Capítulo 12

Habían hecho el amor, y para Fiona se había tratado de la experiencia más hermosa de toda su vida… hasta que Brent se había arrepentido.

Amaba a Brent con toda su alma, pero él no la amaba. Ni siquiera había esperado a hablar con ella cuando volvió del cuarto de baño.

Fiona había tenido que aceptar su silencio y seguir adelante. No podía soportar la idea de que Brent desapareciera de su vida, y estaba dispuesta a permanecer junto a él aunque sus sentimientos no fueran correspondidos.

Había ido de casa de Brent directamente al trabajo, pero al cabo de un rato se había excusado y había ido a la montaña para reflexionar. Pero más tarde o más temprano, tendría que volver y verlo.

¿Por qué Brent no era capaz de admitir que el pasado le seguía haciendo daño? ¿No sería ésa la única manera de que le hiciera un hueco en su vida?

«¡Eres tonta, Fiona! Hacer el amor es una cosa, incluso que Brent pareciera disfrutarlo… Y otra muy distinta, estar enamorado. Ha sido algo excepcional, que no va a repetirse».

Y eso era lo que tenía que asimilar mientras respiraba el frío aire de la montaña y sentía el viento golpearle las mejillas. Estaba fotografiando la flora que quería utilizar como fondo del diseño en el que estaban trabajando. Si se concentraba lo bastante, la excursión sería un éxito profesional y personal, y podría olvidar que había sido una excusa para alejarse de Brent.

La luz cambió y Fiona decidió dar por concluida la sesión. El aire había cesado y había una extraña quietud en el ambiente. Fiona sintió humedad en las mejillas y en los labios. Alzó la mirada y vio que nevaba.

Copos grandes y abundantes cubrieron aceleradamente el camino. Fiona guardó el equipo fotográfico y tomó la dirección de su coche. Había dejado el móvil en el coche, pero no creyó que hubiera motivo de preocupación. De entre la maleza, un papagayo alzó el vuelo y Fiona pensó en Brent.

Por un tiempo, había sido tan ingenua como para creer que él sentía algo por ella, y que quizá con el tiempo, llegaría a destruir sus defensas y confiar en ella plenamente. Pero era evidente que no le había hecho comprender que el mundo no iba a tratarle como lo había hecho su padre, y ella menos que nadie.

La nieve seguía cayendo profusamente y Fiona se inquietó por primera vez. Tenía que llegar al coche antes de perder de vista el camino.

 

 

—¿Fiona? ¿Fiona? —Brent gritó una vez más. Y sólo obtuvo el silencio por respuesta.

Recorría el camino a ciegas, con la nieve cubriéndole los hombros y rozándole el rostro.

Hacía frío. Llevaba nevando más de una hora y tenía que encontrar a Fiona. Él conocía aquella zona a la perfección y aun así, le estaba costando permanecer en el sendero. Para alguien que no lo conociera…

Fiona había dejado los planos en el despacho, donde él no había llegado hasta la tarde porque no se había sentido capaz de enfrentarse a sus propios fantasmas. Después de una profunda reflexión, había llegado a algunas conclusiones que necesitaba compartir con ella, pero Fiona estaba perdida.

En primer lugar, necesitaba asegurarse de que estaba a salvo. La idea de que le hubiera sucedido algo le resultaba insoportable.

«Por Dios, Fiona, mantente en el camino hasta que te localice».

Cuando la nieve cubrió completamente el camino, comenzó a gritar su nombre a pleno pulmón. Debería haber llamado a un equipo de rescate en lugar de ir él solo. No debería haberse marchado, dejándola sola en su casa, abandonándola como un cobarde.

«¿Y ahora sí sabes lo que quieres, MacKay, y crees que tienes derecho a conseguirlo?»

No estaba seguro. Quería que Fiona fuera más que una empleada. Quería que fuera su… amante, durara lo que durara.

Por el momento, lo más importante era que no le hubiera pasado nada.

—¡Fiona!

No obtuvo respuesta.

Continuó caminando contra el viento. Si no la encontraba en diez minutos, llamaría a Linc para que organizase un equipo de búsqueda.

Cuando Fiona apareció frente a él, con el rostro pálido y expresión angustiada, Brent olvidó todo lo que había pensando sobre la necesidad de medir sus palabras y llegar a un acuerdo con ella de que ninguno de los dos saliera perjudicado, y, tirando de ella, la estrechó en sus brazos.

—¿Estás bien? Temía que hubieras perdido el camino.

Sus brazos temblaban cuando la sujetó a distancia para verla mejor. Fiona no llevaba sombrero. Su mochila y su cabello estaban cubiertos de nieve. Miró a Brent con labios temblorosos antes de esbozar una sonrisa.

—Estoy bien. Confiaba en no haberme alejado mucho, pero la verdad es que no sabía dónde estaba.

—He tardado una hora en encontrarte.

—Me ha parecido oír tu voz, pero he pensado que eran imaginaciones —Fiona tiritaba.

Brent volvió a abrazarla.

—Estás congelada. Tengo que sacarte de aquí —la cubrió con un abrigo que había llevado para ese propósito, le tomó la mano y comenzó a desandar el camino.

«La tenía y no pensaba dejarla escapar nunca más».

Ya no tenía sentido negarlo. Estaba enamorado de ella de los pies a la cabeza. Como se enamoraba la gente que quería una vida normal para siempre y que creía que eso era posible. Por primera vez, Brent se sentía con derecho a ser normal. ¿Cómo conseguiría aprender a amarla? ¿Cómo podría convertirse en una persona digna de ser amada por ella?

—No me he dado cuenta de que el tiempo cambiaba —dijo ella, castañeteando los dientes.

—Da lo mismo. Lo importante es que te he encontrado —dijo él, frotándole la mano para que entrara en calor.

No podía vivir sin ella. Su seguridad era lo más importante en el mundo para él. Lo que sentía por ella era aún más intenso que lo que sentía por Alex y por Linc, las dos únicas personas con las que había conectado en toda su vida.

Algo lo unía a ella a un nivel muy profundo. La amaba y quería permanecer para siempre junto a ella… pero sabía que no podría ser.

—No gastes energía. Guárdala para salir de aquí.

Fiona asintió al tiempo que se abrazaba a sí misma para darse calor.

Brent se dijo que no debía haberle hecho el amor cuando sabía que su relación era imposible. ¿Cómo podía habérsele pasado por la cabeza que Fiona pudiera aceptarlo tal y como era? Para salir del agujero en el que lo había dejado su padre, había tenido que hacerlo solo, sin otra relación que la de los dos hombres que habían padecido una experiencia similar a la suya.

En cuanto la salvara y se asegurara de que estaba bien, volvería a asumir su papel de jefe y a mantener con ella una relación profesional. Por unos minutos se había dejado llevar por un sueño imposible, pero la realidad siempre acababa por imponerse.

Seguía nevando, pero afortunadamente no tardaron en llegar a una parte del camino de rocas, cuyo trazado era más fácil de seguir aunque fuera con lentitud. Finalmente, subieron los tres escalones que daban acceso al pequeño aparcamiento donde estaban los coches. Brent ignoró el de Fiona, y la hizo subir a su furgoneta, donde encendió la calefacción y la cubrió con una manta. Luego escribió una nota con su propio teléfono de contacto y la dejó en el coche de Fiona. Tomó su bolso y lo dejó a los pies de Fiona.

—Te estoy dando mucho trabajo —Fiona miró hacia su coche—. Debería llevármelo —dijo, articulando las palabras con dificultad.

—He dejado una nota. Ya vendremos por él.

Brent no pensaba dejarla conducir. Además, estaba deseando abrazarla. Tanto, que temió no poder contenerse y decirle todo lo que pensaba y sentía. Pero en lugar de hacerlo, se limitó a ponerle el cinturón de seguridad y a taparla bien con la manta.

—Agárrate bien. Tenemos que salir de aquí.

Tardaron treinta minutos en recorrer un camino que normalmente hubiera llevado diez. En cuanto llegaron a la casa de la montaña, Brent puso la calefacción y fue por toallas. Fiona fue a quitarse la ropa, pero tenía los dedos entumecidos. Brent le apartó las manos y la dejó en ropa interior. Luego la envolvió en una toalla y la llevó al cuarto de baño, donde la ayudó a meterse en la ducha. Poco a poco, Fiona dejó de temblar y entró en calor.

—Tienes las manos frías —dijo—. Tú también debes de estar helado. Déjame salir para que te duches tú.

Brent la miró detenidamente. Sus mejillas habían recuperado algo de color, y se preguntó si se debía a la temperatura o a la intimidad de lo que estaban haciendo, en la que no había reparado hasta ese instante.

—No necesito ducharme. Estaba abrigado —sólo tenía las manos y los pies fríos, pero bastaría con acercarlos a la calefacción—. Sal para que te seque.

Fiona dejó que lo hiciera. Luego se envolvió en la toalla y dijo:

—Espero que tengas un pijama, porque no quiero quedarme con la ropa interior mojada.

Y por primera vez habló con suficiente firmeza como para que Brent sintiera el alivio de saber que estaba a salvo.

—Ahora mismo vengo —volvió con unos pantalones y una camisa de franela, así como dos pares de calcetines—. ¿Necesitas ayuda para vestirte?

—No, Brent. Estoy bien —Fiona le hizo salir del cuarto de baño y cerró la puerta.

Brent sintió la tensión acumularse en la nuca, y en ese momento no se sintió con la capacidad de ejercer ningún control sobre ella. Dejó que su cabeza sufriera varios tics al tiempo que se cambiaba de ropa y se decía que había llegado el momento de dar un paso atrás.

Fiona salió del cuarto de baño cuando Brent recorría por enésima vez la habitación. Al verla, se quedó paralizado. Estaba preciosa con la ropa holgada y la cara lavada; su aspecto era tan saludable que nadie hubiera dudado de su capacidad de recuperación. Además, parecía avergonzada y había algo en su mirada que Brent no supo interpretar.

—Siento que hayas tenido que rescatarme y a la vez me alegro. Empezaba a tener miedo. He cometido la estupidez de dejar el móvil en el coche.

—¡Cómo ibas a saber que el tiempo iba a cambiar! —protestó él—. Soy yo quien no debería haberse marchado esta mañana. En cuanto he sabido dónde habías ido, he subido a la furgoneta y he ido en tu busca, rezando todo el camino para que te encontraras bien.

—Y luego me has dado una ducha —Fiona bajó la mirada—. No debería haberte dejado. Sé que soy demasiado corpulenta y…

—No es la primera vez que te veo —de hecho, Brent podía recordar cada maravillosa parte de su cuerpo—. No sé por qué…

—Es mejor que nos limitemos a hablar de lo que acaba de suceder. Gracias, Brent —dijo Fiona, alzando la barbilla y sonriendo con tanta convicción como pudo.

Brent no estaba seguro de qué la incomodaba más, si hablar del peligro que acababa de pasar o de su cuerpo. Por un lado, pensó que era mejor dejar el tema, pero por otro, quiso que Fiona comprendiera que tenía un cuerpo espectacular.

—Espero que sepas que eres absolutamente…

—Te he causado muchos problemas —Fiona no parecía querer recordar la razón por la que Brent podía hablar de su cuerpo—. Y todo por no haberme parado a reflexionar.

—No ha sido culpa tuya que el tiempo cambiara —Brent decidió dejar el otro tema por el momento.

Respiró profundamente y se dio cuenta de que llevaba un rato pasando sus dedos una y otra vez por el cordón que tenía en el hombro la camisa que había dejado a Fiona.

Dejó caer la mano y Fiona fue hacia la puerta de la casa.

—Tienes cadenas en el coche y ha parado de nevar. Podríamos volver a Sidney. Me gustaría volver al trabajo.

¿Para olvidarse de los dos? ¿No era ésa la misma conclusión a la que él había llegado? Entonces, ¿por qué le dolía el pecho como si acabara de atravesárselo un puñal?

—Tienes razón —no tenía sentido quedarse. Brent apagó la calefacción—. Llamaremos a la grúa para que se lleve tu coche.

—Muchas gracias —Fiona no protestó. Su coche no podía ser conducido en aquellas condiciones meteorológicas, y quería volver a la ciudad cuanto antes.

Así que se marcharon. Fiona se acomodó en el asiento del copiloto y fingió dormirse.

Brent había intentado hacerle sentir mejor, pero eso no cambiaba el hecho de que ella lo amaba y él no le correspondía.

Pero si había conseguido sobrevivir aquel día, también superaría lo que los días futuros pudieran depararle.