Capítulo 4

Brent aparcó el coche y se dirigió hacia la puerta de la discoteca.

Fiona se había dejado las llaves de su apartamento en el escritorio del despacho, escondidas entre unos papeles.

Brent las había encontrado al retirar de la superficie los envoltorios de unas chocolatinas. Fiona no las había dejado allí, sino él, que las había encontrado en un cajón del escritorio al buscar un cuaderno mientras revisaba el trabajo de su diseñadora gráfica. Inicialmente había intentado resistir la tentación, pero al mismo tiempo que se decía que no debía tocarlas, las sacó y las fue comiendo distraídamente. Tenía que recordar sustituirlas para que Fiona no las echara de menos el lunes por la mañana.

Fiona estaba en la pista de baile. En cuanto Brent la vio, olvidó cualquier otro pensamiento. ¡Estaba espectacular! Una minifalda negra, botas de tacón alto y un top color crema le daban un aspecto irresistible.

Cuando la canción terminó, Fiona sonrió a su acompañante, al que sacaba media cabeza de altura, y salió con él de la pista. En el preciso momento en el que Brent tenía que admitir que sentía celos de él, la pareja se reunió con un grupo de amigos que ocupaban varias mesas. El hombre rodeó los hombros de otra mujer y le besó la mejilla.

—Brent —exclamó Fiona al verlo acercarse—. ¿Qué te trae por aquí?

—Tú —dijo él con voz grave y ronca, como si sus pensamientos se filtraran por las rendijas de sus defensas.

Con sus tacones, Fiona tenía prácticamente la misma altura que él. Brent hubiera querido recorrer cada una de sus curvas con la punta de los dedos. Tenía que tratarse de una manifestación de su autismo latente: la necesidad de procesar por medio del tacto las respuestas que buscaba.

«Seguro, MacKay. ¿De verdad te lo crees?»

—Te has dejado las llaves de tu casa en el escritorio —ésa era la razón por la que había ido a buscarla. Ésa y ninguna otra—. A lo mejor tienes un juego de sobra, pero por si acaso, he preferido traértelas.

—Lo tengo, pero me temo que también está en el despacho. ¡Qué tonta soy! —Fiona escrutó el rostro de Brent—. Siento muchísimo haberte causado este inconveniente. Ni siquiera tengo el móvil encendido porque aquí dentro no lo oiría. ¿Cómo sabías que…?

—Te he oído mencionar este lugar cuando te marchabas hablando por el móvil. No hace falta que te esculpes. No podía dejarte sin tus llaves.

—Gracias —repitió Fiona.

Brent, que inconscientemente se había inclinado hacia ella, se irguió y ladeó la cabeza. Ella lo miró intensamente, tan consciente de su presencia como él lo estaba de la de ella. En Brent se libraba una batalla interior entre la necesidad de proteger su privacidad y el deseo que sentía por Fiona.

Pero, ¿qué era lo que verdaderamente quería? ¿Explorar la atracción física que sentía hacia ella? Eso era lo único que podía permitirse. Para él, cualquier forma de proximidad emocional, de verdadera intimidad, era inconcebible.

«¿Te has preguntado alguna vez por qué te pasa eso, por qué mantienes a todo el mundo a distancia?»

Claro que sabía la respuesta: porque era diferente, y lo era en un sentido que no resultaba fácil de entender para el resto de la gente. Por eso guardaba el secreto. Le resultaba más cómodo y le creaba menos problemas. ¿Quizá también le hacía sentir a salvo?

Prefería no verlo desde esa perspectiva. En cualquier caso, tenía derecho a valorar su privacidad sin tener que buscar motivaciones ocultas tras su comportamiento.

Fiona seguía escudriñando su rostro y Brent no pudo apartar la mirada de sus ojos azules hasta que notó que sus amigos lo miraban fijamente. Fiona apartó la mirada y la dirigió a su grupo.

—Chicos, éste es mi jefe, Brent —dijo, sonriendo.

Los presentó de uno en uno y Brent aprovechó la situación para calmar la reacción que Fiona había despertado en él… Aunque eso no significó que consiguiera anularla, puesto que la sentía bajo la superficie y se activaba con cada mirada, con cada intercambio de palabras… No conseguía comprender por qué seguía pasándole cuando había llegado a la conclusión de que debía evitarlo. En el pasado, una decisión tomada era una decisión cumplida. ¿Qué le estaba pasando?

—Tengo que marcharme.

—¿Te gustaría…? —Fiona dejó la frase en el aire y apretó sus sensuales labios.

Brent sacó las llaves del bolsillo y las dejó sobre la mano que Fiona le tendió.

—Gracias —dijo ella, metiéndolas en el bolso que tenía colgando del respaldo de la silla—. Por favor, permíteme que por lo menos… No sé… ¿Puedo invitarte a una copa? Me siento fatal habiéndote hecho venir hasta aquí. Vayamos a la barra. No hay demasiada gente. Casi todo el mundo está bailando.

La barra ocupaba todo un lateral y estaba más alejada de la música que las mesas.

—De acuerdo, tomemos una copa —dijo Brent.

Y en cuanto empezaron a bordear la pista hacia la barra, tuvo la certeza de estar equivocándose.

Cuando llegaron pidieron un par de copas. Fiona observó a Brent a través del espejo que había detrás de la barra, y vio la imagen que proyectaban juntos. Una cabeza morena y otra rubia. Un rostro de rasgos marcados y otro femenino. Le pareció que hacían una buena pareja y ese pensamiento le llevó a otros en los que sabía que no debía detenerse, ni tan siquiera admitir.

¿Qué querría Brent?

«Nada que tú puedas ofrecerle, Fiona. No lo olvides».

—Espero no haber perturbado tus planes por tener que venir a traerme las llaves —dijo ella, evitando mirarlo de frente—. Ya sé que no es asunto mío, pero sería terrible haber impedido que…

«Volvieras junto a tu ¿novia? ¿Amante?», pensó Fiona, diciéndose que no debía prestar atención al hecho de que le resultara doloroso.

—¿Has venido con alguien? —preguntó en alto.

—No quiero interrumpir… —dijo él simultáneamente.

Ambos callaron y sus miradas se quedaron atrapadas en medio de un denso silencio cargado de curiosidad y duda.

—Espero no haber…

—No has interrumpido nada —replicó Fiona. Y sintió que su corazón le golpeaba el pecho con fuerza.

Los dos desviaron la mirada para concentrarla en la copa que el camarero les entregó en ese momento. Cuando Brent alzó la suya, parecía tenso.

—Esto…

—He estado pensado en el proyecto Doolan —comentó Fiona, confiando en que hablar de trabajo los ayudara a olvidar la electricidad que se producía cada vez que sus miradas se encontraban en el espejo. No debía pensar en la calidez y en la atracción que desvelaban y que tantos esfuerzos hacían ambos por ocultar.

Una parte de ella ansiaba volver a percibir esas emociones aunque sabía que adentrarse en ese camino con Brent sólo podía causarle dolor, sobre todo cuando podía predecir, por su experiencia con otros hombres, lo que sucedería con Brent: su interés por ella se enfriaría antes o después. Fiona había atisbado esa capacidad en él en el poco tiempo que se conocían.

«Así que céntrate en hablar de trabajo, Fiona, y luego deja que se marche».

—Ya sé que la pareja está enfrentada por todo en su vida personal, pero se me ha ocurrido una idea para que los dos estén de acuerdo con el diseño del jardín.

—Adelante. Ya sabes que tus sugerencias me resultan muy valiosas.

El cambio de tema también pareció aliviar a Brent, y Fiona hizo lo posible por ignorar la leve punzada de dolor que le produjo el darse cuenta de ello. Después de todo, también ella quería moverse en terreno seguro.

—Si nos centramos en las pautas generales que nos ha proporcionado uno de los dos, el otro rechazará el resultado. Estaríamos dándoles un motivo más para discutir, y la compañía se encontraría en medio de un fuego cruzado.

Brent bajó la mirada y sus pestañas proyectaron una sombra sobre sus mejillas. Algo en la vulnerabilidad de su expresión, enterneció a Fiona. Quizá habría sido mejor que, como los Doolan, también ellos tuvieran más motivos para discutir que para comprenderse. Así no habría tenido aquella constante lucha consigo misma por dejar de pensar en Brent como hombre. Por mucho que pudiera percibir que Brent se sentía atraído por ella en alguna medida, era su jefe y, obviamente, hacía un esfuerzo consciente por reprimir ese impulso y comportarse como si, como mujer, le resultara indiferente. ¡Y ella tenía que dejar de analizar todo!

Brent sonrió.

—Así que piensas que entre tú y yo podemos llegar a un término medio que les satisfaga a los dos.

Fiona se irguió en su taburete.

—Sí. Tanto por el bien del proyecto como de la compañía. Sólo requiere que pongamos nuestras mentes a trabajar.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo Brent en un tono profesional que desmintió un vestigio de calidez en su mirada que Fiona intentó ignorar.

Bebieron en silencio hasta que Fiona comentó:

—En cuanto a tu pregunta de antes, he venido con Stacey, pero supongo que ella piensa ir luego a casa de Caleb —la pareja era una de sus «causas» personales, y había conseguido que volvieran a hablarse después de varios meses de enfado—. Yo me iré pronto. No quiero acostarme demasiado tarde.

Acabaron las copas y sin decir nada se pusieron en pie.

—Gracias por traerme las llaves.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó él pon una mirada precavida, como si se preparara para recibir una respuesta negativa.

Fiona pensó que estaba imaginándose cosas. Cómo si a Brent pudiera importarle que ella rechazara su oferta. Se trataba de un hombre rico, con talento, atractivo, que tenía el mundo a sus pies. «Y sin embargo, no es eso lo que ves en sus ojos cuando baja la guardia, ni lo que viste en las fotografías con sus hermanos».

Pero lo que Fiona buscaba y lo que solía creer ver en los que la rodeaban eran asuntos de los que debía protegerse. Lo había aprendido de la incomodidad que representaba para su familia esa característica suya. Intentó dar una respuesta igualmente neutra.

—He dejado el coche en casa de Stacey. Tomaré un taxi.

—¿En qué barrio? —cuando Fiona contestó, Brent dijo—: Te llevo, me queda de camino. Es una tontería que gastes dinero en un taxi.

—Gracias. Me siento culpable de haberte robado tanto tiempo, cómo si no tuvieras cosas mejores que hacer que ir a buscar a tu diseñadora gráfica para darle las llaves de su casa.

—Eres una artista, y como tal, tienes derecho a olvidarte de las cosas ocasionalmente. Hay quien piensa que es incluso una obligación —habían llegado junto a los amigos de Fiona, y Brent esperó a que se despidiera.

Ya en la calle, la llevó enseguida al coche, subió y lo puso en marcha. Al principio no hablaron. En el silencio de la noche, el interior del vehículo resultaba íntimo… aislado del mundo exterior.

Fiona hubiera hecho cualquier cosa por dejar de estar pendiente de Brent, pero no lo conseguía. Cuando estuvieron cerca de la casa de su amiga, se giró hacia él y estudió su perfil en la penumbra.

—Has debido quedarte a trabajar hasta tarde.

—Sí. Quería… ponerme al día con algunos temas —dijo Brent con una pequeña vacilación.

—Ahora estoy en deuda contigo, y mañana voy a tener que esforzarme el doble cuando te acompañe a la entrega de premios —bromeó ella, al tiempo que le indicaba cómo llegar a casa de Stacey.

Brent aparcó el coche y apagó el motor. Se trataba de un barrio residencial y Fiona había aparcado su coche bajo una farola.

—Sólo te pido que si surge la ocasión, hables de tu trabajo en la compañía —dijo él, bajando para abrirle la puerta y ayudarla a bajar—. Permite que te acompañe a tu coche.

Cuando llegaron, Fiona tenía las llaves preparadas y se volvió para despedirse precipitadamente, pero al hacerlo, se golpeó la nariz contra el cuello de Brent porque ambos se habían movido al mismo tiempo y de pronto, todos sus esfuerzos por ignorar la tensión sexual que había entre ellos se desbarataron porque era completamente imposible negar lo innegable.

Brent olía tan bien. ¿Habría apretado su nariz contra él por una fracción de segundo? ¿Había girado él su cabeza hacia ella levemente, como si quisiera animarla?

Tras un profundo suspiro de cada uno de ellos, se separaron el uno del otro en un silencio prolongado durante el que se miraron y en el que Fiona descubrió una incertidumbre en Brent que no se correspondía con su carácter habitual.

—No debería hacer esto. Es un error —dijo él, expresando con palabras lo que ella había intuido.

Y Fiona quiso saber más.

—Entonces, por qué…

—Puedo echar la culpa a las botas que llevas. Son tan buena excusa como cualquier otra —Brent tomó a Fiona por el brazo. Sus ojos brillaban con un fuego que se abrió paso entre la indecisión.

Fiona sintió que el corazón se le paraba, y en su interior surgió una mezcla de anticipación y nerviosismo, de necesidad de lanzarse y de protegerse al tiempo que pensaba: «Va a besarme».

Precisamente lo que llevaba anhelando que sucediera aunque no había querido admitirlo. Si sucedía, ¿daría lugar a tantas complicaciones como las que podía atisbar?

Pero Brent se mantuvo erguido, paralizado. Su cabeza sufrió un par de sacudidas hacia la derecha, y la magia se evaporó.

—Buenas noches —masculló él. Y dejando caer la mano, se alejó hacia su coche.