El conocimiento del bien y del mal

Nadie niega que los hallazgos de la ciencia pueden ser peligrosos. ¿Es seguro tener conocimientos sobre los gases paralizantes? ¿No estamos mejor si ignoramos que existen armas especiales sofisticadas? ¿Hay un peligro mortal en recombinar el ADN? ¿Deberíamos haber aprendido a dividir el átomo de uranio?

Es decir, ¿deberíamos tener algún organismo que nos guiara, que dirigiera y limitara la labor científica para decirnos «hasta aquí pueden seguir y más allá no»?

Pienso que no, por dos razones.

En primer lugar, debemos distinguir entre el conocimiento y el mal uso del mismo. Conocer como el DDT afecta a los insectos de ciertas maneras puede permitirnos conocer mejor la bioquímica de los insectos, y quizá la nuestra. Los usos valiosos pueden desarrollarse en varios sentidos.

Por otro lado, utilizar el DDT indiscriminadamente y sin realizar las pruebas adecuadas, o sin pensarlo de antemano, puede ocasionar un gran daño ecológico.

Entender la fisión del uranio nos puede ayudar a profundizar en el funcionamiento del Universo; utilizar el uranio como un explosivo cuando nos invade la ira puede terminar destruyendo a la civilización.

Éste no es un fenómeno nuevo. Hemos tenido que resolverlo siempre. Entender cómo se hace el fuego, estudiar su efecto en la comida, en el barro, en la arena y en los minerales proporciona un conocimiento fascinante sin el cual la civilización no hubiera surgido. Utilizar el fuego para quemar bosques, construcciones y herejes, o usarlo bajo cualquier circunstancia sin la ventilación adecuada puede dar lugar a hechos lamentables.

Por todos los medios, guiemos y dirijamos el uso del conocimiento, pero no su obtención.

Pero ¿es seguro obtener conocimiento? Si los seres humanos conocen algo que puede ser utilizado para hacer daño, ¿no tendrían la tentación, más tarde o más temprano, de usar ese poder? ¿No sería más seguro permanecer en la ignorancia? Excepto que cualquier cosa puede ser utilizada para hacer daño, y que la ignorancia también puede ser peligrosa.

Mi segundo motivo es que no es posible distinguir con claridad entre el bien y el mal.

¿Quién plantea objeciones a los avances médicos? El descubrimiento de la anestesia, las vitaminas, la terapia con hormonas y las nuevas técnicas de cirugía son recibidas con un aplauso universal. De todos estos descubrimientos médicos, el mayor fue el desarrollo que realizó Louis Pasteur de la teoría del germen de la enfermedad en la década de 1860. La teoría del germen condujo a que rápidamente pudiera controlarse la enfermedad infecciosa. Limitó, inhibió, abortó y prácticamente terminó con todas las plagas y epidemias mortales que habían amenazado a la humanidad a lo largo de toda su historia. Contribuyó en gran manera a duplicar el promedio de vida —de treinta y cinco años a setenta— en el último siglo y cuarto en las regiones del mundo donde existe la medicina moderna.

Pero nada ha alimentado más la explosión de la población que este rápido declive de la tasa de mortalidad. Y es esta superpoblación la que ahora amenaza al mundo más que ninguna otra cosa. Miles de millones de seres prolíficos contribuyen al consumo de los recursos, a la producción de polución, a la destrucción de la tierra, al surgimiento de las fricciones y tensiones que producen alineación, violencia y finalmente, quizá, la guerra nuclear.

Entonces, ¿la medicina moderna es buena o es mala? Ha salvado millones de vidas pero ¿no terminará destruyendo a miles de millones? ¿Tendríamos que haber parado a Pasteur cuando trabajaba en su teoría sobre los gérmenes? ¿O no?