¿ES EL ROBOT UN ENEMIGO?

Fue en 1942 cuando creé «Las Tres Leyes de la Robótica», y de éstas, la «Primera Ley», es sin duda la más importante, reza así: «Un robot no puede dañar a un ser humano, o negligentemente, permitir que un humano corra algún riesgo». En mis novelas, siempre hago explícito que las Leyes, especialmente la «Primera Ley», son parte absolutamente indispensable de todos los robots, y que ningún robot puede desobedecerlas.

También hago explícito, aunque no en forma tan estricta, que las Leyes no son innatas en los robots. Las materias químicas y los productos químicos constitutivos de los robots no proveen por sí mismos de esas Leyes. Estas Leyes están allí exclusivamente porque han sido incorporadas deliberadamente en los «cerebros» de los robots, es decir, en los ordenadores que controlan y dirigen la acción robótica. Los robots pueden carecer de estas Leyes, ya sea por el simple hecho de que son modelos destinados a trabajos muy elementales, o porque los diseñadores de robots, han preferido no incluirlas deliberadamente.

Hasta ahora, y tal vez lo sea durante un tiempo aún muy considerable, es la primera de estas alternativas la que prevalecerá.

Los robots son, simplemente, demasiado sencillos y primitivos como para prever que alguna de sus acciones llegue a lesionar a un ser humano, y ajustar su comportamiento con la finalidad de evitarlo. Son hasta este momento poco más que mecanismos electromecánicos, incapaces de discernir más allá de la carga de instrucciones de la que han sido provistos. Como resultado de esto, algunos robots han dado muerte involuntariamente a humanos, de la misma forma que ocurre con las máquinas convencionales que se encuentran en uso en cualquier fábrica. Es lamentable, pero comprensible, y es de suponer que a medida que los robots sean construidos en forma más elaborada y logren un grado mayor de perfección, habrá igualmente un aumento en lo referente al tema de la seguridad, lo cual dará como resultado que, con el paso del tiempo, las Tres Leyes sean incorporadas en todos los modelos.

¿Con respecto a la segunda alternativa? ¿Tendrán los humanos motivos para crear robots carentes de las Tres Leyes? Me temo que eso es una posibilidad. La gente ya está hablando acerca del tema de la seguridad. Probablemente habrá robots dedicados a la vigilancia de zonas de edificios de particular importancia. La función de tales robots sería impedir el paso de cualquier persona que no estuviese especialmente autorizada a desplazarse por áreas restringidas. Presumiblemente, trabajadores de la propia empresa o igualmente visitantes de la misma, a los cuales se les entregaría algún tipo de identificación que pudiera ser reconocida por el robot, permitiéndoles o denegándoles el paso.

En esta época tan especialmente preocupada por el tema de la seguridad, esto en principio parecería una buena solución. Pondrá coto al vandalismo y al terrorismo. Después de todo, la función a cumplir no diferiría en gran manera de la que actualmente realizan algunos perros entrenados para la vigilancia.

Pero los controladores de seguridad aspiran a formas más perfectas de realizar su cometido. Una vez logrado el que un robot sea capaz de evitar el acceso de un intruso, podría pensarse que no es suficiente que haga sonar una señal de alarma. Entraríamos en la tentación de dotar al robot de la capacidad de expulsar al intruso, aun en el caso en que pudiera lesionarlo, de la misma forma que uno puede serlo por un perro guardián en la pierna o en el cuello. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, en el caso que el propio director de la empresa se hubiera dejado inadvertidamente su tarjeta de identificación en sus otros pantalones, y se sintiera lo bastante molesto como para protestar y demorar su salida del edificio cuando éste fuera instado por el robot? ¿O qué ocurriría si un niño se desplazara dentro del edificio careciendo de la tarjeta de seguridad? Es de suponer que si el robot tratara sin miramiento a algunas de estas personas, se levantaría de inmediato una ola de protestas para evitar la repetición de posibles hechos similares.

Avancemos aún más respecto al tema de los robots dentro del campo de la seguridad. Ya se habla de armas controladas por robots, de aviones controlados por ordenadores, tanques y artillería con similares características, etc., los cuales estarían permanentemente controlando al enemigo, con un grado de eficiencia muy superior al humano. Se puede argumentar al respecto, de que incluso terminaríamos directamente por prescindir de los humanos para estos menesteres. Podríamos quedarnos cómodamente en casa y dejar a nuestras máquinas inteligentes encargadas de las acciones de guerra sustituyéndonos. Si alguno de los robots fuera destruido, no pasaría de ser la destrucción de sólo una máquina. Esta particular concepción de la guerra sería particularmente útil, en el caso que sólo fuéramos nosotros los poseedores de dichas máquinas pero no así el enemigo.

Pero aún en un caso así, ¿cómo podríamos estar seguros de que nuestras máquinas podrían discernir sin error un enemigo de un amigo? Incluso en el caso en que todas nuestras armas estuvieran controladas por manos y cerebros humanos, existe el riesgo del error de apreciación que condujese al ataque involuntario de efectivos militares propios. Armas norteamericanas pueden matar accidentalmente soldados estadounidenses o incluso civiles, cosa que ha ocurrido en varias oportunidades en el pasado. Es un simple error humano, no obstante lo cual nada fácil de aceptar. Aún más, ¿qué ocurriría si nuestras armas robotizadas fueran tan falibles como para poder llegar a causar bajas entre nuestras propias tropas, aunque sólo fuera destruir propiedades? Un acontecimiento de estas características sería aún mucho más difícil de aceptar (especialmente si el enemigo hubiera llegado a crear artilugios especialmente concebidos para confundir a nuestros robots e incluso lograr que atacarán nuestras propias posiciones considerándolas enemigas). Personalmente, confío en que intentos de usar los robots sin la directa supervisión humana no sería posible y eso finalmente nos conduciría al convencimiento de la utilidad de las Tres Leyes.