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En sus conversaciones con Joris Ivens, éste había aceptado la propuesta de Dos Passos: para que Tierra española no se centrara en el espectáculo de la sangre y las ruinas, debían «encontrar algo que fuera construido para el futuro en medio de toda la miseria y la masacre». La idea, según dejó escrito Ivens en The Camera and I, era encontrar un pueblo que estuviera «extendiendo el cultivo de sus campos como una contribución inmediata a la defensa de Madrid: la gente trabajando unida por el bien común». El pueblo que estaban buscando lo encontraron en Fuentidueña de Tajo, a unos cincuenta kilómetros de la capital. No era «a typically Spanish village» pero ofrecía dos ventajas: se hallaba en la carretera de Madrid a Valencia y los vecinos estaban construyendo una red de canales para transformar en huertas unos terrenos de secano.
Josephine Herbst visitó Fuentidueña en algún momento del rodaje y fue testigo de esas mejoras: «Las semillas ya habían sido plantadas, y las pequeñas acequias vivificadoras regaban las cebollas, los melones, las verduras que algunos de los chicos del pueblo nunca habían probado». No es seguro que Josie coincidiera con Dos Passos en Fuentidueña. Lo que sí sabemos por Ivens es que el novelista intervino en la elección del pueblo y que hizo de intérprete entre el alcalde y los responsables de la película. Ivens y Ferno quedaron instalados en una pequeña habitación aneja a la farmacia, y los paisanos les comentaban que hasta poco antes solían pagar en ese sitio por sus vidas: era allí donde el párroco cobraba por los bautizos, las bodas, los funerales.
A Fuentidueña se refiere Dos Passos en Journeys Between Wars para dejar constancia del hecho de que, desde que en julio del 36 los sindicatos locales habían colectivizado las tierras (principalmente viñedos), todos los trabajadores percibían el mismo jornal: cinco pesetas, más un litro de vino diario y cierta cantidad de leña. El alcalde le habló de otros negocios que habían sido colectivizados: la panadería, el horno de cal, la pequeña industria del mimbre. Pero, por supuesto, lo que más le enorgullecía era el sistema de riego que estaban implantando, y mostró a Dos Passos la red de canales a medio construir. El escritor tomaba nota de todos esos progresos, pero también de cómo la división entre las izquierdas había llegado hasta Fuentidueña: el propio alcalde, de la UGT, le había comentado maliciosamente que los miembros de la CNT local, «pequeños comerciantes y comisionistas pero de ningún modo trabajadores de la tierra», llevaban todos la esvástica debajo de la camisa. ¿Es que ni siquiera en los pueblos más pequeños y apartados podían los anarquistas sentirse a salvo de las calumnias?
Volvería a pasar por Fuentidueña tras su precipitada salida de Madrid, pero es probable que en esa ocasión ni siquiera llegara a detenerse. Dos Passos sabía ya que parte de la tragedia de la guerra civil era la todavía invisible represión en el bando republicano, y eso era algo que no podía reflejarse en un documental, especialmente si éste estaba a cargo de los comunistas. Su intención de colaborar en Tierra española se había debilitado y, aunque antes de salir de España se preocuparía todavía de buscar posibles localizaciones en la población catalana de Sant Pol, lo cierto es que su nombre ni siquiera llegaría a aparecer en los créditos de la película, que atribuyen la autoría de los comentarios a Hemingway y la del guión a Ivens. Este último, en su autobiografía, se limita a decir que «Dos Passos nos había abandonado en España».
El documental no entraba ya entre sus prioridades, y seguramente lo que Dos Passos buscaba era poner tierra de por medio entre Hemingway y él. El 25 de abril estaba ya en Valencia. Ese mismo día, irónicamente, en Madrid se pregonaba su amistad en el periódico Ahora, que les dedicaba una página y media con el titular «Dos camaradas de América. Hemingway y John Dos Passos». Junto a cuatro fotos (un primer plano de Dos Passos y otro de Hemingway, otra de éste con el periodista y una última de los dos novelistas con Joris Ivens y Sidney Franklin), el texto se presentaba como una entrevista a ambos escritores, y sin embargo el único que hablaba era Hemingway, que se refería a Tierra española en primera persona del plural: «Pensamos llevarla a Hollywood […]. Con el dinero que saquemos de ella enviaremos ambulancias sanitarias y víveres para los combatientes». Parece evidente que, cuando la entrevista se realizó, Dos Passos había salido ya para Valencia.
A su llegada a la ciudad, Dos siguió recabando información sobre las circunstancias de la muerte de Robles, y muy probablemente llegó a sus oídos el mismo rumor al que alude Ayala cuando dice que «al final se dio por cosa sabida, pero sólo de boca a oreja, que los rusos lo habían ejecutado dentro de la embajada misma». Rumores, siempre rumores. ¿Cuándo conseguiría alguna noticia concreta y fidedigna sobre lo ocurrido? En cuanto se le presentó la ocasión, habló con el embajador norteamericano, Claude Bowers, para que le consiguiera una entrevista con el ministro de Estado (Asuntos Exteriores), Julio Álvarez del Vayo. Éste, aunque socialista, es considerado por los historiadores un «comunista encubierto», y en uno de sus escritos dejó constancia del fastidio que le causaba tener que dedicar una parte de los consejos de ministros a discutir las sentencias de muerte. Esa misma falta de sensibilidad hacia la vida o la muerte de un ser humano fue lo que sin duda percibió Dos Passos en su segunda entrevista con Álvarez del Vayo, y lo que le irritó de él. Ahora estaba seguro de que le había mentido cuando en su primer encuentro había alegado ignorancia: el ministro formaba parte de esa turbia conjura de silencio y mentiras que en Madrid había acabado quedando al descubierto[65].
Si Dos Passos pidió ser recibido por un hombre como él, que tantas reticencias le inspiraba, fue sólo por Márgara, porque se sentía obligado a ofrecerle alguna información precisa sobre la muerte de su marido. Estaba además un asunto del que Márgara le había hablado un par de semanas antes: el seguro de vida que Pepe Robles tenía contratado en los Estados Unidos y que su viuda sólo podría cobrar cuando existiera una confirmación oficial del fallecimiento. En cuanto a lo primero, el ministro fue incapaz de aportar ninguna novedad, y Dos Passos no logró averiguar la causa de la muerte de su amigo ni si ésta se había producido en Valencia o en Madrid. En cuanto a lo segundo, Álvarez del Vayo le prometió que haría llegar a los Robles un certificado de defunción. Esta promesa fue todo lo que el escritor pudo ofrecer a Márgara cuando volvió a visitarla en su precaria vivienda de las afueras. Para entonces, si hemos de creer lo que se cuenta en Century’s Ebb, también Márgara había perdido la esperanza de volver a ver con vida a su marido. Descorazonado por no haberle sido de más ayuda, Dos Passos se apresuró a partir de Valencia en dirección a Barcelona.
Éste es el momento en el que aparece en nuestra historia un personaje llamado Liston Oak. Para esas fechas, finales de abril de 1937, Oak llevaba cuatro meses en España, tres de ellos trabajando en Valencia para la Oficina de Prensa Extranjera. Por otra empleada de la oficina, Kate Mangan[66], sabemos que era un norteamericano alto, de edad mediana y aspecto distinguido, con gafas y largo pelo rizado que le asomaba por debajo de una gran boina. De carácter camaleónico, había sido actor y maestro y, aunque insistía en que quería aprender español, carecía de facilidad para los idiomas. Padecía de insomnio, reumatismo y frecuentes dolores de cabeza, se pasaba largas horas en la cama y, al igual que Rubio Hidalgo, prefería el trabajo nocturno al diurno. Kate Mangan supuso que había ido a España para olvidar su segundo fracaso matrimonial y, aunque en la oficina no conocían con precisión su orientación política, a ella le parecía que alimentaba algún tipo de simpatías por la FAI y por el POUM.
Liston Oak, quien, además de trabajar en la oficina, publicaba artículos sobre la guerra en el Socialist Call, fue el encargado de acompañar (y tal vez controlar) a Dos Passos en el viaje de Valencia a Barcelona. Al poco de llegar, Dos Passos y Oak visitaron la pequeña localidad costera de Sant Pol, donde les mostraron la cooperativa de pescadores y una colonia de niños refugiados. Tras dar buena cuenta de un almuerzo a base de sardinas y pollo con lechuga y patatas, volvieron a Barcelona bajo la lluvia. Una foto de Dos Passos y Oak apareció publicada en el diario La Vanguardia el 29 de abril. De acuerdo con el breve texto explicativo, el novelista norteamericano, «acompañado del periodista, también yanqui, Liston Oak», había asistido el día anterior a una proyección de material inédito (sin duda, secuencias de Tierra española) que fue también presenciada por el presidente de la Generalitat, Lluís Companys. El Comisariado [consejería] de Propaganda de la Generalitat aprovechó la estancia de Dos Passos en Barcelona para concertarle algunos encuentros con la prensa. El jueves 29 visitó la redacción de Solidaridad Obrera, que al día siguiente publicaría una entrevista en la que Dos Passos reiteraba sus recelos ante el socialismo de corte soviético y sus simpatías por la CNT: «Como americano que soy, y con ideas libertarias, creo que un movimiento de libertad individual tiene grandes posibilidades [en España]. El medio en que vivo me permite hablar así. Un trust ruso quizás sea menos demócrata que un trust norteamericano. Hay que tender hacia una industria que respete la libertad individual y los derechos del hombre. La verdadera democracia de los Estados Unidos se parece al ideal anarcosindicalista en muchos casos».
No fue ésa su única cita con los medios de comunicación barceloneses. El historiador del POUM (y entonces joven periodista) Víctor Alba recuerda en su autobiográfico Sísif i el seu temps la entrevista que le hizo en el Hotel Majestic. La entrevista se realizó el miércoles 28, poco antes del encuentro de Dos Passos con Companys y, en realidad, Víctor Alba, colaborador de La Batalla y de Última Hora, no publicó una sino dos entrevistas con el norteamericano. En la del órgano oficial del POUM pudo deslizar una declaración que agradaría más a poumistas y anarquistas que a comunistas: «No cabe duda de que la revolución ayuda a ganar la guerra». Por el contrario, en la de Última Hora, bajo control de Esquerra Republicana de Catalunya, lo único que llama la atención es la referencia, más bien forzada, al ministro Álvarez del Vayo, «que me ha dado siempre todo tipo de facilidades. Es un hombre de gran talento y de cultura, muy adecuado para el cargo que ocupa».
Es probable que Liston Oak acompañara a Dos Passos en el momento de hacer declaraciones al órgano de la CNT y al periodista del POUM. Lo que es seguro es que estuvo presente en el encuentro que el escritor mantuvo con Andreu Nin en su despacho de las Ramblas, «una oficina grande y desnuda, provista aquí y allá con los restos de algún viejo mobiliario». Dos Passos tomó asiento en un sillón cuyo tapizado se hallaba «en un estado lamentable» y, mientras tanto, el líder del POUM hablaba por teléfono desde «un desvencijado escritorio gótico expropiado de la biblioteca de alguien». En otro lugar de la estancia se encontraba «un hombre que había sido director de una editorial madrileña de izquierdas» y que no puede ser sino Juan Andrade, cofundador de Cenit ocho años antes y miembro entonces del Comité Ejecutivo del POUM.
De ese encuentro ha quedado el retrato que Dos Passos hizo de Nin en Journeys Between Wars: «un hombre bien formado, de aspecto saludable, con una risa infantil siempre pronta que dejaba ver una sólida dentadura blanca». Por el propio Dos Passos sabemos también que le preguntó por la decisión del gobierno republicano de asumir todo el control de los servicios policiales. «Coja usted un automóvil, recorra las afueras de Barcelona y verá que todos los pueblos están rodeados de barricadas», le dijo Nin, que luego se echó a reír y añadió: «Pero quizá sea mejor que no vaya». Entonces Andrade intervino para decir: «No tendría ningún problema. Sienten un gran respeto por los periodistas extranjeros».
El texto de Dos Passos no ofrece muchos datos más sobre el verdadero contenido de la entrevista. Para conocerlo hay que acudir al artículo que, con el título «Behind Barcelona Barricades», publicaría poco después Liston Oak en el semanario New Statesman and Nation. El artículo se centra en la división de las fuerzas republicanas en dos grandes bandos, y llama la atención que fuera precisamente Oak quien, tras sus tres meses de trabajo en la Oficina de Prensa, declarara que las noticias sobre los enfrentamientos entre anarquistas y poumistas por un lado y comunistas por otro «con frecuencia no aparecían en los periódicos españoles y eran, por supuesto, censuradas en las crónicas de los corresponsales extranjeros». Según Oak, los anarquistas creían que existía «una trama para eliminarles de la escena española» y acusaban a los estalinistas «de haber organizado una GPU en España controlada desde Moscú». El artículo no lo aclara pero, dadas las circunstancias, parece evidente que también de las actividades de esa filial española de la policía secreta soviética se habló en la entrevista de Dos Passos y Nin. Lo que sí dijo éste fue que el PCE se había convertido en un instrumento de la política exterior soviética y que la URSS buscaba seguridad y estaba dispuesta a sacrificar la revolución española, «porque el imperialismo lo exige como precio de la posible ayuda militar a Rusia contra una agresión de Alemania, Italia y Japón». En palabras de Nin, la única esperanza de salvar la revolución consistía «en una aceptación por parte de los anarquistas de una línea de acción bolchevique».
Conviene señalar que el artículo, aparecido el 15 de mayo, es decir, justo después de los llamados sucesos de mayo, recoge opiniones de Nin anteriores a ellos. El propio texto informa de que la entrevista se celebró a finales de abril y de que Oak (y, como pronto se verá, también Dos Passos) abandonó Barcelona el 2 del siguiente mes, sólo un día antes de que se iniciaran los disturbios. Uno se pregunta qué es lo que ahora sabríamos de los sucesos de mayo si el azar no hubiera escogido como testigo de ellos a uno de los mejores escritores británicos y si éste, después, no les hubiera dedicado la parte principal de su mejor libro. ¿Habrían corrido una suerte parecida a la de esos otros enfrentamientos que no aparecían en los periódicos y que, «por supuesto», eran censurados en las crónicas de los corresponsales extranjeros?
La historia de George Orwell es conocida. Cuando llegó a Barcelona a finales de 1936, era «un tipo alto, muy delgado, cara de caballo, mal forjado» (o al menos así es como lo vio el joven periodista que le acompañó en sus primeros paseos por la ciudad, que no era otro que Víctor Alba, el mismo que unos meses más tarde entrevistaría a Dos Passos en el Majestic). De esas fechas debe de ser la fotografía en la que la cabeza de Orwell sobresale por encima de las de los otros milicianos del POUM que hacen la instrucción en el cuartel Lenin. Enseguida fue enviado al frente de Huesca. Su mujer, Eileen, seguiría sus pasos un mes después y trabajaría en la oficina barcelonesa del ILP (Partido Laborista Independiente), de tendencia trotskista y afín al POUM. Tras pasar diez días ingresado en un hospital del frente, Orwell obtuvo en abril un permiso para viajar a Barcelona y reunirse con Eileen. El 3 de mayo estaba todavía en Barcelona, y de lo que vio y vivió durante ese día y los siguientes dejó un testimonio impagable en Homenaje a Cataluña.
Que muy poco antes de esa fecha Orwell y Dos Passos se encontraran personalmente entra dentro del orden de lo probable: al fin y al cabo, la oficina en la que trabajaba Eileen estaba situada en el mismo edificio de las Ramblas en el que Nin tenía su despacho. La tarde de la entrevista entre éste y Dos Passos se encontraron dos veces. Si la primera vez, en la sede del POUM, se limitaron a estrecharse las manos, la segunda tuvieron tiempo de intercambiar unas cuantas frases. Ocurrió en el Hotel Continental, uno de los hoteles barceloneses en los que solían alojarse los hombres del POUM, el hotel asimismo en el que tenía Eileen reservada una habitación. En The Theme Is Freedom recordaría Dos Passos que, al ver a aquel hombre de aspecto ojeroso y enfermo, supuso «que estaba ya sufriendo de la tuberculosis que más tarde le mataría», y en él percibió «cierta majestad en la inocencia ante la muerte». No hablaron mucho, pero a Dos le alivió encontrar por fin una persona sincera con la que conversar: «Orwell hablaba sin énfasis de cosas que ambos sabíamos que eran verdad. Pasaba sobre ellas ligeramente». De hecho, daba la sensación de haber entendido la situación desde todas las perspectivas, y Dos Passos pensó que «acaso estaba todavía un poco asustado de lo mucho que sabía». En Century’s Ebb recrearía de forma más elaborada el episodio, y por sus comentarios sabemos que, hasta que se encontró con Orwell, «no se había atrevido a hablar a nadie con franqueza. Al principio, tenía miedo de decir algo que pusiera en peligro las posibilidades de sacar a Ramón [Pepe Robles] del país; después, tenía miedo de que alguna palabra suya fuera mal interpretada y pudiera reducir las posibilidades de Amparo [Márgara] de marcharse con los chicos».
No debió de ser en el Continental sino en el Majestic donde tuvo lugar una escena que no puede ser omitida. Alguien llamó a la puerta de la habitación de Dos Passos. Era Liston Oak, y parecía estar nervioso. Dos Passos le dejó hablar. Lo que Oak quería era que el novelista le ayudara a salir de España. Sus simpatías por los anarquistas y por el POUM le habían vuelto sospechoso, y hasta temía que pudiera pasarle lo mismo que a Robles: últimamente le habían hecho demasiadas preguntas.
Stephen Koch ha reconstruido el episodio a partir del testimonio que, justo diez años después, Oak prestaría ante el Comité de Actividades Antiamericanas, y la esencia del relato tiene bastantes visos de verosimilitud. Según esta versión, Oak se encontró en Barcelona con un individuo llamado George Mink al que conocía de Nueva York («un verdugo de la NKVD, un asesino con todas las de la ley», según la ya previsible caracterización de Koch), y el tal Mink, creyéndolo de fiar, le invitó a tomar unas copas y le contó que, el 1 de mayo, el aparato comunista tenía previsto provocar la rebelión de anarquistas y poumistas, algo que se aprovecharía para justificar su posterior represión: «Todo estaba listo. No podía fallar». Esta conversación se celebró justo antes de la entrevista entre Dos Passos y Nin, y Oak no pudo dejar de advertir a este último de lo que, según Mink, se estaba preparando. Pero la hostilidad estalinista no era ninguna novedad para los dirigentes del POUM, y Nin, que efectivamente sería asesinado por hombres de la NKVD al cabo de dos meses, prestó poca atención a sus revelaciones.
El caso es que Liston Oak se sentía vigilado y perseguido y que recurrió a Dos Passos para escapar de España. Como había dicho Juan Andrade, los periodistas extranjeros eran muy respetados y, al lado de alguien de la visibilidad y el prestigio de John Dos Passos, su seguridad estaría garantizada. El escritor propuso a Oak que se hiciera pasar por algo así como su secretario personal y aceptó la compañía de un voluntario de la Brigada Lincoln que también acudió a él en busca de protección. El 2 de mayo salieron los tres de Barcelona en un coche que el POUM había puesto a su disposición, lo que no deja de ser ilustrativo de la transformación que se estaba operando en Dos Passos: éste, que había entrado en la España republicana en un camión de una organización vinculada a los comunistas, salía ahora de ella en un vehículo del partido que estaba a punto de ser exterminado por aquéllos. En Century’s Ebb se recrea ese viaje desde dos puntos de vista, el de Pignatelli-Dos Passos y el del brigadista, que teme el momento de llegar a la frontera porque, al igual que a sus compañeros, le han retenido el pasaporte al incorporarse a las Brigadas Internacionales. Nunca sabremos si pertenece al terreno de la realidad o al de la ficción la historia de los pescadores catalanes que le ayudaron a pasar a Francia. Lo que sí sabemos es que Dos Passos y sus acompañantes lograron finalmente llegar a Cerbère, y que sólo entonces pudieron Liston Oak y el brigadista respirar tranquilos.
Unos días después, el 15 de mayo, Oak publicó su artículo en el New Statesman and Nation. Orwell no pudo leerlo hasta que, algo más tarde, fue ingresado con una herida de bala en el hospital de las milicias del POUM en Barcelona. Desde el Sanatori Maurín escribió el 8 de junio una carta al crítico Cyril Connolly en el que calificaba el artículo de «muy bueno e imparcial[67]». Por esas fechas colaboraba Oak en varias publicaciones consideradas trotskistas, y una afirmación suya («hoy en día los estalinistas son los mayores revisionistas de Marx y Lenin») sería citada por el propio Trotski en un escrito del 29 de agosto.
Dos Passos, por su parte, siguió viaje hasta Antibes, donde están fechados algunos de los textos de Journeys Between Wars. A mediados de mayo, Katy y él estaban en París. Dos Passos no se había olvidado de los Robles. Por sus cartas a Henry Carrington Lancaster[68] sabemos que desde la capital francesa escribió a Álvarez del Vayo recordándole su promesa de facilitar el certificado de defunción de Pepe Robles. El ministro, sin embargo, no le contestó y, en una carta al crítico trotskista Dwight Macdonald, Dos Passos expresaría de este modo su decepción: «Yo más bien subestimé la estúpida forma en que Del Vayo me mintió acerca de la muerte de Robles. Después de todo, la gente actúa en las cosas grandes del mismo modo que lo hace en las pequeñas; ciertamente, mis conversaciones con él sobre este asunto no aumentaron mi confianza en ese paladín de los obreros de la mano y el intelecto».
Que a través de Álvarez del Vayo no conseguiría nada es algo que Dos Passos comprendió bien pronto, y una de las cartas que se conservan en la Biblioteca Milton S. Eisenhower de la Universidad Johns Hopkins revela que, para obtener el certificado, no tardó en recurrir a otras personalidades influyentes: una de ellas era el embajador estadounidense en España, Claude Bowers; otra, el embajador español en la URSS, Marcelino Pascua, quien, en un fugaz viaje a Valencia, tuvo tiempo de visitar a Márgara para interesarse por su situación[69]. Entre esas cartas hay también una de Maurice Coindreau del 28 de mayo que confirma el escepticismo del escritor norteamericano hacia las posibles gestiones del ministro: «Dos Passos cree que no hará nada». Unas líneas más adelante, Coindreau informa a Lancaster, su corresponsal, de que «en todas sus investigaciones, Dos Passos tuvo que ser muy cuidadoso. Según lo que me contó, la gente no se atreve a hablar y mide todas sus palabras. El Ministerio de la Guerra, en el que Robles trabajaba, está completamente dominado por los rusos y es extremadamente peligroso trabajar con ellos si no perteneces al partido». Y, por si acaso, Coindreau pide a Lancaster máxima discreción, dado que «Dos Passos tiene muchas conexiones con el Partido Comunista y podría verse en problemas si se supiera que ha revelado lo que el gobierno español ha hecho» a Robles.
Me he permitido citar por extenso la carta de Coindreau porque arroja una luz especial sobre el último episodio de aquel desventurado viaje. Katy y Dos se disponían a salir de París en dirección a Inglaterra cuando, en el andén de la estación, se produjo el encuentro, quizás no del todo casual, con Hemingway[70]. Éste, ceñudo, acabó encarándose con Dos Passos y preguntándole qué había decidido hacer en torno a Tierra española y sobre todo al caso Robles. Dos Passos, para quien, al contrario de lo que Hemingway pensaba, éste no era un incidente aislado, contestó que primero pondría en orden sus ideas y luego contaría la verdad como él la había visto. Discutieron brevemente sobre las desgracias de las guerras y el sentido que éstas tenían si a los ciudadanos se les despojaba de sus libertades. Luego Hemingway, cada vez más tenso, quiso saber si Dos Passos estaba con la República o contra ella y le advirtió: «Si escribes sobre España tal como ahora la ves, los críticos neoyorquinos acabarán contigo. Te hundirán para siempre». «¡Nunca he oído nada tan despreciablemente oportunista!», le interrumpió entonces Katy, y ella y su marido, sin volverse a mirarle, subieron al tren. En ese instante, la determinación de Dos Passos era ya firme: haría pública su opinión sobre la guerra de España aunque eso le costara sacrificar sus conexiones con los comunistas, que tanto poder tenían en los medios culturales norteamericanos.