
— Lo siento liegar tarde, perrro es que...
Al ver la escena que se desarrollaba ante ella, abrió los ojos como platos, se rió, se tapó la boca con una mano y dijo:
— Pirdón, pirdón, pirdón.
Y se fue por donde había venido cerrando de golpe la puerta tras de sí. Nosotros nos reímos divertidos y separándonos le dije a Bianka:
— Sí, es mejor que nos vistamos. Podría venir cualquier otra persona.
Después de ponernos nuevamente la ropa, ella me dijo:
—Maniana es mi... ¿cómo dise?... mi birthday.
—Tu cumpleaños.
— Iso, mi cumpleanios. ¿Quieres celebrar ista nochie con mí?
Una oferta de ese tipo es imposible de rechazar, al menos para mí. Acepté encantado y quedamos en vernos en su caravana.
Yo ya había observado que a Bianka le gustaba usar cinturones de colores con cada falda, short o pantalón que se ponía. Por ello le compré como regalo en una tienda cercana, un estuche con seis cinturones de buena calidad de diferentes colores. Con mi presente, una botella de cava que había enfriado en mi nevera y dos copas, me dirigí a la prometedora cita. Debido a la temperatura, acudí ataviado con un bañador y una camiseta, mientras que encontré a Bianka vestida sólo con otro bikini diferente al de la mañana. Me hizo pasar al interior y acogió con satisfacción mi idea de la bebida. Tomamos una copa sentados y unos minutos después le hice entrega del regalo. Ella lo aceptó con alegría y enseguida lo abrió para sacar los cinturones y probarse alguno en la desnuda cintura. Después de hacerlo, me lo agradeció con un largo beso en la boca, que ya empezó a hacer efecto en la química entre los dos.
— ¿Quieres que te los pruebe? —pregunté.
— ¿Cómo? —respondió ella extrañada.
Sin mediar otra palabra, la tomé de la mano, le hice levantarse, le acerqué a su cama y le hice tumbarse en ella. Mientras tanto, ella me miraba con expresión de extrañeza, sin saber lo que iba a hacer, con los ojos entrecerrados y una media sonrisa asomando en sus labios. Cuando estuvo tumbada, cogí uno de los cinturones y lo desenrollé lentamente ante ella. Seguidamente, me incliné y atándole con él una de las muñecas, se la sujeté firmemente a una esquina de la cama. Ahora levantó un poco la cabeza, en un gesto que quería decir que ya se había percatado de mis intenciones. Cuando su otra muñeca quedó sujeta a la esquina opuesta con el segundo cuero, Bianka hizo ademán de tirar de los cinturones retorciendo un poco el cuerpo, pero sin mucha convicción. Proseguí atando uno de sus tobillos a otra esquina y cuando tomé la otra pierna para abrírsela, hizo un gesto de resistencia, como que no quería que se la atara, pero con tan poca fuerza, que dicho gesto estaba diciendo lo contrario. Sin más oposición, terminé de sujetar las cuatro extremidades, dejándole cada una orientada a una esquina de la cama. A continuación, solté las cintas que sujetaban el sostén y se lo quité muy despacio. Seguí con las cintas de las bragas e hice lo mismo. Frente a ella, me tomé unos segundos para admirar el precioso cuerpo desnudo de mi compañera y sentir una gran satisfacción por saber que estaba allí a mi disposición, abierto a mí y sin ningún impedimento.
Me desnudé ante su mirada y ella sonrió pasando la lengua por sus labios. Me acerqué por un costado y puse mi cara a menos de medio centímetro de la suya, pero sin llegar a tocarla. Fui recorriéndola así por las mejillas, la barbilla, la nariz y los labios. Cada vez que ella intentaba levantar la cabeza para que mis labios la tocasen, yo retrocedía sin dejar que eso ocurriese. Bianka notaba el leve soplo de mi aliento, y el ligerísimo roce de mis labios en las zonas en las que tenía un casi invisible vello, como en la parte de las patillas o debajo de las orejas. El notar que estaba tan cerca, pero sin poder hacer que la tocase la estaba excitando poco a poco. Yo lo notaba especialmente cuando mi boca le dejaba sentir mi aliento en sus orejas.
Siempre sin tocarla, pero haciéndole notar de esta manera y en todo momento mi presencia, fui bajando hasta el cuello, que ella estiró levantando más la barbilla. Coloqué un almohadón bajo su cabeza para que pudiera observar mi recorrido con comodidad y muy lentamente, continué bajando por el pecho rodeando uno de los senos con mi aliento. Bianka empezó a retorcer el cuerpo, deseando recibir el contacto de mi boca, pero yo tenía otros planes. Seguí rodeando los dos pechos alternativamente, cerrando el círculo cada vez más alrededor de los pezones, que ya estaban apuntándome. Al llegar a uno de ellos, miré a los ojos a Bianka, que me observaba atentamente y abrí la boca, como para morderlo. Ella aspiró sonoramente, pero cuando vio que no lo tocaba, sino que sólo notó el aliento, dejó escapar un lastimero quejido. Al hacer lo mismo en el otro pezón, intentó levantar el torso para alcanzar mi boca y al no conseguirlo exclamó suplicando: —¡Aaaah! No hagas isto.
Sonreí, disfrutando al ver el aumento en su nivel de excitación y sin decir nada, me coloqué entre sus piernas abiertas y empecé mi recorrido por una pantorrilla. Ahora ella notaba aún más si cabe mi presencia al sentir mis labios rozándole el finísimo vello de la pierna. Aunque eran casi invisibles, noté cómo se erizaban los rubios pelillos al paso de mi boca. Por su parte, su respiración iba aumentando de ritmo, a medida que yo avanzaba hacia arriba. Traspasé los límites de la rodilla y comencé mi ascenso por el interior del muslo, siempre sin contacto.
— Por favior, por favior —me decía ella con voz llorosa.
Cuando llegué ante mi objetivo final, me maravillé como cuando uno se encuentra ante una magnífica obra de arte. Tenía el rubio vello púbico cortado a menos de un centímetro de largo, con lo que parecía un triangular jardín de dorado y cuidado césped. Un poco más abajo, asomaban sus labios vaginales, que se veían brillantes debido a la lubricación. Ésta era tan intensa que incluso llegaban unas gotas a la sábana formando una pequeña mancha de humedad.
Pasé mis labios rozando las puntas de los pelos del púbis y ella aumentó sus jadeos y movimientos, casi como si ya estuviera haciendo el amor. Yo alternaba el roce en los pelos con mi aliento en la vagina, mientras ella se movía cada vez más, arriba y abajo y gemía con más intensidad. Me parecía difícil de creer que se pudiera excitar tanto una mujer sin siquiera tocarla, pero observé maravillado que Bianka se sacudía repentinamente y la parte baja de su cuerpo experimentaba unas fuertes sacudidas. Enseguida vi que de la vagina salían varios chorritos de líquido que aumentaron el tamaño de la mancha de la sábana. Yo sabía que las mujeres, al igual que los hombres, pueden tener eyaculaciones, pero nunca lo había visto así, en primera fila. Cuando fueron terminando los espasmos del orgasmo, me senté a su lado y ella, aún entre jadeos, me dijo:
— Erres un cabrrón. ¿Cómo lo has hicho?
A diferencia de otras palabras, los tacos los dominaba bastante bien. Sonriendo, le contesté:
— Precisamente, yo no he hecho nada. No te he tocado. Lo has hecho todo tú.
Dejándole recuperar el resuello, me dirigí ahora a coger una de las copas de cava y la acerqué a su boca para que pudiera beber. Sin que ella pudiera terminar de hacerlo, separé la copa de sus labios dejando caer un poco por la barbilla y el cuello. Seguidamente, me dediqué a lamer el líquido que había caído en su piel. Después, levantando de nuevo la copa, dejé caer unas gotas del fresco líquido en cada pezón, cosa que provocó en Bianka unos leves estremecimientos, no tanto por el frío como por anticipar lo que vendría a continuación.
Esta vez mi boca sí que se posó en aquellos dos puntos para limpiarlos de líquido, provocando en su dueña gemidos de placer al sentir al fin el contacto de mis labios y mi lengua, mientras se retorcía como una serpiente. Comprobé que Bianka era una de esas mujeres que es capaz de llegar al éxtasis con sólo estimularle los pechos, ya que en poco tiempo volvió a correrse, dejándome atónito por su capacidad de hacerlo tan seguido de la vez anterior.
Animado por este éxito, y sin apenas intervalo, vertí más líquido en el hueco de su ombligo y me lo bebí relamiendo toda la cavidad. El siguiente chorro de cava fue a parar directamente a su sexo, que ella intentó levantar exhalando un grave y fuerte gemido. Sin dilación, me apliqué a libar aquella deliciosa mezcla de cava y jugos corporales que debería de catalogarse como el afrodisíaco más eficaz del universo. No llevaría allí ni medio minuto cuando Bianka me inundó la boca con sus fluidos, disfrutando de un tercer orgasmo en apenas un rato. Lo bueno de mantener relaciones sexuales con una mujer multiorgásmica es que te hace sentir muy bien como hombre, te hace pensar que lo estás haciendo fabulosamente como para que ella lo esté disfrutando tanto. Apenas había terminado de correrse cuando, animado por el éxito de mis acciones, introduje el dedo medio hasta el fondo y me dediqué a meterlo y sacarlo y a masajear el clítoris con la lengua. Con la respiración entrecortada ella me decía:
— Para un poco, para un poco.
No le hice caso y continué con aquellos movimientos, consiguiendo en poco tiempo un nuevo orgasmo que, al no parar yo ni un momento, no sé si fueron dos o tres seguidos o fue uno muy largo. Cuando al fin le di una tregua, la mancha de humedad en la sábana tenía proporciones increíbles. Moviendo la cabeza
enérgicamente a los lados me decía:
—No, por favior, no. No más, por favior, no, no.
Por fin le di un descanso y le fui soltando una a una las extremidades de los cinturones. Se quedó como muerta unos minutos, si no fuera por la respiración recuperándose lentamente. Mientras tanto yo la observaba tumbado junto a ella, deleitándome con las formas de su cuerpo y mi hermano pequeño esperaba su turno para divertirse. Cuando se fue recuperando, se abrazó a mí y me dijo:
—¿Qué me has hicho? Nunca me había pasado isto. Es incredibile.
Después de unos minutos, se percató del estado de mi enhiesto mástil y agarrándolo me dijo:
— Todavía mi quedan fuerzas.
Se incorporó y le dedicó sus atenciones con la boca durante un rato. Al fin, se colocó encima y se lo introdujo con una facilidad pasmosa. Fue como si lo hubiera metido en un vaso de aceite tibio. Comenzó a moverse y enseguida noté que se excitaba de nuevo. Seguí asombrándome ante su facilidad para conseguirlo tan fácil y continuamente. En pocos minutos sentí unos calientes chorros que inundaban mi miembro, se escurrían por los costados de mis piernas y empapaban mis testículos. Ante esta nueva demostración, no pude aguantar más y empecé a notar el cosquilleo eléctrico que bajaba por el estómago y se iba concentrando en mi apéndice más preciado. Ella había terminado ya con las sacudidas de su orgasmo cuando llegó el mío en una intensa oleada. Sentí todo el placer retenido hasta ahora saliendo por allí, alojándose en el cuerpo de Bianka. No había terminado aún de correrme cuando percibí que ella, al sentir la llegada de mi orgasmo, volvía a moverse con intensidad y conseguía el placer nuevamente.
Al final, no sé cuántos fueron los orgasmos que experimentó, si fueron seis, siete, ocho... Si existiera una competición entre mujeres para conseguir el mayor número de orgasmos, no sé si Bianka ganaría, pero seguro que quedaba entre las mejores. Se derrumbó agotada a mi lado y en pocos minutos se quedó dormida. Yo tardé un poco más, intentando sin éxito calcular la marca conseguida por mi amiga.
Cuando me fui despertando poco a poco a la mañana siguiente, noté enseguida algo raro. Intenté moverme pero vi que no podía. Miré a mi alrededor y observé que estaba atado con los cinturones como lo había estado Bianka la noche anterior. En ese momento entró ella desnuda y bebiendo café. Su sonrisa fue en aumento cuando se percató de que ya estaba despierto y me había dado cuenta de mi situación. Dejó la taza en una mesa y se acercó con cara traviesa. Acercó sus labios a mi piel intentando hacerme la misma tortura que yo le había hecho a ella por la noche.
No lo consiguió, pero fue divertido. Hicimos nuevamente el amor, esta vez entre bromas y risas y conseguí arrancar a Bianka otros dos o tres orgasmos más.