NOTA DE LA AUTORA
Para escribir esta novela me inspiré en una de las mujeres a las que Rosalía de Castro llamó «viudas de vivos», mujeres gallegas que veían cómo sus maridos se marchaban a América para buscarse la vida. A veces no regresaban, o lo hacían al cabo de los años y volvían a marcharse, dejándolas a ellas al cuidado de los hijos y de las tierras.
Mi intención era escribir la historia tal y como sucedió, pero la ficción se impuso poco a poco a la realidad y, al final, el argumento sólo tiene algunos trazos de la historia real.
Elisa, Sabela y Martín existieron, aunque el único nombre que he conservado es el de la primera. Elisa tuvo una vida azarosa, repleta de elementos novelescos. Algunos aparecen en la trama principal y otros los he distribuido a lo largo de las secundarias, como homenaje a una mujer fuerte, admirada por todos los que la conocieron, que puede representar a muchas de esas «viudas de vivos» de principios del siglo XX, no sólo de Galicia, sino de muchos puntos de la geografía europea, donde el fenómeno de la inmigración económica hacia el continente americano fue una constante.
La aldea donde se sitúa la primera parte también puede representar esos pueblos que vieron cómo se marchaban sus vecinos en busca de un sueño, a veces cumplido, y la mayoría, frustrados. Mi homenaje también a esos lugares, a esos hombres que se marcharon y a los pocos que volvieron y que, como dijo Torrente Ballester, unos traían dinero, automóvil y una leontina; otros, más modestos, un sombrero de paja y un acordeón; los más, una enfermedad de la que morían, y todos, todos, el acento cambiado.
Mi agradecimiento y mi deuda con la familia de Elisa, que me ofreció la oportunidad de bucear en los claroscuros de su biografía para construir una ficción que siempre será superada por la realidad.
Y a Pepa, por sus consejos, por sus risas, por sus reflexiones, por las horas tranquilas, por las charlas y por acogerme en su Vélez-Málaga para escribir la mayor parte de estas páginas, con una generosidad que no sabré compensar nunca. Y por esos grabados de Castelao, donde se dibuja la Galicia rural de principios del siglo XX con una crudeza y una sátira sobrecogedoras, dignas del genio que fue.
Mi agradecimiento también a mi sobrina Dolores, mi hermana Ida, mi amiga Julia y mi agente, Palmira, las primeras lectoras de mis manuscritos, por sus correcciones y por entender mi impaciencia; a Zoa, Maya, Puri y Raquel, por su entusiasmo y sus valiosas aportaciones para la edición de la novela. Y a mis hijas y al resto de mi familia, siempre a mi lado.
Y cómo no, a Dulce, por supuesto.