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ACCIONES POSITIVAS

Después de los principios y el orden convenientes siguen las acciones positivas. Quien se esfuerza por comprender los verdaderos principios y trabajar con un orden apropiado pronto caerá en la cuenta de que no se pueden pasar por alto ciertos detalles de conducta. Esos detalles, en verdad, son básicamente distintivos o creativos, según su naturaleza, y tienen, por tanto, un profundo significado y una importancia absoluta. Esta percepción y conocimiento de la naturaleza y del poder de las acciones realizadas se descubrirá y crecerá, en forma gradual, dentro de uno mismo como un punto de vista adicional, como una nueva revelación. A medida que se adquiera esta comprensión profunda, el progreso será más rápido, el camino en la vida más seguro, los días transcurrirán con mayor serenidad y paz; en todo se buscará la verdad y el camino recto, sin perder la orientación ni ser molestado por las fuerzas externas que se mueven alrededor de uno. Esto no quiere decir que haya que ser indiferente al bienestar y a la felicidad de los que están cerca, sino a sus opiniones, a su ignorancia, a sus pasiones incontroladas. Por acciones positivas quiero significar, por supuesto, las acciones justas hacia los demás, y el que obra el bien sabe que las acciones, según su autenticidad, sirven para la felicidad de quienes están cerca de él, y las realizará aunque en alguna ocasión pueda aparecer alguien cercano que le advierta o implore que haga otra cosa.

Todos los que quieran hacerlo pueden distinguir con facilidad las acciones negativas de las positivas y pueden, así, evitar unas y llevar a cabo las otras. Como en el mundo material diferenciamos los objetos por su forma, color, tamaño, etc., eligiendo los que necesitamos y dejando de lado los que no nos son útiles, también en la vida espiritual podemos escoger entre las acciones malas y las buenas por su índole, su finalidad y sus efectos, y nos es posible optar por las que son buenas e ignorar las malas.

En toda clase de progreso, el rechazo de lo malo siempre precede al conocimiento y a la aceptación de lo bueno, como hace el niño que aprende en la escuela a decir bien sus lecciones tomando conciencia de lo que ha dicho mal. Si alguien no conoce qué es lo que está mal y cómo evitarlo, ¿cómo puede saber lo que está bien y hacerlo? Las acciones malas o negativas son aquellas que surgen de la sola reflexión sobre la propia felicidad e ignoran la felicidad de otros, las acciones que presentan trastornos mentales violentos y deseos ilícitos o que intentan ocultarlos para evadir complicaciones indeseables. Las acciones buenas o positivas son aquellas que surgen de tomar en consideración a los demás, las que se manifiestan con la mente en calma y la razón en armonía, encuadradas en principios morales y que no implican consecuencias vergonzosas para la persona que ha realizado dichas acciones, si salieran a la luz del día.

Quien obra el bien evitará los actos de placer y satisfacción personales que, por su propia naturaleza, traen consigo molestias, dolor o sufrimiento para los demás, sin importar lo insignificantes que puedan ser esas acciones. Comenzará por dejarlas de lado; obtendrá un conocimiento de la generosidad y de la verdad al sacrificar ante todo el egoísmo y la falsedad; aprenderá a no hablar ni obrar con ira, envidia o resentimiento, sino que examinará cómo controlar la mente y cómo corregirla antes de hacer algo, y, lo más importante, rechazará, como si se tratase de una bebida ponzoñosa, las acciones realizadas con artimañas, con engaños o con ambigüedades para obtener así algún provecho o ventaja personal, algo que, más tarde o más temprano, quedará al descubierto y le cubrirá de vergüenza. Si alguien se está preparando para hacer algo que necesita ocultar y que, legal y sinceramente, no podría defender si fuera investigado delante de un testigo, solo por este mismo motivo debería saber que se trata de una acción delictiva y, por tanto, tendría que descartarla sin prestarle ni un minuto más de atención.

Llevar adelante este principio de honestidad y sinceridad en las acciones conducirá también, al que lo practica, hacia un camino reflexivo para obrar el bien; además, le permitirá evitar hacer cosas que impliquen el empleo de las prácticas engañosas que otros utilizan. Antes de firmar un documento o hacer tratos verbales o escritos, o de involucrarse en un asunto con gente que le pide su colaboración, en especial si se trata de desconocidos, averiguará primero la índole del trabajo que ha de asumir y, así preparado, sabrá con toda exactitud qué hacer y será completamente consciente de qué conlleva su acción. Para el que obra el bien, la falta de reflexión es un delito. Miles de acciones bien intencionadas terminan con consecuencias desastrosas porque han sido realizadas con descuido. Resulta ahora conveniente recordar que «el camino del infierno está empedrado con buenas intenciones». Quien realiza acciones positivas es, de modo especial, una persona reflexiva y respetuosa: «Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas»[1].

La palabra reflexivo abarca un amplio campo en el terreno de los hechos. Solo con la reflexión una persona puede llegar a entender la naturaleza de las acciones y, por tanto, alcanzar la posibilidad de actuar siempre como es correcto. Es imposible que alguien sea reflexivo y obre de una manera desconsiderada. La reflexión supone la prudencia.

No basta que una acción sea inducida por un buen impulso o una buena intención; para que sea una buena acción debe resultar de una consideración reflexiva; y quien desee estar siempre feliz consigo mismo y ser una fuerza constante para los demás debe ocuparse solo en realizar acciones positivas. «Lo hice con la mejor de mis intenciones» es una excusa deficiente para quien, de modo irreflexivo, ha causado daño a los demás. La dura experiencia que obtendrá de esto le enseñará a obrar de modo más reflexivo en el futuro.

Las acciones positivas solo pueden brotar de una mente auténtica y, por tanto, mientras uno aprende a distinguir y elegir entre lo falso y lo verdadero, corrige y perfecciona su mente, y así la vuelve más armoniosa y apta, más eficiente y vigorosa. A medida que ejercita el «ojo interno» para distinguir con claridad lo justo en todos los detalles de la vida, y adquiere la fe y el conocimiento para hacerlo, caerá en la cuenta de que está construyendo su carácter y edificando su vida sobre una roca que los vientos del fracaso y las tormentas de las persecuciones nunca podrán socavar.