ORGANISMOS CIBERNÉTICOS

Un robot es un robot y un organismo vivo es un organismo vivo.

Un organismo, como todos bien sabemos, está constituido por células. Desde un punto de vista molecular, sus moléculas clave son ácidos nucleicos y proteínas. Éstas se encuentran en suspensión en un medio acuoso, unidas en un todo por un soporte óseo. No creo necesario continuar con la descripción, considerando el hecho de que todos nosotros somos ejemplos de este tipo de estructura.

Un robot, sin embargo (tal como son generalmente presentados en la ciencia ficción), no es más que un objeto con mayor o menor parecido a los humanos y construidos en base a una robusta estructura metálica. Los escritores de ciencia ficción, son generalmente parcos en dar detalles respecto de los robots, ya que tal cosa no aportaría nada esencial a la novela, y dado lo difícil que les resultaría explicarse optan por omitir mayores detalles.

La impresión que uno logra de estas novelas, es que un robot está constituido por dentro de un complejo cableado eléctrico, a través del cual la electricidad se comporta en forma similar al paso de la sangre a través de venas y arterias como en el caso de los humanos. La energía necesaria para que un ser artificial complejo funcione ordenadamente, o no suele mencionarse, o veladamente se la vincula a la energía nuclear.

¿Pero qué se puede decir respecto al cerebro de un robot? Cuando escribí mis primeros relatos de robots, en 1939 y 1940, imaginaba un «cerebro positrónico», algo así como una esponjosa masa de una aleación de platino e iridio. Había elegido platino-iridio, por el hecho de ser una combinación de metales especialmente inertes y de gran estabilidad química. El que fuera una estructura esponjosa, simplemente era debido a que otorgaba una enorme superficie en la cual podían combinarse y modificarse con gran rapidez impulsos eléctricos. Era «positrónico», porque cuatro años antes de la aparición de mi primer relato, el positrón había sido descubierto como una entidad física opuesta en características al electrón, de manera que «positrónico» en lugar de «electrónico» tenía un sonido que aprecié como más apropiado para incluir en un relato de ciencia ficción.

En la actualidad, mi cerebro positrónico de platino-iridio resulta francamente arcaico. Incluso diez años después de su invención ya había quedado anticuado. A finales de la década de los cuarenta, me di cuenta de que el cerebro de un robot debería ser ya una especie de ordenador. Si un robot tuviera que ser tan complejo como lo son los de mis actuales novelas, el cerebro de un robot asimilado al de un ordenador debería ser incluso parecido al complejo cerebro humano. Debería estar constituido de minúsculos microchips, no mayores, y casi tan complejos, como las células de un cerebro humano.

Intentemos ahora imaginarnos algo que no sea ni totalmente orgánico ni del todo artificial sino más bien una combinación de ambos. Tal vez tengamos que pensar en un organismo robótico u «orbot». Tal nombre sin duda resultaría escasamente imaginativo, ya que no es otra cosa que una artificiosa modificación de la palabra robot con sólo las dos primeras letras alteradas. Si en cambio dijéramos «orgabot», honradamente creo que fonéticamente tendría un sonido aún más desagradable.

Podríamos intentar llamarlo un robot-organismo, o un robotanismo, lo cual tendría un sonido tan desagradable como el de «roborg». A mi entender, «roborg» ya no tendría tan mal aspecto, pero tampoco convence del todo.

A la ciencia de los ordenadores, le fue dado el nombre de cibernética por Norbert Wiener hace ya algunos cuantos años. Así que si consideramos algo que sea parte de un robot y participe de las características de un organismo vivo, y téngase presente que un robot es en esencia cibernético, bien podríamos crear la expresión organismo cibernético o «cyborg». Este último es precisamente el nombre que ha tenido mayor aceptación y actualmente el de uso más extendido.

Para apreciar que podría significar un «cyborg», comencemos con el organismo humano y vayámonos acercando al concepto de robot, y tan pronto logremos hacer esto, invirtamos el proceso y considerémoslo desde el concepto de ser humano. Para desplazarnos desde el organismo humano hasta lo que es un robot, ante todo tendremos que comenzar por reemplazar porciones del organismo humano por partes robóticas. En la actualidad ya lo hacemos en algunas ocasiones. Por ejemplo, un importante porcentaje del material original de mis dientes es metálico, y éste es precisamente el material por excelencia con el que está constituida la sustancia robótica.

Por supuesto que estas sustituciones no tienen que ser obligatoriamente metálicas. Algunas partes de mis dientes son de cerámica, y excepto para un profesional no es posible distinguirla de la dentina natural. Aún más, aunque la dentina es cerámica en apariencia e incluso en cierto grado en su propia estructura química, ésta fue creada por materia viva y es apreciable la naturaleza de su origen. En cambio, la cerámica que ha remplazado la dentina no presenta ninguna traza de origen vivo.

Más lejos podemos continuar aun en este tema. Mi esternón, el cual tuvo que ser cortado en una operación de hace unos pocos años, se mantiene unido en su lugar natural con el auxilio de grapas metálicas, las cuales han permanecido allí desde entonces.

Mi cuñada tiene en la actualidad una prótesis de cadera totalmente artificial. Hay personas que tienen brazos o piernas artificiales, y elementos de este tipo están siendo perfeccionados continuamente. Hay personas que han vivido días, e incluso meses, con corazones artificiales, y muchos más que prolongan muchos años de su vida gracias a los marcapasos.

Es fácil pues imaginar que, poco a poco, distintas partes del organismo llegarán a ser remplazadas por materiales inorgánicos y mecanismos que permitan realizar las mismas funciones que los órganos originales. ¿Es acaso concebible el que con el correr del tiempo no podamos llegar a sustituir todas las piezas originales de los seres vivos? No creo que realmente haya quien pueda pensar que tal cosa sea esencialmente imposible. Remplacemos cada parte del cuerpo humano —los miembros, el corazón, el hígado, el esqueleto y así sucesivamente—; no obstante, el resultado final, en esencia, será un ser humano. Será un ser humano con características especiales, con partes artificiales. Pese a todo esto, continuará siendo humano.

¿Y respecto al cerebro?

Sin duda alguna hay algo que hace único y original a los humanos y eso es precisamente el cerebro. Es la compleja personalidad de los seres vivos, sus emociones, su capacidad de aprender, la administración de los recuerdos, todo eso es único y propio sólo de la actividad cerebral. No es posible reemplazar un órgano de estas características con un artilugio fabricado en series industriales como un producto más. Sería necesario dotarlo de todos los conocimientos que la vida ha ido acumulando con el paso del tiempo, dotarlo de una memoria operativa, una determinada pauta de comportamiento.

Un miembro artificial puede no llegar a funcionar exactamente como uno natural, no obstante lo cual servirá para su propósito general. Lo mismo podríamos decir respecto a un pulmón artificial, un riñón o el hígado. Un cerebro artificial, sin embargo, tiene que ser una réplica exacta del cerebro humano por el cual se le desea sustituir o, de lo contrario, dicho ser humano no sería el mismo.

Es el cerebro, por lo tanto, la pieza clave que realmente diferencia un organismo humano del de un robot.

¿Y el proceso inverso?

En El hombre bicentenario, describo el cambio de mi robot protagonista, Andrew Martin, de robot a hombre. Muy lentamente, había ido cambiando en un grado tal que incluso su aspecto exterior había llegado a adquirir la apariencia humana. Poseía una inteligencia equivalente (o incluso superior), a la de los hombres. Era un artista, un historiador, un científico, un administrador. Realizó incluso gestiones que hicieron posible leyes que velaban por los derechos de los robots, llegando a alcanzar respeto y admiración por lo destacado de sus argumentaciones.

No obstante lo cual, no logró en ningún momento ser aceptado como hombre. Nuevamente aquí, la diferencia esencial radicó en su cerebro robótico. Reconoció entonces que era necesario hacer frente a ese obstáculo que impedía el reconocimiento de su condición como hombre.

Ésta es la manera en que establecemos la dicotomía entre cuerpo y cerebro. Los cyborgs más básicos son aquellos en los cuales el cerebro no logra el mismo nivel de calidad que el cuerpo.

Esto significa que tenemos dos clases de cyborg:

a) Un cerebro robótico en un cuerpo humano, o

b) Un cerebro humano en un cuerpo robótico.

Damos por supuesto que al valorar a un ser humano (o el de un robot, si ése fuera el caso), ante todo apreciamos su aspecto exterior.

Es fácilmente comparable con la visión de una mujer de inusual belleza, mirada con respeto y admiración, ante la cual diríamos o pensaríamos: «¡Qué hermosa mujer!» Y uno puede imaginarse sin mayor dificultad la facilidad con que uno llegaría a enamorarse de ella, tal como ocurre en las novelas románticas. Obviamente, una mujer al ver un hombre de similares características seguramente reaccionaria de manera similar.

Si uno se enamora ante la contemplación de una belleza excepcional, es muy poco probable que se detenga a reflexionar acerca de si ella (o él), tiene cerebro, buen carácter, sentido común, amabilidad o está dotado de afecto o ternura. Si uno encuentra que el aspecto exterior de la persona es su único rasgo favorable se está predispuesto a encontrar alguna excusa y continuar, por un tiempo por lo menos, atraído instintivamente por sólo el lado físico. Con el tiempo, por supuesto, terminará cansándose de un aspecto tan atrayente pero carente de un contenido interior de mayor valor. Lo que nadie puede saber, es el tiempo que perdurará aquella primera e instintiva atracción.

Por otra parte, una persona poseedora de un número importante de buenas cualidades pero de aspecto corriente, lo más probable es que no promueva ninguna atracción especial hacia uno en los primeros momentos, a no ser que se sea lo suficientemente inteligente para apreciar esas buenas cualidades y aprovechar esos valores, mucho más firmes y duraderos que los del simple «flechazo» estético.

Lo que estoy, por lo tanto, tratando de decir es que un cyborg con un cerebro robótico en un cuerpo humano terminará siendo aceptado por la mayoría de las personas (por no decir casi todos), como un ser humano; mientras que un cyborg con un cerebro humano en un cuerpo robótico, será aceptado por casi todas las personas como un robot. Después de todo, uno es, a lo menos según la consideración general, simplemente lo que parece ser.

Sin embargo, estas dos especies contrapuestas de cyborg no plantean el mismo grado de problemas a los seres humanos.

Considérese el cerebro robótico dentro de un cuerpo humano, y pregúntese el porqué del motivo para que tal tipo de modificación tenga que haber sido hecha. Un cerebro robótico es mucho mejor en un cuerpo robótico, de la misma manera que un cuerpo humano es con gran diferencia el más frágil de los dos. Uno puede tener un cuerpo joven y robusto en el cual el cerebro haya sido dañado, ya sea por circunstancias traumáticas o por los efectos de una enfermedad. Ante un caso así podría pensarse por qué malgastar un cuerpo humano en tan excelentes condiciones físicas, excepto su cerebro deteriorado. Pongámosle entonces un cerebro robótico y restituyamos a ese ser humano a las mejores condiciones.

Si uno fuera a hacer tal cosa, el ser humano que obtendríamos ya no sería el original, simplemente sería otra persona. Uno no habría hecho otra cosa que conservar un cuerpo «físico», pero carente de mente propia. Y un cuerpo humano, desprovisto de su propio y original cerebro no deja de ser una mediocridad. Todos los días, medio millón de cuerpos adquieren esa condición. No tiene mucho sentido el preservar ninguno de ellos si no existe cerebro.

Por otra parte, qué opinión nos ha de merecer el que coloquemos un cerebro humano en un cuerpo robótico. El cerebro humano no es eterno, pero es posible que pueda ser mantenido dentro de un grado razonable de utilidad hasta aproximadamente los noventa años. No es extraño que personas de esa edad conserven un aceptable grado de actividad mental aprovechable. Sin embargo, también sabemos de mentes que han sido incluso brillantes, luego de veinte o treinta años, debido a que el resto del cuerpo (de escaso valor en ausencia de su vida intelectual), se había deteriorado, ya fuera a causa de enfermedades o de accidentes de origen externo.

En un caso así, existiría un especial interés en transferirle un cerebro (incluso más notable aún), a un cuerpo robótico y permitirle por lo tanto décadas de vida útil y productiva.

De manera que, cuando decimos «cyborg», nos inclinamos más bien a pensar, casi exclusivamente, en un cerebro humano dentro de un cuerpo robótico, de manera que debemos considerar esa combinación con el nombre de un robot.

Podríamos argumentar que la mente humana es inequívocamente humana, y que es precisamente la mente la que realmente cuenta y no el resto de mecanismos que permiten su sustento, y estaríamos en lo cierto. Estoy convencido de que cualquier grupo con capacidad de decisión, acordaría que un cyborg de mente humana debería tener todos los derechos legales de un hombre. Tener derecho al voto, no ser objeto de ninguna clase de esclavitud, etc.

Incluso supongamos que un cyborg fuera desafiado y se le dijese:

—Prueba que tienes un cerebro humano y no uno robótico, como condición previa a que te dejemos participar de los mismos derechos de los seres humanos.

La más fácil de todas las pruebas que un cyborg podría ofrecer, es demostrar que él no está limitado por las «Tres Leyes de la Robótica». Ya que estas tres leyes imponen un comportamiento social de obligado cumplimiento, esto significa que debe demostrar que es capaz de tener un comportamiento humano. El más simple e incuestionable argumento es pegarle un puñetazo al que desafía, rompiéndole la mandíbula en el proceso, ya que ningún robot puede hacer una cosa semejante. En realidad, en mi relato La prueba, que se publicó en 1947, use este método como forma de probar si alguien era o no un robot (aunque en esta oportunidad fue una pelea).

Sin embargo, si un cyborg se ve en la necesidad de recurrir a distintas formas de violencia como forma de demostrar que su cerebro es humano, se puede dar por seguro que su número de amigos se reducirá con prontitud.

En cuanto a esto, aún en el caso en que fuera aceptado como un humano y se le permitiera votar, alquilar habitaciones en hoteles, y hacer todas las cosas que los humanos pueden hacer, deberá existir algún tipo de regulaciones que permitan el que sea distinguido de un ser humano normal. Un cyborg es más fuerte que un hombre y sus puños metálicos podrían ser considerados armas mortales. Podría por ejemplo serle prohibido el golpear a un ser humano incluso en caso de autodefensa. No podría tampoco competir en el mundo de los deportes con los humanos.

¿Ah, pero realmente necesita un cerebro humano ser alojado en un cuerpo metálico robótico? ¿Podría igualmente hacerse en un cuerpo hecho de cerámica, plástico y fibras sintéticas, de manera que tuviera el aspecto similar al del cuerpo humano y además contener el cerebro humano?

Pese a esto, sospecho que el cyborg aún tendría problemas. En esencia continuaría siendo diferente, por pequeña que ésta fuese, y la gente terminaría reconociéndolo.

Sabemos que la gente que tiene cerebros y cuerpos humanos se odian debido a pequeñas diferencias: en la pigmentación de la piel, variaciones en la forma de la nariz, los ojos, los labios o el pelo.

Incluso las personas que no muestran ninguna característica física que los distinga encuentran motivos incluso como para odiarse a muerte, por motivos totalmente distintos a los de la simple apariencia física. Diferencias culturales, religiosas, opiniones políticas, lugar de nacimiento, idiomas, o incluso por simples diferencias de acento de esos idiomas.

Enfrentémonos con la realidad. Los cyborg siempre tendrán dificultades, sean de la clase que sean.