Capítulo 10
-¡Vamos Kim! —le ordenó Cavenaugh—. No está armada. ¡Deprisa!
Kimberly trató frenéticamente de obedecerle, encaramándose al alféizar. Pero el humo parecía haber afectado también a sus músculos.
—¡Mi Señora! —chillaba Zorah—. ¡Están escapando!
—Vamos, Kim, ¡muévete!
Cavenaugh trató de empujarla a través de la ventana abierta, pero ella era incapaz de colaborar en su propia huida. Cada movimiento parecía costarle un increíble esfuerzo.
—¡Cavenaugh no puedo…!
—¡Maldita sea, Kim!
Cavenaugh la agarró con fuerza con la intención de sacarla por la ventana, pero otra voz proveniente del pasillo le detuvo en seco.
—¡No escaparéis del poder esta vez!
El chillido de Ariel fue respaldado por la nerviosa orden de Emlyn.
—¡Detente donde estás, Cavenaugh, o disparo a la mujer!
—¿A cuál de todas? —inquirió Cavenaugh, aparentemente muy irritado—. En este momento las tres me están produciendo un dolor de cabeza.
Pero dejó de empujar a Kim y alzó los brazos ante la pistola de Emlyn.
El humo del brasero seguía esparciéndose por la habitación. Aunque la ventana abierta diluía considerablemente sus efectos, no se había disipado completamente.
Kimberly se quedó sobre la cama, con las piernas temblando mientras miraba fijamente a las tres personas de la puerta.
—¿No son unos métodos de lo más chapuceros para ser utilizados por brujas, Cavenaugh? —musitó.
—Sí —dijo él, mirando la pistola de Emlyn—. De lo más chapuceros.
—¡Ya te has burlado demasiadas veces del poder! —le chilló Ariel a Kim.
Alzó los brazos muy alto por encima de su cabeza. Las amplias mangas cayeron, revelando un gran número de pulseras en sus muñecas.
—Ejem… mi señora —empezó a decir Emlyn con lo que a Cavenaugh le pareció un alarde de diplomacia, dadas las circunstancias.
—¿No deberíamos quizás esperar a más tarde?
—¡Déjale que le enseñe una lección a esa perra! —dijo Zorah fieramente—. ¡Invoca el poder, mi señora! Deja que la oscuridad caiga sobre ella. ¡Deja que vea de lo que se está burlando!
«Oh, diablos», pensó Cavenaugh. Mirando directamente a Emlyn, dijo fríamente:
—Todo esto se está saliendo un poco de madre, ¿no? Tal vez ha llegado el momento de que te desentiendas. Me parece que vas a tener que despedirte del dinero que esperases ver.
Emlyn miró ceñudamente primero a Cavenaugh y luego a Ariel, que seguía con los brazos en alto. La anciana había cerrado los ojos y contraído intensamente el rostro. Estaba empezando una salmodia:
—Que el poder que habita en las profundidades de la oscuridad surja para responder al desafío de esta estúpida criatura de la luz.
Zorah contemplaba, expectante, a su señora.
—Que las vidas de los confines del universo y del centro de la tierra se alcen para aplastar a este ser impúdico…
—Cavenaugh… —empezó a decir Kim nerviosamente y luego cerró la boca.
Cavenaugh no hizo caso del nuevo miedo que percibió en la voz de Kim. En aquel momento, el único que tenía un poder real era el tipo de la pistola, y Emlyn parecía claramente disgustado. Aquello no le hacía menos peligroso.
—Mi señora —dijo de nuevo el hombre—. Creo que sería mejor que reserváramos esto para otro momento.
—¡Cállate! —siseó Zorah.
La voz de Ariel estaba creciendo en intensidad, llenando la habitación mientras salmodiaba.
—¡Todo lo que responde a mi voz; todo lo que he encadenado y ligado de acuerdo con leyes primigenias, que me oiga ahora!
—Oídla —repitió Zorah fervientemente, con ojos relucientes de excitación—. ¡Como iniciada, yo también clamo por lo que tiene el poder!
Kimberly se estremeció y no sabía si era de frío o a causa de la salmodia de Ariel.
Emlyn se movió nerviosamente.
—Zorah, haz que se detenga, tenemos que controlar a estos dos. ¡Ya usará sus brujerías luego!
Ariel siguió con su salmodia, ajena a la conversación. Cavenaugh lanzó una mirada a Kimberly de soslayo. Al menos se estaba quieta, aunque parecía hipnotizada por el monótono canto de Ariel. Cuando él entrara en acción, no quería que Kimberly se interpusiera en su camino.
—El momento ha llegado —chilló Ariel—. Llena este espacio, oh, espíritu del gran vacío, llénalo de fuego y penumbras y destrucción…
—Zorah —dijo Emlyn secamente—, esto ha ido demasiado lejos. Está más sonada que unas maracas. ¡Dile que se calle!
—¡Tú también sufrirás por tus burlas y tu desobediencia! —le prometió Zorah—. ¡Sólo mi señora y yo quedaremos vivas en esta habitación!
—¡Ahora! —aulló Ariel—. ¡Que sea ahora!
—¡Ahora! —chilló a su vez Zorah, alzando también las manos por encima de su cabeza.
Emlyn perdió la paciencia y se dispuso a sujetar a Ariel por un brazo.
—¡Ya basta, estúpida!
—¡No la toques, insensato! —gritó Zorah—. ¡El poder está fluyendo ahora!
Cuanto antes mejor, pensó Cavenaugh. Emlyn estaba ocupado en aquel momento tratando de controlar a Ariel y Zorah. No iba a tener una mejor oportunidad.
Con un rápido movimiento Cavenaugh se llevó la mano a la espalda y sacó la cajita de metal que se había guardado allí.
—¡El momento del poder está aquí! —chilló Ariel.
—¡Que sea! —graznó Zorah, mientras trataba de protegerla de Emlyn.
—Ahí lo tienen, señoras —musitó Cavenaugh, y lanzó la caja a los pies del trío que bloqueaba la puerta.
Un instante más tarde, una luz cegadora inundó la habitación. Los chillidos de todos menos de Cavenaugh resonaron en toda la casa mientras trataban de cubrirse los ojos. Cavenaugh ya se los había tapado prudentemente con la mano. Contó hasta cinco y los abrió.
La brillante luz blanca producida por el compuesto químico explosivo de la caja aún resplandecía, pero no con total intensidad. Cavenaugh tuvo cuidado de no mirar directamente a la caja mientras saltaba a través de la habitación.
Segundos más tarde alcanzó a Emlyn, que estaba gritando estúpidamente. La pistola estaba en el suelo, donde había caído después de la primera explosión. Zorah estaba gritando.
—¡Mis ojos! ¡Mis ojos! —chillaba Emlyn—. ¡No puedo ver!
Ariel parecía anonadada. Temporalmente cegada, miraba, sin ver, hacia lo que creía haber desatado ella.
Kimberly estaba aún sobre la cama, tapándose los ojos con las manos.
—¡Cavenaugh!
—Aquí, Kim. No te preocupes. Podrás ver en un par de minutos.
—Oh, Dios mío, Cavenaugh, ¿qué ha sucedido?
—Todo está bajo control, cariño. Yo tengo la pistola.
—¡No puedo ver!
—Es sólo la luz. Estarás bien enseguida —le dijo él tranquilizadoramente.
Luego se dispuso a atarle a Emlyn las manos a la espalda con el cinto de su propia túnica. Pronto hizo lo mismo con la aún paralizada Ariel. Cuando empezó con Zorah, Kimberly se levantó de la cama, con las piernas temblándole. Aún seguía parpadeando.
—Ha sido toda una actuación, Cavenaugh. Deberías dedicarte a esto —murmuró ella, aún conmocionada—. No me habías dicho que eras también experto en trucos mágicos.
Él sonrió irónicamente mientras acababa de atar a Zorah.
—Se aprende mucho en el negocio de importación —exportación.
—Eso veo. Creo que ya te lo he preguntado antes, pero ¿qué importabas exactamente?
—Te lo diré más tarde. ¿Cómo van tus ojos?
—Bien, creo. Diablos, Cavenaugh, ¿qué era esa cosa?
—Un polvo químico que reacciona con el oxígeno. Cuando la caja se rompe, estalla produciendo un gran resplandor.
—Como una pequeña bomba —dijo ella, sobrecogida—. Podría sacarlo en una de mis novelas.
—Por mí, no hay inconveniente. ¿Qué tal te encuentras?
—Rara.
—Sí, tienes una expresión rara. Coge agua del baño y échala en el brasero.
Kimberly se dirigió al cuarto de baño y regresó un momento después con un vaso lleno de agua. Echó el contenido cuidadosamente sobre los carbones encendidos. Se produjo un sonido sibilante y una pequeña nube de vapor.
—Ahora llama a la policía —le ordenó Cavenaugh con voz clara.
Kimberly se dispuso a salir de la habitación, pero antes se detuvo frente a Ariel. Los ojos de la anciana estaban llenos de lágrimas.
—Está llorando, Cavenaugh.
—Sí, ya lo veo —dijo él suavemente—. Ve a hacer esa llamada, Kim.
* * *
-Es todo muy triste —dijo Kimberly varias horas más tarde, mientras sacaba una botella de Cavenaugh Riesling de su alacena.
—La tía Milly se va a quedar destrozada cuando se entere de que Ariel la estaba engañando.
Cavenaugh tomó la botella e insertó el sacacorchos. Con un movimiento suave, de experto, extrajo el corcho y empezó a servir el vino.
—Yo tampoco me siento bien precisamente. Cuando pienso que ninguno de nosotros sospechó lo realmente chalada que estaba Ariel me dan escalofríos.
Se llevó la copa a los labios y dio un largo trago.
—Qué estúpido fui.
—Sé cómo debes sentirte —dijo Kimberly suavemente—. Pero en realidad nadie se dio cuenta de cómo era verdaderamente.
Él la miró sombríamente.
—Era responsabilidad mía proteger a mi familia y a ti. Y he fallado.
—Tonterías. Nos has salvado a todos. Y yo, sin ir más lejos, te estoy tremendamente agradecida. ¿Te haces idea de lo que me tenían preparado para esta noche? Ariel iba a convertirme en la estrella principal de su primera ceremonia de sacrificio. No hay nada como ser conejillo de Indias en un acto de brujería.
Se estremeció y se dejó caer en una de las sillas. Cavenaugh la siguió lentamente. Se detuvo para avivar el fuego que había encendido una hora antes. Por un momento se quedó mirando fijamente las llamas.
—¿Estás segura de que te encuentras bien?
—¿Cómo? Ah, ¿te refieres a si noto efectos secundarios debidos a las hierbas de Ariel? No, estoy muy bien, de verdad, con la mente tan clara y brillante como siempre.
Cavenaugh curvó la boca en una sonrisa sarcástica.
—No estoy seguro de que eso sea muy tranquilizador.
Kimberly sonrió brevemente.
—Pobre Cavenaugh. Los has pasado bastante mal últimamente, ¿no? Y todo por mi culpa.
—No he sido el único que ha tenido problemas con las mujeres esta mañana. La verdad es que casi he sentido compasión del pobre Emlyn.
—¡Emlyn!
—Bueno, él estaba jugando a brujo solamente porque pensaba que el plan de secuestro de Ariel funcionaría. Cuando fracasó, supongo que ella le convenció de que tenía otro plan en la manga. Debe haber sido una conmoción para él darse cuenta de lo realmente chiflada que estaba.
—Me pregunto cómo conocieron él y Zorah a Ariel.
—Los polis también se lo preguntan. Prometieron hacerme saber toda la historia en cuanto acaben de arrancársela a esos tres. ¡Lo primero que tendrán que hacer es descubrir los nombres auténticos de Zorah y Emlyn!
—Ya me parecía que sonaban un tanto teatrales —señaló Kimberly—. ¿Cómo llegó Ariel a hacerse tan buena amiga de tía Milly?
El rostro de Cavenaugh se endureció.
—Se conocieron en un club de jardinería. Hizo una mueca. —Aún recuerdo a tía Milly diciéndome que había que ver el talento «mágico» que tenía Ariel para las hierbas.
—La verdad es que sabe mucho sobre el asunto. Probablemente se ha estudiado todos los libros esotéricos habidos y por haber. Ariel piensa realmente que es la guardiana de esta generación de algún tipo de misterio de brujería. Tendré que hacer de ella un personaje de uno de mis libros…
—Siempre que no te dé por hacer ningún tipo de investigación de primera mano —gruñó Cavenaugh.
La respuesta de Kimberly fue un bostezo que apenas logró ocultar.
—Dios mío, estoy exhausta. Tú lo debes estar también.
—Lo estoy. A pesar de lo que tú puedas estar pensando, éste ha sido un día ligeramente anormal, incluso para los miembros de la familia Cavenaugh —dijo él con auténtico sentimiento.
Kimberly sonrió brevemente y luego le miró con expresión muy seria.
—Pero todo ha terminado ya. Has más que cumplido tu promesa. Has satisfecho plenamente la responsabilidad que creías sentir hacia mí. Quiero que lo sepas, Cavenaugh. Ya no me debes nada.
Era importante para ella que comprendiese que era libre en aquel sentido, se dio cuenta Kimberly.
—Has mantenido tu promesa.
—¿Mi promesa de cuidarte? Kim, quiero hablar contigo de eso.
Se acercó a un sillón y se hundió en él.
—¿De qué hay que hablar? —preguntó ella, fingiendo desenfado—. Se ha acabado todo. Tú has hecho lo que dijiste que harías. Y sin mucha ayuda por mi parte, que digamos —añadió irónicamente.
—Tú hiciste tu parte —la interrumpió él.
Kimberly dio otro sorbo al vino.
—Gracias por venir a buscarme, Cavenaugh. Me has salvado la vida.
—Yo te debía toda la protección que pudiera ofrecerte —repitió él ásperamente.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —repitió él, frunciendo el ceño—. Por muchas razones. Por lo que hiciste por Scott, naturalmente, y porque eres mi…
—No, quiero decir, ¿por qué me seguiste desde San Francisco?
—Oh, eso. —Cavenaugh titubeó—. Bueno, hay muchas razones para eso también. No dormí mucho ayer noche. Nada en absoluto, de hecho. Y, a eso de las dos de la mañana, tuve la sensación de que algo funcionaba realmente mal.
—¿Ésa telepatía tuya otra vez?
—No era telepatía. Sólo el cerebro inquieto de un hombre que sabe que ha llevado un asunto muy mal.
Ella le lanzó una mirada recelosa.
—¿Te refieres al asunto de la reunión con mis abuelos?
—No lo hice bien, Kim, lo reconozco. Mi única excusa es que creía sinceramente que estaba abordando una situación difícil de la mejor manera posible. Creía… creía que, una vez hubieras superado la conmoción inicial y tuvieras ocasión de ver las cosas con perspectiva, te darías cuenta de que había hecho lo correcto. Ahora veo que no tenía derecho a inmiscuirme en tu vida de esa forma.
—¿Tan importante era que me viera obligada a afrontar la presencia de mis abuelos? —le preguntó ella suavemente.
—Sí —dijo él sencillamente—. Veía tu relación con ellos como la última barrera entre nosotros.
—¿Estabas realmente tan preocupado por el hecho de que tu compañera de cama del momento estuviera mentalmente bloqueada en lo referente al trato con las familias poderosas?
—No me preocupaban los sentimientos respecto a las familias de mi compañera de cama del momento. Me preocupaba cómo mi futura esposa iba a afrontar ese problema.
—¡Tu esposa!
—Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Kim. Sólo estaba esperando hasta que hubiéramos resuelto el asunto de la reunión con tus abuelos.
—Cavenaugh, no tienes por qué llegar tan lejos en tu desaforado sentido de la responsabilidad.
—Ya sé que no estás muy interesada en el matrimonio, Kim —replicó él suavemente—. Te las has arreglado realmente bien durante años sin nada parecido a una familia. Después de verte empujada a esa reunión con tus abuelos, probablemente no hayas cambiado mucho de idea. Sobre todo en lo referente a tipos avasalladores y autoritarios que resultan ser cabezas de familia. Pero sé que, si nos concedes una oportunidad, estaremos muy bien juntos en muchos sentidos, no solamente en la cama. Y también sé que mi posición no me permite instalar permanentemente a una amante en mi casa. Tenerte como huésped puede funcionar durante una temporada, pero muy pronto todo el mundo va a querer saber cuándo tengo intención de casarme contigo. Y tu abuelo estará seguramente el primero de la lista para exigirme explicaciones.
—No me importa especialmente lo que piensen mis abuelos.
Cavenaugh suspiró.
—No, supongo que no.
Luego hubo un largo rato de silencio.
—Me dijiste una vez que me amabas. Soy consciente de que, er, te lo has pensado mejor gracias a mi forma de llevar el asunto de tus abuelos.
—He estado pensando un poco —reconoció Kimberly cautelosamente—. Creo que necesitamos más tiempo.
Para su sorpresa, él asintió y se llevó la copa a los labios.
—Estoy de acuerdo contigo. Necesitamos tiempo para que llegues a conocerme lo suficiente como para confiar en mí otra vez. Desgraciadamente, el tiempo no es algo que me sobre precisamente. Has vivido en mi casa durante varios días. Ya sabes cómo es. Siempre hay algo o alguien que precisa atención. Sería muy duro intentar escapar para verte solo los fines de semana. Y no quiero limitar mis momentos contigo solamente a los fines de semana.
—Una vida llena de responsabilidades —dijo ella pensativamente, más para sí misma que para él.
—Es la vida que he escogido, Kim. O quizás ella me ha escogido a mí. Así son las cosas. Así soy yo.
Su voz se había hecho más áspera y en sus ojos relucía un brillo de implacabilidad.
—¿Y quieres que yo sea parte de esa vida?
—Creo que podrías ser feliz en ella si te dieras a ti misma la oportunidad. Sé que será un cambio para ti y que serán necesarios ajustes. Pero tú ya has demostrado que sabes hacer frente al trasiego cotidiano. Has sabido dominarlo antes de que te domine a ti. Las cosas están mucho más organizadas en casa ahora y estarán aún más tranquilas cuando Julia y Scott se marchen. Puedes tener toda la intimidad que desees para tu trabajo. Me aseguraré de que todo el mundo lo entienda. Te estoy pidiendo que hagas cambios, lo sé, pero creo que una mujer que tiene el coraje de enfrentarse a un atacante con una botella rota en la mano lo tiene también para adoptar un nuevo estilo de vida.
—Cavenaugh, creo…
Él alzó una mano para silenciarla.
—Déjame acabar, Kim. Te dije que entendía tu necesidad de tiempo, y te estoy proponiendo ofrecértelo.
—¿Cómo? Acabas de decir que te sentirías incómodo instalándome en tu casa como tu amante —dijo ella entre dientes, totalmente irritada por la descripción.
—Te estoy pidiendo que te cases conmigo. A cambio te daré todo el tiempo que quieras.
Ella le miró con la mente en blanco durante un segundo. Y luego lo entendió súbitamente.
—Oh, ya veo.
Se sentía de pronto inexplicablemente azorada.
—¿Tendremos, er, camas separadas una vez casados?
Cavenaugh dio un gran trago de vino. Kimberly tenía la impresión de que él también estaba nervioso.
—Había pensado que eso te libraría de parte de la presión —le explicó—. Soy consciente de que, para ti, el sexo es más que… bueno… agradable.
—¿Agradable? —repitió ella débilmente.
Se preguntaba cómo acostarse con Darius Cavenaugh podía ser descrito con una palabra tan tibia como «agradable».
—¿Eso es lo que es para ti?
—¡No! —exclamó él y sus nudillos se pusieron blancos en torno a la copa—. ¡Sabes perfectamente que no es solamente agradable! Déjame acabar.
Kimberly enarcó una ceja, pero no protestó.
—Como te estaba tratando de decir —siguió él—. Soy consciente de que entregas gran parte de ti misma cuando te acuestas conmigo. Para decirlo sin rodeos, te entregas completamente.
La miró a los ojos, como retándola a negarlo. Kimberly se mantuvo en silencio y se llevó la copa de vino a los labios. Cavenaugh prosiguió cautelosamente:
—Me da la impresión de que pedirte que compartieras mi cama sería someterte a una presión añadida mientras te adaptas a mi hogar como esposa mía. Podría hacerte sentir demasiado vulnerable, demasiado comprometida con algo que no estabas realmente segura de desear.
—¿Y no crees que la mera existencia de una licencia de matrimonio me sometiera a una presión similar? —inquirió Kimberly con exquisita amabilidad—. ¿Estás tratando de decirme que si decidiera que no me gusta estar casada contigo estaría libre de salir por la puerta sin más? ¿Por el hecho de que no estuviéramos acostándonos?
Cavenaugh dejó la copa con un gesto brusco.
—¡No tergiverses mis palabras, Kim!
—¡No las estoy tergiversando! ¡Sólo estoy tratando de averiguar qué significan!
Él se puso en pie y se acercó de un par de zancadas hasta la chimenea. Apoyando una mano en la repisa, se volvió hacia ella.
—No sé cómo puedo dejar más claro el asunto. Te estoy pidiendo que te cases conmigo. Lo siento si lo estoy haciendo muy mal, pero es que se trata de la primera vez.
—¿Tienes casi cuarenta años y nunca le has pedido a una mujer que se case contigo? —preguntó ella incrédulamente.
—Hasta hace dos años no estaba especialmente interesado en el matrimonio. No había sitio en mi vida para una mujer de forma permanente. Desde entonces, he estado demasiado ocupado tratando de sacar adelante las bodegas —explicó él ásperamente.
—Y ahora has llegado a la conclusión de que ya es hora de casarse —concluyó ella—. Después de todo, tienes la responsabilidad de seguir la estirpe familiar, ¿no es eso? La gente espera que te cases. Necesitarás una esposa que le ofrezca un linaje adecuado a tu papel de próspero vinatero. Y, naturalmente, en este momento yo misma tengo ese linaje adecuado, gracias a que has localizado a mis abuelos.
Él la contempló con los ojos entrecerrados.
—Te advertí que no tergiversaras mis palabras.
—Sólo estoy tratando de dejar claros todos los detalles —le espetó ella, cada vez más irritada.
—Hasta ahora puedo entender lo que sacas tú, pero no veo claro qué hay para mí.
—¡Tú necesitas un marido! —bramó él—. ¡Me necesitas a mí!
—¿Ah, sí?
Él se dirigió hacia ella con inquietante resolución y la obligó a levantarse del sofá. Kimberly se dio cuenta de que le había pinchado demasiado.
—¡Cavenaugh, espera…!
Sus manos se cerraron en torno a su cintura, inmovilizándola.
—Brujita —musitó—, no sabes cuándo parar, ¿eh? ¿Creías que podías seguir ahí sentada provocándome indefinidamente?
Antes de que pudiera responder, la boca de Cavenaugh aplastó la suya. Kimberly se mantuvo entre sus brazos y dejó que la tormenta de sus emociones cayera sobre ella.
Lo extraño era que sus instintos la impulsaban a entregarse y no a resistir. Kimberly se dio cuenta con una certidumbre que iba más allá de las palabras.
Su lengua penetró profundamente, imitando el ritmo primitivo de la danza del amor hasta que Kimberly gimió suavemente en respuesta. Mientras con una mano le cogía la nuca, Cavenaugh deslizó la otra mano por su espalda hasta sus glúteos, apretándola más contra su ingle.
—Tienes la virtud de volverme loco —dijo roncamente contra su garganta.
—Cavenaugh, escúchame —le rogó Kimberly con sus últimos restos de conciencia—. Esto es peligroso. Ninguno de los dos está en condiciones de mantener una discusión sobre nuestro futuro en estos momentos. Lo siento si te he provocado. Pero la verdad es que los dos necesitamos dormir y… un poco de tiempo para pensar. Estamos exhaustos y hemos sufrido experiencias muy traumáticas en las últimas veinticuatro horas.
—He tratado de razonar contigo —gruñó él, con los dedos en los botones de su blusa—. Y he tratado de establecer una situación no amenazadora. Pero tú estás dispuesta a resistir hasta el final.
—¡Eso no es cierto!
—Sí, lo es. Pero conozco una forma a la que no te vas a resistir. Como te he dicho antes, cuando estás entre mis brazos, te rindes totalmente. Te voy a hacer el amor hasta que no puedas decir más que «Sí, Cavenaugh», hasta que estés temblando y ardiendo entre mis brazos, hasta que seas totalmente mía.
Sus manos se estaban introduciendo entre las solapas de su blusa abierta.
—¿Esto es lo que podría esperar si aceptase tu propuesta? Si me caso contigo, ¿olvidarás inmediatamente tu promesa de concederme tiempo antes de reclamar tus derechos matrimoniales?
—Mujer, tú sí que sabes cómo poner las cosas difíciles.
Sus manos se apartaron de ella y se dio lentamente la vuelta, acercándose de nuevo al fuego.
—Será mejor que te vayas a la cama, Kim —prosiguió con una voz extrañamente inexpresiva—. Yo dormiré en el sofá. Ya sé dónde están las mantas.
Kimberly temblaba de amor y emoción. Le estaba pidiendo que corriera todos los riesgos, pensó Kimberly mientras contemplaba su rígida espalda. No, aquello no era totalmente cierto. Sintiera lo que sintiera por ella, no era nada superficial. Aquello lo sabía ella con sus más profundos instintos. Aunque no podía leer su mente, sabía que la intensidad y la fuerza de su compromiso eran auténticos. Sería un marido fuerte, fiable, honesto. Y ella le amaba.
—Cavenaugh —susurró Kimberly—, me casaré contigo.
Él se dio la vuelta rápidamente; su mirada era penetrante. Pero no hizo el menor movimiento hacia ella. Una extraña tensión se cernió entre ellos.
—¿Estás segura? Asegúrate, Kim, porque no voy a dejar que cambies de idea por la mañana.
Ella sacudió la cabeza.
—No cambiaré de idea.
—Haré todo lo posible por hacerte feliz, Kim.
A pesar de su tensión, Kimberly se sorprendió sonriendo.
—Sí, creo que sí lo harás. Y yo trataré de ser una buena esposa, Cavenaugh.
Permanecieron en silencio durante un largo momento, absorbiendo el impacto de sus sencillas promesas. Y luego Kimberly se dio la vuelta para dirigirse a su dormitorio.
—Buenas noches —dijo, sin saber muy bien qué otra cosa decir.
Era evidente que no tenía intención de seguirla.
—Buenas noches, Kim.
Estaba casi en la puerta de su dormitorio cuando su voz la detuvo una vez más.
—¿Kim?
Ella alzó la cabeza rápidamente.
—Creo que deberías invitar a tus abuelos a la boda, Kim.
La boca de Kimberly se curvó irónicamente mientras alzaba los ojos hacia el cielo.
—No sabes cuándo cejar, ¿eh, Cavenaugh?
Cerró de un portazo la puerta de su dormitorio.