Capítulo 6

Cavenaugh contemplaba desde el lecho cómo el amanecer se abría paso lentamente entre un cielo nublado. Se sentía bien. Más que eso, se sentía maravillosamente. No recordaba haberse sentido así en su vida.

Era como si algo vital hubiera faltado en su mundo y por fin hubiera conseguido asirlo. Y sería un estúpido si lo soltara. Pero era también, lo había descubierto, un hombre muy codicioso y posesivo. No quería tan sólo calentarse al fuego que era Kim. Quería que aquel fuego le devorase.

Junto a él, Kimberly se agitó mientras comenzaba a despertarse. Sus pies desnudos le rozaron la pierna y la curva de su cadera se aplastó contra su muslo en inconsciente invitación. Cavenaugh se dijo a sí mismo que probablemente era propio de un adolescente el despertarse en aquel estado de semiexcitación, pero aquello era exactamente lo que le estaba ocurriendo a él. Y todo por causa de la mujer que tenía al lado. Ya había dejado de preguntarse por qué aquella mujer ejercía tal intensa atracción sobre él. La deseaba; la necesitaba. Después de haberla poseído, le resultaba imposible siquiera la idea de dejarla.

Y él podía hacer que le deseara. Aquel pensamiento le produjo una salvaje satisfacción. Era como ámbar fluido y ardiente en sus brazos cuando se rendía a las exigencias irrefrenables de sus cuerpos. Y, sin embargo, él se perdía en ella en los momentos en que más completamente la poseía. Era una paradoja que había dejado de intentar analizar. Así eran las cosas y él las aceptaba. Ya era lo bastante mayor e inteligente como para saber que una relación así se daba solamente una vez en la vida y eso si se tenía mucha mucha suerte. Sólo un estúpido se pararía a analizarlo en detalle.

Era más crucial emplear ese tiempo en analizar las amenazas a aquella relación. Ya había tomado medidas para proteger a Kimberly de los extraños indicios de amenazas físicas que habían brotado a su alrededor. Ciertamente, aquella batalla era la más urgente.

Pero había otras amenazas de una naturaleza más sutil y, por tanto, más difíciles de analizar y derrotar. La número uno de la lista era el recelo que sentía en contra de las familias, y las responsabilidades y presiones consustanciales a ellas. Tenía que encontrar la forma de demostrarle que no podía dejar que el pasado dictase su forma de vivir y amar en el presente. Una vez le hubiera demostrado que sus abuelos no eran la personificación de la arrogancia fría y egoísta que ella pensaba, podría disipar una gran parte de su desconfianza hacia las lealtades familiares.

Y luego estaba aquel maldito Josh Valerian.

Cavenaugh sintió cómo su cuerpo alcanzaba la plena excitación cuando Kimberly se agitó en sus brazos. Contempló su rostro cuando sus pestañas aletearon hasta abrirse y le sonrió. La momentánea confusión que expresaron sus rasgos le agradó.

—No estás acostumbrada a despertar junto a un hombre, ¿verdad? —murmuró.

Se volvió sobre el costado y le puso el muslo sobre las piernas.

—Será mejor que te vayas acostumbrando. Va a haber muchas más mañanas como éstas —dijo besándola el hombro.

—¿Ah, sí? —inquirió ella.

—Sin la menor duda.

Deslizó la mano por su costado hasta posarla sobre uno de sus pechos.

—Sin la más mínima duda —repitió—. Y lo que es más, no tengo la menor intención de compartirlas con ese otro hombre.

—¿Ese otro hombre? —preguntó asombrada.

—Valerian.

—¿Josh Valerian?

—Ajá.

Metió la rodilla entre sus sedosos muslos y degustó el oscuro fruto que coronaba su pecho.

—He estado pensando en él.

—¿Y has llegado a alguna conclusión apabullante? —preguntó ella con cierta incertidumbre.

—Sólo lo evidente. Creo que la forma más rápida y eficaz de arrancarte a un hombre de la mente es recordarte que otro, es decir yo, en este momento posee tu cuerpo.

Se impulsó hacia adelante hasta que su sexo quedó suspendido ante la suave puerta de su femineidad.

—Cavenaugh, ¿estás de broma?

—¿Tú qué crees? —sonrió mirándola a los ojos.

—No… no creo que estés bromeando.

Lentamente él penetró en ella, tomándose tiempo para poder sentir cada centímetro de su aterciopelada femineidad. Notó cómo aumentaba su calor y su humedad y el leve gemido que emitió su garganta le hizo experimentar una deliciosa oleada de satisfacción.

—Tienes razón —gruñó él, mientras ella alzaba instintivamente las caderas—. No estoy bromeando. ¿Ves lo bien que nos comunicamos últimamente?

—Cavenaugh, hay momentos en que eres un bruto arrogante —consiguió decir ella mientras su cuerpo ardía y se tensaba en torno al de él.

—Pero soy real. Y tú necesitas un hombre real, no un petimetre de ficción que nunca podrá abrazarte así ni hacerte sentir viva entre sus brazos.

—¡Josh no es un petimetre!

—No te sirve para nada en este momento, ¿no? —dijo él con voz ronca mientras la deliciosa tensión se acrecentaba entre ellos—. ¡Dime que me necesitas!

—Te necesito, Cavenaugh. Por favor. Ahora. Todo tú.

Un largo rato más tarde, Kimberly contemplaba desde la cama cómo Cavenaugh se vestía. No se molestó en abrocharse los botones de la camisa. Como había explicado, sólo iba a atravesar el pasillo hasta su dormitorio.

—No es que haya alguna posibilidad de que toda la casa no se haya enterado de dónde he pasado la noche, pero tal vez te resulte más fácil bajar a desayunar con todo el mundo si fingimos respetar las convenciones.

—Es muy considerado por tu parte —dijo ella, agradeciendo sinceramente su comprensión.

Sus ojos esmeraldas relucieron con un fuego oculto.

—Querida, si estuviera pensando solamente en mí mismo, mandaría al diablo las convenciones y vendría a instalarme aquí. Pero no soy totalmente insensible. Y también soy consciente de que se supone que te estoy protegiendo, no aprovechándome de ti.

Se inclinó sobre ella, plantando una palma a cada lado de su cuerpo.

—Así que voy a intentar con todas mis fuerzas comportarme hasta que las cosas entre nosotros estén claras. Si ésa es la forma en que quieres que me comporte, te sugiero que no me tientes demasiado.

—Si vuelves a aparecer en mi habitación en plena noche, ¿también tendré yo sola la culpa? —inquirió sarcásticamente ella.

—Eso es.

La besó la frente y luego se incorporó.

—Te veo en el desayuno.

Dándole una palmadita en la cadera, Cavenaugh se dio la vuelta y salió de la habitación.

Kimberly le vio marcharse, medio divertida, medio fascinada por aquella demostración de desvergonzada arrogancia y seguridad en sí mismo. Parecía sentirse muy a gusto aquella mañana. Los hombres probablemente eran más peligrosos que nunca cuando se sentían así de bien. Por otra parte, le producía un innegable placer saber que era ella la causa de aquella satisfacción tan plenamente masculina.

* * *

La lectura de cartas de Ariel de aquella mañana estuvo lejos de ser un asunto privado. Ella llegó ataviada para la ocasión con un nuevo turbante color burdeos y un maravilloso vestido de flores color verde guisante. Para cuando hubo dispuesto las cartas sobre la mesa, ya se habían reunido alrededor Julia, la señorita Lawson y la tía Milly. Kimberly, de buen humor, se sentó también a la mesa y esperó a que Ariel le leyera la fortuna.

—Es realmente muy buena —le susurró Julia confidencialmente—. Hace unos meses predijo que Mark y yo nos íbamos a comprometer y eso es lo que ha sucedido exactamente.

La tía Milly asintió entusiasmada.

—Y predijo que me pondría mala en aquel restaurante mejicano el verano pasado. Y así sucedió.

—Hay mucha gente que se pone enferma al comer comidas extrañas en países extranjeros —se sintió obligada a señalar Kimberly—. Y después de ver a Julia y Mark juntos, creo que yo también habría podido predecir el compromiso.

Julia se echó a reír.

—No lo estropees todo siendo tan analítica.

—Julia tiene toda la razón —declaró Ariel rotundamente mientras barajaba las cartas.

—Vas a arruinar la diversión si empiezas a analizarlo todo.

—De acuerdo, de acuerdo, prometo no ponerme a racionalizar.

—¿Te han leído alguna vez la fortuna? —le preguntó Ariel.

—No.

—Bueno, una vez echadas, las cartas adquieren una relación entre ellas aparte del significado independiente de cada una. Puede llegar a ser algo muy complejo. Cada uno de estos cuadrados se refiere a un aspecto de la vida. Éste se refiere a la prosperidad. Éste se refiere a proyectos que tienes la intención de llevar a cabo y éste es el de tu vida amorosa.

—Estoy deseando ver lo que dicen las cartas en este último —dijo Julia, riendo entre dientes.

—Como si no lo supiéramos —dijo la señorita Lawson.

—¿Lista? —inquirió Ariel mientras empezaba a darle la vuelta a las cartas.

—Lista —respondió ella resignadamente.

Ariel se puso inesperadamente seria mientras iba leyendo las cartas detenidamente.

—Excelente —dijo Ariel, mientras le daba la vuelta a un corazón en el cuadrado que representaba la prosperidad.

—Disfrutarás del éxito de tu trabajo. El dinero no es un problema para ti. Este siguiente cuadro representa los cambios en tu vida. Aquí tenemos una espada. Hmmmmm. Eso no es bueno. Una espada indica un cambio a peor. Tal vez auténtico peligro. Sin embargo, parece estar mitigado por el Rey de Corazones del cuadrado de la felicidad.

La lectura de cartas continuó en forma de un proceso largo, vago y ambivalente. Siempre que aparecía una carta que representaba la desgracia, Ariel parecía encontrar otra cerca que mitigaba o cancelaba los efectos perniciosos de la anterior. Tuvo buenas cartas para cosas tales como la salud, la ambición, el dinero y los viajes.

—Un viaje reciente puede conducir a cambios importantes en tu vida —señaló Ariel volviendo otra carta.

Kimberly contuvo el impulso de decir «¡No me digas!», pero captó la mirada de Julia y vio que la otra mujer estaba sonriendo irónicamente.

—Y ahora llegamos a tu vida amorosa —declaró finalmente Ariel en tono grandilocuente.

Sus oyentes se inclinaron hacia adelante, con expectación. Kimberly sintió una oleada de azoramiento y se preguntó si todo el mundo sabría cómo había pasado la noche. Vio cómo Ariel daba la vuelta al Rey de Bastos.

—Hmmm —dijo la mujer, observando la carta.

—Será fiel, por lo menos.

—¿Y bien? —preguntó Kimberly—. ¿Es todo lo que dice?

—No todo. Dicen que, aunque puedes confiar en él implícitamente, no dejará de tener sus fallos.

—¿Y qué hombre no los tiene? —preguntó Julia retóricamente.

—De hecho —siguió Ariel, mientras le daba la vuelta a otra carta—. Puede llegar a ser muy irritante en ocasiones.

—Como ha dicho Julia —interrumpió la señorita Lawson—. ¿Qué hombre no lo es?

—Aún hay más —prosiguió Ariel—. Vuelve a haber peligro. Conocerás el miedo, Kim.

—¿Miedo? ¿De qué?

Ariel ignoró la pregunta y dio la vuelta a otra carta.

—Hay mucho dolor a causa del fraude y el engaño.

—Probablemente se refiere a alguno de los pagos por derechos de autor. Olvida eso. Cuéntame de qué se supone que tengo que tener miedo.

Ariel sacudió la cabeza lentamente.

—Es difícil decirlo, Kim. Veo oscuridad. Oscuridad y plata.

Kimberly se quedó paralizada mientras la imagen de la oscura figura encapuchada con la daga de plata acudía a su mente.

—¿Un hombre?

De pronto sentía la boca seca.

—Quizás sí, quizás no.

Ariel frunció el ceño y dio la vuelta a la siguiente carta. Ofreció algunos análisis vagos más y luego se apoyó en el respaldo de la silla y recogió las cartas.

—¿Has terminado ya? —preguntó la tía Milly alegremente.

—Ya está —dijo Ariel.

—Bueno, Kim, me parece que vas a tener que cuidarte de un amante moreno y peligroso con plata en el pelo —comentó Julia, riéndose.

—Pero en el que se puede confiar —añadió la tía Milly con voz firme.

—Me parece que es alguien a quien todos conocemos muy bien —declaró, feliz, la señorita Lawson.

—Sí, bien, ha sido divertido —dijo Kimberly, poniéndose en pie—. Y ahora, si me disculpan, tengo que ponerme realmente a trabajar. Ese hombre moreno y peligroso se parece al villano de mi última novela. Será mejor que vaya a ver cómo le van las cosas.

La sesión se dio por finalizada y Julia y la señorita Lawson se pusieron a sus tareas. Kimberly estaba a medio camino de la puerta cuando Ariel la detuvo, asiéndola suavemente por el brazo. A Kimberly le asombró la intensidad de la mirada de la anciana.

—Las cartas no deben ser despreciadas con ligereza, Kim. No son siempre un truco de salón.

Kimberly sonrió afablemente.

—Lo recordaré, Ariel. Gracias, Ah, por cierto, ¿cómo marcha lo de la fiesta?

—Maravillosamente —dijo la tía Milly, entusiasmada—. Las invitaciones han salido hoy. La fiesta se celebrará la noche de este sábado próximo.

—Muy poca antelación para todo el mundo, ¿no?

—Oh, hemos telefoneado a todos esta mañana para contárselo. Las invitaciones son sólo una formalidad —explicó Ariel complacientemente.

—El sábado es un día especialmente propicio para el asunto. Ve a lo tuyo, querida. Milly y yo vamos a preparar el menú de la fiesta.

La tía Milly asintió.

—Queremos que todo sea excepcional en esta ocasión.

—¿Qué hay de especial en esta fiesta?

La tía Milly la miró con divertida perplejidad.

—Pues vaya, el que tú vas a estar allí, naturalmente. Y ahora, haz lo que Ariel te dice y ve a trabajar.

Kimberly no necesitaba que se lo repitieran. Ya llevaba suficiente retraso con Vendetta tal como estaban las cosas.

* * *

Poco después de las diez del sábado por la noche, Cavenaugh lanzó una mirada a través del abarrotado salón y vislumbró a Kimberly. Se consideró afortunado. Había resultado difícil seguirle la pista aquella noche. Desde que habían empezado a llegar los invitados, ella se había convertido en el centro de atención.

El hecho de que algunas de las personas hubieran leído sus libros ciertamente contribuyó a acrecentar la atención que estaba recibiendo, pero Cavenaugh era consciente de que había muchas otras cosas. Los detalles sobre el secuestro habían salido en los periódicos locales y Julia se había encargado de que todo el mundo supiera que Kimberly era la mujer que había salvado a Scott. Además, todo el mundo de la casa Cavenaugh la trataba como a un miembro más de la familia.

Aquel último e innegable hecho era interpretado por la gran mayoría de los invitados como prueba de que Kimberly iba a formar parte en breve de la familia. En la última media hora Cavenaugh había oído al menos a tres grupos hablando de cuándo sería la fecha de la boda.

No había hecho nada por ahogar las especulaciones. Como tampoco había hecho nada por poner fin a los rumores surgidos entre sus empleados después de que hubiera llevado a Kim a dar una vuelta por la finca a principios de aquella semana.

Por entonces, Cavenaugh estaba muy seguro de que la misma Kimberly ya se había dado cuenta de cómo todo el mundo interpretaba su presencia. Ella alzó los ojos mientras él la miraba desde el otro extremo de la habitación. El recelo volvía a reflejarse en ellos.

Cavenaugh se retiró de nuevo hacia la multitud y se sirvió otra copa de vino. Luego volvió a mirar a Kimberly durante un largo rato. Aparte de aquel recelo de su mirada, tenía muy buen aspecto aquella noche, pensó él, muy consciente del instinto de posesión que se apoderaba de él cada vez que la miraba.

Kimberly y Julia habían ido de compras el día anterior bajo la supervisión de Starke. Había regresado con la túnica de seda amarilla y turquesa que Kim llevaba aquella noche.

Estudió su cabello ámbar, que llevaba cogido en la coronilla, formando una cascada de rizos engañosamente desordenada. La idea de soltárselo del todo hizo que una tensión familiar se apoderara de su cuerpo. Apartó aquellas imágenes de su mente. Había muchas cosas por aclarar antes de que se acostara otra vez con Kimberly. O, al menos, eso se decía continuamente a sí mismo.

Había sido muy estricto consigo mismo después de la última noche que había pasado con ella. Aún quedaban muchas cosas por resolver entre ellos. La conversación con los abogados de Los Ángeles se lo había hecho ver claramente.

Cavenaugh sospechaba que Kimberly interpretaba el hecho de que se mantuviera alejado de su lecho como producto de un sentido caballeresco del comportamiento. La había dejado creer aquello, porque aún no había encontrado la forma de decirle que había muchas más cosas implicadas. Cada vez le resultaba más difícil mantener las manos apartadas de ella. Pronto, se prometió a sí mismo, todo estaría resuelto y ella se vería libre de su pasado. Estaba dejándose arrastrar por sus fantasías respecto al futuro cuando Starke llegó a su lado.

—Se las está arreglando muy bien —observó Starke, con la mirada fija en Kimberly.

—Sobre todo para alguien acostumbrada a ser una solitaria —convino Cavenaugh.

—Todo el mundo está sólo de alguna forma.

—¿Por qué te pones siempre filosófico después de un par de whiskies, Starke?

—Hace que salga el lado intelectual de mi naturaleza.

—Ya veo.

—Es buena para ti, Dare. Me gusta.

—Sabiendo lo selectivo que eres tú con la gente, eso es decir algo, realmente. Y el caso es que estoy de acuerdo contigo.

—¿Entonces cuándo vas a resolver este otro asunto para que puedas dejar de jugar de una vez?

—He acordado la cita para pasado mañana.

—¿En terreno neutral?

—El vestíbulo de un hotel de San Francisco.

—¿Estás seguro de que ésta es la forma adecuada de abordar el asunto?

—¿Tienes alguna idea mejor?

—No —suspiró Starke.

—Quiero que quede libre de su pasado, Starke. La única forma de conseguirlo es hacer que se enfrente con ello. Además, ellos están desesperados. Seguirían acosándola hasta llegar a ella. Es mejor acordar la reunión en nuestros términos antes que en los suyos.

—¿Vas a dejar que se dé de bruces con el hecho consumado?

—Ella nunca aceptaría reunirse con sus abuelos.

—No lo sé, Dare. A las mujeres no les gustan las sorpresas.

—Kim entenderá por qué lo he hecho. Cuando todo haya pasado, comprenderá que era la única forma.

Al otro lado de la sala, Kim logró disculparse del corro de gente con quien estaba y se dirigió hacia el patio. Hacía fresco afuera, pero después del cargado ambiente del interior, resultaba un auténtico alivio.

Miró hacia el apacible paisaje nocturno. Se preguntó hasta qué punto era aquello diferente del tipo de vida a la que había estado acostumbrado Cavenaugh antes de regresar a casa.

—¿No hace un poco de frío aquí afuera, Kim?

Ella giró sobre sí misma al oír el sonido familiar de la voz grave de Starke y le sonrió afablemente. Había llegado a la conclusión de que le gustaba aquel hombre extraño e impávido, aunque no acabara de entenderle.

—Necesitaba un poco de aire fresco. Volveré adentro enseguida —le dijo—. ¿Te lo estás pasando bien, Starke?

—No me gustan mucho los cócteles —murmuró él suavemente.

—A mí tampoco. ¿Y Cavenaugh?

—Hay mucho que no sabes de él, ¿verdad?

Sorprendida por la pregunta, Kimberly sacudió la cabeza.

—Hay momentos en que creo conocerle. Pero otras veces…

—Él piensa lo mismo sobre ti, me parece. La naturaleza humana.

Kimberly le lanzó una mirada jocosa.

—¿Eres un estudioso de la naturaleza humana?

Starke alzó el vaso que sostenía en la mano.

—Es el whisky, saca a flote mis cualidades intelectuales, como le he dicho antes a Cavenaugh.

—Fascinante. ¿Qué otras observaciones tienes sobre el tema?

—¿Sobre tú y Cavenaugh? Sólo lo evidente, supongo.

—¿Qué es?

—Que estáis hechos el uno para el otro —le explicó sencillamente Starke—. Él te necesita.

—No lo sé, Starke —replicó ella suavemente—. Hay tantas otras cosas y personas en su vida… las bodegas, sus obligaciones hacia su familia. Muchas cosas. ¿Por qué iba a necesitarme?

—Porque tú puedes evitar que todas esas cosas se apoderen de su vida. Puedes ofrecerle un mundo aparte donde pueda relajarse y estar a solas con alguien que se sitúe en primer término.

Ella se removió nerviosamente.

—Tal vez eso es lo que yo quiero también, Starke. Alguien que me ponga en primer lugar en su vida.

—¿No crees que Cavenaugh pueda hacerlo?

—¿Cómo va a hacerlo un hombre en su posición? —inquirió ella en tono de impotencia.

—Aún no le conoces bien. Dale una oportunidad, Kim. Y… —Starke titubeó y luego finalizó bruscamente—: Trata de no ser muy dura con él en aquellas ocasiones en que no le entiendas completamente. Es sólo un hombre.

—Igual que tú. ¿Estás seguro de que estás cualificado para explicarme cosas sobre el género masculino?

Starke dio un largo trago de whisky.

—Probablemente no, pero supongo que me sentía obligado a intentarlo.

Instantáneamente, Kim se conmovió.

—Eres muy leal a Cavenaugh, ¿verdad?

—Me salvó la vida hace mucho tiempo. Más tarde pude devolverle el favor. Ese tipo de cosas forjan un fuerte vínculo entre dos personas.

—¿Cómo te salvó la vida? —inquirió Kim, frunciendo levemente el ceño.

—No es importante ahora —dijo Starke.

Kim se dio cuenta de que no le apetecía hablar del tema.

—Me había metido en una situación difícil en Oriente Medio. Estaba intentando ponerme en contacto con alguien y me encontré metido de lleno en una algarada. Cavenaugh también se había encontrado atrapado en la calle. Estalló la revuelta y, al ser los únicos americanos en las proximidades, la turba nos tomó por el diablo mismo. Me encontré literalmente contra la pared. Y entonces llegó Dare. Conocía a alguien de la vecindad con quien había tenido negocios. Aquella relación le permitió liberarme de la muchedumbre. En cuanto hubo un momento de distracción entre la gente, nos apresuramos a escabullirnos. Dare utilizó sus contactos para que pudiéramos salir del país poco tiempo antes de que estallara allí la guerra abierta.

Kimberly contuvo el aliento.

—No tenía idea de que el negocio de importación —exportación pudiera ser tan peligroso.

—Tenía sus momentos —dijo Starke reflexivamente.

Se quedó mirando el whisky unos instantes, como si estuviera viendo algo invisible para Kimberly.

—Sobre todo, en la forma en que Dare llevaba los asuntos.

Kimberly no estaba segura de qué había querido decir con aquellas últimas palabras. Su voz se hizo más tensa.

—¿Cuándo le salvaste la vida tú a él, Starke?

—Hubo una pelea con navajas en un callejón perdido en Hong Kong. Dare se las tuvo que ver con tres navajeros que le habían asaltado a la salida del hotel. Yo llegué a tiempo de ver la pelea. Soy bastante bueno con el cuchillo —explicó suavemente.

Kimberly se estremeció.

—Oh.

Starke frunció el ceño.

—Prométeme que no le dirás a Dare que te he contado estas historias, ¿de acuerdo? Me cortaría el pescuezo si se enterara de que te he estado asustando.

—¿Y por qué me estás asustando con este tipo de relatos? —inquirió Kimberly.

—Supongo que, simplemente, quiero que seas consciente que hay mucho más sobre Dare que lo que pueda parecer evidente a la vista de las Bodegas Cavenaugh.

—Ya lo sé, Starke —dijo ella en voz baja.

Starke pareció súbitamente aliviado.

—Claro. Si no fuera así, no le amarías, ¿verdad?

Kimberly estuvo a punto de emitir automáticamente una protesta. Su amor era aún un asunto personal y privado. Pero antes de que pudiera encontrar las palabras, Starke se había quitado la chaqueta y se la estaba tendiendo.

—Toma —le dijo con voz ronca—. Si te vas a quedar aquí un rato, será mejor que te pongas esto.

Luego se dio la vuelta y emprendió el regreso hacia el interior de la casa.

Con un suspiro, Kimberly se dirigió hacia el jardín. Aún no le apetecía entrar en la casa otra vez. Necesitaba estar sola un tiempo. Aunque sabía que no iba a lograr estar allí mucho rato. Probablemente, en cuanto la tía Milly, Julia, Ariel, la señorita Lawson o el mismo Cavenaugh le echaran en falta, saldrían a buscarla. No estaba acostumbrada a una atención tan constante.

Al llegar al extremo del jardín, Kimberly se detuvo y contempló las instalaciones de las bodegas al otro lado del muro de piedra. Algunas luces exteriores iluminaban la hermosa pradera situada ante el edificio donde se reunían los turistas durante los días de visita. La parte trasera de la estructura estaba sumida en la oscuridad.

No debía llegar más lejos de donde estaba. Unos metros más adelante y cruzaría el muro de piedra. Y aquello sin duda, haría sonar las alarmas, con el consiguiente revuelo. La tía Milly y Ariel nunca se lo perdonarían.

Con una sonrisa irónica, Kimberly dio la vuelta de mala gana y se dispuso a regresar a la fiesta.

La figura, inmóvil como una estatua con su túnica con capucha, la estaba esperando en medio del camino.

Kimberly se quedó tan anonadada ante la sombría aparición que, durante un instante interminable, no pudo ni gritar. Congelados bajo la luz de la luna, ambos se miraron. Luego la figura de la túnica alzó los brazos y mostró la daga plateada de intrincado diseño que sostenía en la mano.

Kimberly chilló entonces, pero su grito fue como los de las pesadillas, un sonido ahogado que pareció no llegar a salir de su boca. El pánico ahogó aquel primer intento pero, antes de que pudiera hacer otro, la extraña criatura dio un amenazador paso hacia ella.

Kimberly logró que el grito llegara más allá de sus labios, pero aunque resonó en la noche, se dijo a sí misma que nadie lo oiría con el ruido de la fiesta. Ella estaba en la parte de atrás del jardín, demasiado lejos de la casa.

La daga centelleó bajo la luz de la luna y aquel movimiento la sacó de su parálisis. Se recogió las faldas de la túnica y comenzó a correr, tratando de esquivar la figura encapuchada.

Pero aquel ser tenía la ventaja. No había forma de que ella pudiera esquivarle y llegar hasta la seguridad de la casa. Cuando avanzó hacia ella otra vez, Kimberly hizo lo único que podía hacer; salió disparada del jardín en dirección al muro de piedra.

Al mirar por encima del hombro, vio que la figura había emprendido la persecución.

Mientras corría, la chaqueta de Starke resbaló de los hombros de Kimberly. Fue a caer sobre el muro de piedra mientras Kimberly lo escalaba. Su única esperanza era que las discretas alarmas de la casa se hubieran puesto en funcionamiento y que Starke no estuviera demasiado empapado de whisky para darse cuenta.

Llevada por el pánico, Kimberly salió volando hacia el único posible refugio que se le ocurrió, el edificio de las bodegas. Si podía llegar allí mucho antes que su perseguidor, tal vez consiguiera meterse dentro y cerrar la puerta.

Las sandalias que llevaba no le facilitaron el avance por el camino arenoso que conducía al edificio. Tropezó varias veces y estuvo a punto de caer, pero el puro pánico la condujo directamente hacia el sombrío edificio.

El aire parecía arder en sus pulmones mientras se acercaba a la puerta principal. Tras ella, podía oír los pasos de su perseguidor. Por alguna absurda razón, aquel sonido le trajo un extraño alivio. Solamente un ser humano podía producir aquel ruido. Al menos, no era perseguida por un espectro. Allí afuera sola en la oscuridad, no le hubiera resultado difícil creer que se las estaba viendo con un ser sobrenatural.

Jadeante, Kimberly se detuvo bruscamente delante de la puerta principal. No titubeó ni un momento.

Ya había decidido qué hacer mientras estaba a unos metros de la puerta.

Arrancándose una de las sandalias, Kimberly hizo añicos la ventana de la puerta. Tenía la mano dentro para descorrer el cerrojo antes aún de que el cristal cayera al suelo.

Sintió un dolor lacerante en el brazo, pero no hizo caso. La puerta se abrió y ella se precipitó al interior, cerrándola inmediatamente de golpe tras ella.

En el vestíbulo todo estaba a oscuras y Kimberly se vio obligada a aminorar el paso. Detrás de ella oyó abrirse y cerrarse de nuevo la puerta. Luego se produjo el silencio. La total oscuridad tenía que ser un inconveniente para su perseguidor tanto como para ella.

Pero Kimberly tenía una ventaja. Sabía dónde estaba en el edificio. Con un poco de suerte, el hombre del cuchillo se vería obligado a dar vueltas sin objetivo, tratando de seguirla únicamente por el sonido.

Quitándose la otra sandalia para poder moverse lo más silenciosamente posible, Kimberly avanzó por el vestíbulo en dirección a la espaciosa nave donde se encontraban los grandes tanques de fermentación y las filas de toneles utilizados para envejecer el vino.